Capítulo LXXXVI - Pecto
ARESTO MOMENTUM
— CAPÍTULO LXXXVI —
❝ P e c t o ❞
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Snape se contempló sobre la lisa superficie de cristal, viendo su propio reflejo apresado dentro de la copa que sostenía entre sus dedos, y en la que apenas restaba una fina capa de Whisky de Fuego.
Durante los últimos cuatro años no se había atrevido a volver a tocar la botella que resguardaba en uno de sus armarios, oculta tras los frascos y los tarros repletos de pócimas e ingredientes. La última ocasión le había sido dedicada al banquete de bienvenida a los de primer año, en el que se enfrentó por primera vez al pequeño Potter y a los recuerdos amargos que resurgían en él tras su llegada. Sin embargo, trató de enfrentarse a sus propios miedos y consiguió hacerles frente con entereza durante los siguientes años, creyendo que la botella quedaría oculta para siempre y que jamás volvería a necesitarla, pero se equivocó. El baile de Navidad le había hecho tener la certeza de que la ocasión lo merecía con creces.
Sabía perfectamente que el alcohol no disiparía ni le haría olvidar nada, y de hecho, tampoco lo pretendía. En el pasado había intentado ahogarse en él, en busca de un alivio que jamás le dio consuelo. Pero en aquella ocasión, lo había elegido para sumirse en un sendero de profunda introspección, sintiendo cómo el líquido que le quemaba por dentro a medida que descendía por su tráquea le hacía saberse condenadamente vivo.
Se había enamorado profunda y perdidamente de Hermione. Era un hecho innegable, y seguir rehuyendo aquella verdad ya no le parecía una opción. Resultaba inútil seguir mintiéndose a sí mismo, y más después de que su corazón hubiese hablado por él, habiendo destruido todas sus ataduras.
Sin embargo, no era el hecho lo que le mantenía preocupado: más bien, volcaba sus esfuerzos en recordar cuándo había sucedido, y se preguntaba incesantemente el porqué.
¿Qué tenía esa muchacha de ojos marrones y cabellos alborotados que fuese capaz de trastocarlo por completo? Quizá era la pregunta más sencilla de responder.
Le parecía tan bella, tan seductora, tan distinta de la gente común, que no entendía por qué nadie se trastornaba como él con las castañuelas de sus zapatos en los adoquines del suelo de piedra, ni se le desordenaba el corazón con el aire de los suspiros de su boca, ni se volvía loco de amor todo el mundo con los vientos de sus rizos, el vuelo de sus manos, el oro de su risa...
Se sirvió otro trago en cuanto notó cómo se le erizaba la piel al recordar lo cerca que había estado de besar sus labios tersos, y el quemazón de la bebida no fue capaz de igualar la propia calidez que sentía al pensarla, al sentirla, al desearla. Podía imaginarla frente a sí una y otra vez, sin descanso y con todo lujo de detalles. A fin de cuentas, ya se la sabía de memoria.
¿Cuándo empezó a enamorarse de ella? Seguramente era la cuestión más difícil.
La quiso desde primer año, eso lo tenía claro. Si bien durante los meses iniciales había intentado hacerse creer a sí mismo que no sentía por ella más que hastío, durante las primeras navidades que pasaron en compañía en el castillo se dio cuenta de que la tenía en gran estima, y que sólo había tratado de negárselo a sí mismo como una estúpida manera de protegerse. Ella había sido la única en tener suficientes agallas como para traspasar su coraza, y la única a la que realmente parecía importarle alguien como él.
Pero, ¿cuándo pasó de quererla a amarla? ¿Cómo había cruzado semejante abismo sin apenas darse cuenta? ¿Dónde se marcaba el punto de inflexión entre ambos hechos?
Se terminó de un solo trago el fondo del vaso en cuanto los pensamientos encerrados en su mente lo condujeron al año anterior, hilando recuerdo tras recuerdo.
Aún podía sentir las cenizas de la rabia, casi colérica, que lo colmó en cuanto creyó tener indicios de una posible relación entre ella y el profesor Lupin. Se había obcecado tanto con aquella idea que acabó perdiendo los papeles en más de una ocasión, y se encontró al borde de llegar a cometer locuras inimaginables, consumido por la ira más absoluta. Ahora se daba cuenta que en aquel momento ya no sólo estaba tratando de protegerla a ella, por mucho que así lo hubiese creído: había estado actuando corrompido por una gran celosía, temiendo perderla para siempre en brazos de otra persona.
Abatido, dejó la copa sobre la mesilla de caoba que estaba situada junto al sofá en el que se encontraba, y aún adecuado en él y teniendo las manos libres, se dejó caer hasta quedar tumbado boca arriba, observando el techo de piedra con el ceño fruncido y ofreciéndole al aire un suspiro pesaroso.
¿Qué sentido tenían todas aquellas preguntas que asolaban su cabeza? A fin de cuentas, nada cambiaría. Hermione era una joven alumna de Hogwarts, y para colmo, él era su profesor. No sólo les separaban las jerarquías, sino también el gran precipicio que suponía la diferencia de edad entre ellos. ¿Y para qué negarlo? Por mucho que lo anhelara, sabía con certeza que ella jamás sentiría algo parecido por él, por mucho que le apreciase. Él nunca sería digno de ella.
Lo ocurrido durante el baile no había sido más que un vago atisbo de ilusión absurda, una gran insensatez ocurrida en un momento de debilidad, una estúpida pérdida de autocontrol por la que se culparía hasta la saciedad. ¿Cómo hubiese reaccionado ella si la hubiese besado? ¿Qué pensaría de él? ¿Habría estado a punto de perderla si se hubiese dejado llevar por el momento?
De nuevo, se veía condenado por las viles circunstancias del destino, tropezándose con la misma piedra que antaño. Primero había sido Lily, a quien ahora sentía como un susurro lejano, y después había llegado Hermione, a quien temía llegar a amar igual... o incluso más.
Envuelto en su capa azabache, Snape chasqueó la lengua, quebrando el pesado silencio que se cernía sobre la estancia. Pensó que tendría que aprender a vivir con ese sentimiento resguardado en lo más profundo de su ser, como un secreto inconfesable, y que lo haría marchitar junto a su propia alma. Al fin y al cabo, el papel de héroe trágico era el que mejor sabía hacer, y al que estaría condenado durante el resto de su vida.
Exhausto y abatido de escucharse a sí mismo, se permitió cerrar los ojos para tratar de descansar, y la visión imborrable de Hermione acudió a su cabeza una vez más. Se sintió profundamente seducido por todo el cúmulo de agradables sensaciones que lo colmaban al ver nítidamente la destellante imagen de ella en sus recuerdos, que aplacaba por completo cualquier temor o vergüenza que pudiese llegar a sentir.
Y, sin poder evitarlo, sonrió como un verdadero imbécil.
***
La inmensa mayoría de los alumnos llegó a sus habitaciones a rastras durante la madrugada del domingo, una vez el baile se dio por concluido. La fatiga y el agotamiento generalizado logró que el castillo se sumiese en una calma incorruptible, apenas apreciada por los pocos que no habían logrado caer rendidos en sus catres tras una noche tan ajetreada y repleta de emociones.
Hermione, recostada en su cama y envuelta en sus cobijas, no podía mantener los ojos cerrados. Había bailado como nunca y se sentía realmente agotada, incapaz siquiera de levantarse para desmaquillarse y despojarse de su vestido, aunque poco parecía importarle. Sus pensamientos sólo podían enfocarse en lo ocurrido en el patio aquella noche, cuando el mundo hubo enmudecido y sólo Snape y ella formaron parte del tiempo y el espacio.
Existía aún cierta incredulidad en ella, un lado inocente que creía que lo ocurrido no había sido más que un sueño vivido con los ojos abiertos. Desde hacía años, se había visto a sí misma en brazos de Snape miles de veces, pero no había contemplado que sus más acérrimos deseos, por mucho que la tentasen, pudiesen llegar a traspasar su imaginación y convertirse en un hecho palpable.
Sin embargo, la apasionada realidad le había demostrado que la esperanza nunca existe en vano, y que un anhelo que finalmente toma forma consigue llenar cada exquisito matiz de la existencia.
No se habían besado, pero habían estado muy cerca de conseguirlo. Y ese único pensamiento era capaz de mantenerla despierta, incapaz de pensar en otra cosa. Recordaba tan detalladamente su encandilador aroma, el suave tacto de su pelo lacio y negro como el carbón, el embriagante aliento de él fundiéndose con el de ella... y las irrefrenables ganas que sentía de haber fundido dulcemente sus labios con los de él, uniendo sus bocas en un beso con el que confersarle todo cuanto sentía sin necesidad de decirlo con palabras.
Para cuando cayó rendida de agotamiento al alba, sus sueños tampoco le dejaron olvidar el hecho. Se vio de nuevo suspendida en brazos de Snape, al compás de una melodía lenta y romántica, y podía sentir el cálido toque de sus manos, que la sujetaban por el trecho de su espalda descubierta. En el sueño disfrutaban de la preciada soledad que les había sido arrebatada durante esa misma noche, y que les animaba a ser valientes y a entregarse al momento. Se sintió perdida una vez más en su mirada lóbrega, atestada de una pasión inconmensurable, y se atrevió, junto a él, a recorrer la poca distancia que separaba sus rostros.
A pesar de tratarse de un sueño, Hermione sintió de un modo condenadamente real el tacto de los labios de él, tersos y turgentes, acariciando tiernamente su boca. Notó cómo una de sus sedosas manos se postraba entonces sobre su cintura, y con ambas la atraía más y más hacia él, juntando sus cuerpos. Ella le tomaba por la nuca y se atrevía a profundizar el beso, siguiendo los sensuales movimientos de la lengua de él, mientras su cuerpo experimentaba un calor sofocante y sobrenatural. Sentía florecer en sus entrañas unas ganas incontrolables de acercársele más, de impregnarse por completo del aroma de su piel, de sentirle de un modo mucho más íntimo y profundo...
Se despertó de repente, con el aliento agitado y un bochorno considerable. A pesar de que fuera nevase y los cristales de las ventanas estuvieran empañados por el frío, habría podido jurar que jamás la habitación le había parecido tan calurosa. Se acomodó sobre su catre, apoyando la espalda en la cabecera y apartando las cobijas a un lado para tratar de enfriarse, y cuando echó una breve ojeada entre las colgaduras del dosel, entrevió a Katie y Alicia dormidas y acurrucadas en sus respectivas camas, cubiertas con los edredones hasta el cuello.
Sintió una mezcla de excitación y vergüenza al darse cuenta que todo se debía a lo que había soñado. Sabiendo que no podría volver a dormirse, se levantó de la cama, acompañada por todas aquellas imágenes que se repetían incesantemente en su cabeza, y se refugió bajo el agua fría de la ducha, tratando de extinguir su desmesurado calor y la imagen de Snape de sus pensamientos.
Un largo rato más tarde, cuando se hubo serenado y se encontró acicalada y arreglada, se encontró con sus compañeras de habitación, que se habían despertado hacía poco y que, para su sorpresa, habían dejado entrar a una lechuza de cabeza redondeada y con oscuros colores en las plumas de sus alas.
—Es preciosa, ¿verdad? —dijo Katie, que la sostenía sobre su brazo—. Y parece que trae algo para ti.
Hermione se sintió sofocada por la emoción, teniendo la vaga esperanza que el remitente de la carta fuese su profesor de Pociones, y fantaseó con esa posibilidad mientras la abría a toda prisa. Unos breves instantes después descubrió que la letra recta y apresurada que aparecía plasmada en el pergamino poco o nada tenía que ver con la de él, aunque no por ello se sintió decepcionada.
«Querida Hermione,
Espero que hayas podido descansar después de nuestro baile. Si es así, me gustaría invitarte a desayunar en los alrededores del castillo. Los terrenos están nevados y sería genial aprovechar la mañana para pasear contigo.
Te espero a las nueve junto al Gran Pórtico. ¡No olvides tu bufanda!
Atentamente,
Viktor Krum»
—¡Vaya! —rió Alicia—. Veo que este muchacho no pierde el tiempo.
—¿Qué quieres decir? —sonrió Hermione, guardándose el pergamino en los bolsillos una vez sus compañeras lo hubieron leído.
—Parece que sigue hechizado con tu vestido de anoche —aseguró Katie, acercándose al ventanal y dejando salir a la lechuza—. Es natural que te esté proponiendo una cita.
—Oh, vamos, no creo que sea eso.
—¡Por supuesto que lo es! —exclamó Alicia, entusiasmada ante la idea—. Y debes ir sin falta, ¡así que vamos a prepararte!
Ambas muchachas corretearon hasta la cama de Hermione, rebuscaron entre algunas sus prendas y volvieron a acercarse a ella a toda prisa: mientras Alicia la obligaba a alzar los brazos para ponerle una gruesa chaqueta negra, Katie se entretenía encajando las manos de Hermione dentro de unos guantes de lana.
—Y lo más importante... —murmuró Alicia, tomando su propia varita y apuntando a la muchacha con ella—. ¡Pecto!
Hermione sintió el tímido cosquilleo de la magia recorriendo las puntas de sus cabellos hasta llegar a sus raíces, como una pequeña descarga, y se dio cuenta que sus rizos habían quedado relucientes y definidos.
Antes de que se fuera, ambas le colocaron una bufanda de color crema alrededor del cuello, ajustando los bordes para que quedaran a la misma altura.
—¡Buena suerte! —le desearon al unísono cuando cruzó el umbral y cerró la puerta, dedicándoles una sonrisa divertida.
Hermione, sabiendo que aún tenía tiempo de sobra, bajó calmadamente la escalera de caracol y cruzó el vestíbulo de la sala común, saludando a algunos compañeros, hasta salir por el agujero del retrato. Durante el solitario recorrido que emprendió bajando la Gran Escalinata, las palabras de Kate y Alicia no paraban de resonar en su mente, haciéndola sentir cohibida. ¿De verdad la habría convocado Viktor para tener una cita? ¿Había sido ella quien había alimentado sus esperanzas? ¿Cómo podría evitar que su inusual y sorprendente amistad se rompiera?
Su cabeza no paró de hacer discurrir todos los fatídicos escenarios posibles, sin que se le ocurriese una solución lo suficientemente convincente. La posibilidad de no presentarse a la citación y evitarle a partir de ese momento era demasiado descabellada e impropia en ella, y tampoco pretendía distanciarse de él, por mucho que fuese uno de los campeones rivales de Harry y Cedric. Le apreciaba mucho, aunque no quería jugar con él ni hacerle daño.
Cuando llegó al vestíbulo principal, antes de que hubiesen dado las nueve, su preciada mente se iluminó en cuanto sus ojos se encontraron con las escaleras que la separaban de las cocinas: pensó en que debería llevar un poco de desayuno al encuentro, y a su vez, recordó que la noche anterior había acordado un encuentro con dos de los elfos que frecuentaban el lugar. Quizá, después de todo, aquella podría ser la ocasión ideal para sellar el trato que había hecho.
Diez minutos más tarde, cuando el reloj anunciaba las nueve y Viktor esperaba pacientemente junto al Gran Portón, Hermione apareció subiendo las escaleras del sótano junto a Dobby, abrigado y entusiasmado por la salida, y Winky, algo más cabizbaja y melancólica.
—Espero que no te moleste, Viktor —murmuró ella una vez se hubieron encontrado—. Se lo había prometido.
—No te prreocupes, Herrmy —aseguró él, esbozando una tímida sonrisa—. Me parrece genial que nos acompañen.
Los cuatro salieron al patio empedrado, donde el frío se volvía denso y la nieve empezaba a acumularse. Viendo que el trayecto podría resultar algo complicado, Dobby no dudó ni un instante en aceptar sentarse sobre los hombros de Viktor en cuanto él se lo ofreció, aferrándose a su cuello con sus manos de largos dedos. Winky no parecía tan dispuesta a dejarse ayudar como él, pero acabó aceptando, algo reticente, que Hermione la tomara de la mano mientras cruzaban el puente y se adentraban en los terrenos helados.
Se detuvieron al llegar al lago, acomodándose sobre unas rocas, y Viktor y Hermione sacaron sus respectivos morrales, abriéndolos y repartiendo las provisiones que habían traído consigo. Ella se había encargado de proveerlos con zumo de calabaza, chocolate y unos cuántos sándwiches, y él había querido sorprenderla con algunos platos búlgaros, como un pastel salado de queso y masa filo, unos bollos con forma de media luna que estaban rellenos de mermelada y unas bolitas fritas.
—La banitsa es una de las delicias más típicas de Bulgarria —le explicó él, señalando el pastel—. Lleva queso sírrene, parrecido al feta, que se utiliza muchísimo en la cocina búlgarra.
—Tiene muy buena pinta —admitió Hermione.
—Los bollos se llaman kifla, y también pueden hacerrse con chocolate o queso —prosiguió él, entregándole uno—. Y estas deliciosas bolitas frritas son mekitsi, y se hacen a base de harrina, huevos, queso y yogurr.
Dobby, que parecía igual de interesado que ellos en aquellas delicias, se removía constantemente en su asiento.
—¿Puede Dobby probar un poco de este desayuno, señor? —masculló entre dientes, como si tratara de no ofenderle—. Si eso no es molestia, señor, claro...
—¡Por supuesto que puedes prrobarlo! —asintió Viktor, cortando un trozo de pastel y entregándoselo al elfo, que estuvo a punto de llorar de agradecimiento—. Y tú también, Winky.
La pequeña elfina, aunque parecía poco interesada en su idea, acabó tomando una de las bolitas fritas y se la comió, relamiéndose los labios.
Conversaron animadamente mientras desayunaban en compañía, recordando lo bien que lo habían pasado la noche anterior y conjeturando acerca de cómo podrían llegar a ser los meses siguientes con el Torneo de los Tres Magos. Para cuando Hermione comenzó a repasar sucesos que había leído de los torneos anteriores, Dobby, satisfecho con lo que había comido, se levantó de un salto y empezó a hacer bolas de nieve que arrojó sobre Winky, consiguiendo que ésta se enfadase y le persiguiera por los terrenos.
Viktor y Hermione, que habían presenciado la escena, reían ante la hilarante visión de los dos elfos.
—Espero que Winky se anime un poco —exclamó ella, viéndola en la lejanía que habían recorrido—. Creo que ha sido muy buena idea hacer esta salida con ellos.
—Estoy completamente de acuerrdo en que lo ha sido.
Para sorpresa de Hermione, Viktor acomodó suavemente su mano sobre la de ella, y cuando se volvió hacia él, se percató que el muchacho le dedicaba una mirada tierna y expectante, a medida que su rostro se acercaba al de ella con lentitud.
Y ella no supo reaccionar. Se quedó quieta, sin saber muy bien qué decir o qué hacer a continuación: había demasiadas voces en su cabeza que parecían discutir entre sí sin sacar ninguna conclusión en claro. Pronto sintió cómo él la tomaba por el mentón con la mano restante, con la piel sorprendentemente cálida, y le robaba el que era su primer beso, uniendo sus labios con los propios con una ternura infinita.
A Hermione se le sacudió el corazón. No porque experimentase algo nuevo y romántico por él, ni porque su atrevimiento la estuviese ofendiendo. Más bien porque sintió que, de alguna manera, estaba traicionando sus propios sentimientos hacia el profesor Snape.
En cuanto se vio sobrepasada por la situación, colocó su mano libre sobre el pecho del muchacho y lo apartó de ella, presionándolo ligeramente.
—Espera, espera...
Él, con el aliento agitado y el corazón rebosante de felicidad, la observó con preocupación.
—¿Estás bien?
—Sí... es sólo que... —murmuró en un susurro, tratando de corresponderle la mirada con toda la convicción posible—. No sería justo que te hicieras ilusiones conmigo.
—¿Por qué? —preguntó él, extrañado—. Tú me gustas, Herrmy. Erres la mejorr brruja que he conocido nunca.
La muchacha le dedicó una sonrisa pesarosa, halagada y entristecida por sus palabras.
—Eres un encanto, Viktor. Cualquier chica estaría encantada de tenerte —aseguró ella—. Pero yo... yo estoy enamorada de otra persona.
A pesar de lo mucho que Hermione había temido confesarle sus sentimientos por la reacción que pudiese provocar en él, Viktor pareció asimilar sus palabras con mucha calma.
—Oh... comprrendo.
—Siento mucho si te he hecho pensar que... bueno, que estaba interesada en ti.
Él suspiró y negó con la cabeza, admirándola con orgullo.
—Es porr esto que me gustas. Erres inteligente, erres fuerrte... perro por encima de todo erres justa —sentenció él, sin titubear—. Esperro que la perrsona que posee tu corrazón sepa lo aforrtunada que es.
Sintiéndose profundamente aliviada, Hermione se abrazó a él, siendo correspondida al instante por sus brazos robustos. Con su muestra de afecto trató de hacerle saber que profesaba por él un agradecimiento inmenso, y en cuanto se separaron y quedaron tomados de las manos, creyó tener la certeza de haberlo conseguido.
—¿Podemos ser amigos? —sugirió ella.
—Clarro —asintió él, alzando sus manos unidas y besando castamente los nudillos de ella, aún cubiertos por los guantes—. No deseo perrderte.
Ella le dedicó una gran sonrisa, apretando brevemente su agarre como muestra de cariño.
—Y no me perderás, Viktor.
Cuando Dobby y Winky volvieron hacia ellos, exhaustos después de una larga carrera, Viktor se ofreció a acompañarles hasta el castillo. Los cuatro anduvieron tranquilamente por el camino a través de los campos mientras eran testigos de cómo la nieve caía elegantemente sobre los tejados del colegio.
Un cálido abrazo les recibió al cruzar de nuevo el Gran Portón, y se encontraron con una marabunta de alumnos que acudían al desayuno. El baile se había celebrado hasta altas horas de la madrugada, por lo que no era de extrañar que la inmensa mayoría se hubiese levantado tan tarde.
Entre el sinfín de rostros que ocupaban el espacio, aparecieron Harry y Ron, acercándose a ellos con muecas somnolientas.
—¿Cómo habéis podido despertar tan temprano? —les preguntó el pelirrojo, bostezando sonoramente—. Dios mío, creo que nunca había estado tan cansado...
—Eso quiere decir que ayer te lo pasaste bien, ¿verdad? —inquirió Hermione con picardía.
—¡Claro que se lo pasó bien! Bailó con Susan hasta que sus piernas no aguantaron más —añadió Harry, logrando que las mejillas de su amigo se ruborizaran—. ¿Y vosotros? ¿De dónde venís?
—Hemos dado un paseo por los alrrededorres del castillo —comentó Viktor, complacido—. Ha sido muy diverrtido.
—¡Es cierto, Harry Potter, señor! —masculló Dobby, tirándole de la manga de su jersey—. ¡Hemos jugado con la nieve, señor! ¡Y Winky se ha enfadado con Dobby, señor, porque Dobby ha sido un poco malo con ella!
Mientras Dobby contaba sus aventuras de aquella mañana, un grupo de Hufflepuffs se abría paso a través de las escaleras y alcanzaba el vestíbulo que les separaba del Gran Comedor. Susan y Cedric, que se encontraban entre ellos, se acercaron a su grupo de amigos al reconocerles entre el gentío.
—¡Buenos días, chicos! —se anunció la muchacha, prendiéndose de los hombros de Harry y Ron—. ¡Qué bien nos lo pasamos anoche! ¿Verdad?
Hermione asintió con una gran sonrisa, hasta que sus ojos se encontraron con los de Cedric, que también se había aproximado a ellos, y su mueca se volvió rígida. A pesar de que el muchacho no tenía la misma expresión colérica con la que la había fastidiado la noche anterior, podía entrever en su mirada un resentimiento que le dolió profundamente, y que se acentuó en cuanto viró su rostro hacia Viktor.
—¿Podemos hablar, Harry? —preguntó Cedric, volviéndose hacia el muchacho y tratando de ignorar por completo la presencia de ella y su acompañante—. Es importante.
Harry, sin comprender muy bien a qué se debía aquella frialdad, asintió levemente con la cabeza y le acompañó junto al Gran Portón, donde empezaron una conversación que quedaba oculta bajo el barullo.
Ron y Susan, tratando de restarle importancia al asunto, les propusieron un plan.
—¿Qué os parece si vamos a tomar algo a Las Tres Escobas esta tarde? —les preguntó la pelirroja—. Echo en falta la cerveza de mantequilla...
—Eso sería genial —asintió Hermione—. ¿Querrás venir, Viktor?
—Grracias por la invitación, Herrmy, perro hoy deberría volver a mis entrrenamientos. Ya he descansado suficiente estos días... —murmuró él con una sonrisa discreta, y la tomó de la mano como señal de afecto—. Esperro que lo paséis muy bien. Nos vemos prronto, ¿de acuerdo?
La muchacha asintió, sumamente agradecida por la mañana que habían pasado en compañía, y la visión de Viktor se perdió mientras se abría paso entre la multitud hasta la salida.
—Veo que os habéis hecho muy amigos —le susurró Susan, dándole un leve codazo—. ¿Tienes algo que contarnos?
Hermione la fulminó con la mirada al instante, provocando que su amiga se pusiera a reír a carcajada limpia.
—Me esperaré a que nos veamos esta tarde para responder a todas vuestras preguntas —aseguró la castaña—. ¿Quedamos aquí a las cuatro?
—¡Eso está hecho! —asintió Ron con entusiasmo.
Con motivo de acompañar de nuevo a los elfos, sus amigos se despidieron de ella y se adentraron en el Gran Comedor, dispuestos a saciar sus apetitos voraces, y Hermione, junto a Dobby y Winky, anduvo hacia las escaleras que conducían a las cocinas.
La elfina, que parecía verdaderamente cansada, se acomodó junto al fuego que había prendido la chimenea del fondo de la sala, calentando sus manos frías. Hermione y Dobby, situados junto a la puerta de entrada, la observaron con curiosidad.
—¿Crees que está mejor?
—Eso creo, sí, señorita —respondió él—. Al menos ha dejado de llorar, Hermione Granger, señorita.
Hermione, que se había sentido compungida por las lágrimas de Winky en muchas ocasiones, suspiró con alivio. Haber logrado algo tan sencillo, y a su vez tan complejo, resultaba todo un triunfo.
—¿Puedo pedirte algo, Dobby? Si Winky vuelve a estar triste, ¿me avisarás?
El elfo la observó con sus grandes ojos verdes, asintiendo convencido con la cabeza.
—¡Por supuesto! Sí, señorita, claro que sí.
Antes de retirarse, Hermione volvió a acercarse a la elfina, arrodillándose a su altura para cerciorarse que se encontraba bien.
—Siento si has pasado frío, Winky —le susurró, y retirándose su propia bufanda, acabó envolviendo a la elfina con ella—. Seguro que esto ayudará.
La pequeña criatura se atrevió a mirarla con sus grandes ojos marrones. A pesar de tener las orejas caídas y encontrarse encogida por el frío y el cansancio, pareció evidenciarse agradecida con su gesto.
—Winky quiere darle las gracias, Hermione Granger, señorita —murmuró con la voz temblorosa—. Winky ya no se siente tan mal como antes, señorita.
Para Hermione, aquellas palabras supusieron un universo. Tuvo que arreglárselas para no llorar de emoción frente a ella, y se limitó a tomar las diminutas manos de la elfina entre las de ella, contemplándola con gratitud.
Supo que todos sus esfuerzos habían merecido completamente la pena en cuanto Winky la correspondió, esbozando una diminuta sonrisa con su dentadura irregular.
***
Durante la tarde del domingo, la taberna de Las Tres Escobas se encontraba tan abarrotada como siempre. Harry, Ron, Susan y Hermione fueron hasta la barra y le pidieron a la señora Rosmerta cuatro cervezas de mantequilla.
—Pero ¿es que ese hombre no va nunca a trabajar? —susurró Hermione de repente—. ¡Mirad!
Ella señaló el espejo que había tras la barra, y sus amigos vieron a Ludo Bagman allí reflejado, sentado en un rincón oscuro con unos cuantos duendes. Bagman les hablaba a los duendes en voz baja y muy despacio, y ellos lo escuchaban con los brazos cruzados y miradas amenazadoras.
Hermione pensó que era bastante extraño que Bagman estuviera allí, en la taberna durante el fin de semana, cuando no había ningún acontecimiento relacionado con el Torneo y, por lo tanto, nada que juzgar. Contempló el reflejo de Bagman, percatándose que parecía tenso. Sin embargo, en aquel momento el hombre miró hacia la barra, vio a Harry y se levantó de su asiento.
—¡Un momento, sólo un momento! —oyó que les decía a los duendes, y Bagman se apresuró a acercarse a ellos cruzando la taberna—. ¡Harry! ¿Cómo estás? ¡Tenía ganas de encontrarme contigo! ¿Va todo bien?
—Sí, gracias —respondió el muchacho.
—Me pregunto si podría decirte algo en privado, Harry —dijo Bagman, volviéndose hacia sus amigos—. ¿Nos podríais disculpar un momento?
Ron, Susan y Hermione aceptaron su petición, algo reticentes, y se acomodaron apretujados en una de las pocas mesas que aún quedaban vacías, mientras Bagman conducía a Harry hasta el rincón de la taberna más alejado de la señora Rosmerta.
—Bueno, sólo quería felicitarte por tu espléndida actuación ante el colacuerno húngaro, Harry —exclamó Bagman—. Fue realmente soberbia.
—Gracias —contestó Harry, aunque sabía que aquello no era todo lo que el hombre quería decirle, porque sin duda podía haberlo felicitado delante de sus amigos.
Sin embargo, Bagman no parecía tener ninguna prisa por hablar. Harry lo vio mirar por el espejo a los duendes, que a su vez los observaban a ellos en silencio con sus ojos oscuros y rasgados.
—Son una absoluta pesadilla —conminó Bagman en voz baja, al notar que Harry también observaba a los duendes—. Su inglés no es muy bueno... es como volver a entendérselas con todos los búlgaros en los Mundiales de quidditch... pero al menos aquéllos utilizaban unos signos que cualquier otro ser humano podía entender. Estos parlotean duendigonza... y yo sólo sé una palabra en duendigonza: bladvak, que significa «pico de cavar». Y no quiero utilizarla por miedo a que crean que los estoy amenazando.
—¿Qué quieren?
—Eh... bueno... buscan a Barty Crouch.
—¿Y por qué lo buscan aquí? —se extrañó Harry—. Estará en el Ministerio, en Londres, ¿no?
—Eh... en realidad no tengo ni idea de dónde está. Digamos que... ha dejado de acudir al trabajo. Ya lleva ausente dos semanas —reconoció Bagman—. El joven Percy, su ayudante, asegura que está enfermo. Parece que ha estado enviado instrucciones por lechuza mensajera. Pero te ruego que no le digas nada de esto a nadie, porque Rita Skeeter mete las narices por todas partes, y es capaz de convertir la enfermedad de Barty en algo siniestro. Probablemente diría que ha desaparecido como Bertha Jorkins.
—¿Se sabe algo de Bertha Jorkins?
—No. Hay alguna gente en su busca, y todo resulta muy extraño. Hemos comprobado que llegó a Albania, porque allí se vio con su primo segundo, y luego dejó la casa de su primo para trasladarse al sur a visitar a su tía. Pero parece que desapareció por el camino sin dejar rastro —le explicó el hombre—. Que me parta un rayo si comprendo dónde se ha metido. No parece el tipo de persona que se fugaría con alguien, por ejemplo... pero ¿qué hacemos hablando de duendes y de Bertha Jorkins? Lo que quería preguntarte es cómo te va con el huevo de oro.
—Bueno... —suspiró Harry—. Lo cierto es que muy mal.
—Escucha, Harry. Todo esto me hace sentir muy culpable —dijo él en voz muy baja—. Te metieron en el Torneo, tú no te presentaste, y... si puedo ayudarte, darte un empujoncito en la dirección correcta... siento debilidad por ti... ¡la manera en que burlaste al dragón! Bueno, sólo espero una indicación por tu parte.
Harry miró con extrañeza la cara de Bagman, redonda y sonrosada, y los azules ojos de bebé, completamente abiertos.
—Se supone que tenemos que descifrarlo por nosotros mismos, ¿no? —repuso, poniendo mucho cuidado en decirlo como sin darle importancia y que no sonara a una acusación contra el director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.
—Bueno, sí —admitió Bagman—, pero... en fin, Harry, todos queremos que gane Hogwarts, ¿no?
—¿Le ha ofrecido ayuda a Cedric?
Bagman frunció levemente el entrecejo.
—No, no lo he hecho —reconoció—. Yo... bueno, como te dije, siento debilidad por ti. Por eso pensé en ofrecerte...
—Bueno, gracias —respondió Harry—, pero creo que ya casi lo tengo... Me faltan un par de días.
El muchacho no sabía muy bien por qué rechazaba la ayuda de Bagman. Tal vez fuera porque para él era casi un extraño, y aceptar su ayuda le parecía que estaba mucho más cerca de hacer trampas que si se la pedía a su grupo de amigos, o a Sirius.
Bagman parecía casi ofendido, pero no pudo decir mucho más. Se limitó a asentir con la cabeza, y salió de la taberna a toda prisa. Los duendes se levantaron de las sillas y fueron tras él.
Rápidamente, Harry volvió a reunirse con sus amigos.
—¿Qué quería? —preguntó Ron en cuanto él se sentó.
—Quería ayudarme con el huevo de oro.
—¡Eso no está bien! —exclamó Hermione, muy sorprendida—. ¡Es uno de los jueces!
—No creo que a Dumbledore le gustara enterarse de que Bagman intenta convencerte de que hagas trampa —opinó Susan, con expresión muy reprobatoria—. ¡Espero que intente ayudar igual a Cedric!
—Pues no —respondió Harry—. Se lo he preguntado.
—Esos duendes con los que iba no parecían muy amistosos —comentó Ron, sorbiendo su cerveza de mantequilla—. ¿Qué harían aquí?
—Según Bagman, buscar a Crouch —explicó Harry—. Sigue enfermo. No ha ido a trabajar.
—A lo mejor lo está envenenando Percy —sugirió el pelirrojo con burla—. Probablemente piensa que, si Crouch la palma, a él lo nombrarán director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional.
—Es curioso que los duendes busquen al Sr. Crouch —espetó Hermione—. Normalmente tratarían con el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas.
—Pero Crouch sabe un montón de lenguas —le recordó Susan—. A lo mejor buscan un intérprete.
—¿Ahora te preocupas por los duendecitos, Hermione? —inquirió Ron—. ¿Estás pensando en fundar la S.P.A.D.A. o algo así? ¿La Sociedad Protectora de los Asquerosos Duendes Atontados?
Hermione, visiblemente ofendida, arrugó una servilleta y se la arrojó a su amigo, arrancándole una carcajada sincera. Susan no pudo evitar sumarse a ellos, sonriendo con desenfado, pero Harry mantenía la vista fija en algún punto de la habitación, sumido en sus propios temores.
—¿Estás bien, Harry? —ansió saber Hermione, al darse cuenta que su amigo parecía distraído.
—Sí. Es sólo... el maldito enigma del huevo —respondió él sin demasiada convicción—. Pero estoy bien.
—Pero un poco nervioso —murmuró Susan—, ¿verdad?
—Un poco...
Ron apoyó su mano sobre el hombro de su amigo, tratando de infundirle todo el coraje posible.
—Harry, me preocuparía por ti si no te hubiera visto enfrentarte a ese colacuerno. Pero ahora sé que eres capaz de cualquier cosa, así que no estoy nada preocupado. Lo harás muy bien —aseguró él con orgullo—. Vas a ganar. Lo sé. Lo presiento. ¡Vas a ganar, Harry!
Harry no tuvo valor para borrar de la cara de Ron la feliz sonrisa de confianza, así como las agradables muecas que Hermione y Susan dibujaron en sus rostros. Hizo un esfuerzo para sonreír a su vez y dio un gran sorbo a su cerveza de mantequilla, como si pretendiera encontrar en sus profundidades la valentía que le faltaba.
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