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Capítulo LXVII - Stupefy

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO LXVII —

S t u p e f y 

A Hermione se le quedó la mente en blanco a causa de la impresión. Los cinco se habían quedado paralizados bajo la capa invisible. Los últimos rayos de sol arrojaron una luz sanguinolenta sobre los terrenos, en los que las sombras se dibujaban muy alargadas.

—¡Hagrid! —soltó Harry sin pensar en lo que hacía.

El muchacho fue a darse la vuelta, pero Cedric y Ron lo cogieron por los brazos.

—No podemos —le susurró el mayor—. Se verá en un problema más serio si se descubre que le hemos visitado.

Susan respiraba floja e irregularmente.

—¿Cómo... cómo han podido? —preguntó jadeando, como si se estuviera ahogando en su propia pena.

—Vamos —les sugirió Harry, tiritando—. Será mejor que nos vayamos...

Reemprendieron a duras penas el camino hacia el castillo, andando muy despacio para no descubrirse. La luz se apagaba a medida que avanzaban, y cuando llegaron a campo abierto, la oscuridad se cernía sobre ellos como un embrujo.

Ron se llevó la mano al pecho. La rata se retorcía en su bolsillo con todas sus fuerzas, intentando soltarse del agarre del muchacho.

—¡Scabbers, estate quieta!

—¡Ron, cállate! —le pidió Cedric—. Fudge se presentará aquí dentro de un minuto...

—No hay manera —recalcó él, intentando que Scabbers se metiera del todo en el bolsillo.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Susan.

Hermione distinguió la cola de brocha de Crookshanks en la lejanía, viendo cómo se acercaba a ellos sigilosamente, arrastrándose y con sus dos grandes ojos amarillos destellando pavorosamente en la oscuridad. La muchacha no sabía si el gato era realmente capaz de verles o si se orientaba por los chillidos de la rata.

—¡Crookshanks! —gimió ella—. ¡No, vete, Crookshanks! ¡Vete!

En contra de sus más fervientes deseos, Scabbers escapó de las manos de Ron, se echó al suelo y huyó a toda prisa: de un salto, Crookshanks se lanzó tras ella, y antes de que ninguno pudiera detenerle, el pelirrojo salió de debajo de la capa y se fundió en la oscuridad.

—¡Ron! —le gritó Susan, echando a correr tras él.

Harry, Cedric y Hermione se miraron entre sí, desconcertados, antes de seguirles a la carrera. Era imposible correr a toda velocidad debajo de la capa, así que se la quitaron y la llevaron al vuelo, ondeando como un estandarte. Oían delante de ellos el ruido de los pasos de sus compañeros y los gritos que Ron dirigía a Crookshanks.

—¡Aléjate de él! ¡Aléjate! ¡Scabbers, ven aquí!

De pronto se escuchó un golpe seco, y los cuatro casi chocaron contra Ron. Estaba tendido en el suelo, sujetando con ambas manos el tembloroso bulto que Scabbers ocupaba en su bolsillo.

—¡Vamos, volvamos a cubrirnos! —jadeó Harry, sacudiendo la capa de invisibilidad.

A pesar de que estuvieran de acuerdo, no hubo tiempo suficiente como para volver a taparse, ni tan siquiera para recuperar el aliento. Se escucharon unos temibles pasos sobre la hierba, justo a sus espaldas, y al girarse para saber qué se les acercaba en la oscuridad, descubrieron un enorme perro negro de ojos claros que les mostraba sus fauces con ferocidad.

Harry quiso coger la varita pero ya era demasiado tarde. El perro había dado un gran salto y sus patas delanteras le golpearon el pecho, haciéndole caer de espaldas. Sintió su cálido aliento a escasos centímetros de su rostro y se apartó rodando para zafarse de su agarre. Aturdido, trató de ponerse en pie, sintiendo como si le hubieran roto las costillas, y oyó rugir al animal, como preparado para un nuevo ataque.

Cuando el perro volvió a saltar, Ron empujó a Harry hacia un lado y el perro mordió su brazo estirado. Cedric embistió y agarró al animal por el pelo pero éste arrastraba a Ron con suma facilidad, como si fuera un muñeco de trapo. Entonces, algo surgido de no se sabía dónde le golpeó tan fuerte en el hombro que le derribó. Se escuchó a Susan chillar de dolor y caer junto a él, acompañada de un horrible crujido que cortó el aire como un pistoletazo. Hermione manoteó su cintura en busca de su varita, rescatándola del elástico de su falda.

—¡Lumos!

La luz de su varita iluminó un grueso árbol, y comprendieron que habían perseguido a Scabbers hasta el Sauce Boxeador. Sus ramas crujían como azotadas por un fortísimo viento y oscilaban de atrás hacia adelante para impedir que se aproximaran. Al pie de éste estaba el perro, arrastrando a Ron y metiéndolo por un hueco que había en las raíces, a pesar de la resistencia de él. Para cuando quisieron darse cuenta, ambos habían desaparecido del alcance de su vista.

—¡Ron! —gritó Harry desesperado, intentando seguirlo, pero una gruesa rama le propinó un restallante y terrible trallazo que lo obligó a retroceder sobre sus pasos.

—¡Harry, tenemos que pedir ayuda! —exclamó Susan aún postrada en el suelo.

Cedric y Hermione se acercaron a ella al ver que sangraba, y ayudándola a ponerse en pie, evidenciaron que la muchacha se había roto el tobillo.

—No conseguiremos pasar —se lamentó Hermione, viendo el estado de su amiga y presenciando cómo el Sauce Boxeador les lanzaba otro latigazo, con las ramitas enroscadas como puños

—Si ese perro ha podido entrar, nosotros también —jadeó Cedric.

Antes de que Hermione y Susan pudieran detenerlo, echó a correr tratando de encontrar un camino a través de las ramas que daban trazallos al aire, zigzagueando entre ellas, pero era imposible acercarse un centímetro más sin ser golpeado por el árbol. Una de las ramas le dio de lleno en el pecho, arrojándolo contra el suelo.

—¡Socorro, socorro! —gritó Susan como una histérica, dando brincos sin moverse del sitio—. ¡Por favor...!

Crookshanks dio un salto al frente: se deslizó como una serpiente por entre las ramas que azotaban el aire y se agarró con las zarpas a un nudo del tronco. De repente, como si el árbol se hubiera vuelto de piedra, dejó de moverse.

Ante la situación, Harry, Susan y Hermione, que aún se mantenían en pie, fueron al encuentro de Cedric para levantarle del suelo. El golpe le había rasgado el jersey y la tela se había llenado de sangre.

—¿Estás bien? —le preguntó Harry, sujetándole los hombros al verle ligeramente aturdido.

—No importa —contestó él, intentando centrarse—. Debemos encontrar a Ron.

Crookshanks se colocó junto al hueco de las raíces, sacudiendo su cola de brocha. Los cuatro recorrieron tras él la distancia que les separaba del tronco, llegaron al hueco y entraron en él a gatas, deslizándose por una rampa de tierra hasta la boca de un túnel de techo muy bajo. Crookshanks encabezaba la fila y sus ojos brillaban a la luz de la varita de Hermione.

—¿Adónde irá este túnel? —se preguntó la muchacha casi sin aliento, observando cada detalle—. ¿Salía en el mapa, Harry?

—Sí... pero Fred y George creían que nadie lo había utilizado nunca —respondió él—. Se sale del límite del mapa, pero daba la impresión de que iba a Hogsmeade.

Cedric, que ayudaba a Susan a incorporarse, se ofreció a llevarla sobre sus espaldas en vista de que su herida le impedía seguir más adelante. Ayudándola a subirse a cuestas, prosiguieron por el extraño sendero tan aprisa como podían, casi doblados por la cintura.

Se sorprendieron en cuanto el túnel empezó a elevarse y Crookshanks parecía estar iluminado por una tenue luz que penetraba por una pequeña abertura. Avanzaron con cautela hasta ella, levantando las varitas para ver lo que había al otro lado, y se encontraron en una habitación muy desordenada y llena de polvo. El papel se despegaba de las paredes; el suelo estaba lleno de manchas; los muebles estaban rotos, como si alguien los hubiera destrozado, y las ventanas estaban todas tapadas con tablones de madera. La habitación estaba desierta, pero a la derecha había una puerta abierta que daba a un vestíbulo en sombras. Hermione se cogió al brazo de Harry, mirando de un lado a otro con los ojos muy abiertos, y Susan estrechó sus brazos alrededor del cuello de Cedric, agarrándole con pavor.

—¿Qué es esto? —ansió saber la pelirroja—. ¿Dónde estamos?

Hermione se llenó los pulmones de aire.

—Creo que estamos en la Casa de los Gritos.

Se escuchó un crujido en lo alto, evidenciando que algo se había movido en la parte de arriba. Miraron al techo, y decididos, entraron en el vestíbulo y subieron por la escalera, que se estaba desmoronando, tan en silencio como pudieron. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, y en el suelo podía distinguirse el paso de algo que había sido arrastrado escaleras arriba, dejando una estela ancha y brillante.

Llegaron hasta el oscuro descansillo y apagaron las luces de sus varitas. Solamente había una puerta abierta, y al dirigirse despacio hacia ella, oyeron un movimiento al otro lado: un suave gemido, seguido de un ronroneo profundo y sonoro. Intercambiaron una fugaz mirada entre los cuatro y cesaron su acuerdo con un asentimiento con la cabeza, sosteniendo sus varitas en alto. Hermione fue la encargada de abrir la puerta de una patada.

Crookshanks pasó como una bala por delante de ella y se acostó en una magnífica cama con dosel y colgaduras polvorientas. En el suelo, a su lado, estaba Ron sujetándose el brazo, que sobresalía en un ángulo anormal.

—¡Ron! —gritó Harry, acercándose rápidamente a él.

—¿Dónde está el perro? —preguntó Cedric con el aliento sofocado, ayudando a Susan a deslizarse cuidadosamente por su espalda para quedar de nuevo en pie sobre el suelo.

—No hay perro —gimió el pelirrojo con los dientes apretados por el dolor—. Harry, esto es una trampa...

—¿Qué...?

—¡Él es el perro! —declaró, señalando por encima de sus hombros con el pulso tembloroso—. ¡Es un animago!

Los cuatro se dieron la vuelta con rapidez, y el hombre oculto en las sombras cerró la puerta tras ellos. Hermione le contempló sin respiración: una masa de pelo sucio y revuelto le caía hasta los hombros; su piel pálida estaba tan estirada sobre los huesos de la cara que parecía una calavera, y si no le hubieran brillado los ojos en las cuencas profundas y oscuras, habría creído que se trataba de un cadáver. Una mueca dejaba al descubierto sus dientes amarillos, y la muchacha se sintió abatida por la más que evidente realidad. Era Sirius Black.

—¡Expelliarmus! —exclamó, dirigiendo hacia ellos la varita de Ron.

Las varitas que Harry, Cedric, Susan y Hermione empuñaban saltaron de sus manos, y Black las recogió. Satisfecho, dio un paso hacia ellos, con los ojos fijos en Harry.

—Pensé que vendrías a ayudar a tu amigo. Tu padre habría hecho lo mismo por mí —aseguró con voz ronca, como si no la hubiera empleado en mucho tiempo—. Habéis sido muy valientes por no salir corriendo en busca de un profesor. Muchas gracias. Esto lo hará todo mucho más fácil...

Harry oyó la burla sobre su padre como si Black la hubiera proferido a voces. Notó la quemazón del odio, que no dejaba lugar al miedo. Por primera vez en su vida habría querido volver a tener en su mano la varita, no para defenderse, sino para atacar... para matar. Sin saber lo que hacía, se adelantó, pero algo se movió a sus costados, y dos pares de manos lo sujetaron y lo hicieron retroceder.

—¡No, Harry! —le imploró Hermione, agarrándolo con fuerza.

Cedric, haciendo un paso al frente, se dirigió a Black.

—Si quieres matar a Harry, tendrás que matarnos también a nosotros.

—No —sentenció Black, acentuando la mueca—. Sólo uno morirá esta noche.

—¡Y ese serás tú! —vociferó Harry, liberándose de Hermione.

Había olvidado la magia. Había olvidado que era bajito y poca cosa y que tenía trece años, mientras que Black era un hombre adulto y alto. Lo único que sabía Harry era que quería hacerle todo el daño posible, y que no le importaba lo que recibiera a cambio.

Tal vez fuera por la impresión que le produjo ver a Harry cometiendo aquella necedad, pero Black no levantó a tiempo las varitas. Harry sujetó por la muñeca la mano libre de él, desviando la orientación de éstas, y tras propinarle un puñetazo en el pómulo, los dos cayeron hacia atrás, contra la pared. Ron y Susan gritaron al ver un resplandor cegador cuando las varitas que Black tenía en mano lanzaron un chorro de chispas que por poco no dieron a Harry en la cara, y todas cayeron al suelo en cuanto Black aferró los hombros del muchacho con sus manos, intentando separarse de él.

Al ver su propia varita en el suelo, Harry se tiró hacia ella y la tomó entre sus dedos. El estrecho tórax de Black subía y bajaba con rapidez mientras veía al muchacho aproximarse con ella muy despacio, apuntándole directamente al corazón.

—¿Vas a matarme, Harry?

El muchacho se paró delante de él, sin dejar de apuntarle con la varita, y bajó la vista para mirarle directamente a la cara.

—Tú mataste a mis padres —sentenció él con la voz temblorosa, pero manteniendo su mano firme.

Black le devolvió fijamente la mirada con aquellos ojos hundidos.

—Si supieras toda la historia...

—¿Toda la historia? —repitió Harry, con un furioso martilleo en los oídos— . ¡Los entregaste a Voldemort! Eso es todo lo que necesito saber.

—Tienes que escucharme —le aseguró Black con un dejo de apremio en la voz—. Lo lamentarás si no... si no comprendes...

Antes de que pudiera seguir, algo canela pasó por delante de Harry como un rayo. Crookshanks había saltado sobre el pecho de Black y se quedó allí, sobre su corazón.

—Vete —le pidió al animal, tratando de quitárselo de encima, pero éste hundió las garras en su túnica y volvió su cara aplastada hacia Harry, mirándole con sus grandes ojos amarillos.

Hermione, desde su posición, comprendió lo que había estado ocurriendo delante de sus narices sin apenas darse cuenta de ello. Ahora entendía por qué Crookshanks se escabullía constantemente, y recordó la noche en la que le pareció haberles visto a ambos caminando por los terrenos, dándose cuenta de que no había sido ninguna imaginación suya. Su gato estaba dispuesto a entregar su vida por Black... y aquello la desencajó por completo.

Sintió como sus ojos se acristalaron al ver a Harry apretando la varita con una fuerza irracional, y cruzó fugaz por su mente la idea de detenerle... pero sabía que no podía.

La puerta de la habitación se abrió de golpe entre una lluvia de chispas rojas, y los muchachos se volvieron cuando el profesor Lupin entró en la habitación como un rayo. Tenía el rostro muy pálido, mantenía la varita levantada y dispuesta, y con sus ojos glaucos examinó a todos y cada uno de los integrantes de la habitación hasta dar con Harry, que seguía con la varita en alto, y a Black, desplomado a sus pies.

—¡Expelliarmus!

La varita de Harry escapó de su mano y Lupin la acogió hábilmente, adentrándose en la habitación. Su absoluta atención recayó entonces sobre Black, que todavía tenía a Crookshanks protectoramente encaramado en el pecho.

—¿Dónde está, Sirius? —se dirigió a él con la voz temblorosa de emoción contenida.

Los cinco muchachos miraron a Lupin con desconcierto, sin comprender qué quería decir. Durante unos segundos, Black, cuyo rostro carecía completamente de expresión, no se movió. Después, muy despacio, levantó la mano y señaló a Ron.

—Pero entonces... ¿por qué no se ha manifestado antes? —murmuró Lupin, mirando tan intensamente a Black que parecía leer sus pensamientos—. A menos que fuera él quien... a menos que te transmutaras sin decírmelo...

Muy despacio, sin apartar los hundidos ojos de Lupin, Black asintió con la cabeza.

—Profesor Lupin, ¿qué pasa? —interrumpió Cedric en voz alta—. ¿Qué...?

El muchacho no fue capaz de terminar la pregunta al ver lo que sucedía frente a sí. Lupin bajó la varita, se acercó a Black, le cogió la mano y tiró de él para incorporarlo, dejando caer a Crookshanks al suelo. Sin pensárselo dos veces, se arrojó sobre él y lo abrazó como a un hermano.

Hermione sintió como si le hubieran agujereado el fondo del estómago, y se tambaleó un paso adelante, completamente atónita frente a lo que veía.

—¡No puedo creerlo! —espetó, notando como las lágrimas que había logrado contener hasta ahora caían irremediablemente por sus mejillas.

Lupin soltó a Black y se volvió hacia ella, mirándola con pesar.

—Hermione...

—¡Tú! Tú y... ¡él!

—Tranquilízate, Hermione...

—¡No se lo he dicho a nadie! ¡Te he estado encubriendo como una idiota!

—¡Hermione, escúchame, por favor!

—¡Yo confiaba en ti! ¡Confiaba en ti ciegamente! —le gritó, temblando por la ira—. ¡Pero eres un puto traidor! ¡Eres su amigo!

—¡Te estás equivocando! —alegó Lupin—. No he sido amigo suyo durante estos doce años, pero ahora sí. Déjame explicártelo.

—¡No! —lo acalló ella—. Harry, ¡no te fíes de él! ¡Ha ayudado a Black a entrar en el castillo! ¡También él quiere matarte! ¡Es un hombre lobo!

Se hizo un vibrante silencio. Todos miraban a Lupin, que parecía tranquilo ante la revelación, aunque estaba muy pálido.

—Estás acertando mucho menos que de costumbre, Hermione —exclamó con voz tenue—. Yo no he ayudado a Sirius a entrar en el castillo, y te aseguro que no quiero matar a Harry.

—Eso significa que... ¿Dumbledore le contrató sabiendo que era usted un licántropo? —evidenció Cedric con la voz ahogada—. ¿Está loco?

—Hay quienes opinan que sí —admitió Lupin—. Le costó convencer a ciertos profesores de que yo era de fiar.

La mente de Hermione se trasladó a la noche de la incursión de Black en el castillo, dejando gotear sobre su cabeza las palabras confusas que Snape había ofrecido a Dumbledore y que ahora tomaban todo el sentido.

«Parece... casi imposible... que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda del interior.»

—Pero no logró convencerlos a todos —escupió la muchacha sus palabras envenendadas, secándose las lágrimas con la manga de su jersey—. El director debió haber escuchado a Snape. Él lo sabía. Sabía que tú habías estado ayudándole todo este tiempo.

Lupin negó con la cabeza, decepcionado.

—No dejes que eso te ciegue, Hermione —le imploró, y el significado que tenía su petición quedó para el único entendimiento de ambos—. No he ayudado a Sirius.

—Si no lo ha estado ayudando —dijo Susan, mirando furiosamente a Black—, ¿cómo sabía que se encontraba aquí?

—Por el mapa —explicó él—. Por el mapa del merodeador. Estaba en mi despacho examinándolo...

—¿Sabe utilizarlo? —le preguntó Harry con suspicacia.

—Por supuesto —contestó Lupin, haciendo con la mano un ademán de impaciencia—. Yo colaboré en su elaboración. Yo soy Lunático... es el apodo que me pusieron mis amigos en el colegio.

—¿Usted hizo...?

—Lo importante es que esta tarde lo estaba examinando porque tenía la idea de que los cinco intentaríais salir furtivamente del castillo para visitar a Hagrid antes de que su hipogrifo fuera ejecutado. He resultado estar en lo cierto —comenzó a pasear sin dejar de mirarlos, levantando el polvo con los pies—. Supuse que os cubriríais con la vieja capa de tu padre, Harry.

—¿Cómo sabe lo de la capa?

—¡La de veces que vi a James desaparecer bajo ella! Que llevéis una capa invisible no os impide aparecer en el mapa del merodeador. Os vi cruzar los terrenos del colegio y entrar en la cabaña de Hagrid. Veinte minutos más tarde dejasteis a Hagrid y volvisteis hacia el castillo, acompañados por alguien.

—¿Qué dice? —lo interrumpió Ron—. No nos acompañaba nadie.

—No podía creer lo que veía —prosiguió Lupin sin escucharle—. Creía que el mapa estaría estropeado. ¿Cómo podía estar con vosotros?

—¡No había nadie con nosotros! —gritó Susan.

—Y entonces vi otro punto que se os acercaba rápidamente, con la inscripción «Sirius Black». Vi que chocaba con vosotros, vi que arrastraba a dos de vosotros hasta el interior del Sauce Boxeador.

—¡A uno de nosotros!

—No, Ron —le corrigió, plantándose frente a él—. A dos.

Black, que se había dirigido hacia la cama adoselada y se había echado encima, ocultando su rostro con manos temblorosas, se incorporó de un salto, completamente consumido.

—¡Basta ya de charla, Remus! —gritó, flaqueándole la voz—. ¡Vamos, matémosle!

—¡Espera! —le pidió él.

—¡Ya he esperado bastante! ¡Doce años encerrado en Azkaban!

El profesor Lupin clavó sus ojos glaucos sobre el suelo, como si en su interior se estuviera librando una batalla campal en la que se sentía incapaz de escoger bando. Hermione tuvo la esperanza de que él se decantara en su favor, y por ello se sintió extremadamente vacía en cuanto le vio alzar la varita, ofreciéndosela a Black.

—De acuerdo. Mátalo —sentenció en un hilo de voz—. Pero espera un minuto más. Harry debe saber porqué.

El muchacho se colocó entre Cedric y Hermione, quienes se mantenían más cercanos a ambos hombres, con los rostros desencajados.

—¡Ya sé porqué! ¡Tú traicionaste a mis padres! —gritó señalando a Black, cuya cara sufría en ese momento un movimiento espasmódico—. ¡Ellos murieron por tu culpa!

—¡No, Harry! ¡No fue él! —se le encaró Lupin, interponiéndose entre ambos—. ¡Alguien traicionó a tus padres, pero es alguien que hasta muy recientemente yo consideraba muerto!

—¡¿Quién fue entonces?!

—¡Peter Pettigrew! —señaló Black, enseñando los dientes amarillos—. ¡Y está en este cuarto, aquí y ahora!

Sus ojos grises se postraron amenazadores sobre los muchachos, y con la varita sujeta entre sus dedos largos y sucios empezó a caminar amenazante hacia ellos. Hermione no se detuvo a pensar en que no tenía nada con lo que confrontarle, pero no le importó: se colocó delante de Harry dispuesta a servir de escudo humano y esperó a que llegara el golpe. Y llegó.

La única puerta de la habitación volvió a sacudirse contra las paredes, y el estruendo que había causado sonó familiar a sus oídos. Con el pecho repleto de seguridad, Hermione viró en su dirección y un inevitable suspiro se formó entre sus labios al reconocer su causante. Snape se adentró en el espacio con la espalda recta y la varita alzada, y su sola presencia enmudeció a todos los que estaban presentes.

Sin mediar palabra y con un solo movimiento, hizo que la varita que Black sostenía saltara por los aires, y apuntó firmemente sobre el cuello. Su cara rebosaba una sensación de triunfo infinita.

—Cómo de dulce es la venganza —murmuró su voz profunda, a medida que se acercaba a él como un cazador a su presa—. Cómo deseaba ser yo quien te encontrara.

—Severus... —se interpuso Lupin, intentando calmar la situación.

—Le he dicho una y otra vez al director que ayudabas a tu viejo amigo Black a entrar en el castillo, Lupin —prosiguió, apuntándole también a él con los ojos llenos de odio—. Y aquí está la prueba.

—Brillante, Snape. Una vez más pones tu incisiva mente a trabajar y una vez más fallas en tu conclusión —se jactó Black—. ¡Ahora, si nos disculpas, Remus y yo tenemos asuntos pendientes que atender!

Como si su tono hubiera prendido la mecha de su furia, Snape avanzó violentamente hasta él, rozando su mandíbula con la varita.

—Dame una razón, una sola razón, y te juro que lo haré.

Black se detuvo en seco. Era imposible decir qué rostro irradiaba más odio. Hermione se quedó paralizada, sin saber qué hacer ni a quién creer, y al intentar buscar una salida, dirigió una mirada de socorro a sus amigos: Ron, Susan y Cedric parecían tan perdidos como ella, mientras que Harry desviaba su atención en otra parte, como si hubiera encontrado una vía de escape. Al mirar en su misma dirección, comprendió a qué se debía su distracción: la varita de Ron había caído junto a ellos.

—Severus, no seas insensato —le sugirió Lupin, evidenciando que ninguno de los tres mayores se había percatado del detalle.

—No puede, ya es un hábito.

—Sirius, cállate.

—¡Cállate tú, Remus!

Snape gruñó ante la escena.

—Miraos, discutiendo como un matrimonio rancio.

Black le dedicó una carcajada agrietada.

—¿Por qué no te vas a jugar un rato con tus cacharritos de química, Quejicus?

La expresión de Snape adquirió un destello de locura que Hermione nunca había visto en él: parecía fuera de sí. Hundió la varita sobre la piel de Black como si pretendiera atravesarla y apretó furiosamente los dientes.

—Sabes que podría hacerlo. Pero, ¿por qué negarle el gusto a los dementores? Están deseando capturarte —pareció jurarle—. ¿Detecto cierto rictus de terror? Sí, el Beso del dementor... sólo imaginarlo resulta insoportable. Se dice también que presenciarlo es insufrible, pero estoy preparado.

El rostro de Black perdió el escaso color que le quedaba, y Lupin caminaba en círculos intentando encontrar las palabras adecuadas.

—Severus, por favor... tiene que haber una manera de...

—Silencio —le exigió Snape en el tono más agrio posible, y señaló hacia la puerta, invitando a Black a salir—. Tú primero.

El hombre apenas hubo dado un paso cuando Harry volvió a quedar frente a ellos. Sin saber muy bien lo que hacía, y a sorpresa de los presentes, alzó la varita que había recogido del suelo y apuntó hacia Black, que se revolvió en su sitio, temiendo que lo atacase. Harry inició su movimiento con la varita, pero el hechizo impactó contra un objetivo inesperado.

—¡Stupefy!

Una ráfaga de aire movió la puerta sobre sus goznes, y Snape fue alzado en el aire y lanzado contra la pared: su cuerpo resbaló hasta el suelo con un hilo de sangre que le brotaba de la cabeza. Estaba sin conocimiento.

Hermione se echó las manos a la cabeza, sintiéndose al borde del desfallecimiento.

—¡Harry! —gritó ella, desconsolada—. ¡Pero qué demonios has hecho!

Siguiendo ciegamente su instinto, se lanzó en dirección al inconsciente profesor sin saber muy bien qué podría hacer por él, pero no anduvo más de tres pasos.

—¡Quédate ahí y no te muevas, Hermione! —le exigió Harry bruscamente, y rehuyó su varita y sus ojos en Black, aún sin estar seguro de haber hecho lo que debía—. ¡Háblame de Peter Pettigrew!

—¡Estuvo en la escuela con nosotros! —volvió a salir Lupin en su defensa—. ¡Creíamos que era un amigo!

—¡Es imposible! ¡Pettigrew está muerto! ¡Él le mató!

—¡No! ¡Eso pensé yo también hasta el día que dijisteis que le habíais visto en el mapa!

—¡El mapa mintió, entonces!

—¡El mapa nunca miente! —aseguró Black—. ¡Pettigrew está vivo! ¡Y está ahí!

Alzando su mano roñosa, apuntó directamente sobre Ron, justo al final de la sala.

—¿Yo? —se escandalizó el pelirrojo—. ¡Está loco!

—¡No, tú no! —negó desesperado—. ¡Tu rata!

—¡Pero qué dice! ¡Scabbers lleva en mi familia...!

—¿Doce años? —exclamó Black, escéptico—. Curioso, larga vida para una vulgar rata de alcantarilla... ¿verdad que le falta un dedo?

—¿Y eso qué importa?

Harry bajó suavemente la varita y sus ojos verdes parecieron perdidos y confusos.

—Lo único que encontraron de Pettigrew fue...

—¡Exacto! ¡Un dedo! —asintió Black—. ¡El muy cobarde se lo cortó para que todos pensaran que había muerto! ¡Y después se transformó en una rata!

Ron apretó a Scabbers aún más fuerte contra el pecho, que chillaba poderosamente, como si se negara a creerse su versión.

—Mirad, seguramente Scabbers tuvo una pelea con otra rata, o algo así —intentó vagamente justificarse—. ¡Ha estado con mi familia desde que tengo uso de razón!

—¿No te has preguntado nunca por qué vive tanto? —se añadió Lupin.

—Bueno, la hemos cuidado muy bien.

—Pero ahora no tiene muy buen aspecto, ¿verdad? Apostaría a que su salud empeoró cuando supo que Sirius se había escapado.

—¡La ha asustado ese gato loco! —repuso Ron, señalando con la cabeza a Crookshanks, que seguía ronroneando en la cama.

Pero no había sido así, pensó Hermione. Scabbers ya tenía mal aspecto antes de encontrar a Crookshanks. Desde que Ron volvió de Egipto. Desde que Black escapó.

—Este gato no está loco. Es el más inteligente que he visto en mi vida. Reconoció a Peter inmediatamente —aseguró Black con voz ronca, alargando su mano huesuda y acariciando la cabeza mullida de Crookshanks—. Cuando me encontró supo que yo no era un perro de verdad. Pasó un tiempo antes de que confiara en mí, pero finalmente me las arreglé para hacerle entender qué era lo que pretendía, y me ha estado ayudando...

Hermione parpadeó un par de veces, intentando asimilar toda aquella información. Su cerebro empezaba a hundirse con el peso de las muchas cosas que oía y que iban tomando forma y sentido.

—¿Él... él ha estado a tu lado? ¿Desde el principio?

—Sí, así es. Y ha sido un buen aliado —asintió Black—. Intentó que Peter se me acercara, pero no pudo... así que se apoderó de las contraseñas para entrar en la torre de Gryffindor. Según creo, las cogió de la mesilla de noche de un muchacho. ¡Hasta se prestó a hacer de señuelo cuando los profesores me buscaron en el castillo, encerrándose en un baúl!

Ron dio una súbita puntada de pie sobre el suelo, apoderándose de su atención.

—¡No es Peter, maldita sea! ¡Es Scabbers! ¡Estáis locos!

—Demuéstralo —sugirió Cedric, mirando a Black con desafío—. Dásela, Ron.

—¡No! ¡¿Qué vais a hacer con ella?!

—Obligarla a transformarse —respondió Lupin—. Si de verdad es sólo una rata, no sufrirá ningún daño.

Ron dudó durante unos instantes, meditando aquella dudosa posibilidad. Instintivamente buscó el rostro afable de Susan, que asintió discretamente con la cabeza como respuesta, y acabó poniendo a Scabbers, que se retorcía y se agitaba, en manos de Black. Sus ojos diminutos y negros parecían salirse de las órbitas.

—¿Preparado, Sirius? —preguntó Lupin, que había recuperado  su varita y se la entregaba con fidelidad.

Los ojos húmedos de Black parecían arder, y con la misma furia que sentía blandió la varita. Un destello de luz azul y blanca salió de ella, y durante un segundo, Scabbers se quedó petrificada en el aire, torcida, en posición extraña. Ron gritó al ver que la rata golpeaba el suelo al caer, hasta que hubo otro destello cegador. Una cabeza brotó del suelo; surgieron las piernas y los brazos, y al cabo de un instante, se formó el tronco de un hombre que se halló, encogido y retorciéndose las manos, en el lugar de Scabbers. Era muy bajito, apenas un poco más alto que Harry y Cedric. Tenía el pelo ralo y descolorido, con calva en la coronilla. Parecía encogido, como un gordo que hubiera adelgazado rápidamente. Su piel parecía roñosa, casi como la de Scabbers, y le quedaba algo de su anterior condición roedora en lo puntiagudo de la nariz y en los ojos pequeños y húmedos. Los miró a todos, respirando rápida y superficialmente, y Crookshanks bufó y gruñó en la cama, con el pelo erizado.

—Si... Sirius. Re... Remus —incluso la voz de Pettigrew era como de rata—. Amigos, queridos amigos...

Black levantó el brazo con el que sostenía la varita, pero Lupin lo sujetó por la muñeca y le echó una mirada de advertencia. Entonces se volvió a Pettigrew con voz ligera y despreocupada.

—Acabamos de tener una pequeña charla, Peter, sobre lo que sucedió la noche en que murieron Lily y James. Quizás te hayas perdido alguno de los detalles más interesantes mientras chillabas.

—Remus, no lo creerás, ¿verdad? Intentó matarme a mí —suspiró Pettigrew con la voz entrecortada, y Hermione vio gotas de sudor en su pálido rostro—. ¡Tienes que protegerme! ¡Mató a Lily y a James, y ahora quiere matarme a mí!

—¡Tú vendiste a James y a Lily a Voldemort, desgraciado! —rabió Black, apretando los dientes.

—¡No era mi intención! El Señor Oscuro... ¡no sabéis las armas que posee! —sollozó Pettigrew—. ¿Y tú, Sirius? ¿Qué habrías hecho tú?

—¡Mejor morir que traicionar a tus amigos! ¡Todos habríamos preferido la muerte a traicionarte a ti!

Pettigrew se arrodilló, como si aquellas palabras hubieran sido su propia sentencia de muerte. Fue arrastrándose de rodillas, humillándose, con las manos unidas en actitud de rezo.

—Sirius, soy yo, soy Peter... tu amigo. No..., tú no...

Black amagó un puntapié y Pettigrew retrocedió.

—¡Ya hay bastante suciedad en mi túnica sin que tú la toques!

Pettigrew temblaba sin control y volvió lentamente la cabeza hacia Harry.

—Harry, Harry.. qué parecido eres a tu padre... igual que él...

—¡¿Cómo te atreves a hablarle a Harry?! —bramó Black—. ¡¿Cómo te atreves a mirarlo a la cara?! ¡¿Cómo te atreves a mencionar a James en su presencia?!

—Harry, Harry —susurró Pettigrew, arrastrándose hacia él con las manos extendidas—, James no habría consentido que me mataran... James lo habría comprendido, Harry... habría sido clemente conmigo...

Tanto Black como Lupin se dirigieron hacia él con paso firme, lo cogieron por los hombros y lo tiraron de espaldas al suelo. Era lamentable verlo: parecía un niño grande y calvo que se encogía de miedo, rompiendo a llorar.

—¡Tendrías que haberte dado cuenta, Peter —murmuró Black con los ojos repletos de furia, apuntándole con la varita—, que si Voldemort no te mataba lo haríamos nosotros!

Susan se cubrió el rostro con las manos y se volvió hacia la pared.

—¡No! —gritó Harry, casi sin aliento—. ¡No podéis matarlo!

Tanto Black como Lupin se quedaron de piedra.

—Harry, esta alimaña es la causa de que no tengas padres —gruñó Black—. Este ser repugnante te habría visto morir a ti también sin mover ni un dedo. Ya lo has oído. Su propia piel maloliente significaba más para él que toda tu familia.

—Sí, lo sé —jadeó el muchacho—. Lo llevaremos al castillo. Lo entregaremos a los dementores... pero no lo matéis.

—¡Harry! —exclamó Pettigrew entrecortadamente, y le rodeó las rodillas con los brazos—. Tú... gracias. Es más de lo que merezco. Gracias.

—Suéltame —le apartó con asco—. No lo hago por ti. Lo hago porque creo que mi padre no habría deseado que sus mejores amigos se convirtieran en asesinos por culpa tuya.

—Tú eres la única persona que tiene derecho a decidir, Harry —dijo Black—. Pero piensa, piensa en lo que hizo.

—Que vaya a Azkaban —sugirió el muchacho—. Si alguien merece ese lugar, es él.

Pettigrew seguía jadeante detrás de él.

—De acuerdo —asintió Lupin con parsimonia—. Hazte a un lado, Harry. Voy a atarlo.

El muchacho se quitó de en medio. Lupin, recogiendo su varita, hizo surgir unas cuerdas delgadas, semejantes a serpientes, que se enroscaron alrededor de la boca, las muñecas y los tobillos de Pettigrew. Este perdió el equilibrio y cayó al suelo, incapaz de moverse.

—Dos de nosotros deberían encadenarse a esto —sugirió Black, dándole a Pettigrew un puntapié—, sólo para estar seguros.

—Yo lo haré —se ofreció Lupin.

—Yo también —asintió Cedric.

Black hizo aparecer unas esposas macizas. Pettigrew volvió a encontrarse de pie, con el brazo izquierdo encadenado al derecho de Lupin y el derecho al izquierdo de Cedric.

—¿Y qué hacemos con el profesor Snape? —preguntó Hermione en voz baja, acercándose hasta su posición con cierto retraimiento y tocando la poca sangre que había brotado de él, comprobando que ya estaba seca.

Susan se arrodilló a duras penas junto a ella, se inclinó hacia él y le tomó el pulso.

—Sigue sin conocimiento, pero está estable.

—Tal vez sea mejor dejarlo así hasta que hayamos vuelto al castillo. Podemos llevarlo tal y como está —murmuró Lupin—. Conoces el hechizo, ¿verdad, Hermione?

La muchacha asintió con fervor, y habiendo recogido su propia varita, apuntó sobre la figura convaleciente con la mayor dulzura que fue capaz de emplear en su gesto.

Mobilicorpus.

El cuerpo inconsciente de Snape se incorporó como si tiraran de él unas cuerdas invisibles. Estaba levantado unos centímetros del suelo, levitando sobre su superficie, y Hermione lo trasladó cuidadosamente hacia la salida, vigilando que no se golpeara con nada más.

Crookshanks saltó ágilmente de la cama y se puso el primero de la hilera, con la cola alegremente levantada.

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