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Capítulo LXIX - Immobulus

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO LXIX —

I m m o b u l u s 

La sala oscura desapareció. A su alrededor veían pasar manchas de formas y colores borrosos, y notaban palpitaciones en los oídos. Harry quiso gritar, pero no podía oír su propia voz. Sintieron el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse: se hallaban en pie en la vacía enfermería y un chorro de luz dorada bañaba el suelo pavimentado, penetrando por las puertas principales, que estaban abiertas. Hermione ya se había acostumbrado a la sacudida que se sentía al viajar atrás en el tiempo, por lo que comprendió a la perfección lo mareado que debía sentirse Harry cuando le vio pálido y jadeante a su lado, con la cadena clavándosele en el cuello.

—Hermione, ¿qué demonios...? —murmuró él con dificultad—. ¿Qué... qué acaba de pasar?

—Hemos retrocedido en el tiempo —sentenció ella, quitándole la cadena—. Tres horas, para ser exactos.

El muchacho se palpó la pierna y se dio un fuerte pellizco. Le dolió mucho, lo que en principio descartaba la posibilidad de que estuviera soñando.

—Pero...

—¡Escucha! ¡Se oyen pasos! ¡Creo que la cena debe haber terminado! —le interrumpió ella—. Debemos estar a punto de ir hacia la cabaña de Hagrid.

—¿Quieres decir que estamos aquí y que también estamos ahí fuera?

—Sí, Harry —respondió con cierta obviedad.

Ambos salieron hacia el vestíbulo y se detuvieron en el pasadizo más próximo, escondidos de ellos mismos. Hermione se sentó en el suelo, esperando, y Harry se sintió impaciente ante la actitud de ella, queriendo que le aclarara la situación.

—¿De dónde has sacado ese reloj de arena?

—Se llama giratiempo. Me lo dio Dumbledore el primer día de clase, y me hizo jurar que no se lo contaría a nadie —le explicó pausadamente—. A Dumbledore le costó convencer al Ministerio de Magia para que me dieran uno. Supongo que debió decirles que era una estudiante modelo y que no lo utilizaría nunca para otro fin. Gracias a él he podido asistir a varias clases que tenían lugar al mismo tiempo, ¿te das cuenta?

Harry la miró con curiosidad, asimilando lentamente lo que le decía.

—Está bien, comprendo que has contado con esta ayuda durante todo el curso —murmuró él—. Sin embargo, no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Por qué nos ha dicho que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a Sirius?

Hermione frunció el entrecejo, como si estuviera estrujándose el cerebro.

—Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora. Dumbledore ha dicho simplemente... que podíamos salvar más de una vida inocente... —reflexionó en voz alta, admirando el exterior por el ventanal del pasadizo y dejando que sus ojos se iluminaran ante la ocurrencia—. Espera, ¡tiene sentido! ¡Vamos a salvar a Buckbeak!

—Pero, ¿y Sirius?

—Dumbledore nos ha dicho dónde está la ventana del despacho de Flitwick. ¡Tenemos que volar con Buckbeak hasta allí!

—¡Es cierto! ¡Sirius puede escapar montado en él!

—¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro!

—Bueno, tenemos que intentarlo —exclamó Harry con entusiasmo, y se asomó discretamente hacia el vestíbulo, viendo como una puerta se abría—. Creo que ya salimos...

Hermione imitó su gesto, y ambos escucharon el leve sonido de unos pasos acompasados circulando hacia la escalera principal. Iban despacio, ocultos bajo la capa invisible. Al oír cómo el Gran Portón se cerraba, Harry y Hermione salieron al vestíbulo desierto tan rápido y en silencio como pudieron. Se aventuraron al exterior, viendo cómo las sombras se alargaban y las copas de los árboles del Bosque Prohibido volvían a brillar con un fulgor dorado.

—Nos internaremos en el bosque para ocultarnos detrás de los árboles —aseguró Hermione a medida que avanzaban—. Tenemos que apartarnos de la cabaña de Hagrid, o de lo contrario nos veríamos a nosotros mismos.

Ambos echaron a correr, atravesando los huertos hasta los invernaderos, y se detuvieron un momento detrás de estos hasta que reanudaron el camino a toda velocidad. Caminaron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque, y al vislumbrar la fachada de la cabaña se escondieron tras un grueso roble, mirando por ambos lados.

Se escuchó como alguien llamaba a la puerta. Hagrid apareció tembloroso y pálido, buscando en todas direcciones, y oyeron la voz de Susan bajo la capa.

—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar, nos la quitaremos.

—No deberíais haber venido.

Hagrid se hizo a un lado y cerró rápidamente la puerta.

—Esto es lo más raro que he visto en mi vida —comentó Harry al aire.

—Vamos a adelantarnos un poco —sugirió Hermione, haciendo caso omiso a su comentario—. ¡Tenemos que acercarnos más a Buckbeak!

Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la valla que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.

—¿Ahora? —susurró Harry.

—¡No! —lo detuvo Hermione—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la Comisión creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que lo vean atado!

—¿Y si entráramos directamente en la cabaña y nos apoderásemos de Pettigrew?

Hermione le dedicó una mirada de desaprobación que logró helarle la sangre que circulaba eufórica por sus venas.

—¿No lo entiendes? ¡Estamos rompiendo una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede cambiar lo ocurrido, nadie! Ya has oído a Dumbledore... si nos ven...

—Sólo nos vería Hagrid y nosotros mismos.

—¿Y qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la cabaña?

—Supongo que creería que me he vuelto loco.

—No lo comprenderías. Incluso puede que te atacaras a ti mismo —aclaró ella—. Han sucedido cosas terribles cuando los magos se han inmiscuido con el tiempo. Muchos terminaron matando por error su propio yo, pasado o futuro.

—Está bien, sólo era una idea —se excusó el muchacho—. Yo sólo había pensado que...

Pero Hermione le dio un codazo y señaló hacia el castillo. Harry movió la cabeza unos centímetros para tener una visión más clara: Dumbledore, Fudge, el anciano de la Comisión y el verdugo bajaban los escalones.

—¡Estamos a punto de salir! —sentenció ella en voz baja.

Un momento después se abrió la puerta trasera de la cabaña y se vieron a sí mismos saliendo por ella con Hagrid, y Cedric echó la capa sobre los cinco. Sin duda, era la situación más rara en la que se habían encontrado.

—Marchaos, rápido —les decía el semigigante—. No escuchéis.

Llamaron a la puerta principal y Hagrid dio media vuelta, metiéndose en la cabaña. Harry y Hermione vieron como la hierba se aplastaba a trechos alrededor de ésta y oyeron alejarse a cinco pares de pies. Ellos se habían marchado, pero el Harry y la Hermione que se ocultaban entre los árboles podían ahora escuchar por la puerta trasera lo que sucedía dentro de la cabaña.

—¿Dónde está la bestia? —preguntó la voz fría de Macnair.

—Está... está fuera... —suspiró Hagrid.

Ambos escondieron la cabeza cuando el verdugo apareció por la ventana para comprobar que Buckbeak aguardaba en el exterior.

—Tenemos que leer la sentencia, Hagrid. Lo haré rápido —se escuchó decir a Fudge—. Luego, tú y Macnair tendréis que firmar. Es el procedimiento.

El rostro de Macnair desapareció de la ventana, y ambos muchachos comprendieron que tendría que ser en ese momento o nunca.

—Espera aquí —le susurró Harry a Hermione—. Yo lo haré.

Mientras Fudge volvía a hablar, el muchacho salió disparado de detrás del árbol, saltó la valla del huerto de calabazas y se acercó sigilosamente a Buckbeak.

—«La Comisión para las Criaturas Peligrosas ha decidido que el hipogrifo Buckbeak, en adelante el condenado, sea ejecutado el día seis de junio a la puesta de sol...».

Guardándose de parpadear, Harry volvió a mirar fijamente los feroces ojos del hipogrifo e inclinó la cabeza. Buckbeak dobló las escamosas rodillas y volvió a enderezarse, y Harry soltó la cuerda que le ataba a la valla, llevándola consigo.

—«... sentenciado a muerte por decapitación, que será llevada a cabo por el verdugo nombrado por la Comisión, Walden Macnair...»

—Vamos, Buckbeak —murmuró Harry—. Sin hacer ruido, sin hacer ruido...

—«... por los abajo firmantes.» Firma aquí, Hagrid.

El chico tiró de la cuerda con todas sus fuerzas, pero Buckbeak había clavado en el suelo las patas delanteras.

—Bueno, acabemos ya —sugirió la voz atiplada del anciano de la Comisión—. Hagrid, tal vez sea mejor que te quedaras aquí dentro.

—No, quiero estar con él... no quiero que esté solo.

Se oyeron pasos dentro de la cabaña y Harry tiró de la cuerda con más fuerza. El hipogrifo echó a andar agitando un poco las alas con talante irritado, pero aún se hallaban a tres metros del bosque y se les podía ver perfectamente desde la cabaña de Hagrid.

—Un momento, Macnair, por favor —exclamó Dumbledore, deteniéndoles—. Usted también tiene que firmar.

Buckbeak dio un picotazo al aire y anduvo algo más deprisa. Hermione se asomaba por detrás del árbol con la cara pálida.

—¡Harry, date prisa!

El muchacho dio otro tirón a la cuerda y Buckbeak se puso a trotar a regañadientes. Llegaron a los árboles y Hermione salió como una flecha, asiendo también la cuerda y tirando con Harry para que Buckbeak avanzara. Al mirar por encima del hombro, comprobaron que ya estaban fuera del alcance de las miradas: desde allí no veían el huerto de Hagrid.

Se detuvieron en seco en cuanto escucharon la puerta trasera de la cabaña abriéndose de golpe. Se formó un silencio desolador en el que incluso el hipogrifo parecía escuchar con atención.

—¿Dónde está? —preguntó el anciano de la Comisión—. ¿Dónde está la bestia?

—¡Estaba atada aquí! —exclamó con furia el verdugo, señalando hacia la valla—. Yo la vi. ¡Exactamente aquí!

—¡Qué extraordinario! —suspiró Dumbledore con un dejo de desenfado en la voz.

—¡Buckbeak! —gritó Hagrid con voz ronca.

Se oyó un sonido silbante y a continuación el golpe de un hacha: el verdugo, furioso, la había lanzado contra la valla. Buckbeak empezó a tirar de la cuerda, deseoso de volver con Hagrid, pero Harry y Hermione le sujetaron con más fuerza, hundiendo los talones en la tierra.

—¡Lo han soltado! —gruñía el verdugo—. Deberíamos rastrear los terrenos y el bosque.

—Macnair, si alguien ha cogido realmente a Buckbeak, ¿crees que se lo habrá llevado a pie? Rastrea el cielo, si quieres... —se jactó Dumbledore con sutileza—.  Hagrid, no me iría mal un té. O una buena copa de brandy.

—Por... por supuesto, profesor —dijo Hagrid, al que la alegría parecía haber dejado flojo—. Entre, entre...

Harry y Hermione escucharon con atención: oyeron pasos, la leve maldición del verdugo, el golpe de la puerta y de nuevo el silencio.

—¿Y ahora qué? —susurró el muchacho, mirando a su alrededor con atención.

Hermione se detuvo a contemplar la espesura del bosque. El sol se ponía en aquel momento.

—Habrá que moverse —sentenció, pensativa—. Tenemos que ir donde podamos ver el Sauce Boxeador.

Se movieron por el borde del bosque mientras caía la noche, hasta ocultarse tras un grupo de árboles entre los cuales podían distinguir el Sauce con nitidez. Ataron la cuerda que sujetaba a Buckbeak en un tronco robusto y se acomodaron sobre una gran piedra, observando el escenario con altura.

—¡Ahí está Ron! —dijo Harry de repente.

Una figura oscura corría por el césped y el aire silencioso de la noche les transmitía el eco de sus gritos. Tras de sí, vieron a otras cuatro figuras que salían de la nada, y Ron se lanzó en picado contra el suelo, cazando a la rata.

—¡Ahí está Sirius! —comentó Hermione.

Aquel enorme perro había surgido de las raíces del Sauce, y lo vieron derribar a Harry y sujetar a Ron, arrastrándole hasta meterlo entre las raíces mientras el Sauce Boxeador crujía y largaba puñetazos con sus ramas más bajas, atizando a sus compañeros que corrían de un lado a otro en su intento por alcanzar el tronco. De repente, el árbol se quedó quieto y se distinguió una bola de pelo anaranjada sobre el nudo.

En cuanto desaparecieron, el árbol volvió a agitarse. Unos segundos después, oyeron pasos cercanos: Dumbledore, Macnair, Fudge y el anciano de la Comisión se dirigían al castillo. Los cuatro subieron por la escalera de entrada y se perdieron de vista, formando un silencio que volvió a romperse unos minutos más tarde.

Ambos distinguieron a otra figura que bajaba la escalera y se dirigía corriendo hacia el Sauce. Instintivamente, Hermione miró al cielo: las nubes ocultaban la luna llena. Cuando Lupin se encontró junto al árbol, cogió del suelo una rama rota y apretó con ella el nudo del tronco. El Sauce volvió a dejar de dar golpes y el profesor desapareció por el hueco de las raíces.

—Snape debe estar apunto de llegar —apuntó Hermione, enderezándose ligeramente.

Su figura sombría no tardó en aparecer al abrirse las puertas del castillo, y le vieron correr hacia el Sauce en pos de ellos. Decidido, alzó su varita y apuntó firmemente sobre el árbol, que volvía a agitarse.

—¡Immobulus! —murmuró el eco de su profunda voz.

—Ya está —suspiró Hermione en voz baja una vez se coló por el agujero, y se rodeó las rodillas con los brazos—. Ahora ya estamos todos dentro. Sólo tenemos que esperar a que volvamos a salir...

—¿Cómo puedes soportarlo? —preguntó Harry, viéndola de reojo—. Estando aquí y viendo lo que sucede sin poder hacer nada...

Hermione dejó caer un suspiro repleto de matices.

—A mi también me gustaría intervenir... pero esto es lo único que podemos hacer.

Harry no contestó. Permaneció callado durante unos minutos, admirando atento el paisaje. Hermione pensó que debía estar esperando indicios del más mínimo movimiento, pero se equivocaba: el muchacho tenía la vista perdida en el horizonte, preguntándose interiormente si debía o no decir en voz alta lo que pensaba.

—Hermione... —se decidió finalmente, echándole valor—. Hay algo que me gustaría preguntarte.

Ella ladeó la cabeza y frunció el ceño con extrañeza.

—¿Qué pasa?

Harry se observó las manos, en un gesto con el que pretendía inundarse de valentía, y cuando se sintió empapado de ella levantó sus ojos verdes para encontrarse con el rostro ovalado de Hermione.

—Cuando he caído rendido ante los dementores, no estaba inconsciente del todo. Tenía la vista nublada, y he... bueno, he visto cómo Snape y tú os agarrábais de la mano.

Las mejillas de Hermione adquirieron un intenso carmesí, y apartó de inmediato la vista al sentirse completamente perdida. No se sentía preparada para afrontar algo así.

—Harry, yo...

—¿Él te gusta?

En el interior de Hermione se formó un huracán de emociones encontradas que arrasó por completo con su calma y su sensatez. Se imaginaba que el hecho se habría manifestado en ella con evidencia, mostrándose nerviosa e intranquila, y pensó que no valía la pena intentar esconderse de la realidad.

—Sí —respondió finalmente, sintiéndose ahogada por sus latidos desbocados.

Harry volvió su rostro hacia el Sauce, perdiéndose de nuevo en la vista con una mueca indescifrable. Hermione no sabía qué reacción esperar de él después de su confesión, y temió para sus adentros todas las posibilidades, sintiendo cómo la angustia se asentaba en su pecho. Sin embargo, ninguna de ellas hubiera acertado lo que ocurriría.

—Creo que a él también le gustas —aseguró Harry con voz afable, volviendo a mirarla con atención.

Sus palabras la sorprendieron y la aliviaron en su misma medida.

—¿Por qué lo dices? —le preguntó ella a duras penas, sintiéndose algo falta de oxígeno.

—Él te salvó de los efectos del veneno durante nuestro primer año; en segundo, no paró hasta encontrar una pócima que hiciera crecer las mandrágoras para poder despetrificarte... y este año se ha interpuesto entre un hombre lobo y tú —se explicó él, llenando la cabeza de Hermione de recuerdos agradables—. ¿Qué más pruebas necesitas?

Ella se quedó callada unos segundos, mordiéndose el labio inferior con cierto nerviosismo. El rumbo que estaba tomando su conversación empezaba a alentarla a seguir sin temor.

—Lo ha hecho porque es su trabajo —intentó justificar, algo reacia a creer que las palabras de Harry fueran ciertas.

—Que yo sepa, rescatar a los alumnos no es el trabajo de un profesor —comentó el muchacho, queriéndola hacer entrar en razón—. Bueno, al menos en un colegio normal...

—Pero si nos basáramos en tu teoría, yo también podría pensar lo mismo de Dumbledore con respecto a ti. Él también te ha salvado, y eso no implica que le gustes...

—Siempre tiene que haber una excepción.

Ambos se rieron al unísono, soltando una carcajada que quedó camuflada entre el sonido de las hojas de los árboles y que hizo desaparecer el miedo de Hermione.

—Créeme —insistió Harry—. Snape te mira diferente al resto, y no es porque te odie: si fuera así, no se habría enfrentado a tantos peligros por ti.

Ella volvió a suspirar.

—¿Tu crees?

—Sí —asintió él—. Y también creo que deberías decírselo.

—¡Estás loco! —lo acusó ella—. ¿Cómo voy a hacer eso?

—¿Por qué no? Si nunca te atreves a hacerlo siempre obtendrás la misma respuesta.

—¡Me odiará, Harry!

—¡No seas tonta! Ármate de valor y díselo —la animó él—. Quizá hasta le alegres la vida y se le quite un poco el mal genio.

Hermione le dio un leve manotazo en el brazo que arrancó a Harry una sonrisa, y ella, sintiéndose colmada por la emoción que le provocaba tener el apoyo de él, se abalanzó sobre su cuello en un abrazo con el que casi cayeron al suelo.

Las hojas de los árboles susurraban movidas por la brisa. La luna aparecía y desaparecía tras las nubes, y al cabo de un rato empezó a escucharse un murmullo que acarició los oídos de ambos, cesando su agradable lapso de tiempo en común.

Se pusieron en pie y Buckbeak levantó la cabeza. Vieron a Lupin, Pettigrew y Cedric saliendo con dificultad del agujero de las raíces. A sus espaldas salían Harry, Ron y Sirius ayudando a Susan, y finalmente, tras el cuerpo inconsciente de Snape, aparecía Hermione.

—¿Ves a Sirius hablando conmigo? —dijo el Harry del presente, y Hermione asintió, fijándose en la escena entre ambos por segunda vez—. Me está proponiendo irme a vivir con él.

—Eso es... eso es genial.

—Cuando lo liberemos, no tendré que volver con los Dursley —declaró él con una emoción que también atrapaba a su compañera—. Me iré a vivir con él... ¡en una casa en el campo, donde se pueda ver el cielo! Eso le haría olvidar sus años en Azkaban.

La luna volvió a salir de detrás de una nube, y vieron las siluetas detenerse en medio del césped. Empezaron a escucharse los gruñidos de Lupin y presenciaron por segunda vez su transformación, horrorizados como la primera. Tras el forcejeo, Sirius salió en busca de Pettigrew y sus pasados quedaron solos frente al peligro. Hermione vio a Snape levantándose del césped con una sacudida y yendo al rescate de los cinco muchachos. Al asestarse el primer golpe y ver que el licántropo estaba decidido a atacarles de nuevo, la Hermione del presente imitó los aullidos de un lobo para llamar su atención y evitar el fatal desenlace.

—¡¿Qué estás haciendo?! —se alarmó Harry.

—¡Salvarnos la vida! —se justificó ella.

El licántropo echó a correr hacia el bosque, buscando el rastro de su aullido, y ambos se miraron entre sí con estupefacción.

—Genial, ahora viene a por nosotros —comentó el muchacho, tragando saliva.

—Sí, no había pensado en eso... —admitió Hermione, preparada para emprender la carrera—. ¡Vámonos! ¡Corre!

Se apresuraron en desatar a Buckbeak de la corteza del árbol y se echaron a correr tan deprisa como pudieron, pero no fue suficiente. Supieron que estaban perdidos en cuanto oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas. El hipogrifo, que galopaba junto a ellos, se detuvo para encararse a él, y Harry y Hermione imitaron su gesto con el aliento agitado, observando la escena.

El licántropo se abalanzó sobre él, y Buckbeak levantó las dos patas delanteras y abrió las alas de extremo a extremo, amenazador. En cuanto el hombre lobo lo alcanzó, el hipogrifo le golpeó la cabeza con el casco de sus patas, haciéndole retroceder. Dedicándole su graznido estridente consiguió que acabara huyendo entre los árboles, malherido y aturdido. 

Harry y Hermione se dedicaron unos segundos para recuperarse de la impresión hasta que un frío inusual empezó a acariciarles. Levantando la mirada hacia los cielos dormidos, vieron pasar en la lejanía a la horda de dementores que se dirigía hacia el lago.

—Sirius... —suspiró Harry—. ¡Vamos, deprisa!

Atravesaron el bosque a la mayor velocidad que sus piernas les permitieron y llegaron a la orilla opuesta del lago, donde se les presentaba el escenario de frente. Sirius y Harry, desde la otra orilla, se defendían ante una masa negra que cada vez se iba haciendo más grande: surgían dementores de la oscuridad, deslizándose por encima del lago, y llegaban de todas direcciones.

Se les encogió el corazón en el pecho en cuanto vieron caer a Sirius. El Harry del pasado se mantenía aún en pie cuando vieron aparecer a Snape y Hermione, que acudían a su encuentro. La barrera conjunta surgió como un rayo frente a ellos, alejando a los dementores.

—Vamos, papá... —murmuraba Harry, buscando algo entre la penumbra—. Tienes que aparecer...

—¿Qué ocurre?

—El patronus, Hermione. El ciervo plateado que ahuyentó a los dementores—expresó él con rapidez—. Era mi padre, estoy convencido.

La muchacha le miró con una mezcla de inquietud y pesar.

—Pero Harry... —balbuceó ella—, tu padre... tu padre está muerto.

—Lo sé, y entiendo que parezca una locura —admitió sin dejar de buscar con la mirada—. Pero vendrá, te lo aseguro. Le vi en este lado de la orilla.

Esperaron frente aquella horrible visión, inquietos y expectantes. En cuanto Hermione vio que la barrera de luz que conjuraban Snape y su yo del pasado se intensificó, supo que no podía faltar mucho más para la llegada del ciervo. Ambos veían como la masa de dementores avanzaba cada vez más a pesar de la fuerza del hechizo, y el patronus no aparecía por ninguna parte. Estaban en grave peligro.

—¡Vamos! —murmuró Harry, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? ¡Vamos, papá!

Entonces, Hermione lo comprendió. Nadie más que ellos dos se encontraba en su lado de la orilla, por lo que las opciones eran tan reducidas que se quedaban en una sola, única y cierta.

—¡Eras tú! —gritó la muchacha a los cuatro vientos—. ¡Eras tú quien lo conjuraba, Harry!

El chico se dio cuenta de que las palabras de su amiga estaban colmadas de todo sentido. No había visto a su padre: se había visto a sí mismo.

Con decisión, sacó la varita y se colocó al borde de la orilla, apuntando hacia la masa de dementores.

—¡Expecto patronum!

De la punta de la varita surgió un ciervo plateado, deslumbrante y cegador que galopaba en silencio, alejándose de ellos por la superficie negra del lago. Lo vieron bajar la cabeza para cargar contra los dementores, y éstos retrocedían, se dispersaban y huían en la oscuridad. El lago quedó desierto.

El patronus dio media vuelta. Volvía hacia Harry a medio galope, cruzando la calma superfície del agua, y se detuvo en la orilla sin que sus pezuñas dejaran huella. Miró a Harry con sus ojos grandes y plateados y lentamente reclinó la cornamenta. Para cuando él alargó las temblorosas yemas de sus dedos para acariciarle, el animal se desvaneció en el aire.

Harry se quedó en aquella misma posición, con la mano extendida, intentando asimilar todo lo que había ocurrido. Oyó tras él un ruido de cascos que hizo darle un vuelco el corazón, y al girar sobre sí mismo vio a Hermione, que se acercaba tirando de Buckbeak

Los tres aguardaron, viendo reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado y el silencio reinaba en cada rincón del espeso bosque.

—¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora, y levantó la mirada hacia el castillo para contar las ventanas de la derecha de la torre oeste.

—¡Mira! —susurró Hermione—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del castillo!

Harry miró en la oscuridad: un hombre se apresuraba por los terrenos del colegio hacia una de las entradas, con algo brillante en su cinturón.

—¡Macnair! —dijo él—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!

Hermione puso las manos en el lomo de Buckbeak y Harry la ayudó a montar. Él, apoyando el pie en una rama baja de un arbusto, montó delante de ella y pasó la cuerda por el cuello del hipogrifo, atándola también al otro lado como si fueran unas riendas. Decidido, espoleó a Buckbeak con los talones y emprendieron el vuelo hacia el oscuro cielo.

Planeaban silenciosamente sobre los terrenos hasta que sobrevolaron los pisos más altos del castillo. Harry tiró de la rienda de la izquierda y Buckbeak viró, con lo que trataron de contar las ventanas que pasaban como relámpagos. Al hallar la indicada, Harry tiró de las riendas tan fuerte como pudo y Buckbeak redujo la velocidad. Se quedaron suspendidos en el aire, subiendo y bajando cada vez que el hipogrifo batía las alas.

—¡Ahí está! —sentenció Harry, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la ventana.

Intentando mantener el equilibrio, se inclinó hacia la torre y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas, golpeó en el cristal. Sirius levantó la mirada, quedándose boquiabierto, y saltó de la silla, fue hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave.

—¡Échate hacia atrás! —le gritó Hermione, sacando su varita sin dejar de sujetarse con la mano izquierda al jersey de Harry—. ¡Alohomora!

La ventana se abrió de un golpe, y la chica, satisfecha, volvió a guardar su varita.

—Pero... —murmuró Sirius casi sin voz, mirando al hipogrifo como hipnotizado—. ¿Cómo demonios...?

—Monta, no hay mucho tiempo —lo interrumpió Harry, abrazándose al cuello liso y brillante de Buckbeak para impedir que se moviera—. Tienes que huir, los dementores están a punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos.

Sirius se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros. En unos segundos pasó una pierna por el lomo del hipogrifo y montó de un salto detrás de Hermione, sujetándose a ella.

—¡Arriba, Buckbeak! —ordenó Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la torre. ¡Vamos!

El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Planearon a la altura del techo de la torre oeste y aterrizaron tras las almenas con mucho alboroto.

—Será mejor que escapes rápido, Sirius —le sugirió el muchacho jadeando, una vez él y Hermione hubieron bajado—. No tardarán en llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida.

Buckbeak dio una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza.

—Os estaré eternamente agradecido —aseguró Sirius con los ojos brillantes—. A los dos.

—¡Vete! —le gritaron ambos al mismo tiempo.

El hombre dio la vuelta a Buckbeak, orientándolo hacia el cielo abierto.

—¡Nos volveremos a ver! —aseguró—. ¡Verdaderamente, Harry, eres la viva imagen padre!

Decidido, presionó los flancos del hipogrifo con los talones. Harry y Hermione se echaron atrás cuando las enormes alas volvieron a batir, y emprendieron el vuelo, empequeñeciendo conforme se alejaban. Una nube volvió a pasar ante la luna y se perdieron del alcance de su vista, fundidos en el cielo.

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