Capítulo LVI - Riddikulus
ARESTO MOMENTUM
— CAPÍTULO LVI —
❝ R i d d i k u l u s ❞
⚡
En contra de los más fervientes deseos de Hermione, Madame Pomfrey apenas mantuvo a Malfoy más de un solo día encerrado en la enfermería, por lo que el muchacho pudo volver a las aulas justo la mañana del miércoles, cuando a los de Gryffindor y Slytherin les tocaba la asignatura que con tantas ansias esperaba la castaña: doble clase de Pociones.
Aquel día elaboraban una nueva pócima, una solución para encoger. Como era habitual, Harry y Ron se colocaron juntos en uno de los largos pupitres del aula, mientras que Hermione se acomodó junto a Neville, el que se había convertido en su compañero por excelencia. El muchacho apenas podía concentrarse en otra cosa que no fuera calmar su ansiedad durante aquellas clases que provocaban absoluto pánico en él, por lo que ni tan siquiera llegaba a ser consciente del juego de miradas en el que alumna y profesor se encontraban envueltos entre el humo incesante que emanaba de los calderos.
Resultaba para ambos inevitable observarse, contemplarse, admirarse entre sí. Cada vez era más evidente que se habían echado de menos, y al contrario que las primeras veces, ya no trataban de negárselo para sí mismos sino que se rendían ante el hecho. La lucha incansable que ambos habían tomado contra sus propios sentimientos y emociones ya formaba parte de las cenizas del pasado... y era mucho mejor así.
Fue en uno de aquellos aterradores paseos que Snape se dedicaba por entre los pupitres de sus alumnos, cuando la armónica atmósfera que se había creado se rompió a manos de su ahijado, quien había llegado a la clase con aires arrogantes, el brazo derecho en cabestrillo y cubierto de vendajes y comportándose como si fuera el heroico superviviente de una horrible batalla. Aquél día, Malfoy había decidido colocarse junto al pupitre que Harry y Ron compartían para preparar los ingredientes.
—Profesor —lo reclamó el muchacho, interrumpiendo su incesante paseo—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita, porque con el brazo así no puedo.
Snape, con el ceño ligeramente fruncido, fulminó al Slytherin de pies a cabeza: ese condenado crío se parecía demasiado a sí mismo... y estaba claro que tocar las narices lo había heredado de él, su padrino.
—Weasley —exclamó el hombre, ocultando la diversión que sentía bajo su fachada inexpugnable de seriedad—, córtaselas tú.
Ron se puso rojo como un tomate, y Snape, victorioso, reemprendió su andar.
—A tu brazo no le pasa nada, Malfoy —espetó el pelirrojo entre dientes.
—Ya has oído al profesor Snape, comadreja —le exigió el rubio con una sonrisita—. Córtame las raíces.
Notablemente cohibido por la situación, el Gryffindor cogió el cuchillo, se acercó a la mesa de Malfoy y empezó a cortar las raíces de margarita de la forma más catastrófica que pudo, dejándolas de todos tamaños.
Esta vez la voz de Slytherin golpeó a Snape por la espalda, puesto que aún se encontraba a medio recorrido por el aula antes de llegar hasta su posición.
—Profesor —insistió él, arrastrando las sílabas—, Weasley ha estropeado mis raíces.
A grandes pero pausadas zancadas, el hombre acudió de nuevo al pupitre de su ahijado, aproximó su nariz ganchuda a las raíces y, comprobando la veracidad de sus palabras, levantó la mirada hasta hallar la mueca de espanto de Ron frente a sí: si bien aquel destrozo habría podido despertar su ira, Snape optó por dedicarle una sonrisa desagradable, el que seguramente resultaría peor escarmiento.
—Dale a Malfoy tus raíces y quédate con las de él, Weasley.
—Pero, señor...
—Ahora.
Absolutamente fastidiado, Ron cedió al Slytherin sus propias raíces y volvió a empuñar el cuchillo, intentando encontrarle solución a aquel desastre que él mismo había provocado.
—Profesor —aprovechó Malfoy antes de que Snape volviera a retirarse—. Necesitaré que pelen este higo seco.
—Potter —sentenció él, dedicándole la mirada de odio que habitualmente le tenía reservada—. Pela el higo seco de Malfoy.
Harry, al contrario que Ron, prefirió no rechistar, y una vez el profesor hubo retomado su rumbo, cogió el higo seco, lo peló tan rápido como pudo y se lo lanzó a Malfoy sin dirigirle una sola palabra.
La sonrisa del rubio era amplia y hacía relucir en su máximo esplendor toda su arrogancia. Fastidiar de sobremanera a Harry y a Ron, después de todo, le resultaba muy grato: pero cuando sus ojos grises toparon con los castaños de Hermione, quien le observaba con notable molestia, sintió un pinzamiento en la boca de su estómago. No podía desaprovechar la valiosa oportunidad que ahora poseía de ofenderla.
—¿Has visto últimamente a tu buen amigo Hagrid, Granger? —le susurró lo suficientemente claro como para que ella, aún encontrándose una fila por delante, pudiera escucharle—. Me temo que no durará mucho como profesor... a mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida...
—Continúa hablando y me encargaré personalmente de obsequiarte con una herida de verdad.
—...se ha quejado al Consejo Escolar y al Ministro de Magia. Mi padre tiene mucha influencia, no sé si lo sabes. Y una herida duradera como ésta... —prosiguió él, haciendo una pausa para exhalar un suspiro prolongado y evidentemente fingido—. ¿Quién sabe si mi brazo volverá algún día a estar como antes?
—¿Así que por eso haces teatro? —gruñó ella—. ¿Para ver si consigues que echen a Hagrid?
—Bueno —alegó él—, en parte sí, Granger. Pero hay otras ventajas.
En contra de lo que ambos chicos pensaban, Snape había deshecho su recorrido habitual en la dirección opuesta para acudir de nuevo al lugar. Por más que se hubieron esforzado en mantener sus querellas a muy bajo tono, había poco que pasara desapercibido para un hombre como él.
—Malfoy, Granger —espetó, sobresaltándolos—, supongo que su ridícula conversación se debe a que ambos han terminado sus respectivas pociones.
Mientras que Hermione optó por mostrarse ligeramente arrepentida, Malfoy resultó ser la cara opuesta.
—Para nada, señor —alegó él con una sonrisa juguetona, volviéndose de nuevo hacia su compañera—. Sólo le estaba pidiendo a Granger que me cortara los ciempiés.
Al igual que las veces anteriores, Snape concentró su atención en el daño colateral de la altivez de su ahijado y, al contrario que las otras, lo que contempló no hizo surgir en él ningún ápice de deseo por seguir con aquel jueguecito absurdo: la necedad en el rostro de Ron y la suficiencia en el rostro de Harry no podían ni tan siquiera compararse con todo lo que él era capaz de discernir en las facciones de Hermione.
No, Draco, se susurró para sus adentros. Por encima de mi cadáver.
—Me parece, Sr. Malfoy, que usted no está actualmente capacitado para realizar debidamente ninguna poción —espetó el hombre, volviéndose hacia el muchacho—. Le sugiero que, para no perderse su preparación, aconseje a la Srta. Parkinson acerca de cómo realizarla debidamente, y el resultado será la misma calificación para ambos.
A pesar de que Pansy se mostraba completamente a favor de aquella ocurrencia, la boca de Malfoy, por el contrario, se entreabrió con asombro.
—¿Cómo dice... profesor? —exclamó con tono amenazante una vez hubo recuperado el habla.
—Póngase a trabajar —sentenció seca y firmemente—. Ahora.
El desconcierto colectivo se vio diluido en cuanto Snape, con su habitual mueca de desagrado, contempló al resto de la clase. No había nadie que estuviera dispuesto a desafiar su cólera, por lo que rápidamente los alumnos volvieron a concentrarse en sus pócimas, y Snape, satisfecho, reemprendió su recorrido habitual, pasando por al lado de Hermione y siendo capaz de contemplar, por el rabillo del ojo, cómo la muchacha sofocaba una sonrisa, fingiendo estar abstraída en lo que hacía. Aquel gesto hizo que el profesor también se viera obligado a extinguir el gozo que sentía y que deseaba manifestarse en su rostro.
La clase prosiguió como habitualmente, trayendo consigo la primera explosión de Seamus y las diversas aberraciones que salían de las mezclas de algunos de los alumnos, como la masa viscosa que se precipitó del caldero de Lavender o la solidificación que sufrieron las mezclas de Crabbe y Goyle.
Junto a Hermione, Neville también se enfrentaba a su propio dilema: su poción había adquirido un tono naranja chillón, evidenciándose que había cometido más de un fallo en la preparación de la misma. El muchacho, en vista de la situación y sintiendo que empezaban a temblarle las manos, recurrió al rescate de su confidente usual.
—Ayúdame, Hermione... —prácticamente le sollozó con voz inaudible—. Por favor...
A pesar de que era plenamente consciente de las veces en que Snape le había prohibido taxativamente inmiscuirse en el trabajo de los demás, la muchacha decidió socorrer a su compañero y, conociéndose a conciencia los tempos del paseillo habitual de su profesor, logró salvar la mezcla con un par de sencillos trucos que ya conocía de antemano gracias a las veces en que había salvado a Neville con anterioridad.
En cuanto la clase estaba por finalizar, los alumnos empezaron a formar fila frente al escritorio de Snape, que recibía las muestras con interés. Harry y Ron habían conseguido un resultado meramente aceptable; Draco y Pansy no podían ocultar su nerviosismo durante la espera, viendo aquel terrible líquido del color de la ceniza que restaba atrapado en el frasco que iban a entregarle al profesor, y Neville y Hermione parecían haberse quitado un gran peso de encima, llevando cada uno una muestra de aquella pócima que parecía rozar la perfección más absoluta.
Una vez Snape hubo dejado a un lado la horrorosa muestra que su ahijado le había entregado, recibió con curiosidad el resultado de la pócima de Neville, y a pesar de que se abstuvo de soltar cualquier comentario hiriente frente a él, dejándole marchar, se lo guardó para la persona que precedía al muchacho, aquella curiosa figura de cabellos rizados y alborotados y ojos de avellana que se le presentaba al fin de frente, dejándose analizar por sus ojos oscuros sin vacilar.
—Cinco puntos menos para Gryffindor.
Pese a lo que suponían aquellas cinco palabras, Hermione no se sintió ofendida, ni tan siquiera se mostró apenada por la reciente pérdida. En sus ojos brillaba una esperanza que cautivó, más si cabe, al mismísimo murciélago de las mazmorras.
—¿Una de cal y otra de arena, profesor? —sentenció ella con coquetería en un susurro, entregándole su muestra.
Snape dobló la comisura de sus labios en una media sonrisa, de aquellas por las que Hermione no podía evitar sentirse encandilada.
—Así mantendré sus cinco sentidos alerta, Granger.
Con un leve asentimiento, una sutil caída de ojos y un tímido rubor sobre sus mejillas, Hermione se apartó de la fila, acogió su bolso cargado de libros sobre el hombro derecho y se retiró de la estancia, satisfecha al creer tener la certeza de que los ojos carbón de Snape la habían seguido hasta entonces, tan enfrascados en ella como los suyos lo habían estado en él.
Y así había sido.
***
La hora libre que tenían después de la comida fue una bendición caída del cielo para la más astuta de los Gryffindors. Aquella mañana había asistido al doble de clases que ningún otro estudiante, y sus persistentes esfuerzos por mantenerse centrada y al día con todas sus asignaturas empezaban a derivar en un cansancio que cada vez parecía más difícil de soportar.
Al quinto bostezo consecutivo que Hermione lanzó al aire, apoyando ambos codos en cada lado del libro de Runas Antiguas, Susan decidió que era un buen momento para descubrir su curiosidad por ella.
—¿Hay algo que te atormente?
Frotándose los ojos con lentitud, Hermione intentó deshacerse de la fatiga que probablemente empezaba a adueñarse de su rostro.
—No, Susan, no te preocupes —exclamó ella, intentando sonar convincente—. Es sólo que aún me estoy adaptando al horario.
—Quizá son los nervios.
—¿Nervios?
Con una sonrisa burlona, la pelirroja fue incapaz de reprimir su instinto más entrometido, y con discreción se acercó un poco más a su amiga.
—¿Cómo ha estado la primera clase? —le susurró, captando su atención—. Su reacción al verte después de tanto tiempo... cómo se ha comportado.
La Gryffindor sonrió con ternura al recordar la primera clase, e inspeccionando a los compañeros que compartían mesa con ellas, se aseguró de que nadie más pudiera ser testigo de sus palabras. Sin embargo, Seamus, que escapaba de su campo visual, acababa de entrar corriendo al Gran Comedor con un ejemplar de El Profeta en sus manos.
—¡Le han visto, le han visto! —anunció para los presentes en la mesa de Gryffindor, acaparando la atención de todos.
—¿A quién? —preguntó Ron, cerrando rápidamente su libro de Transformaciones, seguido por Harry.
—¡A Sirius Black! —anunció Seamus, plantando el diario sobre la mesa.
Repletos de curiosidad, los muchachos se asomaron para ver la portada con sus propios ojos: de nuevo, aquella condenada foto en movimiento acompañaba el titular y el texto.
—¿Dónde? —ansió saber Susan, apartándose la mano que se había llevado a la boca al oír el suceso.
—No muy lejos de aquí. Lo ha visto una muggle, aunque por supuesto, ella no entendía realmente la situación —prosiguió Seamus—. Los muggles piensan que es sólo un criminal común y corriente, ¿verdad? El caso es que telefoneó a la línea directa. Pero cuando llegaron los del Ministerio de Magia, ya se había ido.
Los presentes se observaron entre ellos con la misma mueca de espanto.
—No se le ocurrirá venir a Hogwarts... ¿no? —gimoteó Neville.
—¡Pero si hay Dementores en todas las entradas! —argumentó Parvati con total seguridad.
—Dementores... ya los ha burlado una vez —se unió Dean—. ¿Quién dice que no puede volver a hacerlo?
—Tienes razón —asintió Seamus—. Black podría estar aquí. Sería como intentar coger el humo con las manos...
Instintivamente, Hermione volvió a centrarse en la cara demacrada que Black lucía en aquella fotografía en movimiento, y sintió el mismo escalofrío que anteriormente había experimentado recorrerle la espalda, como un rayo desaforado.
Los ojos marrones de Susan toparon con los suyos al alzar la vista, y ella soltó un suspiro cargado de inquietud.
—Susan... —musitó en un hilo de voz—. Ahora sí que estoy preocupada.
***
El profesor Lupin no estaba en el aula cuando llegaron a su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Todos se acomodaron en sus asientos, sacaron los libros, las plumas y los pergaminos, y se tomaron aquellos instantes para comentar el suceso narrado en El Profeta, que prometía ser la noticia de la semana.
Sin embargo, Lupin no tardó en llegar, y sonriendo vagamente, anduvo hasta su escritorio y colocó su desvencijado maletín en la mesa. Hermione, examinándolo de pies a cabeza, comprobó que se encontraba tan desaliñado como siempre, pero parecía estar más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas comidas abundantes. Su semblante, por otro lado, se mantenía tan carismático como el día en que lo había conocido, cosa que agradó a la muchacha.
—Buenas tardes. Permitid que me presente: mi nombre es Remus Lupin, y cómo ya os podréis imaginar, voy a ser vuestro profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras —empezó él, diluyendo aquel silencio sepulcral—. Antes de empezar, me gustaría haceros una pregunta...
Con el interés de los alumnos recayendo sobre sí, Lupin desenfundó su varita y apuntó directamente sobre un objeto que se mantenía oculto bajo una larga manta y que, pese a sus dimensiones y que se encontrara en el centro de la sala, cerca de la mesa del profesor, ningún alumno se había percatado de su presencia hasta el momento. De la punta de la varita se disparó una centella que, aterrizando sobre la manta, la hizo volar lejos, descubriendo un viejo pero elegante armario.
Cuando el profesor Lupin se acercó a él, el armario se sacudió, alarmando a los presentes.
—¿Hay alguien que se aventure a adivinar qué es lo que hay dentro?
A pesar de que el tono del hombre sonaba calmado, nadie se atrevió a brindarle una respuesta concreta.
—No hay por qué preocuparse. Hay un boggart ahí dentro —aseguró él, esbozando otra sonrisa tranquilizadora—. ¿Podría decirme alguien qué aspecto tiene un boggart?
Hermione levantó la mano con rapidez, y Lupin la contempló, satisfecho.
—¿Sí, Hermione?
—Nadie lo sabe, profesor —respondió, segura de sí misma—. Los boggarts cambian de forma: adoptan el aspecto de aquello que más miedo nos da. Eso los convierte en seres aterradores.
—Yo no lo podría haber explicado mejor —declaró ensanchando su sonrisa, y Hermione se sintió reconfortada por sus palabras—. El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad, aún no ha adoptado ninguna forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la persona del otro lado, pero cuando lo dejemos salir se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto significa que, antes de empezar, tenemos una enorme ventaja sobre él.
Paseándose alrededor del armario, las sacudidas volvieron a estar presentes, y el temor volvió a manifestarse entre los alumnos.
—Para nuestra fortuna, contamos con un sencillo encantamiento que nos ayudará a repeler al boggart, pero requiere fuerza mental: lo que sirve para vencer un boggart es la risa, así que lo que tenéis que hacer es obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica —prosiguió con dulzura—. Pongámoslo en práctica, primero sin varita. Repetid conmigo: ¡Riddikulus!
—¡Riddikulus! —repitió la clase al unísono.
—Bien, muy bien. Pero me temo que esto es lo más fácil. Como veis, la palabra sola no basta —exclamó, y su mirada se concentró en un alumno en particular—. Neville, ¿verdad? ¿Serías tan amable de acercarte?
Completamente atemorizado, el muchacho se alzó de su asiento y, con los ánimos de sus compañeros cubriéndole las espaldas, se aproximó a paso lento hasta el profesor Lupin, plantándose frente a sí con la cabeza baja.
—Vamos a ver... —dijo Lupin—. Neville. ¿Qué es lo que más terror te provoca?
El Gryffindor dejó que de entre sus labios salieran un par de palabras ininteligibles, y miró a su alrededor, con ojos despavoridos, como implorando ayuda.
—¿Perdón?
Haciendo de tripas corazón, el muchacho cogió aire, intentando controlar su temblor.
—El profesor Snape —exclamó en un susurro.
Una risa colectiva inundó la clase, incluso Neville sonrió a modo de disculpa, y Hermione fue incapaz de evitar sonrojarse ante aquella declaración.
—Con que el profesor Snape... —murmuró Lupin, acariciándose la barbilla, pensativo—. Neville, creo que vives con tu abuela. ¿No es así?
—Sí —respondió el muchacho, nervioso—. Pero tampoco quiero que se convierta en ella.
—No, no me has entendido —alegó Lupin, sonriendo—. Lo que quiero saber es si podrías explicarnos cómo va vestida tu abuela normalmente.
—Bueno, siempre lleva el mismo sombrero: alto, con un buitre disecado encima, y un vestido largo... normalmente verdes. A veces también lleva una bufanda de piel de zorro.
—¿Y un bolso? —intentó Lupin ayudarle.
—Sí, un bolso grande y rojo.
—Bueno, entonces, ¿eres capaz de recordar claramente ese atuendo? ¿Eres capaz de visualizarlo mentalmente?
—Sí —asintió Neville con cierta inseguridad, preguntándose qué pasaría a continuación.
—Cuando el boggart salga de repente de este armario y te vea, adoptará la forma del profesor Snape —explicó Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y pronunciarás el hechizo en voz alta, concentrándote en el atuendo de tu abuela. ¿Entendido?
Neville tragó saliva, y siguiendo las indicaciones de Lupin, desenfundó su varita y la mantuvo fija en dirección al armario, preparándose para enfrentar lo que saliera de él.
—Uno, dos y tres —pronunció el profesor Lupin, y con un sencillo movimiento de varita, giró el pomo de la puerta, dejando que de su interior saliera el boggart por su propio pie.
La puerta del armario se abrió con lentitud y el profesor Snape salió de él, luciendo su gesto amenazador, y fulminó a Neville con la mirada, tal y como solía hacerlo. El muchacho se echó hacia atrás, con la varita en alto, moviendo la boca sin pronunciar palabra, y Snape se acercaba, dispuesto a cogerlo por la túnica.
—¡Ri... Riddikulus!
Se oyó un chasquido como si fuera de un látigo. Snape tropezó: llevaba un vestido largo ribeteado de encaje, un sombrero alto rematado por un buitre apolillado, y de su mano pendía un enorme bolso rojo. Hubo una carcajada general y el boggart se detuvo, confuso.
Desde su asiento, Hermione se mordió discretamente el labio inferior: cierto resquemor se formó en la boca de su estómago, sintiéndose compasiva por la imagen de su profesor de Pociones.
—¡Fantástico, Neville! ¡Increíble! —reía el profesor Lupin, que girándose hacia el resto de la clase, les animó—. ¡Venid, todos! ¡Formad una fila!
Levantándose precipitadamente de sus asientos, los alumnos empezaron a amontonarse, esperando su turno.
—¡Ernie! ¡Adelante!
El muchacho avanzó con el rostro tenso, y Snape se volvió hacia él. Se oyó otro chasquido y en el lugar en que había estado Snape apareció una momia cubierta de vendas y con manchas de sangre; volviéndose hacia Ernie, mostrando su rostro sin ojos, comenzó a caminar hacia él, muy despacio, arrastrando los pies y alzando sus brazos rígidos.
—¡Riddikulus!
Se soltó una de las vendas y la momia se enredó en ella, cayó de bruces y su cabeza salió rodando.
—¡Seamus! ¡Es tu turno!
Seamus pasó junto al Hufflepuff como una flecha, e inmediatamente, donde había estado la momia se encontraba ahora una mujer de pelo negro tan largo que le llegaba al suelo, de rostro huesudo de color verde: una banshee. Abrió la boca completamente y un sonido sobrenatural llenó la sala, como un prolongado aullido que le puso a Hermione los pelos de punta.
—¡Riddikulus!
La banshee emitió un sonido ronco y se llevó la mano al cuello. Se había quedado afónica.
—¡Muy bien! ¡Está despistado! —gritó Lupin con algarabía—. ¡Lo estamos logrando! ¡Rose!
Frente a la Ravenclaw, la banshee se convirtió en una mano amputada que se dio la vuelta y comenzó a arrastrarse por el suelo como un cangrejo.
—¡Riddikulus!
Se oyó un chasquido y la mano quedó atrapada en una ratonera.
—¡Excelente! ¡Ron, te toca!
El pelirrojo avanzó, y algunos compañeros gritaron. Una araña gigante, de dos metros de altura y cubierta de pelo, se dirigía hacia él chascando las pinzas amenazadoramente. Por un momento, Hermione pensó que Ron se había quedado petrificado.
—¡Riddikulus! —gritó él con decisión.
En las patas de la araña surgieron patines que lograron hacerle perder el equilibrio, cayendo sobre el suelo de madera al no ser capaz de mantenerse enderezada.
—¡Siguiente! ¡Susan!
De nuevo, el chasquido resonó entre las paredes del aula, y frente a la muchacha apareció una pantera de un pelaje tan negro como la noche. La bestia avanzaba con sutileza hacia ella, rugiendo, y encontrándose a muy poca distancia abrió la boca, mostrándole sus colmillos puntiagudos.
—¡Riddikulus! —exclamó firme.
El hocico de la bestia quedó rodeado por un bozal hecho de cuerda, y a pesar de sus incansables intentos por apartárselo con las garras, no era capaz de quitárselo.
—¡Adelante, Harry!
El Gryffindor se adelantó con una gran sonrisa, dispuesto a hacer frente a lo que se le presentara, y alzó su varita en dirección al boggart, que aún mantenía su forma de pantera. Sin embargo, instantes después, el chasquido acarició sus oídos, y frente a sí apareció un Dementor, dispuesto a ir en su contra.
Lupin reaccionó con rapidez, colocándose entre el muchacho y el boggart con los brazos extendidos. Casi de forma inmediata, el mismo chasquido resonó en la sala, y Hermione contempló asombrada como frente a Lupin se dibujaba lo que parecía ser una luna llena.
—¡Riddikulus!
La luna se transformó en un globo que sobrevoló sus cabezas a medida que se deshinchaba, y el profesor aprovechó el momento en que este se precipitó hacia el armario para volver a encerrar al boggart al sitio donde pertenecía.
Claramente inquieto, se volvió de nuevo hacia los alumnos.
—Disculpad... eh... creo que es suficiente —balbuceó sin remedio—. Recoged vuestros libros, se acabó por hoy. Gracias, y lo siento. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
De un suspiro colectivo, los alumnos fueron a recoger sus pertenencias, a excepción de Harry, que se había quedado helado frente al viejo armario, viéndose reflejado en su superficie. Hermione, que se mantenía justo detrás de él, apareció en el reflejo en cuanto sus brazos rodearon la espalda del chico, y sintió cómo su corazón se fundía con el propio, latiendo como uno solo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro