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Capítulo LIX - Incendio

ARESTO MOMENTUM

— CAPÍTULO LIX —

I n c e n d i o ❞

Al día siguiente, Hermione se despertó muy temprano, tanto que la visión de las estrellas dibujadas en el cielo oscuro le dieron la certeza de que aún era de noche. Por un instante creyó que la había despertado el ruido del viento, y sintió una brisa fría acariciándole la nuca. Incorporándose en la cama, evitó gritar en cuanto reconoció a Peeves flotando a su lado, soplándole en la oreja.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó en un susurro—. ¿Por qué has hecho eso?

—Alguien te está esperando fuera, novata.

El poltergeist hinchó los carrillos, sopló muy fuerte y salió del dormitorio hacia atrás, a toda prisa, riéndose. Hermione, desganada, tanteó en busca de su despertador y contempló cómo éste le indicaba que eran las cuatro y media.

Echando pestes de Peeves, se dio la vuelta y procuró volver a dormirse, pero una vez despierta era difícil olvidar el ruido de los truenos que retumbaban por encima de su cabeza, los embates del viento contra los muros del castillo, el lejano crujir de los árboles... y el comentario que el poltergeist le había hecho.

Finalmente, renunciando a su propósito de volver a dormirse, se levantó, se vistió, ordenó como pudo sus rizos indomables en una coleta alta y salió silenciosamente del dormitorio. Al abrir la puerta, algo le rozó la pierna, y rápidamente comprendió a qué se refería Peeves: Crookshanks, que ahora se abrazaba a ella, había salido de la habitación.

—¿Cómo es posible que te escapes de esta forma? Ayer estaba muy preocupada por ti... suerte que la profesora Burbage y el profesor Snape te encontraron —lo regañó, acogiéndolo entre sus brazos y abrazándolo con fuerza—. Al menos estás despierto... así podrás hacerme compañía.

El ruido de la tormenta se volvía más fuerte en el vestíbulo de la sala común. Observando la lluvia caer a través de los ventanales, Hermione sabía perfectamente que el partido no se cancelaría, ni menos por nimiedades como una tormenta. Sin embargo, le preocupaba que se celebrara, en especial por Harry y Cedric, quienes jugarían en pocas horas.

Con sigilo, se acercó hasta la chimenea de la sala común, que permanecía con las brasas aún calientes, y apuntó sobre ella con la varita.

Incendio —conjuró en un susurro, y un precioso fuego se alzó en el hogar, llenando de calidez la solitaria habitación.

Acomodándose en el sillón que quedaba frente a la chimenea y con Crookshanks hecho un ovillo sobre sus piernas, ojeó con curiosidad las páginas de uno de los libros de su escritora muggle favorita, Jane Austen, y se perdió en la narración hasta que el sol empezó a salir. Pareciéndole que ya era la hora del desayuno, dejó al felino en el dormitorio y se dirigió ella sola hacia el retrato, abandonando la sala común y acudiendo al Gran Comedor. Se animó un poco tomando un plato grande de gachas de avena y cuando ya había empezado con las tostadas, aparecieron los componentes del equipo de Hufflepuff, que la invitaron a acompañarles.

—Va a ser difícil —dijo Herbert, sin probar bocado.

—Deja de preocuparte —le sugirió Maxine, acercándole una rana de chocolate.

—¡No nos asustamos por un poquito de lluvia! —sonrió Malcolm.

A pesar de que aquel poquito de lluvia resultó en una borrasca sin precedentes, el quidditch era tan popular que todo el colegio, como de costumbre, salió a ver el partido.

Equipada con su gorro de lana y su chubasquero granate, y acompañada de Ron y Susan, Hermione corrió junto con el resto por el césped hasta el campo, con la cabeza agachada contra el feroz viento que arrancaba los paraguas de las manos.

Una vez en las gradas, vieron a los equipos salir montados en sus escobas desde cada extremo del campo: Gryffindor lucía su uniforme granate, mientras que Hufflepuff destacaba por su color amarillo canario. Cedric y Oliver Wood, los capitanes de ambos equipos, se acercaron y se estrecharon la mano antes de empezar. Seguidamente, la señora Hooch se llevó el silbato a los labios y dio un pitido que sonó distante y estridente, dando comienzo el partido.

Los jugadores se elevaron rápidamente, a pesar de que sus escobas oscilaban a causa del viento. Hermione vislumbró a Harry entre ellos, que atravesaba el campo de un lado a otro sin apenas poder ver a sus compañeros de equipo, y mucho menos la snitch. En dos ocasiones estuvo a punto de ser derribado por una bludger, escapando al último segundo.

No hizo falta mucho tiempo para que la muchacha estuviera calada hasta los huesos y se sintiera helada de frío, perdiendo la noción del tiempo. El cielo se oscureció, como si hubiera llegado la noche en plena mañana, y la lluvia era tan densa que apenas podía distinguir a los jugadores.

Un poderoso relámpago iluminó el campo, seguido por el retumbar de un trueno: la cosa se ponía cada vez más peligrosa. Harry, con las manos entumecidas que le resbalaban por el palo de la escoba, descendió varios metros junto a la grada de Gryffindor e intentó retirarse el flequillo empapado de los ojos.

—¡Harry! —lo llamó la voz de Ron, la que pudo distinguir con dificultad—. ¡Harry, detrás de ti!

El muchacho miró hacia atrás con los ojos abiertos de par en par, presenciando como Cedric atravesaba el campo a toda velocidad y como, en el aire cuajado de lluvia, brillaba una diminuta bola dorada. Con un sobresalto, Harry pegó el cuerpo al palo de la escoba y se lanzó hacia la snitch como una bala.

La pequeña esfera se escabulló rápidamente hacia los cielos, perdiéndose en aquel mar de nubes grises, y lo último que Hermione fue capaz de ver era cómo las figuras de Harry y Cedric se fundían en él, elevándose hasta no quedar rastro de su paso.

El partido prosiguió con dificultad, y ambos equipos se mantenían muy igualados, hasta que un grito desgarrador cortó los aires. Hermione y Ron, desde la grada, presenciaron cómo Harry, que había caído de su escoba, se precipitaba en picado hacia el suelo... pero antes de que ninguno de los dos pudiera tan siquiera reaccionar, una extraña fuerza logró que la caída frenara en seco, encontrándose el muchacho a escasos centímetros del suelo.

Instintivamente, Hermione dirigió su mirada al palco del profesorado, y comprendió lo sucedido: Dumbledore, en pie y con la mano alzada en dirección al campo, había salvado a su mejor amigo de una muerte segura.

***

Harry oía voces, pero no encontraba sentido alguno a lo que decían. No tenía ni idea de dónde se hallaba, ni de por qué se encontraba en aquel lugar, ni de qué hacía antes de aquel momento. Lo único que sabía era que le dolía cada centímetro del cuerpo.

—Se ha quedado muy pálido... —fue lo primero que consiguió comprender, reconociendo la voz de Ron—. ¿A que sí?

—¿Pálido? ¿Qué esperabas? —le respondía Fred—. ¡Han sido cien metros de caída!

—Venga, Ron, tírate desde la Torre de Astronomía —se añadía George—. ¡A ver cómo te quedas!

Harry abrió los ojos con lentitud. A pesar de que su visión era borrosa, entendió que se encontraba estirado en una de las camillas de la enfermería, y podía ver al equipo de quidditch de Gryffindor, lleno de barro, así como Ron, Susan y Hermione, empapados de pies a cabeza, rodeándole.

—Tal vez se le mejore la cara... —murmuró a medida que se incorporaba, y las carcajadas no tardaron en salir a flote.

—¿Cómo te encuentras? —ansió saber Hermione, acercándole sus gafas.

—De maravilla —suspiró él, colocándoselas.

—Nos has dado un buen susto —exclamó Angelina.

—¿Qué ha pasado?

—Te has caído de la escoba —respondió Alicia—. Creíamos que te habías matado.

—Pero el partido —balbuceó él—, ¿cómo acabó? ¿Se repetirá?

Durante unos instantes, nadie respondió. La horrible verdad cayó sobre Harry como un cubo de agua helada.

—Cedric ha atrapado la snitch poco después de que te cayeras. No se ha dado cuenta de lo que pasaba —le aclaró Susan—. Cuando ha mirado hacia atrás y te ha visto en el suelo, ha pedido que se anulara. Quiere que el partido se repita, y ahora está discutiéndolo con los profesores.

—Pero Hufflepuff ha ganado limpiamente —sentenció George.

—Incluso Wood lo ha admitido —se unió Fred.

Rápidamente, Harry se percató de que el capitán no estaba allí.

—¿Dónde está?

—Sigue en las duchas —murmuró Katie con mueca apenada—. Parece que quiere ahogarse...

Harry acercó la cara a las rodillas y se agarró el pelo con las manos: Hermione no tardó en zarandearlo con ternura.

—Nadie te culpa a ti por lo que ha pasado, Harry. Los dementores no deberían haber entrado —le explicó pausadamente—. Dumbledore estaba furioso. En cuanto te ha salvado, los ha expulsado a todos.

—Hay otra cosa que deberías saber, Harry... —expresó Ron, acercándose hasta él con un curioso envuelto de ropa—. Cuando te caíste... tu escoba... digamos que, voló hacia el Sauce Boxeador, y... bueno, esto es lo que ha quedado de ella...

Frente a sí, el pelirrojo deshizo el envuelto y le mostró la Nimbus 2000, partida en una docena de astillas de madera y ramitas, lo único que quedaba de la fiel y finalmente abatida escoba.

***

Fue un alivio para Hermione regresar el lunes al bullicio del colegio, donde estaba obligada a pensar en otras cosas. Asistir a todas las asignaturas cada vez le suponía un reto mayor, pero no quería darse por vencida: a pesar del cansancio acumulado, la muchacha seguía trabajando incansablemente en todas y cada una de las clases, dando lo mejor de sí, y sin ningún incidente que pudiera ponerla en peligro, tal y como Dumbledore le había advertido.

Después de aquella tortuosa mañana, llegó la hora de la comida como una bendición caída del cielo. Hermione pudo abstraerse durante un buen rato con sus compañeros de casa, olvidando por completo todo el trabajo que tenía, y esto le dio fuerzas para afrontar la penúltima asignatura del día.

Acompañada de Harry, Ron y Susan, se dirigió hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras a paso firme, cargando con sus libros.

—Mira a ver quién está, Hermione —le pidió el pelirrojo una vez llegaron a la puerta que todavía les separaba de la clase.

La muchacha se asomó con cautela, y una sonrisa que todos comprendieron se dibujó entre sus labios.

El profesor Lupin había vuelto, aunque con aspecto de convaleciente: las togas que solía vestir le quedaban algo grandes y tenía dos grandes ojeras, difícilmente disimulables, bajo los ojos. Sin embargo, sonrió afablemente a los alumnos mientras se sentaban, y ellos prorrumpieron inmediatamente en quejas sobre el comportamiento de Snape durante su ausencia.

—No es justo. Sólo estaba haciendo una sustitución ¿Por qué tenía que mandarnos trabajo?

—No sabemos nada sobre los hombres lobo...

—¡... dos pergaminos!

—¿Le dijisteis al profesor Snape que todavía no habíamos llegado ahí? —preguntó el profesor Lupin, frunciendo ligeramente el ceño.

Volvió a producirse un barullo.

—Sí, pero dijo que íbamos muy atrasados...

—... no nos escuchó...

—¡... dos pergaminos!

A pesar de la indignación que se dibujaba en la mayoría de los rostros, Lupin volvió a sonreír.

—No os preocupéis. Hablaré con el profesor Snape. No tendréis que hacer el trabajo.

—¡Oh, no! —suspiró Hermione—. ¡Yo ya lo había terminado!

Tuvieron una clase muy agradable. El profesor Lupin había traído consigo una caja de cristal que contenía un hinkypunk, una criatura pequeña de una sola pata que parecía hecha de humo, enclenque y aparentemente inofensiva. Todos comprendieron lo corta que se les había pasado la hora en cuanto sonó el timbre, y apenados, empezaron a recoger sus cosas. A medida que Hermione y Harry guardaban sus libros en sus mochilas, Lupin se acercó hasta ellos.

—¿Puedo hablar un momento contigo, Harry?

El muchacho asintió con seguridad, y dirigió una mirada fugaz a su compañera.

—Ahora os alcanzaré.

Dándose por satisfecha, Hermione se retiró de la clase junto a Ron y Susan, y se despidió de la pelirroja, que tenía clase de Astronomía junto a los de Ravenclaw. Acompañada por el Gryffindor, se dirigieron juntos hacia la frialdad de las mazmorras, adentrándose en el aula de Pociones y preparándose para la última lección del día.

Harry se apresuró en llegar al aula antes que Snape, con lo que los tres tuvieron unos minutos para comentarse lo sucedido.

—¿Qué te ha dicho Lupin? —quiso Ron averiguar.

—Hemos hablado de lo ocurrido en el partido, de los dementores... y de lo que le pasó a mi escoba —murmuró él—. Ah, y antes de que se me olvide...

El muchacho registró con esmero los bolsillos de su túnica escolar, sacando entre sus dedos un pequeño trozo de pergamino doblado que, sorprendentemente, entregó a Hermione.

—Me ha pedido que te lo hiciera llegar.

Con la curiosidad a flor de piel, la castaña se dispuso a desplegarlo frente a sus compañeros, pero la llegada del profesor de Pociones interrumpió sus intenciones: rápidamente, los tres se colocaron en sus respectivos asientos, mirando al frente.

Mientras Snape apuntaba sobre la pizarra el nombre de la poción que realizarían en aquella ocasión, ella abrió cautelosamente la nota y leyó atenta su mensaje, escrito con una caligrafía regia aunque algo apresurada.

«Querida Hermione,

Me gustaría que te reunieras conmigo en el Patio de la Torre del Reloj, después de la última clase. Toma un abrigo antes de salir.

R. J. Lupin»

Hermione se sonrojó levemente. ¿El profesor Lupin la había citado? ¿Para qué?

—Hoy realizaremos la Poción agudizadora de ingenio —remarcó Snape, sacándola de su ensoñación—. Tenéis una hora para preparar debidamente la mezcla y presentarla en mi escritorio.

Intentando prestar toda su atención en la pócima, Hermione descuidó la nota a un lado de su pupitre compartido y se olvidó por ella por completo, concentrada en su caldero y sus ingredientes.

Malfoy no cabía en sí de gozo por la derrota de Gryffindor, y se dedicó a demostrar su regocijo durante el resto de la clase: por fin se había quitado las vendas, y lo había celebrado parodiando la caída de Harry en repetidas ocasiones e imitando a los dementores. Llegó un momento en que Ron no pudo soportarlo más y le arrojó un escarabajo machacado a la cara, consiguiendo que Snape le castigara y restara cincuenta puntos a Gryffindor.

Tras entregar sus respectivas muestras, algunas mejores que otras, los tres salieron del aula acompañados por las quejas de Ron con respecto a lo sucedido. Era tal la distracción que suponía escuchar a su amigo que Hermione olvidó por completo que se había dejado la pequeña nota en su pupitre... y ésta no tardó en llegar a manos de un curioso Snape, que tras haberse quedado solo en el aula, había echado un vistazo para asegurarse de que los muchachos lo hubieran dejado todo impecable y ordenado.

De una rápida ojeada leyó el contenido de aquella nota, y con la misma velocidad la tuvo arrugada con hastío en su mano derecha, intentando contener la irritación que sentía cernirse sobre él en aquel preciso instante.

Hermione, tal y como le había pedido el profesor Lupin en su mensaje, se apresuró en llegar hasta la sala común para dejar sus libros, tomar su chaqueta y dirigirse sin demora hacia el Patio de la Torre del Reloj. Al cruzar la puerta principal, un frío traicionero se aferró a sus carnes, y decidió abrigarse de inmediato, cubriéndose con su polar.

Rebuscando entre el patio con la mirada, halló la silueta del profesor Lupin acomodada junto a la fuente, dándole la espalda, y se acercó a él a pasos cautos. Cuando el hombre se percató de su presencia, se levantó de inmediato y le dedicó una sonrisa afable que iluminó su rostro pálido y cicatrizado. Vestía la misma toga con la que había dado la clase, y se cubría los hombros con una larga túnica aceitunada.

—Gracias por acudir, Hermione —exclamó él, dándole la bienvenida.

—Ahora entiendo por qué me ha dicho que tomara mi abrigo, profesor Lupin —le sonrió ella de vuelta.

—Más vale ser precavido —asintió complacido, e hizo ademán de ponerse a caminar—. Acompáñame.

Ambos acompasaron su andar y cruzaron el puente cubierto, admirando la huerta que rodeaba los invernaderos y en la que se apreciaba el paso del otoño.

—¿Sabes? El día en que te conocí quedé francamente impresionado. No es usual que una estudiante de tercer año sepa conjurar un patronus —quebró Lupin aquel silencio sosegado—. Me imagino que ya lo habrías conjurado antes, ¿no es así?

—Sí, profesor. En mi primer año.

El hombre no pudo evitar alzar ambas cejas con cierto atisbo de sorpresa en su gesto.

—¿Corpóreo?

Ella le respondió con un leve asentimiento con la cabeza.

—¡Eso es extraordinario, Hermione! —comentó, complacido—. Creo que he convocado a la persona adecuada.

La muchacha frunció levemente el ceño con intriga.

—¿Adecuada para qué?

—Verás... tu amigo Harry ha acudido a mí para que le enseñe a conjurar este encantamiento defensivo —le explicó él, a medida que se acercaban hasta el lago—. Después de ser atacado de nuevo por los dementores en el partido, necesita saber cómo defenderse.

—Lo sé... —suspiró ella.

—Sí, imagino que habrás vivido su angustia de primera mano —murmuró, intentando sonar alentador—. Yo no soy ningún experto en la lucha contra los dementores, más bien lo contrario, pero he accedido a su petición. Sin embargo, me temo que no podrá ser hasta el próximo trimestre. Tengo mucho que hacer antes de las vacaciones... elegí un momento muy inoportuno para caer enfermo.

Los dos se detuvieron en cuanto se encontraron en la orilla, admirando como el sol se posaba sobre sus aguas cristalinas y danzaba a su son.

Algo reticente, Hermione se volvió hacia el profesor y se encontró con los ojos de él recayendo sobre sí.

—¿Qué tengo yo que ver con todo esto?

Lupin tomó una profunda bocanada de aquel aire fresco antes de ofrecerle su respuesta.

—Harry necesita saber cómo defenderse. Quizá mañana, la semana que viene, ¿por qué no hoy mismo?, podría volver a encontrarse en la misma tesitura que ya ha vivido con anterioridad —le explicó pausadamente—. Creo que puedes ser una gran maestra para él.

—Entonces... lo que me pide es que yo le enseñe a conjurar su patronus, ¿no es así?

—Sé que mi propuesta quizá resulta un abuso de confianza —añadió—. Eres libre de rechazarla si no te convence, o si crees que es demasiado para ti.

Hermione se tomó unos instantes para sí misma, reflexionando la posibilidad. Por instinto, sus ojos castaños se centraron en la figura del castillo, que podía apreciarse maravillosamente gracias a la luz del atardecer, y comprendió que a pesar de tener el empeño y el tiempo justo como para enfrentarse a sus asignaturas y a sus propias preocupaciones, había cosas que eran mucho más importantes que todo lo demás. Su amigo, sin dudarlo, lo era.

—Harry es como un hermano para mí. Haría cualquier cosa que estuviera en mi mano para mantenerle a salvo de cualquier peligro, costara lo que costara —dictaminó finalmente, volviendo a concentrar sus ojos en los de Lupin—. Cuente conmigo.

El hombre le dedicó otra de aquellas sonrisas que transmitían una tranquilidad alentadora.

—Te lo agradezco, Hermione —alegó él—. Estoy convencido de que aprenderá mucho... hasta incluso más que conmigo como instructor.

Ambos se contemplaron entre sí con agradecimiento, y Hermione fue incapaz de no sentirse enternecida por él. Su rostro pálido mostraba con creces lo exhausto que se encontraba.

—Si hay algo más que pueda hacer para ayudarle mientras esté convaleciente, profesor Lupin —sugirió ella, intentando sonar concisa—, no dude en hacérmelo saber.

—Ya haces mucho, muchísimo, ayudándome con esto —aseguró él, a medida que ambos se encaminaban de nuevo hacia el castillo a paso lento—. Mi dolencia es complicada de entender.

—No lo creo —suspiró Hermione—. Yo la comprendo.

Se formó un vibrante silencio entre los dos, apenas interrumpido por sus pasos sobre el césped mojado.

—¿Qué quieres decir?

La muchacha se detuvo en seco y se observó los zapatos, como si se arrepintiera de haber pecado de desfachatez. Al alzar la vista, los ojos marrones de Lupin la atraparon, y supo que ya no había vuelta atrás.

—Profesor, yo... —balbuceó, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Sé que usted es un hombre lobo.

Con un esfuerzo más que evidente, Lupin se mantuvo impasible ante aquella revelación inesperada.

—¿Cuánto hace que lo sabes?

—Desde que hice el trabajo para el profesor Snape.

—Estará encantado. Os puso ese trabajo para que alguno de vosotros se percatara de mis síntomas —comentó él con poco entusiasmo—. ¿Comprobaste el mapa lunar y te diste cuenta de que yo estaba enfermo en luna llena? ¿Viste que el boggart se transformaba en luna al verme?

—Las dos cosas —respondió ella en voz baja—. Supuse también que la mezcla que le trajo el día de la salida a Hogsmeade era la Poción matalobos.

—Era muy pequeño cuando me mordieron. Mis padres lo intentaron todo, pero en aquellos días no había cura —explicó, apenado—. La poción que me ha estado dando el profesor Snape es un descubrimiento muy reciente. Me vuelve inofensivo si la tomo la semana anterior a la luna llena, conservo mi personalidad al transformarme... me encojo en mi despacho, convertido en un lobo inofensivo, y aguardo a que la luna vuelva a menguar.

Una oscuridad en su expresión que Hermione no había visto nunca se apoderó de él, a través de la que podía ver reflejada su más absoluta decepción. Resultaba más que obvio que hablar de aquello suponía un terrible esfuerzo para él.

—No tema —le susurró, intentando infundirle su optimismo—. Su secreto está a salvo conmigo.

Lupin elevó levemente las comisuras de sus labios en una sonrisa discreta con la que ella se sintió satisfecha. Sus palabras parecían haber disipado todo atisbo de disgusto en él.

—Nunca he conocido una bruja de tu edad tan inteligente, Hermione.

Ambos retomaron su paseo conjunto hacia el castillo, contemplándolo con afecto, en un plácido silencio en el que se sintieron cómplices el uno del otro.

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