Capítulo LIII - Impervius
ARESTO MOMENTUM
— CAPÍTULO LIII —
❝ I m p e r v i u s ❞
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Las vacaciones de verano habían resultado mucho más excepcionales de lo que Hermione Granger se hubiera podido llegar a imaginar. Sus padres habían decidido llevarla a Francia aquel mes de Julio, antes de afrontar las tediosas visitas a la consulta: la castaña conoció infinidad de monumentos a los que solo había visto por documentación, como la Torre Eiffel, el Museo del Louvre, la Catedral de Notre Dame o el Palacio de Versalles, y quedó encandilada por la belleza del país y la singularidad del idioma, el que pese no llegar a hablarlo pero sí comprenderlo, le resultaba muy grato de escuchar.
Sin embargo, el recuerdo que había calado más hondo de su estancia en el territorio francés fue el regalo que sus padres le habían hecho cuando quedó deslumbrada ante el escaparate de la tienda de instrumentos musicales, sin llegar a imaginarse que acabaría poseyendo la guitarra acústica de la que sus ojos habían quedado prendados. Todo intento por hacer hablar el instrumento mediante hermosas melodías quedó eclipsado al llegar el mes de Agosto, cuando sus padres accedieron a que la muchacha asistiera a clases de música donde desarrollar su talento, el que compaginó con su repaso de todo lo aprendido el año precedente en la escuela de magia y hechicería.
La correspondencia con sus amigos circuló sin descanso durante aquellos entretenidos meses en los que la muchacha no paró de recibir noticias: Harry la hacía partícipe de los métodos que usaba para poder hacer los deberes de verano sin que los Dursley, quienes le prohibían cualquier contacto con la magia, lo descubrieran; Cedric le explicaba su estadía en el mundo muggle junto a la familia de Helen, así como el día de su cumpleaños, en que ella le había regalado un jobberknoll azulado al que habían apodado Asgar y al que Hermione se moría de ganas de conocer; Ron le contaba todos los detalles sobre su viaje a Egipto, ilustrando la aventura con el recorte del periódico El Profeta en el que se mostraba una fotografía de la familia entera, de la que Hermione supo reconocer los rostros de Percy, Fred, George, Ginny y los padres de Ron junto al mismo, que sujetaba a Scabbers entre sus manos; finalmente, Susan había sido la persona con la que más había mantenido el contacto durante aquellos meses, y justamente con la que prometió acudir al Callejón Diagon antes de iniciar el tercer curso en Hogwarts... un curso que esperaba con ansias.
Hermione había cambiado en muchos aspectos durante aquellas vacaciones: su estatura había aumentado notablemente, su cuerpo había continuado con su desarrollo, regalándole un par más de tallas de pecho y cadera, y sus facciones se habían vuelto más marcadas, dejando entrever en su rostro ovalado las pinceladas de la mujer en la que poco a poco iría convirtiéndose. Los rasgos que caracterizaban su personalidad, sin embargo, apenas habían cambiado: seguía siendo una muchacha fuerte que se moría de ganas por descubrir el mundo, y poseía la fortaleza suficiente como para llegar a ser todo aquello que quisiera. Le gustaba disfrutar de los detalles y vivir cada ocasión, pero por encima de todo, le encantaba sentir aquella calidez en su pecho, la que parecía mantenerse intacta desde la primera vez que la había sentido... la que la invadía cada vez que recordaba aquellos ojos negros perforando los propios como brasas calientes.
Le echaba de menos, era algo que sabía muy bien. Le resultaba inevitable no tachar los días que restaban entre ella y su vuelta a las clases... justo los que faltaban para volver a verle. A él. A Snape.
Sus más recónditos anhelos parecían estar dispuestos a hacerse realidad cuando, a punto de finalizar el mes de Agosto, los Granger recibieron la visita de Susan y su tía Amelia, las que habían acudido al lugar para llevarse con ellas a la Gryffindor y con las que se prepararía para emprender su travesía hacia el tercer curso en la escuela de magia y hechicería. Ni la lluvia que caía enfurecida sobre aquella tarde de verano iba a ser capaz de aplacar su más que notable entusiasmo.
El equipaje de Hermione pesaba horrores debido al gran número de libros que la muchacha estaba dispuesta a llevarse al castillo, o así lo pensó el Sr. Granger cuando le tocó cargarla en el maletero de aquel Seat Clásico que pertenecía a la familia Bones, sorprendiéndose al darse cuenta de la extraña y mágica capacidad que poseía aquel espacio que, desde fuera, parecía ser diminuto. Aprovechando la ocasión, la pequeña leona decidió llevarse consigo su preciada guitarra, con la que le prometió a su mejor amiga que tocaría algunas canciones que había aprendido durante aquel último mes.
Sabiendo que muy probablemente no vería a sus padres hasta las vacaciones de Navidad, Hermione se despidió de ellos con un entregado abrazo, asegurándoles que les echaría en falta durante su estancia en el colegio, y una vez hubo digerido la emoción latente del momento, se adentró en el asiento trasero del coche junto a Susan con la rapidez suficiente como para no mojarse, quedándose estupefacta al sentir como algo se le acomodaba sobre las rodillas de un salto ágil.
Sorprendida, se enfocó en aquello que se sostenía en sus piernas, una curiosa bola recubierta de un pelaje suave y albino que lucía unos grandes y hermosos ojos celestes sobre aquel tímido hocico que parecía olerle las manos con suma delicadeza.
—Es una puffskein —aclaró la pelirroja, acomodada en el asiento izquierdo—. Fuimos a comprarla con mi tía. La he llamado Ixchel.
Con una sonrisa entregada, Hermione le acarició tímidamente el pelaje, provocando que la criatura emitiera un afectuoso ronroneo al sentir su tacto sobre sí.
—¿Ixchel? —preguntó la castaña—. ¿Como la diosa maya?
—Diosa del amor, del agua, de la medicina... y de la luna —asintió la pelirroja, haciendo particular énfasis en aquellas últimas palabras—. Sus ojos me la recuerdan.
Con un ligero movimiento de muñeca el coche encendió su motor mediante un característico rugido, y Amelia, adecuada en el asiento delantero y tomando el volante con maestría, lo condujo por las empapadas calles de Londres mientras ambas muchachas conversaban animadamente acerca de sus vacaciones y expectativas de cara al nuevo año en Hogwarts.
El coloquio se vio interrumpido en cuanto llegaron a Charing Cross, adentrándose al lluvioso Callejón Diagon mediante el muro de piedra del Caldero Chorreante. Sabiendo que sus amigos acudirían al lugar más tarde, tal y como lo habían pactado, las tres se pasearon por las tiendas entre las que se extendía la larga calle, adquiriendo los libros de texto, los ingredientes, los uniformes y el material necesario para empezar el tercer curso.
Viendo que se acercaba la hora acordada se encaminaron de nuevo hacia el Caldero Chorreante, pero su paso se vio frenado frente al escaparate de la Tienda de Animales Mágicos, en la que ambas muchachas admiraron las criaturas que se encontraban en su interior, resguardadas de la lluvia bajo el porche del local.
Ixchel, a la que Susan sostenía cuidadosamente entre sus brazos, se amarró cuanto pudo al cristal, viendo con total curiosidad a los animales que restaban al otro lado devolviéndole la cortesía.
—Son curiosos, ¿verdad? Podríamos entrar a echar un vistazo —le susurró la pelirroja, acariciándole el pelaje, y con una sonrisa dibujada entre sus mejillas anaranjadas se volvió hacia Amelia—. ¿Te importa si nos tomamos unos minutos de más en la tienda, tía? Me gustaría comprar un peine con el que cepillar a Ixchel.
La mujer imitó su gesto, negando afablemente con la cabeza.
—Os esperaré en el bar, chicas.
Con un asentimiento por parte de ambas muchachas Amelia se dio por satisfecha, y decidida emprendió su paso en dirección al Caldero Chorreante, perdiéndose entre la lluvia mientras Susan y Hermione se refugiaban en la tienda de animales.
No había mucho espacio dentro, pues hasta el último centímetro de la pared estaba cubierto por jaulas; olía fuerte y había mucho ruido, porque los ocupantes de las jaulas chillaban, graznaban, silbaban o parloteaban, y la bruja que había detrás del mostrador estaba aconsejando a un cliente sobre el cuidado de los tritones de doble cola, así que ambas amigas esperaron, observando atentas su alrededor. Un par de sapos rojos y muy grandes estaban dándose un banquete con moscardas muertas; cerca del escaparate brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón; serpientes venenosas de color naranja trepaban por las paredes de su urna de cristal; un conejo gordo y blanco se transformaba sin parar en una chistera de seda y volvía a su forma original; había gatos de todos los colores, una escandalosa jaula de cuervos, un cesto con pelotitas de piel del color de las natillas que zumbaban ruidosamente y, encima del mostrador, una enorme jaula de ratas negras de pelo lacio y brillante que jugaban a dar saltos sirviéndose de la cola larga y pelada.
El cliente de los tritones de doble cola salió de la tienda y Susan se aproximó al mostrador.
—Quería un peine de púas con el que cepillar a mi puffskein —le explicó, colocando a Ixchel sobre la larga tabla—. Suelo hacerlo con un cepillo redondo pero siempre se le acaba enredando el pelo.
La bruja que precedía el mostrador sacó unas gruesas gafas negras del bolsillo y examinó meticulosamente el aspecto de la criatura, que parecía asustadiza ante aquella violenta cercanía.
—Curioso —especuló la mujer—. ¿Qué poderes tiene?
—Pues... —balbuceó la pelirroja—. La verdad es que nada fuera de lo común...
Con un suspiro resignado la mujer se retiró del mostrador.
—Una lástima... una verdadera lástima...
—¿Qué le pasa?
—Bueno... podría ser Escrofungulosis.
—¿Qué? ¿Qué demonios es eso? —exclamó Susan, tomando con instinto maternal a Ixchel entre sus brazos—. La tenemos desde hace un mes en casa. La he cuidado muchísimo.
—También podría ser un resfriado —alegó la bruja, sacando una pequeña botella roja de debajo del mostrador y plantándola sobre el tablero—. Puedes probar a darle este tónico.
Haciendo rodar los ojos con absoluto fastidio, Susan dejó que su angustia interna se desvaneciera a través de aquel ligero suspiro, y con desgana revolvió sus bolsillos en busca de su monedero.
—¿Cuánto le debo?
—Por el peine de púas y el tónico... quince galeones —sonrió la bruja, extendiéndole la mano.
Apretando los labios con notable incordio, Susan revolvió entre las monedas, percatándose de un ligero detalle.
—Me parece que me faltan monedas... —susurró para sí misma, y giró sobre sus talones, hallando entre las jaulas la figura distraída de su compañera—. Hermione, ¿podrías prestarme tres galeones?
Sin embargo la castaña, que se encontraba en cuclillas mientras observaba una de las jaulas situada a pocos metros de ella, estaba demasiado distraída como para ofrecerle una respuesta coherente: su atención recaía sobre aquel curioso felino de un precioso y esponjoso pelaje de color canela, de piernas combadas y hocico aplastado que se dirigía hacia ella a paso lento con posado austero.
—¡Crookshanks! ¿Otra vez has escapado de la jaula? —vociferó la bruja cruzando el mostrador con la intención de volver a encerrar al felino, intenciones que se detuvieron en cuanto se percató que el animal levantaba las patas delanteras y se apoyaba en las rodillas flexionadas de Hermione en un contacto afectuoso—. Parece que le gustas, muchacha.
Con una sonrisa complacida, la Gryffindor lo acogió entre sus brazos, acariciándolo con dedicación, dejando que sus dedos perfilados se perdieran en aquel pelaje espeso.
—Es precioso, ¿verdad? —alegó ella, levantando la vista en dirección a su compañera y viendo como ésta asentía con fervor para luego volver a contemplar a aquel al que sostenía sobre sus extremidades—. ¿Te gustaría venir conmigo, Crookshanks?
El curioso felino se frotó apaciguadamente en las mangas de su jersey de lana, ofreciéndole su ronroneo como una respuesta que encandiló por completo el corazón de la muchacha.
—Hace mucho tiempo que me hace compañía en la tienda. Nadie lo quería —le explicó la bruja, a medida que Hermione se levantaba con el felino en brazos y se acercaba de nuevo al mostrador, tomando como pudo su monedero—. Estoy segura de que contigo estará bien atendido.
Cinco minutos más tarde, ambas muchachas abandonaron el local con sus respectivas mascotas acurrucadas entre sus brazos y una sonrisa de simpatía dibujada entre sus rostros joviales: ni la latente oscuridad que se presentaba ni la persistente lluvia parecían capaces de aplacar sus alegrías internas.
Con elegancia, Hermione desenfundó su varita y apuntó hacia los cielos con ella, dibujando una sencilla espiral en el aire.
—Impervius —pronunció con total convicción.
De la punta de su varita surgió un curioso destello blanco que acogió la forma de un paraguas transparente, bajo el que ella se resguardó junto a Crookshanks, pegándolo a su pecho mientras emprendía junto a Susan e Ixchel el camino hacia el Caldero Chorreante.
***
Sus ojos marrones se movían con una velocidad asombrosa sobre las oraciones de aquel diario que sostenía abierto con ambas manos, perdiéndose entre sus páginas con una facilidad impoluta.
BLACK SIGUE SUELTO
El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sido capturado.
«Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge, quien ha sido criticado por miembros de la Federación Internacional de Brujos por haber informado del problema al Primer Ministro muggle. «No he tenido más remedio que hacerlo», ha replicado Fudge, visiblemente enojado. «Black está loco, y supone un serio peligro para cualquiera que se tropiece con él, ya sea mago o muggle. He obtenido del Primer Ministro la promesa de que no revelará a nadie la verdadera identidad de Black. Y seamos realistas, ¿quién lo creería si lo hiciera?»
Mientras que a los muggles se les ha dicho que Black va armado con un revólver (una especie de varita de metal que los muggles utilizan para matarse entre ellos), la comunidad mágica vive con miedo de que se repita la matanza que se produjo hace doce años, cuando Black mató a trece personas con un solo hechizo.
Hermione observó los ojos ensombrecidos de Black, la única parte de su cara demacrada que parecía poseer algo de vida en aquella fotografía en movimiento que acompañaba el texto, y sintió un escalofrío recorrerle irremediablemente la espalda. Torciendo la boca en un gesto inquieto, dejó caer el periódico sobre la mesa de roble, captando la atención de aquellos junto a los que se encontraba sentada.
—Da miedo mirarlo, ¿verdad? —exclamó Cedric, quien se adecuaba justo a su lado derecho y observaba el artículo que su amiga había estado leyendo.
Susan, que hasta el momento se entretenía junto al castaño siendo testigo de cómo Asgar le acicalaba el pelaje a Ixchel con su pico dorado, apoyó ambos codos sobre la mesa y se enmarcó la cara con las manos, volviéndose partícipe de la conversación.
—Mató a trece personas con un solo hechizo delante de testigos y a plena luz del día —añadió ella—. Causó conmoción.
—Según dicen, era muy próximo a Quien-vosotras-sabéis. De cualquier manera, cuando Harry acabó con él, todos sus seguidores fueron descubiertos. Casi todos sabían que la historia había terminado una vez vencido, y se volvieron muy prudentes... pero no Sirius Black —prosiguió el castaño—. Según tengo entendido gracias a mi padre, Black pensaba ser el lugarteniente de Quien-vosotras-sabéis cuando llegara al poder. El caso es que lo arrinconaron en una calle llena de muggles; él sacó la varita y de esa manera hizo saltar por los aires la mitad de la calle. Pilló a un mago y a doce muggles que pasaban por allí. ¿Y sabéis lo que hizo entonces?
Hermione y Susan se mantuvieron silenciosas, atentas a las palabras de su compañero.
—Reírse. Se quedó allí riéndose —dictaminó finalmente—. Y cuando llegaron los refuerzos del Ministerio de Magia, dejó que se lo llevaran como si tal cosa, sin parar de reír a mandíbula batiente. Porque está loco.
—Y ahora está libre —sentenció Hermione, volviendo a examinar el pedazo distinguible de la cara demacrada de Black en la fotografía del periódico, ahora doblada sobre la mesa—. Es la primera vez que alguien se fuga de Azkaban, ¿no es así?
—No entiendo cómo lo ha hecho —añadió Cedric, cruzándose de brazos—. Hasta me da miedo planteármelo.
—¡Entonces por qué pensarlo! Hay miles de asuntos que podríamos tratar —exclamó Susan, distrayendo su atención en Asgar, que se había posado sobre su hombro izquierdo—. Como por ejemplo, las vacaciones de Cedric con su familia política.
Ambas muchachas no pudieron evitar sonreír cuando el castaño desvió los ojos a otra parte con fingido fastidio.
—Dejaré que sea Helen quien os cuente nuestra estadía en su casa de la playa —alegó él con una pícara sonrisa, dirigiendo su mirada en dirección a las escaleras de madera que conducían a los dormitorios del local—. Casi prefiero oír la historia de cómo Harry infló a su tía como un globo.
Hermione ensanchó su sonrisa en cuanto vio aparecer al de cabellos azabaches junto a pelirrojo, acomodándose ambos de nuevo en la gran mesa de roble tras haber instalado el equipaje de este último en su habitación compartida.
—Fue sin querer... perdí el control —se excusó Harry con cierta timidez, mientras Ron y Cedric se partían de risa.
—No tiene ninguna gracia —dictaminó Hermione con severidad, tomando su posado responsable habitual—. Verdaderamente, me sorprende que no te hayan expulsado.
—A mi también, aunque lo que más temía era ser arrestado —conminó el muchacho, aprovechando la cercanía para acariciar suavemente el pelaje albino de Ixchel—. Pero lo que todavía no entiendo es cómo os habéis enterado de eso, ni de cómo sabíais que me alojaba aquí.
—Mi padre, el de Cedric y la tía de Susan trabajan en el Ministerio —aclaró Ron, recobrando la compostura—. Casi ha resultado imposible no saberlo.
—Y como comprenderás, no podíamos quedarnos en casa sabiendo que te encontrabas aquí —se añadió la pelirroja con una sonrisa afable—. ¿O acaso creías que mañana ibas a ir solo hasta King's Cross?
Harry habría podido emplear un gran repertorio de palabras y expresiones para demostrar su agradecimiento ante aquel gesto desinteresado por parte de sus amigos, pero fue incapaz de decir nada: sentía que no había gratitud suficiente como para compensar lo que ellos eran capaces de hacer por él, tal y como se esforzaban en demostrarle. Y pese a que el silencio fue su única respuesta, sus compañeros entendieron en él todas sus connotaciones, y más aún cuando el muchacho las acompañó con una sonrisa agradecida.
Sin embargo, un par de aullidos procedentes del fondo de la larga sala perturbaron aquel momento de complicidad entre los cinco, como una alerta que solo dos de sus componentes entendieron. Prácticamente a su vez, Ron y Hermione se alzaron a toda prisa de sus respectivos asientos y acudieron apresuradamente a la escena: con habilidad, la castaña apresó a Crookshanks entre sus brazos, permitiendo que el pelirrojo recuperara a Scabbers, que se había escondido bajo uno de los taburetes que acompañaban la barra del local.
Una vez la rata estuvo asegurada entre sus manos, Ron se acercó a la muchacha con las mejillas más anaranjadas de lo usual.
—¡Te lo advierto, Hermione! —vociferó él—. ¡Mantén esa maldita bestia lejos de Scabbers o lo convertiré en un felpudo!
—Es un gato, ¿qué esperabas? —replicó ella—. Es su naturaleza.
—¿Un gato? ¿Eso te han dicho? A mi me parece más un cochinillo con pelo.
—Parece mentira que lo diga el dueño de ese cepillo sucio y fétido.
—¡Scabbers necesita descanso y tranquilidad! ¿Cómo va a tenerlos con ese ser cerca?
—Deja de preocuparte —insistió la muchacha con una mueca divertida en su rostro, siendo testigo del enfado de su compañero—. Crookshanks dormirá en mi dormitorio y Scabbers en el tuyo. ¿Qué problema hay?
El Gryffindor, a regañadientes, no tuvo más remedio que suspirar con resignación ante los argumentos de su compañera.
—Con lo bien que estábamos en Egipto... —añadió él, encaminándose de vuelta hacia la mesa.
—Los egipcios adoraban a los gatos —insistió ella, intentando molestarle mientras le seguía los pasos, acurrucando al felino entre sus extremidades en un abrazo cálido.
—Ya, y a los escarabajos peloteros —expuso el pelirrojo con fastidio, acomodándose junto a Harry y Susan, quienes reían inevitablemente con Cedric ante la escena.
Habiendo ultimado el equipaje para el día siguiente y tras haberse reencontrado con la tía de Susan y los padres y hermanos de Ron, los muchachos iniciaron la cena, celebrando su reencuentro; una vez se sintieron algo pesados y adormilados, uno por uno fueron subiendo las escaleras hacia las habitaciones, tal y como se habían repartido.
Ginny fue la primera en caer rendida sobre la cama en la habitación de las chicas, permitiendo que Hermione y Susan pudieran hablar con la tranquilidad necesaria como para tratar sus asuntos más personales, sabiendo que los chicos estaban demasiado ocupados manteniendo sus querellas en las habitaciones contiguas como para molestarlas.
—¿No te sientes emocionada? —mencionó la pelirroja con cierto enternecimiento en sus palabras, a medida que sus dedos ordenaban los rizos indomables de su amiga en una sencilla trenza francesa—. Después de tantas semanas, mañana volverás a verle.
—La verdad es que llevo meses deseando vivir ese momento —confesó la castaña, mordiéndose las uñas con cierto nerviosismo—. Se me nota demasiado, ¿no?
—Un poco —rió su compañera—. Pero eres mi mejor amiga, Hermione. Es normal que en mi resulte tan obvio.
—En cambio, a mi me fascina tu serenidad —comentó ella con una pícara sonrisa—. Cualquiera diría que Ron ha dejado de gustarte.
Un poderoso rubor acudió a las mejillas de la pelirroja.
—Estaría loca si así fuera —alegó ella, atando el arreglo con una goma para el cabello—. ¿No crees que está muy guapo?
Alzándose del catre en el que ambas se encontraban sentadas, Hermione se puso las pantuflas mientras dejaba que una sonrisa de complicidad surcara sus mejillas.
—Está claro que nadie se libra de Cupido... —objetó ella con cierta sorna en su hablar, antes de volverse hacia la salida—. Voy al baño. Vigílame a este par de adorables fieras.
Sobre las cobijas del lecho libre de la habitación se encontraba rendida Ixchel, rodeada por el cuerpo canela y peludo de Crookshanks, el que la protegía mientras ambos resollaban tiernamente al unísono. Susan, comprendiendo entonces a qué se refería su compañera, asintió fervientemente con la cabeza, permitiendo que Hermione saliera satisfecha de la habitación.
El frío que reinaba en el largo y dormido pasillo caló rápidamente por entre las mangas de su pijama de franela, haciendo sacudir su cuerpo de un repentino escalofrío. Sintiendo el crujir de la madera bajo sus pies, Hermione avanzó guiada por la luz tenue de la luna que se infiltraba por los vetustos ventanales, cruzándose de brazos en un intento por querer mantener el calor de su cuerpo, y dejó que su mente divagara, perdiéndose en el propio deseo que, pese a la brisa helada, todavía era capaz de avivar aquella poderosa llama en su pecho: mañana iba a ser un día muy especial, pues volvería a sentir recaer sobre sí aquellos ojos negros que se habían convertido en la entrada a sus sueños más encantadores... algo demasiado cautivador como para ser verdad.
¿Le habría gustado su regalo? ¿Se acordaría del detalle? ¿Habría pensado tanto en ella como ella lo había hecho con él?
—¿Te has perdido, Hermione?
Alzando la vista que mantenía enfocada en las baldosas que conformaban la superficie, la castaña se halló una vez más frente a la sonrisa afable que Harry le ofrecía, perfectamente distinguible para ella incluso ante la escasa luz que reinaba en el solitario lugar.
—Podría preguntarte lo mismo —le devolvió ella el gesto, una vez hubo espantado sus dudas internas.
—Ron y Percy llevan un buen rato discutiendo en el cuarto. Al parecer, la insignia de Premio Anual de Percy ha desaparecido misteriosamente... —aclaró el muchacho con cierta sorna—. He aprovechado la ocasión para ir al lavabo. ¿Vas hacia allí?
Hermione asintió con parsimonia, sabiendo que le brindaba una respuesta por partida doble: sin necesidad de decirse más, ambos muchachos anduvieron juntos por el corredor, acompasando su andar.
—Susan me ha dicho que te has comprado todos los libros de texto de este año —le comentó Harry a medida que avanzaban.
—Bueno, me he matriculado en más asignaturas que vosotros, ¿recuerdas?
—¿Tienes pensado comer o dormir este curso en algún momento?
—En clase seguro que no, Harry —sentenció ella con una mueca divertida—. Eso sería quitaros a Ron y a ti el trabajo.
El muchacho reprimió la sonrisa divertida que esperaba formarse entre sus mejillas, intentando mantener la compostura y fingir estar enfadado.
—¿Estás criticando mis métodos de estudio?
Por el contrario, Hermione ni se esforzó en contener la carcajada que salió disparada de entre sus labios turgentes.
—¿De qué estudio me estás hablando?
Incapaz de disimular más su alegría, Harry sonrió maliciosamente e hizo el intento de castigar a su amiga mediante cosquillas, conociendo de antemano lo sensible que era Hermione: sin embargo, la muchacha echó a correr mediante carcajadas, incitándole a perseguirla en aquel recreo de ambos cómplice.
Pero justo cuando se encontraron a unos pocos metros de los aseos, antes de llegar a pasar de largo del arco de piedra que conducía a la planta baja del local, su carrera se vio detenida por las voces que emanaban del lugar.
—No tiene ningún sentido ocultárselo. Harry tiene derecho a saberlo —decía acaloradamente el Sr. Weasley—. He intentado decírselo a Fudge, pero se empeña en tratar a Harry como a un niño. Tiene trece años y...
—¡Arthur, la verdad le aterrorizaría! —objetó la Sra. Weasley en un tono elevado, notablemente escandalizada—. ¿Quieres de verdad enviar a Harry al colegio con esa espada de Damocles? ¡Por Dios, está muy tranquilo sin saber nada!
—No quiero asustarlo, ¡quiero prevenirlo! Ya sabes cómo son Harry y Ron, que se escapan por ahí. Se han internado en el bosque prohibido dos veces. ¡Pero Harry no debe hacer lo mismo en este curso! —alegó su marido—. ¡Cada vez que pienso lo que podía haberle sucedido la otra noche, cuando se escapó de casa...! Si el autobús noctámbulo no lo hubiera recogido, me juego lo que sea a que el Ministerio lo hubiera encontrado muerto.
Al borde de la escalera de madera, Harry y Hermione se contemplaron entre sí con semblante desconcertado. ¿Qué demonios estaba sucediendo?
—Pero no está muerto, está bien —prosiguió la Sra. Weasley—, así que ¿de qué sirve...?
—Molly: dicen que Sirius Black está loco, y quizá lo esté, pero fue lo bastante inteligente para escapar de Azkaban, y se supone que eso es imposible —se añadió Amelia al debate—. Han pasado tres semanas y no le han visto el pelo. No estamos más cerca de pillarlo que de inventar varitas mágicas que hagan los hechizos solas. Lo único que sabemos con seguridad es que Black va detrás...
—Pero Harry estará a salvo en Hogwarts.
—Pensábamos que Azkaban era una prisión completamente segura. Si Black es capaz de escapar de Azkaban, será capaz de entrar en Hogwarts.
—Pero nadie está realmente seguro de que Black vaya en pos de Harry...
Se oyó un golpe seco sobre la madera, y ambos muchachos supusieron que el Sr. Weasley había dado un puñetazo en la mesa.
—Molly, ¿cuántas veces te tengo que decir que no lo han dicho en la prensa porque Fudge quería mantenerlo en secreto? Él fue a Azkaban la noche que Black se escapó. Los guardias le dijeron a Fudge que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: «Está en Hogwarts, está en Hogwarts.» —dictaminó, relajando el tono de su voz—. Black está loco, Molly, y quiere matar a Harry. Si me preguntas por qué, creo que Black piensa que con su muerte Quien-tú-sabes volvería al poder. Black lo perdió todo la noche en que Harry detuvo a Quien-tú-sabes, y se ha pasado diez años solo en Azkaban, rumiando todo eso...
Un silencio sepulcral invadió la escena, hasta que el suspiro resignado de la Sra. Weasley se encargó de romperlo.
—Bien, Arthur. Debes hacer lo que te parezca mejor —contestó ella—. Pero te olvidas de Albus Dumbledore. Creo que nada le podría hacer daño en Hogwarts mientras él sea el director... supongo que estará al corriente de todo esto.
—Por supuesto que sí. Tuvimos que pedirle permiso para que los guardias de Azkaban se apostaran en los accesos al colegio —objetó Amelia—. No le hizo mucha gracia, pero accedió. No les tiene mucha simpatía a los guardias de Azkaban, como es lógico, pero cuando se trata con alguien como Black hay que unir fuerzas con los que uno preferiría evitar.
—Si salvan a Harry...
—En ese caso, no creo que debamos volver a decir nada contra ellos —dijo el Sr. Weasley, bostezando ante el cansancio—. Es tarde. Será mejor que subamos...
Hermione oyó mover las sillas, y viendo que su compañero parecía abstraído ante toda aquella verdad tan apabullante como desgarradora, le tomó de la mano y, tan sigilosamente como pudo, lo condujo hacia el interior de los aseos, alejándose para que no fueran descubiertos.
Asegurándose de haber cerrado debidamente el pasador de la puerta tras haberse adentrado en el lugar, situó a Harry frente a uno de los lavabos y, habiendo ahogado en agua uno de los paños situados junto a los grifos, retiró el sudor frío que descendía por la frente de su compañero mediante suaves pasadas, a modo de intentar reconfortarlo.
Sintiéndose abatido ante la realidad, el muchacho se apoyó sobre el lavamanos y cerró los ojos con fuerza, intentando evitar que el pánico lo inundara. Así que Sirius Black iba tras él. Eso lo explicaba todo.
Una vez hubo tomado el coraje suficiente mediante profundas bocanadas de aire, se atrevió a volver a encontrarse en la realidad, enfrentándose a la mirada de pesadumbre que su compañera le devolvía.
—No me van a matar, Hermione —sentenció con toda la determinación posible, en una frase con la que realmente pretendía convencerse a sí mismo.
Y la castaña no supo hacer más que responder a su coraje aferrándose a él en un fuerte y necesitado abrazo, haciendo su más grande esfuerzo por creer que las palabras de su amigo se encontraban en lo cierto.
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