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8. LUCHANDO BATALLAS

Apunto. Me concentro, debo disparar en el centro, ni un centímetro más allá. Aguanto mi respiración y aprieto el gatillo con decisión.

¡Bien hecho!

Preparo un segundo disparo. No puedo fallar. El aire fresco de la montaña invade mis pulmones y hace que esté más despierto todavía.

El sonido de mi revolver Astra 960, calibre 39 suena con eco a lo lejos y hasta parece que el ruido que mi arma emite ha cobrado vida. El disparo suena repetidamente, como si fuera un fuerte grito.

Al girar un poco mi cabeza, noto que Aylin está a unos metros.

—Ven, acércate —le digo.

Noto que enseguida hace una mueca y se encoge de hombros. Mira el paisaje que hay alrededor y no avanza hacia mí ni un centímetro.

—No, gracias. Todavía... no me encuentro muy bien cuando veo un arma.

Doy unos pasos hacia ella, al mismo tiempo que guardo mi revolver en la parte de atrás de mi pantalón.

—¿Nunca habías visto un arma hasta... aquella noche? —le pregunto a pesar de que noto claramente su fragilidad al hablar del tema.

—No, la verdad es que no —contesta.

—Pues no te vendría nada mal aprender a disparar. Siempre está bien saber defenderse, y más en nuestro país.

—¿Vienes mucho aquí? —me doy cuenta de que esta no quiere hablar del tema y en el fondo, la comprendo.

—¿A Toronto? Posiblemente una vez al año. Me gusta venir a esquiar, pero este año me parece que no dará tiempo —miro las montañas a lo lejos—. Y cada vez que vengo, me gusta practicar el tiro.

—Entiendo.

—¿Te gusta esquiar? —pregunto intrigado.

—Lo hice solo una vez, en un viaje de estudios. Viajamos al norte, a Maine —dice y se frota las manos. Tiene la nariz roja y me parece muy graciosa en estos momentos.

Enseguida le paso la mano por el hombro. Hace mucho frío e intento que entre en calor.

—¡Vaya!sí Conozco Maine —contesto y examino la cola alta que lleva. Le queda muy bien, acentúa más sus facciones.

—Te gusta mucho la montaña , ¿verdad?

—Sí, en realidad más que la playa. Me gusta mucho ir a esquiar —hago una señal con la mano.

—Lo suponía —responde.

—¿Y qué tal la tarde, la has aprovechado? —recuerdo que hace unas horas, tras el almuerzo, Aylin me ha pedido quedarse a estudiar.

—Sí, la Tablet que me has dejado me ha servido para hacer algunas tareas que tenía pendientes.

—Supongo que la próxima semana tenéis muchos exámenes.

—Sí, en casi todas las asignaturas.

—En Finanzas también —le recuerdo y arqueo el ceño.

—Sí, en Finanzas también —repite esta y se queda pensando en algo.

—Seguro que le saldrá muy bien, usted es experta en los tipos de inversiones y la rentabilidad, señorita Vega. Recuerde "los tipos" que hay y en "los plazos" —recalco ciertas palabras a propósito.

—Si me está intentando chivar cosas del examen, prefiero que no lo haga, profesor—mueve la comisura de sus labios y la noto relajada—. De hecho, quiero conseguir buenas notas solo y únicamente gracias a mis esfuerzos. No quiero deber nada a nadie.

Me rio. Es como si hubiesemos vuelto de alguna manera en el tiempo. Hasta juraría que es como si nada hubiese pasado y estoy disfrutando de este tonteo que hay entre nosotros ahora mismo. Aprieto más mi brazo sobre su espalda.

Aylin empieza a caminar delante de mí por el camino estrecho de piedra, que nos lleva a la entrada de la cabaña.

—Vaya, me asombra usted. Cualquiera en su lugar se aprovecharía —le insinúo que en realidad podría darle algunas pistas del examen, aunque no sea lo ético.

—Yo no soy cualquiera y usted... debería ser más profesional, ¿no le parece? —gira la cabeza y me mira. Alza una ceja juguetona, y se da la vuelta enseguida. Continúa andando y yo la sigo detrás.

Como lo sabes... —pienso por dentro.

Vaya, siempre me asombra su perspicacia. Y no solamente eso. También parece ser que ultimamente ha hecho una rutina en dejarme con la palabra en la boca.

Al mismo tiempo que subimos las escaleras, encaminándonos al dormitorio para vestirnos para la fiesta, confieso que no aparto mi mirada de su culo. El vaquero negro le queda de escándalo.

Oh sí... Demasiado ceñido y... peligroso. Respiro e intento pensar en otros asuntos menos candentes.

—¿Y a qué se debe la fiesta a la que vamos a ir? —noto su interés.

Eso es bueno: ya no intenta huir ya de mí, no me habla enfadada y muestra interés sobre los planes que tenemos.

—Bueno, en Canadá también es festivo estos días y uno de nuestros futuros socios quiere celebrar la expansión de sus bancos en Estados Unidos.

—¿Por qué futuro socio?

—Porque todavía no firmamos el acuerdo. Estamos en trámites con los bancos Morrison.

—Entiendo —la escucho decir.

Sobre media hora más tarde, me encuentro en nuestro dormitorio de la primera planta. He terminado de vestirme y estoy concentrado en arreglar el nudo de mi corbata azul oscuro. Quiero que se vea perfecto. Escucho la puerta del baño al momento. Noto que Ailyn está también lista y se muestra bastante relajada, así que estoy más que complacido. La miro y se me pasa por la cabeza que la constitución esbelta de esta mujer la hace muy atractiva. Y no solamente eso, su forma de ser hace que la vea muy bella. Bella por dentro y bella por fuera.

Me vuelvo más hacia ella y me convierto en un escáner andante. Quiero analizar cada detalle, además disfruto mucho mirándola. Para la fiesta de esta noche lleva un vestido muy refinado de color negro y blanco de seda, una de las prendas que compramos ayer. En este momento, esta se está arreglando las mangas largas de su vestido y tira un poco de su escote en forma de V. La verdad es que cualquier prenda de ropa queda hecha a su medida. El vestido es corto y deja al descubierto sus piernas, en las que noto unas medias oscuras. Calza unos tacones negros, muy altos. Mientras arreglo los botones de las mangas de la chaqueta de mi traje, recuerdo que llevaba los mismos tacones anoche. Esos tacones pegaban de escándalo con el conjunto sexy de cuero, nada más pensandolo, la jodida adrenalina de mi cuerpo se dispara. Lástima que me la jugara.

Resumidamente, la elegancia que desprende me deja mudo, ¿cómo puede una mujer ser tan guapa?

La miro disimuladamente y noto que se sienta en la cama, cruza las piernas y empieza a mirar su móvil. Seguramente está chateando con alguien. Analizo de nuevo sus piernas, intentando mantenerme sereno y, de repente... me doy cuenta de algo.

—Aylin... —me vuelvo hacia ella sin pensarmelo dos veces. Me empeiezo a abrochar la chaqueta oscura de tela gruesa.

—Dime —levanta la vista de su móvil.

La miro mejor y me llama la atención el maquillaje que se ha puesto esta noche, que es un poco más estridente de lo normal. Las líneas de color negro de sus párpados y el rímel hacen que resalten más sus ojos celestes electrizantes.

Me acerco a ella, sin dejar de mirar sus atractivas piernas. Ella observa mi mirada y también dirige su vista hacia abajo. Mira sus medias oscuras.

—¿Qué? —pregunta desconcertada.

Vuelve a alzar la mirada.

—¿Qué medias llevas?

—¿A qué te refieres? —aprieta sus párpados por un momento.

Me siento en la cama, a su lado y esta se gira hacia mí, sumamente sorprendida. No le digo nada más, y aunque sea consciente de que debería tener mi maldita boca cerrada y mis sinvergüenzas manos quietas, no puedo evitar levantar un poco su vestido con una mano. Menos mal que a ella no le da tiempo a reaccionar.

—¡Espera! —le digo rápido, me levanto y camino al armario. Lo abro muy ágil e intento identificar su ropa.

¡Excelente!

Agarro unas medias oscuras de media pierna, las cuales llevan un acabado de encaje, en la parte de arriba. Son perfectas. Me vuelvo y noto que, mientras tanto, Aylin se ha puesto de pie y me mira consternada.

—¿Qué estás haciendo?

—Ponte mejor esto —se las enseño—. Son más accesibles.

Frunce el ceño desorientada. Su reacción es la más normal del mundo.

—Pero... ¿qué dices? ¿Accesibles para qué? —se muestra muy incrédula.

—Por favor... —le digo suplicante, al mismo tiempo que me acerco a ella. Mis dedos alcanzan la parte baja de su vestido y consigo levantárselo sobre sus caderas y rozar con mis dedos la parte alta de sus medias.

Noto cómo Aylin detiene mis manos y me las aprietas por encima del vestido para así no poder avanzar.

—¿Acaso me las quieres quitar? —veo que aprieta los labios, muy suspicaz.

—Por favor, siéntate —intento que mi voz no suene demasiado demandante para no asustarla.

No me puedo permitir el lujo de discutir con ella también esta noche.

—¿Qué le pasan a mis medias? —la escucho preguntar yaun poco molesta.

¡Mierda!

—Nada, solo que...

Me detengo por un momento. Mis impulsos me delatan cada vez más. No sé por qué tengo esta necesidad de controlarlo todo, incluso la manera en la que ella pueda viste. Me vienen mil palabrotas en la cabeza ahora mismo. Hago un sobresfuerzo para no dar rienda suelta a mi otro "yo". Juro y perjuro que estoy intentando desesperadamente controlarme, pero me es imposible.

¡Demonios! maldigo en mi mente.

Mi arrebato me puede costar otra pelea y temo que lo estropee todo de nuevo.

—¿Qué? —escucho su voz seria.

—Me gustan las de liga, si no te importa.

—Pero a mí me gustan estas —oigo su tono.

—¿De verdad no puedes concederme este deseo, Aylin? No te cuesta nada. Por favor —vuelvo a suplicarla—. Te prometo que no intentaré nada esta noche, solo póntelas —sigo hablando casi susurrando cuando observo sus ojos desconfiados.

Hago un poco más de presión sobre la parte alta de sus medias, intentando quitárselas. Noto la calidez de su piel y siento que no podré controlarme. Está tan guapa... y tan al alcance...Vuelvo en mí cuando observo que su rostro es muy inexpresivo. Aun así, sorprendentemente, ella deja de ejercer presión sobre mis manos y entonces aprovecho y, sin decir nada, me arrodillo determinante y deslizo las medias sobre sus piernas.

Mi pulso es cada vez más acentuado.

Le indico la cama y hago que ella se siente. Lo hace en silencio y ni un rasgo de su rostro se mueve. Veo cómo cede también con los zapatos y deja que se los quite. Cuando termino de quitarle las medias que tenía puestas, agarro las medias de media pierna que acabo de coger del armario. La miro cuidadosamente, está demasiado callada.

—No pienses que esto volverá a repetirse, Alex. Te estoy dejando porque estoy cansada de discutir —suelta con voz neutra y se aparta un poco el pelo de la cara.

Ahora mismo, la tela está levantanda por encima de sus muslos y le estoy empezando a colocar las medias. El tacto de su piel es tan suave... ¡Maldita sea! No ha sido para nada una buena idea hacer esto.

—¿Pensarás que estoy loco verdad? —pregunto e intento aguantarme las ganas de tumbarla sobre esta jodida cama cuando noto su cálida piel y veo asomarse su ropa interior por debajo del vestido.

Ufffffff.... ¡joder! Ahora mismo la abriría de piernas, le apartaría esas bragas tan provocativas que estoy viendo ahora mismo y hundiría mi boca en esa parte húmeda que tanto me encanta. Disfrutaría jugando con su clítoris y besaría cada parte de su cuerpo. Me suplicaría por más. Vuelvo a respirar, intentando calmarme.

Necesito sentirla de nuevo temblando entre mis brazos y no descansaré hasta que no lo consiga.

—Loco dices... —la escucho hablar sin alterarse y arquea su boca con ironía.

Eleva su mentón y lleva su mirada al techo por un instante. La escucho cómo respira con fuerza.

—Alex... —vuelve a bajar la mirada y la deja caer sobre mí, que estoy arodillado delante de ella—...si te llamara "loco" quedaría muy corta. Siempre has sido así de posesivo, solo que fingías muy bien ¿verdad?

—No tenía otra, Aylin —le contesto y sigo con mi juego de la seducción—. No quería asustarte, nos estábamos conociendo.

—¿Y no piensas que ahora me estás asustando?

Termino de deslizar una media sobre su pierna y palpo su muslo de manera delicada, mientras me acerco un poco más a su rostro.

—No creo —sonrío pícaro—. No puedes negar que no te da morbo verme aquí, a tus pies, vistiéndote y tocándote con tanta dedicación. Bueno, lo puedes negar por fuera si quieres— añado—. Pero no por dentro.

Pone los ojos en blanco. Noto que está muy emocionada y posiblemente excitada.

—¿Piensas que voy a creer que no intentarás nada conmigo?

Me detengo por un instante. Ya siento desesperación debido a que cuesta mucho lidiar con su carácter. Me cuesta cada vez más manejar este maldito fuego que me quema por dentro. Cuesta tanto tener paciencia...

—¿Tan malo es que te desee tanto, Aylin? —mis ojos penetran los suyos y me pongo serio —¿Tan malo es que a tu hombre le des morbo? ¿Tan grave te parece que el mero pensamiento de que lleves estas medias por debajo me enloquece?

Al mismo tiempo que estoy hablando, cojo la otra media entre mis manos y empiezo a cubrir la piel blanca con la tela fina. Me fascina muchísimo el tacto de su piel. Noto el bloqueo que hay en ella, es como si fuera un querer y no querer. Apoya sus brazos sobre las sábanas y únicamente suspira. Sorprendentemente, no protesta y eso es un avance, sin duda.

—¿Mi hombre? —la escucho decir de repente.

—¡Sí, tu hombre! —contesto un poco rudo—. Y espero que en algún momento decidas acabar con esta batalla que se libra en mi interior porque... de lo contrario — termino de subirle la media casi temblando por el deseo y la impotencia que siento, y aprieto el encaje de la parte alta de su muslo...

—¿De lo contrario? —la escucho preguntar con nerviosismo.

—De lo contrario, no sé cuánto tiempo más podré controlarme.

La fijo con mi vista y tiro un poco de su vestido, de modo que este oculta las ligas de las medias oscuras. Poso mis manos sobre sus piernas y la sigo mirando atormentado.

—Aylin, te haré mía. Te guste... o no.

Mi voz suena perturbada, lo sé, pero no puedo fingir más. Definitivamente, no podré controlarme por mucho más tiempo y la estoy poniendo sobre aviso. Pasar tanto tiempo con ella es como una maldita condena. Es insoportable, ¡diablos!

—Ya te he explicado porque hice todo lo que hice, y lo cierto es que... no tengo nada más que demostrarte.

—¿Eso es lo que piensas? —coge aire y empieza a jugar con sus manos, mortificada—. Alex, sabes que lo que acabas de afirmar no ayuda nada, ¿verdad? —me dice deprisa y me intenta apartar un poco con la mano, ya que sus dedos ejercen presión sobre mi hombro.

Sin embargo, no dejo que se salga con la suya. No he terminado.

—Estoy hasta las narices de fingir que tendré paciencia —continúo hablando—. Mi paciencia se está acabando ya —mi voz suena convincente.

He sido sincero, ¡qué diablos! Aunque posiblemente ella me odie por el resto de su vida, asumiré el riesgo y recibiré el castigo de los dioses. Sin tardar mucho más, le coloco los tacones negros elegantes y me pongo de pie.

Ella se queda embobada y, mientras, observa cómo saco un abrigo del armario y me lo pongo. También saco su abrigo largo negro y me acerco, intentando colocárselo sobre los hombros.

—¡No, gracias! Soy autosuficiente —levanta el tono de su voz, dándome a entender que está molesta.

Su cara está un tanto desencajada y sus ojos se han vuelto grises; ese gris tan familiar. Está terriblemente nerviosa.

Sonrío diabólico. Mi bonita fiera será domada en breve.

Esta noche, sí. Esta misma noche acabaré con esta tortura. Mía y suya.

***

Media hora más tarde llegamos a la grandiosa casa de los Morrison. Casi todo el camino que hemos realizado en coche, he estado hablando con Max, informándome de todo y a este le he prohibido rotundamente que escuche a Jackson. Incluso le he dejado claro que no es Jack el que manda, puesto que Jonathan dejó el Templo en mis manos y el cabrón se tendrá que aguantar. Si no dejó el negocio en manos de su propio hijo, por algo será.

Cogemos el camino hacia una mansión impetuosa de dos plantas, dos veces más grande que la que poseo. Se escucha música desde la entrada y pienso que posiblemente la fiesta será dentro, ya que esta noche está por nevar, pronóstico que acabamos de escuchar en la radio, viniendo de camino.

Al bajarnos del coche, le rodeo la cadera y le sonrío, espero que no siga molesta conmigo. En realidad, quiero que se lo pase bien esta noche y que se le olvide todo lo ocurrido en los últimos tres días. Esta noche la necesito desesperadamente.

—¿Sigues enfadada conmigo por las medias? —giro mi cabeza y acerco mi boca a su oído.

Echo de menos su olor a coco, aunque la fragancia que lleva no me desagrada en absoluto, huele muy bien. Le regalaré pronto una colonia con ese aroma que me encanta.

—¿Enfadada? ¡por supuesto! —articula—. Sabes que no me hace ninguna gracia que me manden —me recuerda esta.

—Bueno, señorita Vega tengo mis dudas.

—Sorprendeme —la escucho decir, ofuscada.

—Dudo que usted esté tan enfadada por llevar esas medias.

—Para ser sincera, en realidad, ahora mismo lo que más me preocupa es que mis partes bajas están congeladas por su culpa ¡Brian Alexander Woods! —contesta con voz firme y mira para atrás, en dirección a mis hombres.

Pone una mueca de mujer enojada y por mi parte, ahogo una risa. Su comentario me parece muy divertido.

—¿Te estás riendo? —me mira embobada.

—Señorita... eso tiene fácil arreglo, solo falta que me lo diga —contesto deprisa y bajo mis dedos a su trasero.

¡Por Zeus! Necesito vacaciones de Aylin ya. Mi cuerpo está revolucionado y siento como si se diera la batalla final del Señor de los anillos en mi interior.

—Encuentras fácil arreglo para todo, Alex —replica esta indignada y se despega un poco de mí.

—Así soy yo, resolutivo.

Siento que estamos volviendo a nuestra relación de antes y estoy feliz. En este momento estamos entrando por la puerta principal, y dos señoritas nos están recibiendo en la entrada y preguntando por nuestros nombres. Nos hacen una señal de que les entreguemos las chaquetas y sonríen muy amables. Antes de ingresar en el salón, les hago una señal a mis hombres de que se queden en el hall, en la zona del servicio.

En el amplio salón que posee una combinación moderna y vintage noto varios grupos de personas, tomando unos aperitivos y al fondo, hay dos personas que ambientan la velada con un violín. Habrá sobre cuarenta personas en la sala. Identifico a Morrison cerca de la entrada, su estatura de gran altura y pelo canoso hace que no reconozca. Conocí a Morrison el año pasado, Carlyle me lo presentó, pero nunca había estado en su casa.

—¡Brian! —exclama este nada más viéndome entrar —¡Bienvenido... o más bien, bienvenidos a mi casa!

Me da una palmada en la espalda y le estrecho la mano. No nos conocemos mucho, pero la verdad es que Carl Morrison me parece una persona muy honesta, responsable y trabajadora. Estaré encantado de tenerlo en mi equipo.

—Gracias Carl. Aquí te presento a mi asistente, Aylin Vega.

—Encantado, señorita —saluda este galán. Aylin esboza una sonrisa encantadora.

Tras decir esto, también nos presenta a su esposa y a dos parejas más que se encuentran cerca.

—¿Y cómo va todo por Boston?

—Bien, no nos podemos quejar—le digo y le doy un sorbo a la copa de ponche que Morrison nos ha ofrecido— Carlyle te manda saludos —continúo hablando.

Miro a Aylin y veo como esta huele la bebida de manera disimulada.

—¿Qué es esto? —me susurra.

—Ponche, ¿nunca lo has probado?

—No.

—Te va a gustar —murmuro de vuelta.

—¡Brian! —escucho de repente una voz muy estridente— ¡Querido!

Giro mi cabeza con curiosidad y delante de mí veo a una mujer de pelo castaño claro, muy sonriente que se me acerca con los brazos abiertos para darme un abrazo. La he reconocido enseguida.

—¡Isabella! —exclamo extrañado.

¿Qué hace ella aquí?

—¡Qué sorpresa! —se lanza a mi cuello y me da un abrazo, seguido de dos besos en las mejillas.

Su vestido plateado con cristales Swarowski me impresiona y en el momento en el que me abraza, noto sus senos firmes en mi pecho. Isabella está operada y tengo más que vistas sus tetas, yo y posiblemente medio Toronto. Es una mujer sumamente fogosa que suelo invitar a mi cabaña cada vez que viajo a Canadá.

—¿Cuándo llegaste? —pregunta esta con curiosidad, al mismo tiempo que mira intrigada a Aylin, que se encuentra a mi lado.

—Llegamos ayer —hago hincapié en "llegamos" para que entienda que estoy acompañado. Conozco muy bien a Isabella, es una cazadora y no me sorprendería que se apareciera por la casa estos días.

Analiza un momento a Aylin y entonces hago las presentaciones. Después, me intento librar de ella con el pretexto de ir a saludar a varias personas que conozco, y me entretengo hablando con Carlyle. Al mismo tiempo, observo que Aylin se está entreteniendo con la anfitriona de la fiesta, la señora Morrison y con la hija adolescente de la pareja. Una de las cosas que me gusta de ella es que tiene esa personalidad camaleónica, se adapta a todo y los conquista a todos. Sin duda, despierta el interés de todos que la rodean.

Me vuelvo a llenar el vaso de ponche y al barrer mi alrededor con mi vista, veo las miradas de los machos alfa de la sala sobre ella. Pienso en mi mente que mejor que los señores invitados esta noche a la fiesta no se hagan ilusiones con ella. Ella es solo mía.

Al cabo de unos minutos, me llega un camarero y me avisa que hay alguien en la entrada que quiere verme. El chico joven que me ha dado la noticia, me indica el camino hacia un pasillo que da a una terraza. Camino deprisa preguntándome quién me podría estar esperando, encima tan lejos de casa y ¡mierda! No me lo esperaba. Llegando a la mitad del pasillo, me cruzo precisamente con Isabella, que está un poco apartada, debajo de unas escaleras grandes de mármol. Conforme me ve llegar, tira de mí para dentro. Sujeta una copa en la mano y su mirada y labios obscenos invitan al pecado. Me ha tendido una jodida trampa.

Se acerca a mí de manera descarada y me analiza con esa mirada tan propia de mujer con ganas locas de sexo.

—Brian... tenía muchas ganas de verte —dice.

Me aparto un poco de ella y sigo manteniéndole la mirada de manera firme.

—¡Isabella! ¿Qué haces?

—¿De verdad no pensabas avisarme que estabas en Toronto?

—Estoy acompañado.

—¿Y desde cuándo me ha importado a mí eso?

Lleva una de sus manos a mi pecho y noto cómo se empieza a lamer los labios. Me recuerda todas las veces que mi polla ha disfrutado de su boca. Esta mujer es una verdadera salvaje en la cama.

—Esta vez no podrá ser —le contesto decidido.

—Bueno, podemos desaparecer de la fiesta durante unos minutos, no tardaríamos mucho, ¿qué dices? —me propone esta desvergonzada, algo que la suele caracterizar.

—Isabella, déjalo.

¡Joder!

Es cierto que estoy muy necesitado y en unos minutos solucionaría el problema solo si... mi maldita cabeza no estuviera pensando continuamente en Aylin.

—Querido... no te reconozco —dice esta sugerente y frunce los labios, al mismo tiempo que se pega a mi cuerpo completamente. Entonces tira de mi corbata.

—Ya te he dicho que no pasará nada entre nosotros. Esta vez no, Bella. Volvamos a la fiesta —insisto.

—Me encanta cuando me llamas así —la escucho y le da otro tirón a mi corbata, al mismo tiempo que pega sus labios a los míos con vehemencia.

Me planta un beso y empieza a apretar su boca ansiosa sobre la mía. Lo cierto es que es una mujer preciosa, que despierta mis instintos más básicos, sin embargo... no soy capaz.

¡Soy de chiste, de verdad!

¿En qué te has convertido, Brian?... piensa mi mente, que está más asombrada que yo.

Intento poner distancia entre nosotros y me niego rotundamente a dar rienda suelta a su beso, con el riesgo de que mis malditos huevos exploten. Hay algo dentro de mí que me dice que pare, aunque no sé qué mierda es. Será que mi obsesión por Aylin es tan fuerte, que eso hace que no pueda tener a nadie más en mi cabeza, ni en mi cama.

—Alex —escucho esa voz tan dulce y tan familiar de repente.

Me congelo.

Giro mi cabeza y la veo. Ahí está, a unos pasos, quieta y expectante. Su rostro denota cierta palidez y la expresión en su cara es seria.

—Aylin... —digo despacio, todavía consternado y con el corazón latiendo como si de un tambor se tratase.

¡Maldita sea!

No, por favor... imploro por dentro.

No soportaría perderla por segunda vez.


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