6. CUANDO EL APRENDIZ SUPERA AL MAESTRO
—¿Te gusta la carne? —me fija con la vista al mismo tiempo que corta su bistec con un cuchillo. Estamos cenando en un restaurante- brasearía en Toronto, tras guardar las varias bolsas de ropa y zapatos en el coche. Al lado de los distintos platos de carne, unas copas de vino tinto reposan sobre la mesa. Alex está acariciando el pie de su copa con la yema de los dedos muy despacio, mientras me mira.
Asiento con la cabeza, e intento no mirarlo mucho. No sé si hace ciertos gestos a propósito, para insinuarme algo, o porque mi cuerpo responde a todo lo relacionado con él. Y confieso que el vino tinto está haciendo estragos en mi cabeza; como si eso fuera poco, noto mis mejillas encendidas. Es un conjunto de todo y pasar tiempo con él hace que me sienta asfixiada, aunque intente disimularlo.
Intento centrarme en la gente que hay en el restaurante, pero no consigo distraerme. Me llama la atención el movimiento que realiza con su boca mientras está masticando, o cómo arquea o aprieta los labios de vez en cuando. Me fascina la manera en la que me mira, su voz tan grave, cómo carraspea cuando está confundido, su manera de meter las manos en los bolsillos... y su mala costumbre de susurrarme cosas en el oído. Y lo que le hace sumamente irresistible son sus abrazos y besos. La manera en la que desliza sus labios por mi cuello, la intensidad que emana mientras que me hace suya...
¡Dios! ¿Por qué me viene todo eso en la cabeza ahora?
Mis pensamientos son demasiado peligrosos. Ahora mismo, ceder delante de él sería como si le diera un mordisco a esa manzana prohibida del Edén. Lo cierto es que él... Alex es una verdadera serpiente y yo... yo tengo que ser más fuerte que Eva.
La realidad es que podía haber hecho las cosas de otra manera, y no las hizo. Todavía me queda la duda de lo que fue lo que realmente le pasó a Beth. Esos pensamientos escabrosos no se me van de la cabeza ¿Y si esta se negó a ingresar en el Olimpo, y él la asesinó y la tiró al rio? ¿Y si ella no firmó? ¿Yo hubiese tenido el mismo destino?
Tengo que entrar en razón y mantenerme firme.
—Estás demasiado callada —su voz resuena de nuevo en la sala—. ¿Estás bien?
—Sí... —digo— no... —suspiro—. Claramente, no estoy bien.
Este se inclina un poco sobre la mesa expectante y cruza sus manos.
—Haz las preguntas, Aylin. Sé que quieres saber muchas cosas, yo estaría igual en tu lugar.
—Pero no lo estás —aclaro mi voz.
—Lo estuve —me corta inesperadamente.
—También te obligaron... —afirmo un poco desconcertada, aunque en el fondo había barajado esa posibilidad—. Fue tu padrastro, ¿verdad?
—No soluciono nada revolviendo el pasado —contesta y sé que no me contará nada, por más que le insista—. ¿Qué quieres saber?
—¿A qué te referías con que tengo una tarjeta?
—Es obvio.
—No, no es obvio —digo seca y le doy un sorbo a mi copa.
—Se te pagará.
—Pero no quiero que se me pague, ni siquiera quiero estar dentro —le doy mi respuesta tajante.
—Todos los dioses tenemos esa tarjeta. Se te ingresará una cantidad mensualmente. La cantidad dependerá del rango y el tiempo de permanencia en el clan.
—¿Cuándo me podré salir?
—Nunca —contesta este tan jodidamente tranquilo. En el fondo lo suponía, pero es bastante complicado escucharlo de su boca.
La comida se me queda atragantada en la garganta y seguramente también me ha subido la tensión.
—Es de lógica —añade este calmado, al notar mi silencio. Lo miro con estupor—. Cualquier persona que quisiera salirse podría contar sobre Álympos. A lo que nos dedicamos...
—Pero cualquiera que trabaja ahí podría hacerlo.
—Las personas que trabajan en el Templo firman un contrato de confidencialidad y, además, no tienen otra información más allá de que es una casa de orgías y BDSM. No saben quién o quienes la lleva. Y tampoco saben otras cosas...
Se refiere a la droga. Me quedo pensando por un momento.
—¿Y quiénes la llevan aparte de ti y Lorraine?
—Ya lo verás cuando volvamos —me contesta enseguida y corrige su postura, de modo que su espalda ancha toca el respaldar de la silla.
—¿Cuándo será eso? —pregunto con interés y rezo en mi cabeza de que sea pronto.
—Estaremos de vuelta a Boston para el jueves.
—¿Y yo... qué tendré que hacer exactamente?
Agarro el filo de la mesa y noto las gotas de sudor sobre mi frente y cuello. Me da miedo escuchar sus respuestas.
—Estar presente en los rituales de los sábados y en las juntas que tenemos los jueves. Recuerda que Álympos es una casa de placer. Tendrás acceso a todas tus fantasías y tanto yo, como los pornos estamos dispuestos a todo para complacer a una diosa —esto ultimo lo dice muy sugerente.
¿De qué carajo está hablando? Todo lo que me está contando parece tan irreal y tan jodidamente demente. Ahhh... claro... se me olvidaba que una de sus fantasías era que me viera en la cama con otro... u otros.
Parpadeo y empiezo a respirar agobiada. No me puedo creer que estoy teniendo esta conversación ahora mismo. Me están entrando nauseas.
—¿Pornos? —pregunto, aunque me imagino que se refiere a hombres.
—Son nuestros hombres del Olimpo.
—Pensaba que era un sitio donde solo había mujeres ofreciendo servicios.
—No —contesta este rápido y arquea un poco su boca—. Te estabas equivocando. Dentro de nuestra clientela, hay hombres y mujeres hetero, pero también mujeres y hombres homosexuales. Hay de todo.
—Entonces no hay solo prostitutas en el Álympos —digo pasmada.
Tomo otro trago del vaso de vino que tengo delante.
—No las llamaría así. Nosotros las llamamos heteras, son mujeres que aceptan un sueldo a cambio de participar en orgias. Eso si pasan las pruebas.
—Alex, siguen siendo lo que son, no me lo pintes como si fuera algo distinto —le digo con desafío—. Seré inocente, pero no soy tonta —añado.
—Llámalo como quieras —hace caso omiso de la desesperación en mi voz y sigue en su línea—. En realidad, algunas de ellas están ahí porque son personas promiscuas, como yo. Algunas ni siquiera necesitan el dinero.
—Entonces comprendo que todos están ahí porque quieren.
—Así es — hace un movimiento con la cabeza, mientras sigue acariciando el pie de su copa de vino.
—Todos, salvo yo.
—Tú, a diferencia de los demás, sabes más de lo que debes.
—No sé por qué Alex, pero... me suena a cuento chino.
De repente, se pasa la mano por la cabeza, y se inclina un poco más sobre la mesa.
—¿Hubieses preferido hacerte desaparecer? —dice este y exhala el aire con fuerza, un tanto irritado.
—A la vista está que no hubieses sido capaz —le recuerdo—. ¿Es lo que soléis hacer cuándo os veis amenazados? —levanto mi mentón intimidante—¿Recurrir a la vía más fácil?
—Para mí eso no representa la vía más fácil, todo lo contrario. Es lo último a lo que me gustaría recurrir.
—Y... ¿no piensas que la policía en algún momento se enterará y acabarás en la cárcel? ¿O que te echarán de la universidad? —pregunto preocupada.
No me puedo imaginar que podría acabar entre rejas. Oh Dios mío, sufriría mucho. Aunque no quiera estar con él, tampoco lo quiero ver preso.
—Aylin, por si no lo sabías, la policía es uno de los órganos más corruptos que pueda haber sobre la faz de la tierra.
Me quedo callada. Para mí, es todavía impactante pensar con quién estoy compartiendo mi comida esta noche. Y con quién comparto la cama.
—¿Puedo preguntarte algo? —pregunto con frialdad.
—A estas alturas... ¡adelante! —aclara su voz salerosa y vuelve a llevarse la mano al cuello y tirar de su jersey.
—¿Por qué te conformaste y no intentaste salir del clan? ¿Te gusta de verdad este mundo? No lo comprendo... —digo intranquila— ¿O es que no era suficiente el dinero que estabas ganando en la universidad y en la agencia?
—Ya te dije que soy un adicto al sexo no convencional. Y por supuesto que no tiene nada que ver con el dinero. No es tan fácil... —noto cómo agacha su mirada un tanto confuso.
—¿Entonces? —levanto mi cabeza y me quedo a la espera.
—No estoy preparado para hablar de ello —concluye.
Su mirada es más turbia que antes y me esquiva de manera evidente. Empieza a repasar el alrededor con su vista, muy ansioso, y finalmente junta sus manos, bastante nervioso.
—¿Has terminado de comer? —pregunta al poco rato.
—Juro que no lo comprendo... Podías haber encontrado sexo no convencional en muchos sitios.
Repentinamente, su mano alcanza la mía, y aunque intente retirarla, está haciendo presión sobre mi piel. Tira de mí y hace que acerque más mi cara a él.
—¡Mírame! —ordena.
Lo fijo con mi vista y noto sus rasgos transformados.
—No todo el mundo tiene la posibilidad de tomar decisiones. Ojalá todo hubiese sido tan fácil, Aylin. Ojalá yo hubiese tenido tu vida.
—No sabes cómo ha sido mi vida para afirmar eso —digo con dureza.
—¡Me lo puedo imaginar!
Recuerdo en mi mente la información que tengo de él y sí es cierto que en una ocasión me dijo que su madre no lo quiso. Pero... dios... ¿Qué más le tuvo que ocurrir para que cuando hable de su pasado parezca tan perturbado?
—¿Te estás refiriendo a tu madre? —me armo de valor y pregunto—. ¿Al decirme todo esto has pensado en ella?
—Hemos terminado de comer me parece —recalca esto último.
Se nota que me está huyendo. No continúa y únicamente aprieta más mi mano y me obliga a levantarme de la silla enseguida.
—¡No hace falta que seas tan bruto! —exclamo de morros y suelto mi mano. Empiezo a caminar delante de él.
—Recuerda que no me puedes llamar Alex delante de mis hombres —me avisa conforme se adelanta al agente, y me abre la puerta del todoterreno él mismo.
Pongo los ojos en blanco y me acomodo en la parte trasera del automóvil.
***
Minutos más tarde, una vez llegados a la cabaña, los agentes recogen las distintas bolsas del maletero. Llegados dentro, Alex les hace una señal de que salgan y vayan a las instalaciones del personal de servicio, que se encuentra fuera. Él agarra gran parte de la compra y me ayuda a llevarlo todo para arriba. Es ya de noche, serán las diez más o menos. Vamos subiendo las escaleras cargados, y una vez dentro de la habitación, deja caer las cinco bolsas sobre la cama.
—¿Te ayudo en algo? —me pregunta.
Le hago una señal con la cabeza de que no es necesario.
—Tengo que hacer una llamada. Tienes media hora para cambiarte, abajo te espero —espeta con mucha frialdad y sale de la habitación.
Tal cual.
No se le ha olvidado al jodido "dios del Olimpo". Tengo media hora para ponerme la jodida lencería y bajar. Y todo para conseguir recuperar mi jodido móvil.
¡Vete al diablo Alex!, pienso en mi cabeza.
Miro las bolsas y empiezo a sacar la ropa, que coloco en el gran armario empotrado: jerséis, tres pares de vaqueros, dos vestidos pegados de lana, otro más elegante para la comida que me ha dicho que tendremos mañana, medias, unas botas negras que llegan por encima de las rodillas, tres pares de zapatos de tacón...
Cojo la lencería la analizo. Sujeto entre mis manos unas medias negras suaves que llevan encaje en la parte de arriba. Estas van unidas a unas ligas. Tanto las bragas, como el sujetador son muy sugerentes y dejan ver unos adornos metálicos plateados. Sí... este conjunto es muy sensual y elegante. También caro. No tardo en escoger también unos zapatos negros muy altos, de tacón fino, para complementar.
Me ducho y me visto enseguida. Fijo mi vista en el espejo. Mi cuerpo esbelto encaja a la perfección con el cuero y noto encantada que el contraste entre el color negro y mi piel blanca se ve excitante. Cepillo mi pelo y me echo un poco de pintalabios y perfume. Me empiezo a poner nerviosa, pero a la vez sonrío satisfecha y espero que mi plan funcione.
Salgo de la habitación, cojo aire y empiezo a bajar las escaleras muy despacio, contoneando mis caderas. Planeo que en cuanto más cachondo lo ponga, mejor. Él se lo ha buscado, ¡qué puñetas!
Llegando a la planta baja, miro en dirección al gran salón y observo que Alex está nadando en la piscina. Noto sorprendida que hasta ha ambientado la estancia con una suave música, ya que se escucha una melodía envolvente que emite la gran plasma de la pared. En la mesita que hay al lado del sofá, hay dos velas que hacen que el ambiente destile romanticismo. Sin embargo, no me puedo dejar impresionar por nada esta noche. Debo mantenerme firme. Debo darle un golpe maestro a su arrogancia.
Aylin, ¡mente fría! , me repito por dentro mientras piso el último escalón.
Piensa en el "Jueves Negro". Piensa en cómo ese 24 de octubre de 1929 comenzó la caída de la Bolsa de Nueva York. Piensa en la maldita crisis bancaria que eso provocó...
Camino hacia la piscina de manera muy sensual, y empiezo a mover un poco mi melena y jugar con mi pelo. Cuando llego cerca, me planto delante de él y coloco una mano en mi cadera. Sin duda, me siento cómo un trozo de carne andante y sí, confieso que me gusta provocarlo, pero no en esta situación. Y tengo clarísimo que debo hacerle comprender que esto no está bien, que deberá respetarme y que no me va a poder tener a su antojo. Y también que él no puede poner las reglas siempre.
Alex se me queda mirando y apoya los codos en el filo de la piscina de agua cristalina. Su torso y pelo mojado hacen que me estremezca, y lo que más hace que tiemble es la manera en la que me absorbe con la mirada. De arriba abajo, sin perderse ningún detalle de mi cuerpo expuesto. Sus ojos brillan.
Aylin, piensa en las tablas de multiplicar. O que ese individuo de la piscina te amenazó con una pistola... aunque esté buenísimo de la muerte.
—Vaya. Buena elección, señorita Vega —escucho su voz enseguida. Su voz emana un eco curioso en la sala.
Intento relajarme y frunzo mis labios.
—Me alegro que te guste —contesto de vuelta y acaricio mi pelo, echándolo un poco para atrás.
No pierde el tiempo. Empieza a nadar hacia la pequeña escalera y de momento agarra las barras de metal con sus brazos robustos. Sale de la piscina completamente y yo.... Yo.... ¡Joder! Humedezco mis labios.
Noto repentinamente un fuego abrasador que recorre todo mi ser y empiezo a admirar su cuerpo brillando bajo la suave luz de las velas. Y es... es verdaderamente irresistible. Tanto, que hasta mi conciencia tartamudea. Echo rápidamente un vistazo a sus piernas fibrosas y es inevitable deslizar mi vista hacia arriba. Está chorreando y noto que enseguida coge una toalla gris y se empieza a secar.
Aylin, piensa en lo decepcionada que estás...
Trago en seco e intento tranquilizar mi corazón. ¡Mierda! La teoría es una cosa, y la práctica es otra cosa distinta. Arriba, en la habitación estaba muy decidida pero aquí... con estas vistas...
Se me está acercando.
Piensa en que no te ama...
—Me alegro mucho que estés dando tu brazo a torcer, Aylin —me sonríe relajado y tira la toalla en un banco cerca de la piscina—. No te vas a arrepentir. Si cumples con todo lo que te digo, nos irá muy bien. Pronto nos libraremos de Gambino y todo volverá todo a la normalidad —añade y su olor me invade. Su olor tan característico.
—Espero que así sea —carraspeo.
¡Y una mierda! Nada será como antes.
—No sabes lo mucho que te he echado de menos estos días —respira fuerte y empieza a acariciar mis mejillas.
Su piel todavía húmeda de la piscina y su respiración tan varonil hace que mi piel se erice y me vengan en la mente todo tipo de escenas con nosotros dos en la cama.
Da un paso para atrás y se me queda mirando. Como un perfecto pervertido y fetiche.
—Sabes... el cuero en una mujer me encanta —continúa hablando—. Es muy sexy —añade—. Y los tacones me dan mucho morbo. Es algo que me supera, Aylin.
Me rodea la cintura con una mano. Con la otra, empieza a pasear sus dedos sobre la piel blanca de mi pecho, que sobresale del sujetador de cuero. Me pega sutilmente a la pared que hay detrás. Esa corriente tan familiar recorre cada célula de mi cuerpo.
—Tú me superas... Tú... no sabes lo que siento por dentro cuando te miro... —acerca más su cara a la mía y me entran ganas de llorar.
Giro un poco la cabeza a un lado y cierro los ojos por un instante. No quiero que perciba las lágrimas en mis ojos. Lo deseo tanto... Lo amo tanto, tanto que me duele.
—Pues espero que lo disfrutes —susurro mientras me ahogo de dolor.
Este amor me ahoga. ÉL me ahoga.
—No dudes que lo disfrutaré. Tus pechos se ven tan apetecibles... —contesta y sus dedos siguen resbalando por la piel de mi escote.
Me habla de manera sosegada y me sigue analizando. Lleva un dedo a mi mentón y me obliga a mirarlo. Nuestros ojos se encuentran.
—Llevo desde el miércoles viviendo un infierno. Estar cerca de ti sin poder tocarte...
—Me tocaste —digo, intentando no sonar ruda.
—Pero no te hice todo lo que me hubiese gustado.
De repente, lleva su dedo a mis labios entreabiertos y acerca más su rostro al mío. Empieza a besarme de una manera sensual y calmada, muy diferente a cómo lo suele hacer.
El sabor de su boca agudiza mis sentidos y no puedo evitar pasar mi mano por detrás de su cuello y dejarme llevar. Le respondo de manera honesta y me pego más a él. Deslizo mi otra mano sobre los músculos marcados de su pecho y sigo disfrutando de sus labios. Su miembro erguido me roza y gimo suavemente, imaginando como sería sentirlo dentro.
—Tú también me has echado de menos, ¿verdad? —pregunta mientras hace que eleve la cabeza, y empieza a lamer la parte alta de mi cuello. Noto la punta de su lengua y después sus labios suaves y carnosos.
Ohhhh... suspiro fuerte. No dios.... No quiero caer presa del deseo que siento. Aprieto mi mano sobre su cabello.
—Te lo has currado —le digo para cambiar de tema y volver en mí. Le detengo y le señalo las velas que se encuentran sobre la mesa.
—Eres una romántica, sabía que te gustarían —me sonríe.
—¿Y por qué dices eso?
—No sé, intuición. Intento estar a la altura de sus expectativas, señorita Vega —murmura muy seductor y empieza a acariciar la parte superior de mis muslos.
—Pensaba que el exigente eras tú.
—Lo soy, pero eso no quita de que quiera complacer a mi mujer —dice, a la vez que coge mi mano y me lleva al sofá que hay al lado—. ¡Ven!
Se sienta en el sofá y observo su falo alzado, a la dulce espera. Me quedo de pie.
—Desnúdate para mí.
—Me parece que quiero que me desnudes tú, Alex —doy un paso hacia él con lascivia, mientras frunzo mis labios. Confieso que estoy jugando con él de manera descarada, aunque todo esto me esté pasando factura y estoy pagando un precio muy alto. Las guerras siempre salen caras.
Se me ocurre levantar mi pierna derecha y enseguida coloco mi tacón en su entrepierna sin dudar. Mi zapato negro de tacón fino queda por encima de sus tatuajes. Cubre casi completamente el casco y el triángulo invertido de su abdomen bajo. Debo tomar ventaja y aprovecharme de su predilección por los tacones para volverlo más loco todavía.
Noto la sorpresa en su mirada. No se echa para atrás. Toca primero el stiletto negro y después empieza a acariciar mi gemelo con movimientos envolventes. Su tacto me produce escalofríos. Sigue subiendo y lleva su mano hacia mi muslo.
—Decías que quieres complacer a tu mujer —añado y arqueo una ceja, mientras me muerdo el labio inferior.
Aprieta con la mano la parte de arriba de mi pierna y en un ver y no ver, tira de mí hacia él con violencia, de modo que me encuentro encima de sus caderas de repente.
Me aprieta entre sus brazos con fuerza. Ejerce tanta fuerza, que se me corta el aliento.
—Claro que te quiero complacer, Aylin. Quiero estar dentro de ti ya, sin excusas.
Me empieza a devorar el cuello literalmente. Se tira a mi boca y su lengua empieza a hacerle el amor a mi boca de una manera desesperada. Siento que voy a llegar al éxtasis nada más al notar su húmeda lengua explorándome por dentro. Mi vientre se retuerce cuando sus manos empiezan a apretar la piel de mis nalgas y empieza a pasear sus dedos por encima de mis medias. Mientras me besa con pasión, noto cómo rompe una de mis ligas y tira de ella, al mismo tiempo que empieza a succionar mis pechos, que saca de mi sujetador ávido por notar mis pezones.
¡Dios mío! ¿Cómo me voy a echar para atrás ahora? Creo que ha sido una mala idea.
Es irresistible sentir sus dedos sobre mi espalda, desabrochándome el sujetador con tanto anhelo. Es imposible no querer que este hombre te empotre. Aunque sea el mismísimo diablo.
—Te quiero completamente desnuda —el sonido que emite su garganta al pronunciar estas palabras, mientras muerde uno de mis pezones, es simplemente... desquiciante.
¡Definitivamente, ha sido una muy mala idea!, pienso abrumada por la excitación que siento por dentro.
Inclino la cabeza y estoy disfrutando, pero no me puedo relajar completamente.
Suspiro cuando noto su lengua cubriendo mis pechos casi al completo y el tacto de sus dedos rozando mis entrepiernas.
Ejerce un único movimiento y me tumba en el sofá velozmente. Me abre las piernas, al mismo tiempo que desliza su boca sobre mi abdomen.
Miro el techo aturdida, con el corazón descontrolado. Las bragas que llevo me salvarán, de lo contrario, estaría perdida. Él es mi jodida perdición.
Alex empieza a tirar de mi ropa interior varias veces al mismo tiempo que está acariciando la línea de mi abdomen e intenta deslizar sus dedos por debajo de la tela. De momento nota que mi ropa interior está muy apretada, y lo cierto es que no lo consigue. Y tampoco lo conseguirá. Inclino mi cabeza y lo miro un tanto temerosa.
Observo nerviosa cómo analiza mejor mi ropa interior en la penumbra del salón y de repente... lo ve. Nota el pequeño candado que hay en mis bragas de cuero. La oscuridad del salón le había impedido observarlo antes.
Lo toca.
—¿Qué es esto? —mira para arriba, en mi dirección y yo elevo mi cuerpo y me sujeto en los antebrazos.
Vuelve a darle un tirón a mi ropa interior, muy nervioso.
Tensa su mandíbula cuando se da cuenta de lo que está pasando realmente.
—¿Qué demonios estás haciendo, Aylin?
No le contesto. Da otro tirón más fuerte y temo que al final las romperá.
—No sigas insistiendo. No son elásticas, no me las podrás quitar. Solo podré quitármelas abriendo el candado —le digo serena, aunque al mismo tiempo estoy controlando el temblor en mi voz.
—¿En serio has comprado esta mierda? —pregunta muy incrédulo y se aparta.
Abre los ojos como platos. Yo aprovecho su reacción y junto las piernas. Acto seguido, me siento en el sofá.
—¡Vas a quitarte eso ahora! ¡O traeré unas tijeras ahora mismo y las haré pedazos! —escucho su voz ronca. Me amenaza al mismo tiempo que me agarra la cabeza por detrás con su mano fornida.
¡Oh dios! He despertado a la bestia. Y la bestia está acercando mi cabeza a la suya con violencia en este momento. ¡Mierda! ¿Qué pasará a continuación?
Casi me enseña los dientes.
—No me lo voy a quitar—digo con firmeza.
—Teníamos un maldito trato. —habla confuso y aprieta más sus dedos sobre mi cabeza.
—Trato que he respetado. Me has dicho que me ponga algo sexy para ti y ¡me lo he puesto! —le grito—. ¡Ahora quiero mi jodido móvil para llamar a mis padres! —bramo inquieta.
Intento deshacerme de su brazo, que me sigue sujetando por detrás.
—¿De verdad piensas que poniéndote unas bragas con un candado vas a huir de mí?
—¡Mirlas bien! —le digo de vuelta y le señalo con la cabeza mis partes bajas—.¡Dormiré con ellas todas las malditas noches que duerma en tu cama!
—No sabes con quién estás hablando Aylin... —ruge en mi oído y sus ojos echan chispas—Agradece cómo te he tratado, he sido demasiado suave contigo. ¡No saques a Ares de mí!
Finalmente, suelta mi cabeza con decepción. Yo me pongo rápidamente de pie y me alejo de él.
—¿Estás loco?
Su reacción es exagerada. ¿A qué se referirá que no saque a Ares de él? Él también se levanta y veo cómo se da la vuelta y saca mi móvil de un maletín. Se acerca a mí con pasos veloces.
—¡Aquí lo tienes! —me suelta con dureza y coloca el móvil en mis manos—. Te he tenido entre mis malditos brazos y no me puedes mentir. No puedes pretender que tú no me deseas y que no quieres nada conmigo —apaga la música demasiado alterado y tira al suelo el pequeño plato con las dos velas que había encima de la mesa.
Está frustrado.
—Di lo que quieras, no me importa —intento mantenerme calmada.
—¡Ha sido la gota que ha colmado el vaso, Aylin, maldita sea! —grita furioso—. Sé que te he decepcionado mucho y sé que no confías en mí, pero.. ¿hacerme esto?
Me vuelve a mirar angustiado. Yo todavía lo miro desconcertada, intentando digerir sus palabras.
—¿Qué? —pregunto y muevo las manos— ¡Esto es muy poco comparado con todo lo que me has hecho tú! Alex, me apuntaste con una maldita pistola, me arrastraste a un sitio desconocido, me obligaste a firmar un contrato con una secta, ¿quieres que siga con la lista?
—Lo hice porque me vi obligado, a diferencia de ti, ¡que lo has planeado todo! ¡Estás jugando sucio!
—¿Por qué no has cumplido con tu palabra? Esta mañana me has prometido que en Toronto me entregarías mi teléfono. ¡No me vengas con esto ahora, ehhh! —le recuerdo y muevo la mano en la que llevo el móvil con ímpetu.
—Igualmente te hubiese dado tu teléfono —me corta este.
—Entonces... ¿quién carajo está jugando con quién? —elevo más mi voz.
Él únicamente me mira.
—Además, ¡no vuelvas a tratarme como si fuera una de tus putas del Olimpo! —levanto mi dedo, señalándolo.
—¿Qué dices? ¿Como si fueras una de mis putas? —repite y se lanza a mí, apretando mi brazo y haciendo que retroceda —¿Quieres que te enseñe cómo trato a una puta para que veas la diferencia? —vocea en mi cara y me sacude con fuerza.
Intento retroceder más para liberarme de su mano y de repente... noto el vacío.
¡Oh no! ¡Mierda! En dos segundos acabamos los dos en la piscina, ya que él también se ve arrastrado por mí. Mi cabeza se hunde en el agua y noto cómo me voy para abajo. Tengo suerte de que la piscina interior no es muy honda, por lo que me pongo de pie rápidamente. Alex me agarra deprisa por los brazos, comprobando de que estoy bien. Intento deshacerme del agua de mis ojos y respiro fuerte.
Abro mis párpados y miro a mi alrededor ¡Joder!
—¡Mi móvil...!
Veo el teléfono flotando en la piscina. Él lo alcanza con la mano rápidamente y lo pone en el borde de la piscina.
—Te compraré otro, tranquila —me dice y se pasa la mano por su pelo y rostro, intentando deshacerse del agua.
Lo agarro enseguida y lo enciendo. No puedo esperar hasta mañana, hasta que me vaya a comprar otro. Ninguna señal. El móvil no responde y seguramente la tarjeta SIM tampoco es funcional ya.
Me quedo atónita. Me vuelvo a él y lo miro ofuscada. No me puedo creer lo que acaba de pasar.
—¡Era mi jodido móvil! —bramo enojada y doy un golpe fuerte en el agua—¡Iba a hablar con mis padres!
No puedo aguantar más. El dolor que siento ahora mismo es más fuerte que yo. Empiezo a llorar desconsolada por la impotencia que siento y por todos los sentimientos a flor de piel de esta noche.
—¿Estás llorando? Aylin por favor no... —suspira y noto que intenta acercarse a mí para abrazarme. Lo mantengo a raya.
—¡Por dios, no te acerques! ¡Te detesto! —le digo, mientras las lágrimas corren por mis mejillas locamente—. Solo quería hablar con mis padres... — suspiro afligida—. ¡Solo eso! Pero ¿qué vas a saber tú? —mi mirada se vuelve áspera—. ¡Qué vas a saber tú lo que es una familia!
Me mira embobado.
—Me están doliendo tus palabras. Me duele el corazón verte así. Yo...
—¡Imposible! —exclamo con ojos llorosos—. No te puede doler el corazón, Alex. No te puede doler algo que no tienes.
https://youtu.be/GhaHxWY8xRo
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