16. ME LO DEBES
—¿Cómo me veo? —pregunto enérgica y me paso la mano por el pelo.
—El rojo te sienta muy bien —contesta Alex, tras posar la vista sobre mí y abrocharse los botones de su chaqueta de traje negro.
El algodón de la falda larga y el jersey del mismo color no abriga mucho, pero no es un problema, ya que la reunión es abajo, en el mismo edificio del Templo. Vuelvo a mirarme satisfecha, dando los últimos retoques a mi vestimenta.
—Además, me recuerda mucho al día en el que te propuse ser mi asistente —me dice este y se acerca con pasos lentos, rodeando mi cintura por detrás—. Recuerdo que ese día llevabas un vestido rojo... y ahmmmm un cinturón negro, creo.
—¡No me digas! —exclamo— ¿De verdad recuerdas la ropa que llevaba hace dos meses?
Mi cara de incredulidad habla por sí sola. ¡Cómo envidio su memoria!
—Sí —dice como si fuera algo muy normal—. El primer día de clases llevabas un vestido negro de manga corta, bastante ajustado. De aquel que parece una camiseta, parecía muy cómodo y encajaba a la perfección con tu silueta — añade y coloca la cabeza sobre mi hombro.
Lo fijo con la mirada en el espejo y pego más mi rostro al suyo. Su piel cálida me reconforta.
—Me resulta muy raro que recuerdes todo eso —digo impresionada.
—Sí, pero sin duda mi preferido fue el rojo. Marcaba muy bien este culo respingón —me sonríe y me da una palmada sobre las nalgas.
—Sí que tienes muy buena memoria.
—Tengo memoria para lo que me interesa. Y.... —pone los ojos en el techo intentando recordar aquellos momentos—... la verdad es que me quedé muy trastornado aquel día. Me acuerdo que cuando te fuiste, me tomé otras dos copas más en mi despacho de Harvard. Hasta me puse a jugar a juegos de ajedrez online, por tal de olvidarme de ti.
—Pero si me habías conocido el día de antes —comento muy extrañada y lo miro boquiabierta, sin poder creer que yo había producido el mismo efecto en él que él en mí.
A ver, el que yo babee por él era normal, todas mis compañeras lo hacían, hay que reconocer que Alex es cañón, tiene un atractivo increíble. Entonces, me despego un poco de él y lo miro con interés. Mientras, él echa un vistazo al reloj, supongo que está vigilando la hora de la quedada.
—Lo sé—dice al ver mi cara anonadada—. Es verdad que el primer día me llamaste la atención, pero al mismo tiempo también me cabreaste mucho con tu actitud despistada y torpe. Pero el segundo día fue... uffffff —bufa y pone una mueca. Hasta afloja un poco el nudo de su corbata.
—¿Qué pasó ese día, Alex? —me cruzo de brazos y me río. Me complace bastante saber sus pensamientos y qué sintió aquellos primeros días de clases.
Lo sigo escuchando expectante.
—Me sorprendió mucho ver tus resultados en los exámenes. Me impactó. La mejor nota de la clase y uno de los dos aprobados.
—¿Cómo interpretar eso, acaso no tengo cara de lista, o qué? —le riño muy altanera.
—¡No, todo lo contrario! Pensé que eras completa. Para mí, eras perfecta. Y después, cuando subiste a mi despacho y conversamos un poco más, tu alegría me cautivó.
—Jáaaa —contesto divertida y al mismo tiempo me coloco unos pequeños pendientes dorados— ¡No me lo creo, señor Woods! Me hiciste pasar unos momentos muy incómodos en tu despacho aquellos primeros días. Hasta pensé que tenías ganas de echarme, en vez de trabajar conmigo.
—Créeme que tenía ganas de hacerte otras mil cosas que echarte de mi despacho, Aylin —contesta risueño y coge el móvil entre sus manos.
—Ya lo sé, señor pervertido —lo miro— Alex... nunca te lo pregunté. ¿Por qué estabas siempre tan serio? Nunca sonreías— me pinto los labios de un rojo suave y vuelvo a fijarlo con mi vista a través del cristal del espejo.
—Pues no sé —tose por un instante—. No tenía muchos motivos para sonreír. Mi vida era un tanto rutinaria.
—¿Qué? —exclamo—. Si la tuya era rutinaria, ¿qué decir de la mía? —me río.
—¿Y tú qué? ¿Qué impresión te causé?
Miro para abajo un momento y creo que estoy un poco sonrojada, seguramente mis mejillas encajan a la perfección con mi pintalabios rojo ahora mismo.
—¿Por qué me preguntas si lo sabes perfectamente?
—Así es —asiente con la cabeza—. Siento decirle esto señorita Vega, pero es usted muy expresiva.
—Ahhhhh, ya lo sé —suspiro al recordar todos aquellos momentos vergonzosos por los que pasé.
Él se me acerca y coge mis manos entre las suyas.
—No te avergüences, no hay nada de malo en que una persona te atraiga. Y sí, siento decirte, pero se te notaba bastante. Para mí era muy placentero y divertido ver cómo temblabas cada vez que estaba cerca y tu mirada. Estos ojos celestes no mentían—lleva una mano a mi mejilla—. Recuerdo tu olor y también tu forma de separar las piernas de esa manera tan adorable y sexy cuando estabas sentada.
—¡Joder! —le contesto exaltada—. ¿Tanto se me notaba?
Alex solamente asiente con la cabeza, divertido y yo me maldigo por dentro. ¡Qué puta vergüenza! Y yo que pensaba que lo tenía todo controlado, pero al parecer, no tenía nada controlado.
—¡De verdad que no lo hacía para incitarte o seducirte! —sigo hablando a modo de aclaración.
Alex humedece los labios y aprieta más sus manos sobre las mías.
—Lo sé —contesta rápido—. Pude notar que lo hacías sin darte cuenta, porque de momento te ponías roja como este vestido que llevas y después juntabas las piernas, con la esperanza de haber pasado desapercibida. Pero no, no pasabas desapercibida. ¡Me daba cuenta de absolutamente todo!
Aquea una ceja con chulería y por mi parte, lo miro desconcertada.
—Aun así, no logro comprender por qué lo hiciste.
Necesito comprender mejor ese mecanismo interno de Alex. Esa mente un tanto extraña que no logro descifrar del todo.
—¿El qué? —pregunta y mira la hora de nuevo—. Nos quedan diez minutos de charla.
—Llamarme al día siguiente a tu despacho para presenciar... todo eso.
Me acuerdo sin querer de aquel día que me tendió una trampa.
—Ahmmm.... Te refieres al día que llevabas vaqueros y aquella blusa celeste tan bonita que luego te quité.
—Que me desabrochaste, querrás decir. No me la llegaste a quitar.
—Eso —dice y mueve una mano.
—Sí, ese día —afirmo.
—Pues... el día de antes, como te he contado, me quedé toda la tarde reflexivo y bastante cachondo. Recuerdo que me ahogué en whisky y jugué a todos los juegos de ajedrez que encontraba en Internet, hasta al Solitario, por tal de echarte de mi cabeza.
—¿Jugaste al Solitario? —me sale una risa sin querer y veo que junta un poco los labios—. Perdón.
—Sí, Solitario. Cartas online. Y eso que tenía mucho trabajo acumulado. El teléfono sonaba continuamente, pero no le hacía ni puto caso.
¡Este hombre es tremendo! Me parece muy interesante descubrir más cosas y tengo la sensación de que nunca me aburro hablando con él. Me lo estoy intentando imaginar delante del ordenador maldiciendo porque no le ha salido la carta que necesitaba. Él, que parece que estuvo hecho para trabajar.
—Bueno, pues tras maltratar mi hígado y perder una tarde entera de trabajo, decidí que te quería en mi cama. Sí o sí. A cualquier precio —dice sereno.
—¿Y si te hubiese dicho que tengo novio o prometido?
—Imaginé que no tendrías prometido, demasiado joven para comprometerte. Y en cuanto a novio... en realidad, me hubiese dado igual.
Alex eleva un poco sus hombros, en un gesto de indiferencia.
—¿Me hubieses corrompido para ponerle los cuernos a mi novio? —le reclamo indignada y aclaro mi voz.
Me deja verdaderamente asombrada con sus afirmaciones. Sé que está obsesionado conmigo, pero obsesionarse desde el segundo día que nos conocimos, me parece ya demasiado.
Enseguida da unos pasos hacia mí y, al mismo tiempo que carraspea, me toca el busto con ambas manos. Coloca sus manos por debajo de mis senos, sobre mis costillas.
—Recuerda que soy un pervertido. Me da igual todo con tal de conseguir mi objetivo.
No sé si debería leer entre líneas. No sé si está hablando del pasado o del presente. Sé que intentará llevarme a su "laboratorio de perversión". Aun así, no se lo quiero preguntar en este momento.
—Y... ¿no pensaste que hubiese sido más fácil proponerme "cruzar la línea" directamente, sin tener que recurrir a todo eso que hiciste? —arqueo una ceja y a la vez, noto sus manos bajando y finalmente posándose sobre mis caderas.
—Te contradigo — dice para mi sorpresa.
—Explícate —demando—. Dime por qué sería necesario que yo encontrara a una mujer arrodillada entre tus piernas para que cayera en tus brazos.
Necesito con desesperación comprender su forma de pensar y todo ese trasfondo que le rodea.
—Porque de esa manera te pondrías más nerviosa todavía, estarías temblando, te sentirías intimidada, de repente tendrías mucha curiosidad en saber cuál sería mi explicación —dice muy tranquilo—. Después, pensarías en lo mucho que te atraigo, pensarías que estoy dispuesto a llevarte a la cama, de hecho, pensarías de mí que soy un mujeriego— continúa y me quedo embobada por segunda vez.
¡Carajo! Ha dado en el puto clavo con sus afirmaciones. Así fue, eso pensé, piensa mi mente boquiabierta. Abro más los ojos.
—¿Y cómo lo tienes tan claro? —aun así, me hago la dura.
—¿No fue eso lo que sentiste? —pregunta y alza su mentón, sospechoso.
—No sé... — me relamo un poco el labio inferior y bajo la vista.
Sí, eso es lo que sentiste, Aylin. Tiene razón.
—Y esto no es todo... —dice rápido y pasea sus manos sobre mi cintura. Escucho atenta y lo cierto es que me tiene embaucada con sus confesiones—. Aylin, encontrarme en esa tesitura aquel día fue necesario porque sé que no dejaste de pensar en mí después. Y también apuesto que te torturó el pensamiento sucio de que a ti también te hubiese gustado probarla, al igual que lo estaba haciendo la morena —dice seguro—. Finalmente, en tu mente se produjo un caos, te estuviste reprimiendo tontamente un tiempo, pero sin éxito. Ya que tus sentimientos y emociones estaban a flor de piel, solo tuve que forzar un poco la situación por mi parte y... listo. Caíste. Objetivo alcanzado.
Trago en seco cuando noto su respiración cerca. Me da un poco de miedo descubrir cómo lo maquinó todo en su mente enrevesada.
—¿Eres un manipulador, lo sabías? —le digo finalmente.
—Un poco —dice con simpatía y me sonríe.
—Pero también se te olvida una cosa, señor Woods.
—¿Qué?
—Primero... te recuerdo que te costó bastante "hacerme caer", como tú bien dices. Necesitaste usar muy bien tus armas.
—Ahhmmm así, es. Te tengo que dar la razón. En más de una ocasión pensé en que si tardaría mucho más en meterte en mi cama, al final sería yo al que meterían en un manicomio.
Nos sale una risa sonora, no puedo no divertirme ante semejantes ocurrencias.
—¿Y lo segundo? —pregunta este curioso.
—Lo segundo es que era virgen, por si no lo recuerdas —me acerco un poco a su cara, al mismo tiempo que acaricio su hombro con un dedo—. No te puedes quedar pensando en algo que no has probado y no sabes cómo se siente. Y creo que ya es la hora de irnos—digo enseguida.
—Pero sí, sentiste curiosidad. Mucha curiosidad —aprueba este y me abre la puerta de la habitación muy galán, invitándome a salir con la mano.
¡Mierda! Es imposible ganarle al profesor. Siempre va por delante de mí.
—Curiosidad no es la palabra. Me pusiste caliente. Muy caliente —susurro y acerco un poco mis labios rojos a él—. Al igual que yo a ti.
—Me parece que últimamente es muy común que tengas la última palabra.
Observo su rostro sofocado, tras salir por la puerta, y tira más del cuello de su camisa. Nos dirigimos a las escaleras.
—No creo —replico.
—Me parece que sí.
—No —le niego—. No creo que tenga siempre yo la última palabra.
—Yo creo que sí.
—¿Te molesta?
—No, de hecho... me pone —dice despreocupado y posa una mano sobre mis hombros. —Estás tiritando—. ¿Tienes frío?
—Sí, hoy hace mucho frío. Es normal, queda menos de un mes hasta la Navidad.
—Ah, cierto.
Acabamos de llegar a la primera planta y quiero seguir bajando, pero tira de mí y curiosamente, nos detenemos. No bajaremos a la planta baja, al parecer hay un acceso desde la primera planta.
¿Qué habrá al otro lado?
—¿Te gustan las Navidades? —pregunto para distraerme, ya que estoy empezando a temblar.
—Ehmmm... no mucho —contesta—. ¿Preparada?
Nos encontramos delante de unas puertas grandes blancas, de hecho, casi todo es blanco en el Templo. La pintura de las puertas amplias de madera brilla. Él me mira atentamente e intento disimular, aunque sé que se me da fatal disimular. Me lo acaba de confirmar unos minutos atrás. Respiro hondo.
—¿Algún consejo? —pregunto.
—No digas nada, todavía quedan muchas cosas por explicarte.
—Ajá.
—Ni intentes defenderte. Yo te defenderé. Y... no te asustes.
¿Qué no me asuste? ¿Cómo puñetas no me voy a asustar sabiendo que la gente que hay detrás de aquellas puertas no me quieren ahí?
Me humedezco los labios por los nervios que estoy sintiendo ahora mismo recorriendo todo mi cuerpo. Noto cómo Alex empuja las grandes puertas y de repente nos encontramos en lo alto de unas escaleras de mármol. Las luces de la sala me ciegan y mi corazón empieza a palpitar por los nervios. Tras acomodar un poco mi vista, dirijo mi mirada a la planta baja y noto que, en medio de una sala tremendamente amplia, a pie de las escaleras hay una gran mesa rectangular. Varias personas están sentadas y otras están de pie.
Intento llenar de aire mis pulmones y tranquilizarme por dentro. Alex lo nota y de momento me tiende la mano, noto sus facciones rígidas y su rostro cambiado. Es como si de repente los dos nos hubiésemos colocado un escudo protector ante la inminente ira de los dioses olímpicos.
—¿Confías en mí? —escucho su voz tan segura y me tiende la mano.
Amo su seguridad. Estoy petrificada y creo que demasiado pálida, lo sé por cómo me está examinando Alex en este instante. Se acerca a mi oído.
—Aylin, daría mi vida por ti si fuera necesario. No temas, por favor. No es el mejor momento para que te quedes bloqueada.
Al notar su respiración cálida en mi mejilla, intento volver en mí y no dejarme intimidada. Me mortifico por dentro y pienso que debo ser más fuerte que todo esto.
—Lo sé, Alex —murmuro.
—¿Confías en mí? —me vuelve a preguntar y extiende su mano de nuevo, muy decidido.
Sus ojos brillan y destilan... algo. Ese algo de sus ojos no puede no llegarme al corazón. Entonces, lo miro con afecto y mi corazón me palpita en el pecho locamente. Pero ya no tiembla por los nervios, ni por el miedo, sino por amor. Por el amor que siento por él y por la confianza que me está transmitiendo en este momento. Me emociono al saber que sería capaz de dar la vida por mí. Me lo creo y así lo siento en mi pecho. Ya sé que no es el mejor momento para pensar en esto, pero creo... creo que aparte de esa obsesión que tiene por mí, su corazón también alberga algo especial. Y sea lo que sea ese algo, me siento feliz y confiada en este momento.
Siento que quiero pasar cada minuto de mi vida con él a mi lado.
—Alex, mi confianza es ti es como un círculo, sin principio ni fin —susurro despacio, muy emocionada—. Es infinita. Confío en ti ciegamente.
Y espero que no me defraudes nunca... añado en mi mente.
Le doy la mano y aprieto la suya con fuerza. Observo la sorpresa en sus ojos y, mientras nos disponemos a bajar las escaleras, aprieta más mis dedos entre su mano fuerte.
Sé que juntos seremos invencibles.
Alzo la cabeza e intento volver a la calma. Y también observo. Todos nos están fijando con la vista mientras bajamos las escaleras. Lorraine está de pie. Estaba de espaldas hablando con el señor Sanders hace unos instantes, pero se acaba de dar la vuelta. Al lado de estos hay dos mujeres sentadas. Puedo reconocer a una de ella, es una morena que acompañaba a Lorraine aquella noche que Rebe me la enseño y me dijo que era la esposa del profesor, en el club "Dawn Boston". También hay... tres hombres más sentados en la mesa y uno de espaldas, a unos pasos. Está hablando por teléfono. Categóricamente, los dioses olímpicos son la mayoría hombres, aunque no es una sorpresa, no sé por qué me lo esperaba. Me doy cuenta de que todos visten de manera muy elegante y las mujeres van bastante maquilladas.
—¡Vaya, vaya! —mi reflexión queda interrumpida por una voz muy varonil que viene desde el fondo de la sala.
La voz pertenece a un hombre moreno y joven, aunque posiblemente un poco mayor que Alex. Noto cómo aplaude con ironía desde la otra punta de la mesa. Está sentado en una silla en la cabecera. Su cara está encendida y tensa el cuello, en el cual muestra al menos tres tatuajes que básicamente ocultan gran parte de su piel. El tipo es tan fuerte y musculoso, que parece que el traje que viste hoy no está hecho a su medida. Lo examino mejor y observo que es igual de robusto que Alex, o incluso un poco más, de hecho, dirías que tiene músculos hasta en las encías. Me recuerda a los porteros de discoteca y tiene un aire de ruso. No sé por qué. Y eso que no es rubio, su pelo es castaño y sus ojos marrones.
—Romeo y Julieta han vuelto —añade este tipo con desdén cuando ya ha detenido su aplauso burlón. Se cruza de brazos y nos sigue fijando con la vista, al igual que todos los presentes.
Alex no entra en su juego, pero sí noto que la tensión lo recorre.
Sin querer, llevo mi vista al fondo y, detrás de la silla del individuo robusto identifico una cara familiar, aparte de Sanders que daba por hecho que estaba metido en el ajo. Es el que estaba hablando por teléfono y se acaba de dar la vuelta.
Me quedo como si en este preciso instante estuviera viendo un fantasma.
¡Dios mío! ¿Qué están viendo mis ojos?
—¡Bram! —digo en voz alta y me llevo las manos a la boca, sin dejar de mirarle.
¿Qué mierda está haciendo Bram aquí? Siento que me va a dar algo.
Este aprieta los labios con cara severa y empieza a caminar al sitio donde nos encontramos. También veo cómo por otro lado, el señor Sanders se abalanza sobre nosotros hecho una furia. Su cara está encendida y su reacción es exagerada.
Alex me empuja un poco para atrás y se coloca delante de mí al instante.
—¡No se te ocurra! —grita Sanders furioso sin dejar de mirarme.
—¡¿Qué mierda estás haciendo, Hades?! —Alex levanta el dedo amenazante.
—¿Qué mierda estás haciendo tú, Ares? —el señor Sanders pega un grito—. Claramente esta mujer no está preparada para estar aquí, ¡¿ni siquiera le has explicado el jodido protocolo?! —su voz suena mortífera y me mira con odio.
Se me corta la respiración al ver el panorama y agarro con mis dedos la espalda de Alex.
¡Mierda! Esta gente está verdaderamente loca. ¿Qué es lo que he dicho para desatar todo esto?
Veo que mientras el señor Sanders vocifera, un chico alto de pelo castaño claro —casi rubio— y ojos verdes empieza a tirar de él. Lorraine está al lado, inmóvil y de brazos cruzados, sin hacer nada y todos los que estaban sentados en la mesa minutos atrás, se han puesto de pie alarmados. Salvo el "musculitos" que sigue sentado en la otra punta.
Vuelvo a mirar a Bram muy confusa. Estoy muy conmocionada al darme cuenta que él también es parte del clan. Nunca me lo hubiese esperado.
—¡Que nadie más se acerque! —escucho a Alex enojado y agita la mano en el aire —¡Sentaros! —ordena este rabioso y señala la mesa.
—Vamos a sentarnos todos y escucharles. Todo el mundo se merece una explicación —dice el rubio, un poco nervioso.
—Me parece que Poseidón tiene razón —escucho otra voz de hombre—. Vamos a calmarnos y escuchemos a Ares, seguro que tiene una explicación.
Es un hombre de sobre cuarenta y cinco años, de pelo canoso el que acaba de hablar.
Alex ni pestañea, solamente está en alerta. Todos se retiran a la mesa. Bram el primero, sin decir ni una jodida palabra, solamente me está mirando y aprieta la maldita mandíbula. Hay mucha tensión en la sala y es insoportable, de hecho. Cada uno se sienta en un sitio en la mesa y entonces Alex posa una mano sobre mi cadera y me lleva a un asiento que hay al lado del que hay en la cabecera de la mesa, que es dónde supongo que se sentará él. Me retira la silla con caballerosidad y tomo asiento bastante cohibida, más que nada porque Lorraine está sentada precisamente enfrente.
Hay un silencio solemne y todos nos están examinando atentamente.
¿Podría haber algo más incómodo que esto? ¡Lo dudo!
Alex es el último que toma asiento y cruza las manos sobre la mesa. Yo aguanto mi respiración y froto mis manos debajo de la gran mesa acristalada, sin saber qué hacer.
—Bonito espectáculo —escucho de nuevo la maldita voz burlona del tipo tatuado. A su lado, de un lado y de otro, están sentados Sanders y Bram.
Sorprendentemente, Alex tampoco le contesta esta vez. Claramente, está evitando los comentarios inoportunos del tipo ese, sea quien sea. Conociendo su carácter fuerte, sé que no permitirá que nadie lo doblegue.
—Sé que no es una situación muy cómoda —empieza a hablar y alza la cabeza— pero las cosas han pasado así y no hay otra opción. Me gustaría presentaros a nuestra nueva integrante, diosa Afrodita.
Al decir esto, me señala con la mano a modo de presentación.
—Jáaaaaa —escucho a Lorraine y mira para otro lado, sonriendo con ironía.
—Diosa Afrodita dice... —bufa el tipo tatuado—Sigue intentando tomarnos el pelo, Ares. Y sigue pensando que nos convencerás.
Aprieto los labios. En cualquier momento se puede liar. Alex únicamente levanta su vista oscura y la posa sobre el maldito hombre ese que no se calla ni debajo del agua.
—No me mires así —sigue hablando el otro—. Jamás la voy a considerar una diosa. No antes de tenerla en mi cama.
¡Oh dios mío! ¡Oh dios! ¿Qué acaba de decir ese hombre?
Miro a Alex alarmada. Noto el rostro demasiado desencajado de Alex y cómo este aprieta los puños sobre la mesa. Se levanta de la silla al instante, tras escuchar las horribles palabras del tipo ese y, sin esperármelo, pega un puñetazo en la mesa con una ira fuera de lo común. Tras su golpe, se escucha un enorme crujido y todos somos testigos de cómo el cristal de la gran mesa se rompe en dos y una parte de este cae al suelo, haciéndose mil pedazos.
—¡Maldito seas, Apolo! —ruge Alex y noto atónita cómo la sangre empieza a chorrear alegremente de los nudillos de su mano, incluso hay pequeños cristales incrustados en su piel—. ¡Como vuelvas a pronuncias esas malditas palabras de nuevo, juro que te estamparé la cara! ¡Y eso en el mejor de los casos, en el peor... te meteré una puta bala! ¿queda claro?
Veo que el otro también se levanta de la silla furioso, sin embargo, Sanders y Bram lo frenan.
—Que os quede claro a todos —dice Alex muy enojado y la sangre sigue goteando de su mano, al agitarla en el aire y señalar a todos los presentes en la mesa—Ninguno de vosotros tocaréis a esta mujer, ¿entendido? —grita este extasiado, como nunca jamás lo he visto y su mirada es diabólica—. Ninguno de vosotros se atreverá a ponerle una mano encima, ¡de lo contrario se las verá conmigo!
La sangre mancha el suelo y el cristal restante de la mesa rectangular. Empiezo a morderme los labios, me está entrando mucha ansiedad.
—Ares —dice de una manera calmada el hombre canoso —este clan lleva más de cinco generaciones y nunca se han incumplido las normas de esta manera.
—Así es—añade Lorraine.
—Y... ¿qué sabe ella exactamente? —vuelvo a escuchar al hombre.
—Hefesto, ella lo sabe todo —contesta Alex con voz firme.
—Efectivamente, lo sabe todo, dios Ares —exclama Sanders, muy indignado— menos que en el Templo no puede llamarnos por nuestro nombre.
Vale. Ya sé porque ha reaccionado así antes, por haber llamado por su nombre a su hijo. Aun así, me parece una insensatez reaccionar de tal manera.
—Además, tú mismo sabes que había otra forma de quitarnos del medio el problema —continúa este.
Soy un problema... pienso en mi mente.
Las palabras de este me acaban de golpear, al igual que golpean a un boxeador. No me puedo creer que está insinuando que me podía haber asesinado. Y presiento que los golpes que voy a recibir esta tarde aquí no han terminado. Entonces, Alex le echa una mirada perturbada al señor Sanders.
—Sé que hay unas normas —vuelve a hablar Alex y su cara está que echa fuego— y sé que es normal que no confiéis en ella y que veáis la seguridad y la integridad del clan amenazada, pero asumo la responsabilidad y también os garantizo que nunca nos traicionaría. Yo confío en ella —me mira y yo me pierdo en su mirada— Os pido a todos que respetéis mi decisión.
—¿Y qué pasa con la purificación, dios Ares? —pregunta Bram desde la otra punta, muy escéptico.
No entiendo nada de lo que estas personas dementes hablan.
—Exacto, ¡bravo! —dice el tatuado desde la cabecera. Ese tipo tan raro sigue de pie y su mirada atenta me persigue, hace que me sienta incómoda de verdad.
—No habrá purificación, es obvio —aclara Alex.
—¿Y eso por qué? —insiste Bram.
—Hermes, es obvio —repite el tal Apolo con un tono de burla. Su tono de voz suena macabro y no sé por qué, pero su sola presencia me provoca escalofríos—. Lo que Ares está diciendo es que nos acaba de quitar el derecho de purificar a esta mujer. Y que encima tendremos que aceptarla en el Templo como diosa, tolerar que se sienta en la misma mesa con nosotros, tener derecho a tomar decisiones y encima pagarla con dinero de nuestro negocio. ¡Bra-vo!
El tipo vuelve a juntar sus manos en un aplauso de furia y sarcasmo.
Alex aprieta el puño y noto como ejerce presión con su mandíbula, gesto que hace que tuerza un poco la nariz.
—¡No eres el más indicado para hablar de respetar normas, Apolo! —brama Alex en el mismo tono autoritario— ¡No te creas que me he tragado el cuento barato de que Gambino te secuestró por un simple rumor! ¿Con quién te piensas que estás hablando, eh? ¡He entrado en una guerra narco por tu maldita culpa! —le recrimina Alex y sigue agitando la mano ensangrentada en el aire, su sangre salpicándolo todo.
Ni siquiera llevo el bolso conmigo para darle un pañuelo y no es el mejor momento para interrumpir.
—Así es, estoy de acuerdo con Ares —dice enseguida el chico rubio, alto—. Han pasado por muchas cosas los dos, han atentado contra su vida dos veces en menos de una semana. Deberíamos apoyarlos en estos momentos. Gente, deberíamos estar más unidos que nunca contra Gambino.
Suena muy convincente y al parecer se lleva muy bien con Alex.
—Poseidón tiene toda la razón —afirma la mujer rubia de pelo corto y me dedica una sonrisa que me reconforta—Además, a veces las normas pueden cambiar, no tenemos por qué quedarnos encasillados y si Ares dice que con ella debemos hacer una excepción, él sabrá por qué es.
—¡Joder! —suelta Lorraine de repente. Y mucho ha tardado—. ¿De verdad pensáis que aceptaré que esta zorra sea una diosa? ¡Yo soy la diosa suprema, y así me nombro Zeus! ¡Os recuerdo que estamos hablando de la amante de mi marido! Si alguno de vosotros se atreve a darle apoyo, nunca jamás se lo perdonaré —dictamina Lorraine sobresaltada.
Alex bufa con fuerza.
—¡Basta! ¡Vas a cerrar la boca ahora mismo!
—Hera, vuestros problemas personales son vuestros, no nos incumben a los demás —sigue hablándola la rubia de pelo corto, que de hecho me está cayendo muy bien.
—Entonces comprendo que vosotras dos no tenéis ningún inconveniente en que ella tenga los mismos privilegios y sin ningún puto esfuerzo —dice Lorraine y señala con la cabeza a las dos mujeres.
Ninguna contesta.
—Mi situación con la diosa Hera no es un secreto ya —dice Alex —Nos estamos divorciando —anuncia este.
—¡Serás cabrón! —suelta esta y enseguida coge su bolso y se va de la sala rápidamente.
—Creo que yo también he terminado —dice Sanders y veo cómo la sigue. Se ve que es su perrito.
Alex asiente con la cabeza. Arquea un poco la comisura de sus labios, frustrado.
—Ares —escucho hablando de nuevo al hombre de pelo canoso—. Por mi parte no hay problemas de que ella esté aquí, en todos los protocoles y normas hay excepciones.
—Gracias por el apoyo, dios Hefesto.
—Yo opino lo mismo —contesta la mujer rubia de pelo corto, que se ha mostrado muy amable conmigo desde el principio.
—Yo me voy a largar de aquí, paso de escuchar esta mierda —dice de repente el individuo cachas que impone bastante. Se levanta indignado y sale por la puerta, sin siquiera dirigirnos la mirada.
—Haz lo que quieras, Apolo.
—Me tengo que ir —escucho también a la mujer morena, que no tengo ni idea de qué diosa es porque es la primera vez que habla en toda la reunión—. El sábado nos vemos en el ritual —contesta esta muy neutra, como si en realidad le importara un pimiento todo lo que acaba de ocurrir.
—Yo también me tengo que ir —escucho al hombre canoso, que se nos acerca, Entonces, me pongo de pie—. Ares, después pásate por el despacho, tenemos unos asuntos de contabilidad pendientes. También tienes que hacer las paces con Apolo, él se encarga de las contrataciones y tenéis que cooperar —le da una palmada en la espalda—. Tenéis el 50 % de las acciones entre los dos, la parte de vuestro padre. No podéis estar enfrentados continuamente.
—Dios Hefesto, sabía que no me defraudarías. Valoro mucho tus palabras, pero mi relación con Apolo está muerta.
—Bueno, búscame y hablamos. Bienvenida sea, diosa Afrodita — me sonríe.
Suspiro aliviada al darme cuenta que no son todos unos psicópatas.
Yo le sonrío de vuelta.
—Hermano, ya sabes. Siempre a tu lado. Y, por supuesto, bienvenida sea diosa Afrodita, soy Poseidón —habla el rubiales de forma muy amable y le sonrío relajada —Y aquí entre nosotros, me llamo Liam —me susurra en el oído.
—Encantada, yo Ayl...
—Aylin, lo sé. Ares me ha hablado mucho de ti.
Cuando miro a Alex, vuelvo a ser consciente de que tiene una herida y que el suelo está manchado. Se va a desangrar.
—Alex, ¡tu mano!
—Descuida, ahora me limpiaré —contesta.
—Ares, una cosa —escucho decir a Poseidón y se aparta un poco de mí. Empieza a decirle algo en el oído.
Veo que Bram está de nuevo en una conversación telefónica y acaba de colgar. Pienso que necesito hablar con él desesperadamente y voy a aprovecharme de que no hay nadie más en la sala. Intento acercarme, pero este me huye y de repente dobla una esquina hacia un pasillo. Voy detrás de él corriendo. No perderé la oportunidad de hablar sobre Berta, la está engañando y no es justo.
—¡Bram, espera joder! —aprieto su brazo para retenerlo.
—¡Soy Hermes! ¡No me vuelvas a llamar por mi nombre dentro del Templo nunca jamás! —demanda con rostro transformado.
De hecho, ahora mismo es él el que me tiene agarrada por el brazo y me está sujetando contra la pared.
—Yo... quería hablarte de Bert.
—¿Qué quieres saber de Berta? —dice iracundo.
—¿Ella no sabe nada de esto, verdad?
Se queda callado, solo aprieta más sus dedos sobre mi brazo.
—Mira, Bram...
—¡Cállate de una puta vez! Soy el dios Hermes, ¿quién te crees para dirigirte así a mí? —me habla de manera soberbia y no lo reconozco. Parece demente.
—Perdón—digo despacio—. Tendré más cuidado, pero por favor, te quiero pedir que dejes a mi amiga en paz. Si la quieres no la hagas pasar por todo esto, es muy doloroso. Te digo por experiencia.
Noto embobada cómo a Bram le sale una risa maquiavélica y agarra también mi otro brazo. Me sujeta contra la pared y clava sus dedos en mi piel.
—Que ingenua —sigue riéndose—. ¿Dónde te crees que estás, niña? Los dioses no nos enamoramos ¿de verdad piensas que estoy enamorado de tu amiga? Folla muy bien, conmigo y con los demás. Es capaz de aguantar a cuatro sementales montándola y sin quejarse. Tiene mucho aguante la muy puta, por eso estoy con ella.
—¡No te atrevas hablar así de mi amiga! —le grito desconcertada y mi mano se alza, llegando a darle un bofetón en su maldito rostro endiablado —¡Debes dejarla!
Estoy temblando. Este solo se me queda mirando y, de repente, pone la mano en mi cuello y empieza a apretar sus dedos contra mi garganta. Me estoy asfixiando.
—Es más, tengo clarísimo que no la dejaré porque tú lo digas —sus ojos parecen salidos de las órbitas—. Todo lo contrario, es mi esclava sexual ahora mismo. Es de mi propiedad y haré con ella lo que me plazca, ¿vale?
—Pero... ¿ de qué mierda hablas?—le digo con voz convulsa.
No me lo puedo creer, estoy en un maldito shock. Mi corazón se encoge.
—¡No te atrevas a hacerle daño, Bram! —recalco su jodido nombre—. ¡Soy capaz de cualquier cosa para protegerla!
—Primero encárgate de protegerte a ti, ¿qué te crees, que te has salido con la tuya? —dice este con ira y me enseña los malditos dientes—. No puedes pasar de ser ninfa a ser diosa sin haber pasado por la cama de todos los dioses. Así que te espero en mi cama, diosa Afrodita. Me lo debes —dice este con voz obscena y lleva su mano a mi trasero.
—¡Me das asco! —le grito.
Lo empujo con fuerza y en ese mismo momento aparecen Alex y su amigo. Alex lo coge por el cuello.
—¡No te atrevas volver a ponerle un dedo encima! —le amenaza con voz pausada y lo empuja con violencia. Tanto, que Bram casi se cae al suelo. Se da la vuelta soberbio y se va.
Llevo la mano a mi cuello y me toco la piel enrojecida.
—Él.... él... —digo tartamudeando y me cuesta una barbaridad hablar. Todavía estoy conmocionada con toda la información nueva y de encontrarme a Bram aquí.
Solo cierro los ojos y empiezo a subir las escaleras furiosa. Solo quiero llegar a la habitación de la segunda planta y encerrarme. Lo de Bram me ha dejado de piedra. Me entran ganas de llorar y de hecho, empiezo a llorar como una niña pequeña.
—Aylin ... ¿qué te pasa? —Alex va detrás de mí, también subiendo las escaleras y, al llegar a la primera planta, me sacude y me mira con atención.
—¡Aylin!
—Bram le va a hacer mucho daño a mi amiga. No... no se lo voy a permitir —tartamudeo de nuevo y estoy como en una transe.
—Bram es un idiota —dice Alex.
—Además ¿qué quería decir con que para ser diosa tenía que haber pasado por la cama de todos los dioses? ¿Es eso una norma del Álympos, Alex? —frunzo mi ceño, muy perturbada.
Este no dice nada, solamente exhala el aire.
—¡Contéstame! —digo cabreada—. ¿Ahora estoy en deuda con todos los dioses de este maldito sitio? —levanto mi voz ahogada por la preocupación.
—Pequeña... tenemos que hablar —dice este y me aparta la vista.
Pienso en Bert con amargura.
Ayyyyy, amiga. Te ha pasado lo mismo que a mí, ¡maldita sea! pienso desesperada y muy confusa. Sin saber qué hacer.
Exactamente lo mismo. Aunque... Bram no es Alex. Y eso me produce un escalofrío.
⏩⏩⏩⏩⏩⏩⏩⏭️⏩⏩⏩⏩⏭️⏭️⏩
Nota de la autora: Lo publicado aquí son capítulos de muestra de la novela ARES (la 2ª parte de la trilogía), y representa un BORRADOR, al igual que la novela AFRODITA (3ª y FINAL de la trilogía). Para más información sobre estas novelas, te animo a pedir información en mis redes sociales, que dejo a continuación. Estaré encantada de responderte.
miss_red_writer (INSTAGRAM)
MISS RED Writer (FACEBOOK)
missred_writer (TIKTOK)
Pido disculpas por las posibles molestias causadas y te doy las gracias por las lecturas y votos, y por todo el apoyo brindado.
Te envío un fuerte abrazo desde el otro lado de la pantalla.
¡Hasta pronto, mis dioses y diosas! ;)
AVANCE de los siguientes capítulos de ARES:
Narra ARES (Cap. 18)
—Estoy loco por ti, Aylin —repito.
—Puedo aceptarlo.
—Acéptalo, porque es la verdad.
—Te creo —responde—. Solo un ciego no se daría cuenta.
—¿Notas la locura?
Acaricio sus mejillas tintadas de rojo y percibo el brillo del sudor en su cara.
—La noto... Quiero sentirla todos los días... —dice, al mismo tiempo que cubre mi rostro de besos húmedos.
—Todos los días no. La sentirás a cada instante a mi lado.
—¿Prometes?
—Prometo —le contesto emocionado, aún invadiendo su interior y siendo uno solo.
La vuelvo a besar.
—Aunque esta locura la sentirás mil veces más fuerte ahí dentro —completo.
Al instante, levanto la vista y señalo algo con la cabeza.
Ella también mueve la cabeza y fija su vista en mi cuarto favorito. Me vuelve a mirar, pero esta vez con cierto temor. Le sonrío e intento inspirarle confianza.
—No temas, sé que te encantará.
Acaricio su cabello un tanto deshecho.
—¿Qué quieres decir?
—Que esta ha sido la primera y la última vez que hemos tenido sexo... convencional en esta habitación. —Me agacho más sobre ella—. Aylin... estás en Álympos.
Narra AFRODITA (Cap. 29)
Su voz tan sensual taladra mi oído como si fuese un virus o una bacteria que invade tu cuerpo y la cual sabes que provocará destrozos. Permanezco inmóvil, a la dulce espera. De momento, pienso que la sensación de no vidente es muy, pero muy extraña.
—Primero, debes saber que yo soy el que manda y harás todo lo que te diga, ¿vale? Sin objeciones —aclara.
Siento sus manos dibujando líneas imaginarias a lo largo de mis brazos, nuca y espalda, ya que está precisamente detrás de mí. Sus manos descienden desde mis hombros hasta mis muñecas. Su aliento me taladra y mi piel se eriza.
—Segundo, no podrás llamarme por mi nombre, aquí soy tu dios —dice y noto cómo clava los dedos en mis hombros y me tumba sobre el sillón, con mucha sutileza—. ¿Lo has entendido?
No contesto. Estoy absorta por su voz y por la oscuridad. Es como si estuviera inmersa en un sueño irreal, en el cual no tengo voz y tampoco poder sobre mi mente y cuerpo.
—No te he oído.
—Sí, mi... dios —contesto deprisa.
—Bien, buena chica...
Lo percibo inclinado sobre mí por su respiración rauda. Y, aunque no le vea, sospecho que sigue detrás de mí, de pie.
—Ahora me adueñaré de tu piel —suspira y siento la manera suave en la cual tira de mis brazos hacia atrás.
Mientras tanto, intento acomodar mi cabeza en el extremo del sillón, tumbada bocarriba. El simple tacto de sus labios me quema.
—Sabes... ella es mi amiga.
¿Su amiga? ¿De qué narices habla?
Levanto la cabeza cuando siento una tela rasposa en mi piel, algo medio rugoso que él desliza desde mis axilas hacia atrás.
—Mi mejor aliada... —Acaricia mis muñecas y empieza a envolver algo en mis brazos.
Me estremezco.
—¿Es una cuerda, verdad? —Me relamo los labios cuando siento la garganta seca—. Hoy usarás una cuerda.
—Sí, preciosa —dice en tono grave—. Sabes que adoro verte atada. Es más, ya era el momento.
—¿Por qué ya?
—Porque para mí era insoportable dormir contigo en esa cama y no poder sentarte aquí.
Su boca abarca la parte interna de mis estirados brazos y disfruto de sus suaves besos. Sus inesperados besos van acompañados de aquella cuerda enlazándola más y más en mis ambos brazos, apoderándose de todo. De vez en cuando, siento unos delicados tirones, prueba de que está enlazando la gruesa soga. En realidad, me gustaría ver la obra de arte que está creando en mis brazos, pero sé que no me lo permitirá. Quiere que esté vendada.
—Tercero: No podrás moverte y tampoco intentar deshacerte de la cuerda —continúa este con su instrucción—. ¿Lo has entendido?
—Sí... —musito.
—¿Sí qué?
—Sí, mi dios.
—Cuarto: no podrás hacer preguntas —dice, acentuando estas últimas palabras, a la vez que siento sus potentes manos juntando mis brazos por encima de mi cabeza—. No podrás hablar, salvo para contarme qué quieres que te haga.
—Ajam.
—Quinto —prosigue—, deberás dar las gracias por todo y pedir permiso.
—¿Por qué? —pregunto sin pensar.
—Porque soy tu amo y yo decido sobre ti.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro