15. TE DETESTO
—¡Felicidades a la mejor amiga del mundo mundial, la más guapa y lista! —escucho la voz risueña de mi amiga en el teléfono—. ¡Aunque también un poco terca, pero se le perdona!
—¡Feliz cumpleaños, primor! —también oigo a Rebe de fondo—. ¡A la vuelta lo celebramos, Lyn!
Me río. Dios mío, no me lo puedo creer. Hasta se me ha olvidado que hoy es mi cumpleaños. Me llevo una mano a la cabeza, mientras me muevo violentamente por el tambaleo del coche. Alex está conduciendo como loco, intentamos salir deprisa de la ciudad y, mientras estoy hablando con las chicas, noto que me está mirando en el espejo retrovisor.
—¡Ahhhh! —exclamo y sonrío— ¡Muchas gracias! ¿Cómo que estáis juntas? —me echo un poco para atrás en mi asiento. Intento relajarme un poco y disfrutar de la llamada de mis amigas.
—Sí cari, le dije a Rebe que viniera a la ciudad —habla Bert, pero no se le escucha muy bien, porque Rebe está balbuceando algo de fondo.
—¡Hoy día de compras, yujuuuu! —grita esta en el teléfono.
—¿Cómo? —pregunto divertida—. Rebe, ¿desde cuándo estás interesada en comprar ropa?
—¡La convencí, sí! —la sigue Bert.
—Tampoco es eso —le corrige Rebecca—. Más bien, yo estaba interesada en visitar Staten Island. Y para conseguir que esta zorrilla que tengo delante me la enseñe, me propuso acompañarla. Seguro que me llevará a rastras por toda la ciudad, buscando desesperada los mejores vestidos.
—¿Qué? —escucho a una Bert indignada—. A ver, Rebe pronto llegará la Navidad, así que ya sabes que tendremos muchas cenas y fiestas. Hay que estar preparadas. ¡Antes muertas que sencillas!
—Rebe, ten cuidado con la italiana —digo burlona —. No te va a soltar en toda la tarde, ¿te habrás traído calzado cómodo?
—Sí Lyn, imaginaba que iba a ser así —contesta Rebe resentida y me empieza a dar pena.
—Oye, oye vosotras dos no me critiquéis tanto, ¡que os estoy escuchando! —musita Bert molesta.
Mi risa suena con fuerza en el coche. Alex me vuelve a mirar enojado y de repente recuerdo qué puñetas hay en el asiento del copiloto. ¡Mierda! Me llevo la mano a la boca.
—¡Lyn, vente! Long Island tampoco está tan lejos de aquí —dice mi amiga de repente.
—No, Rebe... en realidad no estoy en Long Island, me he ido unos días de viaje con mis padres a Maine.
—Ahhh comprendo —dice esta deprisa—. ¿Y cómo lo estás pasando?
—Eso, eso —escucho a Berta de repente, aunque la cabrona sabe muy bien que en realidad estoy con Alex.
Me ruborizo y me llevo la mano a la frente. Aprieto los labios incómoda, y pienso que ¡joder! que otra vez debo mentir.
¿Qué podría decirles? Obviamente no la verdad.
Ahhhh amigas... sabéis, me lo estoy pasando de escándalo. ¡Es el mejor cumpleaños de mi vida! En las últimas dos horas he hecho de todo: he follado como loca en un jet y me han azotado el culo con un cinturón a las once de la mañana. Seeeehhhh, a modo desayuno. Es que mis desayunos son especiales. Aunque también ha sido incómodo cuándo he tenido que dar la cara con los empleados de Alex, ¡imaginad! Tener que verles tras gritar y gemir como desquiciada unos minutos atrás, al tener el mejor orgasmo de mi vida. Y en realidad, esta es la parte positiva de mi cumpleaños. No me puedo quejar, obvio. La peor parte es que nos han disparado en plena luz del día en una de las carreteras más concurridas de Boston y... ¿qué creéis? Ahora mismo estoy en un coche lleno de agujeros y hay un muerto en el asiento del copiloto.
¡El cumpleaños más emocionante de todos, chicas!
Me muerdo la lengua. Ayyyyy, dios mío... ¿qué me está ocurriendo? Un escalofrío me recorre pensando en todos estos acontecimientos y pienso que necesito volver a mi vida de antes de una puñetera vez. Eso si sobrevivo a la mafia italiana o a los dioses olímpicos, claro está.
—Pues yo bien —les contesto y mis ojos se encuentran nuevamente con los ojos oscuros de Alex en el espejo. Me está mirando con atención—. Con ganas de empezar las clases.
—¿¡En serio!? —exclaman las dos a la vez—. ¿Estás loca?
—No tontas, es que os echo mucho de menos.
—Ahhh, vale. Nosotras también, nena —dice Rebe.
—Te queremos —escucho a Bert—. Cuando volvamos, tiraremos la casa por la ventana, que lo sepas —añade.
—Así es, pero recordad que tenemos muchos exámenes.
—¡No seas sosa, ragazza! —me regaña esta—. Debemos celebrar tu cumple, ¿vale? ¡Muchos abrazos!
—¡Sí! —escucho también a Rebe de fondo, que está aplaudiendo—. ¡Besos!
—Abrazos —replico y cuelgo muy sonriente.
Miro mi móvil rápidamente para comprobar quién más me ha intentado llamar. Tengo tres llamadas perdidas de mis padres. Con razón, es mi cumpleaños. Planeo enseguida que cuando lleguemos, les devolveré la llamada con urgencia, de lo contrario se van a preocupar. También tengo mensajes de mis primas, de unas tres amigas más y otro de... Adam. Vaya, qué sorpresa. Lo leo: ¡Feliz cumpleaños! Espero que tengas el mejor cumple de tu vida, te deseo lo mejor y espero verte pronto. Me gustaría que siguiéramos siendo amigos y perdón si te sentó algo mal. Llevo desde la semana pasada intentando hablar contigo. Un beso".
Pobre Adam... pienso para mí. Este piensa que estoy enfadada porque intentó besarme el sábado.
Tecleo deprisa.
¡Hola! Muchas gracias por tu mensaje, no te preocupes, está todo bien. Sigue disfrutando de tus vacaciones.
Bueno, espero que se quede más tranquilo tras leer mi mensaje.
—¿Todo bien? —escucho la voz de Alex.
—Sí —me limito a contestar.
—Estamos llegando —avisa este y efectivamente, a lo lejos percibo el gran edificio del Templo. Grandioso e inconfundible.
—Sí, ya veo el "templo del pecado". Ahí está —digo y pongo los ojos en blanco.
—Mmmmm sí —murmura este un tanto confuso—. Nunca se me había ocurrido referirme al Templo de esa manera. Además... el pecado es adictivo, al igual que el placer —añade y me vuelve a fijar con la vista en el espejo, muy pensativo.
—Todo lo malo es adictivo —contesto.
—Y placentero —dice.
—Y placentero —digo yo también y miro por la ventana.
—¿Estás nerviosa?
—¿Por?
—Por la junta que tendremos dentro de un rato —mira su Smartwatch.
¡Cojones! Si es él el único que me pone nerviosa. Nadie más que él.
—No Alex—suspiro—. Estoy nerviosa por saber qué pasará con este hombre. Con Peter. Estoy pensando en qué le dirás a la policía. ¿A mí me interrogarán también, verdad?
Nada más que pensando en que me veré envuelta en un marrón como este, que conllevará un interrogatorio, hace que mi corazón se me dispare y me ponga muy nerviosa. Empiezo a morderme los labios.
Curiosamente, noto que este suelta una sonrisa disimulada.
—Hay algo que debes saber, Aylin.
—¿Qué? —agarro los asientos delanteros con mis manos y me inclino un poco para adelante.
—Más cerca —dice este—. Es que, si no, no me vas a escuchar.
Me inclino sobre su asiento.
—Un poco más.
Me acerco un poco más a él y pego mi oído a su cara con curiosidad. Mientras me quedo así, agachada hacia delante y haciendo un esfuerzo enorme de no mirar a Peter —incluso cierro los ojos—, noto sus labios húmedos sobre mi mejilla.
Me retiro de golpe y lo miro. ¿Acaba de hacer trampa para robarme un beso?
—¡Alex! —le sermoneo— ¿Cómo tienes ganas de bromear después de lo que ha pasado?
—No estaba bromeando. Solo tenía ganas de darte un beso.
No digo nada, solo pongo una mueca. Todavía sigo molesta.
—Tranquila —empieza a hablar—. Tenemos varios infiltrados con cargos importantes, tanto en la policía, como en el FBI. De hecho, uno de esos infiltrados... es uno de los dioses. Tenemos nuestra manera de deshacernos de las pruebas. No hará falta ir a la policía, ni habrá interrogatorio.
—¿Qué me estás... contando? —le digo enseguida con la boca abierta, al mismo tiempo que vuelvo a analizar al pobre Peter —¿Y qué pasará con su cuerpo? Se merece un entierro digno, ¿lo tiraréis por ahí?
Joder, vuelvo a notar de nuevo el pitido en mis oídos. Me horroriza ese pensamiento, que Alex se podría deshacer de la gente como si fueran papel higiénico.
—No, ni hablar. El escenario de su muerte será otro, es lo que se le comunicará a la familia y a las autoridades. Se le enterrará dignamente y su familia recibirá una compensación económica. Así solemos actuar.
—¿Qué más debo saber antes de la junta, Alex? —pregunto deprisa, mientras que nuestro automóvil destrozado entra por las grandes puertas del Templo. Un guarda se acerca.
—Arriba hablamos —susurra este.
—¡Jefe! —escucho al hombre del auricular.
—Lleva las maletas arriba y encárgate de Peter —le ordena al hombre, al mismo tiempo que camina hacia mí.
—Puedo sola —le digo sin titubear y me apresuro en salir, antes de que él llegue a mí.
Él no comenta nada, solamente me indica que entremos en el edificio, y al entrar por la puerta, todos agachan la cabeza al vernos. Saludo también con una inclinación y me estoy dando cuenta de que Alex se ha quedado unos pasos más atrás, hablando sobre algo con el tal Max, en voz baja. Subo las escaleras y entro en la gran habitación de Ares seguida del agente, que va cargado con nuestras maletas.
—¿Algo más, mi diosa? —escucho de repente la voz del hombre grandote.
Empiezo a tartamudear un poco, ¿me está hablando a mí?
—No, nada. Gra... gracias —le contesto pacífica, aunque me entren ganas de gritarle a todo pulmón que no soy ninguna jodida diosa.
El agente sale de la habitación y vuelvo a fijar con mi vista el enorme cuadro del dios de la guerra. Escaneo mi alrededor y reflexiono sobre el hecho de que no me he librado todavía de esta habitación. No quiero mirar más allá y me entran ganas de tirarle con algo al puñetero cuadro que hay en la pared. En cambio, lanzo mi móvil en la cama, nerviosa. Estar de vuelta aquí, me produce mucho estrés.
Enseguida miro en dirección al baño y pienso que voy a aprovechar que no está Alex en la habitación, por lo que abro mi maleta, cojo rápidamente ropa y me meto en el servicio para ducharme. Tras unos pocos minutos en los que intento relajarme, escucho que este ha vuelto porque oigo su voz masculina. Está terminando una conversación telefónica, posiblemente esté charlando con alguien de la agencia porque lo percibo nombrar a su socio, el señor Carlyle. Procuro vestirme dentro del baño y cuando salgo fuera, encuentro a Alex de pie, sujetando en la mano mi teléfono que está sonando en este preciso momento. Me mira con cara seria.
—Es Adam —dice—. ¿Vas a contestar?
Me quedo bloqueada por un momento.
¿Qué querrá Adam ahora? Le he escrito hace unos minutos...
—Sí, dámelo.
Veo como Alex me entrega el móvil desganado y se quita la chaqueta, al mismo tiempo que me analiza.
—¡Hola, Adam! —contesto en voz más bien baja, alejándome un poco del profesor.
—Hola Lyn —oigo la voz de este. Parece que está alegre—. Te quería felicitar también en persona.
—Ahhh, ok. Gracias —sonrío y vuelvo a mirar a Alex que noto cómo agarra las esposas del cabecero de la cama y las guarda en un cajón enfurruñado.
Trago en seco ya que, por un momento, las dichosas esposas me han puesto nerviosas. Pensaba que la llamada de Adam lo había irritado y que intentaría atarme de nuevo.
—Sabes... supongo que estás en Long Island. Pero si vuelves el domingo, me gustaría vernos para tomar un café —propone—. O lo que tú quieras —añade este un poco torpe.
—Ehhhm... ¿tomar café el domingo? —pregunto mientras pienso en qué decirle.
¡Mierda! Noto la mirada de Alex cuando me escucha. Veo cómo sin ton ni son, este se da la vuelta y entra en el baño furioso. Da un portazo y el ruido sonoro invade la amplia habitación.
—Sí, si te parece bien, claro —murmura Adam—. Creo que tenemos una charla pendiente. No quiero que te alejes de mí por lo que pasó el sábado. Bebí de más y...
—Adam —le digo y miro por la ventana—. No te rayes, de verdad que no me molestó lo que pasó, pero prefiero que seamos amigos. Siento si en algún momento te di a entender otra cosa...
—No, tranquila —replica—. Es mi culpa.
—Y en cuanto al domingo, la próxima semana tenemos un montón de exámenes y dudo que pueda quedar.
—Ah vale, no hay problema —contesta—. El lunes nos vemos en las clases.
—De acuerdo.
—¡Cuídate! — se despide de mí un poco serio y cuelga.
Cuelgo yo también y me quedo con el móvil en la mano, pensando.
Mis pensamientos quedan interrumpidos por unos golpes en la puerta. Curiosamente, cuando miro la cerradura, observo perpleja cómo alguien está forcejeando y moviendo con violencia el pomo de la puerta. Al parecer, Alex ha girado la llave y esta está cerrada. ¿Pero quién quiere entrar?
Me apresuro en abrirla, y... ¡vaya!. No sé por qué me sorprende. Es Lorraine. Me tenía que haber dado cuenta. Lleva la misma cara larga que tiene últimamente. Es como si anduviera enojada con el mundo, aunque, a decir verdad, es contradictorio. No sé por qué se pone así si no quiere a Alex. ¿Por qué coño quiere seguir casada con él? Todavía tengo esa duda.
—¿Qué.... quieres? —intento preguntar, pero me aparta de la puerta de un empujón e irrumpe en la habitación con una actitud muy soberbia.
—¿Dónde está Ares? —la escucho decir inquieta, mientras se pasea por el cuarto y mira a todos los lados.
—Lorraine... —intento hablarle, pero esta no me deja.
—¡Diosa Hera! —brama y se acerca a mi cara de manera peligrosa—. Aquí soy tu diosa, ¿entendido? Y tú no eres nadie —susurra en mi rostro y hasta noto su respiración en mi piel.
¡Virgen Santa!
¿La tengo que aguantar, de verdad? Si Alex está loco, esta mujer está loca nivel dios, es decir está loquísima del coño. ¿Diosa Hera? Bueno, por lo menos ya sé qué pinta ella aquí.
Menos mal que veo a Alex salir del cuarto de baño con una toalla envuelta en sus caderas en este mismo momento. Enseguida se planta delante de las dos, mirando a Lorraine atentamente.
—¿Qué diablos quieres? —pregunta y levanta el mentón.
Nuestro Adonis se está cruzando de brazos en este instante. Me humedezco los labios. Esperemos que no haya pelea, como ocurrió la última vez. Honestamente, ahora mismo estoy reprimiendo mis manos, de lo contrario acabarían en la melena rubia de esta mujer. Que no piense que se me olvidó la bienvenida que me dio a Álympos. Pero yo no me voy a rebajar, no soy como ella.
—Ares, te quiero en el despacho, ¡necesitamos hablar!
—¡Tú no me vas a decir lo que tengo que hacer! —le dice este entre dientes y le agarra el brazo con fuerza para echarla de la habitación.
—No puedes tirar por la borda diez años de nuestra vida por culpa de esta —reclama Lorraine, y me mira con asco—. ¡Suéltame!
—¡Sal de aquí! —le indica Alex, muy furioso. —Y no vuelvas a poner un pie en este cuarto.
—Como no vengas al despacho para hablar, ¡me tendrás aquí todos los putos días!—amenaza con cara maquiavélica. La creo capaz, desgraciadamente.
—¡No! ¡Como no desaparezcas de mi vida, lo mismo volverás a ser una hetera, y eso con suerte. ¿Qué te parece la idea, diosa Hera? —dice este sarcástico.
—Tú no eres nadie para tomar esa decisión, ¡solo lo puede hacer nuestro gran dios Zeus! —grita con crueldad—. Y creo que ya sé para quién será mi voto.
El rostro de Alex está cada vez más fuera de sí y temo a lo que podría pasar a continuación. Están los dos que echan humo. Este la acerca a la puerta y le suelta el brazo. Acto seguido, Lorraine se alisa un poco con la mano el traje de falda que lleva, bastante humillada. Después, levanta la cabeza muy arrogante.
—Eres una maldita traidora, ¡sal de aquí! Igualmente me importa una mierda ese puesto, vota a quién quieras —le suelta Alex—Solo quiero que firmes los malditos papeles.
¿Está hablando de los papeles de divorcio...? pienso.
—No firmaré nada.
—¡Sí firmarás si no quieres que te eche de Álympos a patadas!
—¡No! —grita esta desquiciada—No me vuelvas a amenazar. ¿O quieres que tu putita se entere de cómo murió tu padrastro... Jonathan Woods? —pregunta esta con voz lasciva.
Leo la crueldad en sus ojos.
—¡Vete al diablo! —dice Alex y la empuja fuera de la habitación.
Le cierra la puerta en la cara.
—¡Te espero en el despacho, Ares! Y no se te ocurra no venir —la escucho de detrás de la puerta, mientras me llevo las manos a la boca.
Alex se vuelve hacia mí y permanece inmóvil unos minutos, mientras analiza mis facciones. Todavía estoy conmocionada por las palabras de Lorraine.
—Alex... ¿qué ha querido decir? —digo en un suspiro—. ¿Cómo murió tu padrastro?
Este carraspea y empieza a sacar un traje del armario y una camisa recién planchada. Me evita a propósito, y en cambio, empieza a vestirse haciendo caso omiso de mi presencia y de mi voz.
—¡Alex! —vuelvo a insistir—¡Contéstame! —levanto el tono.
Las malditas palabras de Lorraine todavía resuenan en mi cabeza y no me puedo mantener impasible. No aguanto estar con esta incertidumbre por dentro. Este sigue sin hacerme mucho caso, solamente noto como se está poniendo el bóxer y el pantalón delante de mis narices y ahora se coloca la camisa blanca. Está cabizbajo y se está abrochando la camisa muy irritado, sin rastro de explicaciones o levantar su mirada.
No me doy por vencida. No podré vivir con este temor que siento ahora mismo. El temor de que él realmente sea un asesino. Me acerco y empiezo a tirar de su camisa con violencia.
—¡Habla, por dios! ¡Te lo ordeno! —le suplico—. Lorraine estaba mintiendo, ¿verdad? Dime que tú no tienes nada que ver con la muerte de Jonathan Woods.
—Tú no me eres nadie para ordenarme nada —dice de repente con voz de hielo.
Este me aparta un poco y me atraviesa con su mirada oscura, al mismo tiempo que empieza a abrochar los botones de las muñecas de su camisa blanca impoluta y cuidadosamente planchada.
¡Mierda! Se encierra en su caparazón, como siempre lo hace cuando tiene que hablar de él o de su pasado. No lo reconozco y no sé si seré capaz de lidiar con estos cambios de humor tan repentinos.
—¿Tú lo mataste? —insisto y empiezo a temblar —¿Mataste a tu padrastro?
—¡Nooo, maldita sea! —exclama este con cara muy extraña y sus ojos parecen salidos de las órbitas— ¿Quién crees que soy?
—Alex... —me acerco a él con voz más suave y empiezo a acariciarle el hombro. Mientras, él baja la cabeza todavía en silencio y se termina de abrochar la camisa—. Sé que en algunos momentos he sido un poco inmadura.
Le sigo acariciando el brazo por encima de la tela y continúo hablando.
— Sé que mi vida está en peligro y en el fondo, soy consciente que tienes razón y que es mejor quedarme contigo aquí, en el Templo. Pero, dime ¿cómo podré vivir aquí y dormir juntos en esa cama si todos los días descubro algo nuevo sobre ti? —le pregunto perturbada.
—Esto es lo que hay —contesta este demasiado neutro; como si no sintiera, ni padeciera.
—¿Esto es lo que hay? —me encojo de hombros—. Por lo menos si pudieras abrirte conmigo —me acerco más a él — Necesito saberlo, ¡joder! ¡Necesito saber qué le pasó a Beth y ... a tu padrastro! —exclamo con voz rota.
—¿Qué ganarías si lo supieras ehhh ? —me aparta enseguida de su cuerpo, con mucha brusquedad. Lo noto demasiado afectado.
—¡Me quedaría en paz! —levanto mis brazos—. Haría que pudiera confiar más en ti —le vuelvo a suplicar.
—¿Lo quieres saber a cualquier precio? ¿Aun sabiendo que después de escucharlo me odiaras más todavía? —agarra mis brazos y tira de mí hacia él.
Me quedo un momento pensando y trago en seco.
—Al precio que sea. Y Alex... no te odio —musito decidida—.Solamente necesito que puedas abrirte conmigo —balbuceo enloquecida por la preocupación.
—Ahhhhhhh —exhala e inhala el aire profundamente dolido y baja la vista—. Hay recuerdos que es mejor que se queden en el olvido, Aylin. Ya decidí que hay una parte de mi vida que se quedará en el pasado y tú lo tendrás que respetar.
—¡Mírame! —cojo su rostro entre mis manos—. Estoy aquí a tu lado, ¿vale? Solo necesito que avancemos, no que demos un paso para adelante y dos para atrás.
—Yo también lo necesito, pero no estoy preparado para hablar —al pronunciar estas palabras, aprieta su mandíbula y toca suavemente mis manos, que todavía están sobre sus mejillas.
—Como quieras... —contesto, todavía bloqueada por su respuesta—. Pero te advierto de una cosa, no podrás huir del pasado eternamente.
—¿Qué quería tu amigo?
Bufo irritada. Típico de él, cuando quiere huir de mis preguntas.
—Bueno, por lo que veo, estás ya cambiando de tema —le digo y retiro mis manos de su rostro, al notar que él mantiene esa seriedad tan característica. Cojo aire con fuerza y le doy la espalda—. Adam quería que quedáramos el domingo para tomarnos un café.
—¡Ni hablar!
—¿Qué? —me doy la vuelta y le miro sin pestañear.
—Que no tomarás ningún café —dice este de repente, mientras arregla su corbata y tira de ella con severidad. Aprieta los labios. Después, abre un cajón nervioso y coge el famoso anillo del escudo y la lanza y se lo pone. El anillo de Ares.
—¿Ves? Esta es la parte que detesto de ti —le grito—. Puedo aceptar vivir contigo aquí, pero no voy a aceptar que controles mi vida y me prohíbas quedar con mis amigos. Además, ya le había dicho a Adam que no iba a quedar con él, para tu información. Pero si te pones así, ¡no dudes que me tomaré ese café! — espeto con fuerza en su cara y empiezo a caminar en dirección a la puerta.
—¿A dónde vas?
—A la cocina para ver qué hay para almorzar. Imagino que en el Templo también se come, ¿no? ¿o solo se folla? —pregunto borde.
Agarro el pomo de la puerta y quiero salir de la habitación, pero este me alcanza con pasos rápidos y frena la puerta con su mano enorme. Me agarra el brazo y me da un tirón hacia atrás.
—¡Oh demonios, Aylin! ¡Vuelve! —lo torno acelerado y tras decir esto, cierra la puerta con mucha prisa, obligándome a volver a la habitación.
—Alex...
—¡Perdón! —musita este deprisa y en estos momentos esta acercando su cara a la mía y parece más calmado. Me está mirando con esos ojos negros tan bonitos. Esos ojos que hacen que sea imposible no decirle "sí" a todo.
Miro para arriba sería mientras este me sujeta contra la puerta de madera de la habitación. Sin esperármelo, me planta un beso y noto sus labios suaves sobre los míos sin demora. Su aroma inconfundible y colonia masculina me invade, al igual que su lengua ansiosa y claramente, me es imposible no corresponderle. Amo con locura a este hombre, no podría negarle un beso.
—Ahhhhh Alex —suspiro con fuerza y me emociono—. Yo también te pido perdón —le contesto y vuelvo a apoderarme de sus labios mientras nos abrazamos con más anhelo. Rodeo su cuello con mis brazos y clavo mis dedos en su cabello color azabache. El color que tanto me gusta.
—¿Por qué, pequeña? Tú sí que no tienes ningún motivo para pedirme perdón.
Seguimos besándonos intensamente y noto cómo su lengua se abre paso a través de mi boca con muchas ganas. Me encantan sus besos, hacen que de repente mi corazón de un brinco y me olvide de todo lo malo. De repente borro todo lo negativo de mi cabeza, como si se tratara de una pizarra.
—Por presionarte para hablar. Tendré paciencia, Alex —le susurro—. Pero también te quiero pedir que no seas tan posesivo conmigo —le acaricio la mejilla con ternura, y mis dedos llegan a la piel de su oreja.
—No sé si podré —replica y, aunque no sea la respuesta que me gustaría, al menos valoro que sea sincero—. La verdad es que... no soporto ver a otro hombre cerca de ti, ¿lo puedes comprender? —me dice deprisa, y me da otro abrazo efusivo.
—Eso es falta de confianza en ti mismo. Alex, también debes confiar en mí, nunca jamás sería capaz de engañarte.
—¡Te adoro! —me dice de repente y deja caer su cuerpo más sobre mí.
—Y yo te detesto —le regalo una de mis mejores sonrisas—.Te detesto muchísimo, dios Ares.
Este acerca su nariz y empieza a frotarla unos pocos segundos con la mía, mientras cierra los ojos. Es tan tierno su gesto, que hace que todas las células de mi cuerpo se desestabilicen.
—¿Sabes, Diosa Afrodita? Me parece que acabo de averiguar tu código lingüístico personal, indescifrable para los mortales y los demás dioses.
—¿Y cuál es ese código, si se puede saber? —le pregunto intrigada y arqueo una ceja.
—Cuando me dirás que me odias, sabré que me amas y... —empieza a acariciar la curva de mi escote—. Cuando me dirás que me detestas, lo que en realidad me querrás decir es que me adoras.
Después, roza mis labios de nuevo con impaciencia y el ardor sube por todo mi cuerpo.
¡Joder! ¿otra vez? ¿Viviré nada más que entre las sábanas con este hombre, o qué?
—Sí, te detesto muchísimo —repito en su oído.
—Yo también te adoro muchísimo —me contesta con voz sensual y empieza a besar mi cuello.
Se detiene un momento y me mira. Sus mejillas están encendidas.
—Aylin... tengo una curiosidad.
—Dime —contesto y aprieto más mis brazos alrededor de su cuello.
—Y cuándo tengas ganas de que te domine... ¿cuál será la palabra clave para eso? —continúa este con atrevimiento y lleva una mano a mi mentón, mientras que con la otra aprieta más mi cintura.
Me rio bastante sorprendida por sus ocurrencias, y eufórica al mismo tiempo.
—¿Dominar es tu nueva manera de decir " echar un polvo"?
—Me encanta dominarte, sí —dice y me mira expectante.
—Ahhmmmm.... —hago como que pienso y me muerdo el labio— Tendré que matarte si te lo cuento así que... lo averiguarás tú solito.
Este queda sorprendido, al haber usado las mismas palabras que él mismo empleó conmigo, tiempo atrás.
—¡Vaya! —exclama—. Aprende rápido, señorita Vega.
—Ya se lo dije, profesor, le dije que aprendía rápido.
Al contestarle eso, enseguida se lanza a por el labio que me estaba mordiendo. Empieza a succionarlo con erotismo y siento que algo me entra por el cuerpo. Una emoción indescriptible.
Respiro con fuerza y empiezo a sudar.
—Solamente tú puedes provocar esto en mí.
—¿El qué? —me pregunta este con cara de niño bueno y mira el techo, frunciendo el ceño.
Me ruborizo.
—¿Y si...? —me pregunta y noto cómo baja sus manos a mis glúteos.
—Es la hora del almuerzo —le interrumpo sin querer, y pienso en mi cabeza que lo mismo me quería proponer otra cosa.
Intento volver en mí.
—Así, es —contesta enseguida y respira profundamente —. Después te arreglarás y bajaremos a la reunión. Ha llegado el momento —inclina un poco la cabeza mientras habla.
—¿Debería ... tener miedo? —pregunto un tanto crispada y arreglo un poco mi ropa.
No sé por qué, pero estoy un tanto nerviosa al pensar que dentro de un breve rato conoceré a los demás dioses olímpicos. O sea, gente que me quería quitar del medio.
—No. Miedo deberían tener ellos si se atrevieran a oponerse a las decisiones de Ares —su respuesta es categórica.
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