1. AQUÍ EMPIEZA TODO
—¡Dispara!
Le invito a terminar de cumplir con su amenaza, sin embargo, Alex permanece callado.
El silencio que ha invadido el despacho es estremecedor. Escucho mi respiración e intento deshacerme del nudo que tengo en la garganta desde hace más de una hora. Él solamente permanece de pie, apuntándome con esa jodida pistola. A decir verdad, ni siquiera le están temblando las manos.
Ahogo las lágrimas, no permitiré que me vuelva a ver llorar. Nunca más.
Doy un paso hacia él. Ya he entendido que no me puedo ir. Observo que su rostro está desfigurado y sus ojos reflejan un cúmulo de sentimientos y son más expresivos que nunca.
—Adelante, Alex... ¡Dispara! —vuelvo a decir, mientras avanzo unos pasos más, sin dejar de clavarle con mi mirada atormentada. Mientras escucho el eco de mis pasos, todavía estoy pensando si todo esto es una pesadilla y estoy a punto de despertar.
Me acerco tanto, que el cañón de la pistola con la que me ha estado apuntando los últimos cinco minutos, roza mi pecho. Él no aparta la vista de mí y, desafortunadamente, incluso después de todo el tiempo que he pasado a su lado, no soy capaz de penetrar su mente y saber qué pensamientos lo dominan.
Además, ¡qué irónico! ¿Cómo podría hacerlo? ¿Cómo podría una simple mortal como yo meterse en la mente de un dios? ¿O en su corazón?
—No hagas esto... —dice en voz baja y desiste. Veo cómo baja el arma despacio.
Suelta la pistola sobre el escritorio del despacho y suspira profundamente. No contesto.
—Aylin... firma y en el camino te explico, ¿vale? No hay tiempo, nos tenemos que ir ya —coloca sus brazos sobre mis hombros.
Percibo que sus objetivos son muy claros y no se va a echar para atrás. Estoy segura que no dejará de insistirme y me pregunto en qué momento decidí no seguir mis instintos. Me tenía que haber alejado de él desde el primer momento. Desde que me di cuenta de que es una persona extraña, un hombre atormentado por el pasado y que me ha estado ocultando infinidad de cosas.
No se lo voy a perdonar.
—¿Por qué me metiste en esto? —levanto mi tono, al toparme de nuevo con la realidad. Soy una rehén.
Él mira el suelo y suspira. Noto que aprieta más sus dedos sobre mis brazos.
—Nunca fue mi intención que esto pasara —su voz suena dócil—. Ya te lo he dicho.
—Sí, siempre fue tu intención traerme aquí —rectifico. No me volveré a dejar manipulada.
—Pero no de esta manera —suelta un bufido.
—No tengo opciones, ¿verdad? —pregunto derrotada.
Cambio la dirección de mi mirada y me pregunto que qué narices podría hacer para salir de esto. Me animo por dentro, pensando que soy una persona resolutiva y seguramente algo se me ocurrirá.
—No.
—¿Y si prometo no decir nada a nadie sobre lo que he presenciado esta noche? —añado rápido con suplica, con la esperanza de poder convencerlo y salir ilesa. En mi cabeza me planteo que seguramente me está obligando a hacerlo por temor a que lo pudiera delatar.
—No se trata solo de eso. En Álympos hay un protocolo bien claro que debemos respetar —habla con decisión.
—¿Y qué puñetas dice ese protocolo? —vuelvo a enfurecerme, al notar su jodida tozudez. Me intento deshacer de sus manos y él finalmente las aparta de mis hombros.
—Ahhhhh... —escucho cómo exhala el aire y me da la espalda—. Cualquier persona que sepa más información de la cuenta, quedará eliminada. Bajo ningún concepto podemos arriesgar la seguridad e integridad del clan —explica con dureza.
Eliminada...
Ya lo comprendo todo. Después de escuchar esto, tengo más claro que no me soltará.
¡Mierda! Me estoy enfrentando a una puta organización criminal. ¡A unos asesinos! , pienso horrorizada. Y Alex es uno de ellos...
Me entran ganas de llorar de nuevo, pero no. No voy a dejar que me vea asustada.
—Entonces doy por hecho que, si firmo, es como si diera mi palabra de que no contaré nada, ya que yo también pertenecería a vuestro clan —comento rápido.
—Así es.
—Entonces firmaré solo con la condición de que ahora mismo me lleves a la residencia, Alex. Y es mi última palabra —le fijo con la mirada—. Al fin y al cabo, no habría ya peligro.
Me quedo a la espera de su repuesta y cruzo los brazos.
—¡No será posible! —hace una breve pausa
—¿Y por qué no será posible?
—¡Debemos irnos ya! Max está preparando el vuelo —dictamina sin darme ninguna explicación y vuelve a mirar su móvil inquieto.
—¡Contéstame, joder! —le grito de nuevo y me vuelvo a acercar.
—Porque me están buscando y, por ende, a ti también. Aylin... los hombres de Gambino también han estado en la residencia —articula alto y claro.
Ahora mismo me siento como si estuviera en un ring de boxeo, recibiendo puñetazo tras puñetazo.
—¿Cómo? —me llevo las manos a la boca— ¿Y Berta? ¡Dios mío!
De nuevo el temblor me acecha. Todavía sigo en estado de shock y no hay manera de tranquilizarme.
—Sanders se está encargando de todo. La pondrá a salvo, no te preocupes.
—Aun así, no hace falta que vayamos tan lejos. Nos podemos quedar en algún sitio hasta mañana y...
Golpea de repente con su puño la madera del escritorio.
—¡Joder! ¡No lo entiendes! —vocea irritado y se lleva el puño a la boca—. Han estado siguiéndome semanas —levanta su vista gélida hacia mí—. Debemos desaparecer unos días y así me dará tiempo a solucionar el problema con Gambino y... también con el clan.
—¿Qué problema? —alzo mi cabeza interrogativa y un poco asustada.
¿A qué narices se refiere? ¡Dios mío, no entiendo ni una jodida palabra!
¿Es normal que me ocurra todo esto? Yo... que estaba en mi sitio, sin molestar a nadie, y... ¿que no soy capaz de matar ni a una jodida mosca?
—No hace falta que lo entiendas —contesta deprisa y vuelve a poner el boli en mi mano—. ¡Solo firma de una maldita vez! —ordena con dureza.
Aprieto el bolígrafo entre mis dedos.
Él no dice nada, pero noto su mirada amenazante. Sus ojos son muy penetrantes y entiendo de momento que no tengo salida alguna.
—¡Te arrepentirás de esto! —le amenazo.
Cojo el jodido boli en mi mano y firmo en los sitios donde él me indica.
¡Dios mío! ¿A qué me acabo de sentenciar?, me mortifico por dentro. Empiezo a temblar de manera descontrolada y la rabia me está empezando a poseer.
—¿Contento? —digo antipática— ¡Tú y tu secta os podéis quedar ya tranquilos! —le suelto llena de ira, al mismo tiempo que tiro el bolígrafo sobre la mesa.
—No es una secta.
—¡Sí, es una jodida secta! —le suelto con violencia—Todo lo que implique lavado de cerebro, ¡es una maldita secta!
Él no contesta. Ha sido todo tan rápido, que ni siquiera he leído las cláusulas de aquel documento, y por esa razón maldigo a Alex mil veces en mi mente. Además ¿qué más da lo que pone ahí? Igualmente me hubiese obligado a hacerlo.
—¡Ares! —escucho un ruido en la puerta.
Este se apresura en abrirla y veo una cabeza rapada asomándose por la puerta. Es el tal Max.
¡Vaya tela!, pienso angustiada. Esta gente se lo está tomando en serio de verdad. ¿Acaba de llamar a Alex... Ares?
—Entra.
—Malas noticias. No vais a poder volar esta noche —dice el hombre y me mira con curiosidad—. Hay restricciones de vuelo por un temporal, llegando a Canadá. Es muy peligroso, así que no nos dan permiso hasta mañana a las 10:00.
—¡Demonios! —grita Alex enfurecido y golpea la puerta con fuerza. Odio ese lado suyo y me despierta malos recuerdos.
Reflexiono sobre las palabras de Max y, pensándolo bien, si no nos vamos esta noche, quiere decir que tengo una mínima oportunidad de escapar. Posiblemente sea mi última oportunidad, y valdrá la pena intentarlo.
Una decepción muy grande me invade al volver a recordar que Alex ha matado a un hombre hace una hora. También mató al primo. ¿Y si ha matado a más gente? Al fin y al cabo, es un puñetero mafioso. Todos estos pensamientos me hacen mucho daño porque, joder. No me lo puedo arrancar de mi corazón de un día para el otro.
Pero lo haré. Sí que lo harás, Aylin... ordena mi conciencia.
—Dile al jefe de seguridad que reúna a todos los hombres. En media hora nos vemos abajo —habla Alex tras pensar unos pocos minutos—. ¡Es urgente! —grita.
—Entendido —contesta el calvo.
—Apolo y los demás siguen abajo con el gobernador, ¿verdad?
—Sí.
—No les digas nada de esto —indica con voz severa.
—De acuerdo. Avisaré a mis hombres ahora mismo.
Alex se encamina al escritorio y coge dos de las hojas que acabo de firmar y las otras dos las mete en un cajón.
—¡Vente! —dice y me agarra el brazo.
—¿A dónde vamos, Alex? —pregunto y de repente me pregunto dónde pasaremos la noche.
—Max, te puedes ir.
—OK, ya te informaré sobre las novedades —tras decir esto, sale por la puerta.
Entonces acerca su cara a la mía y me habla sumamente tensionado.
—No vuelvas a llamarme por mi nombre, ¿entendido? Esta es la primera norma que deberás cumplir en el Templo. Aquí soy Ares.
Suelto un bufido y al notarlo, este se encoje de hombros y arruga la frente.
—¿Qué?
—¿Es en serio que te tengo que llamar Ares? —levanto una ceja y me detengo.
—¡Sí, diablos! Camina —ordena impaciente.
—¿Por qué no hay nadie por los pasillos? —pregunto curiosa, al mismo tiempo que salimos de la oficina.
—Porque esta es una zona privada, solo reservada para los dioses. Los demás no tienen acceso.
Los dioses, claro... ¡Carajo! Esta gente está para el manicomio
Pongo los ojos en blanco y juro que mi mente está resacosa ahora mismo, con toda esta historia del Olimpo.
—¿Has puesto los ojos en blanco? —lo escucho preguntarme y se vuelve hacia mí.
Me callo y miro a otro lado, no tengo ganas de verlo ni en pintura.
—Esta noche dormiremos en mi habitación —avisa de repente.
—¡Ni lo pienses, no voy a dormir contigo! —siento como si un trueno hubiese partido mi cabeza en dos, en el mejor de los casos.
—Sí dormirás —ruge en mi oído.
—¿Pero aquí hay también habitaciones? —pregunto perturbada y empiezo a mirar a mi alrededor con más atención.
Tiene sentido, es un edificio muy grande, además si es una casa de orgias y BDSM, debe haber habitaciones. Mientras analizo todo con detenimiento, intentando trazar el plan de escape en mi cabeza.
—Sí. "El Templo" es un hotel.
Sí... un hotel...
—¡Querrás decir que es más bien un puticlub con pinta de hotel! —contesto con desdén.
—No es un puticlub —me riñe este.
—No, tienes razón —le contesto en tono burlón, mientras Alex me empuja escaleras arriba, hacia la segunda planta—. Es un club exclusivo de putas disfrazadas de griegas al que acuden ricachones de todo el mundo.
Este me mira un momento, pero la verdad es que parece bastante distraído, leyendo algo muy seguido en el móvil. Lo quiero sacar de quicio y estoy muy nerviosa. Y cuando estoy jodidamente nerviosa, no me callo ni debajo del agua. ¡Y él me va a escuchar!
—¡Eso es...! —continúo—. Ricachones que, si en un momento dado se aburren con su vida llena de lujos, dicen: "Ahh, ¡me aburro! Voy a coger el jet y voy a viajar a Estados Unidos, específicamente Boston para pegarme un fiestón, follar en grupo, esnifar un poco de cocaína, o meterme heroína, según me apetezca" —hablo muy nerviosa, mofándome—. ¡El plan perfecto! —añado y elevo un poco los brazos.
Hay que reconocer que es muy poco creíble todo lo que el profesor me ha contado, como por ejemplo que también tienen clientes de otros países.
—Aylin, ¡hablas demasiado, joder! —me susurra Alex y me sacude con fuerza.
—¿Dónde entro yo en ese plan perfecto, Alex? ¿Me tendré que acostar con ellos, es eso lo que ponía en esos documentos? —pregunto rápido, muerta de miedo.
—Tarde o temprano, ¡te pondré una maldita cinta en la boca, tenlo claro! ¡Y disfrutaré muchísimo! —dice este y me tapa de nuevo la boca con la mano. Mira para abajo, en dirección a mi rostro y abre tanto los ojos, que parece un loco. Acerca su cara demasiado a la mía, y hasta puedo admirar la pupila de sus ojos.
Como me quedo quieta, este finalmente aparta la mano.
—¡Camina! —me empuja.
—¡Contéstame! ¿Yo también entro en ese plan? —vuelvo a chillar con fuerza. Me repatea no saber qué puñetas me espera en este sitio.
De repente, abre una puerta y tira de mí hacia dentro con fuerza. Ni me he dado cuenta de cuándo hemos llegado.
—¿Acaso me estás provocando? —me pregunta al mismo tiempo que cierra la puerta de golpe y me aplasta contra ella. —¿Me quieres sacar de quicio esta noche, ehhh? —levanta la voz y noto que su mentón está tenso y sus ojos echan chispas por la furia.
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