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Capítulo 16 Comienza la batalla

                   

CAPÍTULO 16

COMIENZA LA BATALLA

 

Edmund ya había reunido a los líderes de batallones que quedaban con vida para explicarles lo que se debía hacer. Se alteraban los planes ya trazados para la guerra. Se delinearon estrategias contando con que lo explicado por parte de Monseñor Bodicelli en su carta era veraz y que el proceder de esta manera sería la clave para la victoria y para su salvación. De ello dependían sus vidas y las almas del imperio por más increíble que parecía.

Los oficiales de alto rango se retiraban para dar las instrucciones a los soldados de filas, los arqueros y ballesteros para que utilizaran el agua bendita y el aceite en sus armas como estaba indicado en la misiva. Edmund se terminaba de embestir con su armadura asistido por su paje, cuando Goeffrey, el mensajero enviado por Lord Aelderic entraba casi corriendo a la tienda de campaña.

—Mi señor, Edmund—, Geoffrey llegó jadeando extenuado por la carrera y de inmediato se arrodilló a los pies del general tanto por la extrema fatiga como en actitud de reverencia.

—De pie, mensajero. ¿Qué deseas? Mira que tienes que ser breve pues nos alistamos para la batalla—, dijo un muy ansioso Edmund.

—Mi señor, tiene que escucharme. Vengo desde Harzburg y llegué hasta Suavia con mensaje del duque mi señor Lord Aelderic. Tengo algo muy importante que decirle—, el mensajero, angustiado y presuroso se puso de pie y le narró todo lo acontecido en la mansión Cuthberht mientras estuvo allí. De igual modo le revelaba los detalles de su misión en Suavia y lo que descubrió de Leila.

—¡No puede ser posible todo lo que me estás diciendo! ¡Hay una de estas criaturas infernales en la mansión de Cuthberth! ¡Pero, por Dios todo poderoso! Mi adorada Ardith corre peligro... si no es que ya sea demasiado tarde. ¡Y yo acá tan lejos en el otro extremo del imperio! ¡Nooooo! ¡Si algo le llega a pasar a mi Ardith, me muero!— Edmund gritaba desesperado, lleno de temores y frustración mientras caminaba de un lado para el otro en el interior de la tienda de campaña totalmente descompuesto.

El mensajero lo miraba atónito, inmóvil viendo como tiraba cosas de las mesas y pateaba sillas en un evidente arranque de ira e impotencia ante lo que estaba sucediendo en el castillo donde estaba indefensa su prometida.

—Lord Edmund, ¿qué desea que haga yo ahora que está enterado del peligro que corren en Harzburg? ¿Qué mensaje puedo llevar allá?— preguntó el mensajero esperando por instrucciones.

—Vete ahora mismo. Lleva provisiones y alguna arma contigo, agua bendita o aceite ungido y prepara una cruz para que la cuelgues de tu cuello. Tienes que salir de estos campos infestados de demonios ileso y llegar hasta el castillo lo antes posible... Sólo espero que no sea demasiado tarde para mi amada Ardith—. Edmund le daba las instrucciones y una carta explicativa a Goeffrey para que la llevara a Lord Aelderic.

El mensajero siguió las instrucciones del heraldo y salió presuroso a completar su misión de regreso a Harzburg.

Edmund caminó hacía una enorme cruz de ébano que colgaba en una de las paredes de la tienda y arrodillándose en el piso elevaba una plegaria.

—Señor, cubre con tu providencia el castillo Harzburg. Yo estoy peleando esta batalla en tu nombre, envía a tus ángeles que luchen por mi amada Ardith. Yo peleo por tu sangre preciosa... envía tus ángeles a que batallen junto a mis hombres contra esta sangre maldita. Pero por favor, cuida a mi Ardith hasta mi regreso de ese demonio de nombre Leila. Te lo pido con toda la fe y devoción de un soldado de Cristo. Amén.

Edmund salía de la tienda de campaña junto a su paje, quien cargaba su espada y su escudo. El general caminaba concentrado hasta ubicarse medio de sus hombres que ya se encontraban formados en filas en medio de la llanura. El sol despuntaba sobre las montañas del sur de la rivera del Rin. A lo lejos se oían los gruñidos de las bestias endemoniadas escondidas en el bosque, esperando por comenzar nuevamente una masacre y saciarse de la sangre de los cristianos que aún quedaban con vida.

A cada lado se formaban tres grupos de soldados de cuatro filas cada uno. Los dos primeros grupos de enfrente eran los lanceros flanqueados por jinetes con espadas. Los dos grupos del medio eran los ballesteros y arqueros. En la parte posterior iban los de a caballo con espadas, mazos y hachas. En medio de cada grupo se ubicaban los oficiales y líderes de batallón. Y en medio de los seis grupos estaba Edmund, el único general al mando del ejército del Sacro Imperio Germánico.

Ya los hombres habían untado sus armas en agua bendita y aceite consagrado. Los carpinteros prepararon estacas con forma de cruz y otros crucifijos pequeños a modo de amuleto para librarlos del demonio. Lo demás, sólo la fe en Dios que llevaban muy adentro de sus temblorosos cuerpos. Esta sería su última batalla, perdiesen o ganasen, pero confiaban en que Dios libraría la batalla por ellos... si no, estarían perdidos a merced de las huestes del mal.

—Mis valientes hombres. Hoy no peleamos una batalla contra sangre ni carne. Hoy pelearemos con nuestras vidas en nombre de Dios contra las mismas legiones de Satanás. Allá en los bosques de nuestro Sacro Imperio se encuentran esperando los demonios de sangre maldita para robarnos lo que por derecho divino nos pertenece: nuestras almas. Pero este día daremos nuestras vidas si es necesario para evitar que estos vampyrs lleguen a nuestros hogares y ataquen a nuestros hijos y nuestras mujeres para saciar su maldita sed. Dios nos acompañará en este día. Tengo fe en que así será... ¡En nombre de Dios venceremos!— Edmund se dirigía a sus hombres y estos entusiasmados repetían "¡En nombre de Dios venceremos!"

Los cuernos sonaban en el campamento de los soldados cristianos anunciando que ya era hora de pelear. Los hombres marchaban al unísono y sus fuertes pisadas hacían un estruendo que hacía eco en el valle. A la distancia se oían las pisadas del enemigo, que salían de su escondite en la espesura del bosque.

Ya se veían las oscuras capas ondeantes de los vampyrs que se asomaban en la llanura. Eran criaturas tan perfectas, fuertes y hermosas que su sola presencia intimidaba. Sus profundos ojos negros brillaban en la lejanía y sus esculturales cuerpos avanzaban con temple y aplomo, marchando en perfecta sincronía y con cada paso que daban hacían temblar la tierra.

El enemigo ya se divisaba a menos de una legua de donde se apostaba  el ejército germano, pero estos seres se movían tan rápido que en un abrir y cerrar de ojos los tenías en frente si te descuidabas. No podían esperar que se acortase tan pronto esta distancia. Edmund levantaba su brazo derecho con el índice hacia arriba. La señal de que habían de prepararse para la orden de pelear.

En el flanco enemigo, los demonios emprendían la embestida. Corrían a velocidades sobre humanas hacia la formación del ejército del Sacro Imperio. Sus gruñidos bestiales se oían cada vez más cerca. En esos momentos Edmund dio la señal.

—¡Arqueros!—, gritaba el vocero.

Los lanceros y hombres de escudo se arrodillaban en el piso y unían sus escudos formando un fuerte unido frente al ejército. Algunos arqueros prendían sus flechas y apuntaban... Ya los vampyrs se encontraban muy cerca y frente a ellos sus comandantes, los legendarios Ardo y Pelagio que montaban sobre sus enormes caballos que galopaban a toda velocidad. Semejaban a los jinetes del Apocalipsis Bíblico.

—¡Preparen!... ¡Apunten!...—, los arcos y las flechas en perfecta sincronía apuntando hacia el cielo, midiendo la distancia—. ¡Disparen!— salía la primera ronda de flechas, unas encendidas, otras bañadas en los líquidos consagrados.

Los soldados aguardaban expectantes el resultado de este primer ataque. Las flechas caían a los pocos segundos... y al contacto de estas, caían unos pocos vampyrs... Los gritos de dolor, que eran chillidos infernales, se escuchaban del lado de los demonios. Pero al contrario de las veces anteriores, estos no se paraban... yacían inmóviles en el suelo.

—¡Funcionó! ¡Funcionó!— gritaba emocionado el general para luego ordenar el segundo ataque.

El vocero daba la orden nuevamente —¡Preparen! ¡Apunten ¡Disparen!... ¡Preparen! ¡Apunten! ¡Disparen! —, se repetía la orden una y otra vez y más flechas salían disparadas por los aires... y al caer, herían y derribaban decenas de vampyrs.

El enemigo ya estaba justo frente al ejército cristiano. Sólo unos pocos habían caído. El polvo que levantaban bajo sus pies estos seres al correr y el estruendo de sus pisadas hacía que el aspecto de estas criaturas endemoniadas fuera más aterrador de lo que ya era. Ya se encontraban muy cerca... y cada vez más cerca.

Ahora, Edmund daba la orden esperada. —¡Soldados! ¡A la carga!

Los soldados del Imperio respondieron prestos y salieron corriendo a enfrentar al enemigo en una batalla cuerpo a cuerpo dando gritos de guerra. En medio del campo, ambos ejércitos se fundían en una lucha sin tregua, hasta la muerte. Se oía entonces el blandir de la espada, los gritos de los heridos y los gruñidos del enemigo mientras la sangre se derramaba en el valle.

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