Capítulo IV: Carroñero
Hay un refrán que dice que si no puedes con el enemigo debes unirte a él, eso me dijo mi padre antes de abandonarme y dejarme a mi suerte, ahora estoy en una situación similar, con la diferencia de que yo no escogí unirme al enemigo, fui escogida por él. Aunque, sigo siendo una indefensa humana a la que acaban de otorgarle el poder para controlar al mal, soy como una oveja negra en un bosque plagado de lobos hambrientos, soy una reina a la que pueden darle jaque mate en cualquier momento.
Me vendieron, me abandonaron, me esclavizaron, me subastaron, me compraron... Fui cautiva de mi comprador y ahora resulta que me enamoré de él y me convertí en su esposa. Típico cliché para un drama de amor, debería de hacer una novela con la historia de mi vida, seguro tendría éxito entre los fanáticos de ese género, pero resulta que mi vida es diferente a esas historias donde todo es ficticio con sus toques de realidad, ya no recuerdo lo que es sonreír o estar feliz, lo que es llorar de alegría, lo que es reír carcajadas o, simplemente, sentirme bien, estar contenta. Ahora, solo debo resignarme.
Muchos vampiros se acercaron a mi señor y lo felicitaron por la "rara" ceremonia, diría yo, en la que me convertí en su esposa. A mí solo me miraban, disimulaban media sonrisa y se alejaban, otros ni siquiera se aproximaron a saludar.
«Definitivamente este será un gran día».
—Rumier, quiero presentarte a alguien —dijo mi señor y se acercó a mi oído izquierdo—. Te aconsejo que seas cuidadosa con lo que vayas a decir, ahora eres una reina, y debes comportarte como tal.
Se acercó a nosotros un ser vestido enteramente de negro, habían muchos como él en el salón, pero no todos poseían una máscara que impedía verle el rostro.
—Mi señor —flexionó su pierna izquierda, arrodillándose ante nosotros, y colocó su mano izquierda en el pecho—, mi reina.
—Rumier, él es Wan Xian, el General de la Primera División de Carroñeros, los mejores luchadores que tengo.
En ese preciso momento sentí que todo mi ser se congeló, el resto de las personas que estaban vestidas como ese general: tenían su rodilla derecha flexionada y apoyada en el suelo, con la mano derecha colocada a la altura del pecho, señalizando el corazón, todo lo contrario a la postura que había adoptado ese general.
El horror me invadió y me sentí asfixiada...
«Mi padre tiene el corazón del lado derecho, y no del izquierdo. ¿Será él mi...?».
—Mi señor —se levantó—, tiene usted una bella esposa.
«Cálmate Rumier, respira profundo y luego suelta el aire. Recuerda que un simple error puede costarte la vida».
—Muchas gracias por sus halagos —hice una mínima flexión de mis rodillas, sujetando los bordes del vestido—, me honra. Es un placer conocerlo, General Wan Xian.
Cuando mi padre me abandonó busqué información sobre los «Carroñeros», y escuché todo tipo de cosas, bien desagradables. Son seres duros de matar, su fuerza, destreza y resistencia son inigualables en el campo de batalla; su instinto por la supervivencia los hace los seres más despreciables del Bajo Mundo, pasan el tiempo acechando a los de carne fresca: humanos.
Los «Carroñeros» son como caníbales, son lo más bajo de lo bajo en la Ciudad Maldita. Muchos humanos, venderían a sus madres a los palacios de geishas del gobernante de la ciudad, por la posibilidad de convertirse uno más de esos seres.
«Bueno, al parecer no solo son capaces de vender a sus madres, sino también a sus hijas».
—El honor es todo mío mi reina —flexionó ligeramente su cuerpo hacia delante, colocando nuevamente su mano izquierda a la altura del pecho, en forma de puño—, prometo servirle, aunque eso me cueste la vida.
Se me erizó la piel; pero correspondí a su reverencia con otra, sin decir palabra alguna.
—Mi señor, pido permiso para retirarme.
—Puedes retirarte Wan Xian. Y tráeme buenas noticias acerca de la misión que te encomendé.
—Así será señor. Con permiso —se giró, el resto que lo acompañaba y que aún seguían arrodillados en el suelo, se levantaron, esperaron a que él pasara y luego, le siguieron como perros a su dueño.
—Rumier...
—Señor —expresé apresurada, pues estaba perdida observando a ese grupo de... «Carroñeros»—. Discúlpeme —bajé la cabeza, temiendo una reprimenda de su parte.
—Lonna te llevará a tu nueva habitación para que te cambies de ropa —quedé impresionada, creí que me regañaría—. Luego te conducirá hasta el salón de fiestas, habrá una cena en honor a nuestro matrimonio y a tu coronación.
—Como usted diga mi señor.
—Mi reina —apareció Lonna de la nada y me hizo una pequeña reverencia—, acompáñeme por favor.
Asentí y le seguí...
Caminábamos ahora por otro pasillo, uno desconocido para mí: obscuro, siniestro; pero, indescriptiblemente, con un aroma a rosas que sentía impregnado hasta en las paredes, además de un sutil: olor sanguinolento.
Me entretuve observándolo todo, cada detalle, adaptando mis ojos al lugar, hasta que choqué con algo. Lonna, que caminaba delante de mí estaba estática.
—¿Lonna, sucede algo? —caminé hasta posicionarme delante de ella, tenía el ceño fruncido en señal de temor. Me miró, y ahí comprendí que su miedo: era por mi causa—. Lon... —ni siquiera terminé de pronunciar su nombre.
Un viento me azotó y un segundo después, alguien, o algo: sostenía a Lonna por el cuello y luego, ante mis ojos, se lo torció.
En una situación como esta, cualquiera pegaría un grito; no obstante a mí, se me fue la voz, por más que quise gritar, correr, no pude. Sus ojos rojos: estaban clavados en mí.
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