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Capítulo III: Emperatriz

—¿Lonna, no puedo negarme verdad? ¿No puedo huir y refugiarme dónde nunca podré ser encontrada? ¿No puedo clavarle una estaca, incendiar su cuerpo y luego escapar? ¿No puedo tan solo dejar de existir? —pregunté casi atropellando las palabras.

Por un momento me sentí desesperada y aunque en dos años tuve oportunidades para negarme, escapar y matarlo a él, no aproveché ninguna. No sabía por qué no lo hice en esos momentos; pero hoy, he descubierto la razón.

—¿Y eso es lo que quieres? —preguntó él, acercándose con un traje rojo oscuro—. Contéstame —se detuvo frente a mí—, ¿eso es lo que quieres?, porque todos los muebles de ese cuarto están construidos con la madera que puede matarme y lo sabes, así mismo nunca hiciste nada para herirme o para escapar o simplemente para quitarte la vida.

»Cientas de veces Lonna dejó la puerta abierta y cada vez que yo entraba a tu habitación en las noches, dejaba bajo tu almohada la llave del candado de tus cadenas. ¿Por qué no hiciste nada?

—Porque no quería hacerlo, porque... me salvaste de que otro vampiro inmundo me comprase y se aprovechara de mí, porque sé que no eres malo...

—Ni siquiera sabes mi nombre —interrumpió.

—... porque me enamoré de ti.

Un silencio se hizo presente y Lonna se alejó, hasta dejarnos solos. Él terminó de acortar el espacio que quedaba entre nosotros, tomó mi mentón con su mano derecha y sus labios estuvieron a punto de rozar los míos, pero se apartó.

—Vamos, hoy es el día de tu ceremonia como emperatriz. Tus súbditos te esperan.

Flexionó su brazo izquierdo y yo, totalmente seria, coloqué mi mano derecha en la parte interna de su codo y luego emprendimos la marcha.

Caminamos por el extenso pasillo, pintado a tono con el color de su traje, las inmensas persianas eran de un cristal que impedía la entrada de la luz del sol y estaban cubiertas por unas cortinas gordas y de color marrón.

El piso estaba tapizado en el centro y en toda su longitud, en algunos espacios entre las persianas habían cuadros de paisajes muy hermosos, con días soleados, playas, flores campestres, niños volando papalotes y mariposas coloridas; era como ver el mundo exterior desde adentro o, lo que una vez fue el mundo, antes de la «Invasión».

—¿Te gusta? Redecoré esta mansión especialmente para ti.

—Y luego me dices que no eres malo.

Inmediatamente me cubrí la boca, dije eso sin pensar, estaba tan ensimismada en los atavios de este lugar que no medí mis palabras, pero me sorprendí cuando lo escuché reírse.

—Rumier, debes aprender a medir tus palabras, los vampiros más viejos de este mundo más todas esas personas de las que Lonna te habló pueden saber quién eres en realidad, son muy modestos, pero sobre todo metódicos. Analizan cada palabra, gesto y pensamiento que tengas, aunque esto último tal vez no lo logren.

—¿Por qué mi señor? —pregunté curiosa, pero siendo cortés.

—Porque yo no puedo hacerlo. Yo... no puedo leer tu mente, no puedo controlarla, no tengo poder sobre tu alma pero, lo tendré sobre tu cuerpo y por lo que veo, también de tu corazón.

—Poder sobre mi corazón —susurré—, tiene usted la razón, no puedo negarle nada, me veo obligada a cumplir con todas sus órdenes, me pregunto si eso cambiará cuando sea emperatriz.

—Eso dependerá únicamente de ti, recuerda que eres humana y que estás en un mundo poblado de monstruos, sé cuidadosa, una falla podría costarte la vida —especuló sin vacilaciones y me pareció más una verdad que una teoría—. Ya llegamos.

Nos detuvimos ante una gran puerta, la que seguidamente se abrió de par en par y ante mis ojos, se hizo visible un inmenso salón abarrotado de gente, o más bien de vampiros, que nos abrían un camino entre ellos hasta llegar al pie de unos escalones, donde, al final, se vislumbraba una rústica silla.

Caminamos entre la multitud e hice mi mayor esfuerzo por mantener la mirada firme y que las piernas no me flaquearan, sentía cientos de ojos clavándose en mí, algunos murmullos y hasta resoplidos; empecé a creer que mi presencia no era grata o que les molestaba la idea de que una humana fuera su gobernante.

Llegamos al pie de los escalones y nos giramos hacia la muchedumbre, tragué saliva y esperé a que mi señor dijese algo.

—Me alegra saber que todos están reunidos cómo les pedí —le habló a la multitud—, eso es muestra de su lealtad hacia mí como su emperador y, por tanto, que mi decisión el día de hoy será acatada sin ningún tipo de inconveniente. Sé muy bien que no es grato que una humana los gobierne, sin embargo, esta humana —me miró—: será mi esposa a partir de hoy y más allá de nuestra muerte.

Lonna salió de entre el gentío con un pequeño cofre, se arrodilló ante nosotros y lo abrió, vi dos anillos dorados, uno de ellos tenía escrito «MY QUEEN» y el otro «MY KING», él tomó el primero y yo el segundo, luego nos lo colocamos en los dedos anulares de nuestra mano izquierda sin más preámbulo. Lonna me sonrió y volvió a su sitio.

—Yo: Kim Tae Hyung, usu¹ de la Ciudad Maldita, tomo como esposa a Rumier, quien a partir de este momento: será vuestra emperatriz.   

Glosario de términos:

1– usu: Excelencia. Título de respeto de un mandarín o ancestro coreano.

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