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Capítulo II: Rumier

Bajó los tirantes de la roja bata de dormir que vestía y mi cuerpo quedó desnudo, de espaldas a él, siempre dormía sin ropa interior. Mi corazón comenzó a bombear inquieto y mi pecho subía y bajaba como si corriera una maratón; el pánico comenzó a apoderarse de todo mi ser.

—Ya no volverás a esta habitación, a menos que hagas algo que me enfade. Soy el señor de este lugar, el rey y a partir de hoy tú: serás mi reina. 

Sus palabras, más sus acciones, terminaron de convertirme en piedra; «¿su reina?».

—Te compré por un motivo y en efecto, demostraste ser digna de convertirte en mi emperatriz.

Fui incapaz de musitar aunque sea una sílaba, mi boca se abrió automáticamente pero no pude decir nada, sus manos me tomaron por los hombros y me giraron para quedar frente él, me miró con esos ojos perlados que tiene, penetrándome con la mirada, haciendo un cataclismo por todo mi cuerpo, mi alma y mi humilde corazón.

—A partir de hoy serás la emperatriz Rumier... mi Rumier.

Rumier: es como me nombró cuando me entregaron a él en aquella subasta. Mi padre nunca me puso un nombre y en el palacio de geishas donde me dejó tampoco me dieron uno. Solo él, mi amo y señor, me dio un nombre.

Si algún día le contara esto a alguien, me tildará de fantasiosa, dirá que imagino muchas cosas imposibles que nunca sucederán en la vida real, pero... esto es la vida real, o al menos la mía. Es gracioso, pensar que mi padre me vendió para convertirse en «Carroñero» y que un rey me compró para hacerme «su Emperatriz», el destino es un jugador y un comediante nato.

—Siéntate en la cama y de ahí no te muevas hasta que regrese.

Sentenció y ejecuté su orden, me senté en el borde la cama tranquilamente, mientras él entraba al baño que existe dentro de estas cuatro paredes. Escuché el agua caer y volvió a mí la idea de él bañándome, apreté los labios y balanceé mis pies.

«Estoy nerviosa».

Después de unos breves segundos regresó y sin decir nada, me cargó en sus brazos, me llevó hasta el baño y me colocó dentro de la bañera perfumada con pétalos de rosas rojas y blancas. El alma se me escapó del cuerpo y aunque quería decir y hacer muchas cosas no pude, no quería enfadarlo porque sí, soy consciente de que me arrepentiría.

Se quitó la chaqueta, dejando al descubierto su abdomen, su pecho, su bien definido y lívido cuerpo, no pude apartar la vista de él y me sentí atontada, lo increíble fue que me atrapó mirándolo y su gesto serio no cambió, tomó una esponja redonda en los colores que ya estoy harta de mencionar, la que se encontraba sobre la repisa del lavado y luego le untó un líquido amarillento y muy espeso de uno de los frascos que se encontraba también en ese sitio.

—Levántate —demandó y obedecí—, abre los brazos y las piernas. Si crees que vas a caerte, puedes sujetarte de mí.

Apretó la esponja que sostenía en su mano derecha y comenzó a pasearla por mis hombros, mi cuello, luego siguió a mis brazos y se detuvo en mis clavículas; sus movimientos eran suaves y me producían cosquillas, pero no me moví.

—Puedes bajar los brazos, voltéate.

Al girarme recorrió toda mi espalda con la esponja y mientras lo hacía, con su otra mano, me sujetaba por las caderas, mi corazón latía alocado y temí porque en algún momento se me saliera del pecho.

—No temas Rumier, no te haré daño.

Me giró para quedar frente a él, volvió a esparcir sobre la esponja el líquido amarillento y esta vez, para provocar que me diera un infarto, lavó mis senos, mi abdomen y luego, cuando ya creía que mi tormento estaba por terminar, vino la peor parte.

Pasó la esponja por mi pelvis y mi monte de venus, ahora desierto porque su sirvienta estaba obligada a depilarlo, luego por mis glúteos, acto seguido dejó la esponja en el sitio donde la había cogido y me indició que me agachara...

No sé cuántas veces tragué saliva cuando él, con sus manos, lavó mis partes más íntimas; las acarició, tocó y limpió sin pudor. Me sentí una niña pequeña.

Enjuagó posteriormente mi cuerpo con el agua de rosas, me sacó de la bañera como mismo me colocó en ella, me llevó devuelta hasta la cama, me dejó de pie sobre una de las colchas en el piso y con una gran toalla que tomó del closet de la habitación, me secó.

—Lonna, ya puedes pasar —dijo y sentí el ruido que hacen las llaves al entrar en la cerradura de la puerta y abrirla, la chica entró y al ver mi estado se ruborizó, «¿estuvo todo el tiempo ahí fuera?».

Mi señor entró al baño nuevamente y cuando salió ya tenía su chaqueta puesta, le entregó a Lonna un pequeño frasco que parecía de perfume y se marchó. La chica rápidamente cerró la puerta y se acercó a mí.

—Quisiera preguntarte cómo se siente ser bañada por el señor pero no es momento para eso. Debo terminar de prepararte.

Me mantuve callada todo el tiempo, Lonna me vistió, me perfumó, me maquilló muy sencilla, me peinó y luego roció en mi cabello el líquido que contenía el frasco que instantes antes le entregaron.

—Ya estás lista.

—¿Lonna qué es ese líquido? No siento que huela a nada —finalmente dije algo y la chica sonrió.

—Pues yo si lo huelo, su aroma es el de la inmortalidad, Rumier. Eres una humana y este mundo, más la ciudad que gobierna mi amo, está llena de monstruos. De hecho, te diré lo que significa "Upir' Likhyi".

—¿Y qué significa? —pregunté en un hilo de voz, mientras miraba mi reflejo en el espejo que descansaba sobre la cómoda de la habitación que el día de hoy dejaré atrás.

—"Vampiro perverso". Rumier, sé que no estás ajena a lo que acabo de decir, sé que sabes por qué tu padre quiso ser «Carroñero» y por qué el señor te compró. Tu vida va cambiar drásticamente, aunque creo que estás acostumbrada a esos cambios, también considero que eres digna de ser mi reina, aunque seas humana.

»Ese pequeño frasco de perfume fue creado por el señor para que los vampiros de clase baja no puedan reconocerte como lo que eres en realidad. Eso sí, no podrás engañar a los ancianos que gobiernan nuestro mundo, no podrás engañar a otros reyes como nuestro señor ni tampoco a los vampiros de alto rango, poder y posición.

—¿Y si me corto un dedo?

—Pues serás expuesta ante cualquier criatura, la sangre en este mundo es poder y la tuya, créeme: vale una eternidad. El aroma de tu sangre es como feromonas que invitan a devorarte y de todas las maneras posibles, no sabes como todos en este reino tendremos que resistirnos para no hacerte daño, has sido una tortura para mí estos últimos años y me imagino que para nuestro señor ha sido peor el tener que controlar sus instintos. Creo que al haberte bañado, se probó a sí mismo, se está autocontrolando, ya que a partir de hoy, estarás siempre a su lado.

Lonna me abrió la puerta y me indicó que saliera con una reverencia, al hacerlo, vislumbré un hermoso pasillo, cuando llegué a este lugar por primera vez lo hice con los ojos vendados, ahora ya podía disfrutar del paisaje.

—¿Lonna, seré convertida?

—No.

«¿No?».

—Rumier, el señor... él... —se quedó de repente en silencio, como analizando si me contaba o no—, en su momento lo sabrás. Solo te puedo decir que no temas, el amo y todos los de este reino te van a proteger.

—¿Lonna, no puedo negarme verdad? ¿No puedo huir y refugiarme dónde nunca podré ser encontrada? ¿No puedo clavarle una estaca, incendiar su cuerpo y luego escapar? ¿No puedo tan solo dejar de existir?

—¿Y eso es lo que quieres? —preguntó él, acercándose con un traje rojo oscuro—. Contéstame —se detuvo frente a mí—, ¿eso es lo que quieres?

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