Capítulo I: Upir' Likhyi
Todo comenzó cuando fui vendida; tan solo con cuatro años mi padre me amarró con cadenas y me entregó como moneda de cambio, quería demostrar que podía convertirse en «Carroñero», un ser despreciable con la sola mención de la palabra y luego, quería seguir ascendiendo a algo más importante. Bueno, lo demostró.
Me vendió a un palacio de geishas y cuando cumplí los 17, me subastaron desnuda frente a cientos de hombres, hombres tan podridos como mi padre. La puja por obtenerme se disparó en millones: era joven, pura, de piel trigueña, cabellos castaños hasta las caderas, ojos color café y los hombres... bueno: sedientos por la carne fresca.
Me compró un joven muchacho, de cabellos largos y risos, piel pálida y sonrisa geométrica, dedos finos y con uñas largas, labios sonrosados y una mirada gélida, sus ojos perlados eran indescriptibles y aunque me emocionó de alguna manera tan extraña que me comprara alguien decente, mi vida, a partir de ese momento, se volvió un infierno peor de lo que ya lo era.
Las cadenas nunca dejaron de aprisionarme, cautiva de ellas y del ser que me compró he sido hasta el día de hoy, que cumplo los 20 años. No sé qué pasará conmigo, porque ya ni siquiera sé cómo es el sol, qué tanto calienta, si el pasto sigue siendo verde o si cuando llueve sale un hermoso arcoíris detrás de las montañas.
Lo único que sé es que hoy es un día importante, me lo dijo él hace siete días, hoy descubriré por qué me compró, pues no voy a negar que por mi mente pasó la terrible idea de que abusaría de mi cuerpo una vez que fuera de su propiedad, de que me maltrataría o haría conmigo lo que le diera la gana, pero no, al contrario de todo lo que pensé me hospedó en un cuarto y una de sus sirvientas es la encargada de bañarme y alimentarme.
Me dejó en un cuarto sin ventanas, de paredes y cortinas en colores rojo y blanco; la cama, la mesa y la silla dentro de la habitación son de roble, las sábanas doradas, las almohadas de plumas y todos los días mi dueño deja sobre el diván color vino de la alcoba: una rosa blanca ensangrentada.
Si me preguntaran qué es lo que pienso de ese hombre no sabría qué responder, sus acciones me desconciertan, su manera de tratarme es inquietante. Esa rosa debe significar algo, «¿un mensaje?», pero no sé qué quiere decirme con eso. No entiendo su actitud y aunque solamente podría dilucidar que es un hombre ambivalente, frío y caluroso a la vez, desconozco lo que piensa y los motivos por los cuales se comporta así conmigo.
«Me asusta».
Las llaves siendo introducidas en la cerradura de la puerta hicieron eco en la habitación, era señal de que ya el sol había salido y que me traían el desayuno.
—Buenos días Rumier —dijo la sirvienta que me atiende al entrar.
—Buenos días Lonna, solo por ti sé cuándo amanece y cuándo anochece.
—Alégrese, hoy es un día especial —dijo abriendo el armario y sacando un vestido de seda de colores blanco y rojo.
Sí, es imposible no darse cuenta de que mi señor tiene una fascinación por esos colores impresionante.
—¿Un día especial por qué, si puedo saber?
—No le puedo decir o el señor "Upir' Likhyi" me mata —me dijo en evidente susurro y mirando hacia todos los lados como si temiera ser escuchada, pero yo me quedé en total confusión.
—¿U... U... qué?
—"Upir' Likhyi" —farfulló—, es un mote en ruso que le puse a nuestro señor, él no lo sabe así que no le digas. Así se hacía llamar un antiguo sacerdote ruso que transcribió el "Libro de los Salmos", luego te digo lo que significa.
—Vale. ¿Y por qué sacas ese vestido?
—Porque yo lo elegí y quiero que lo uses —dijo el mancebo que me compró con voz prepotente y firme, entrando en la habitación.
Lonna abrió los ojos horrorizada y las manos comenzaron a temblarle, o mejor dicho, todo el cuerpo.
—Lonna hace años que sé que me pusiste ese apodo y si no te he matado es porque eres mi mejor sirvienta. Ahora sal de la habitación y déjanos solos.
—Le pido disculpas mi señor —se arrodilló a sus pies—, no volveré a llamarle de esa manera y sabe que nunca fue mi intención ofenderle.
—Te di una orden Lonna.
La chica se removió en el suelo, intranquila.
—Ya lo sé mi señor pero, aún no he bañado a Rumier.
—Ya lo sé, así que sal de una buena vez, a Rumier la bañaré yo.
Lonna alzó la cabeza y se quedó estática mirándolo, aunque no fue la única, porque de igual manera me quedé estupefacta tras sus tajantes palabras. La chica no dijo más nada y salió de la habitación, no sin antes cerrar la puerta. Tragué en seco.
—¿Dormiste bien? —preguntó, más no respondí, seguía atónita—. Me imagino que mi sirvienta te recordó que hoy es un día importante, así que sugiero que te comportes pues, hoy saldrás de esta habitación.
—¿Saldré?
Lo que dijo me hizo olvidar mi pánico al pensar que me bañaría, el solo hecho de saber que finalmente vería el mundo de ahí fuera nuevamente me llenó de regocijo.
—No te muevas, te quitaré las cadenas —dijo sin contestar mi pregunta—. Y no intentes hacer algo de lo que te puedas arrepentir. ¿Fui claro?
—Sí señor.
Se acercó a mí, que me encontraba parada al pie de la inmensa cama donde he dormido muchas noches, sacó de la chaqueta del fino traje negro que vestía una llave pequeña, con ella abrió el candado que cerraba las cadenas que sujetaban mis manos y que se extendían hasta mis pies. Luego con mucho cuidado me quitó la serie de eslabones de hierro enlazados entre sí que se ceñían a mis extremidades. Las marcas eran visibles, las huellas sobre mi piel resaltaban vilmente.
Acarició con sus pulgares mis muñecas y ese gesto me tomó por sorpresa, de hecho, este hombre hace cosas que me dejan en una encrucijada. No lo entiendo. No sé qué es lo que busca, ni siquiera le conozco, no sé su nombre y qué quiere de mí. Estoy obligada desde que me compró a llamarlo «mi señor» y a pensar en él como tal, tengo miles de preguntas que rondan mi cabeza, miedo cuando él está cerca pero, extrañamente, me siento protegida a su lado.
No sé lo que me pasa, o será que esto que siento son los primeros síntomas del "Síndrome de Estocolmo", o tal vez me esté volviendo loca por estar tanto tiempo encerrada sin ver la luz del sol o, en el peor de los casos: me habré enamorado del lado tierno de mi amo y señor, lo que no debería de haber pasado.
—Estas marcas no desaparecerán, se quedarán como tatuajes en tu suave piel, ya aprenderás a convivir con ellas como mismo hiciste con las cadenas. Date la vuelta —demandó y obedecí, sin dejar de prestarle atención a lo que me decía—. Ya no volverás a esta habitación, a menos que hagas algo que me enfade. Soy el señor de este lugar, el rey y a partir de hoy tú: serás mi reina.
N/A
Espero te haya gustado este comienzo, házmelo saber en comentarios y cuéntame como te fue en la lectura.
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