Estando distraído en la clase, comenzó a garabatear en su libreta. Los garabatos se convertían en flores, sacando así cada una de sus plumas de colores. Sin darse cuenta termino mezclando la tinta roja con el corrector blanco mármol.

Su garabato hizo que sintiera un cosquilleo en su estomago al igual que palpitaciones en el pecho. Una euforia se presento en él mostrando un brillo en sus ojos, alegremente saco una bolsita de mentas. Cerrando su mochila deposito unas en su boca.

El rubor en sus mejillas era notorio en su rostro. Sus orbes se dilataban, por las lagrimas estancadas - no eran lagrimas de tristeza-, el picor en su lengua pero dulce sabor lo estaban distrayendo mucho más sumergiéndolo en recuerdos.

En su boca la saliva abundaba, su lengua jugaba con los caramelos que estaban dentro. Aun que en verdad picaban le gustaba sentir la sensación de aquellos caramelos. Su bolsa llena de mentas era un regalo de San Valentín; por parte de un chico pelirrojo que lo había hipnotizado con sus palabras, ademanes, sonrisas, era una persona tan linda.

Ahora en verdad no sabia que ocurría con el.

Aun recordaba como accidentalmente le escupió una menta, y eso que el muchacho de cabello rojizo le había dado la menta en su boca como si fuera un bebé. Al no resistir el picor de ese caramelo termino escupiéndolo casi llorando.

Le avergonzó (era algo bastante claro), su cara se tornaba roja, roja como un tomate, aumentando su temperatura al punto de llegar sangrar por la nariz. Era bastante penoso, tanto que se disculpo tropezando dándose un cabezazo.

Finalmente huyo de ahí, cubriendo su cara. El era menor de edad y aun lo sigue siendo. En ese entonces iba a cumplir catorce; teniendo quince actualmente.

En ese tiempo transcurrido seguía comportándose como un niño pequeño, siendo así la mitad opuesta de su hermano gemelo.

Tan diferentes y casi iguales.

Eran una complementación, tal vez... como una menta, rojo y blanco, dulce y picante, suave y duro. Aun que haya dificultades ellos siempre iban estar juntos sin importar que. Apoyándose mutuamente asta la muerte.

Su amor por uno era grande. En verdad eran como una menta.

Sin saber que aquel chico de cabello rojizo los separaría un poco, causando pequeños conflictos grabes en ellos. Pero nada que temer, no era como si llegara un punto recurrente a la muerte.