Las voces en la gran ciudad
HABEMUS ACTUALIZACIÓN DE ROYAAAAAAAAAAL.
VAMOS PA LA PLAYA, PA CURARTE EL ALMA.
Royal no estaba muerto, andaba cagandole las vacaciones al detective, jajaja Meme que se hizo de la ocasión, porque Royal lo vale.
Mucho sin actualizar de mi bebé preferido, esperemos que este nuevo capitulo les guste.
Una especial dedicación a Tatsu Zam que nos beteó y nos ayudó a acomodar el capitulo para que se viera mejor. Muchas gracias ;W;
¡Disfruta de la lectura!
Voces en la gran ciudad
Una alerta se encendió por todos los rincones de su cuerpo, sus instintos maniobrando como campanas en sus oídos y su mente gritando sin descanso dentro de ella, todo en rápidas conclusiones que no le dejaban la consciencia tranquila. Mal, susurró así misma, algo estaba mal. Con el fresco aire del recinto y la colonia cara llegando hasta su rincón, Buscó el origen, encontrándose en su insaciable búsqueda al chico y aquella sonrisa felina que emergió tan sólo la vio entrar por la puerta. Karmi se quedó quieta en su lugar, la suela de sus tacones golpeando el piso, viendo como Royal dejaba el saco negro en el elegante mueble de color caoba, y ahora se volteaba hacia ella, extendiendo los brazos y permitiéndole la entrada con una muy absurda bienvenida.
En cuánto se accedió a entrar a la habitación, y Royal se acercó con la premisa en sus ojos de querer cargarla y girar con ella, algo en Karmi lo encontró desagradable, desagradable y sin sentido.
Mal, volvió a gritar dentro de ella misma.
Royal estaba mal.
Cautelosa, aceptó esquivar el abrazo inoportuno que Hiro quería obsequiarle, por su inoportuna llegada. Hiro berrincheo, los labios torciéndose y un calificativo de amargo que se veían reflejado en sus ojos. La morena no confiaba de buenas a primeras en su jefe, pensar en Hiro, era como entrar en un huracán sin protección, descuidado, crapuloso y tan tormentoso que tenía la capacidad de matarte.
Karmi, recorrió con la mirada la habitación dónde se resguardaban, aburrida, prosiguió, y recargó una de sus manos en la camisa blanca y planchada de su jefe, éste, quién pudo ver sus intenciones, bajo con cuidado sus manos delineando las puntas de su vestido.
—Bienvenida—deletreó el Hamada, mientras la morena no detenía las inquietas manos sobre su pecho, hallándose en los hombros y descansando al fin en las orillas éstos —, ¿qué clase de bienvenida es ésta, Señora Hamada? —susurró él, aproximándose a ese bonito rostro maquillado.
Ella, despacio, movió delicadamente la mano hacia el otro extremo del cuello, la parte trasera de su cabeza fue invadida sin su consentimiento, y la punta de sus mechones malbaratados haciéndole cosquillas en los dedos. Sutiles caricias que Hiro sabia de su doble intención, pensó en lo rápido que Karmi estaba creciendo.
—Oh Karmi, realmente me encantaría, pero sabes que soy gay ...—guiñó el ojo, ella solo hizo una mueca de desagrado —No me van las chicas desde ese pequeño asunto con la mafia italiana ...
—Silencio —declaró, los dedos ascendiendo y descendiendo por la longitud de la piel, la sonrisa de Royal iba creciendo, sintiéndose descubierto, expuesto ante ella, pero disfrazando la incomodidad a través de sus comentarios y sus pensamientos.
—¿Ahora nos vamos a poner dominantes? Digo, porqué sabes que me encantan que me sometan —inició de nuevo, y él, tampoco detuvo sus propias manos que buscaron distraerle, llevando hasta la punta del vestido rojo que estiró sutilmente —Me gusta este vestido, ¿dónde lo compraste?
—Fue un regalo de tu parte.
—No recuerdo haberte dado algo así.
—Digamos que fue un regalo que yo misma tome de tu tarjeta —Royal bufó, pensando en luego checaría cuentos ceros había disminuido su cuenta.
—Tus manos son muy inquietas, ¿siempre eres así de imbécil?
—Un pequeño habito que el imbécil de Obake me dejó —Royal se inclinó, una intención escondida que la morena pudo apreciar, y ella no iba a caer tan fácil.
Kami ignoró el aliento a vodka y fresa que exhalaba de sus labios, y, que tan cerca, podía empezar a saborear a milímetros de los suyos, Royal se estaba acercando, la estaba acechando.
—Sabes, si se trata de ti, no me importaría romper las reglas, Karmi — Sin elocuencia, sus manos se posaron en la delineada cadera de la chica, más, la chica, acostumbrada a estos actos, ella simplemente continuó con lo suyo, examinando, indagando a través de los dedos en la ropa cara de su jefe.
Royal se inclinó, su nariz fría y el olor a alcohol estaban mareándola, pero ésta, con el tacón, decidió pisarlo para detenerlo justo antes de que pensara en culminar con ese burdo jugueteo. Royal se retiró, las manos soltándola y un claro bufido caliente que expulso de la nariz.
—Ninguna mujer me ha rechazado tanto como tú.
—Me alegra que así sea.
—Creí que había entendido tus señales —berrincheó el Hamada, soltando cualquier indicio de seducción, y observándola intrigado.
Karmi, de las pocas que todavía se resistía, igual no es como si le importara, se dijo a si mismo, tratando de ignorar la punzante ofensa de sus pensamientos.
—¿No me debes un poco de respeto? —inicio, en silencio la chica lo observó —aunque sea fingido, deberías decir que te atraigo, que te vuelvo loco, que me deseas, para yo luego poder rechazarte por mi muy clara orientación sexual.
—No me interesas de esa forma.
—A mí tampoco me interesas de esa forma, ya sabes qué tipo de interés prefiero.
Le calaba en el orgullo, era Karmi, diablos, cuándo él la conoció no era una chica más allá encerrada en libros, y vestidos horrendos. Estafándolo por unos cuantos billetes en una esquina, de no ser por él, la chica seguiría encerrada en esa pocilga mal oliente.
Prácticamente él era su mesías prometido, quien le traería la salvación a cambio de sus servicios. Karmi debia arrodillarse ante él, lanzarle flores y besar el piso donde el pasaba.
Pero no, aun así, se atrevía a rechazarlo y decirle que no se sentía atraída por él.
¡Él era su salvador!
—¿Eres fiel a tu esposo a pesar de que no lo amas? —dijo, tratando de rescatarse y reponerse del reciente rechazo.
—Eres mi jefe, me preocupo por ti. —fue su respuesta, Hiro negó sutilmente. Sigue tan amable como aquella niña en el callejón —Soy incapaz de verte de otra forma que no sea el niño berrinchudo y malcriado que eres —dijo al final, y la humedad que sintió a través de los dedos le advirtieron que hallaba lo que estaba buscando en el inicio —Deberías preocuparte más por ti mismo. —le regañó, distanciando sus dedos y examinando la sangre que brotaba de aquella herida de su piel y manchaba la suya.
—¿Cómo lo supiste?
Karmi en respuesta apretó la otra mano en enojo.
—Nunca te portas tan cariñoso conmigo —Karmi separó los dedos, y el hilo de sangre extendiéndose con ellos, Hiro no pudo evitar sentir asco ante eso —, ¿un abrazo? Por favor, Royal, sé más original —masculló ella, deteniendo el enojo a través de sutil indiferencia en la mirada — ¿quién fue? —demandó con sus ojos fijos en el cuello.
—Sólo unos chicos que pensaron que sería divertido asaltar a Koemi.
—¿Y por qué no te defendiste?
—Koemi no es un experto en el combate cuerpo a cuerpo, yo si —dijo con obviedad y la morena se vio en la necesidad de morderse la mejilla, las mueles le dolían de tanto apretar sus dientes. —Además, ya tengo un pretexto para seguir usando las vendas.
—¿Te lastimaron?
—Nada importante, Koemi es el perdedor que no tiene dinero, yo si —y la castaña exhaló aliviada, Royal ladeo la cabeza con curiosidad —¿Te preocupas por mi? —inquirió, escondiendo en los ojos el dolor que le había causado que Karmi estuviera jugando al inspector con su cuerpo y estar apretando zonas adoloridas.
—No eres mi enemigo.
—Pero lo seré —aseguró, Karmi apretó los dientes entendiendo a que se refería— y tú no lo puedes evitar.
—Pero no será hoy.
Hiro consiguió sonreír, haciendo avivar en la morena aquel enojo por la despreocupación de su jefe, le asustaba el poco interés que tenía Royal consigo mismo y a la vez le estresaba. El chico podía resistir balas y rupturas de huesos con expresión inmune al grado de no dejarse tocar por nadie que no sea el bombón gigante, pero, no podía salir si una de sus camisas estaba arrugada o su perfume favorito se hubiese acabado. Era como lidiar como un niño, un niño malcriado, con poder y millones en una cuenta.
—No es como si importará —él respondió a la defensiva. Llevo a la mano a su cuello, la humedad presentándose, haciéndole enojar, pensó que hoy no fue el día perfecto para usar una de sus camisas favoritas.
—A mi si me importa.
—Tan buena, aún eres demasiada buena —le respondió, Karmi le lanzó un gruñido con enojo. —Yo era como tú, ¿lo sabes? Antes de que me pasará toda esa mierda que cambio de mi vida, ya sabes, alguien asesinó a mis padres y yo juré venganza.
Ella rodó los ojos, sabiendo a que venía. Hiro volvería a hablar de él, su pasado, sus motivos y la razones de estar aquí.
—Luego vino Obake, y me dijo que si iba a su lado sabría quién fue el verdadero asesino de mis padres, y así fue como me uní a la mafia, su mafia me torturó, maté a mi mejor amigo, y terminé con ustedes, un solitario lobo que sólo busca venganza por la muerte de sus ...
—Eso es mentira, Royal —terminó ella, Royal carcajeó con lentitud. —No sigas mintiendo.
—Una parte lo es. —aseguró él, saboreando la desesperación de la chica que se reflejaba en sus ojos— Lo otro, no lo sabes, Karmi.
—¿Por qué mentir?
—Una persona siempre puede tener muchos pasados, Karmi —soltó él —siempre para intentar cambiar lo que pasó en realidad.
Ella se silenció, Royal continuó, agachándose para recoger el relegado saco que en medio de la conversación había sido olvidado. No obstante, el sepulcral silencio fue domeñado por el sonido de un celular, Hiro, sabiendo de quién provenía la llamaba les dio un poco de privacidad al alejarse y continuar con su vestimenta. Escuchó vagamente las contestaciones de Karmi, los sonidos guturales de frustración y al final, el alivio de un suspiró que le dejó complacido, luchando para arreglarse esa corbata, intentó no mostrarse sorprendido cuándo la chica lo llamó.
—Royal —éste volteó, aun cubriendo los hombros bajo el yugo del saco negro. La corbata todavía no estaba lista en su cuello.
Royal arqueó una ceja, esperando que Karmi hablase en lo que él terminaba de arreglarse, la morena dio pasos hacia él, siendo ahora ella quien le acomodaba la corbata sin interés.
—Es Kyle.
—¿Y qué me tiene que decir tu esposo? —pregunto éste, sonriendo cuándo la palabra esposo sacaba otro gruñido involuntario en ella y sintió como el nudo de la corbata se elevaba hasta apretarle el cuello, parece que toco una fibra sensible —, ¿algo que pueda interesarme?
—Kyle tiene a Isaac —finalizó, tensándose en espera de nuevas órdenes que pudiese darle, alejándose de nuevo de este —¿qué hacemos con él?
—Simple. —se miró de reojo al espejo, guiñándose el ojo cuando su reflejo emergió con gacela, imitando el mismo movimiento que él —Deshazte de él. —completó, ajustándose por fin la corbata, dándole una mirada de soslayo a su más leal compañera —Avísame cualquier cambio en mi plan.
—¿Y tú que harás?
—Iré a mirar de cerca.
Ella asintió, y se relamió los labios, insegura, buscando las palabras exactas aún con el tarareo de Royal a la distancia. Karmi carraspeó, llamando la atención del jefe quién volteó, sus ojos casi rojos delineándole en silencio, exigiendo que hablará de una vez y no le hiciera perder el tiempo.
—Habla rápido, Karmi.
—¿Estás seguro de esto? —inquirió Karmi, al otro lado, alejándose de él para poder continuar, ella se arrostro de valentía innecesaria. Recordando a sí misma la imagen de Royal cuando la auxilio a escapar de ese lugar y no ahora el chico que la miraba con acecho.
—Si no lo estuviera, no mandaría a mi perro más fiel por él.
—No Royal, no lo entiendo —ella habló de nuevo, ignorando que se sentía en desventaja al desconocerlo de nuevo. Karmi lo odiaba, cuándo Hiro actuaba así, ella se volvía a sentir como la niña oculta en el callejón. Sin ninguna ventaja sobre él. Descuidada, desprotegida, en medio de ese huracán.
—¿Por qué dejarle una nota al detective?
Hiro sonrió, una sonrisa que reunía muchas cosas, y a la vez nada. Prometiendo respuestas que ella sabría que no llegarían nunca.
—Ya lo verás.
-(--)-
—¿En qué puedo ayudarlos? —fue la pregunta sincera que nació de sus labios.
Miguel ocultó el ceño fruncido, tan pronto la campana dejo de sonar y la puerta se deslizo con pereza para cerrarse. El chico tosió, tratando de no atraer la atención, y mirando de reojo a su compañero de hebras negras que estaba igual o incluso más silencioso que él.
En medio de aquel bar, sillas y música de fondo, él pudo vislumbrar la figura canosa y de barba que los saludaba. Miró de reojo a Koemi, quién admiraba todo, como si fuera la primera vez que salía más allá del aburrido escritorio en donde acostumbraba a encerrarse. Y al menos para Miguel, así resultaba ser, apostaba que el chico jamás había salido a trabajo de campo, lo suponía por la manera en cómo estuvo preguntando todo el camino maneras que él tenía para recolectar la información y le cuestionó como diablos se ponían una esposa.
Miguel pensó, ¿Cómo este chico puede ser un reconocido perito con dos doctorados en su curriculum? ¿Un miembro valioso en la unidad? Por favor. El mundo necesitaba fuerza y determinación, no tecnología y timidez como lo era Koemi.
El oficial rodó los ojos, necesitaban encontrar respuestas para la desaparición de Isaac, y la presencia de Koemi sólo iba a ralentizarlos cada vez más. No es que le molestará la presencia del perito, era muy inteligente, sólo que a veces le estresaba un poco más de lo que él quería llegar a ver. El tiempo se iba terminando, los días iban pasando y el único conector que tenían, era que Isaac fue privado por la familia de Royal.
—Escuché que tu recolectas información para Royal. —soltó, caminando hasta una de los banquillos de madera y sentarse sobre él, el silencio de nuevo haciéndose presente hasta escuchar como Koemi iba tomando camino a su lado.
El tipo de barba sonrió. Los dientes asomándose de forma perversa y desagradable. Una sonrisa que iba más allá de lo que se podía imaginar. El Rivera supo que había acertado en el momento que vio que una de sus manos fue debajo de la barra, colocó sus manos en la funda de su pistola en cuanto lo vio agacharse, no obstante, su mano se desdoblo, cuando sólo sacó una botella y dos copas que estuvo dispuesto a servir en un trago tranquilo. Algo para matar la conversación, les menciono a los dos.
Koemi olfateó con sospecha su bebida, pero, al no percatarse de un aroma peculiar fue el primer en dar el sorbo, ocasionando que el Rivera le siguiera y se relajara cuando su garganta se calentó por el sabor amargo del licor.
—No eres para nada sutil, ¿lo sabías?
—Habla ahora o te arrestaré por contrabando de información.
—Conozco mis derechos, no me puedes arrestar sin una orden y a no ser que tu precioso amigo de lentes tenga una bajo su bata —el otro sonrió, escaneando de arriba abajo al otro chico que hizo a Koemi cohibirse y haciendo a Miguel enojar, la ceja fruncida nada sutil abarcando en su rostro —No me puedes llevar.
—Habla ahora —volvió a rugir desesperado, odiando la sonrisa idiota del otra que manoseaba con la mirada a su compañero.
Miguel quiso ponerse en frente de Koemi y protegerlo de la sucia mirada de ese enfermo. Esta era una de las razones por la que le insistió a Imelda no llevarse a Koemi.
—Sólo tengo permitido decir la información que Royal quiere —aclaró, encogiendo los hombros y Koemi a su lado se hizo todavía más pequeño.
—¿La que Royal quiere?
—Se nota que tu amigo es nuevo, ¿no es así? —sonrió hacia él, Koemi evitó hacer una mueca berrinchuda por sus labios. No era un novato. Él era Royal, un asesino a sangre fría y su maldito jefe que con el tronar de sus dedos podía reventarle la maldita cara.
Quizá un poco inexperto y virgen cuando se trataba de Koemi, pero ningún puto novato era.
—La información en esta ciudad, todo, lo que uno quiere saber o lo que no. Se mueve a través de Royal —explicó, acercándose al otro chico y sonriendo ante los ojos casi rojos que brillaban igual. La ovejita resultaba ser peligrosa — Toda la información que se filtra, Royal decide que hacer o que no, encanto —guiñó el ojo, y Koemi se vio en la necesidad de desviar la mirada —El es quien controla la ciudad. Aunque nadie sabe cómo luce realmente, el misterio de la identidad de Royal es uno de los secretos más valiosos que hay en esta ciudad.
Koemi parpadeó, confundido y ladeando la cabeza.
—La información de Royal es la más valiosa, incluso bajo otros miembros de la mafia un solo dato de él, vale millones —y, entonces se acercó. Royal se sintió halagado por eso. —, pero para ti, podría valer menos, encanto.
Koemi se sonrojó ante eso y el otro detective simplemente rodó los ojos gruñendo. Odiaba a este tipo.
—Concéntrate, ahora.
—Tu amigo es muy bonito, quizá puedo revelar información por algo más especial.
—Olvídalo, Koemi no está en tu precio.
El chico sonrió por aquello y simplemente se alejó por fin del otro, permitiendo al chico de anteojos dar un suspiro alto de alivio.
—Para tu suerte, Royal permite la información hacia ese molesto detective, así que yo puedo dártela —dio una mirada de reojo hacia Koemi quién se abrazó a si mismo, con los lentes resbalando. —Solo ocupo que el encanto me lo pida.
—¿Yo?
—Pide lo que quieras, dulzura, yo puedo dártelo.
Miguel bufó, por eso no quería atraerlo a conseguir información, Koemi sería presa fácil. Carne nueva que irían a comer. Tuvo que aguantar las ganas de romperle la nariz a ese tipo.
—¿Qué sucedió con el Detective Isaac? —preguntó Koemi, el cantinero lo miró de reojo a través de los sorbos que le daba a su bebida, sintiendo el escozor de su boca que le amargaba el sabor.
—¿Por qué la pregunta?
—Estoy investigando su desaparición.
—¿Paso algo malo detective? —el otro sujeto sonrió en cuanto Miguel dio un sorbo más. —Algo que sus líneas policiacas ignorarán. Supe que Imelda está de nuevo en el caso —soltó como si nada, Miguel apretó los dientes, las muelas le chirriaron —Es sólo cuestión de tiempo para que Royal se enteré
Miguel golpeó frustrado la madera, tratando que el enojo se disipara ante eso y en el dolor del costado de su puño.
—¿Qué paso con el detective Isaac? —bajó de golpe el vidrio y la furia se hizo más obvio en él —Quiero saber de él. Ahora.
—¿Por qué la pregunta? —él inquirió, obteniendo una línea tensa y los hombros estresados en respuesta del oficial. —La última vez que lo vi, fue hace dos meses en este bar, detective.
—Supe que el perro de Royal se lo llevó —fue lo único que dijo, Miguel frunció el ceño.
—¿El perro de Royal? —Koemi a su lado preguntó, Miguel miró de reojo.
—Royal no se mueve por sí solo. Su identidad es desconocida porqué él nunca hace un movimiento, dos personas más lo hacen por él —aclaró el oficial, mirando el líquido y el hielo que se deshacía en su vaso — Tiene a dos cómplices más.
—El matrimonio Hamada que investiga Marco.
Miguel asintió, el cantinero aplaudió divertido. Felicitándole por su nueva información que hizo al chico de anteojos bufar.
—No se sabe mucho de ellos más que son los de la línea más confiable que tiene Royal, las personas más leales que tiene —soltó divertido, apreciando la curiosidad genuina que aparecía en los ojos de ambos —Ellos son los que dan la cara por él, transacciones, movimientos y negociones entre mafia. Ellos son la voz y cuerpo de Royal en esta ciudad, La reina y el perro de Royal.
Miguel gruñó ante lo último y obtuvo una risa divertida por parte del chico.
—Si lo tiene el perro de Royal, ya está muerto, detective.
—¿A dónde lo llevaron?
—Lo sentimos, pero esa información no tengo permitido dársela — Finalizó, colocando su mano en el hombro del moreno. Hubo burla en su voz, una que él supo identificar. —Para ser el sucesor de la Sargenta Imelda, eres igual de estúpido que ella y su esposo.
Ante la mirada expectante de Koemi, el Rivera sujetó la mano del ajeno y la tiró hacia él, estampándolo con violencia contra la superficie de la barra, aplicándole una llave de inmediata. El otro jadeo, y Miguel sólo lo miró con desesperación que no se borraba.
—Escúchame bien —Miguel estaba cansado, mucho papeleo, y regaño por parte de Imelda este día. Impulsado por el enojo fue por lo que aplastó de nuevo la nariz del sujeto contra el fuerte vidrio. —Quiero información, y ahora —demandó, presionando el cuerpo inmóvil que apenas y podía retorcerse bajo el yugo de su fuerza —Y no me importa romperte un brazo en el proceso.
Koemi silbó ante aquello y no pudo evitar ser él que se hubiese estremecido otra vez.
—L-Las estrellas —explotó la información en un gemido adolorido, sentía su mejilla arder contra el vidrio y sus labios podía acercarse a aprobar el Vodka que ahora estaba esparcido por la superficie de la barra.
Koemi miró sorprendido como el detective aplicaba más fuerza a su brazo e hizo una mueca de dolor cuándo a lo lejos, podía sentir el crujir de los huesos, en automático se llevó una mano a su extremidad y trató de ignorar la corriente de placer que emergió cuándo él fue el que se imaginó en esa situación, él, bajo el fuerte brazo del detective, su sudor emergiendo y su pecho rozando con dureza contra la madera. Y la voz firme de Miguel en su oído exigiéndole información.
Jadeó. Mierda, iba a tener una erección en medio del trabajo, que poco profesional resultaba ser Koemi.
—¿Las estrellas? —fue la pregunta de Miguel, oprimiendo más al tipo contra la barra, éste ahogó un grito adolorido contra el vidrio —Explícate mejor, será mejor que lo hagas rápido. Hoy no ha sido un buen día...
—¡Brutalidad policial! —dijo el otro, apenas oyéndose el grito puesto que Koemi alarmado tomó una servilleta y la colocó contra su boca, ahogando en el proceso toda fuente de habla que el otro pudiera expulsar.
Esperaron, hasta que la agonía del dolor de su brazo y el aire dificultado hicieron al otro marearse, el otro sujeto, imposibilitado, simplemente expulsó la servilleta contra la superficie, respirando hondo y mirándolo con odio.
—Las estrellas...—fue lo que dijo, Miguel se agachó junto a Koemi para poder escuchar. Ambos mirándose confundidos.
—Disculpe, no podemos entender bien —aseguró el de anteojos, el otro les dio una sórdida sonrisa que se desvaneció ante la fuerza de su atacante. Advirtiéndole que dejará sus coqueteos sobre su compañero.
—¡Las estrellas Detective! ¡Sólo mire las estrellas! —gritó, el agarre en él se desvaneció y al fin él pudo respirar tranquilo de nuevo —¡Es lo único que sé! ¡Sé que el perro de Royal lo llevo a las estrellas! —declaró, pidiendo el aire que Koemi le estaba echando al oscilar su mano delante de él de forma rápida y torpe —¡Ahora suéltenme!
—¿Te parece que está mintiendo? —preguntó Miguel, el perito simplemente negó, para que al fin el oficial sonriera.
—Creo que, por el bien de su brazo, es muy sincero —mencionó Koemi, una tímida sonrisa que se formaba en él.
—Más te vale que no estés mintiendo, ¿entendido? —dijo el mexicano, amenazando una vez más.
—Royal no me permite mentir en cuanto información —soltó enojado, sobándose el brazo recién lastimado. Gruñendo ante la fuerza desmedida que ese oficial dio, rodó los ojos. —Hablaría mal de sus fuentes.
Sin más información que pudiera observarlo, Miguel terminó el tragó y se levantó del banquillo, siendo seguido fielmente del bonito virgen que apenas y podía sostener su paso rápido y apresurado. Los miró a los dos despedirse, y, una sonrisa se formó en sus labios.
En cuánto el aire limpio de la calle los atasco, Miguel pudo darse cuenta de su propio error que recientemente cometió adentro.
¡Mierda lo arruino! Gritó, y pateó con enojo el bote que estaba a su lado, se llevó una mano a la cara arrastrando todo ésta con pesar cuando la suela le dolió, no había sido una idea muy inteligente también.
Enojado, soltó otro jadeo pequeño.
Ya podía escuchar el sermón de Mamá Elena respecto a su comportamiento e imprudencia para sacar información, no era necesaria verla para ya sentir el sabor del lodo de su bota contra su cara. De sólo pensar, le hizo patear el bote a su lado y hacer una mueca de asco. No quería comer tierra.
—Quizá no sea buen momento para decirlo ...—la voz de Koemi resultaba tímida, apenas oyéndose entre la música del bar que hizo a Miguel girar como poseído hacia él.
El perito tragó saliva, hollando una valentía que se le dificultaba obtener. Miguel parecía uno de la película del exorcista, Koemi casi se sentía asesinado por esos ojos.
—Imelda nos regañará por esto.
—Tomé medidas —Aunque efectivamente, él ya se imaginaba soltando un reporte de conducta contra Kubo justificando la brutalidad de sus acciones. De pensar en él, encerrado todo el día rindiendo un reporte le hizo apretar los puños.
Ya tenía suficiente con Imelda para ahora tener el único ojo de Kubo siguiéndole con cuidado en su caso.
—Detective —Koemi de nuevo resonó, como un hilo de voz suave que lo atraía de su propio estrés. Miguel hizo un gruñido denotando que le estaba prestando atención, de pronto, sintió la tímida mano que se aferraba a la suya. Y, sorprendentemente todo se borró.
Kubo, Imelda, los reportes y las acciones de ahorita.
Miguel tuvo la reacción de alejarla, más, no lo hizo, el contacto del perito era tan suave que sentía que la tensión de sus hombros iba desapareciendo en un suspiro tranquilo. Se sorprendió de ese poder de Koemi en él. El chico enfocó su vista de nuevo contra él, obsequiándole una mirada curiosa que escrutaba el porqué de sus acciones.
—El estará bien, detective —soltó sin más, Miguel arqueando una ceja —, lo encontraremos, puedo asegurarlo.
El oficial no lo dijo, pero las palabras del chico habían calado y apaciguado en su alma.
-(--)-
—¿Qué hiciste? ¿qué? —La voz de Imelda sacudía imperiosa en aquella oficina. Miguel rodó los ojos, no obstante, se sintió intimidado por la ceja fruncida de su jefa y una mano posaba a cada lado de su cadera.
Decidió hacerse pequeño, como un niño que quiere evitar se regañado por sus travesuras, pero no puede evitarlo, la mirada de quién lo ha cuidado por años aún sigue pesada en él.
Miguel se sintió en años de desventaja, de nuevo como ese chiquillo al que Imelda y Hector le tocaban la guitarra para distraerse.
—Interrogué de una manera un poquito brusca a un civil. —susurró distorsionando la información, recibiendo un jalón de oreja de su jefa que lo hizo avergonzarse ante la risa de Koemi.
—¡Basta! —se quejó, la oreja comenzaba a dolerle.
—Imelda, no hay razón para compartirse tan brusco con el muchacho —soltó la voz suave de Rosita, interfiriendo como la mediadora entre el castigo y la víctima, quién, hizo a Imelda ceder ante la fuerza de su castigo —, sólo quería hacer su trabajo, aunque la manera de conseguirlo no fue la correcta, ¿lo entiendes Miguel? —éste asintió, a lo lejos, escuchó el teclado de Koemi sobre la computadora y logró captar el brillo de la pantalla que se reflejaba en los lentes.
Sea lo que estuviera haciendo estaba muy entretenido. Tanto como para no prestar atención a la tortura que le estaba ofreciendo. Mal compañero, ni Marco resultaba así.
—Usaste la fuerza brusca en contra de un civil —añadió ella enojada. Volviendo a recriminarle el peso de sus acciones, y la idiotez de estos. No podría creerlo, tantos años de entrenamiento en la academia y Miguel seguía cayendo ante la menor de las provocaciones.
—No es un civil. Trabaja para Royal.
—Una persona con derechos, la cual no debiste haber utilizado el uso de la fuerza en él para sacar información —aclaró Victoria, elevando los anteojos en lentitud. Lo gélido de sus palabras le ordenaron al Rivera que lo más sabio hoy seria callar —Violentaste un derecho en él, Miguel.
—Suerte vamos a tener si no pone una denuncia en tu contra. —volvió a reprender Imelda y éste viró a otro lado, relajándose por el sonido del teclado que había en él. Curiosamente mas entretenido en pensar y descifrar que era lo que mantenía a Koemi tan centrado.
Un carraspeó de Victoria le atrajo de nuevo hacia él. A veces Miguel olvidaba a la silenciosa fiscal que al igual que Imelda reprendía en furia sus acciones, sólo que Imelda escupía fuego, entre jalones e insultos, y Victoria echaba hielo, reprendiéndole con argumentos severos. Miguel supo que tener a dos pioneras de la unidad sobre él, en su contra, no sería la mejor de las ventajas.
—Koemi lo vio —intentó llamar a su nuevo compañero, quién elevó la vista de la pantalla y ladeó la cabeza sin entender que estaba pasando. El oficial, silencioso, en sus ojos cafés rogaba por un poco de ayuda —Explícales Koemi.
—El detective casi le rompe al brazo a ese civil, eso fue lo que vi —mencionó, regresando su vista a la pantalla de nuevo.
A Miguel casi se le cae la mandíbula por aquella traición. La mirada de las féminas fue suficiente para empezar a tirar un fuego que recibió con el peor jalón de su oreja, que lo hizo pararse de la silla, haciéndole jadear en silencio.
—¡Miguel Rivera sabes en los problemas que te vas a meter! No, corrección, ¿sabes en los problemas en los que nos vas a meter? —agregó con furia tirando de su oreja, Miguel lloraría si no fuera que ya es un adulto responsable para poder lidiar con estos asuntos de la vida.
Él puede con este tipo de pruebas de la vida.
—¡Ya Mama Imelda!
A quién mentía, no podía, los jalones de oreja de Imelda eran tan mortales como ser torturado por algún miembro de mafia.
—¿Entonces por qué lo hiciste? —preguntó ella enojada. Ya molesta por esa actitud de niño en él. Miguel era demasiado imprudente. Idiota, impulsivo y pasional.
La viva imagen de Héctor estaba frente a ella. Eso le hizo revolver el estómago y tratar de ahogar el dolor por si sola.
—¡Te insultó! —aclaró, volviendo a sentarse en su lugar. — No permitiré que nadie se burle de mi familia, ni siquiera el estúpido de Royal o sus trabajadores. Le hubiera partido la cara a madrazos. —masculló, dejándose caer sobre la silla.
Imelda quedó con los ojos abiertos, su mandíbula igual cayendo, mientras ya no veía al joven imprudente. Si no a un chico pasional que ahora estaba defendiendo a su familia a capa y espada como ella lo hacía, a veces olvidaba que no sólo la influencia de Héctor estaba en Miguel.
Ella suspiró, agazapándose un poco para estar a su altura.
—Miguel, sé que sigues molesto por lo de tu abuelo —dijo ella, éste la miró todavía enojado. Recuerdos procelosos guiándolos a los dos, dándose como el único consuela la comprensión mutua. Imelda lo entendía, y Miguel a ella —, pero no debemos caer en las bromas y los juegos de la gente de Royal, ¿entiendes? —a regañadientes, él asintió, sabiendo que la experiencia de Imelda lo sabría guiar mejor que él —Debemos ser más listos que él.
—No creo que el oficial Rivera sea tan listo como Royal si él permitió que un asunto familiar se fuera por su lado y le hiciera perder la razón —Miguel le regaló una mirada odiosa a la imprudente voz de Koemi que se hizo resonar entre los dos —, pero es lindo que quiera defender las memorias de su familia.
—Cállate Koemi.
—Aunque eso implica romper el código de ética que tienen los de la unidad —y con eso, le regaló una pequeña sonrisa que hizo a Miguel bufar.
—Koemi no me ayudas —declaró Miguel enojado, éste se limitó a regalarle un gesto en complicidad al encoger los hombros.
—Mi código no me permite mentir.
—¡Pero si puedes dejar a un compañero caer! —añadió ofendido, levantándose de su asiento y apuntando adolorido a él. La traición de saber que Koemi podría darle la espalda le hizo dramatizar en esa oficina, éste simplemente sonrió de nuevo en respuesta — ¡Pequeña ratón de biblioteca y traidor!
—Eso duele —fingió con tristeza, no obstante, el sonido de una notificación permitió al otro llegar con orgullo y sonreír.
Sus ojos brillosos y emocionados fungieron sobre él. Koemi saltó de su asiento en victoria, atrayendo la atención de los otros que pararon de regañar al pobre oficial y de lleno de curiosidad se fueron en contra de perito.
—¡Lo tengo!
—¿Qué es lo que tienes, pequeño? —Rosita se acercó a la computadora, no observando más allá de la pantalla y esos extraños códigos que saltaban sobre la pantalla, para ella no tenía sentido, pero parecía hacer a Koemi feliz.
—Señorita Rosita —añadió el Hamada, ella sonrió enternecida por la palabra señorita, adornada en su oración.
—Te he dicho que me digas, Tía Rosita, cariño —ella habló, aplastando la mejilla pálida del chico con sus regordetas manos, el de anteojos gimió adolorido.
—T-Tía ...¿Puede soltarme por favor? —exigió despacio, ésta simplemente lo dejo para que continuará con su explicación.
—He conseguido hackear las cámaras de seguridad del bar al que fuimos, oficial. —les aclaró, Imelda estaba sorprendida junto al Rivera, Koemi se permitió agregar un poco más para esclarecerlos, alzando el pecho lleno de orgullo —Escuché que el detective Isaac pasaba muy seguro ahí, quizá las cámaras tengan algo que nos haga útil la información de su búsqueda, tal vez podamos encontrar más o quizá no sea mucho, pero podemos mirar si el oficial Mendez estuvo en ese lugar y conseguir algo más que nos lleve a las estrellas —puntualizó lo último con sus dedos vendados haciendo las comillas. —En unas horas conseguiremos la información más de ese lugar.
Miguel arqueó una ceja por sus palabras y se acercó hacia él, intrigado y asombrado hacia ese nuevo chico.
—¿Cómo....?
—Cuándo usted estaba "Consiguiendo información" —Koemi lo miró de reojo sin despegar los ojos de la pantalla, no paró de verlo —Conecté su sistema con mi celular, fue fácil burlar la seguridad del lugar, sólo necesitaba una distracción —añadió él, Miguel no lo dijo pero se sintió utilizado por la pequeña rata.
—¿Yo era la distracción?
—Llámelo de esa manera —confesó —, pero si no hubiera sido por usted esto no habría sido posible —soltó divertido, guiñándole el ojo a continuación —Somos un buen equipo, ¿no?
—No tientes tu suerte, Koemi —siguió el juego Miguel, acercándose todavía más, notó como el chico tensaba los dedos sobre las teclas, por un segundo pensó que le ponía nervioso su presencia, pero desechó ese firme pensamiento de inmediato. Era imposible.
—Los dejaré para que sigan trabajando —la voz de Imelda resultó ser un eco favorable en ellos, Miguel simplemente se acercó más al chico quién ahora notaba como sus mejillas se iban coloreando en tonos rojos y atrayentes. Se percató como la sala se iba desalojando hasta quedar ellos dos, el silencio, una taza de café a medio terminar y el relajante sonido del tecleo de Koemi que le llenaba la atención, el Rivera no paró de observar al chico perito por largo tiempo hasta que lo escuchó maldecir en otro idioma, ¿japonés? No supo identificar, su oído todavía no era muy bueno para la delimitación de los idiomas.
—¿Te molesta si te observó trabajar? —inquirió el chico, Koemi se detuvo y a través de los enormes anteojos, Miguel miró un pánico extrañado que le llamaba la atención.
El chico tragó saliva, evitando mirarlo a los ojos, pero haciendo una sutil negación con la cabeza.
—N-No ....
A pesar de eso, Miguel no podía evitar sentir un poco de presión en él. Una pequeña diversión que encontraba interesante molestar al chico.
—Estás nervioso —aseguró al ver que a trabas Koemi colocaba un detalle mal y ahora su pantalla se llenaba de ventana diferentes, señalándole el error.
—D-Disculpe —fue su suave respuesta que a Miguel le llenó de intriga, ¿por qué se disculpaba? —Estoy acostumbrado a trabajar solo...—declaró, evitando el observarlo, el oficial se vio en la tentación de acercarse, observarlo tensarse, por él, simplemente por él —y me pone nervioso su presencia....¡Quiero decir! No es que sea feo, en realidad usted es muy guapo ...—el mexicano ahora arqueó la ceja, poniendo más nervioso al chico quién al enterarse de su error rápidamente dejo su computadora y empezó a agitar cabeza y manos en negación —¡Si me pregunta es usted muy guapo! Demasiado, me sorprende que no esté en una relación y ...¿Lo estoy arruinando? ¿Verdad? —preguntó, escondiéndose entre sus lentes y sus manos.
Miguel le dio la razón en un asentimiento lento.
—No te preocupes, me siento halagado de que consideres guapo, Koemi —añadió para evitar que su presencia le diera más presión social chico.
—Soy pésimo en esto del coqueteo —se lamentó, tirándose sobre las teclas de nuevo, y arrastrándose sobre éstas con una posición lamentable, y a Miguel le llamó la atención aquello.
—¿Me estabas coqueteando? —La simple oración hizo que Koemi se levantará de golpe y negará de nuevo.
—¡No! ...—aclaró, Miguel se rió —¡Bueno si! ¡Pero no de esa manera! —intentó repararse ante la risa del chico —¡Es usted muy guapo! —soltó de pronto otra vez, enojándose consigo mismo al ya no poder pensar mejor. —¡Usted me distrae!
—¿Por qué yo? —contestó divertido, no pensó que ver alterado al chico llamaría tanto su atención. Una pequeña venganza por haberlo traicionado minutos antes. Sufre Koemi, sufre.
—¡Su guapura debe ser ilegal! —le aclaró enojado.
—¿Te quieres distraer con otra cosa? —le preguntó, arqueando una ceja divertido.
Y disfrutó como el chico se avergonzaba malinterpretando la información.
—Podemos hablar, platicar, conocernos más —le corrigió.
Koemi se cruzó de brazos y asintió en un gesto infantil que a él le hizo sonreír.
—Háblame de ti —añadió Koemi luego de su silencio incomodo y mortífero —No conozco mucho, bueno, además de que los rumores dicen que está obsesionado con Royal.
—¿Eso dicen de mí? —preguntó interesado de que el tema de Royal fuera lo 'único que saliera cuando se trataba de él.
—Sí, y que es virgen.
Miguel rodó los ojos con aburrimiento por aquella respuesta, ¿por qué tanto interés en su reciente vida sexual? Se sentía levemente ofendido e invadido de su privacidad.
—Mencionaron a su abuelo en el bar...
—Sí, mi abuelo era policía —añadió él, divagando entre los recuerdos de su infancia. No pudo evitar sonreír ante eso. Los sonidos de la guitarra, Imelda bailando y el aplaudiendo disfrutando de la música cuándo no estaban en la oficina—Junto a Mamá Imelda, eran un dúo extraordinario. Nadie se les escapaba hasta que bueno...pasó.
—¿Qué pasó?
—Fue emboscado, iban directo a una entrega que Royal lo haría, pero éste les tendió una trampa, no sobrevivió, sólo la sargenta Imelda lo hizo. —Miguel sintió el escozor de su boca nacer otra vez por esa amarga sensación. La fúnebre noticia mientras él estaba terminando la academia le hizo a su corazón ahogarse tristemente —...No sé muchos detalles, Imelda no quiere hablar de eso.
Eso le llama la atención al chico de anteojos, que se acercó a él, moviendo la silla para estar a lado de él. Miguel observó estos gestos con interés y la ceja arqueada.
—¿Quién lo mató?
—Royal. —masculló, la rabia naciéndole de nuevo, cuándo Imelda le delató el resultado de ese percance. El chico de anteojos se silenció por aquello ——Royal lo mató. Estoy seguro de eso —fue lo único que expresó, la seriedad de sus palabras le advirtió al perito que ya no debía indagar más.
—Lo entiendo —y, justo para su distracción, la computadora de él notificó de un nuevo logró, haciendo que la tensión y el incómodo tema muriera — ¡Tengo información nueva! —agregó, Miguel se acercó más, también ignorando la punzante sensación del recuerdo, dejándolo de lado, recordándose que no se tenía permitido perder la razón.
—Eres increíble, Koemi —la voz del Rivera estaba pigmentada con asombro. Viendo como el destello de la localización vibraba en la computadora del chico de anteojos.
El genio alzó el pecho con orgullo, dándole una sonrisa divertida.
—¡Fue mucho más fácil de lo que pensé! —aclaró, Miguel asintió todavía teniendo la esperanza naciendo de Miguel.
—No dejes que Marco te diga lo contrario. —Porqué conocía a su mexicano compañero y como siempre se burlaba de él.
—Nadie lo hace.
Miguel sonrió divertido ante la ególatra respuesta del chico. Y le dio unas cuantas palmadas en el hombro, reacción que hizo al propio Miguel reírse por la brusquedad de Koemi con la que empezaba a llorar. El chico era demasiado débil.
—¡Oficial Rivera! —se quejó de inmediato —¡Eso me dolió!
—Detective —la voz de Koemi le atrajo de nuevo, Miguel lo observó, asintiendo y su total atención a él —, ¿usted cree que Royal mató a su abuelo?
—Él lo hizo, no hay duda de ello.
Koemi asintió, mientras volvía su vista a la pantalla. Danto por terminado ese tema, sin tener otro interés de obtener información de él.
—Entonces encontraremos al culpable, se lo aseguro.
—Gracias.
La oración descolocó al chico, los anteojos se cayeron por la puntiaguda nariz en una expresión de asombro que él no pudo evitar mostrar.
—¿Por quejarme de que me duelen sus golpes?
—Continuemos con nuestro trabajo —alzó el puño, desviado el tema, Koemi no entendió, pero aún así lo chocó contra él, sonriendo un poco entre la nostalgia que le pegaba. Recordó a su hermano, y que solía hacerlo antes también con él en la feria escolar del instituto.
La voz del Rivera le permitió sacarlo de su ensoñación, cuándo lo miró, tenía una sonrisa que causaba su interés.
—Sé que encontraremos al oficial Isaac —dijo más seguro, sonriendo por tener la ayuda de Koemi a su lado.
—Yo también sé que lo encontrará.
Y, en eso él no mentía.
-(--)-
Para la poca información que había obtenido de Koemi, fue un avance total en su investigación. El día dentro de la oficina se había desaparecido de nuevo entre sus carpetas, interrogaciones de testigos, preparación de detenidos, y uno que otra persona que llegaba al lugar para ser atendido y que su testimonio fuera escuchado. Sin notar, la noche había tocado la puerta de la unidad, poco a poco despidiéndose todos del lugar, y a pesar de que él quería quedarse encerrado de nuevo entre sus papeles y tener una cita preciada con su querido mapa de Royal, Imelda se vio en la necesidad de correr a patadas a Miguel de regreso a su departamento, con este último gruñendo con desespero cuando sus botas y el silencio de la noche lo recibieron en cuanto salió del edificio.
Miguel miró a su alrededor, decidió irse caminando para ahorrarse unas cuantas monedas que el ómnibus podría arrebatarle. Pensó en llegar a su departamento, caer rendido sin quitarse ni siquiera el uniforme, estaba cansado, no había notado el peso de sus hombros y lo adolorido de sus ojos hasta que se alejó de su lugar de trabajo, lo mejor sería dormir, reponer energía, y mañana, comenzar de nuevo una búsqueda para hallar el paradero del oficial Méndez.
La orilla de la cera y sus personas, comenzaban su investidura solitaria, la gente desalojaba, la noche parpadeaba y el silencio lo arrullaba. En un bostezo, que para él terminó en descuido, chocó con alguien en su torpeza, Miguel se enojó, pero decidió ignorarlo por hoy, demasiado cansado para reclamar algo. Por la fuerza de la colisión, Miguel culminó dando unos pasos atrás, una ligera disculpa con una extraña voz se presentó, no le prestó atención, él también procedió a hacer lo mismo y se dispuso a continuar con su camino.
—Me gustaría más que se disculpará por otro tipo de intromisiones, detective.
Sus botas se quedaron en su lugar, la farola parpadeó y Miguel quedo estático sin poder creerlo. La respiración se le paralizó al punto que en sus pulmones el aire fue imposible. Se mareó, y como si un rayo que sacudiera en todo su cuerpo, él no pudo continuar su camino. Estaba atónito, descuidado, en desventaja.
Escuchó una pequeña risa prominente, unos pasos que se acercaban a él.
—Realmente es fácil para alguien saber su rutina, debería ser un poco más precavido en ese aspecto, querido detective. —Volvieron a ronronear, Miguel escuchó la suela de los zapatos chocar contra la firma banqueta, aproximándose a él.
Y él quiso girar, pero, la voz de Imelda le pidió cautela. Prudencia, ella le recordó que no debía caer en las artimañas que pudiese planear. Debía jugar su mismo juego. Información, debía obtener información. Eso fue su idea. La razón por la que Miguel no volteó, y mantuvo su pecho erguido.
—¿Qué le pasa, detective? Parece como si hubiera visto algo que no quiere, no, eso es demasiado imprudente, discúlpeme, yo diría ...más bien, escuchar.
Los susurros vibraron por todo su cuerpo, la sangre viajó a diferentes situaciones, incendiándose adentro las alarmas que nacían en él y entonces sintió como sus nudillos apretaban y sus dientes chirriaban entre ellos, vestigios de él en la academia. Recibiendo la noticia de su abuelo muerto, mientras asistía al funeral con su mamá Imelda.
Los días de llantos, desesperación y furia volvieron hacia él como un relámpago en medio de un patio. Algo que lo dejó estancado, vibrando y asfixiándose en su propio dolor.
Y en ese entonces, Miguel sintió que algo chocaba contra su espalda, fuerte, y firme. Apostó que eran los dedos de Royal. Tuvo la tentación de mirar, pero su cerebro no procesaba para ya nada más que sus propios latidos.
—Me hubiera gustado que nuestro primer encuentro fuera más formal, ¿sabe? —habló, y a pesar de que el detective trataba de agudizar su oído, la voz se le complicaba para identificar. La respiración era cautelosa, como un depredar al acecho, sus sentidos le pedían hundir el pie en la suela y salir corriendo.
Pero de nuevo, él no quiso hacerle caso.
—¿A qué debo el honor de este encuentro?
—Se está volviendo un verdadero dolor para mi gente.
—Me alegro estar dentro de su radar de atención, alteza —procesó las pocas, y aquella voz sarcástica apareció en él. Miguel miró hacia arriba, la farola parpadeaba y él de nuevo regresó la vista hacia el frente. El escenario de una calle vacía se presentó, perfecto para un homicidio, para un enfrentamiento.
Él pensó que había caído en una trampa.
—No, no es una trampa —Como si Royal hubiese leído, le aclaró con la calma y una paciencia venenosa que entraba a contaminar la suya. Miguel aspiró aire, diciéndose a si mismo que se calmara. —Aunque me gusta mucho que me digan alteza, le permitiré que me digan de otro nombre.
—¿Ese cuál es?
—Royal Flush.
Ese nombre. Ese maldito nombre. Miguel no pudo escuchar más allá del silencio y el sonido de los carros pasado en esa calle abandonada, y pudo mirar a las personas que pasaban cerca del lugar, del otro lado de la cera, inconscientes que él estaba delante de la persona más buscada de San Fransokyo. A unos pasos de descubrirlo, a unos pasos de poder vengar la muerte de su abuelo.
Lo tenía todo, había testigos, él podría decir que fue en defensa propia. Miguel tuvo la idea de voltear, pero se contuvo ante la sensación rasposa y la cautelosa voz que le pedía que no. Era la imagen de su abuelo.
—¿Qué le hiciste a Isaac? —preguntó, y sintió dos dedos pasarse parsimoniosos en su espalda. Trató de prescindir de los escalofríos que le pesaban atormentándolo junto a sus recuerdos.
—Me encargué de él.
—¿Mandaste a tu perro más leal? —la sonrisa sardónica de Miguel amaneció en la punta de sus labios —Eso es bajo hasta para ti.
—Ya le tocaba salir. —sonó a través de sus propios oídos y el policía no paraba de mirar hacia el frente, tragó saliva y con ella la insensata curiosidad de saber quién, quién estaba detrás de él. A quién le debía tanta mierda de su vida. Su obsesión, su vida, y la muerte de un ser querido —Estuviste averiguando de él, debo felicitarte has hecho bien tu tarea.
—¿Cómo sabes eso?
—En esta ciudad es difícil que no tenga enterado de algo. —amaneció la respuesta, los dedos ahora trazando círculos calmados que Miguel pudo sentir aún sobre su ropa —Le recuerdo, yo vendo información—se vio obligado a quedarse quieto cuándo el sintió el intruso cabello haciéndole cosquillas en su nuca, era un poco más bajo que él. Eso fue lo que pensó — , detective, la información que va a pasar, yo decido cuál será—aseguró, y para Miguel fue fácil imaginarse aquella sonrisa confiada que quería quitar una vez le pusiera encima sus esposas —¿Cree que mi subordinado le hubiera dado información si yo no se lo hubiera permitido? A veces me sorprende, es demasiado ingenuo —rugió, el aliento caliente chocando contra él. Miguel odió ese estremecimiento involuntario que vibró en su espalda —Todo me pertenece hasta usted.
—No todo.
—Admito que hay unas cosas que se salen fuera de mi control —le restó cierta importancia, claramente poniendo atención a los músculos tensos que sentía aún a través de sus dedos. Royal se relamió el labio, mordiendo delicadamente éste — Claramente la unidad en la que usted se maneja es una de esas fuentes.
—¿Entonces es mentira? —dijo Miguel, perdiendo sus ojos en las luces pocas luminosas de las calles y los carros migrando que brotaban en él inseguridad. El ambiente desapareciéndose, una voz interna que le decía que se tranquilizará mientras él, culminaba sintiéndose estúpido por confiar en el testimonio de esa persona.
—No, la información es real, mi gente lo llevo a las estrellas. No permito que mis fuentes mienten —declaró, y el silencio vino de nuevo entre ellos uno que Royal decidió romper de inmediato, detestaba el silencio, le recordaban a la habitación, sangre en su boca, y el tintineo de sus cadenas.
Ambos detestaban este silencio por los fantasmas que se asomaban entre ellos. Miguel recordaba soledad y llanto. Hiro, la tortura y desesperación.
—Bien, le daré un premio por su valentía, detective. —masculló, y Miguel evitó pasar saliva cuándo la mano de Royal viajó hasta su oreja, su mano cruzó el límite, con las falanges tocando un poco más de su barbilla. Eso envío una deliciosa electricidad por todo su cuerpo. Una que el odió sentir —Considero se lo merece después de haber hecho bien su tarea.
Miguel tenía la idea de querer sujetar la traviesa mano, cuyo efecto era que ya lo estaba hartando, y aplicarle una llave. Respiró toda la paciencia que tenía, cuándo los dedos, fueron sutilmente hacia el lóbulo, jugando con él al tomarlo, aplastándolo, acariciándolo. Jugueteando con él, Miguel quiso golpearlo para retirar su perfecta mano de su cuerpo, cuándo dejo el lóbulo y ahora se entretuvo con su barbilla, éste sentía que los dientes comenzaban a dolerle por la forma en que los apretaba.
Sólo de reojo, Miguel pudo vislumbrar los tatuajes de nudillos, que se asomaban al cruzar el límite y jugar con el espacio que coexistía entre ambos, una delgada línea que era visible entre los dos, pero ninguno quería cruzar. Bien y mal. Deteniéndose cada uno por su propio merito, la consciencia, la moral, la diversión y el engaño.
El secreto, el deliberado secreto entre ellos. Un pequeño desorden.
—Sólo guarde este pequeño secreto, detective —la voz resuena, retumbando hasta las entrañas y burbujeándole adentro, esa voz es tan procelosa, escandaliza a toda su alma. Le llena, le desespera, le deja caer en un vacío interminable — Después de todo, soy yo el mafioso que tanto está buscando.
Y algo en Miguel se conecta. La noche, los conecta. El silencio, los resguarda. Y la calle solitaria, los atesora.
—Guardemos este pequeño encuentro entre nosotros, ¿sí? —de nuevo lo atrajo, derritiéndolo, con las piernas hechas gelatinas por el placer de su voz —No queremos que alguien más se enteré.
Todo queda en silencio, rugiendo a través de la voz de Royal que era el único aquí.
—¿Sería capaz de guardarme este pequeño secreto, detective?
Miguel se ahogó, y con él, las ideas acumulándose violentas. Cada uno de distinta manera, construyendo un mundo a través de sus convecciones. Miguel, tratando de caminar, hacer lo correcto, siguiendo convencionalismos y reglas con los cuales fue criado. Royal lo hacía a su manera, rompiendo reglas, dejando desastre a su lado. Como un desastre natural. Sangre, ese era su historia.
Corrupción procelosa. Locura fresca. Una inmoralidad que golpeaba a la gente, te seducía en las entrañas.
Estaba en la línea, temiendo cruzarla. Sabía que al llegar al otro lado llegaría a él, todo lo que no era, y todo lo Royal si era. De su lado, existía el orden, las promesas, y la fidelidad. Las ganas de volverse un héroe que todos respetarán.
Y al otro lado, estaban las mentiras, la traición, el desorden. La necesidad de ser una leyenda al que todos temerían.
Su mundo de diversión, al que Miguel, estaba entrando. La estrecha línea rojo delante suyo. Sus pies balanceaban en el delicado hilo, temiendo caer en el vacío, siempre siendo atraído por la voz de su razón, Imelda y Hector, ¿Royal tendrá los suyos? Era imposible, completamente imposible.
Él decidió romper este delgado y estrecho acuerdo, grabarlos en su memoria los nudillos corrompidas en tinta.
Un as, un príncipe, una reina.
Espadas. Todos eran de espadas.
—Las estrellas detective —Una voz susurró cerca de él, Miguel quiso girarse y destruirles esa voz a jadeos de dolor, pero tuvo que resistirse, la sensación de adrenalina que recorría en escalofríos exquisitos. El Rivera no lo podía comparar ni cuándo había atrapado a su primer criminal. —Sólo miré dentro del casino abandonado. —un beso en la oreja se disparó.
La cordura del detective, explotó. Sintió que sus piernas se caen, pero encontró fuerza para no hacerlo, y tuvo que sostenerse de su propio orgullo para no caer presa de él.
La mano lo fue dejando, y Miguel pudo grabar el último tatuaje de los nudillos.
Un rey de espadas.
Las estrellas.
La voz del asustado cantinero llegó a su oído, gritando de nuevo cuándo aplastaba su cara contra el dolor, reconociéndolo de inmediato y la revelación golpeó cada parte de su cuerpo. Estrellas, el casino abandonado.
—Felicidades Detective —aún entre todo este tumulto, Miguel pudo percibir los ligeros aplausos del mayor. —Isaac está en el casino abandonado del distrito, yo si fuera usted, miraría dentro de las estrellas, todavía hay tiempo para salvarlo.
Quedaron en silencio, ambos cuerpos, flotando en esa línea delgada que podían cruzar.
Miguel lo más recto que podía y con una respiración ociosa. Caminando, balanceándose en esa línea, pensando que podría inclinarse y caer. Sintió un peso extra que se apoyaba en él, y aún sin mirar, él pudo deducir que se trataba de un pie, el pie de Royal que se recargaba en la pantorrilla, hizo una mueca de pensar que le estaba ensuciando el pantalón, y la espalda de este igual, apoyándose, obligándolo a inclinarse un poco por el peso de la posición floja de Royal. El maldito se estaba recargando de él. Miguel volvió a gruñir cuando la suela del fino zapato se apoyó más en él.
—Tengo que felicitarlo por su buen autocontrol. —la voz se inauguró de nuevo. Royal pensó que, con eso, él se giraría para verlo, pero aún así, se mantenía inmune a él mismo.
Sin querer cruzar la línea, sin mirar del otro lado.
Sin querer admitirlo, el mafioso encontró otra persona que se resistía a él. De alguna manera, el interés iba naciendo más en él, haciendo que ignorará la otra idea de querer alejarse de esto. El si deseó cruzar esa línea, atraer su caos y desorden a la vida del detective. Tomarlo entre sus manos y dejarlo destrozado, sin nada, deshecho.
Miguel tuvo que suprimir los gritos de su propia consciencia, insistiéndole a turbulentas ordenes que ya se fuera de aquí. Sus pies colgando sobre el péndulo del vacío. El hilo se estaba estrechando.
—Detective —volvió a llamar, Miguel insistió en no ceder en esa voz. Mantuvo la mirada al frente, Hiro dio miradas pequeñas e intercaladas, en el espacio reducido de la calle, con la poca luz de los faroles logró distinguir la espalda ancha de Miguel que era iluminaba por la poca iluminación.
Royal tragó saliva, y relamió los labios de nuevo, sonriendo entretenido. A pesar del peligro inminente y la voz de su hermano que le gritaba que continuará con su camino, él no se detuvo, él continuó.
Hiro se vio a si mismo cruzando, entrando en ese mundo de tempestad. Él fue el primer en entrar, Koemi, había tocado las puertas del lugar, arrastrándose por el aburrido código de ética de la ciudad. Royal mentiría si dijera que no estaba interesado en ese mundo, lo contrario a él.
El interesante espectáculo de los héroes. Estaba interesado, ¿Cómo se hacían los héroes? ¿Él podría llegar a ser uno? ¿Lo atraparían? ¿Romperían sus reglas cuándo se enterarán la verdad? Machar. Manchar el nombre de los héroes. Koemi cumplía muy bien ese papel. Adrenalina que corría por sus venas y le nublaba el juicio. La sensación de ser descubierto por aquel que tanto le perseguía la embriagaba, era una toxina deliciosa que él necesitaba ya.
—Podría mirar a ahora —susurró, de nuevo, su espalda chocando contra él, Miguel no despegaba su vista de enfrente. Royal parecía entretenido por aquella respuesta, intrigado con una curiosidad genuina de su reciente comportamiento, como esa voluntad de hierro no le permitía mirar más allá —Si descubre mi rostro por fin sabrá quién está detrás.
—¿No le gustaría mirar detective?
Miguel se silenció, y Royal pudo sonreír de nuevo.
—¿No le gustaría saber quién está detrás de la muerte de su abuelo?
Dentro de Miguel todo se desconectó, y respiró impidiendo que la furia naciera. Todo en su cuerpo comenzaba alterarse, grandes zancadas de necesidad de voltear.
Porqué Royal supo tocar la fibra, sacudir ese mundo de reglas y rectitud con un simple recuerdo, era tan fácil caer. Una tentación, una muy grande tentación, algo que permitió a Miguel encerrarse en esa idea. Podría verlo, podría verlo ahora, facilitarse años de búsqueda, la muerte de su abuelo podría al fin recibir la justicia que tanto quería.
Podría recordar a su mamá Imelda, sonriendo y su abuelo por fin descansando en paz.
Todo acabaría, todo terminaría.
Sólo era de mirar hacia atrás, enfocar su vista en el objetivo de frente, los murmullos del silencio comenzaban a apaciguarse, y en un mal movimiento, Miguel de verdad respiró, abriendo los ojos, dispuesto a observar más allá, pero, la imagen de Hector llegó a su mente, diciéndole que esta no era la manera correcta de hacer las cosas, y, Miguel apagó lentamente ese deseo ferviente, retrocediendo de la línea hasta quedar seguro en la orilla, Royal, sonrió, no pudo hacerlo cruzar esta vez, carraspeó y rió, sacudiendo todo en él.
No, ese idiota no lo subestimaría.
—¿Crees que soy tan idiota? No me subestimes Royal.
—Acaba de sorprenderme, detective.
Ambos se quedaron, tambaleándose en cada lado. Podían sentirlo, estaban frente a frente, luchando por quien serían el primero en caer. Sus ideales se mantenían firme, tirando de la cuerda, la cordura, el libertinaje, la suciedad, la pureza.
Caos y orden. Negro y blanco. Huracán y magma.
Ambos lo tenían en claro. No mirar más allá, no conocer más de este ángulo. Con esa idea, quedaron estancados.
Sus espaldas de nuevo chocaron, las fuerzas colisionando en una explosión imparable.
—¿Qué sentido tiene? —dijo, Royal pudo observar como los músculos en su espalda comenzaban a relajarse, y él, sonrió — ¿No sería mejor en otro encuentro más formal?
Para el azabache fue fácil deducir ese sarcasmo, no pudo evitar sonreír con intriga cándida.
—Debo admitir que es una persona muy interesante, detective.
—¿Qué quieres Royal?
—Sólo estoy limpiando los cabos sueltos que el oficial Isaac dejó. —fue su simple oración atrayendo la información de Miguel, que ahora arqueó la ceja. Aquella voz le atraía con interés, ocultando un poco más de sus verdaderas intenciones —Y, hacer tiempo.
Y, los ojos de Miguel se abrieron ante la última revelación. La sangre se le heló y todo dentro de él se apagó. Tenía que salir rápido de aquí, el detective no dijo nada más, y se echó andar en el camino contrario, con el único pensamiento jadeando a falta de aire: Tenía que llegar a tiempo.
—Aspetterò il nostro prossimo incontro, piccolo detective.
Fue el último susurró que alcanzó a escuchar al girar.
Notas finales.
¡Holaaaaa! Ure y yo estamos muy emocionadas de publicar este capitulo nuevo de Archivo Royal. La verdad me emociona bastante que me esperé un mes y medio para que mi esposa terminará su parte del collab, y cuando al fin lo terminó, pudimos publicarlo. Las práctica y el trabajo de ella no nos dan tiempo. Hoy casi no hay nada que agregar, por qué no se tocan opciones viables de leyes.
Hoy no hay casi que agregar, Koemi y lo ñoño que es. Es mi bebé bonito consentido hasta ahora.
Lo que le dice Royal en italiano es: "Estaré esperando nuestro próximo encuentro, pequeño detective" Royal suele decirle pequeño detective a Miguel, porqué para él es una minoría como piedrita en el zapato. No tiene importancia dentro de su jugada y tampoco lo haré
¿Qué opinan de este capitulo? ¿Miguel llegará a tiempo? ¿Por qué Miguel no volteó? ¿Royal debió aprovechar la oportunidad para manosearle el trasero?
Teorías, comentarios, y cualquier aclaración estaremos muy emocionadas de leerlos.
Esperemos que les haya gustado, y lo hayan disfrutado como yo disfruté escribirlo y mi esposa disfrutó de colorearlo.
Les dejaré un meme que le hice a mi esposa para resumir su vida en estos meses:
¡Muchos besos en la cola!
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