Ya casi llega, me repetía con nervio.
No debe tardar; prometió que vendrá.
Ya son siete quince, seguro me vio y prefirió irse.
No debo desesperar, del siguiente bus bajará.

No llega y ya son siete treinta.
Seguro tuvo más trabajo, si, debe seguir en el trabajo;
aunque cueste trabajo, aceptaré, me iré con ánimo bajo.
Llegaré a casa, tomaré pluma y libreta; escribiré poesía perfecta.

—¿A dónde vas?
—¿Acaso te pensabas marchar?

Dijo mientras sus labios bendecían mi mejilla.

—Ven, acompáñame por un poco de pan
—Y de ahí caminemos juntos hasta mi hogar.

Hablaba y hablaba sin cesar.
Yo solo pensaba en desnudar su costilla.

Todo lo que decía era la absoluta verdad.
Pudo haber dicho que el mar era dulce,
que el azúcar era agridulce o cualquier otra calamidad,
y lo habría aceptado con absoluta tranquilidad.

Ella se desahogaba, enlistaba sus mil contras.
Yo olfateaba su cabello, sus manos, su ropa.
Ella sonrisas y concierto de lágrimas tontas.
Bailaba en enojo, después cantaba tristeza que nadie soporta,
era un camaleón mostrando mil formas.

Yo empapado en ansiedad, deseo y lujuria;
de pronto, el demonio de la perversidad
encajo su cuerno de maldad,
poniendo al límite mi mortalidad.

Antes de marcharse dijo en tono gutural:

—Si te quieres salvar la debes besar,
ella es la cura a tu herida fatal,
no te preocupes, es lo que quiere, hasta se puso labial.
Anda, bésala o tu muerte será real.

Todo pasaba mientras ella seguía hablando.
El dolor y el ardor danzaban en mi osamenta.

—¿Todo bien?, ¿Estás blanco?, ¡¿Estás temblando?!
—Toma un poco de agua, ven, siéntate en la banqueta.

En un segundo tomó el mando.
Me estaba desmayando, con las dudas negociando,
y justo como en pastel de cumpleaños,
el demonio me empujó hacia el cacao de sus labios.

En un parpadear la estaba besando.
En un parpadear la estaba profanado.
En un parpadear estaba gozando.
En un parpadear ella estaba gritando.

Reaccioné y la solté, solo porque mordió mi labio.
Su rostro mostraba miedo, pero más desagrado.
No dejaba de gritar, así que obedecí al ente sabio.
Me levanté y actué como un hombre malvado.

Amenizaba la escena un canto macabro.
La tomé con fuerza y tapé su boca.
Le susurraba sonriente como willy wonka.
Me pegó con fuerza y casi las manos abro,
pero ya no era humano, era demonio hecho roca.

Poco después se cansó, se quedó sin vida.
Pero al besarla sus labios aún ardían.
La había matado, mis días había alargado.
Ahora no vino el miedo, vino su enemiga;
la suculenta tranquilidad mostrando salida.

La enterré en un terreno cercano.
Me fui a casa bastante cansado,
pero con una paz que nunca había alcanzado.
Mi maldad había despertado.
Quería repetir y no estaba asustado.
El demonio en mí se había incrustado.

Matar me había gustado.