4
El haz de luz de la linterna vibraba incesantemente gracias a las manos temblorosas de su joven guía. Pero tanto terror podía ser solo una buena actuación, por lo que Oriel no soltó su arma durante todo el recorrido a través de ese laberinto de concreto.
Quizás la llevaba como ofrenda, y no le importaba en lo absoluto. Su muerte sería irrelevante en ese escenario. Los refuerzos de seguro venían en camino y Okapi terminaría con todo si ella fallaba.
—No deberíamos estar aquí —murmuraba él una y otra vez. A cada segundo más tembloroso.
—Si nos atrapan solo diles que me trajiste como tributo por entrometida.
—No... —Rio nervioso, negó con la cabeza y volvió sobre sus pasos hasta quedar a solo centímetros de su rostro. Tenía bolsas bajo los ojos desorbitados y sus labios dibujaban una curva retorcida, un intento de sonrisa que reflejaba un profundo temor—. No, no, no, no. Ellos lo ven todo. Ellos saben.
—Chico... —Lo apartó con un movimiento lento, usando la pistola—. Por muy loco e inverosímil que suene esto, créeme: tus líderes son humanos comunes y corrientes. Sus poderes son un montón de mentiras inventadas para manipularte.
—Tú no sabes nada —escupió sin prestar atención al arma. Comenzó a pasearse de un lado a otro en el estrecho corredor—. Nada. No, no sabes nada. Tenemos que volver, hay que volver. Hoy habrá un ritual, hoy habrá un ritual y no debemos estar aquí, no debemos estar aquí.
—Voy a disparar antes de que inicien el jodido ritual —respondió molesta—. No van a destripar a nadie en mi presencia.
—Es que no entiendes. No, tú no entiendes. —Su voz se quebró y comenzó a sollozar—. Los sacrificios no son solo negocios, son para Ellos.
Oriel suspiró. No tenía caso discutir con un chico adoctrinado para creer tonterías. El tema del culto era solo una fachada para aquella organización criminal que trataba a las personas como si fueran simples pedazos de carne.
—Indícame el camino e iré por mi cuenta. No estás obligado a seguir.
—No, Ellos ya saben —lloriqueó el joven y siguió adelante—. Ya no tengo salvación.
Los sollozos inundaron el pasadizo, pero Oriel no se esforzó en tratar de comprender a su compañero. Seguir la lógica de un loco solo podía llevarla a la locura... Aunque esta tal vez ya la había alcanzado.
—¿Sabes del último trabajo de tu hermana? —preguntó después de un largo silencio. Si ese edificio estaba terminado también debían ir allí—. Mi colega me mostró un plano algo extraño.
—Sí, el nuevo hogar... Una casona vieja en las montañas... Mi hermana hizo los planos para remodelarla... Un lugar en donde Ellos pudieran quedarse a gusto... Era su salida, pero falló... Mi Diana falló.
—¿Por qué quieren un nuevo hogar? ¿Es una expansión?
—Es un reemplazo... Quemaron la vieja por la niña que escapó hace dos años... Es la segunda que escapa en más de treinta años...
Se detuvo en seco y lo obligó a imitarla.
—¿Hace dos años en dónde?
—En uno de los criaderos...
—¡¿Criaderos?! —interrumpió sin dar crédito a sus oídos. ¡¿Ahora los criaban?!
—Se publicó en los periódicos como la desaparición de una pequeña —continuó, ignorando la pregunta—. Dijeron que tenía una enfermedad neurológica grave y mostraron a unos padres desesperados por encontrarla. Nunca apareció, la dieron por muerta y dejaron de buscar.
—... ¿Cómo se llamaba?
—No tenía nombre. Para Ellos era ganado... Pero en los periódicos la llamaron Judi Brown.
—Judi... Brown... —susurró como si dejara salir su último aliento. Esa niña apareció en todos los medios nacionales e internacionales. La noticia conmovió al mundo entero con las lágrimas de unos padres en búsqueda de su pequeña de apenas diez años...
Y era ganado. Solo ganado... Igual que Oriel tantos años atrás.
El hielo que la invadió al recibir la noticia poco a poco fue cediendo al fuego que a diario trataba de apagar. El monstruo que mantenía encerrado en su pecho comenzó a rugir con fuerza, a exigirle esa venganza que aún no podía conseguir.
—¡Muévete! ¡Llévame a ese jodido ritual! —siseó contrayendo todo el rostro y cada músculo del cuerpo.
El chico retomó la marcha casi al trote cuando ella le puso el cañón entre ceja y ceja. Continuaron por el corredor, torcieron a la izquierda, luego a la derecha, derecha otra vez, todo recto, izquierda... Oriel dejó de prestar atención al camino en ese instante. Una voz ceremoniosa llegaba cada vez más clara hasta sus oídos.
Empujó al joven y este aceleró en medio de sollozos. Solo aminoró la marcha al llegar a un corredor más ancho que los demás. En una de las murallas había una enorme puerta doble de madera abierta de par en par.
—Quédate atrás —ordenó Oriel en un susurro.
El hábito de moverse con cautela primó a pesar de su estado emocional. Apoyó la espalda en la pared y desde allí asomó la cabeza por la puerta; solo lo suficiente para analizar la situación.
Los símbolos alusivos a Satán la sorprendieron. Hasta ese momento solo los había visto adorar a los líderes y nada más.
«Entonces el círculo interno sí es una especie de secta satánica...», pensó observando al grupo de encapuchados que escuchaba la misa negra.
El sacerdote llenaba una copa con un líquido rojo que fluía desde el cuerpo mutilado sobre la mesa de piedra. «Llegué tarde», se recriminó frustrada mientras dejaban la copa, con sumo cuidado, en una segunda mesa cubierta por un mantel negro. En el centro de esta había un plato con un corazón humano fresco y dos ojos, todo decorado con finas hierbas que le daban el aspecto de un platillo gourmet ...
Iba a salir de su escondite para balearlos a todos cuando un temblor la obligó a mantener su posición. Desde el interior de la habitación llegaron alabanzas seguidas de una ceremoniosa bienvenida por parte del sacerdote.
Cuando se asomó otra vez casi dejó caer el arma: el chico no estaba loco.
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