3
La calidad de esos lavados de cerebro era impresionante. Los dueños del restaurante la miraban como si fuera su peor enemigo e incluso amenazaron con llamar a la policía si no dejaba de «acosarlos».
—¿La policía? —Sonrió con sorna—. ¿Seguro? Yo no los querría aquí si encubriera a una organización que lucra con órganos humanos. —Alzó la voz, de manera que los clientes escucharon y comenzaron a murmurar nerviosos.
—¡Lárguense!
—¡Qué sorpresa! Pensé que no hablaba español. —Su sonrisa se desvaneció. Estaba lista para recurrir a métodos menos pacíficos cuando su alumna entró y la arrastró afuera.
—El cliente quiere vernos —informó Okapi, antes de que pudiera protestar.
—¿Cliente? Pensé que era un caso de interés para la agencia.
—No, nos llamó un particular. Quiere vernos en el cementerio.
—Claro, un destino turístico imperdible —ironizó Oriel. No le sorprendía, los clientes particulares siempre eran... bueno, particulares.
Una hora después se encontraban ante el majestuoso mausoleo en donde descansaban los restos de la víctima. Allí las esperaba un hombre delgado, vestido con jeans y una sudadera con capucha que no permitía ver su rostro.
—G-gracias por venir —saludó con voz temblorosa. Oriel dedujo que era joven, apenas en sus veinte—. Es... Por favor, síganme.
Sacó una llave y abrió la reja que daba acceso a las escaleras de la cripta familiar. Bajaron tras de él en silencio total, adentrándose en la fría oscuridad, iluminada solo por sus linternas. Después de un vistazo rápido, ambas se dijeron con la mirada que algo no calzaba.
—Su familia ha de respetar mucho a los muertos —comentó Oriel—. Todo está muy bien cuidado. He visitado otras criptas y tienen tanto moho que las paredes te miran.
—Sí —respondió él con voz queda.
—¿Cuántas generaciones descansan aquí? —inquirió Okapi—. Pareciera que hay varios niveles. Debe ser difícil bajar con un féretro.
—Lo es. Por favor, no más preguntas.
Maestra y alumna intercambiaron miradas al notar el temor y la angustia en la voz del joven. Esos casos también eran habituales: un familiar hambriento de justicia se involucraba en asuntos que era mejor ignorar.
Diana descansaba en el último nivel. Su guía se adelantó y, con excesiva facilidad, retiró la placa que indicaba el nombre de la mujer. Repitió el mismo proceso con las otras que se encontraban cerca de ella.
—Pueden acercarse —indicó al terminar.
Las mujeres examinaron las inscripciones antes ocultas: el símbolo de la estrella y la frase «aquí yace un soldado que ha cumplido con su deber».
—¿Te suena? —preguntó Okapi.
Oriel negó con la cabeza, era su primera vez en la tumba de un miembro de esa organización. Lo que no dejaba de ser extraño, considerando que ella solo recordaba fosas comunes de personas enterradas sin ceremonia alguna, como si fueran simples residuos que debían desecharse después de la faena.
—Te noto asustado, chico. ¿Pasó algo? —preguntó Oriel.
—Pasa que no quiero este deber —sollozó y les apuntó con una pistola.
Ambas pusieron los ojos en blanco al ver aquellas manos inexpertas y temblorosas sosteniendo el arma. El joven ni siquiera podía mantener una postura firme y obvio que no las veía con claridad gracias a la escasa luz y las lágrimas que inundaban sus ojos.
—Estás tan verde que me ofende —comentó Oriel irritada. Luego se dirigió a su alumna—. ¿Puedes creer que me manden a matar con un crío como este?
La joven echó a reír.
—No te enojes, profe. A lo mejor pensaron que solo era yo. Aunque no deja de ser ofensivo. —Sonrió con soberbia, apagó la linterna y se ocultó en la oscuridad.
—¡S-s-si...! ¡Si no te muestras la mato! —amenazó, pero solo consiguió risas en respuesta. Volteó al identificar que estas provenían desde atrás.
Oriel le sonrió compasiva. Okapi lo tumbó antes de que el pobre chico fuera siquiera capaz de apuntar con propiedad... Si es que era capaz de hacerlo.
—Chico, pongámoslo simple: me ayudas y te ayudo. —Avanzó hasta él y se agachó para mirarlo a los ojos—. Dime qué es esta supuesta cripta y quién te manda. Nosotras los encontramos y nuestra gente los atrapa. Para eso llamaste, ¿no?
El chico tragó entre sollozos. El rostro del joven le decía que temblaba de impotencia, rabia y miedo. Al final, asintió con un movimiento rápido y nervioso. Okapi le ayudó a levantarse después de quitarle el arma.
—Ella no quería. Pensó que... pensó que, si obedecía, la liberarían del deber. No fue así, nunca es así...
—¿Qué deber?
—Tenemos que... que proveer. Si no lo hacemos, ellos vienen.
—¿Ellos? ¿Los que te mandaron? —El joven negó con la cabeza—. ¿Quiénes entonces?
—No sé. Solo sé que si no obedecemos somos nosotros. Toda persona es reemplazable. Mi hermana... Diana quería hablar, pero la callaron. La callaron igual que a los demás... Igual que van a callarme a mí.
—Las tumbas... ¿Son todas de «soldados» como tu hermana? —Él asintió y apuntó a la pared de la izquierda.
—Allí hay una puerta secreta. Conecta con una de las bases.
—Una última pregunta. ¿Cómo es que sabes tanto?
—Nos han tenido por generaciones. Y yo... yo no quiero. —Rompió en llanto.
Okapi la tomó del brazo, alejándose un par de metros del joven.
—Profe, sé que tienes experiencia, pero creo que deberíamos pedir apoyo —susurró. Oriel se indignó al percibir cierto dejo de temor en su voz.
—Hazlo, pero no voy a esperarlos. No les pienso perder la pista otra vez —respondió en otro susurro y luego regresó con el cliente—. Chico, quiero que abras esa puerta.
—¡Pero...!
—¡No voy a parar ahora, Okapi! —interrumpió cortante.
La joven emitió un sonido similar a un gruñido mientras sus pasos resonaban a través de la cripta, hasta perderse escaleras arriba.
Oriel siguió al cliente hasta el muro que ocultaba la puerta. Él la cuestionó con la mirada al activar el mecanismo de apertura, quizás esperando que se arrepintiera, y ella fingió no notarlo. No iba a retroceder cuando estaba tan cerca.
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