Archie.
Despierto sobre un cómodo colchón sobre una cama de dosel. Estoy solo y todo está casi en penumbras. Atisbo una lámpara a mi lado, encendida. No sé dónde estoy, ni como llegué hasta allí, lo que recuerdo es al señor del bastón perseguirme y querer llevarme a un "parque de atracciones" consigo.

Me dije que estaba algo loco con su sonrisa malvada. Quería convencerme pero no lo ah logrado, jamás. En el aire percibo frío y también una ventana, con tablones de madera tapándola en todos los sentidos. Salida obstruida.

¿Y si aquel señor me había secuestrado?, no era posible. Y recuerdo el martillo que tome prestado a un vecino de confianza,me palpe, no lo tenía. Evidentemente alguien me lo había quitado, así que tendría que armarme con alguna cosa. Vi velas en la mesita, al lado de la lámpara, entonces se me ocurrió que quizá podría provocar un incendio. O desclavar los tablones y escabullirme. Tengo los pies en el suelo, me encuentro pensando diferentes alternativas e imaginando escenarios en mi cabeza. En el cuarto hay muebles grandes y en frente de la cama, una puerta.

Me acuesto mirando el techo, las sábanas huelen un poco a encierro pero pronto inunda la habitación lo que parece ser incienso. Estaría delirando, ¿Que podría ser peor?. Podría estar muerto.

Alguien golpea la puerta, y doy un salto del susto. Decido esconderme rápidamente debajo de la cama y así lo hago. Como tengo complejo flaco, entro muy bien y hasta sobra un poco de espacio. La puerta rechina y se golpea hasta atrás, con algún mueble. Una pisada, y otra. Atisbo un resplandor de luz, vago pero refulgente. Veo un par de zapatos lustrosos en el suelo de la habitación y trato de hacer memoria.

—Eh, ¡Chico!–, llama este—¿En dónde te has metido?.

Tiemblo sin quererlo, y me pongo en alerta, solo que el corazón me late a mil.

—No te haré daño, solo te traigo algo de cenar, eh pensado que puede gustarte. Lo preparé yo mismo, justamente para que me des tu opinión. Estás en mi casa y me gustaría conocerte más, pero si te dispones a ser tímido no tengo más remedio que sonsacarte las cosas. Mi nombre es Fenrirland, ¿podrías decirme el tuyo?. Está bien si no quieres.

El silencio se hace presente, su voz es calmada y el tono adecuado que podría hasta hacerme querer salir de mi escondite. Sin duda alguna sonaba bien, parecía querer entablar una especie de amistad pero sin ninguna mala intención. Vale, ¿debería salir?.

Lo oigo quejarse por no sé que cuestión, y posa lo que parece ser una bandeja en el suelo, es comida. Si me trajo de cenar, que curioso llegaba a ser. A decir verdad la situación me había robado el hambre, así que no deseaba nada en ese momento. Oigo que retrocede y el crujir de la puerta, hasta que se cierra completamente. Sin embargo, la comida yace allí, en el suelo como la dejó. Pienso, pienso intensamente. Hasta que pasa un largo rato, no veo ninguna sombra debajo de la rendija de la puerta.

Debería trabar la puerta para que el sujeto no tuviese acceso a entrar de nuevo. Sería muy estúpido si dejase la llave a mi alcance, así que tendría que usar en ese caso, un mueble. Y a la vista diría que pesaban, y mucho. Me deslicé hasta ponerme en pie. Le lancé una mirada curiosa a la comida. Tomé la lámpara que parecía ser de aceite de la supuesta bandeja. Había un cuenco con sopa, verduras salteadas y fruta, también una gran hogaza de pan. Estaba en general caliente, y la porción era generosa. Di gracias para mis adentros y me dispuse a comer, con nerviosismo o para calmar mi latente ansiedad. Si podría tener veneno o alguna sustancia de ese tipo, no me importó porque no sabía que más hacer.

Ah, ¡el martillo!. Debía dar con él, serviría de mucha ayuda en ese momento.