#15
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Los faroles titilan con insectos insistentes volando al rededor. Polillas, moscas, mosquitos.
Sonrio y me acomodo el sombrero con un tic del dedo. Las calles están desoladas a estas altas horas de la noche. Podrían hurtarme o amenazarme con un arma pero estoy lo suficientemente tranquilo como para no pensar en eso. No pienso en nada, solo camino vagando sin rumbo alguno.
—La-la-la-land.–canto.
Estoy solo desde que aquel mocoso escapó de mis manos. Todo iba bien, hasta que se las ingenió mientras yo tenía la guardia baja. ¡Que estúpido había sido!, ¡Me arrepiento tanto!.
Logré hasta tenerle un poco de aprecio, no creí que alguien dentro de mi casa aparte de mi, fuera a caer redondo en aquella trampa de oso, que no recuerdo ni cuando haberla puesto.
Olvido las cosas,no se dónde las dejo ni cuando las hago, y todo se torna un caos. Ese chico me atrapó por completo, y le estoy agradecido por revelarme un lado de mi, que creí que estaba enterrado. Amabilidad, luz... lo que sea que fuera aquello. Cuando la niña de las galletas tocó a mi puerta, dibujé instantáneamente y sin querer una sonrisa, para demostrarle que no iba a hacerle ningún daño y que podía confiar, de igual modo me devolvió aquel gesto inusual de positivismo, y me ví extrañamente un poco felíz.
O alegre, como diría cualquier persona normal, estaba feliz de aquello, y que me ofreciera su variada línea de sabores que tenía.
Poseía una voz angelical y unos rasgos bonitos, y llamativos. Jamás había visto a una niña tan linda, ¡y llevaba el cabello tan verde!. Aparté cualquier pensamiento positivo de mi mente,y al entrar di un portazo sonoro, para luego ver al chico sentado en el suelo haciendo quien sabe que, pero en un trance de pensamientos, y ofrecerle la única caja de galletas que le había comprado a la niña.
Fueron sensaciones contradictorias hacia mi persona, me sentí invadido por una nueva necesidad. La necesidad de ser salvado.., y por un momento creí que podría seguir adelante con aquella mentalidad alegre, que supuse, duró un par de instantes.
Al mocoso se le iluminó el semblante, y dibujó una pequeña sonrisa fugaz, que desapareció en cuanto la vi. A lo que respondí con:
—Quisiera tener hambre, porque en este momento carezco de todo sentido común humano. Así que, si quieres puedes comerte todo. No me importa, mientras no seas ruidoso e intentes algo.
Con una mano toma la caja, y asiente no sé si agradeciendo o en referencia a lo que le acabo de decir.
—¡Eres un niño tan lindo y adorable!.– exclamo, para luego soltar una carcajada colosal y darme la vuelta, y marcharme lo antes posible de ahí.
Iría a fumarme un puro y a tocar algo de mi viejo piano. Las partituras todavía eran legibles, y tenía un par de canciones grabadas de memoria.
Mis dedos recorren el polvoriento instrumento, y decido por hoy quitarme los guantes. Me acomodo en el taburete de piel de gamuza, y empiezo a tocar. La melodía inunda la sala y el poco espacio que queda. Me quito el sombrero en una pausa para tomar aire y abalanzarme sobre las notas una vez más.
—¡Oh, oh!.–exclamo.
Escucho desde ahí unos pasos y me giro bruscamente. Mi gato Wallace trepa hacía mi,y se acomoda, ronroneando.
<<Eres un ser perverso>>, pienso.
Si estoy loco, pues no está mal. Si estoy cuerdo, que pena, porque la realidad te estampa siempre contra una pared de mármol y te quiebra las costillas. Si estoy un poco loco, y tengo un pie en la realidad y otro en la fantasía lírica de mis alucinaciones, entonces todo está bien.
¿Porqué no lo estaría?, somos marionetas de lo humano, de lo mortal. Por ese motivo no quiero seguir siendo un humano ordinario, quiero ser yo mismo. Y eso requiere traspasar toda línea y realidad.
Acaricio el pelaje de Wallace, que duerme plácidamente. Es genial tener una compañía de vez en cuando y no estar tan solo. A veces solo quisiera ser acompañado, quizás.
Son pensamientos fugaces.
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