Prólogo
Corro con todas mis fuerzas huyendo de aquella bestia que me persigue desde
hace kilómetros atrás. Permanece con sus rugidos escalofriantes que me hacen
helar mi sangre, rogando por mi vida a que pueda salir de esta.
El viento me enfría la cara, ventilándome del sudor creciente que me sale de la
frente. Paso de manera rápida la mano para quitármelo, pero una mala jugada de mis resbalosos zapatos me hace tropezar y pegarme en el cuello con una rama muy dura que me deja tirada en el suelo rocoso del bosque. Asustada, me quejo en silencio, arrastrándome del otro lado para confundir a la bestia, o tratándolo de hacer, porque juraría que su olfato es bendito, sagrado, inigualable.
Por más que me alejo, esa cosa sigue manteniéndose al margen, intacta, sin miedo a atacar a una indefensa presa que corre por su vida en un lugar completamente desolado, sin ninguna posibilidad de sobrevivir, aunque eso no me impide seguir intentándolo y tener la esperanza a pesar de que vaya disminuyendo con cada minuto que paso en este horrible lugar, o más bien; En esta posición. Siendo el juguete nuevo para divertir, mientras yo me concentro en huir.
Los rugidos vuelven a escucharse, aterrándome. Me levanto con la poca firmeza que puedo articular para planear escapar o lograr confundirla un poco más.
Sus sonidos pesados me hacen apresurarme, ideándome un plan tonto que ruego que funcione, porque si no, estaré totalmente acabada, convirtiéndome en una más de sus presas sin pruebas de su existencia. Por algo estoy aquí, y no es nada más para huir, sino para comprobar y derrotar a la bestia que me acorrala desde hace minutos, casi horas, atemorizándome, pero no contradiciéndome. Tengo más pruebas de todas las personas que han pisado este bosque, el bosque Curts.
Tiro de la tela de mi vestido de gala oscuro ya destrozado por el ajetreo para usarlo como resistencia para subir al árbol más frondoso que la luz de la luna llena me deja ver. Me apresuro a subir a resbalones y raspadas poco a poco, escuchando el latido de mi corazón y mi respiración agitada uniéndose a la par.
La bestia parece acercarse demasiado porque su rugido y el sonido de sus garras
destruyendo algo me sobresaltan, obligándome a seguir subiendo, hiriéndome las piernas con la corteza seca del frondoso árbol. Sin importarme, mantengo el mismo ritmo hasta obtener resultados positivos. Sigo y sigo hasta lograr estar arriba de una rama, que tiembla a mi ras, como si fuese yo plasmada en este momento. Veo hacia abajo con miedo a que me descubra por mi olor, mi maldito olor inconfundible, apetecible e irreversible. Convirtiéndome en todo un festín, pero antes, tendrá que venir por mí.
Veo mis rodillas sangrando, las sobo con el pedazo de tela, usándolo como venda
y futuro juguete para la bestia que está detrás. Yo también puedo jugar tu juego disfuncional.
Enrollo el pedazo de tela como una pelota, lanzándola con toda la fuerza que me queda en la dirección contraria en la que puedo apreciar la presencia de la bestia.
Acertando, escucho pasos muy pesados alejándose, aliviándome. Tengo de nuevo
otra oportunidad. Sintiendo adrenalina, me levanto para seguir con el subtema de mi plan, que es subir hasta la copa del árbol, lo más lejano y alejado posible. Fuera del suelo, fuera del peligro andante.
Me apoyo con fuerza hasta pasarme en la segunda rama del pino, pasándola con
éxito y plenitud en que sí podré lograrlo, aunque eso dura poco antes de seguir
con la siguiente porque me resbalo, raspándome la muñeca, sintiéndola arder
horrible. Caigo en una esquina de la segunda rama toda adolorida y ahogando una exclamación que se convierte en un sonido grave saliente de mi boca. Traicionando mis ideas, mi plan y mi escape silencioso.
Me vuelvo a levantar con fuerza, dispuesta a salir de esta, jurándome de que lo lograré. Siento algo filoso atravesar mi piel del cuello, gritando del dolor punzante
que siento al instante. Antes de procesar lo que pasa, veo la cara transformada de
la horrible criatura viéndome directamente a los ojos con su color rojo intenso en
los suyos, reluciendo en la oscuridad.
—Los ángeles también pueden ser malvados—su voz se filtra en mis oídos,
reconociendo esa voz fuerte al instante, inimaginable. Aquella icónica risa resuena
con eco en el lugar, escuchando lo último audible antes de perder el sentido,
sintiendo como último sentimiento el miedo, el maldito miedo condenable y
protestante a mi fe, acabándola sin piedad. Desapareciéndola en su totalidad.
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