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Capítulo 8

La luz de lectura de mi pequeño escritorio comienza a parpadear, inesperadamente, cansadamente. Tal vez exigiendo ser apagada como mis ganas de forzarme más. Y sigo mirando a la nada, a un rincón oscuro de mi habitación, inaudita. Con la verdad en la mano y la cabeza como un puño. Apoyando los codos y sujetándome la cabeza con las manos, con desespero, pasándolas por mi cabello con estrés, ansiedad, impotencia, desespero.

El reloj marca las 2, las 3, las 4 de la mañana y mi posición no cambia. Las imágenes vagan en mi mente, ruidosamente. Cada recuerdo, palabra, acción, secreto, acertijo, indirecta, encajan como piezas de rompecabezas. Uniéndose perfectamente.

Dan las 5 y es cuando recién me inmuto del paso increíble del tiempo, lo que parecía lo menos indispensable en mi unión de ideas, de hechos, en mi cronología mental. Resolviendo los enigmas que me acorralaron por días, lo que se sentía una eternidad a mi pesar. El tiempo se siente lento cuando la tortura aumenta y fluye como la corriente cuando te acostumbras, cuando te resignas, cuando aprendes a ser masoquista y disfrutarlo.

El revuelo, el ajetreo, lo paralelo, los garabatos que tengo en mi cabeza, en mi mente, en mis pensamientos, en mis cuestionamientos se juntan, se unen, se coordinan para torturarme, para encaminarme a la verdad que me negué aceptar plenamente, hasta este momento a solas, a penumbras, dirigida por el camino al destino correcto. La realidad que no lo parece en su totalidad.

Miro a mi alrededor, mi espacio, rodeado de libros prestados de la biblioteca que parecieron un fraude para mi recorrido a mirar con un tercer ojo, al lado de impresiones de información que creía valiosa de internet, de largas horas de desvelo en sitios ocultistas, esotéricos, hasta llegar a lo insignificante de paráfrasis de conclusiones que sacaba, erróneas, totalmente erróneas. Bueno, con frases rescatables, ideas rescatables y hasta contradictorias como: "Todo está en tu cabeza, todo lo creíble, lo real, la ciencia lo confronta". Y sólo pasa, te niegas, te resignas, cuando pasa frente a tus propios ojos. Es ahí cuando nada de lo que viste, tiene sentido y al final, no tienes más que aceptarlo para seguir, para vivir. Aunque nadie dijo que sería plácidamente.

Cansada mentalmente, frustrada, con ganas de llorar de impotencia, incomprensión, desolada, aviento todo, arrugo los papeles en un acto impulsivo, hago de lado los libros y después, salgo corriendo por la casa, con prisa, sin importarme un carajo el ruido, mis acciones. Me siento atrapada, confundida, con asco, furia, ganas de gritar, hasta salir de ese lugar, llegando al helado bosque, corriendo lo más que puedo hasta sentir calor, desesperación y quedarme en cuclillas, mirando la oscuridad, sintiendo el frío, escuchando la naturaleza, dándome cuenta lo lejos que llegué, o eso es lo que percibo. Y de pronto, todo lo conectado, revelado, radicado, estalla en mi cabeza, provocándome un estado de histeria, de una crisis nerviosa, todo sucediendo en mi interior, resonando y repitiéndome: "Los monstruos no existen". Palabras que me tranquilizan al repetir y repetir llegando a mil, pero que al final, terminan siendo falsas. Completamente falsas, porque los peores monstruos son los que radican en nuestra cabeza y esos, no hay mal que los pare.

El lugar está a penumbras, el camino blanquísimo, maravillosamente reflejante. Cada vez que avanzo, mis pasos resuenan en eco, con un camino con curvas, y total silencio. Parece ser un lugar cerrado por la cálida temperatura, sobre todo, por la desolación.

Veo una luz, intento alcanzarla, pero choco con una pared, estoy en un pasillo infinito. Vuelvo a intentarlo, vuelvo a fallar, resisto, nada. Prosigo, me limito a continuar con cautela, siguiendo la luz, dirigiéndome por las curvas hasta sentir que me acerco más y más, pero mientras más me acerco, las paredes parecen encogerse, encerrarme, atraparme. La paranoia me convence para correr, correr, correr desesperadamente. El sudor cae por mi frente, mi nariz, resbalándose por mi rostro. Manteniéndome fuerte, sigo corriendo, hasta alcanzar la luz en un espacio fuera del pasillo, tirándome al suelo. Respiro, tomo aire, inhalo, exhalo, incorporándome de ese exhaustivo momento. Miro hacia arriba, es la luz de un sólo foco.

Es cuestión de segundos para escuchar un fuerte rugido, seguido de una risa malévola. Mis nervios se ponen de punta, helándome el ser. Una figura oscura se acerca, mitológicamente irreconocible, pero con extremidades animales y rasgos humanoides. El terror me acorrala, motivándome a volver a correr como si no lo hubiera hecho en un principio. Vuelvo al pasillo, horrorizada, sin aliento, pálida. Corro por mi bien, por mi vida, por mi salvación o sólo ahuyentando mi destrucción. Mi destino.

Las paredes vuelven a atemorizarme, amenazarme, acorralarme de mi paranoia. Las luces tenues se comienzan a apagar una por una, hasta estar a total oscuridad al avanzar velozmente. Otra luz se aproxima, se ve a lo lejos, pero me niego a volver a descubrir mi suerte. Paso de largo, giro por las curvas, motivada y siendo llevada por la exaltación.

Las risas maquiavélicas vuelven, la presión me invade al sentir algo detrás mío, apresuro el paso, corro tan fuertemente que siento mis piernas doler, casi doblarse, temblando del miedo, del horror, del pánico. Naciendo de lo más profundo de mis instintos.

Sintiendo calor, mucho calor, siguiendo en el infinito pasillo, las paredes están tan cerca que casi mis brazos los rozan, chocan. Repentinamente, el ruido incrementa, pero a los lados, notando que detrás de la oscura pared están criaturas con expresiones macabras, retorcidas, inhumanas, estando atrapadas detrás. Detrás de lo que parece una habitación, una extensa habitación, oscura, torturante, del pánico. Una habitación del pánico.

Sintiendo flaquear las piernas, los oídos aturdidos y la fortaleza mental hecha trizas, la esperanza incrementa al ver una luz en lo que parece el final de eterno pasillo, una luz iluminando una puerta totalmente oscura, pareciendo metal, esperando por mi presencia, mi insistencia. Me tapo los oídos, tomo aire y aumento mi velocidad, sintiendo mi corazón a mil, mis músculos doler y mi razón por decaer, hasta lograr llegar, tocar la puerta, jalándola fuertemente, duramente, siendo testigo de la última luz apagándose ante mi impertinente y desesperada presencia.

Mis articulaciones me duelen, el agua caliente cubre mi cuerpo como una manta, abrigándome momentáneamente. Estoy exhausta, apenas dormí después de la conmoción de emociones que sentí. Se sintió como el infierno, pero en realidad, adentrarte a la verdad a la que te abstenías, lo es. Siendo culpa de las vendas y cadenas que nos atamos nosotros mismos, hasta estar más claro que el agua, inevitablemente.

A pesar de ya haber lavado todo mi cuerpo y cabello, sigo en el chorro de agua caliente, con la cabeza agachada, viendo y sintiendo el agua escurrirse. Rememorando fragmentos del sueño que tuve, más bien; La pesadilla. Una de las peores y más intensas que he tenido en mi corta vida. Pero, irónicamente, se sintió tan real porque precisamente fue real, en otra perspectiva, otra dimensión, podría ser.

Recargo mi frente en la pared blanca, con pesadez. Inhalo y exhalo, tranquilizándome, recordando que todo ya pasó, que no puedo cambiar lo sucedido, pero sí lo que viene y eso, eso haré. Por más que me cueste, duela y batalle, seguiré. Porque todo sucede por una razón y esta, no es la excepción, la cuestión es averiguarla, descubrirla. Con aún más intensidad.

Un monstruo conlleva, pero carece de aptitudes humanas, por lo cual ¿Todo monstruo es humano?

Me rasco la cabeza, pensativa. Errónea de nuevo con mi diagrama de Venn. Deducir la situación con diagramas, mapas y tablas es más complicado que la mismísima clase de cálculo avanzado, o eso creo. Tengo más garabatos que pensamientos concretos en mi cabeza. Estoy mentalmente cansada. Sin embargo, no me rendiré. Con eso en mente, borro y vuelvo a escribir mis deducciones de este ejercicio que me planteé.

Siento un peso de encima al desahogar mis emociones contenidas, dudas contenidas, pero no completamente respondidas. Sólo puedo deducir aspectos básicos, obvios, aunque no confirmados. La tranquilidad del lugar, de nuestro "cuartel" que aparentemente era la vieja sala de maestros, ahora vacío, me sirve bastante, ayuda bastante con mis crisis existenciales. Es mucho mejor que la biblioteca o mi habitación.

Replanteo: "Humano", "Monstruo", "Aptitudes", "Carecer".

Obteniendo:

1. Algunos monstruos son humanos, por lo cual carecen de aptitudes (humanas).

2. Los monstruos conllevan aptitudes humanas, pero a la vez las carecen.

Tacho las dos últimas palabras, queriendo crear otra deducción con las primeras dos.

3. Todo monstruo es humano. (Todos los monstruos son humanos).

Termino de escribir y miro la hoja dudosa. A eso no quería llegar, pero es algo bastante factible.

—¡Demonios! ¿Estás citando a AHS? —Cailin llega de sorpresa, provocándome un susto de muerte, soltando el lápiz a su suerte y ahogando un grito. —¡Perdón! —llega detrás de mi silla y me agarra de los hombros apenada. —Jamshyd me comentó que estabas aquí—soba mis hombros en modo de disculpa, lo que me hace sonreír.

—¿Por qué se hablan formalmente tan de repente? —le pregunto con esa gran duda que he estado notando últimamente.

—Básicamente, en trabajos formales, horas de trabajo, como reuniones, proyectos, nos hablamos como se debe, y nos tuteamos en eventos más informales porque es innecesario. Se tratan de reglas que adecuamos a nuestra manera de trabajar—eleva los hombros al verme callada, analizadora.

—Me gusta su ritmo, es interesante—haciendo una pausa al resumirlo, la pelirroja sonríe ampliamente.

—Y lo que te falta por ver...—se lo dice a sí misma, susurrándolo en el momento que ordeno mis cosas, para evitar preguntas.

—¿Qué? —reacciono.

—¡Comienza la semana de prueba! —antes de hacer cualquier movimiento me jala fuertemente con ella, apenas pudiendo recoger mis cosas mal acomodadas y otras que he dejado en la amplia mesa.

Me quejo diciéndole que espere, pero ignora mis peticiones aumentando la velocidad, casi tambaleándonos juntas.

Presentación. Introducción. Preguntas, preguntas y más preguntas. Opiniones, fotos, videos, tomas de los ángulos más normales a los más incómodos posibles. Asistencia y la chica de la grabación, que por supuesto soy yo.

Cailin entrevista a los capitanes y entrenadores de los equipos de deporte, específicamente a los chicos de baloncesto por las competencias mensuales. Se desenvuelve con mucha facilidad y mucha confianza. El carisma se siente y la diversión aumenta con sus ocurrencias. La seguridad emana de ella, bastante admirable, pareciera que fueran amigos los chicos entrevistados, ríen en conjunto a la chica y le siguen la complicidad, claro que hay unos más serios que otros, pero en general, ella los hace sentirse cómodos. A pesar de que el chico de la cámara esté fotografiándole hasta los poros y la chica encargada de grabar su voz, con otro pequeño micrófono aparte de el de Cailin, esté grabando sus errores o respiraciones. Tan cercanamente.

La rutina de trabajo sigue uno por uno de los jugadores más relevantes, según mi equipo, hasta comenzar a sentirme fastidiada por saberme las preguntas como las líneas de un guión de teatro.

Su forma de entrevistar puede ser un poco encantadora en el sentido de coqueteo, tal vez siendo su táctica para entrar más en confianza, aunque puede ser algo complicado de asimilar, hasta llegar a malinterpretarse. A los largos minutos, mi mano comienza a dolerme, entumirse, tensándome. Lo mucho que puedo hacer para apoyar mutuamente es sonreír concordando o estar atenta, intentar estarlo, pero el deporte no es mi fuerte, al menos fanáticamente hablando. Y aparte, soy muy tímida en comparación a Cailin. Siendo un paso, un escalón incluso mayor.

Los comentarios fuera de nuestra labor en el área son escasos, sólo nos dirigimos miradas y sonrisas reconfortantes en momentos, pero la distracción es nula. Siendo bastante serio y profesional, más de lo que ya había visto. Cada chico es muy diferente al otro, tanto física como mentalmente, la mayoría son agradables, pero hay ciertos que, tan sólo escuchando sus respuestas, resultan como una patada en el hígado, llenos de ego y arrogancia. Incluso, un castaño claro de ese tipo quiso ligarme, pero lo mandé a freír espárragos ignorando sus cuestionamientos y frases asquerosas, haciéndome la muda e indiferente, porque para su suerte, lo estoy. Completamente.

A los 15 concursantes en el desfile de entume y aburre al personal de periodismo, decido escaparme un momento fingiendo que iré al baño. Ya no siento mis extremidades. Pero, en el momento de la acción, al irse el décimo quinto entrevistado, Cailin se deja caer exageradamente sobre mí. Pesándome más el alma.

Me quejo con sorpresa, agarrándola de manera protectora.

—Un descanso—cierra los ojos por un momento, antes de recobrar la postura y beber de su gran botella de agua que mantenía en el suelo del gimnasio.

El juego comienza, dándonos cuenta por los sonidos fuertes y el balón peligrosamente yendo hacia nuestra dirección. Nos separamos de golpe y agudizamos un grito, a no ser por los reflejos de Corey que nos salvan de un trágico accidente, casi dándonos en toda la cara, literalmente.

—¡Cuidado, señoritas! —sonríe dirigiéndonos a otro lugar, con la cámara colgando de su cuello y con otra en la mano derecha. Sujetándolas fuertemente.

—¿Tienes buenas fotos o ya podemos largarnos un momento? —Cailin al terminar la oración, aclara la garganta con dificultad, notando la ausencia de suficiente hidratación. —Hablar como un loro me sienta mal, aún debo hablar—se palpa el cuello.

Corey le da unas palmaditas reconfortantes, a pesar de exagerar la victimización que me provoca una risa explosiva.

—Diez—él mismo dice, refiriéndose a los minutos libres.

—¡Quince! —reniega. Apagando el botón de amplia sonrisa, cautivante y carismática. Totalmente entendible.

—Entonces, me les escaparé unos minutos porque si sigo de palo, podrían mejorar su puntería y sería un trágico recuerdo para el primer día—ríen de mi comentario espontáneo, les sonrío de vuelta, búfonamente.

Un par de chicos con uniforme de diferente color al usual negro del equipo que entrevistábamos, vistiendo uno blanco, se acercan a Cailin de forma amistosa, notablemente que son amigos suyos porque se abrazan y saludan eufóricamente. Los chicos parecen mellizos por sus similitudes en su cabello rubio y ojos avellana. Corey me ve elevando las cejas, antes de unirse a saludarlos por educación. En cambio, yo, me apetece salir un momento de este infernal gimnasio que comienza a ser agobiante. Les sonrío con educación, finjo guardar con concentración los pequeños equipos de los que me encargaba, en la bolsa a la cintura que nos ayuda, al terminar, cierro el zipper y retrocedo para no seguir siendo descortés al no tener interés.

Me giro y doy un paso dispuesta a huir antes de que me unan a la bolita. A punto de irme, recuerdo mi escaso conocimiento sobre el enorme lugar.

—¿Cómo doy a los baños de chicas? —pregunto en plural, volviendo.

—Por los vestidores—responde Cailin entre risas, siguiendo con su plática.

—Pasándolos—corrige el castaño, sonriendo igualmente.

Me quedo dudosa por su indicación. Articulo para pedir aclaraciones, pero me calla el silbato que me sorprende, y el que crea un revuelo con los chicos, yéndose. La pelirroja toma a Corey del brazo, jalándolo, llevándoselo consigo y el par de chicos que parecen volver a su entrenamiento.

Elevo los hombros resignada y corro por la resbalosa cancha antes de ser punto blanco para los pelotazos. Al llegar cerca de las gradas, subo por las infinitas escaleras con energía, sin plan de detenerme. Al estar a salvo, camino pacíficamente, buscando mi objetivo. Atentamente prosigo, sin rastro alguno y sin alguna persona deambulando cerca, aparte mío. Recuerdo sus palabras, paso por los grandes vestidores y no veo absolutamente nada, ninguna separación o indicación. Bufo, encaminándome dentro. Debe ser aquí.

Los lockers son de color negro, las bancas también poseen un color oscuro y la iluminación es más blanca que en la cancha. Sigo mi recorrido notando el espacioso y limpio lugar, hasta toparme con un largo pasillo que parece ser otros vestidores atravesando la puerta de cristal, pero con diferente color de lockers, siendo rojos. Tal vez sean las duchas o alguna clara separación de equipo. Pero ¿Qué no los equipos que entrevistamos eran negro y los otros blancos? Oh, no. Debo estar en la zona equivocada.

Miro a los lados y al dar unos pasos más, descubro una puerta blanca, me acerco más para mirar el interior y descubro las enormes regaderas que nublan la vista de vapor, pero que desgraciadamente, no están deshabitadas y doblemente siendo una desgracia, son las regaderas de los chicos. Doy un grito ahogado, siento los ojos salirse de sus cuencas y el calor de mis mejillas avergonzadas se manifiesta, multiplicándose por millones. Uno de los cuatro chicos que se pasean liberalmente, mostrando su escultural fisonomía, se da vuelta, obligándome a correr como el dicho: "Patitas para qué las quiero".

Huidiza, me apresuro en correr lo que me falta para irme al otro lado a través del pasillo, pero mi suela se resbala, provocando un chillido. Lo que me hace sentir una estaca al corazón, delatando mi presencia. Patinando, casi cayéndome, pero logrando llegar en una sola pieza, jalo la pesada puerta y me escondo al lado de una gran planta de mi tamaño, con la respiración y el corazón acelerado, desbocado.

¡Eran chicos desnudos! ¡Eran chicos desnudos! Asimilando mi suerte, trato de calmarme, pasándome las manos por la frente y el cabello. A punto de recibir un ataque al corazón, veo por la puerta cristalina al escuchar ruidos, viendo a algunos chicos irse con una toalla en la cintura. Tan sólo veo unos segundos antes de quitar mi mirada como si me hubieran abofeteado. Maldiciendo mi suerte, espero unos minutos hasta tranquilizarme y animarme a huir, pero ahora fuera de este caluroso lugar. Sin ganas de seguir indagando más, no queriéndome llevar más sorpresitas.

Observo la iluminación, los lockers rojos, el piso blanquísimo, la serenidad hasta dejar pasar el tiempo al ras que calmo mis repentinas emociones. Al ver la hora, pasando cinco minutos, veo la puerta cerrada de las duchas, me animo en abrir la puerta cristalina, con cautela, y salgo disparada. Volviendo a patinar, intento tomar el control, frenando en seco a medias, justo en el momento en que la puerta se abre, saliendo un chico tras ella con el caluroso vapor, secando su cabello con una toalla blanca, poniéndosela en el cuello al terminar. Ese momento me es suficiente para congelarme, impactarme al pasar en mis narices, estando detrás suyo sin que lo notase, en un lugar estrictamente prohibido que he ido a parar.

Contengo mi respiración, me mantengo como maniquí, pero no es suficiente porque se da vuelta, siendo el colmo de mi bendita suerte. Aumentando más, empeorando, al reconocer su rostro, su cabello negro y su expresión fría que apenas dura unos instantes antes de elevar las cejas con bastante sorpresa.

Trago saliva, sintiéndola rasposa, casi ahogándome. Estando paralizada, me mantengo en silencio, sin saber qué hacer o decir, pensando en correr sin más. Mis labios tiemblan y me obligo a no decir nada porque diría de todo menos algo audible. Sus ojos divagan de arriba hacia abajo, empeorado la situación, cuando yo sólo puedo mirarlo a los ojos, incómoda.

—¿Tienes un fetiche con la adrenalina o sólo estabas de mirona? —cruza sus brazos y espera mi respuesta analizándome, con un rostro totalmente serio.

—¿Q-qué? —balbuceo.

—¿Tengo que hacerte señas para que entiendas? —responde molesto, poniendo los brazos en la cintura con fiereza. —Como sea, vete de aquí, niña. Tengo que cambiarme y aún no tendrás el privilegio de presenciarlo—apunta a la salida al correrme y después, me agarra del brazo con firmeza, expulsándome. Sus húmedos dedos aprietan mi piel, aferrándose. Avanzamos y su fuerza aumenta al resistirme en un principio, dándole un codazo al aire, fallando.

—¡Suéltame! —las palabras me vuelven, dándome fuerzas para quitarme de su agarre. —No necesito que me escoltes. Cámbiate plácidamente, cabrón—escupo de rabia.

Me ve serio, antes de echarse a reír cínicamente, permitiéndome arrebatarme de su infame agarre. Siento la sangre subirse hacia mi cara, de coraje.

Importándome un carajo, me marcho echando humo, pegándole con el hombro al pasar, caminando tan fuertemente que escucho mis pisadas. Paso al lado de los lockers, sin molestarme en mirar hacia atrás. Cuando estoy a nada de echarme a correr para largarme, vuelve hacia mí y me evita seguir, agarrándome de la muñeca. Giro para verlo con tanta rapidez que mis largos cabellos vuelan, pareciendo cámara lenta. En segundos, me suelta, acorrala, rodeándome con sus fuertes brazos, pegándolos al lado de los míos, golpeando el duro metal, mirándome tan cerca, queriéndome intimidar. Un hecho indignamente récord.

No puedo evitar la enorme sorpresa con una expresión perpleja, pero me convenzo en no darle lo que quiere. Mi sumisión a sus actos repentinos. Fruto del cual no probará.

—¿Qué reacción esperas con esto? —me cruzo de brazos, elevando una ceja. —¿Sumisión? ¿Rendición? Adelante, pídelo, pero no te prometo nada.

Sonríe con diversión, mostrando su alineada sonrisa. Se acerca, intencionalmente, casi pegando su frente a la mía, haciendo caer gotas de su cabello mojado que no logran impactarme. El color de sus ojos me sorprende una vez más, al notar con más detalle las tonalidades azules en un degradado tan increíble que posee.

—¿Por qué la seriedad tan repentinamente? —agrava la voz, sonriendo aún más, satisfaciéndole este momento.

Rodeo los ojos.

—Si esperas diversión, pues honestamente, no me divierten tus "Jueguitos"—antes de permitirme continuar, despega uno de sus largos brazos para poder alcanzar el interruptor que está en la esquina de la pared, apagándolo. Dejándonos completamente a oscuras.

Maldita sea.

Aprieto mi cruce inconscientemente, queriéndome defender de lo que esté por venir, ideándome movimientos de defensa y protección. Aunque físicamente, estoy esperando, esperado más antes de reaccionar.

—¿Y ahora qué dicen tus instintos? —se acerca a susurrarme, negándome, me hago de lado, para impedir que continúe. Su tacto acariciándome con el pulgar la sien, me pone en modo alerta. —¿Asustada? ¿Nerviosa? —roza su pulgar por mi barbilla.

Niego con firmeza, entrando a otra de sus pruebas.

Ríe, y a pesar de la oscuridad en la que estamos, aún puedo notar sus expresiones, su sonrisa victoriosa que estoy más que gustosa por arruinar.

—Esto dicen mis instintos—deshago mi cruce, atrayéndolo con fuerza, jalando su toalla del cuello, teniéndolo tan cerca, rozándonos las narices, chocando nuestra respiración. —Si debería tener cuidado de tus maleficias, ya me lo hubieras demostrado. Demuéstrame que debo correr, huir, rezar, rogar, suplicar o simplemente, intentarlo una vez más, hasta verlo con intensidad, con claridad. Demuéstramelo—lo reto sorprendiéndome de la firmeza que mantengo, la iniciativa. Incrementándolo al acercarlo un milímetro más sin precaución, sin importarme nada más hasta lograr mi objetivo que parece realzar al observar su sonrisa desvanecerse.

Lo dejo sin palabras, sin acciones de guardia, sin reflejos. Provocándome una plácida sonrisa. Hasta que, una de sus manos se pasa por mi cuello, acariciándolo con lentitud, antes de sentir que inunda su cabeza en él y lo lame suavemente, siguiendo a morderlo con fuerza, lo que me hace quejarme, incrementando al sentir el agua fría caer por mi piel. Lo aviento en un impulso, golpeando su torso firme, desnudo, y me palpo el cuello, molesta, asqueada.

Al estar separados, enciendo la luz para visualizarlo mejor e ir por él, pero le basta esa corta acción para volver a tener control, aferrándose de mis brazos, posicionándome sobre la pared e intentar volver a su cometido. Forcejeamos, y estoy dispuesta a darle una buena patada donde bien se lo merece. Sin embargo, me detiene la pierna en el intento, reaccionando con otra acción en mente, permitiéndome ir por el nudo hecho en su toalla inferior, amenazándolo con la mirada.

—Hazlo—respira agitado, retándome.

—No te conviene, de verdad. Puedo quitártelas y largarme más rápido de lo que crees—advirtiéndole, aferro mis manos.

—¿Tan desesperada estás? —junta sus manos con las mías, lo cual rechazo y las quito como si me hubiera quemado.
—¿No has tenido el privilegio de probar la carne de hombre? —ríe fuertemente, burlándose, cambiando y profundizando la intimidad del contexto.

Aquí vamos de nuevo. Lo miro con desprecio, dispuesta a devolverle la jugada.

—¿Y tú no has recibido el privilegio de probar el rechazo de una mujer? —me incorporo, poniendo mis brazos en la cintura.

—Es un platillo que no he percibido en mi menú—responde orgulloso, paseándose. Al parar, me acerco a él por última vez, acariciándole de forma juguetona su marcado y cálido torso, recorriéndolo suavemente, pasando mis dedos por los altibajos de su fisonomía. Recibiendo una sonrisa aprobatoria de su parte y una divertida, con un plan concreto, por mi parte.

—Pues, estás en tu día de suerte, hoy se acabará tu ayuno. Disfrútalo—deteniéndome en los bordes de su toalla inferior, quito mi mano y le aviento la toalla que mantenía en el cuello, de un tirón. Dedicándole como último, un guiño seguido de una negación con una sonrisa satisfactoria. Hoy no. Dirigiéndome conmocionada a la salida, con actitud y sin más ajetreos, pero sí puestos en sitio.

Intento mantenerme con energía para llegar a casa a hacerles una cena sencilla a mis papás, pero los ojos se me cierran al escuchar más y más la grabación de las entrevistas que debo transcribir en la laptop. Pauso y me quito los audífonos para estirarme y dar un trago a mi latte de vainilla, notando lo frío que está al estar más de una hora y media en una de las bancas de la escuela. Suspiro agobiada al ver la noche caer, estando a la mitad del trabajo. Debo detallarlo con acciones, cambio de texto, y englobar las referencias que hacen, también una pequeña redacción del tema y los equipos. Básicamente, un orden cronológico y lineal.

Miro a los alrededores buscando algo nuevo pero lo único interesante que veo es a Lina con otros compañeros diciéndose algo entre sí, señalando algo en unos papeles impresos mientras algunos usan calculadoras y miden con algunos instrumentos. Cuando se acerca lo suficiente y cruzamos miradas, la saludo, lo cual responde con energía. Le dice algo a un compañero castaño mucho más bajito que ella y huye de ahí, dirigiéndose hacia aquí. Perpleja, hago mis cosas de lado permitiéndole que se siente. Al llegar, noto que usa unos peculiares lentes de lectura, con un ligero encaje que combina con las mangas de su vestido rosado.

—¿Estabas con tus compañeros de cálculo avanzado? —apuesto.

Sip. Estábamos repasando, pero nos quedó dudas en un ejercicio. Aún estamos adivinando la fórmula correcta de las tres—me pasa una hoja con una gran gráfica con puntos trazados, medios y operaciones bastante elaboradas. La agarro y analizo su contenido. —¿Y tú? —me pregunta.

—Transcribiendo entrevistas orales—hago una mueca, apuntando la laptop.

Sonríe con gracia, acomodándose los lentes.

—¿Tú los hiciste? —acaricio la tela con admiración. Es bastante original, hasta parece vintage.

—Como toda mi ropa—reluce su conjunto en un movimiento exagerado el cual me hace sonreír. —Si necesitas algo, sólo dímelo, te haré un precio de amigo—me guiña un ojo, sonriéndome.

—Lo tendré en cuenta, me encanta tu estilo—me sincero, apreciándola. —Y, si necesitas una modelo, me postulo con gusto—río levemente.

—Ya rugiste—mueve la mano con una seña refiriéndose a las garras de un gato, incluyendo un sonido, lo cual invoca nuestras risas tontas.

Intercambiamos una sonrisa fugaz, justo antes de volver a la hoja de su clase. La traigo al frente, alisándola de un movimiento.

—¿Tienes algún lápiz cerca? —le pregunto. En un acto rápido, saca un lápiz forrado con calcomanías de unicornio, el cual utilizo para tratar de resolver el ejercicio que falta. Sumo, multiplico y divido mentalmente con cierta duda, haciendo operaciones en voz alta que Lina me ayuda a resolver con más rapidez, como una calculadora, hasta creer terminarlo. —¡Listo!, creo—le entrego la hoja satisfecha, señalándole los procesos y el orden en que lo hice. —Utilicé el tercer método por los distintos datos. Primero, debes multiplicarlo de derecha a izquierda y después viceversa, hasta obtener un cruce. Pasándolo, sumas o restas según la ley de signos, bajando los negativos hasta volverlos positivos por la fórmula y al final, sólo sumas y divides. Lo demás, es simplemente graficar y poner el punto medio, pero es mucho más sencillo—le entrego el lápiz junto al papel, sonriéndole. En cambio, ella, procesa la información en la cabeza con evidente sorpresa.

—Wow—mira la hoja con detenimiento. —¡Cada día me sorprendes más, Janie! —deja de lado sus cosas y me atrae hacia ella de un abrazo. Me quejo por la fuerza, pero termino riéndome, correspondiéndole. —¡Gracias, gracias, gracias! —me apretuja más.

—De nada, pero no me agradezcas hasta que esté calificado como correcto—le digo con dificultad.

Me suelta de repente, guardando sus cosas en su mochila negra con encaje blanco, apresurándose en ello. Veo sus movimientos hasta que me sorprende sacando una pequeña libreta negra.

—Pon las manos—manda. Le hago caso, entregándomela.

—¿Qué es? —le pregunto con curiosidad. Es ligera y tiene un diseño pareciendo que es hecho a mano.

—¿Tú qué crees? —lo dice con ironía, ladeando la cabeza.

La analizo en mis manos por unos segundos.

—No es una Death Note, ¿verdad? —le sonrío sarcástica.

Ríe con gracia.

—Para tu suerte, no lo es—controla su risa. —Es un diario. Creo que todos lo necesitamos y, sobre todo, empezando por ti—me pica la frente con el dedo, acusadora.

—¿Por mí? ¿Por qué? —replico ingenua.

—Debiste decir: "¿Para qué?"—se levanta de un brinco, haciendo movimientos con las manos parecidas a las de un mimo. —Pero eso tú lo descubrirás. ¡Moi moi! —se va dando saltitos.

—Pero... ¡Lina!, ¡gracias! —le grito, despidiéndome, hojeando la libreta en blanco, pero con algunos escritos que no logro entender. Entrecierro los ojos, tratándolo de adivinar. Una mano posándose por mi hombro derecho me sobresalta.

—Olvidé pedirte algo. Necesito una credencial para tramitar algunas guías de estudio de cálculo y, la mía al parecer la mordió el conejo, ¿Podrías prestarme la tuya? —vuelve, con una voz más delgada y una gran sonrisa. Bufo riendo, no queriendo preguntar cosas obvias, sacándola y casi entregándosela. Estira la mano y me ve haciendo un puchero, quedándole atinado con su rostro de niña.

—Cuídala—le advierto, dándosela y cerrándole el puño tras ella.

Eleva los brazos al cielo, victoriosa. Exagerando su alegría.

—Por cierto, ¿Cómo prosiguió el asunto con el chico ruso?

—¿Ruso? —le pregunto extrañada por la comparación. Se cruza de brazos con resignación, no respondiéndome. —Pues, no resultó como lo pensaba. Fue menos de lo que quería obtener, pero honestamente, esperaba más. Mucho más, igualmente, ahí va—elevo los hombros y hago un sonido tipo 'Meh'. Resumiendo el estado actual, sin agregar detalles innecesarios al hilo del asunto.

Apoya con una leve y fugaz sonrisa. Se acerca y me da dos besos en la mejilla derecha, siendo su último gesto rápido antes de esfumarse. Dejándome impactada.

¡Moi moi! —repite, despidiéndose en un idioma que no reconozco, pero del que, gracias a ella, lo haré.

Sonrío bobamente con gracia, viéndola irse, irradiando energía y perplejidad a quienes la miran. Miro la libreta que tengo entre mis manos, pensándole su uso correcto.

 Me tallo los ojos, queriéndome deshacer de la fatiga que siento. Apenas es el segundo día de la semana de prueba y debo mantenerme en forma, pero el agotamiento es inevitable. Paso por el pasillo, con las impresiones de la entrevista listas para ser entregadas y juzgadas, contando 7 páginas y media, llenas de texto. Ahora sigue la parte con Lisse, enseñándome su trabajo como diseñadora gráfica, llenándome de curiosidad. Aunque, pasar de nuevo horas sentada, tecleando sin parar, no me llena de alegría. Simplemente quiero observar, ayudar y aprender. Posiblemente, sólo sea eso, o para variar, dejarme seleccionar y opinar sobre los colores, imágenes y tipografía.

Convenciéndome de que será sencillo, camino con calma por mi puntualidad hacia mi destino en el tercer piso, donde están los equipos de computación que están deshabitados hasta dentro de tres horas. Tiempo más que suficiente.

Doy un mordisco a mi chocolate amargo, queriéndome despertar, subiendo las escaleras con pesadez. Aquí vamos. Miro mis botas negras, concentrándome en no caer y pasar la vergüenza de mi vida. Con eso estaría más que despierta.

—¡Janie! —Lina me aturde, despertándome de ese momento pacífico. Se encuentra a unos cuantos escalones cerca mío, incorporándose. —¡Te he estado buscando desde que entramos! —respira agitada, con el cabello alborotado, ondulado y gotas de sudor cayéndole por la frente.

—¿Qué pasa? —camino hacia ella, dudosa.

Me mira con una sonrisa, tomando aire, posando su vista en las hojas que imprimí.

—¿Tienes prisa? —me pregunta preocupada, con dificultad.

—Algo—le respondo con cierta duda, deduciendo la situación.

Da un gran respiro antes de continuar.

—Seré rápida, primero...—se pone a mi lado y me abraza repentinamente. —¡Muchísimas gracias por completar correctamente el ejercicio! Y segundo, ten—agradece dulcemente, cambiando su voz a una más chillona, despegándose de mí y cambiándolo por entregarme una guía de estudio. La guía de cálculo de la cual me habló ayer.

La agarro con dificultad entre todos los papeles, mirándola confusa, en cambio, ella me sonríe deslumbrantemente.

—¿Quieres que te ayude? —deduzco con perplejidad. —Sólo, déjame entregar esto y con gusto, podré...—subo dos escalones, apresurándome, pero me detiene del hombro.

—Es para ti—me devuelve mi credencial, poniéndola encima de la guía.

No entendiendo, la miro esperando respuestas.

—Prepárate, porque... ¡Dentro de 3 horas tienes tu examen de admisión a la clase de cálculo avanzado! —entusiasmada, sube hacia conmigo y me trae de nuevo a sus brazos. Casi sintiendo que nos caeremos.

—¡¿Qué?!—me despego de golpe, agarrándola de los brazos, mirándola perdida, desubicada.

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