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Capítulo 4

Me encuentro perdida, sin rumbo. En lo profundo del bosque con una oscuridad impresionante, ni siquiera la luz de luna me permite ver bien. Voy por un camino denso, de piedra grisácea y con bordes bien definidos llevando a un lugar en concreto. Decido seguirlo y poder salir a donde sea que me lleve este misterioso camino.

Al seguir, veo atentamente los alrededores de árboles grandísimos, ocultando la luz de luna llena que es mi única vela. El temor se esfuma al ver que el camino que comenzaba a tornarse eterno se comienza a achicar hasta llegar al final. Donde como sacada de una obra de arte de Da Vinci, está una persona de espaldas, pero lo extraño son las grandes alas peculiares que no logro reconocer en su exactitud. Su origen. Son enormes, oscuras, con curvas y definiciones que, a simple vista, son minúsculas. Lo que me llama más la atención, que no es sólo el tamaño que triplica el suyo, de la persona, es ver que se trata de un chico de cabello negro, que se agarra el rostro y emite un sonido como llanto muy ligero, jadeante. Prosiguiendo a posar simplemente estando sentado en un banco detallado de piedra al final del camino que seguía, terminando en un círculo que lo encierra a él. Acabando con mi paso.

El frío no me ayuda a no sentir nervios al tener a tal escenario en frente mío, sin opción alguna más que enfrentármele. Temerosa, nerviosa, dudosa y con más términos en "osa", decido golpear las palabras con un puñetazo de orgullo a ya no salir huyendo y poder solucionar en vez de dejar a medias, aun así, no sé exactamente qué haré.

Trago saliva, avanzando y quedándome a unos milímetros del cuerpo del chico que parece esculpido. No digo nada, no supongo nada, sólo vivo el momento terrorífico frente a mis ojos sin cuestionar, sin pensar.

Acerco la mano queriéndole tocar el hombro derecho, acercándome demasiado a su espalda desnuda con brotes de firmeza, laboriosidad muscular que emanen un trance de admiración y también de confusión. Mantengo la mano ahí por unos segundos que me hacen cansarme, muevo los dedos aun dudando el hecho de tocarlo, hasta cerrar en puño y convencerme que no. Sus lamentos siguen, poniendo otro punto a favor de no hacerlo. Retrocediendo detrás con cautela, cosa que no funciona porque el crujido de una rama seca me sorprende y al chico igual pero mucho más, muchísimo más. De pronto, el chico se voltea, alarmado y gritando un sonido escalofriante que aturde mis oídos llegando a ser un rugido insoportable. No puedo evitar gritar en su compañía, pero no sólo sorprendida, sino asustada, petrificada en ese momento.

El grito se vuelve más agudo hasta llegar a ser femenino, la voz de Anya.

Me levanto de golpe, gritando y volviendo a la realidad de que estoy en la biblioteca, tumbada con los libros que había rentado de mitología. Con todos ellos terminados, pero en su tercer repaso del día. Cuarto, hasta quedarme dormida y que esta chica loca viniera a hacer semejante cosa aquí, ahora.

Fue sólo un sueño. Un simple sueño, pero con la excepción de que se sintió tan acercado a la realidad, tan real. Espero que esto no sea repetitivo.

—¡Anya! —la regaño con un tono malhumorado. Está sentada arriba de la mesa de donde estoy, comiendo papas fritas que crujen exactamente igual que la rama que pisé en el sueño que tuve hace unos segundos.

—¡Shh! Estamos en la biblioteca—sonríe de manera irónica.

Suspiro tratando de calmar mi acelerado corazón.

—¿Hace cuánto que estás aquí? —me levanto de la silla acolchonada, comenzando a acomodar y guardar todo en mi mochila que la había dejado debajo de la mesa de madera.

—Hace como 15 minutos—prosigue comiendo y viendo mis movimientos. Viste una falda holgada que la hace cruzar de piernas, con un peinado recogido que le queda de maravilla. Es verdad, no la he visto en todo el día y si no estuviera aquí, ahora, probablemente sería otro día rutinario por los horarios.

Niego, pensando en que si pude haber dicho algo o pudo haberse enterado de algo más. No me sorprendería ya que es muy curiosa y tiene una habilidad para conseguir lo que quiere, incluyéndome en eso.

Tomo mi celular y veo la infinidad de sus llamadas perdidas y mensajes, saturando mi inicio, pero no me distrae de la hora: 8:34 PM.

¡Dios santo! Llevo más de una hora y media dormida, contando que llegué aquí a las 6:45.

—¿Ahora entiendes por qué vine? —se baja, acomodándose su ropa y después ofreciéndome papas fritas que ahora no se me antojan. Tengo un revuelo de emociones que me dejan hasta incómoda.

Rechazo su invitación y al hacerlo, eleva los hombros y prosigue a comer.

—Es una locura. Se me fue el tiempo volando—me apresuro en acomodar mis cosas y ponerme el abrigo que tenía en la silla.

—Pareces distraída—se baja, siguiendo mis pasos. —Tuve que preguntarles a chicos de tu clase si te habían visto y como no me ayudaron, razoné por mi cuenta hasta encontrarte muerta en la biblioteca.

Su sinceridad me hace curvear los labios en señal a una sonrisa.

—No te rindes—le digo con ironía, poniéndome la mochila. Está muy pesada, debo ya dejar los libros que ya no necesito. O sea, todos. Me he leído los primeros libros resultando tener algo nulo a lo que buscaba. Podría hacer una biblia con respecto a una reseña de lo que he aprendido. Hasta si me pusieran un mapa en frente mío, podría señalar exactamente los lugares donde se extendieron los acontecimientos y leyendas. Incluso, podría dar una clase de mitología de cada país del mundo. Pero, nada se acerca a lo que quería.

—Ni lo haré—come otra papa frita con seriedad y después me ve de arriba a abajo. —Cielo santo, luces muy cansada. Parece que te atropelló un camión de basura—intenta acomodar mi cabello desaliñado, pero lo evito.

—Gracias por la sinceridad—sonrío agarrándole unas cuantas papas fritas.

Voltea a ver alrededor, notando que efectivamente, somos las únicas aquí, bueno, visiblemente. Puede que haya personas también dormidas, pero mejor escondidas.

—Deberíamos irnos ya. Ya oscureció y no quiero sorpresas—enrolla las papas fritas y las guarda en su bolsa rosada que tenía bien escondida, cubriéndosela bien con su chaqueta de mezclilla.

—Ni yo más...—me ve dudosa así que me interrumpo, asintiendo y negando al segundo, casi pareciendo endemoniada. —Suficiente tengo con tu grito sorpresa—prosigo, desviando el tema.

Rodea los ojos con una sonrisita.

—Eso te ganas por dejarme sola tanto tiempo. ¡Has sido una completa ermitaña! Después de clases sólo querías irte a tu casa o aquí para leer—me da un ligero golpe en el hombro, haciendo que retroceda un poco. —Ni siquiera han empezado las clases formalmente y tú ya estás carcomiéndote la cabeza con sabe qué—hace un puchero y se cruza de brazos, viéndome con ojos de cachorro adorable.

Es verdad que estos días he preferido usar todo mi tiempo libre en acabar los libros. Intentando encontrar algo más que dudas. Más preguntas que respuestas, pero sigo ilesa.

—Tenía el tiempo medido para leer todos los libros, debía aprovechar. Justamente hoy han pasado los primeros días en los que puedo entregarlos para escoger nuevos, ya que, estos ya no me funcionan.

—Pero, ¿qué tanto lees? —se acomoda un mechón de cabello rubio detrás de la oreja, lo que deja accesible a mi vista su ceño fruncido.

—Mitología del mundo—me acomodo la mochila y me paso el cabello por el lado, evitando que se enrede más. Debo estar hecha un asco ahora mismo, ni siquiera quiero mirarme en un espejo.

—¿Te metiste a clases extras o qué? —lo dice en un tono muy chillón, fuera de órbita.

Niego.

—Entonces, me dejas sola por gusto...—comienza a quejarse del abandono, pero no tengo cabeza para ello. No sé si va en serio, pero lo que más me apetece es ir a dejar los libros y librarme de responsabilidades antes de empezar el lunes con más. Es mi último fin de semana libre.

—Es mi responsabilidad. Estoy en el club de periodismo y tengo que investigar mucho sobre distintos temas. Debo tener habilidad de comprensión y eso hago, leyendo mucho, aprendiendo—intercalo las cosas para hacerlo parecer más casual, real. De verdad odio tener que pensármela para mentir, pero no tengo de otra. No quiero quedar como subnormal o demente al comentarlo algo que yo tampoco estoy muy segura de haberlo vivido.

Un » "Oh" « muy largo sale de su boca, comprendiendo todo.

Se acerca para abrazarme y reír. Su rencor por dejarla con telarañas se ha esfumado.

—¡Yo estoy en el club de artes dramáticas! —me hace dar media vuelta y escucho que nos callan, cosa que me hace sonreír y regañarla en un susurro. —La verdad, periodismo es muy aburrido. Pensé que entrarías conmigo, pero la semana ya acabó y ni pudimos ponernos de acuerdo—me aleja y me ve a los ojos, con una cara tierna.

Sonrío por causa de su carita.

—Estamos en lo que nos gusta, ¿Cierto? Podremos vernos más de ahora en adelante porque ya acabé estos libros—apunto con la cabeza, analizando que lo que dije podría haber sido más falso que verdadero.

Asiente sonriendo.

Al menos la tranquilicé.

—Eso si no te vas de nuevo de luna de miel con tus sagas—me suelta y con su cara crea una perfecta mueca de ironía, causándome gracia.

—Por el momento, no, ya volví de las vacaciones—la motivo a salir, empujándola con la mano en la espalda.

—Eso espero—rodea los ojos y toma sus cosas con firmeza, adelantándose para poder salir de la biblioteca escolar.

Salgo a la par de ella, viendo hacia atrás el señor encargado de la biblioteca para agradecerle, pero está volteado hablando con alguien, así que decido sólo sonreír y seguir.

—¿Te llevarás todos los libros? Deberías dejarlos antes de irnos, son demasiados—escucho antes de sentir el frío de la noche, moviendo mis cabellos en la cara, también ventilándome los oídos.

—Son de la biblioteca del pueblo, no de aquí. Pasaré de una vez, no quiero pendientes—me abrazo a mí misma, apretando mi abrigo.

Caminamos por la entrada hasta girar a la derecha para dirigirnos a la parada de autobús que está ahí mismo, lo que me extraña. Solíamos irnos caminando los primeros días, pero por la hora, es comprensible.

—¿Urless? Lindo—sonríe, parando ahí mismo, en la medio llena, parada de autobús clásica, pero sin anuncios al lado, sólo lo que parecen ser estudiantes.

—Ajá—sonrío acorde con ella, cambiando mis pensamientos a otro tema no tan alejado del que hablamos. —¿Qué autobús me deja cerca de la biblioteca? Necesito dejar los libros—debilito la fuerza con la que me abrazo para disminuir el frío, bajando los brazos hasta inclinarlos sólo un poco.

La sonrisa se borra de su rostro.

—¿Me dejarás otra vez sola? —su seriedad me incómoda al no saber cómo hacerla cambiar de ánimo. Tampoco es para tanto.

Trago saliva, moviendo los labios con cierta tensión momentánea.

—Bromeo, es el mismo porque da toda la vuelta, pero te bajas dos paradas antes que yo—vuelve a sonreír y me agarra de la espalda, sobándome un poco. Le queda como anillo al dedo las artes dramáticas, supo perfectamente cómo cambiarme de ánimo en un santiamén.

Río de alivio, notando mi aliento en la noche fría, comparándola con las noches en Detroit. Aquí el aire es más fresco por lo puro que es, causándome un sentimiento agridulce al comparar y recordar.

—Bien, gracias. Es la primera vez que tomaré el bus.

Aleja su mano y con ella se acomoda los mechones de cabello que también se revolotean con el viento, como los míos.

—No es difícil. Son sólo 5 autobuses, nosotras tomaremos el 3. Con el tiempo aprenderás las rutas, pero no son completamente necesarias, es muy compacto el lugar—acomoda su falda larga antes de parecer Marilyn Monroe.

—Ni que lo digas—digo con ironía, moviéndome un poco, tratando de entrar en calor.

—¿Es tan necesario que vayas? Me da cierto pendiente dejarte sola por la noche en esos lugares desolados—su sincera preocupación es evidente por su tono, su cara con lo mismo es apreciable cuando asiento sin dudar.

—Te llamaré cuando haya tomado el bus y esté en mi casa. No te preocupes, sé llegar sin problema—le guiño el ojo, tratando de hacerla sentir un poco más aliviada con la verdad.

—No es eso, exactamente. Es por el hecho de que no tienes nada aquí y quisiera poder estar a tu lado para enseñártelo sin exponerte. Me quedaré inquieta, aun así, quisiera acompañarte, pero mi papá hoy llegará a cenar conmigo y quiero prepararle algo...—comienza a confesarse rápidamente, entonces decido interrumpir. No necesita decirme todo eso para comprender que no puede, sé que sus razones son buenas y no la presionaré.

—Tranquila, mamá. Te mandaré mensajes cada 5 minutos de mis movimientos. ¿Está bien? —oferto.

—Dos llamadas para sospecha y un punto en mensaje para ayuda. Después de eso, me envías tu ubicación, ¿Hecho? —agrega, haciéndome sonreír. —Ah, y un "¡Hola, tía Paula!" Para indicarme que te están siguiendo y es de urgencia inmediata.

Wow, ha aprendido bastante bien de su papá sheriff. Me gusta.

—¿Un SOS escondido? —le pregunto y ella asiente con firmeza. —Hecho—acerco la mano para estrecharla en señal de trato y ella la acepta con fuerza.

En eso, el sonido de bus se acerca hasta estar en frente nuestro, abriendo sus puertas y comenzando a subir gente. Obligándonos a separarnos y correr para alcanzar lugar.

—Ah, de regreso tomarás el número 2, de ahí las casas están a cuatro cuadras, precisamente—me indica subiendo primero, girando un poco la cabeza para poder dedicarme una cálida sonrisa.

Asiento escuchando con atención, moviendo la mano en el bolsillo de mi abrigo.

Bajo del bus y me despido con una ligera sonrisa de Anya, ella me despide sacudiendo muy energéticamente su mano de lado a lado, para después hacer una seña de que la llame. Asiento con lentitud, acordando discretamente de lo que ya hablamos en la parada.

En el transcurso, me platicó sobre sus actuaciones espontáneas en el club y las dinámicas que hizo estos días, lucía bastante emocionada y juraría que sus ojos se iluminan al hablarme de ello. En verdad le apasiona. Me alegra mucho verla así.

Veo las luces tenues en la calle, tratándose de tiendas cerrando y otras a punto de hacerlo. Se supone que tengo que caminar unos metros más para llegar a la biblioteca. Pienso mentalmente las palabras de agradecimiento que diré, ordenándolas por orden correcto, ya que suelo balbucear al querer decir algo muy largo sin planearlo. Las palabras sinceras son las que me cuestan decir, por eso las pienso antes, llegando a planearlas.

Arqueo un poco mi espalda para tratar de suavizar la pesadez que siento por los libros que cargo. Sigo con mi caminata, a paso normal, sin detenerme en absoluto, debo llegar rápido para no tardarme al regresar. Mis pies comienzan a doler un poco cuando el recorrido se convierte en cuadras y cuadras que no tenía previsto. Me estoy tardando más de lo debido. Saco el celular para ver la hora: 9:44 PM.

No es tan tarde como para que todo comience a cerrar. Debería actuar rápido.

Decido dirigirme a una tienda local cercana para recargar el crédito de mi celular que está por expirar, con el cual me ayudaron mis papás, pero ahora es mi turno exprés de recargarlo ya que en casa aún no han instalado el internet. Lo necesito con mayor razón, como ahora que lo necesito más que nunca al no saber exactamente por dónde voy y no quisiera seguir ni exponerme. Pongo en marcha el plan en mente, caminando al centro del pueblo para poder evitarme una tragedia. Monótamente camino, viéndome en la desgracia de que no he conseguido ver ningún local de 24/7 ni parecido. Retrocedo al recordar qué tan lejos estoy de la estación de autobús para olvidarme de esto antes de que sea tarde. Debo estar más de la mitad del recorrido, no he parado de caminar de esquina a esquina. En vueltas.

Me detengo en una cerca blanca, recargándome. Es una calle desolada y me da mala espina seguir tratando de arreglar la situación con suposiciones. Saco el celular y en vez de llamar para preocupar, decido primero averiguar dónde estoy con el GPS y después, ahora sí, llamar. Enciendo los datos y entro a la aplicación con éxito, calculando la dirección con detenimiento hasta enterarme de que estoy en Dustermon con cruza a Roséeles #728 a 25 minutos del centro al sur y luego al este.

—¿Qué diablos con esto? —susurro quejándome. Aunque está en el mapa, no me queda muy claro por los nombres de las calles tan extraños y desconocidos para mí. Para mi condena, se añade que ni un alma está habitando este lugar embrujado como para preguntarle.

Le envío la ubicación a Anya y le escribo:

Sálvame la vida, por favor. No tengo idea de dónde diablos estoy ni cómo regresar, creo que llegué a China.

Mientras espero su respuesta, veo el mapa y al ser descuidada al tocar el touch, la vocecita ruidosa grita la ubicación marcada con todo el volumen que estaba puesto el celular.

—¡Cállate, Alicia! —le grito histérica al celular con el nombre que mi familia le puso a Siri. La sorpresa me hace levantarlo como si me hubiera quemado y juguetear con él en el aire hasta atraparlo y lograr bloquearlo, metiéndolo en el bolsillo.

—¿Perdida, preciosa? —una voz masculina me sorprende al momento, resultando ser muy inquietante.

Un quejido se me escapa, alocándome el corazón y los nervios.

En segundos, un chico alto con aspecto muy desordenado de cabello claro y olor muy fuerte, como alcohol o incluso alguna droga, se manifiesta a mi lado, apegándose torpemente a la cerca, haciendo sonar la madera vieja.

Las palabras me ahogan al pasar saliva, obligándome a lucir lo más pacífica y controlada que alguien en mi situación podría estar. Lo veo de reojo, desagradándome al notar su aspecto con sólo 3 sentidos al moverse lentamente, hasta llegar a lo inútil. Me inquieta a pesar de eso, así que lo ignoro y tomo distancia, cruzándome de brazos, decidiendo mentalmente qué hacer de manera exprés. No se mueve y el silencio absoluto reina la oscura calle.

Inconscientemente, me gana la presión y la ansiedad de estar en ese lugar, exactamente en ese momento, ese horrible momento, causándome un suspiro en el aire frío. Ríe instantáneamente, siguiéndome de nuevo. Balbuceando algunas incoherencias y malas palabras que son más audibles. Es mejor que me vaya lo más rápido que pueda, nunca se sabe qué tan lejos vaya alguien en su estado, también si hay más chicos así por el lugar. Opto por retirarme en orden, con paso rápido, tomando una gran distancia entre él al rodearlo con cuidado, pero el moribundo logra detenerme de un dedo.

—¿Ya te vas? —pregunta risueño, en un ángulo preciso donde puedo observar sus ojos enrojecidos, hundidos en unas ojeras muy marcadas.

No le respondo, me suelto con fuerza y me alejo al grado de casi correr, cruzando la calle con un ritmo cardíaco comenzando a acelerarse de nuevo, pero con la excepción de ser grave. Las razones son el pensar qué diablos hago si me persigue o me intenta agredir en el transcurso. A la mente la pedida de ayuda de la que habló Anya me llega como un rayo. Ya que no ha contestado, es una emergencia y llamar sería muy riesgoso en mi situación.

Saco discretamente el celular mientras me acomodo el gorro del abrigo para disimular e intento con torpeza enviarle un mensaje, así que aligero el paso por inconsciencia, con demasiada de ella. A mitad de la calle, la sombra del sujeto me inunda la vista, la poca vista que tenía y ahora ha sido abrumada por la oscuridad.

—Parece que esperas a alguien, podría hacerte compañía—está detrás mío, casi susurrándome al oído.

Me despego con ligereza, rechazándolo corporalmente.

—No es necesario, ya están esperándome—muevo mis dedos dentro del celular en el abrigo, entrando a los contactos para llamar, importándome un carajo ya ponerme en riesgo, porque incluso estoy más en el que si hubiera llamado antes.

—Luces helada, tal vez haya una buena solución al respecto—me jala del brazo, girándome a su lado, lo que provoca que deje el celular con lo que tramaba hacer, cambiándolo por una buena zarandeada hasta estar cerca suyo, casi a rastras si incluía más fuerza.

El impacto me deja muda, sólo concentrada en el dolor momentáneo que siento por su mano aferrada a mi brazo. Con la otra mano acaricia mi cuello hasta llegar a mi pierna en un movimiento rápido que me es imposible parar a tiempo.

—¡Suéltame! —respondo del impacto, dándole una patada en la entrepierna con toda la furia que he podido plasmar en el acto. Su quejido ha sido un aplauso para mí, sintiendo justicia.

Afloja su fuerza mientras se agacha, lo suficiente como para que pueda librarme sin esfuerzo alguno. Lo empujo y salgo disparada, no obstante, el gorro me cubre de repente parte de la cara, lo que hace que no presienta el momento exacto donde se acerca para empujarme de la espalda, agarrando fuertemente mi mochila como un impulsor. Sintiendo sus manos pesadas que provocan tal fuerza, aventándome hasta cerca de la acera, la dura acera, rodando sin piedad, mejor que una pelota. Siendo cubierta, pero a la vez golpeada con mi pesada mochila y los libros que mantengo dentro, esperando que no les haya pasado algo peor que a mí.

Maldita sea, me duelen las piernas y escucho un leve zumbido, aturdiéndome por unos instantes.

—Quédate quieta—baja la voz, tambaleándose al caminar, como zombie arrastrando los pies.

Apoyo las manos en el pavimento con toda mi fuerza, quitándome de la cabeza el dolor muscular que sentía. Es ahora o nunca. A pesar de que esté moribundo, no deja de ser una amenaza y yo no dejo de ser un punto blanco.

Con la mochila medio puesta, decido tomarla por el colgador para que no vuelva interferir ni golpearme de nuevo. Me la quito moviendo los hombros y la sujeto con la mano en un segundo. Inhalo antes de comenzar a correr hacia abajo de la calle, intentando perderme en la oscuridad que emite el lugar, con los nervios y la adrenalina a flor de piel.

—¡Para! ¡Mierda! —el moribundo grita, su voz se escucha en eco y mi corazón resuena con los latidos muy fuertes. Diría que lo suficiente como para detenerme a escuchar los pasos de aquel sujeto, sólo corro lo más rápido que puedo, comenzado a sentir pesadez al cargar tal peso colina a abajo, rezando porque no vuelva a rodar.

¡Siempre tengo que salir huyendo!

Por estúpida, ¡Por estúpida! Me contesto y regaño al mismo tiempo.

Al notar que termina la calle, me cruzo a la acera y corro al lado derecho, cerca de un callejón muy pequeño que está pegado al bosque y parece terminar donde mismo. Echo un vistazo antes de cruzarlo, asegurándome de que no me pongo en una trampa mayor. La oscuridad que inunda es sorprendente, no se ve absolutamente nada, momento perfecto para agarrar mi celular. El cual es interrumpido por alguien cubriéndome la boca y llevándome consigo hacia el otro lado, a espaldas del callejón, entrando directamente al bosque.

Mis instintos reaccionan, intentando gritar a toda costa y moviéndome como gusano con sal, intercambiando mis manos cuidadoras por golpes al aire. Aun así, me dirige con precisión sin que mis movimientos lo afecten en absoluto, recargándome con un poco de fuerza a la pared del lado contrario del callejón.

—Tranquila, intento ayudarte—sigo pataleando hasta reconocer esa voz. Esa mismísima voz que no he podido olvidar desde aquella noche.

Me congelo en dudas y expresiones que no puedo decir, se quedan atoradas en mi garganta. Brinco de susto al escuchar mi mochila siendo arrojada hacia el suelo por su parte, interfiriendo con la calma momentánea que hacía.

—Vaya piedras—murmura con ironía, viendo el suelo.

Al subir la cabeza lo intento mirar a los ojos, pero se voltea de lado derecho, quitándome la mano de la boca, suspirando con un aliento tan caliente que siento en el cuello, me calma, pero a la vez me deja estremeciéndome apegada a la pared de ladrillos.

No creyéndomelo, abro la boca para comenzar a preguntar, a aclarar, a sacar todo lo que pienso y siento en este instante, pero sólo unas insignificantes palabras salen de mi boca que ni siquiera son claras. Un "Yo" muy largo en tono balbuceante.

Unos pasos pesados y a rastras se escuchan muy cerca, demasiado cerca. Obviando que se trata de aquel sujeto.

—¡Cállate! —vuelve a clausurarme el habla con la mano, lo que yo no evito a tiempo ni hago nada al instante para prohibírselo.

El ruido aumenta en nuestra dirección y los nervios revoloteando por mi estómago se hacen presentes. Apoyo mi mano en la del chico que ahora respira impaciente, peor que yo. Su piel está fría pero también es suave a medida que bajo mi mano lentamente. El miedo se apodera de mí y comienzo a temblar, lo que al chico le llama la atención, ya que mira nuestras manos y después me mira por unos segundos.

—Sígueme la corriente—me susurra en el oído.

—¿Qué? —respondo de inmediato aún con su mano interfiriendo en mi habla.

En un movimiento veloz, casi récord, quita su mano de mi boca e intercambia sus labios por ella, logrando besarme el labio inferior ya que mi extrañes hace que me mueva y me estrelle la cabeza con la pared.

Ahogo un quejido de duda al momento en que sujeta mis brazos y los detiene en la pared. Abro los ojos con sorpresa, sólo procesando la suavidad y la calidez de sus labios que en un segundo muy largo reacciono girando la cabeza para dejar de sentirlos al ras que aprieto los míos, evitando que siga. Lo que no es un obstáculo para él, siguiendo a hacerlo de la manera que puede, aun así, aunque sea poco accesible, sigue. Y sabe bien lo que hace, eso demuestra su desenvoltura sin problemas a pesar de que sea una extraña, incluso podría decir que se deja llevar sin morales, morales cuyos abruman los míos, chocando entre sí. Aprovechando que estoy de lado, abusa de mi posición y me muerde la orilla del labio inferior, llegando a estirarlo y volver a morderlo con un poco más de fuerza en los dientes.

Las ganas de aventarlo y quejarme son interferidas por su seguimiento en su aferre. Sólo logro moverme incómoda y exhalar el aire frío que sería más bien unas buenas quejas. Me dan escalofríos al sentir que llega a besarme la mejilla y una pequeña parte del cuello con rapidez. Unos murmuros se acercan a nosotros, casi pareciendo los de una persona que está al lado, por lo cual miro de reojo y en efecto, se trata de la única persona que pasaba por mi mente que fuera. De hecho, la única que creía que había rondado en la oscuridad, pero me equivoqué, llevándome una sorpresa peculiar pero que a la vez agradezco, aunque me pese aceptarlo.

—¿Se te perdió algo? —el chico separa su cara de mi piel y se dirige a mirar al otro que parece estar atento a nosotros, o a mí. Tal vez dándose cuenta. —Te dije que vinieras rápido, sólo perdías el tiempo. ¡Estaba esperándote desde hace rato, carajo! Es muy tarde y el tiempo es oro. No tenemos que perderlo, me deberías más...—me dice fingiendo un tono molesto, poniendo más leña al fuego de la actuación al susurrar lo último. Enfocándose en mis ojos y acariciándome las mejillas, antes de ocultar su cara en mi cabello.

Él moribundo ríe sin ganas, insatisfecho, alejándose torpemente mientras se agarra como soporte de la pared. En cambio, el chico se despega de mi como en botón automático y en cuanto se va, camina a revisar los pasos del otro con sutileza. Asomando medio cuerpo de manera firme, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.

Estoy tan cerca de él como aquella noche, por consecutiva vez y aun así no sé absolutamente nada relativo suyo. Me he quedado petrificada en la pared, con los brazos a mis lados con cierta distancia y la respiración algo agitada.

No era necesario que...

—Es impresionante cuán hábil y a la vez estúpido es ese yonki cojo—dice con una sonrisa en su cara, vigilando aún al sujeto mencionado.

Tiene una sonrisa... Linda. Destacándose gracias a la luz de luna, a través de los inmensos árboles del bosque. Es la primera vez que lo veo sonreír. Quisiera verlo sin tanta oscuridad como es ya tradición, que se intensifica con su ropa oscura.

—¿Eres muda o sólo analizadora? —me atrapa viéndolo y de repente cambia su cara a una seria, amarga. A la habitual o común en él. Intento responderle con un: "Por supuesto que no, sólo que tú no me ayudas a ello. Eres el culpable que esté así, aun así, te lo agradezco". Pero vuelve a callarme al hablar, esta vez, únicamente con palabras. —Como sea, debes estar atónita, así como agradecida, de nada. Te dejo, asegúrate de quedarte estática donde mismo por unos 5 minutos si no quieres sufrir otro ataque de un oloroso marihuano. Para tu suerte, no estaré de nuevo para hacer actos heroicos gratuitos... Ni querría hacerlo de nuevo—murmura lo último, alejándose y cubriéndose con la capucha de su suéter negro. Corriendo fuera de mi vista, antes de poder responderle cualquier cosa, incluso un "¿Por qué?" o un simple "Gracias".

Un montón de dudas se me viene a la mente, justo como varias opciones para responderle, pero ya se fue, cuando siempre se te ocurren las mejores alternativas para decir. Todo pasó tan rápido que no tuve tiempo para captarlo de inmediato.

La razón me vuelve, dándome giros por la cabeza, agobiándome. Repasando lo que acaba de pasar, poniéndolo como un sueño de fantasía que se supone que no pasa. O al menos, que no debería pasarme.

Me deslizo por la pared cruzándome de brazos hasta llegar al césped en cuclillas, mirándolo con la cabeza baja. Deshago mi cruce y me toco los labios con la mano derecha, pasando los dedos con delicadeza, enfatizando en mi labio inferior que ahora punza un poco. Ignorando la vibración del celular dentro del bolsillo, que indica que alguien me está llamando, no queriendo aceptar lo que sucedió hace unos minutos. Quedándome en shock.

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