Capítulo 12 [final primera temporada] ✔️
El viento congela en lo alto y hasta se siente filoso. Nuestra cercanía no puede aumentar, no puede cambiar al seguir uno pegado al otro sin tener opción. El ruido de la corriente rompiendo al impactar con sus enormes alas se intensifica.
—Agárrate—advierte antes de comenzar a dar vueltas en el aire, cubriendo mis cabellos en mi cara y provocándome terror al dejarme expuesta al volar boca abajo como un pájaro. No queriendo entrar en pánico decido no ver ni por un segundo y aferrarme a su piel, cerrando fuertemente los ojos.
El aire sopla en mis oídos, zúmbante, me escondo en su cuello volviendo a oler su aroma y arropándome con su calor corporal que es incluso más cálido que el helado viento chocando con nosotros.
—Ya puedes abrir los ojos—me lo dice al oído, malicioso.
Abro un ojo respondiendo, lo primero que veo es un paisaje único e inimaginable. Un piso de nubes en la oscuridad de la noche. Siendo similar a la vista de la ventanilla al viajar en avión. Aunque a gran diferencia de ello, esto se siente y se ve inimaginable, irreal, como un sueño o una fantasía al tenerlo tan cerca, tan cerca de poder tocarlo, de apreciarlo cercanamente.
Boquiabierta me quedo observando la maravilla ante nuestros ojos, los algodones enormes, la tranquilidad, me hacen admirarlo con ojos brillantes con una sonrisa encantada. Las ganas de tocar tal escenario se intensifican, justamente cuando descendemos y las nubes alineadas son irrespetuosamente arruinadas a nuestro paso, es cuando puedo alzar mi mano y tocar brevemente la nube desapareciendo, esparciéndose. Todo parece como un ficticio sueño.
Nos acercamos fugazmente a la punta de los inmensos pinos. La niebla por el frío es impresionante, la inclinación de nuestros cuerpos nos tambalea a aproximarnos a sus ramas. Al mirar hacia abajo todo parece tan pequeño, tan insignificante a nuestro paso, a nuestra altura aunque la oscuridad que yace me causa más admiración que temor al caer ahí mismo. El aire puro, los sonidos de la noche que pueden no ser resueltos completamente, pero están ahí para ser apreciados, contemplados con una intensidad como en la posición en la que estamos.
—Todo esto te hace libre. El poder admirar, experimentar, sentir. La libertad es señal de estar viviendo y no sólo sobreviviendo. Vivir sin reprimirte, sin tener límites—comparte su manera de pensar conmigo, orgulloso y sincero al mismo tiempo. Concuerdo con un gesto, sonriendo, viendo mi aliento.
—¿Sentirte elevado es estar viviendo? —se lo pregunto buscando su argumento, su ideología.
No me contesta, no responde corporal ni vocalmente. Sólo bajamos sin gestionar nada más. Al estar tan cerca de uno de los frondosos pinos lo toco, con delicadeza, sintiéndolo, pegándose a mis yemas y rasparme levemente. Veo las filas de árboles, las dimensiones, las posiciones con altibajos, permaneciendo con su color intenso, su altura, su historia al observar su tamaño.
—Relájate—me dice, llamando por completo mi atención. Quedándonos estáticos momentáneamente.
—¿A qué te refieres? —ladeo mi cabeza para poder mirarlo a los ojos. Me recargo en su hombro y espero su respuesta intrigada.
—Te sostendré y tú elevarás tus brazos al descender—me mira sonriente, con una sonrisa un poco diferente, tal vez amigable, pero no funciona con mi miedo interno porque mi seriedad me gana, no respondiendo. —El miedo es normal cuando no tienes armas para defenderte ni refuerzos para enfrentarlo, en el peor de los casos, me tienes a mí. Siendo dos en uno.
—No sé qué es peor—río nerviosa.
—Siempre pregúntate exactamente eso: "¿Qué es peor? ¿Sobreviviré a ello?" Y obtendrás la respuesta, el coraje para animarte—alienta con determinación.
—Sobreviviré a la caída prometiente aunque no intacta—respondo con sarcasmo, suavizando la presión.
—Anda que la noche no es eterna—me anima, mirándome con una sonrisa que muestra su dentadura.
—Contigo podría serlo—le sonrío de la misma forma antes de despegarme y agarrar su rostro entre mis manos, viéndolo más cerca que nunca. En un espacio que nunca habíamos estado, vivido. O al menos él conmigo. Nosotros, aquí mismo.
Nuestras narices chocan y nuestro aliento caliente también, contrastando con la corriente, con el clima, con la noche. Aun mirándonos, él me agarra con rudeza, dejando mis caderas para asegurarme al apretar mis piernas lo que me obliga a enrollarlas con más fuerza, me acaricia yendo cada vez más arriba, casi llegando a tocar mi trasero, pero lo miro con disgusto mostrándole mi opinión al respecto. Teniéndolo claro sonríe con diversión y se acerca a susurrarme.
—Solamente estaba asegurándote—mantiene sus manos en la posición inicial de mis piernas sin juguetear, pero sí sonriendo vacilante. —Te arrastraré tan abajo como si al infierno se tratase pero antes muéstrame tu consentimiento. Eleva tus brazos y comencemos la montaña rusa nocturna, sin el requerimiento de pases sino mantener una ruleta de emociones—se queda cerca hasta que siento mi corazón acelerarse al hacerle caso, alejando mis manos de su piel y elevándolas temerosa.
Nos vemos con detenimiento, detallándonos con la mirada. Sintiendo que comenzaré a temblar aprovecha la oportunidad para comenzar a bajar tan rápido como cuando subimos. La sensación es peor que sentirse flotando, elevado, es saber que llegará inconscientemente el impacto. Intento bajar los brazos, me resisto mordiéndome los labios, sintiéndolos temblar de algo más que el frío, dejándome llevar. Viviendo el momento, la insuperable experiencia, su tacto, su presencia, su persona. Encontrándole sentido a sus palabras al sentir la adrenalina, el temor, la euforia, las emociones carcomiéndome de repente. Sonrío con los cabellos alborotados, con la piel fría, los ojos casi no pudiendo abrirse, sintiéndome al mil, mi corazón y razón al mil al estar aquí. No deseando estar en ningún otro lugar. Sin arrepentirme de lo dicho, de lo hecho, sólo queriendo saber qué será lo siguiente que se aproximará.
Las llamas de la fogata improvisada hacen cálida la estancia en el bosque, estando al frente del inmenso lago que capta en modo espejo el cielo, los árboles, la luz de la luna que es más intensa al estar más oscuro. La belleza de la luna es incluso misteriosa, igual que alguien en específico.
—¿Tu conversión es involuntaria al estar la luna llena? —le pregunto de repente, viéndolo conseguir y acumular ramas en sus fuertes brazos.
Se detiene un instante, pero prosigue, acercándose y dejando las ramas en el fuego consumiéndose.
—Sí—responde no añadiendo nada más, acercándose al fuego con su piel descubierta, libre. Sentándose en el suelo rocoso, al frente de él, encorvándose, mirando hacia abajo.
Me acomodo en el tronco en el que estoy, observándolo. Froto mis manos obteniendo calor, notando que no soy la única que pasa el frío porque lo noto temblar a lo que disimula girándose para mirarme.
—¿Cómo lo dedujiste? —devuelve el cuestionamiento. —Lo que soy en realidad.
Suspiro recordándolo.
—Fue más complicado aceptarlo que averiguarlo porque al parecer siempre estuvo presente. En mi sueño, lo que decía la figura de mi sueño—le confieso medianamente.
—¿Qué decía?
—"Los ángeles también pueden ser malvados"—siento el viento hacerse presente al termino de mi confesión. Helándonos, dejándolo quieto, fijo en su respectiva posición hasta volver a presenciar su cuerpo temblando.
—No soy un ángel—recupera su humor al decirlo con ironía.
Le sonrío compartiendo la expresión.
—Lo sé, lo que lo hace más atrapante.
—¿El ser malvado? —replica.
Niego con una risa.
—El mostrarte siéndolo—me levanto quitándome el gran abrigo para ponérselo encima de su cuerpo, cubriéndolo y sentándome a su lado sintiendo la calidez aumentar al estar tan cerca de la fogata.
Lo dejo sin palabras, aceptando el gesto y mirándome con detenimiento.
—Tendrás frío—levanta el abrigo y lo comparte conmigo, lo que nos obliga acercarnos más y tenderlo como capa en nuestras espaldas.
Lo escucho pasar saliva, el ruido del fuego, de la madera consumiéndose. En un espacio donde mi mente vuelve a reclamar respuestas.
—Quiero inundarme de ti, arrasar con el tsunami de tu persona y no sólo seguir surfeando dudas. Navegando en vano sin entender—me muestro sincera, mirándolo con seriedad.
—Hay dudas que no están hechas para ser entendidas, sólo aceptadas.
Lo veo captando su seriedad. Dejándome claro que no piensa prolongar la conversación, negándose a abrirse esta noche.
Suspiro sintiéndome chocando con la barrera una vez más.
—¿Qué haces cuando comienzas a hacer un mar de posibilidades con tan sólo una idea?
Sonríe viéndome atento.
—Haces un bote y te vas al carajo—responde instantáneamente.
Niego.
—Huir no es una opción—le contesto desaprobándolo.
—Tampoco lo es acomplejarte por esa idea. Dedúcela, tómala o deséchala. No choques con la isla ni te ahogues en el naufragio.
Resumiéndolo, una única y sencilla aunque a la vez compleja duda se me viene a la cabeza.
—¿Cuál es la diferencia de Lion y Lyonnethe? —le presto más atención de lo usual, queriendo detectar sus movimientos, sus palabras, incluso las nulas, simplemente analizar su reacción, descifrarlo.
El viento mueve sus oscuros cabellos que ahora están completamente despeinados, sus labios están intactos, sellados y sus ojos que podrían ser como el mar sin olas ahora lucen inquietos como la corriente.
Los segundos pasan y no hay respuesta verbal. Los ruidos de las hojas de los árboles, el aire, el agua del lago, los sonidos nocturnos, la madera ardiendo, nuestras respiraciones y latidos del corazón parecen ser ceremoniosos. Acompañando una pizca de arrepentimiento por mi parte al crecer el silencio mirándonos sin compartir palabra alguna, pero se fulmina cuando noto movimiento por su parte.
—No es buen momento para hablar de ello—se gira, cortando el contacto visual.
Siento el estómago encogerse al rechazar nuevamente mi seguimiento para conocerlo personalmente, profundamente cuando sentía que por fin tenía el permiso, la clave, la llave para acercarme sin miedos, sin prejuicios a él. Desencadenando problemas en nuestra creciente confianza.
—Nunca será lo suficientemente imputable si no te atreves a buscarle el momento preciso en vez de esperarlo, hacerlo—me inclino para mirarlo, para conectar nuestra mirada, pero lo evita.
—Debes creerme firmemente cuando te lo digo. Aunque te cueste, no es lo que simplemente parece en tu percepción. Es más retorcido y jodido que eso—mira al suelo, notando que hace fuerza en sus puños, apretando una piedra.
—La noche está para decir cosas que en la mañana no podrías—lo motivo.
—Si te dijera lo que incrimina la noche, no querrías verme por la mañana, te lo aseguro—por fin me mira aunque lo hace fugazmente y se levanta con rapidez, caminando hacia el lago con paso firme. Dejándome atrás con el abrigo sobrepuesto, perpleja, pero dispuesta a seguir su paradero.
Al ver que llega a la orilla lanza con bastante fuerza la piedra, creando un sonido alto, salpicando y las ondas incrementando en el agua oscura, reflejante. Lo alcanzo y no le digo nada más, simplemente me encargo de observarlo. De tratar de entender su comportamiento que a medida que lo analizo, hay algo que no cuadra, algo más abajo del pozo de lo que es su personalidad que está a flote.
Su mirada es cautivada por la lejanía, manteniéndolo pensativo hasta acercarse al agua y ponerse de cuclillas, agachando la cabeza. Manteniéndome cercana voy hacia él sin interrumpirlo. Se está viendo en el reflejo, frunciendo el ceño y debido a mi cercanía aparezco al lado suyo, sin desviar su atención. Observo sus ojos fijos mirándose en el agua oscura, que por más calma que simule se mueve. Aparentemente igual que sus tinieblas.
—¿Qué observas en el reflejo? —habla sin siquiera mirarme, sorprendiéndome sus repentinas y cuestionables palabras.
Miro nuestros reflejos con sólo un pensamiento afinable.
—Una máscara—le respondo con seguridad. —De ambas partes—termino por contestar junto a su mirada siguiéndome disimuladamente.
El agua se mueve y toca sus tenis, cubriéndolos ligeramente. El viento sopla a la ras que lo noto articular, pero tarda, retractándose.
—Una persona libre no tiene la necesidad de mantener una máscara —termina por decirlo firmemente, creyéndoselo.
—Pero sí fingirla en tu caso—le respondo de inmediato. —Hablas de libertad, seguirla, actuar con ella, pero cuando es momento de demostrarla siento que aún hay cadenas sujetándote y veo que pueden resultar imaginarias, trastornándote.
Se gira, sonriendo amargamente y podría jurar que sus ojos reflejan cierto brillo que no es debido a la luz de la luna.
—Justamente ese es el problema. Te pido compresión y no presión. Sin alimentar las cadenas imaginarias que carcomerían tu visión. Estás buscando el Titanic cuando deberías perderte en la Atlántida—retrocede y se sienta, dejando sus pies chocando con la orilla.
—Seguiré navegando, entonces—desisto.
—No te ahogues en el proceso—aconseja con sarcasmo.
—Tendré la seguridad que vendrás nadando a salvarme, sosteniéndome entre tus brazos en lo alto—vacilo provocándole una gran sonrisa divertida.
Mira hacia arriba, a mi rostro y se queda sonriendo sin más. Alza la mano derecha para que la tome, lo pienso unos segundos, mirándolo y mirando su mano antes de tomarla, llevándome a su lado, apreciando el lago. Comparto nuevamente el abrigo con él y suspiro fuertemente. Aceptando su petición, sintiendo aun así decepción accediendo al tenerle consideración y respetar su postura. Lo veo por un instante tratándolo de leer, pero más que un complejo libro, parecería un nuevo idioma, complicándolo. Sintiendo la derrota me dedico a acercarme a su hombro y apoyar mi cabeza en él, cerrando los ojos con pesadez.
Abro los ojos alarmada, siento que algo o alguien jala de mis piernas hasta arrastrarme lentamente por la cama, llegando al suelo sin sentir dolor. Lucho por moverme, por soltarme, por gritar, pero no puedo, siento mi cuerpo tan pensado y al intentar gritar no emito ni un sonido notable, la oscuridad de la habitación tampoco me ayuda. La desesperación me inunda, mi corazón se acelera y siento el sudor en mi frente. Intento patear, nada. Grito con todas mis fuerzas, no tengo voz. Cierro los ojos con temor, queriendo llorar de frustración hasta quedar estática cerca de la ventana que ilumina, reflejando la sombra de lo que me deja sin palabras, sin poder describir, sólo sintiendo un enorme temor y una presión en mi pecho junto el deseo de poder huir que es negado, torturado al dejarme expuesta, sin respuesta concreta.
Es el último día del respectivo castigo, limpiando los clubs uno en uno, siendo un martirio aunque podría haber estado peor. A pesar de que Lina libera su furia al limpiar el piso, insultando en japonés, su compañía hace esto mejor, haciéndome reír y divirtiéndome en el proceso. Eso sí, es bastante cansado, con las clases, las tareas, el club y la clase de cálculo avanzado, quedándonos de últimas y a oscuras en las instalaciones escolares, regresando juntas.
Maldice tan rápido y en un tono chillón, pareciendo un auténtico personaje de anime.
—Deberías enseñarme unas cuantas frases en japonés, serían útil en determinadas situaciones—me burlo, poniéndome en cuclillas en el brilloso suelo.
—¡Lo que deberían es contratar conserje! —gruñe y vuelve a desahogarse en su idioma preferido para insultar.
Sonrío levemente y miro hacia abajo.
Suspiro viendo mi reflejo en el suelo, recordando el momento del lago. Desde entonces, no hemos cruzado más de dos palabras, evitándome descaradamente, retrocediendo de mi objetivo, nuestra cercanía. Me paso las manos por el rostro, sintiendo mi piel sudorosa, al menos no me puse maquillaje, aunque debería para cubrir estas ojeras de personaje de Tim Burton. Desde esa misma noche no he vuelto a dormir bien, tengo pesadillas cada noche y no sé por qué, la cuestión es que son tan reales y me aterra no saber diferenciar un sueño de una realidad. Una realidad a la que me enfrento.
—¡Maldito Hajuh! —reniega, entendiendo y a la vez no al no saber a qué se refiere.
—¿Qué es el Hajuh? —replico al instante.
Se me queda mirando y da un largo suspiro, tranquilizándose.
—El Hajuh es la prueba para la admisión en la academia Westermin en Japón. Es una especie de beca de estudios con bastante prestigio.
—Nunca había escuchado sobre ello—le respondo con asombro. A pesar de interesarme y gustarme la cultura asiática, no tenía idea sobre la academia y mucho menos sobre la prueba.
Busca su celular en el costado de su bota, escondiéndolo allí, hasta acercarse mientras teclea algo y enseñarme la escuela con un lenguaje que desconozco, manejándolo ella a la perfección, leyéndome lo que dice sin entender ni pío.
Presto atención a las fotos y es una academia preciosa, con estructura clásica, detallada y tonos claros, casi pareciendo el Olimpo.
—Es una escuela con rigor y aparentemente es de la élite. A pesar de hacer la prueba, te escogen específicamente a sus criterios—termina por guardar su celular y mirarme con una sonrisa. —¡Mi prueba es en enero!
Sonrío ampliamente con emoción, echándome a abrazarla fuertemente mientras le deseo mucha suerte, riendo en conjunto. Lina es una mente maravillosa y brillante, no tengo ni la menor duda de que ya tiene su lugar asegurado, uniéndose a la academia de los dioses al parecer.
Siento una punzada y me quejo, volviéndome a sentir débil. Desde que las pesadillas aparecieron, he sufrido migrañas constantes. He estado tomando vitaminas y sueros para evitar una descompensación, aunque él no dormir bien, no ayuda demasiado.
—¿Estás mejor? No quiero que te vuelvas a desmayar—toma mi rostro entre sus manos con preocupación, analizándome.
Solamente se enteraron de la parte conveniente de la historia, anulando la eficiente y verídica. Un simple desmayo, sin saber por qué o por quién fue ocasionado. Guardándomelo todo sin poder liberarme debidamente.
—¡Es frustrante! —me echo al suelo pataleando y renegando, cubriéndome con mis manos hasta sentir que tiro la cubeta de limpieza con mi berrinche.
¡Determinadas situaciones para insultar como en esta!
—¡No ensucies, limpia! —se acerca a intentar levantarme, negándome, hace su mejor esfuerzo para controlarme hasta que se resbala y me cae encima.
—¡Jane The Killer! —llega Anya dando saltitos, llamándome por un curioso y original apodo de Creepypasta. —¡Tengo una propuesta para ti!
Al llegar a la pseudoescena romántica que protagonizamos Lina y yo, eleva los brazos con emoción y exclama: ¡Cita doble!
La miro a ella rápidamente y después miro a Lina, pudiéndose malinterpretar esta situación, comenzándome a sentir incómoda.
—¡A mí no me mires! —se quita de encima a regañadientes, volteándose apenada.
—¡Oh! ¿Interrumpo? —al darse cuenta, se queda seria, procesándolo y hasta queriéndonos dar espacio sino fuera porque me levanto en tiempo récord.
Muevo las manos negando y Lina hace lo mismo. Nos volteamos a ver hasta burlarnos, pareciendo unas tontas.
—¿Cita doble con quién? —me le quedo viendo a Anya y le pido explicaciones
—Tinder—interfiere Lina.
—¡Los gemelos Bathory! —exclama Anya al mismo tiempo que mi pequeña amiga.
Intercambiamos miradas de diversión y burla, una a una.
—¿Salir de cita? Nunca lo he hecho...—me quedo pensativa, no tan convencida. El mismo patrón de ir a involucrarme en las ideas locas de Anya que nunca terminan siendo a mi favor.
—¡Será divertido! —me agarra de las manos animada. —Has estado como un bulto gris arrastrándote por ahí en tu ropa deportiva aburrida y tu cabello esponjado. Pareciendo endemoniada.
—¡Oye! —me hago la ofendida, aunque podría ser el caso.
Lina se acerca a la puerta discretamente, hasta que la detengo con un tono dudoso, llamándola.
—Bueno, no quiero quedarme de sujetavelas, así que ¡Me voy, me voy! ¡Nos vemos hasta la próxima! —se despide.
Anya se acerca, haciéndole señas.
—¡Amiga de Jane! ¿Por qué no te unes a la cita? Estoy segura de que...—la rubia le propone hasta que Lina parece atragantarse con su propia saliva.
—Los chicos apestan, no cuenten conmigo. ¡Matanee! —hace la seña de amor y paz y después se va corriendo en fuga, siendo hasta cómico.
—¡¿Qué dijo?!—Anya me mira confundida.
Me río por su reacción.
—Recalcó que nos vemos.
—Oh, ya veo. Entonces, ¿Qué dices? —junta las manos, pidiéndolo.
Resoplo con pesadez, mirándola.
—¿A dónde iríamos? —le pregunto tratándome de convencer.
Nunca he tenido una cita oficial tal cual, al menos no diciéndolo de esa manera. Aunque no estoy negada a las posibilidades, puede que me ayude a distraerme un rato.
—Nosotras elegimos, ellos pagan—dice guiñándome un ojo.
Sonrío.
—¿Estás completamente segura de que no son asesinos seriales? —la cuestiono, no queriendo que se confíe.
Ríe nerviosa, haciéndole recapacitar la posible opción.
—¡Qué cosas dices! ¡Claro que no! —se convence a sí misma. —Por si acaso habrá que tomar específicas medidas de seguridad, le diré a mi papá para que esté al tanto.
—Estoy jugando, aunque me agrada la idea de tenerlos monitoreados—bromeo.
—¿Cómo surgió la idea? —la curiosidad me gana, no es como que cada día te incluyan en una cita doble, mucho menos si estás soltera, aunque debo admitir que no me sorprende de ella.
—Son vecinos de Neitan, aunque se fueron del país por un tiempo y ahora que volvieron he retomado el contacto y es una buena oportunidad para vernos, rompiendo la rutina. Te enviaré opciones y entonces escogemos, llegamos a un acuerdo y nos vemos. ¡Cuídate, Jane! —se acerca y me abraza levantándome un poco, provocándome cosquillas.
—¡Espera! —la llamo y voltea. —¿Regresarás sola a esta hora?
Niega con pesadez.
—Solamente tenía un descanso antes de volver a ensayar la obra de teatro, estamos retrasados y aún no manejo mis líneas al cien. ¡Quisiera tu buena memoria! —chilla.
—Yo quisiera tus ganas de vivir—me río y ella ríe en conjunto.
—A veces me hacen falta, créeme. ¡Bye! —se marcha dando un giro y tarareando una canción que desconozco, seguramente de su obra.
Niego sonriendo y me despido con la mano. Al terminar de verla irse, veo hacia atrás notando el desastre que hice y del cual debo hacerme cargo.
Hago la cabeza hacia atrás y me quejo con frustración. ¡Aquí vamos de nuevo!
Perdiendo la noción del tiempo, me quito y desconecto los audífonos, los cuales me ayudaron a hacer la limpieza más tolerable. Limpiando y bailando improvisadamente una playlist llena de canciones energéticas de BLACKPINK.
Reviso rápidamente lo pendiente, estando hecho. ¡Muy bien! Ya puedo largarme de este lugar antes de que se haga más tarde, debido a que Lina me abandonó, lidiare con irme sola, pero debo admitir que me da cierto temor.
¡Tú puedes, Jane! Me animo, apagando las luces y yéndome corriendo hasta llegar a un lugar iluminado. Los pasillos están vacíos, no hay ni una alma, y el silencio se torna tenebroso.
Solamente debo buscar mis cosas en mi casillero e irme corriendo. Avanzo buscando con dificultad en el enorme lugar, todo parece igual, como un laberinto, una misma habitación salida de la realidad. Mientras más avanzo, más me convenzo de que algo de aquí no es normal, transformándose escalofriante, siniestro, hasta comenzar a sentir nervios de mi posible paranoia. Mi corazón me late rápidamente, siento las manos tornarse sudorosas y mi mente crear temibles escenarios.
Grito y el eco es impresionante, nadie responde. Las luces se apagan de repente y corro con mayor rapidez, dando vueltas y vueltas, comenzándome a dar ansiedad. Me trato de tranquilizar, dejar de temblar y poder pensar claramente.
Veo la luz de la luna por una de las salidas, instintivamente la sigo, aventando la puerta y saliendo, sintiendo el aire fresco, la noche helada, sintiéndome a salvo.
Vuelvo a mirar hacia atrás, percatándome de que hay un animal observándome detenidamente. Es un pequeño cachorro de color negro que me mueve la cola amistosamente.
Me echo a reír de forma escandalosa, sintiéndome una estúpida y exagerada. Me acerco a acariciarlo y me lame.
Animándome a que no es nada, vuelvo por mis cosas como si nada, iluminando con mi celular y marcándole a Lina para saber si llegó a salvo. No me contesta, le envió un mensaje y sigo con mi camino.
Siento cierta tensión, tal vez de las emociones que experimenté como si pasara por una amenaza. Salgo nuevamente, notando que el cachorro me estaba esperando, ¡Qué tierno!
Avanzo y me sigue, sonrío y pienso en comprarle comida en la primera tienda que vea. Al menos no regresaré sola, su compañía me hace sentir a salvo y hasta puede que termine uniéndose a la familia. Nunca he tenido una mascota debidamente, en el departamento donde vivíamos no lo permitían, así que me conformaba con los animales que me encontraba, encantándome el alimentarlos y cuidarlos por un instante, yéndome con la pesadez de no poder quedármelos.
El cachorro y mi sombra son mi única compañía, todo luce vacío y oscuro, a cierto punto del camino abrazo al cachorro, cargándolo, sintiendo su bajo peso, su piel caliente y su pelo suave, hasta sentir que se pone inquieto. Lo dejo en el suelo y se va corriendo, retrocediendo, por lo cual lo persigo arduamente hasta encontrarlo en medio de una calle deshabitada y sin mucha iluminación, apenas y puedes distinguir tu propia figura.
Me acerco lentamente, intentándolo atrapar sin asustarlo, llamándolo, al llegar lo acaricio y sonrío. En ese preciso momento escucho unos ruidos extraños, internos, a la par que aumenta y aumenta su tamaño, sin cesar, hasta convertirse en una criatura más grande que un lobo y sus ojos se tornan completamente negros, aterrándome.
Caigo al suelo ahogando un grito y golpeándome la cabeza, escuchando un zumbido, no importándome el dolor físico creciente, solamente quedo hipnotiza por aquella criatura que parece un enorme perro con ojos completamente negros, una brillante mirada penetrante, al ver su hocico parece dejar caer espuma blanca y al acercarse, sus ojos se tornan de un color rojo vibrante. Los sonidos que emite son horribles, a pesar de escuchar el zumbido, tengo que taparme los oídos, atemorizándome a tal grado de quedarme estupefacta, sin habla, sin movimiento, solamente puedo cerrar fuertemente mis ojos, intentar taparme en modo defensa y suplicar por mi vida.
Mis súplicas internas son tan fuertes como el sonido de mi corazón cesando, los segundos se tornan insufribles, me torturan, sintiéndome completamente pérdida comienzo a llorar del miedo, del horror, sintiéndome atrapada y acorralada por esa criatura maligna.
Lo siguiente que escucho es el sonido del fuego rodearme, a la criatura quemándose, agonizando de dolor de forma horripilante, a tal grado que te hace revolver las entrañas. Abro los ojos observando el fuego azul en una enorme figura de un pentagrama, pareciendo protegerme y librarme de mi supuesto final. Hasta que desaparece aquella criatura, consumiéndose y carbonizándose en un color rojo vivo, una combustión, siendo claramente no humano, ni animal, natural. Manchando la escena con sangre, salpicando por todas partes, incluyéndome. Llenándome el rostro, las manos y la ropa, aquel fuego que se torna rojo y al hacerse cenizas, se apaga y desaparece todo lo que estaba a mi alrededor.
Atónita me intento levantar, no puedo, estoy temblando, siento escurrir aquel líquido rojo, me arrastro hasta detenerme al escuchar pisadas y ponerme en modo alerta. Alguien se para justo frente a mí y me ofrece su mano para ayudar a levantarme. Miro hacia arriba, estirando mi mano, pareciendo la recreación del cuadro de Miguel Ángel, cuando nuestras manos por fin se tocan, quedamos rodeados por un enorme pentagrama de fuego, quedándonos en el medio de él y añadiendo la iluminación del fuego de fondo. Admirando su auténtica presencia inhumana, inefable, hasta interrumpirme al decirme:
—Soy tu ángel guardián, caído tal vez. Aunque tengo algo claro; Estoy aquí para salvarte de tu perdición, probablemente convirtiéndome en ella si me lo permites. Derramando la verdad, arrasándote y salvando tu alma del abismo de la destrucción.
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