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Capítulo 11

Al terminar el chequeo, arrastro mis pies fuera de la habitación, saboreando una paleta roja con sabor a sandia que me dio la respectiva enfermera Sam, la cual me lleva a tomar el aire al mencionarle que estaba mareada. Sostiene mi espalda mientras avanzamos a paso lento, sin comentarme nada más, siguiendo su labor y haciéndolo con calidez al sonreírme cuando nuestras miradas se encuentran, correspondiéndole, pero en el fondo no dejando de pensar en el ajetreo movimiento de hace unos momentos atrás, mirando el suelo resplandeciente. Seguimos por el pasillo despoblado en donde la ventana con un cielo oscuro me da entender que la noche ha llegado a reinar. Preocupándome aún más.

Doblamos el pasillo, a escasos minutos de llegar a la salida, al notar una presencia acercándose elevo la cabeza, encontrándonos cara a cara con el mismísimo concejal. Kamel.

—¿Cómo se encuentra? ¿Cuál es su estado actual? —se dirige a la enfermera como si no estuviera, sin siquiera mirarme.

—Mareada—le respondo confirmándole mi presencia lo que incita su atención.

—Presión arterial baja, se le bajó la presión. Íbamos justamente a tomar el aire—responde Sam con un tono dulce.

Kamel nos mira una a una, pensando.

—Puedo acompañarla, no tengo más labores que atender—vuelve a dirigirse a Sam de manera determinada. Abro los ojos con sorpresa.

—Ese es mi labor, cariño—ella le sonríe amablemente y me hace avanzar, sujetándome.

Sin decir nada más avanzamos, dejándolo atrás aunque no tarda en aclarar la garganta.

—Tengo que hablar contigo, a solas...—aumenta el volumen, impidiéndonos seguir con tranquilidad, incrementando mi sorpresa. —¿Puedes? —suelta casi como una súplica.

Bebo de la botella de agua que me dio, sintiendo el aire fresco que me faltaba, estando en las gradas de la cancha de la parte trasera de la escuela. Todavía hay personas practicando, aunque están alejadas. Es inmenso. La naturaleza es un lema, las luces tenues lo hacen parecer tenebroso con una noche sin estrellas como la de hoy.

—¿Ya te sientes mejor? —cuestiona a la par que dejo la botella, sintiendo un ligero asco.

Asiento cerrando los ojos debido a la sensación, pero a los segundos los abro. Paso saliva queriendo deshacerme de ello, no funcionando.

—¿De qué se trata? —le pregunto yendo al grano, directa.

—Tus padres...—lo veo al instante queriéndole responder, pero prosigue. —Deberían saberlo tus padres—me mira fijamente, serio. Deduciendo que se trata de mi estado, niego inmediatamente.

—Preferiría que no—los nervios comienzan a recordarme sus palabras regañándome y echándome en cara lo que les dije en un principio con mi mismo comportamiento que me llevó a esta situación.

Ríe ligeramente.

—Es nuestro deber comunicarlo, sin embargo, personalmente concordados en lo mismo—sonríe y mis preocupaciones desaparecen al pronunciar esas palabras.

Suspiro de alivio, pero la duda vuelve.

—¿Es lo que querías hacer? ¿Convencerme? —prosigo.

Lo dejo sin palabras momentáneamente,  niega repetidamente.

—Tus labores correspondientes a la sanción se tratará de asear los clubs al finalizar las clases junto a Kuhn, por el resto de la semana. No te confíes demasiado por ser nueva—lo dice volviendo a mantener su tono determinado que posee en su respectiva posición.

—No lo hago—manteniéndome civil, le respondo seca.

Sonríe forzosamente y se levanta dispuesto a irse, lo que no me desagrada en su totalidad, pero interiormente esperaba algo más, no sé exactamente porqué.

—¿Eso es todo? —no convencida lo confronto.

—Es todo. Ten linda noche—se va teniendo la misma sonrisa que poseía, sin intenciones de añadir algo más. Tan rápido como la corriente helada que siento.

—Igualmente—bajo el tono, la amabilidad me hace contestarle, viéndolo irse. Su larga figura se plasma con su sombra avanzando. Un deseo impulsivo me hace querer saciar mis dudas, pero la razón me deja estática.

Aprieto mis puños negándome a involucrarme indebidamente, más de lo que ya estoy, aunque de forma involuntaria. Lo veo desaparecer en la oscuridad y la naturaleza cautivante que se mueve con el viento. La luz de la media luna es incluso más potente que la de las luces artificiales que iluminan la cancha.

La espina del tema de mis padres vuelve, saco mi celular, mirando las ocho y veintiséis en el fondo personalizado. Lo desbloqueo y le mando un mensaje a mi mamá preguntándole si llegarán a cenar a lo que responde a los segundos contestando:

"No nos esperes despierta, cariño. Estamos aun trabajando".

Suspiro con cierta mezcla de alivio y decepción. Han estado llegando más tarde de lo usual en estos días, lo que me alegra al saber que la distancia requiere más dedicación, pero a la vez me siento perturbada con la idea de que es la misma rutina de ausencia. Igualmente, me respaldo conque será temporal y todo lo que pasa en estos momentos hay que disfrutarlo por más agridulce que sea.

Queriendo despejarme me enfoco al frente mío. Veo a las personas practicar, ahora son menos, su energía es admirable. Corren por la cancha y se pasan la pelota de baloncesto. A las tres canastas siento mi celular vibrar e iluminarse en una notificación.

Miro la hora dando las ocho y treinta cinco. Abajo aparece un mensaje de un número desconocido con lo que parece una placa de algún vehículo. Extrañada frunzo el ceño admirando el mensaje hasta recibir otro que resulta inquietante.

Acércate al estacionamiento.

-L.

Descifro la pista con los ojos entrecerrados, evidentemente puede ser él en particular. Trago saliva, recapacitando que el peligro es un punto fuerte pero mi intuición me dice que me arriesgue. Sólo así lo descubrirás. Dejar de dudar y hacer más.

Me levanto con cuidado y agarro la botella de agua en mi mano derecha junto con mi celular, acomodo de un movimiento mi mochila y bajo las gradas una a una sintiendo mi corazón acelerarse. Al llegar al suelo alento incluso más mis pasos ya que el lugar mencionado está en corto. El asco vuelve al acercarme más y más al estacionamiento, pero sigo saciando la curiosidad hasta llegar y pararme en seco, visualizando los vehículos que son más de los que esperaba, aunque el lugar está solitario.

Me llaman, mi tono suena y veo el mismo número. Lo veo por unos segundos hasta contestar y mirar alrededor al mismo tiempo.

—¿Bueno? —me esfuerzo por no balbucear, pero no obtengo respuesta. La llamada sigue y mis pasos también, buscando la placa detallada en los coches de colores brillantes, no coinciden. Apresuro el paso, la vista, nada. Avanzo más y más no obteniendo éxito, estando casi al final del estacionamiento cuando de repente cuelgan. Respiro el aire puro y veo a mi izquierda, reviso la placa de una camioneta Ford estilo Pick-up de color azul oscuro. Lo encontré.

—Deberías subir de una vez—su voz imponente se filtra en mis oídos, reconociéndola al instante. Alzo la vista al encandilarme con las luces traseras encendiéndose repentinamente.

—¿Debería subir al auto de un sujeto anónimo que consiguió irrespetuosamente mi número y que probablemente esta sea la camioneta con la que sube a sus víctimas? —pregunto vacilante, viéndolo abrir la puerta y asomarse. Emite una expresión seria, pero con un ligero aire de ironía al elevar ligeramente su rostro. Lleva su usual vestimenta con la capucha puesta, pero al sonreír ampliamente se la quita, viéndome directamente.

—Lamentablemente, no serías víctima si te gusta el lío en donde te metes, sería victimismo. Cruzamos involuntariamente la línea del anonimato hace no mucho, pero eso no quiere decir que nos conozcamos. Cediendo a tus deseos, compláceme con tu compañía para cambiar eso esta noche—enciende el motor y me acerco ínsitamente con lentitud.

—¿Dónde...? —averiguo.

—Vamos a cenar, allá te contaré más.

Miro un punto sin sentido de la mesa de C.D.H teniendo al chico mirándome fijamente, analizándome con más accesibilidad al estar al frente mío sin decir ni una sola palabra. Solamente esperamos nuestra orden silenciosamente en el pequeño restaurante de menú variado que tiene un estilo retro, resultando ser bastante tranquilo por su escondida dirección. Tiene frases en letra neón y figuras adornando el lugar igual aunque su acomodo es más como el de un café.

—¿Estás en modo mute? No has dicho ni una sola palabra desde que te subiste al auto—comienza a hablar de forma pesada y sarcástica a la vez.

—¿Qué clase de persona hace eso? —lo miro, interrumpiendo sus próximas palabras. Llevándolo al principio del día, de nuestro primer encuentro.

Sonríe plácidamente.

—Replantéate la pregunta—contesta con diversión.

Deductiva miro sus ojos, notando su color más oscuro por la iluminación del lugar.

—¿Una bestia no puede actuar como un debido humano? —me llega otra pregunta que la suelto seriamente lo que desaparece su sonrisa. Mira a los lados antes de continuar al observar que no hay nadie cerca de nosotros.

—Una bestia es esclava de sus impulsos y un monstruo también lo padece. La única justificación es la naturaleza y razonamiento de cada uno que eventualmente es un argumento careciente—vuelve a mirarme fijamente, concentrando su atención nuevamente.

—No hablé de monstruos—niego al escuchar su inesperada respuesta.

—Pero sí de humanos. Tratándose de lo mismo o incluso peores.

Nos miramos sin decir nada más, no pudiendo negar ese pensamiento. De pronto, una idea de una demostración al azar me inunda la cabeza.

Agarro la sal y la pimienta para dárselos al arrastrarlos hacia su lado. Me ve extrañado, pero no emite negación alguna.

—¿Qué es lo que ves metafóricamente aquí? —le pregunto con energía.

Mira los botes y después me mira a mí no muy convencido.

—Condimentos diferentes pero complementarios—atinándole asiento satisfecha.

—Se trata de tú y yo—vuelve a mirarme con extrañes, soltando un sonido de burla. —Cada uno tiene su función siendo diferente, pero por alguna razón en específico terminan comúnmente juntos, así que cuando descubres la combinación te puede parecer la perfección, mientras tanto el proceso de descubrirlo es largo, aunque no en vano.

—La perfección no existe, es sólo una idealización como la religión—se cruza de brazos con firmeza.

Pensativa deduzco un punto intrigante aunque no irrelevante.

—¿No crees en Dios? —me atrevo a preguntarle aun sabiendo que puede no resultarle agradable mencionarlo por la obviedad, pero nada está confirmado sin decirlo abiertamente, con seguridad.

—Tú eres tu propio Dios, ¿Por qué anhelar o culpar a alguien más? —deshace su cruce para elevar las manos con movimientos similares a poner una balanza, una equidad. —Idealizar es un veneno letal que no hace su efecto rápidamente, por lo cual te va matando lenta y duramente. Arrebatándote por cimiento—baja sus manos y se dirige a tomar los botes, quitándomelos, siguiendo sus palabras.

Lo miro seria por un instante, sedienta de descubrir más de su manera de pensar, de ser.

—¿Idealizar es tener fe? —vuelvo a cuestionar.

Juguetea con los botes, cambiándolos de su respectiva posición.

—¿Acaso necesitas seguir de principio a fin unas palabras grabadas, memorizadas y practicadas esclavizándote por siempre? No lo creo necesario ni justo reprimir tus deseos carnales, naturales sin la puta necesidad de pedir perdón o permiso. Que es peor—suelta los condimentos con agresividad, casi tirándolos. Comprendiéndolo más y agradándome ello.

—Entonces, ¿Eres ateo? —concluyo.

Sonríe con gracia, volviéndose a cruzar de brazos, recargándose en el asiento lo que hace inclinarse hacia atrás.

—Soy selectivo y libre, solamente eso soy. Ni más ni menos—eleva los hombros con su sonrisita satisfecha, sincera.

Le sonrío devuelta, cómplice.

—Naturalmente hablando, no me esperaba otra respuesta—imito su pose, cruzando los brazos y mirándolo, sonriendo. Tan sólo pasan unos segundos hasta notar que se acomoda.

—¿Y tú? —ladea la cabeza mirándome atento. —¿Qué es lo que ves metafóricamente? —apunta a los botes de condimentos, regresándomela.

Intercambio la vista puesta en él para ver los botes de sal y pimienta cambiados de posición con una idea en mente.

—Gris—respondo segura.

—¿Gris? —replica.

Asiento.

—A veces lo mejor no es el blanco ni el negro que es lo que todos vemos, sino más allá. El color gris, siendo el medio de ambos, una mezcla necesaria, espléndida—le explico enfatizando con profundidad lo que mis palabras parecen causarle gracia por la manera en que sonríe, pero no dice nada más allá de lo que expresa.

—Entiendo tu punto. Pero, ¿Cómo descubres el gris? —aligera su sonrisa, aunque no la apaga, sorprendentemente.

—Inundándote del blanco y sumergiéndote en el negro hasta conocer al gris. Básicamente, saliendo de lo vivido, dejándote guiar por lo nuevo hasta seguirlo específicamente. Siendo alguien, transformándose en algo o viceversa, no alterando el resultado dado.

—¿Y quién es tu gris? —oscurece su voz, mirándome intensamente.

—Tú—me acerco a la mesa intencionalmente, sonriéndole resplandecientemente.

El mesero se acerca a darnos nuestro pedido con amabilidad y rapidez, pero nosotros nos seguimos mirando hasta voltear a agradecer cuando nos dice "Buen provecho", concluyendo que se trata de un hombre joven por la voz. No sintiendo ni la mínima vergüenza o necesidad de parar nuestra peculiaridad que resulta imprecisa.

Bebe del popote de su malteada de vainilla sin intención de dejar el juego de miradas, pero a los segundos interminables termino acabándolo al concentrarme en mi platillo humeante de sopa Miso, aun sintiendo su atención puesta en mí. Sin mucha importancia tomo la cuchara para enfriarla y poder comer del delicioso platillo.

Olvidando mis modales no queriendo responder a los suyos, paro mis movimientos y levanto la vista para ofrecerle, pero noto que estaba mirándome por lo que al chocar nuestras miradas se retracta y voltea al lado fugazmente.

—¿Quieres un poco? —me gana la palabra y apunta a su bebida, disimulándolo.

—¿Está bien que le tome del mismo popote?

Sonríe bufón.

Puedo notar la colección de palabras y frases irónicas que pasean por su cabeza, pero en vez de responder, toma otro popote del mostrador y lo pone en la malteada, mirándome serio, esperándome.

Al ver que no me muevo, me reta con la mirada y sus movimientos a lo que internamente me resisto para no reírme. Termino cediendo y tomando de la deliciosa malteada que incluso tiene pequeños trozos de hielo. Tienta a la suerte, podría resfriarse.

—¿Gustas? —le ofrezco amable queriendo corresponder el acto que había sido pospuesto. Se enfoca en mi expresión y abre la boca mientras se acerca.

Me le quedo mirando extrañada, pero al ver que se echa a reír, rodeo los ojos. Queriendo seguirle el juego acerco cuidadosamente el plato con la cuchara y espero a que me haga caso que obedece sin protestar o finalizar su juego. Le doy de comer y veo que hace un sonido de aprobación, al acabar vuelve a pedir más y con una sonrisa burlona se lo doy, pero intencionalmente le hago que se le escurra el caldo de la sopa hacia su típico suéter negro que rápidamente va a atender con una exclamación usual. » Joder «

Río alejándome.

—Así comprobaré si en realidad te cambias o igualmente, tienes un armario completo con suéteres iguales como una caricatura—me echo a reír viéndolo secarse con una servilleta a lo rápido, quejándose.

Sonríe mostrando los dientes antes de mirarme con gracia.

—Créelo—responde. —Ahora es mi turno de comprobarlo—se levanta de la mesa a lo que instintivamente huyo con la sopa en manos casi tirándose al jalarme, volviendo como yoyo.

Al terminar nuestra convencional cena y pagar la mitad entre los dos, aunque resaltando que su orgullo lo hizo dejar una gran propina, estamos de vuelta en el auto. Maneja con tranquilidad y en silencio mientras el ambiente gobierna la canción » Trust Issues de Drake « observando los escenarios nocturnos del pueblo hace una combinación gloriosa. Bajo la ventana para sentir el aire fresco y puro, apreciando más este momento.

—Puedes cambiar la canción—apunta con un gesto a su celular que está en la encimera con el Bluetooth conectado. Observo el diseño y se ve realmente costoso. Las dudas vuelven, aunque dejando atrás su privacidad, otra me carcome la cabeza en este instante.

—¿Cómo conseguiste mi número? —suelto con más firmeza que naturalidad.

No me ve, sigue manejando en silencio como si estuviera totalmente concentrado.

—Tu expediente médico—responde mirándome fugazmente. —Contiene tus datos generales.

Lo miro seria, quieta. Recordándome que irónicamente hice lo mismo y no puedo reclamarle algo que efectivamente no seguí, siendo doble moral.

Solamente me dedico a cambiar la canción a la siguiente, tratándose de una de rock alternativo. « Do I Wanna Know? de Artic Monkeys «

A medida que la melodía inunda el viaje, las ganas de querer cuestionarlo por lo pasado me tienta. Lo miro dispuesta, armándome de valor para saciarme de la verdad y sus razones.

Nos alejamos de las iluminadas calles hasta acercarnos a una esquina cerca del bosque con una tienda local 24/7 llamada Circlek a la cual extrañamente nos dirigimos. Estaciona el auto lo que me extraña la repentinidad. Lo miro expresando confusión y me mira al instante.

—Quédate aquí, ya vuelvo—dice yéndose al instante, llevándose las llaves consigo y cerrando la puerta fuertemente. Frunzo el ceño viendo sus movimientos al entrar a la tienda con rapidez, huyendo involuntariamente de mi valentía instantánea.

Bufo apoyando mi cabeza en mi mano mirando el horizonte, esperándolo. Escucho ruidos parecidos al de un animal moviéndose, proviniendo del bosque. Intrigada miro atentamente aun escuchándolo. Entrecierro los ojos al ver una gran silueta oscura acercándose, haciendo crujir las ramas. Sigo observando hasta notar en la oscuridad los mismos ojos rojos que retrataba mi repetitivo sueño. Asustada cierro la ventana, el pánico me inunda y me bajo bruscamente de la camioneta corriendo en dirección a la tienda, pero al llegar al doblar choco con Lion, tirándole la bolsa plástica que sostenía, regándole la cajetilla de cigarrillos que acaba de comprar.

—¡¿Qué carajo te pasa?!—sube el volumen de voz, con desagrado y a la vez con extrañes.

Lo miro con miedo sin poder responderle, con el corazón acelerado y lo único que puedo hacer es ceder a mi impulso de abrazarlo fuertemente, cerrando los ojos. Noto su cuerpo tensarse ante la sorpresa, apesar de eso, no cuestiona, no me aleja, al contrario, termina siendo un gesto recíproco porque me devuelve el abrazo.

—Era la misma figura que en mi sueño, acercándose—le explico viéndolo fumar, estando sentados en la banqueta de la calle, repartiéndonos de los Pocky que compró, añadiendo que dijo que fue el primer chocolate que vio y por ende aquí estamos compartiéndolos. Saboreo su dulce sabor rápidamente, queriendo seguir.

—¿Segura que no quieres uno? —me ofrece un cigarrillo, pero niego haciéndole una seña con la mano.

—Esto es suficiente—imito su mano con un Pocky y hago la finta que fumo, provocándole una gran risa.

Sonrío dejando mi actuación y muerdo el dulce.

—Pareces más tranquila—me lo dice con normalidad que se asemeja mucho a mi estado actual.

Mirándolo atenta, termino mi dulce.

—La tranquilidad se quedó en Detroit para normalizar lo nunca vivido en Leesburg—me sincero.

Sonríe sin añadir nada más, sólo sigue con lo suyo hasta dejar un silencio donde los sonidos de la naturaleza se acentúan. El frío se intensifica, pudiendo ser una de las noches más frías que he presenciado en este pueblo.

—¿Cuál es tu dicha normalización? —pregunta con cierto tono divertido.

Elevo una ceja, asimilando.

—Llegar al peculiar lugar de mis sueños cuando bien podría ser una simple pesadilla, pero en vez de aterrarme, lo sentía venir por lo cual no huyo, dejo que me atrape en la soledad de este viejo pueblo. Envolviéndome de ella—me cruzo de brazos al sentir una fría corriente de aire, despeinándome.

Su cabello también se mueve aun estando protegido por su capucha, manteniendo una expresión seria mientras sostiene el cigarrillo en sus labios.

—Te diré un secreto—suelta de repente, acercándose. —Uno en este pueblo no está solo—susurra, soltando el humo en mi rostro. Me volteo rápidamente evitando toser por el desagradable aroma.

—¿Ni el más solitario? —le mando la indirecta. Vuelvo a mirarlo para observar su reacción siendo una gran sonrisa.

Niega.

—Ni el más solitario está tranquilo en este lugar—responde honesto. —Menos incluyendo tu puta presencia y tu manía por aferrarte a lo prohibido—devolviéndome la indirecta, se estira y disfruta de mi expresión boquiabierta que no dura mucho al tener una idea.

Saco el libro que me quería quitar que ahora está húmedo y aún más pesado, llamando completamente su atención.

—¿Cómo esto? —sonrío divertida y al ver que abre los ojos en alerta, me pongo la mochila como puedo y actúo estratégicamente para huir de sus agarres, hasta llegar a correr porque su esfuerzo llega a tal, casi cayéndose al levantarse con rapidez lo que me hace reír ruidosamente. —Para quitarte el tabú hace falta tentarlo. Enfrentarlo—prosigo, dedicándole una gran sonrisa que a medida se transforma en una melosa risilla.

—¡Jan, no! ¡Joder! —grita con energía, pronunciando mal mi nombre tal vez por descuido, persiguiéndome.

Al correr los pocos metros de la calle me desvío al bosque sin miedo, en un impulso de adrenalina que sigue al estar correteándome. Dejando mis temores a un lado al estar a su lado, sintiéndome a salvo. Las ramas crujiendo y las hojas secas siendo pisadas, me hacen tener cuidado. Mi risa se desvanece y ahora camino mirando a los lados. Hasta pararme en un punto central observando la niebla alrededor y la luz de la luna iluminando a través de las ramas de los pinos.

Un escalofrío me recorre el cuerpo al presenciar nuevamente una escena fugaz de mi sueño que cada vez cobra más vida, se vuelve una realidad no tan lejana. Miro a los lados no obteniendo rastro de Lion ni de sus artimañas para asustarme. Solamente me quedo parada esperado su presencia que tarda en aparecer. En cambio de su ausencia, otras sombras aparecen en círculo, rodeándome. Queriéndome atemorizar, pero su oscuridad no es la misma que la de mi sueño, lo que no da fruto a su intento.

Aviento el libro al suelo, cayendo en hojas y algunas ramas que intensifican su sonido. Cierro los ojos, queriendo desaparecer las sombras.

—¿Qué tipo de oscuridad es esta? —alzo la voz con firmeza y sin miedo.

El viento ruge, nadie responde. Trago saliva al sentir a alguien justo detrás mío.

—Eso depende de tus miedos—susurra. Abro los ojos queriéndolo ver, sin embargo, no está.

—No le tengo miedo a la oscuridad—contesto.

—Sí a pecar que es lo mismo. Dejarte llevar por la oscuridad natural que yace en ti, sin camuflaje. Cada una de esas sombras representan un pecado, nuestro verdadero ser esperado no ser negado. Porque una vez que comienzas a convivir con tus tinieblas, puedes encontrar tu verdadero ser, conocer el camino que siempre habías tapado por tomar atajos destructivos, perdiéndote—su voz se escucha alta aunque no está su presencia. Mira hacia arriba y lo veo descender con sus enormes alas moviéndose, causando ruido.

—¿Y si quieres encontrar la luz? —pregunto mirándolo, está acercándose nuevamente con los rayos de la luna sobre su piel desnuda.

—Aléjate de la tentación. Niega tus instintos naturales, tus creencias liberales, cediendo a un patrón como bufón, pero te advierto que reprimirte va a la misma balanza que la infelicidad. Tú misma decides si vivir el infierno o soñar con el cielo estando parada ahora mismo en tus pies.

—Creo que puedo vivir ambos, simplemente volando a tu lado—alzo mi mano queriendo que la tome y me lleve con él. Lejos de aquí.

Ríe con diversión, parando el descenso, mirándome en lo alto.

—¿Quieres ser arrasada al limbo conmigo? —devuelve, acercándose lentamente. —Al primer de los nueve círculos.

—No hay paraíso sin antes dirigirte al limbo. Sin pecar venialmente, constantemente. Atravesando cada uno de ellos hasta encarar lo que cada pecado esconde, con profundidad.

—Del pecado nacemos y del mismo moriremos. Cediendo a la tradición del pecado capital. ¿Quieres perderte ante él? —al estar cerca mío, acaricia la palma de mi mano. Siento una corriente, el ruido aumentando, el viento despeinando mis cabellos y llevándolos a mi rostro que está mirándolo con atención, contemplándolo con la luz de la luna.

Sonrío con cierta chispa de iniquidad.

—Te devolveré el secreto—atrapo su mano con rudeza, acercándolo. —Ya no estoy perdida porque he encontrado a mi pecado capital—susurro.

—Aún te falta alcanzarlo—baja el tono de la voz. Aumenta su cercanía, nuestras miradas conectadas se responden con una sonrisa.

—Entonces, tómame y guíame—lo suelto y elevo mis brazos para que pueda agarrarme. Al estar frente a mí me recorre con la mirada y se acerca peligrosamente, impactando nuestros cuerpos. Me agarra de las caderas, aferrando sus dedos con fuerza, enredo mis piernas en su bajo vientre y rodeo su cuello con mis brazos, clavando mis uñas para sentirme segura, apoyando mi cabeza en su hombro, logrando oler el aroma de su piel desnuda. Nos elevamos como una estrella fugaz en la noche helada, no pudiendo evitar ahogar un grito a la vez que cierro los ojos. Lo escucho reír con gracia al momento en que comenzamos a ascender más y más. Dejando atrás el bosque, uniéndonos a la oscura noche, intensificándola al estar a su lado. O al menos sintiéndolo así.

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