Capítulo 7
-¿Qué le pasó?- Le pregunté a Aradia mientras la miraba en la camilla dormida, ella me miró y se encogió de hombros.
-No tengo ni idea, sólo sé que ha estado así por casi tres semanas- Contestó- Creo que alguien la envenenó con una plata que se usa para la magia negra pero no podría asegurarlo- Estaba realmente muy mal lo notaba incluso por su pulso, tome su mano y la entrelace con la mía- La ciencia de los humanos no le ha servido y quizá le quede solo días de vida.
-No digas eso Aradia, no lo digas ni en broma ella no va a morir- Acaricie su rostro pálido y en ese momento fue cuando me arrepentí de haberla dejado- El que le haya hecho esto firmó su sentencia de muerte.
Cinco años después de todo lo que sucedió y lo que me costó alejarme de ella para mantenerla a salvo de nuevo estaba en peligro, aunque esta vez, por algo que iba más allá de lo que yo pudiese llegar a imaginar, algo que no pode ni siquiera predecir. Sus mejillas estaban descoloridas, tenía ojeras al rededor de sus ojos, su cabello rubio castaño estaba alborotado en la almohada. Ella tenía un poco de aparatos del que dependían su vida, su respiración era irregular y de vez en cuando dormida tosia un poco, se notaba que le costaba mucho respirar y su aspecto era realmente demacrado, nunca pensé verla así. Debíamos irnos antes de que despertará no me convenía que nos viera. Aradia me había dicho que ella nos recordaba parcialmente, al menos sabía como lucíamos, lo cual significa que su subconsciente trata de devolverle sus recuerdos y no sabía si alegrarme o preocuparme. Le di un beso en la frente y salí de la habitación, no regresaría al infierno, no, a menos que descubra quien hizo esto. Aunque realmente ya tenía una idea de quién pude haber sido, lo que no me explicaba era porqué había faltado a su palabra, por qué si yo había cumplido al pie de la letra todo lo que demando. Salimos del hospital y nos adentramos al auto. Solía venir a visitarla de vez en cuando, a veces la miraba con ojos gatunos y ella solo se quedaba observándome, me aliviaba el alma. Me costó muchísimo dejarla ir, me costó mucho vivir en el infierno, saber que me amaba y aún ni me recordaba. Pero el destino siempre buscaba la manera de volverla a poner en mi camino. Puse en marcha en vehículo y me dirigí a la iglesia. Aradia venía leyendo un libro, un grimorio quizá. Necesitábamos saber con qué la habían envenenado, así, sabríamos que antídoto darle. Avance por la calle y me adentre al tráfico. Hace unos días se me escapó del infierno un arcángel, un ángel que custodiaba a los muertos. En el infierno existen 7 círculos y a parte de los príncipes infernales, había una corte de arcángeles del infierno que comandaban los ejércitos bestiales. Fue uno de ellos el que escapó, lo malo aquí, es que en su huida dejó escapar a varias almas malignas que están vagando en el mundo causando daño. Entonces, para solucionar esto debía atrapar primero al ángel. Nos detuvimos en la iglesia y entramos hasta la oficina del padre, él no se encontraba. Así que nos pusimos manos a la obra a buscar en el arsenal de libros que tenía en la biblioteca algo que pudiera ayudarnos con Annia. Ella no podía morir, no mientras yo pudiera impedirlo. Todos los síntomas que tenía coincidían con una intoxicación por magia negra. Pero tampoco estábamos seguros. Entonces sentí un aura algo oscura, me puse de pie del asiento donde estaba y miré hacia todos los lados. Había estado aquí. Después de ser expulsado del cielo decidí crear mi propio reino y empecé a crear ángeles, uno de ellos fue el arcángel que se me escapó, por eso conocía su aura, su luz, su aroma, incluso sus recuerdos. Estaba cerca de Annia y eso me preocupaba, me preocupaba muchísimo, ella en particular suele ser muy celosa.
-Aradia, necesito encontrar al arcángel- Le dije- Empezaré una búsqueda, mientras tanto tú encuentra el antídoto para Annia.
-Claro que sí, ¿Quieres qué la rastree?- Preguntó.
-No, lo haré yo- Salí de la oficina y empecé a seguir su aura. Tenía una pluma de sus alas así que la lancé al aire para que está me guiará como una brújula. Pero entonces la guarde de nuevo cuando la visita de alguien inesperado me sorprendió. Estaba sentado frente a mí, en la estatua de Miguel.
-Luzbel- Habló Gabriel- ¿Qué estás haciendo aquí?- Preguntó.
-Eso mismo te pregunto, hermano. ¿Qué hace un arcángel lejos del vergel celestial?- Me sonrió.
-Que gusto verte hermano, siempre un placer.
-No me estás contestando Gabriel- Le dije.
-Por que es el ángel protector de Annia- Contestó Aradia- Mi padre le encomendó esa tarea cuando era una bebé, la vio crecer al igual que tú.
-¿Qué?.
-Aunque por lo visto no está haciendo bien su trabajo, porque Annia está en la camilla de hospital debatiéndose entre la vida y la muerte- Agrego con rencor.
-¿Por qué padre te dio esta tarea- Pregunté de nuevo.
-Bueno... Nunca se lo pregunté, aunque si quieres voy de lo consultó, ya sabes él es alguien muy hablador- Contestó sarcástico, puse los ojos en blanco- Y en cuando lo de Annia, si estoy haciendo algo, bruja.
-Cuidado como le hablas a mi hermana- Le advertí.
-Descubrí que Miguel no fue quién la ha envenenado.
-¿Cómo lo sabes?- Preguntamos al unísono.
-Por que lo confronte, accedió a hablar conmigo. Quiere demostrar que lo están culpando y me está ayudando a descubrir quién lo hizo.
-¿Miguel ayudando a Annia?- preguntó dudosa.
-Bueno, puede que su odio hacía la mortal sea menos grande que la grandeza de su nombre. Sea quien sea quiere que te confrontes con él, así que no le daremos en gusto. Pacto un encuentro contigo, hoy en la noche.
Pov's Annia.
Miré el dibujo en mis manos, la hoja de papel estaba manchada por el carboncillo con el que dibuje su retrato. De nuevo estaba ese hombre, lo había dibujado en una iglesia, parecida a que iba mi madre. Estaba con una gabardina negra sentado mirando hacia el frente, parecía que se iba a confesar con alguien. Lo había estado dibujando por años, siempre igual, a veces me preguntaba quién era, porque aparecía en mi mente como un recuerdo perdido. Lo imaginaba con ojos muy azules, muy azules, casi celestes. Cerré mis ojos y lo visualice frente a mí, escuché su voz, sus gestos, su risa. ¿Quién era y porque sentía está atracción por él? Por muchos meses trate de buscarle, peor jamás lo encontré, así que simplemente lo deje como parte de mi imaginación. Quizá realmente solo sea eso, un rostro formado por mí activa imaginación. Abrí mis ojos y miré la habitación, era blanca y sólo tenía un sofá cama y un televisor antíguo. Me puse de pie y camine hasta la ventana, estaba en el cuarto piso y podía ver desde la altura las personas que caminaban de un lado a otro, los autos de diferente color, el bullicio de la ciudad, el ojos a humor que esparcía los buses. Tenía miedo de morir, no quería morir, la doctora había dicho que mis pulmones colapsarían cualquier momento, mi corazón no soportaría tanta presión y los ataques epilépticos se volverían cada vez peor. Dijo que no podía darme un tiempo de vida pero que en cualquier momento pasaría. Mamá estaba destrozada, ya había perdido una hija y estaba apunto de perderla otra. Ya llevaba dos semanas en el hospital y sentía que era una eternidad, hay cosas que nunca vas a poder cambiar y quizá mi destino era morir en dolencia absoluta, quizás estaba pagando un pecado que no recordaba que había cometido, o quizá fuera eso, el hecho de no creer en ese ser superior que muchos dicen es benevolente y justo. Solté un suspiro y con mucho cuidado arrastrando la vara que sostenía mi medicina me senté en el sillón a seguir dibujando. Era todo lo que hacía en mis días, me levantaba tomaba medicina, comía pastas y me traían desayuno. Después de eso me bañaba, me ponía la pijama de nuevo, me daban más medicinas, me inyectaban tres veces, dormía, me levantaba para almorzar, dormía, dibujaba, hacia retratos un rato luego, me dormí de nuevo, me daban más medicina, más pastillas, más inyecciones y luego me dormía de nuevo. Era básicamente mi día a día y al parecer iba a seguir siendo así porque no tenía ni idea hasta cuándo me dejarían en el hospital. Silvana y Horacio venían todos los días no había un solo día en el no estuvieran aquí. Silvana se quedaba conmigo un rato, le relevaba el turno a mi madre ella iba descansaba y mi amiga se quedaba conmigo, me maquillaba, sentaba conmigo a leerme y Horacio se quedaba casi todas las noches, traía un poco más de comida, veíamos películas, nos quedamos dormidos y él se desvelaba toda la noche solamente cuidando de que no tuviera otra recaída. Lo lindo de estar enfermo es que por lo menos podíamos pasar más tiempo, no como quisiera que lo pasáramos pero algo era algo. Decidí que hasta no recuperarme no volvería a la universidad, sería poner mi vida en peligro y eso era lo menos que quería. Así que mi mamá habló con el rector le comento todo lo que estaba sucediendo y él accedió a que hiciera un plan académico para entregarle cada dos semanas, así no tendría que ir presencialmente y podría graduarme. Sólo me faltaba un semestre y si me retiraba sería echar por la borda los cuatro años que estudié y al volver tendría que comenzar de nuevo.
-¿Cómo sigue la enferma más hermosa del mundo?- Preguntó Silvana entrando a la habitación, reí por lo bajo.
-Eres experta subiendo ánimos- Le dije.
-Lo sé- Dijo con suficiencia- Te veo mejor, al menos ya no tienes esa manada de tubos. He traído nuevas películas y más maquillaje- Se acercó a mí y se sentó a mi lado, pasó su vista por todos los dibujos- ¿Aún sigues dibujando al hombre?- Preguntó tomando el retrato recién hecho, asentí. La puerta de abrió de nuevo dejando ver a Katrina.
-Hola, Annia- Habló ella, le sonreí.
-Hola Katrina, qué gusto verte de nuevo. Silvana ella es la chica que te conté- Las presente.
-Es gustó- Contestó Silvana, ella sonrió. Parecía distraída- ¿De dónde eres?.
-De un poco lejos de aquí- Ella se sentó frente a nosotras- ¿Hace cuánto se conocen?- Nos preguntó.
-Nos conocimos hace seis años en un bar, trabajábamos juntas- Contesté. Katrina se quedó mirando a la nada, como si hubiera sido absorbida por sus pensamientos. Silvana y yo intercambiamos miradas, sacudí mi mano frente a ella- ¿Katrina?.
-Perdón.
-¿Por qué?- preguntamos al unísono.
-Por que tendrás que morir- Fruncí el ceño.
-¿Qué dijiste?- Pregunté.
-Cómo se te ocurre decir eso
-Ah... Olvídalo, lo siento- Se disculpó, se puso de pie- Lo siento debo irme- Negué, un escalofrío me pasó por la columna.
-No espera, espera Katrina- Me puse de pie y la seguí- Espérame aquí, Silvana- Al salir al pasillo ella ya no estaba ahí, camine mirando por la habitaciones buscándola, pero no estaba. Hasta que escuché un estruendo dos habitaciones continúas a la mía. Mire por una abertura de la puerta, ahogué un sollozo al ver a Katrina contra la pared, un hombre la tenía del cuello.
-¿Cómo te atreviste?- Preguntó, su voz enojada, era gruesa. Estaba dándome la espalda, estaba vestido de negro, empecé a sentirme muy mareada, mi respiración se volvió irregular, mi vista se puso borrosa- Desobedeciste mis órdenes Katrinia, escapaste del Infierno- Entré a la habitación.
-¡Suéltala!- Exclamé, se giró para mirarme. Me encontré con sus ojos azulados y su mirada penetrante.
-Annia- Susurró, pero no escuché nada de lo que dijo mi cuerpo se desplomó, solo pude sentir sus brazos rodeándome para no caer.
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