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Capítulo 16

- A ver... A ver... A ver, barajeamela suave ¿Cómo que el demonio hirió a Gabriel y por eso lo mataron?- Preguntó Anaciel más que sorprendía.

-Sí hermana, no lo sé. Lo tomó desprevenido lo hirió y Gabriel tuvo que asesinarlo. Eso fue lo que pasó, aquí el problema es que ya no sabemos quién está detrás de todo esto y mientras no encontramos el culpable, van a seguir ensuciando mi nombre- Contestó Miguel.

-Nosotros también quedamos sorprendidos, muy pocos demonios han logrado herir a un Arcángel simplemente pasó, hay excepciones pongo- Dijo Aradia.

-Lo único que yo sé es que Annia ha empezado enfermarse de nuevo y todos sabemos lo que ocurrirá si no sacamos su alma del limbo. El vómito volvió así sucedió la primera vez y terminó en un coma más allá, que aquí- Agregué, cambiando de tema.

-Yo creo que tenemos dos opciones, tratar de buscar una cura para mantenerla de este lado y segundo, peinar el infierno para saber con quién trabajaba Agramón- Contestó Aradia.

-Quizá haya una tercera opción- Interrumpió Anaciel, todos la miramos- Buscar de nuevo a la cazadora y enseñarle Annia a vivir como vive ella.

-¡No!- Exclamó mi otra hermana- No la buscarán, está vez no, le juré que jamás volvería a contactarla y pienso cumplir eso. Busquemos otra persona, otra opción.

-¿Y si no hay más?- Preguntó Miguel.

-Tiene que haber- Dijo ella- Pero no la buscarán, así tenga que esconderla debajo de las rocas. No lo entenderían- Aradia salió de la biblioteca y se fue. Solté un suspiro de pesadez y un dolor punzante cruzó mi pecho, era hora de confesarme, llevaba días sin hacerlo y si no lo hacía pronto, mi cuerpo empezaría a padecer de dolor.

Di por terminada la conversación con Miguel y Anaciel. Salí yo también de la biblioteca, seguí de largo por el pasillo hasta llegar a la habitación dónde estaban Annia. Abrí la puerta suavemente, sólo asomé un poco mi cabeza, Annia ya estaba dormida, su pecho subía y bajaba en un ritmo calmado y tranquilo. Volví a cerrar, asegurándome que estaba bien y que dormiría unas horas más decidí salir de la mansión, bajé las escaleras de mármol, crucé las grandes puertas hasta llegar al auto, me introduje y conducí hacia mi destino, iría con el padre Constantino. La noche iba pasando a gran velocidad, mientras los animales nocturnos musicalizaban el ambiente alrededor. Tomé la carretera hacia el pueblo por el camino principal, la iglesia quedaba un poco apartada, casi al otro lado de la ciudad, sólo esperaba que mi cuerpo soportará el dolor que poco a poco empezado a consumirme. Tenía que confesarme cada cierto tiempo cuando estaba mucho tiempo en el mundo terrenal, era algo así como un ritual para purificar mi alma, porque aunque no mataba nadie directamente, si lo hacía indirectamente y eso era el mayor de los pecado. El dolor empezaba desde lo más profundo de mi alma, carcomía poco a poco mi físico. Iniciaba con un dolor agudo e insoportable en el pecho, luego se extendía por todo el cuerpo, traspasando los huesos y empezaban los dolores de cabeza y los mareos, incluso, llegaba momentos en los que vomitaba sangre. También a veces se me salía el instinto asesino, iniciaba mi metamorfosis sin darme cuenta, al mirarme en un espejo estaba convertido en un demonio. Pasé el tráfico, aunque a esta hora de la noche no había mucho, seguí manejando hasta llegar a las grandes puertas de madera y estás estaban cerradas. Estacione al frente, bajé del auto, cerré muy bien y decidí caminar subiendo los pequeños escalones de concreto, empujé un poco y se abrieron. Las velas como siempre estaban encendidas. Hice una mueca y me detuve un segundo al sentir el pinchazo de nuevo en mi pecho, la respiración empezaba a faltarme. Cerré los ojos, solté un suspiro y di un paso adelante. Pasé la estrecha puerta que guiaba al confesionario y allí estaba él, como siempre rezando al frente de la enorme cruz de concreto, con el escapulario en la mano, alzando plegarias a mi padre. Despacio camine hacia él y me senté a esperar que terminara, no hacía falta hacer ruido yo sabía que había notado mi presencia, incluso, desde que cruce por el umbral. Se puso de pie, se dio la bendición, se giro y me miró con una sonrisa cálida en su rostro, se sentó a mi lado y espero. Él sabía más que nadie que esto no era nada fácil para mí, de hecho, era una gran humillación. No lo haría si pudiera evitarlo, pero no, no puedo. En el pasado trate de no hacerlo, cuando venía al mundo terrenal me quedaba días sin confesarme pero luego el dolor era insoportable. Todo el mundo pensaba que si no lo hacía moría, pero realmente yo no puedo morir, sentía todo lo que sentía un ser humano antes de que su alma lo abandonase. Rabia, dolor, impotencia, soledad, era algo perturbador, uno de los peores castigos que me había impuesto mi padre al ser expulsado del cielo. El primer castigo cruel fue haberme arrancado mis alas, se impuso frente a mí antes de ser lanzado a la tierra y arrancandómelas cruelmente, demandó ser el rey de reyes. Se las quedó como un trofeo.

-Padre- Susurré- Confieso que he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión. Confieso que en lo que va de la semana me he llevado a más de 600 almas, confieso que he tenido instintos asesinos y confieso que tengo miedo- Constantino me miró frunciendo ligeramente el ceño- Miedo de que Annia muera y vaya al infierno. Porque ese es el lugar que le espera.

Pov's Annia.

Observe por una rendija pequeña de una de las ventanas de mis habitación como el sol, poco a poco, se iba escondiendo en la frontera. Me quedé allí hasta que los rayos dorados se escondieron por las montañas. Los grillos nocturnos empezaron a cantar y las estrellas empezaba a hacer su aparición. Dejé de mirar por la ventana y me decidí por salir al pasillo. La gran mayoría del tiempo estaba acompañada y hoy, extrañamente, no había nadie en la mansión. Lucifer no sabía dónde estaba y los demás los había visto irse hace un rato. Tenía unas pantuflas de felpa, una pijama de un pantalón holgado de color rosa y un camisón del mismo color. Yo no conocía muy bien la casa, de hecho sabía que había una biblioteca. Camine por un pasillo diagonal hasta cruzarme con la gran puerta, la abrí suavemente y efectivamente ahí estaba la gran biblioteca. Tenía columnas de libros desde el techo hasta el suelo y dos pisos más, a los cuales se subían por unas escaleras de caracol. Varias salas de estar y en el centro de todo el lugar, un escritorio y acumulados allí, varios libros. Al sitio le entraba mucho aire, ya que tenía grandes ventanas al rededor. La noche estaba un poco fría, así que cerre cada ventanal. La luz era tenue, no muy alta, pero si lo suficientemente para poder leer. Me senté detrás del escritorio y empecé a leer cada uno de los libros que allí estaban. Pasaba cada página, aunque no entendía muy bien, estaban escritos en otros dialectos, lenguas muertas he idiomas que jamás había estudiado. Algunos parecían muy antigüos y no sólo eso, tenían dibujos muy extraños, dibujos de seres y criaturas jamás antes vistas. Pasé mis dedos por los trazos, curiosa y a la misma vez maravillada por cada cosa que veía, aunque no lo comprendiera. Después de un rato de estar ojeando los libros llegué a un en especial. Estaba en italiano, comprendía un poco del idioma, en la carrera nos hicieron aprender, aunque yo no era experta. "Un corpo senza anima. Non c'è cura per un corpo senza anima, il corpo fisico si deteriora e muore, il suo posto sarà l'inferno" Decía que lo que yo estaba sufriendo era un cuerpo sin alma, leí en la primeras líneas. Un cuerpo sin alma se iba deteriorando, y al final su lugar era el Infierno. Solté un pequeño gemido, del susto solté el libro al suelo. El Infierno, mi lugar era el infierno, por eso estaban tan ansiosos de buscar una cura, de devolver el pedazo de alma que me faltan a su lugar. Tragué saliva y dejé de husmear entre las páginas, un escalofrío recorrió mi columna vertebral, me lavente del escritorio, fuí hacia la sala de estar y me recosté en el mueble doble. Me quedé mirando al techo, el silencio de toda la casa era completamente terrorífico. Siempre me gustó la soledad, pero jamás me gustó el silencio. Ladee la cabeza un poco y en los estantes de suelo, en el penúltimo lugar ví un libro gris con letras doradas. Fruncí el ceño ligeramente, me puse pie y caminé hasta él. Lo tomé del estante para observarlo, era grueso, de tapa gris de cuero. Me volví a sentar en la sala y lo abrí. Eran nombres de personas, fechas y lugares. Reconocí varios nombres porque eran de personas famosas, Francisco de Soya, Napoleón Bonaparte, Cristóbal Colón, la reina Isabell II, Benedicto VI, Cleopatra, Abraham Lincoln, César Julio. Seguí pasando nombres hasta que me detuve en uno en específico. Su nombre estaba subrayado así que no sabía cómo se llama, al lado entre paréntesis decía; (Poeta, perdonado) Y abajo de éste, había una escrito, "Cuentan que el diablo una vez se enamoró, y no supo qué demonios hacer con estás mariposas en su estómago. Cuentan que la miraba con ojos de ángel, y que al tocar su piel se quemaba de pasión, cuentan que Satanás conoció su propio infierno, en la boca de una mujer cuyos besos lo hacían un simple mortal, cuentan que el diablo ya no es tan diablo, y se le puede mirar caminando junto con ella con ojos de amor"

-Annia- Me llamaron, la voz me tomó desprevenida, así que del susto solté nuevamente el libro. Mire a Lucifer con el corazón palpitando desenfrenado- Ya viste el libro- Dijo, me sonrió y vino a mí, recogió el libro- Te lo iba a mostrar en algún momento.

-¿Qué es?- Pregunté.

-El Libro de la Vida- Contestó- Este libro tiene registro de los eones de años de vida, cada persona muerta o que morirá, está escrito aquí.

-¿Tú lo escribes?- Pregunté.

-No, se escribe solo. Mira- Lo abrió en la última página en blanco y allí apareció el nombre de una persona en letras doradas- Todo tiene un principio y un fin, cada persona que nace está escrita aquí, el libro jamás se acaba.

-¿Porqué subrayaste el nombre de él?- Pregunté por tercera vez.

-Era un poeta, uno muy bueno, aunque muy poco reconocido. El día de su muerte pidió que lo perdonará y a cambio me ofrecería su vida- Fruncí el ceño- Me pareció irónico que me pidiera que lo perdonará y a la misma vez me diera su vida, así que lo perdoné. No fue lo que yo esperaba.

-¿No?.

-No, me pidió un lapso de un año para darme su vida, así sucedió, al año volví por él y me dió ese poema. Me enfurecí, estaba a punto de matarlo y luego me explicó. “No hay nada más importante para un poeta que su vida. Mi vida, son mis poemas, te ofrezco este pedazo de mi alma en agradecimiento por perdonarme. Es poesía barata, sé qué no es mucho, pero no tengo más que obedecer” El poema fue tan famoso, como el grito de independencia. Describía perfectamente lo que por años anhelé.

-Que lindo- Le dije.

-¿Cómo te sientes?- Preguntó.

-Bien, bien, no he tenido malestar- Él asintió, un silencio se hizo entre nosotros. Yo sabía que en algún momento debíamos hablar, así que tome las fuerzas que no tenía- Debo confesar que te odié- Lo miré a los ojos- Te odié cuando me hiciste rogar por tu compañía, cuando me abandonaste en aquel viaje. Te odié tanto cuando me dijiste que me amabas pero debías dejarme ir-  Confesé- No tienes ni idea de lo mucho que sufrí, aún inconscientemente lloraba mis recuerdos perdidos.

-Annia...

-No, déjame hablar- Él guardo silencio- Ahora que comprendo mejor las cosas, que las veo desde otras perspectivas. Puedo comprender que lo hiciste por salvarme, entiendo que tú también sufriste. Esto no ha sido tu culpa- Me acarició el rostro con las manos y me dió un beso en las sien.

-Yo te amo, haría cualquier cosa por tí.

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