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Capítulo 39- Muerte y vida.

El sol había salido desde hacía algunas horas, las investigaciones de los vigilantes no habían revelado algo que arrojara algo de luz sobre los causantes de las explosiones y nada había sido robado. Todo parecía indicar que los sucesos de la noche anterior no habían sido más que un atentado contra Piltover, pero…, ¿de quién? Jayce no lo sabía, había pasado la noche en vela intentando averiguar algo, encontrar un patrón, entenderlo, pero ni con todo su desarrollo Hextech lo había conseguido. Estaba en un callejón sin salida.

El agua de una ducha matutina pareció devolverle algo de su serenidad, la suficiente como para vestirse apropiadamente y dirigirse a la Mansión Kiramman; iba a darle a Tobías la noticia de que había retirado toda la vigilancia sobre él, y disculparse por su comportamiento todos esos años.

Jayce se adentró en el jardín delantero de la casa, subiendo la escalinata y tocando la puerta, dejando salir un suspiro mientras esperaba que Tobías atendiera. No fue hasta la tercera vez que tocó sin obtener una respuesta que la preocupación creció en él. Caminó hacia la piedra al lado de la escalinata, rodeada por otras tantas que disimulaban su existencia, y se alegró al ver que Tobías no había cambiado la llave de repuesto de lugar. Cuando abrió la puerta, la casa se encontraba en penumbras, la iluminación dependiendo únicamente de los rayos del sol que entraban por la ventana.

—¡Tobías! —llamó Jayce, obteniendo silencio como respuesta.

Tragó en seco y se adentró más en la familiar casa. ¿Cuántas veces había estado allí antes? Demasiadas como para no conocer el rumbo hacia la habitación del hombre mayor. En el silencio sepulcral, sus pasos sonaban contra la madera, haciendo que su piel se erizara. ¿Así había vivido Tobías todos esos años? ¿Sintiendo el eco de sus pasos?

Jayce sintió un nudo crecer en su garganta al ver desde el pasillo la puerta abierta de estudio de Tobías. Su mano temblaba cuando empujó la puerta lentamente, observando un estudio silencioso, y una imagen escabrosa: Tobías, sentado en su silla, su cabeza apoyada en el escritorio, su frasco de pastillas desperdigados por el suelo, al pie de donde su mano colgaba.

Corrió hacia él, moviéndolo, buscando el pulso, algo que le dijera que el padre de la mujer que había sido su mejor amiga todavía estaba vivo. Lo encontró frío, sin pulso, sin vida, con un rastro de sangre que había salpicado sus labios y parte del escritorio. Lo que fuera que lo había enfermado, lo había matado. Jayce no se percató de que estaba llorando sino hasta que sus lágrimas cayeron de su rostro, alcanzando sus manos, cerradas en puño sobre sus muslos, notando así que en algún momento se había arrodillado al lado del cadáver.

Allí, viendo el cuerpo sin vida de Tobías, la culpa atacó contra Jayce con ferviente fuerza. ¿Qué había hecho él por hacer la vida de este hombre dolido un poco más llevadera? Nada, no había hecho nada.

                               ♡

Viktor abrió la puerta de la habitación, entrando con un semblante serio que Ekko no le había visto antes. Tenía las ojeras más grandes y oscuras, estaba cojeando ligeramente, aun cuando llevaba las varas y cintos que sostenían su pierna para que no cojeara, se veía cansado, sucio, casi derrotado. Ekko supo que algo muy malo había pasado cuando lo vio. Por unos minutos, ninguno dijo nada, Viktor miró a los ojos de Ekko en busca de algo, quizás una opción diferente, pero la rendición lo alcanzó demasiado pronto.

—Jinx está muriendo —soltó Viktor de golpe, observando como Ekko se ponía rígido allí, de pie en el centro de su celda, su respiración volviéndose tan lenta que Viktor temió que se desmayaría en cualquier momento—. Necesita sangre y tú tienes su mismo tipo, puedo forzarte a dársela, puedo tomarla si quiero, pero ya no tengo fuerzas para esta lucha, Samira está ocupada borrando nuestros rastros y los soldados humanoides serían más un estorbo que una ayuda. Así que estoy aquí, pidiéndote que lo hagas por voluntad propia.

Ekko guardó silencio, sintiendo el peso de aquellas palabras caer sobre su consciencia. Sabía lo que tenía que hacer: si dejaba a Jinx morir, todo aquello acabaría, aun si Viktor lo mataba después, Vi y Cait no estarían más en peligro, Zaun entero estaría a salvo, entonces él no entendía por qué sentía ese ardor en su garganta con el mero pensamiento de perderla.

No era Powder, no tenía nada que ver con la niña que había crecido a su lado y creer que sí, era lo que lo había colocado en aquella situación, durante años prisionero en ese calabozo; sin embargo, a veces, después de largas horas de sexo, Ekko podía jurar que miraba a aquellos ojos violáceos y la mirada en ellos era tan similar a la de los ojos azules de su infancia, que solía robarle el aire.

No debía hacerlo, era una locura, estaría traicionando a su pueblo, a su gente, a sus amigos, pero no podía dejarla morir, no mientras hubiera una esperanza de que Powder todavía viviera dentro de esa cabeza enferma. Ella no tenía la culpa de no estar mentalmente sana, y si, quizás, hubiera alguna manera de salvarla, de traer a Powder de regreso, Ekko quería intentarlo.

Sus pies avanzaron hacia la puerta de su celda, sin mirar a Viktor, sin decir nada, pero el hombre mayor entendió, acercándose y abriendo la puerta. Ekko pudo haberlo atacado, era solo un hombre delgaducho y débil fuera de su armadura, mientras que Ekko había crecido en esos años quince centímetros más, y su cuerpo estaba cubierto de músculo desarrollado durante largas jornadas de entrenamiento para matar el tiempo que pasaba solo, pero no lo hizo.

Avanzó detrás de Viktor, en silencio, por pasillos que nunca había visto, llegando a aquella habitación que olía a productos médicos, a enfermedad y muerte, viendo a una Jinx alarmantemente pálida, colocada encima de una camilla, con agujas incrustadas en su cuerpo, tubos de goma conectados a bolsas de suero y una máscara que le pasaba oxígeno haciéndola respirar. Ekko inspiró profundamente, cerrando los ojos para evitar que las lágrimas se acumularan, negándose a mostrarse débil delante de Viktor.

—Recuéstate en la camilla —indicó Viktor, señalando hacia la camilla vacía al lado de Jinx.

Ekko hizo lo que le dijeron, tirándose allí sin mediar palabra, viendo a Viktor colocar diversos instrumentos en una bandeja y acercarse a él. Sus ojos se desviaron hacia el rostro inmóvil y sereno de Jinx, observando cada detalle, sus ojeras marcadas, la falta de expresión, la calma casi letal que mostraba.

No sintió la aguja, su mente solo concentrada en una súplica ciega por la vida de Jinx. La ironía de que antes hubiera hecho cualquier cosa por matarla, cuando ahora estaba salvándole la vida, no se le escapó, pero ya nada podía hacer, dejarla morir no era una opción. Sintió un pinchazo extraño en el brazo, girando para observar donde Viktor sacaba una aguja de allí, su mirada se volvió borrosa mientras observaba el rostro del hombre mayor, y creyó escuchar un ligero "lo siento" antes de caer en la inconsciencia, murmurando por lo bajo un débil "sálvala".

                            ◇

Jayce estaba de pie delante del muro metálico que mantenía Piltover separado de Zaun. Había preparado todo el entierro de Tobías de forma discreta, sabía que la casa Kiramman había perdido su poder e influencia después de la partida de Caitlyn, pero Tobías había sido muy querido por sus pacientes y compañeros de trabajo.

Decenas de personas se presentaron para despedirlo, y estuvieron allí mientras Jayce cerraba la cripta familiar de los Kiramman y decía unas palabras en honor a quien en vida había sido un hombre digno. Ahora se encontraba allí, observando el muro, sintiendo el irremediable deseo de poder comunicarle a Caitlyn la muerte de su padre.

¿Por qué? No lo sabía. Ella se había ido, había escogido a la zaunita, aun cuando comprendía que eso significaba no volver a ver a su padre, no saber de él más nunca. Caitlyn debió de estar preparada para eso, consciente de que algún día su padre moriría y ella no se enteraría, pero, aun así, allí estaba Jayce, delante del muro, presionando su palma contra el frío metal, sintiéndose culpable por no poder dejarle saber que su último familiar vivo había fallecido.

Tobías había merecido más que el entierro que tuvo, él había querido darle más que eso, pero había conocido al hombre, sabía que, sin Caitlyn allí, él hubiera preferido algo rápido que acabara con la letanía burocrática de los entierros y le dejara descansar en paz.

Jayce no había creído nunca en las almas, pero eso había sido antes de trabajar con Hextech, antes de que Viktor le mostrara como esa energía tenía vida propia, pensaba, se adaptaba; después de eso, la mente de Jayce cambió, ahora creía que había más en las personas que solo un cerebro que tenía consciencia mientras la materia vivía, por eso había preferido terminar el entierro rápido, darle a Tobías Kiramman el descanso que necesitaba.

Tal vez su dolor por no poder avisarle a Caitlyn tenía más que ver consigo mismo que con ella. Él nunca había encontrado a Viktor, su cuerpo no apareció en los escombros de aquella explosión, y sin importar sus esfuerzos, jamás logró hallarle. Jayce llegó al punto de implorarle a cualquier dios dispuesto a escucharle que le permitiera encontrar siquiera su cadáver, pero eso no pasó.

Habían transcurrido años y él seguía en la incertidumbre de saber si Viktor vivía o no. No le deseaba semejante tortura a nadie, y por eso sentía la obligación moral de decirle la verdad a Caitlyn, pero no podía. Un suspiro pesado salió de sus labios, el día había llegado a su fin, el sol se ponía en el horizonte, era hora de volver a casa.

                           ♧

Estaba oscuro, respirar era pesado y hacía calor, demasiado calor. El sudor corría por su cuerpo, mojando sus ropas elegantes, su boca se sentía seca por la deshidratación y respirar la humedad de la piedra hacía que fuera difícil obtener aire. Todavía estaba mareado y suponía que su visión era borrosa, aunque no tenía forma de saberlo mientras la oscuridad le imposibilitara de ver.

El sonido firme de la roca moviéndose y las cadenas cayendo atrajo su atención, la luz blanquecina de la luna en la noche se filtró por la puerta cuando fue abierta y él entrecerró los ojos, notando las tres figuras borrosas delante de él.

—Toma, traje tus espejuelos —dijo Vi, agachándose delante de él para colocárselos, su visión mejoró de forma instantánea. Él ciertamente extrañaba los días de juventud donde no necesitaba de estos para ver—. Me alegra verte vivo, Tobías.

—Te dije que el plan funcionaría —afirmó él con una sonrisa ladina, aceptando la ayuda de Vi para ponerse de pie.

—Yo juro que te veías demasiado muerto como para no asustarnos —comentó Zeri, encendiendo una lámpara fluorescente portátil para iluminar mejor el interior de la cripta.

—La dosis correcta del medicamento adecuado puede hacer maravillas —repuso Tobías, manteniendo su brazo alrededor de los hombros de Vi, estaba todavía algo drogado por las pastillas como para sostenerse por sí solo.

—Vamos, tenemos que aprovechar la noche y el cambio de turno de los vigilantes para salir de Piltover sin que nos vean —intervino Sylas, señalando con un gesto de la cabeza hacia la entrada.

Salieron de la cripta, atentos a cualquier movimiento que indicara que había alguien cerca. Vi caminaba sosteniendo parte del peso de Tobías mientras Zeri y Sylas avanzaban por delante, indicándole cuando era seguro moverse y los instantes en que tenían que parar; era más difícil que el recorrido que hicieron al llegar a Piltover, porque no podían simplemente saltar de edificio en edificio con Tobías tambaleante, por lo que debían de tener el doble de cuidado.

Los pasos de los vigilantes cerca de ellos los detuvieron en varias ocasiones, siempre listos para atacar en caso de que fuera necesario; Vi se mantenía tensa, como si una bomba fuera a explotar en su interior en cualquier momento, solo logró suspirar de alivio cuando se encontró delante de la entrada al túnel.

Sylas la abrió para ellas, dejando que Zeri pasara delante y encendiera las antorchas, cerrando cuando supo a Vi y Tobías dentro, no estaba seguro si desde afuera se notaría que la piedra de la entrada estaba movida, pero contaba con que los piltovianos no pasaban por allí lo suficiente como para distinguir tal detalle.

El angosto túnel parecía una cárcel para Tobías, todavía débil, pero sabía que debía seguir avanzando, la vida de su hija y su nieta estaban en peligro. No fue hasta una hora después que Sylas remplazó a Vi, cargando a Tobías casi todo sobre él mientras ellos recorrían el túnel, Zeri indicándoles los giros correctos, caminando con cuidado sobre la piedra casi uniforme del suelo.

Quedaba todavía una hora de recorrido cuando Tobías pidió andar solo, sintiéndose ya más en control de su cuerpo, notando los efectos de las drogas desvanecerse por completo. Vi intentó protestar, alegando que no quería que él se lastimara, pero Tobías le aseguró que ya se encontraba bien, calmándola con la seguridad que se caminaría en todo momento al lado de ella, en caso de que volviera a verse débil. Para cuando Sylas y Zeri abrieron la salida y el aire característico de Zaun los golpeó a los cuatro, Tobías tenía mejor semblante y Vi ya no estaba preocupada.

Se tomaron unos minutos para descansar, el sol ya empezaba a clarear el azul oscuro del cielo, pronto amanecería y ellos llevaban avanzando toda la noche, estaban agotados. Zeri cubrió la cabeza y el rostro de Tobías con un pañuelo, y lo hicieron desgarrar parte de sus ropas, dejando las chaquetas elegantes y quedando solo con la camisa sencilla de abajo, ensuciándola con tierra, haciéndolo ver más como un zaunita.

Vi colocó la capucha de su chaqueta sobre su cabello y los cuatro empezaron el camino que descendía aquellas montañas, hacia donde estaba el vehículo que habían dejado aparcado. Vi agradeció el momento en que Zeri encendió el motor e hizo que las ruedas se movieran, conduciendo hacia Zaun, pudiendo finalmente descansar su cuerpo en el asiento de cuero.

—Algo está mal —comentó Sylas, sus ojos fijos en el límite de la entrada de Zaun, donde se podía ver a tres zaunitas con armas apuntando hacia ellos e indicándoles que frenaran.

—¿Qué está pasando? —preguntó Zeri, sabiendo que no obtendría respuesta mientras aparcaba el vehículo y los cuatro salían de este.

—El paso está cerrado, nadie entra, nadie sale —avisó uno de los zaunitas, Vi lo reconoció como uno de los hombres de Sevika.

—¿Qué coño pasa aquí? —espetó ella, avanzando por delante de Zeri y deteniéndose cuando los tres hombres le apuntaron a ella.

—Den la vuelta, no pueden entrar —ordenó otro de ellos.

—Tranquilo, estoy segura de que nosotros sí podemos pasar —repuso Vi, alzando su mano y retirando la capucha de su cabello.

—¡Bajen las armas! —Zeri suspiró de alivio cuando escuchó la voz de Sevika elevarse por detrás de los hombres, quienes rápidamente bajaron sus fusiles y se giraron hacia ella—. Finalmente están aquí.

—Sevika, ¿qué demonios está pasando? —inquirió Vi, mirándola con el ceño fruncido, sintiendo una opresión en su pecho cuando vio a la mujer mirarla con preocupación y cansancio.

—Vengan, iremos más rápido en los aerodeslizadores y así puedo explicarles todo, aunque preferiría que fuera Caitlyn quien te lo contara —dijo Sevika, empezando a caminar y siendo seguida por ellos.

—¿Qué me contara qué? —insistió Vi, dejando claro que su paciencia no permitiría que Sevika mantuviera el silencio.

—La noche en que se fueron, Jinx estuvo aquí —explicó Sevika, encendiendo los aerodeslizadores, Zeri y Sylas tomaron uno solo y ella le indicó a Vi cual era el suyo—. Secuestró a Cassandra —la tensión en el cuerpo de Vi era palpable, casi asfixiante, sus puños se cerraron y sus brazos temblaron, la ira recorriéndola—. Tranquila, Caitlyn la rescató, pero…, en fin, será mejor que ella te explique, yo no entendí mucho.

No fue sorpresa que Vi no esperase más, saltando sobre el aerodeslizador y rompiendo el límite de la velocidad de este, surcado el aire directo hacia su hogar. Zeri encendió el suyo después, lanzándole una mirada a Sevika para ella llevara a Tobías. La mujer asintió con la cabeza, iniciando ellos el viaje a una velocidad más moderada mientras Sevika les explicaba que ella había intentado rastrear a Jinx cuando escaparon, pero que el rastro se perdió pocos kilómetros fuera de la frontera de Zaun, y el aerodeslizador nunca fue encontrado, lo que la hizo pensar que alguien más que no fueron ni Viktor ni Jinx desapareció el equipo antes de que estallara.

Tobías mantuvo un semblante preocupado, sintiendo sus propias manos temblar ante el peligro al que Cait y su nieta se habían expuesto, y ahogando un jadeo al escuchar que Cait había matado a alguien. Su hija ya no era la mujer que él conocía, ahora era una madre feroz que defendía con garras y dientes a su bebé, y eso, por mucho que lo aterrorizara, le recordaba a Cassandra inevitablemente. 

Vi fue la primera en llegar, bajando del aerodeslizador con movimientos veloces que rozaban el límite de lo torpe, la desesperación y el miedo corriendo por su cuerpo. La puerta del bar fue abierta con un estrepitoso empujón que la llevó a chocar contra la pared, y Vi se vio paralizada en su lugar al ver el cañón del fusil de Caitlyn apuntando directo a su cabeza.

Sus miradas se encontraron durante algunos segundos, Caitlyn observando detalladamente el rostro de Vi antes de notar que era ella, casi como si hubiera estado en un trance, reaccionando por instinto. El fusil chocó contra el suelo en un sonido sordo al caer de las manos temblorosas de Caitlyn, sus ojos llenándose con lágrimas, el alivio recorriendo su cuerpo al ver a Vi allí, de regreso a su lado.

Los brazos fuertes de Vi la envolvieron en un abrazo firme, apretándola contra su cuerpo, ahogando en su pecho los sollozos de Cait mientras la impotencia se apoderaba de ella. No había estado allí para proteger a su familia, casi las perdía. Mordió su labio con fuerza, el sabor metálico de la sangre inundando su boca cuando sus dientes causaron una herida. Había estado lejos, las había dejado vulnerables, ella debió de haber estado allí.

—Ya estoy aquí, Pastelito, ya estoy aquí —murmuró por lo bajo, sintiendo como Cait sollozaba con más fuerza ante sus palabras, sus brazos finalmente rodeando el cuerpo de Vi, sus manos aferrándose a su ropa en la espalda.

—Mamá —la voz suave de Cassidy rompió los sonidos del llanto de Cait, haciendo que Vi mirase hacia la puerta que llevaba a las escaleras, donde Cassidy estaba vestida con un vestido azul claro, sus ojos llorosos y rostro ligeramente inflamado, Ava parada delante de ella, como asegurándose de que fuera seguro para Cassidy salir—. ¡Mamá!

La niña corrió hacia ella, siendo recibida por Vi, que soltó uno de sus brazos del cuerpo de Cait y la atrapó en un abrazo feroz, colocándola en el medio entre ellas dos. Vi se agachó, besando el rostro de Cassidy en diferentes partes, hasta que sus labios chocaron con algo frío y duro en la frente de la niña.

Se apartó, mirando interrogante hacia Cait, que había dejado de llorar y se había incorporado, sentada en una silla, permitiéndole a Vi centrarse solo en Cassidy. Cait no dijo nada, solo la miró con tristeza y culpa, una disculpa clara en sus ojos; Vi apartó delicadamente con sus dedos el cabello violeta del cerquillo de Cassidy, encontrándose con una gema azul brillante de Hextech incrustada en la piel de su hija.

—Dijo que…, era m… mi tía y yo…, yo…, yo… —intentó explicar Cassidy entre sollozos, y Vi sintió como algo se rompía dentro de ella.

—Shh, ya Bizcochito —suplicó Vi, acunando el rostro de Cassidy para dejarle un beso suave en la punta de la nariz antes de apretarla contra su cuerpo con más fuerza—. No fue tu culpa…, no es tu culpa —agregó, mirando hacia Caitlyn, queriendo calmar los fantasmas que ahora rondaban en su mente.

—Caitlyn —llamó una voz desde la entrada, y sus dolidos ojos azules se encontraron con la mirada amorosa de su padre. 

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Hola por aquí, ya regresé, sé que me tardé, pero pasaron muchas cosas en mi vida personal y, sobre todo, con mi familia.

Espero que el capítulo no los haya decepcionado, dejen un comentario siquiera para saber cómo están y si les ha gustado la lectura. Si todavía siguen el fanfic, pueden adelantar al siguiente capítulo 😍♥️.

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