Elisa.

Blanco. Pero no el blanco del paraíso, blanco del hospital.

Los parpados me pesaban. El aire era áspero y denso, no lograba entrar a mis pulmones.

Mi oído de la nada empezó a escuchar todo.

A los doctores, las maquinas, mi corazón latiendo lento, llanto, desesperación, volví a cerrar los ojos.

—Bastarda, no te mueras Elisa.

—Elisa, quédate aquí con nosotros.

—¿Sigues viva?, mantente viva.

Sentí una almohada, una cama con ruedas, una camilla, mucho movimiento, como si me estuvieran moviendo por un largo pasillo infinito.

Todas esas voces me seguían, manteniéndose a mi lado.

No era capaz de abrir un poco los ojos, la luz blanca me lastimaban.

—¡Elisa! — me grito una voz familiar. — Solecito, solecito, mi amor, no te mueras. ¿Quien te hizo esto? — silencio, un largo silencio ante esa pregunta. Todos sabemos quien fue. — Juro que se las cobrare a ese perro.

Su mano acaricio la mía para luego tomarla con fuerza.

Lo que me hizo abrir los ojos, no por querer verlo, si no por el dolor. Sentía mis dedos rotos.

Mire a mi alrededor, todos estaban sorprendidos, con los ojos rojos. con lagrimas cayendo sobre sus mejillas.

—¡Estas viva! — me grito Brian — estas viva maldita enana. — me quiere mucho.

Einar me dedico una sonrisa reconfortante, haciendo que mi corazón se derritiera al instante.

—Joven, suéltela, necesitamos pararle la hemorragia. — Advirtió el doctor.

Ellos, mis amigos, mi familia, se quedo pegada al piso, vi como se alejaron de mi, como lloraban, como la ropa de Brian y la mano de Einar estaban llenas de sangre y su corazón de dolor.