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CAPITULO IV. Reemplazando amores.

CAPITULO IV.

Reemplazando amores.


Amaneció y mis ánimos no eran los mejores pero aún así debía cumplir con mis responsabilidades en la universidad; al llegar y verlos entendí muchas cosas que antes no había notado, las miradas, los juegos, la picardía de dos amantes y como yo había prometido olvidar a aquel hombre decidí cambiar mi rutina por completo; sentarme en lugares distintos, evitar toparme con él a cada rato aunque resultase bastante difícil y como compartíamos las mismas amistades decidí andar sola.

Al pasar los días se me acercó Miguel (compañero de clases) a platicar.

-¿Por qué tan sola?- preguntó.

-Por nada, ¿por qué?- respondí.

-Ahora no te la pasas mucho en el grupo.-

-He tenido cosas que hacer.- respondí tratando de fingir el porqué de mi soledad.

-¿Hice algo que te incomodara?-

-No vale para nada. Disculpa pero tengo que entrar a clases.- Me excuse para no tener que andar dando muchas explicaciones.

-Pensamos salir a tomar un rato. ¿Quieres ir?- insistió Miguel.

-¿Quiénes irán?- pregunté, no quería ir si Gabo estaba incluido en el grupo.

-Solo Jennifer, Rolando y yo.-

-Esta bien. ¡Me apunto!-

La oportunidad perfecta para olvidar a Gabriel, ya había escuchado uno que otro comentario de que yo le gustaba a Miguel, así que porqué no buscar la manera de que se me declarara. La noche llegó sin pensarlo, sin darme cuenta ya estábamos en una plaza riendo y tomando; en un momento determinado me encontraba a solas con Miguel y no voy a negar que estaba nerviosa, apenas era una chica de dieciocho años sin ninguna experiencia amorosa, si había tenido un novio en la secundaria pero no pasó más allá de un par de manos sudadas y besos torpes y sin experiencia.

-¿Dónde están los muchachos?- Pregunté.

-Comprando otra botella ¡Qué bueno que se fueron! Necesitaba hablar contigo.-

-¿Conmigo, sobre qué?-

-¿En serio no te lo imaginas?- por supuesto que me lo imaginaba, podría ser una chica sin experiencia amorosa pero no era tonta. Los gestos, las miradas, sabía que se me declararía, pero fingí no saberlo para no quitarle la “magia” a la escena.

Mientras Miguel hablaba sobre cosas básicas de atracción y de las veces que me observaba escribir en clases mientras otros vacilaban y jugaban sin prestar atención, yo no podía dejar de pensar en la conversación que tuve con Mariana y de la vez que estuvimos en Caripe, de Mileydis y de miles de mujeres con la que estaría Gabriel en el transcurso de su vida mientras yo culminaba mis estudios, conseguía un buen empleo, me casaría con Miguel, tendríamos niños, discutíamos por engaños de él y yo fingiría ser feliz a su lado aunque por dentro cada noche, mi mente, mi alma y mi corazón viajarían lejos a refugiarse en los brazos de Gabriel. Así transcurrió en tres minutos mi vida, en tres minutos planifiqué lo que sería mi vida en los próximos veinte años, cuando de repente una voz me trajo arrastrada, a la fuerza, a la realidad, a aquella banca fría de temporada decembrina, a aquel hielo luchando para no convertirse en agua esperando inútilmente que alguien lo tomara para enfriar su trago; aquella voz que decía tanto pero que para mí no significaba nada.

-Hey, ¿Estás ahí?- pregunta Miguel.

-¡Sí, dime!-

-¿No me estabas prestando mucha atención verdad?- Comenta un poco irritado.

-¡Al grano!-

-Ya fui al grano.- ¿Qué me había dicho, por qué me distraje tanto en planificaciones absurdas?

-¿Si?- dije tratando de acertar.

-¿Es una pregunta o una afirmación?- me quedé en silencio, ya Miguel empezaba a aburrirme con sus preguntas y creo que el lo notó porque finalmente dijo.

-Hagamos algo, yo pensaré que prestaste atención a todo lo que te dije e iré al grano. ¿Quieres ser mi novia?- Sin titubear, sin hacerlo esperar, contesté.

-¡Ya te dije que sí!- la conversación acabó en un beso, el hielo acabó siendo agua corriendo por la alcantarilla y mi posible futuro con Gabriel se esfumó en el aire.

Terminaron las clases y diciembre entró en la casa de los venezolanos, la cocina de mis vecinos huele a hallacas, pernil, pan de jamón y vino; se escuchan las sillas y los cubiertos golpeando sutilmente el plato, en mi casa cenaremos arroz con mantequilla y plátano frito. Me invade la nostalgia, pero hay algo más importante que todos esos olores y sabores, algo que no cambiaría por nada; ese instante en el que mi mamá y yo estamos sentadas en la sala, escuchando la radio y su conteo regresivo mientras nos tomamos de las manos, rezamos pidiéndole a Dios que nos bendiga, nos proteja, nos llene de paz, salud y tranquilidad. Se escuchan las doce campanadas, la algarabía y la primera canción de Calipso del año; yo sólo escucho la voz de mi mamá que con un tierno y cálido abrazo me dice.

-¡Feliz año hija, Dios y la Virgen te bendigan!-

Al pasar los días Miguel se apareció en mi casa con muchos regalos, se esforzaba tanto para hacerme sentir bien; no lo merecía, mi mente aún viajaba a Maturín, allá donde Gabriel estaba con su familia. Comenzaron las clases y mi rutina volvió a cambiar y mi destino con Gabriel también, él y Miguel eran buenos amigos por lo que volvimos a convivir juntos. Lo saludo como siempre tratando inútilmente de disimular mis sentimientos; en ese último año me había vuelto muy buena amiga de una compañera de clases “Anabella” una mujer atractiva, educada y de buena familia, casi parecida a Mariana.

Nos saludamos con alegría y mi corazón se detuvo cuando observó que Anabella o mejor conocida como Bela se le acerca a Gabo y lo besa en los labios. ¿Qué rayos ha sucedido, qué parte de la película me perdí? Estaba tan confundida que me llevó un rato agarrarle el hilo a la conversación. Entramos a clases y ni siquiera pude prestarle atención al profesor, se que habló de un taller grupal porque de repente Gabo, Bela, Miguel y yo estábamos sentados en círculo discutiendo sobre quién de los cuatro escribiría.




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