
XXVII
Cae la noche del tercer día y Jacob parece no querer levantar la mirada del suelo. Permanece estático por largas horas con la mirada perdida y, a veces, con el correr de sus lágrimas bañando el suelo.
Insiste en culparse a sí mismo. Insiste en querer cargar con el tormentoso peso de una culpa ajena y una pérdida propia, todo a la vez. Se impone un castigo como el mío, uno que no deseo que lo carcoma a futuro.
Pero el tema ha quedado en completa prohibición, porque así lo ha dejado en claro. Porque así, Molly Jo, siempre tomaste todas y cada una de tus decisiones.
Nuestro hijo, hoy, intenta enfrentarse al mundo real desde muy dentro de sí mismo y temo que pierda la cabeza en semejante campaña.
¿Te has preguntado alguna vez, Molly Jo, a quién de nosotros imitará mejor en su porvenir? Espero, con todo el corazón, que intente ser como tú lo más posible.
Que se aleje del mal ejemplo del viejo Marshall y supere la maldición de los Cannister, esa que nos hace destruirlo todo con las manos sin tocar nada. Y sabes que no exagero cuando lo digo: soy ejemplo de ello.
Cae la noche del tercer día y sus pasos no van más allá de su habitación. Lo he visto embaular sus posesiones, aquellas que compartió con Luca desde que llegó, y me ha costado reconocer, en el minucioso orden de las cosas, sombra alguna de nosotros.
Creo haber descubierto algo importante. Algo del Jacob que solo es Jacob, sin reservas. Y es triste descubrirlo de esta manera. Es triste.
No tengo palabras para reemplazar una tan simple, tan corta, tan habitual y poco explícita. Pero es cierto: es triste. Solo eso ha quedado anclado en los gestos de Jacob, en su mirar y en la voz que, apenas, ha logrado usar a lo largo de estos tres angustiosos días: tristeza.
Una tristeza, Molly Jo, que conozco, que reconozco, que no supe combatir y que, ahora, veo enjuiciar a mi único hijo, arrinconándolo de nuevo en un mutismo indescifrable.
La noticia: fue demasiado. Su rostro al escucharla: fue demasiado. Que todavía no se haya atrevido a desahogarse, a llorar de verdad, a gritar, a patalear, a maldecir −tal vez−: es demasiado.
Te necesita, Molly Jo. Y yo también.
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