XII
Suena el teléfono. ¿Cuánto tiempo llevo ignorándolo? Creo que, sea quien sea, puede esperar un poco más o simplemente llamar luego. De momento no tengo tiempo para otra cosa que para el tiempo mismo.
No tengo tiempo en el presente que tenga, valga la redundancia, el tiempo suficiente para atender nada más que asuntos del pasado.
Todas estas fotos son prueba de ello. Y la correspondencia de Marshall, acumulada todos estos años, reaparece entre mis pertenencias como náufrago en medio del océano.
Ya luego les echaremos un vistazo, por ahora y por largo rato, es Luca quien nos sonríe pidiendo un poco más de atención. Y hay que prestársela, es enserio.
Ya lleva rato haciendo esos gestos de fastidio que caracterizan lo susceptible que es al aburrimiento. El chiquillo ocurrente es fácil de aburrir y difícil de saciar.
El silencio es todo los que nos queda mientras, en un inútil intento de aprender el arte de la pesca, yazco sentado al borde del pequeño muelle de madera, con las piernas cruzadas y un balde de aluminio a mi lado esperando a ser llenado con la pesca del día.
Entre mis manos, con fuerza y mucha impaciencia, sostengo la vieja caña de un abuelo que nunca conocí. Me la había dado Marshall un par de horas antes de partir de casa esperando de mí algo que, en verdad, no sé de qué trataba.
Solo pensaba en Luca, en el Lago, en la quietud del lugar.
¿En qué pensaba en realidad? ¿El escape? ¿La sensación de libertad?
Era libre, sin duda alguna, pero había algo que no me hacía sentir del todo así y mi tan corta juventud no me permitía esclarecer en palabras aquella sensación: no era otra cosa más que el olvido.
Luca era, en aquel entonces, la excusa tras la que había recluido la sensación de vacío, de inquietud y zozobra que, de alguna manera, terminaba cobrándome horas de sueño.
Evidentemente y como cualquier otro, no decía nada al respecto. Y esa fue, en aquel entonces, mi manera de sobrellevar ese pequeño estigma que, de a poco, aprendí a superar. Aunque no gracias a Luca.
El viento sopla con fuerza y la luz de la tarde parece empezar a cansarse.
Luca arroja, una tras otra, pequeñas rocas a lo lejos desde la orilla del lago mientras yo, milagrosamente, alcanzo a capturar una tercera presa.
Laboriosamente la saco de las aguas que la abrazan y la deposito en el balde junto a las otras dos.
Tres monstruosidades marinas, y no exagero, las que logré pescar esa tarde en que ignoré, casi por completo, la presencia de Luca y me concentré, apenas, en el agua, en la caña y en mí.
No había nada más en contacto, no había nada más en el universo, solo esas dos cosas y yo. Y luego Luca, por supuesto, quejándose el camino de vuelta por "ser un mal amigo" y no prestarle atención.
Su mirada resentida se siente muy extraña sobre la piel. No todos los días te miran con enojo un par de ojos tan inusuales, sin olvidar que me siento culpable y muy avergonzado por ello.
Es mi mejor amigo, mi único amigo, a decir verdad. No debería ser capaz siquiera de ignorarlo.
−Oye, lo siento. En verdad, lo siento mucho.
−Si, como sea. Solo apresúrate, tengo hambre.
−¿Y no quieres venir a...?
−Solo llévame a casa.
Marshall no me esperaba. Estaba encerrado en su estudio haciendo llamadas extrañas otra vez, preguntando nuevamente por alguien cuyo nombre nunca logré escuchar claramente.
Llevo rato esperando por él. Esperando también que Luca decida volver y así pedirle perdón como corresponde. No ocurre ninguna de las dos.
Marshall no deja de golpear el escritorio después de finalizada una llamada y los ecos de los golpes llegan a mi habitación.
Voy a la cocina una vez más, pero esta vez guardo el pescado en un envase y lo deposito en el congelador, lavo mis manos, me preparo un par de sándwiches, mejor tres porque tengo hambre, y me devuelvo en silencio hasta mi habitación.
Luca no se aparta de mis pensamientos. La voz de Marshall llorando en el estudio tampoco.
Una vez más suena el teléfono.
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