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CAPÍTULO 21

Sweather Weather - The Neighborhood

Me seguía aislando de todos. De mis amigos, de mi familia, de todos. Y la cosa había empeorado notablemente desde que comencé a cortarme. Tenía miedo de que vieran que había perdido la cabeza por completo, de que cambiaran su forma de verme, de que se fueran.

Pero ese día, Oliver llegó a mi casa. Mi hermana le dejó pasar, y él tocó la puerta de mi habitación. Vi el cuchillo sobre mi mesa de noche, y mientras él entraba a la habitación, me levanté y disimuladamente, cogí el cuchillo.

—Hola, Shawn —murmuró él, con una expresión triste—. Me enteré de lo de tu madre hace unos días... Quería saber cómo te encontrabas —yo no respondí y él suspiró—. Claro, ¿cómo más podrías estar? Hecho una mierda.

Yo agaché la cabeza, aún con las manos tras mi espalda, escondiendo el cuchillo. Aproveché el momento en el que él se dió la vuelta para atrapar su cabeza entre sus manos para esconder el cuchillo bajo la almohada. Gracias a Dios, lo hice antes de que se volviera a girar.

—Shawn, quiero que sepas que me tienes aquí. Eres mi hermano —susurró—. Hasta el fin de nuestros días, ¿recuerdas? Juntos siempre.

Yo evité su mirada, intentando no llorar.

—Shawn, solamente háblame, por favor —murmuró con la voz rota.

—Vete —fue todo lo que pude decir.

—¿Qué? —él pareció confundido.

—Sólo vete.

—P-pero Shawn...

—Pero nada, quiero que te vayas.

—Quiero ayudarte. Quiero que estés bien. No estás solo, Shawn.

No, me tiene a mí.

Y ojalá no te tuviera, puta mente de mierda.

—Vete, Oliver.

—Solamente quiero ayudarte —su voz sonó rota.

—¡Y yo solamente quiero que te marches, joder!

Él se calló de golpe y yo hice lo mismo. Por un momento, me arrepentí de hablarle así. Nunca le había hablado de esa manera.

—Te alejas de todos como si no quisiéramos ayudarte. Somos mejores amigos. ¿Por qué no me dejas ayudarte? —dijo, en un tono suave, a pesar de cómo le había hablado yo.

—No quiero hablar contigo ni con nadie, ¿tan difícil es de entender?

Eso pareció hacerle daño. Vi que una lágrima caía por su mejilla, pero no se iba.

—Shawn... Lo que es difícil de entender es que quieras pasar por esto solo.

—Solamente quiero que te vayas —sollocé, rompiéndome—. Por favor.

Oliver casi se lanzó a mí y me abrazó. Yo tardé, pero correspondí el abrazo, hundiendo mi cabeza en su pecho, destrozado.

—¿Cómo me quito todo este dolor, Oliver? ¿Cómo hago que no duela? ¿Cómo puedo seguir después de esto? —lloré.

Él hizo un intento de hablar, pero pareció quedarse sin palabras. Simplemente, me abrazó más fuerte.

—Es como si... Como si encendieran un mechero en mi corazón una y otra vez quemándome por dentro. Duele. Duele mucho. Solamente quiero ir con ella.

—Shawn, estoy a tu lado. No lo has perdido todo.

—Pero la he perdido a ella —murmuré, con la voz rota.

Tras unos segundos, me separé del abrazo y di la espalda a Oliver. Me sequé las lágrimas y agaché la cabeza, tratando de recomponerme, sin éxito, claro.

—Necesito que te vayas. No... No quiero que me veas así, Oliver.

—¿Así cómo? ¿Teniendo sentimientos? ¿Siendo humano? Shawn, lo que te ha pasado es horrible, y lo que estás sintiendo es una reacción normal a esta situación. ¡Y no pienso dejarte solo ahora! ¡Eres mi hermano, maldita sea!

—Joder, vete. Vete ya.

—Me voy a quedar aquí.

—No quiero que lo hagas.

Oliver suspiró, pero escuché sus pasos alejándose. Antes de irse, me dijo:

—Llámame cuando lo necesites. Voy a estar siempre para ti.

Y en cuanto se fue, busqué el cuchillo con ansias.

***

Miré a Ellie. Ella estaba llorando tras mi historia. Pero por alguna extraña razón, yo me sentía mejor. Como si me hubiera quitado un gran peso de encima. Nunca pensé que hablarlo con ella me fuera a ayudar tanto.

—¿Te sigues cortando? —fue lo único que pudo decir.

—No lo he hecho desde aquella Nochebuena que pasé en tu casa. Aunque no voy a negarte que me he visto tentado muchas veces. Pero Hayley, mi mánager, y la doctora Davies, mi psicóloga, me han estado ayudando bastante.

Ella se lanzó sobre mí y me abrazó como si la vida le fuera en ello. Yo no tardé en corresponderle el abrazo, entre lágrimas.

—Si lo vuelves a hacer o vuelves a pensar en hacerlo, no me lo ocultes, por favor. Cuéntamelo y trataré de ayudarte. No es justo que me hagas reír mientras estás pasando lo más duro de tu vida.

Sonreí ante esas palabras. Definitivamente, supe que no se marcharía y que no estaba conmigo por pena. Eso me hizo sentir bien, como si no hubiera nada malo en mí.

—Te lo contaré. No más secretos —le acaricié la mejilla y le puse el pelo tras la oreja—. Te lo prometo.

No pude aguantar más, y besé a Ellie con delicadeza. Cuando nos separamos del beso, apoyé mi cabeza en su hombro.

—Es la primera vez que traigo a alguien aquí. Sarah ya no viene tampoco. Eres la primera que se sienta conmigo frente a este árbol —admití, levantando la cabeza para mirarla—. A mi madre le habría encantado conocerte. Te habría adorado.

—¿Cómo se llamaba?

—Rachel. Su apellido de soltera era Walker.

—¿Entonces usas el apellido de tu madre?

—Lo empecé a usar después de su muerte.

—¿Y cuál es el apellido de tu padre?

—Anderson. Mi padre se llama David Anderson.

—Siempre pensé que se apellidaba Walker.

—Bueno, nuestros hijos tendrán un apellido hermoso gracias a mí —me reí—. No es que Anderson sea feo, pero... Walker. Es como cierto boxeador escrito por Joana Marcús.

—Aiden.

—Alguien se ha puesto al día —le di un pico, orgulloso—. ¿También te has visto Titanic, paranoica?

—La verdad es que no.

Mira que has tenido meses, paranoica.

—Eso es grave. Tú y yo tenemos que hacer una noche de pelis algún día.

***

Estaba en mi habitación con Ellie, viendo Titanic, porque no haberla visto debería ser castigado con cadena perpetua.

—¿Por qué Jack Dawson tiene que morir? —sollozó ella.

Sonreí, divertido y, cómo no, decidí hacer algo ridículo y cruel.

—¿No morimos todos alguna vez? —dije.

—¡Pero no así!

—Muchos mueren exactamente así —respondí, apretando los labios en una sonrisa.

—¡Pero no él!

—Oh, él sí. Mira, ahí está su cuerpo —ella me dió un manotazo cuando me reí—. ¡Ey! ¿Así tratas a tu anfitrión?

—Cuando disfruta de mi dolor, sí.

Y claro, no pude evitar reírme más. Me levanté de la cama y paré de reír.

—¿Quieres algo de comer? —le pregunté.

—Eh... No. He comido mucho al mediodía, sigo llena.

—Oh, vale —contesté, sin darle demasiada importancia—. Iré a por un paquete de papas para mí y vemos otra película.

—Que no sea triste.

—¿Y cuál es la gracia entonces? —me reí mientras me iba de la habitación.

Bajé las escaleras y fui en busca del paquete de papas. Finalmente, no las encontré, pero habían palomitas. Las preparé y volví a la habitación.

—No había papas. Pero hay palomitas.

Me acosté al lado de Ellie nuevamente, y ella puso su hermosa cabecita sobre mi pecho. Deposité un beso en ella antes de empezar a buscar la siguiente película. La noté triste, más apagada de lo normal. No pude evitar preocuparme.

—¿Va todo bien? —quise saber.

—No, Jack Dawson ha muerto —dijo ella.

¿Así que era eso? Solté una pequeña risa mientras negaba con la cabeza y seguí rebuscando entre las películas.

—¿Has visto Coco alguna vez? —dije.

—No. Quise verla, pero no pude porque una tal Laura a cinco kilómetros de mí quería conocerme —ambos reímos.

—Bueno, pues ahora la tienes y nadie te quiere conocer —le di un pico—. Me gusta que estemos aquí. Solos. Ni Sarah, ni mi padre. Sólo tú y yo, abrazaditos —me acurruqué con ella, sintiéndome muy a gusto— y viendo películas. Podría hacerlo el resto de mi vida.

—Y yo —sonrió.

Y puse la película mientras acariciaba su hermoso pelo castaño.

***

Estaba en otra cita con Ellie. Estábamos cantando canciones de dolidos. Cuando acabamos de cantar, me dirigí a ella, orgulloso. Todavía no podía creer que le había plantado cara a la idiota de Lydia ¡Era demasiado feliz!

—Estoy feliz, sigo sin creer que le hayas plantado cara a Lydia. Me gusta la nueva tú —admití—. Oh, Dios. Me imagino la cara de Mike cuando lo mandaste a la mierda. ¿También hablaste con él, no? Me dijiste que hablaste con las personas que te hacían daño.

—Eh... Sí. Su cara fue un cuadro.

—Ojalá haberla visto. Le habría sacado una foto y la habría puesto frente a la cama para verla cada vez que me levanto. Dios, qué felicidad.

—No parecías tan feliz cantando esa canción de Morat —cambió de tema.

—¿Aún te gusta cómo canto? —pregunté, divertido.

—Siempre.

—Bien, pues para la siguiente cita dejamos lo demás. Tengo la garganta seca —me reí—. Voy a por agua y a por algo de comer. ¿Quieres algo?

—Solamente agua, por fa —me pidió.

Mi sonrisa se hizo más pequeña tras sus palabras. Ayer tampoco había comido cuando se lo propuse. Ya comenzaba a preocuparme.

—¿Nada de comida? Hay de todo un poco.

—Es que he comido antes de salir de casa. Chris ha hecho de comer.

—Oh, vale. Vale, bien —forcé una sonrisa, sin creérmelo del todo.

Bajé las escaleras y cogí el paquete de papas en la cocina, pero antes de volver a la habitación, me apoyé en la encimera y saqué mi móvil. Busqué el chat de Chris. No pasaba nada por asegurarme, ¿no?

Chris

Ey, Chris, ¿qué tal?

Oye, ¿Ellie y tú habéis comido
juntos hoy?

Qué va, estoy liadísimo en
la casa de la señora Olsen.

No he visto a Ellie en días.

¿Por?

Nada. Ya te lo explicaré.

Valee.

Guardé mi móvil y suspiré. Joder, Ellie. ¿Qué me ocultas?

Volví a la habitación y forcé una sonrisa.

—Hoy sí hay papas.

Abrí el paquete y me quedé pensando. ¿Ellie estaría en algún bajón emocional parecido a los que tenía yo cuando no comía? ¿O tenía mala relación con la comida? ¿O le pasaba otra cosa y no quería contármelo?

—¿Qué piensas? —Ellie interrumpió mis pensamientos.

—¿Quieres una papa? —le dije, sin más.

—No te preocupes, de verdad. Estoy llenísima aún.

Eso no es lo que quería oír.

—Ellie... —comenté segundos después— ¿Sabes que me puedes contar lo que sea, no?

—Claro —ella esbozó una sonrisa—. ¿Por qué lo dices?

Suspiré. Eso tampoco era lo que quería oír. Quería que me contara por qué me había mentido, por qué no comía. Me preocupaba.

—Por nada —negué con la cabeza, fingiendo una sonrisa.

Durante un buen rato, seguí pensando en el asunto. Me preocupaba demasiado. Quería saber que estaba bien.

—¿Quieres quedarte aquí esta semana? —propuse, evitando su mirada, nervioso—. Mi padre estará muy poco aquí y mi hermana se queda esta semana en casa de una amiga. Podríamos estar más tiempo juntos, ver películas, escuchar música... Hablar de lo que quieras —en esa última frase, la miré, esperando que captara la indirecta.

—Claro, me encantaría —dijo ella.

Le di un beso en la frente y apoyé mi cabeza en la suya, mirándole fijamente a los ojos. Joder, era la chica más adorable que conocí en toda mi vida. La miraba a los ojos y me enamoraba más todavía.

—¿Te he dicho ya cuánto te quiero y lo orgulloso que estoy de ti? —susurré.

Quería que lo supiera. Quería que supiera que la amaba y que se merecía el mundo.

—¿Va todo bien, Shawn? —ella pareció confusa.

—Sí —bajé mi mirada, con mi cabeza aún apoyada en la suya—. Simplemente quiero recordarte que estoy aquí para todo lo que necesites, ¿vale?

—Vale —me dió un pequeño beso en la nariz, y yo me reí—. Te quiero.

—Yo no —murmuré, convencido.

Su sonrisa se evaporó por un segundo, pero volvió a aparecer con mis siguientes palabras.

—Yo te amo, paranoica. Hasta que todas las estrellas se apaguen.

Hubo un silencio de varios segundos. Por un momento, pensé que me había precipitado demasiado. Pero ella respondió:

—Yo también te amo.

Acto seguido, me besó. Intensificamos el beso, y dejé el paquete de papas sobre la mesa de noche. Ella se puso sobre mí y yo la pegué a mi cuerpo, haciendo que todo mi sistema se alterara y sintiera mil mariposas en mi estómago. Solté una pequeña risa mientras le apartaba el pelo de la cara y la miraba, embobado.

—Eres igual de hermosa que ese día de diciembre en el que te conocí —susurré—. Y para mí lo seguirás siendo hasta el día de mi muerte.

Volvimos a cerrar los ojos y nos besamos con bastante intensidad. Mientras nos besábamos, rebusqué en mi cajón en busca de un condón. Cuando lo encontré, lo puse sobre la mesa para luego.

Metí mi mano bajo su blusa, levantándola lentamente. Ella me ayudó a deshacerme de ella. Besé su cuello y me separé un breve momento para que ella terminara de quitarme la camiseta. Después, la seguí besando. Esta vez, fui yo el que se puso encima de ella. Besé su clavícula y su hombro, mientras deslizaba la tira de su sujetador para deshacerme de él. No tardó en acabar en el suelo. Seguí bajando hasta su ombligo y me deshice de sus pantalones con un solo movimiento. Justo después, acabé con su ropa interior. Con mis dedos, acaricié su zona íntima, causando un pequeño jadeo de placer de su parte. Ella me quitó el pantalón y dejó ver el bulto entre mis calzoncillos. Acto seguido, me deshice también de eso. Nuestros cuerpos ya estaban totalmente juntos, sentíamos todo del otro. Besé su ombligo y subí hasta sus pechos, para finalmente, elevar mi mirada hacia ella.

Nos tomamos un segundo para vernos mutuamente. Yo miré sus ojos sobretodo, eran demasiado hermosos para despegar mi vista de ellos. Todo en ella era hermoso. Inefable era la palabra, y ella el significado.

—Ojalá tener más momentos así en el futuro —sonreí, depositando un beso inocente en sus labios.

Extendí mi mano hacia la mesa y abrí el condón rápidamente para colocármelo. Los dos estábamos listos. Ella sonrió al verme preparándome, y yo le devolví la sonrisa.

***

Había sido una noche movidita. No nos habíamos dormido hasta las tres de la mañana. Y sí, me dolían los huevos. Pero valía la pena.

Bajé las escaleras y fui a la cocina. Quería hacer algo por Ellie. Quería asegurarme de que comiera algo. Le hice unas tortitas con miel y mantequilla. Puse el plato en una bandeja y subí a la habitación. Dejé la bandeja sobre la mesa y me acosté a su lado.

—Buenos días —le susurré al oído.

Ella abrió los ojos lentamente. Yo sonreí, embobado mientras jugueteaba con mis dedos en su espalda, subiendo hacia su hombro.

—Buenos días —me dió un pequeño beso

—Te he traído algo —me hice hacia atrás para que viera la bandeja—. El desayuno en la cama es algo bastante romántico, ¿no?

Su sonrisa se evaporó, causando que yo me pusiera serio. Por favor, que no rechazara la comida. Por favor.

—Gracias —sonrió.

Volví a esbozar una gran sonrisa y le di la bandeja. Ella pareció dudar unos segundos, pero finalmente comenzó a partir la tortita y se la llevó a la boca.

Miré la bandeja, orgulloso. Esto era mejor que un Óscar. Había ganado en la vida viéndola comer.

—¿Qué? —preguntó Ellie, entre risas.

—Nada —le di un beso en mi cabeza—. Disfruta tu desayuno. Iré a ducharme.

Fui al baño y comencé a ducharme, feliz. ¡Había comido! ¡Había logrado comer!

Anoche también comió. Guiño, guiño.

NO ME REFIERO A ESO.

Comer es comer.

Me reí mientras me quitaba el champú, y al rato, terminé de ducharme. Me sequé y me puse la toalla alrededor de la cintura. Cuando salí del baño, vi que Ellie se estaba yendo a las prisas.

—Ey, ¿adónde con tanta prisa? —rodeé a Ellie en un abrazo, con la toalla aún puesta.

—Eh... Nick me ha llamado, necesita ayuda con algo —dijo.

—Vale, ten cuidado —le besé—. Te amo.

—Yo más.

—Ya discutiremos eso —sonreí.

Vi que la bandeja ya no estaba en la habitación. Sonreí al saber que se había comido todo. Menos mal. Odiaba verla sin comer.

Me despedí de ella y salió de la habitación. Yo me quité la toalla y me vestí, para después ir a la cocina a beber agua. Al llegar ahí, Ellie se estaba despidiendo de mi padre, que últimamente estaba siendo más educado con todos.

—Adiós —le escuché decir.

Y cuando me giré, vi en la mesa de la cocina algo que casi hizo que se me cayera el vaso. La bandeja de Ellie. Solamente había comido un poco.

—Elli... —pero mi voz fue interrumpida por el sonido de la puerta cerrándose.

Agaché la cabeza, soltando un mierda entre dientes. Volví a levantar la cabeza para mirar la bandeja y la miré pensativo. ¿Qué tienes en la cabeza, Ellie?

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