Capítulo 6: Lo confuso que eres.
No podía respirar, el aire de mis pulmones parecía solidificarse y volverse tóxico. La cabeza amenazaba con explotarme y el mundo a mi alrededor perdía consistencia.
—William —me llamó Carla—, William, reacciona.
No respondí, estaba en shock.
— ¡William! —gritó y acto seguido me pegó una cachetada.
— ¡Au! —Me quejé— ¿Por qué me pegas?
—En las pelis parece funcionar —contestó encogiéndose de hombros y sentándose a mi lado en el suelo, agregó—. Te veías muy mareado y a punto de un ataque de nervios.
—Lo estoy, voy a ser padre —jadeé.
—¡William! Mira que a veces eres estúpido. ¿Como rayos vas a ser tú el padre? Lo dejamos hace casi un año.
Mierda, era cierto, era imposible que yo lo fuese. No supe si sentirme aliviado o decepcionado.
—Cierto —afirmé masajeándome la sien—, es que tu forma de decirlo tampoco fue muy sutil, ¡me asusté!
—Ya me conoces —fue su única respuesta.
— ¿Entonces el padre es César?
—Sí, lo es. Cuando se enteró salió huyendo.
—Lo siento mucho —la situación de Carla seguía complicándose.
—No te preocupes, estaremos bien. Ahora será mejor que me vaya, no quiero hacerte perder más el tiempo.
—¿Qué? —Pregunté confundido, había olvidado decirle que se podía quedar— No, no te tienes que ir, quédate unos días.
—No quiero tu lástima a la chica embarazada —se quejó.
—No es lástima, venía a decírtelo. Lo pensé y unos días no harán daño.
Carla se quedó mirándome por unos segundos, luego, dándome otro suave beso en la mejilla, agregó.
—Vele, me quedaré. Pero tú también debes quedarte, nada de esas tonterías de quedarte con una amiga. Yo no muerdo.
—No te preocupes, me quedaré.
Por un momento fue como en los viejos tiempos, los dos sentados en el suelo de un baño vomitando tras una noche de fiesta. Aunque ahora no había fiesta, ni estábamos juntos y los vómitos eran por un embarazo.
Pensándolo bien, no se parecía en nada a lo de antes.
—Será mejor que me bañe —dijo después de unos minutos de silencio — ¿Me dejas algo de tu ropa? No tengo mucho que ponerme.
—No te preocupes, puedes tomar lo que quieras.
Con Carla tomando una ducha, decidí bajar e ir a mi estudio, necesitaba pintar para despejar la mente.
Ya iba a entrar cuando un toque en la puerta me hizo parar, rápidamente fui a abrir.
—Hola vecino —me saludó Gabriel con su amplia sonrisa—. Vine para que me pintes.
Mierda, con todo el embrollo de Carla me había olvidado de Gabriel. Sin embargo, su llegada me venía bien, pintarlo me distraería.
—Pasa —le dije haciéndole señas para que entrara para y luego lo guie hasta el estudio.
—Es bonito lo que hiciste con éste lugar —me dijo mirando las pinturas—. Yo ésta parte de la casa la tengo desocupada.
—Gracias —fue todo lo que dije mientras buscaba mis pinceles y pinturas.
—¿Eso es..? —Preguntó caminando hasta el fondo de la habitación y tomando un cuadro del suelo preguntó— ¿Ese soy yo?
Mierda, mierda, mierda, lo había visto, el dichoso cuadro. Con el rostro como un tomate comenzó a excusarme.
—Verás, yo…
—No tienes que decir nada —me interrumpió —es un cuadro muy bueno aunque se nota que lo hiciste sin poder fijarte en mis detalles. Ahora lo podrás hacer bien —Y antes de que me diera cuenta, Gabriel estaba desnudo ante mis ojos.
Quedé maravillado con la vista. Verlo a través de mi ventana era hermoso, pero tenerlo totalmente desnudo ante mí era como observar a un ángel.
No pude evitar fijarme en su aterciopelada piel bronceada, era liza y tentadora, mis manos morían por tocarla. Las finas y suaves curvas de su cuerpo definían a la perfección cada músculo y detalle esculpido en piedra y sus largas piernas parecían no tener fin. He de resaltar que las piernas no eran lo único largo, quedé impresionado al verlo de frente.
Gabriel era tan hermoso desnudo que ni siquiera El David de Miguel Angel le hacía justicia.
—Toma la postura con la que quieres que te pinte —dije tratando de ser profesional, su cuerpo no me podía distraer.
Gabriel se sentó en una de las sillas de manera despreocupada y me miró.
—Estoy listo —aseguró sonriendo.
Y así comencé a pintar
No puedo recordar bien lo que sentí mientras lo pintaba, estaba eufórico, extasiado, deleitado. El pincel recorrió con fluidez el lienzo y los colores adornaron el cuadro. Pinté cada detalle, cada arruga, músculo y lunar. Pinté su seductora mirada y su curva sonrisa, su espesa cabellera y la delicadeza de sus labios. Lo pinté todo.
Cuando terminé, tuve que admitir que, aunque aún faltaba para que estuviera listo —una pintura al óleo no se terminaba en un día—, al menos iba bien.
—Ya te puedes vestir —le informé mientras le daba algunos retoques—, es todo por hoy, tendrás que volver a venir para terminar.
—Primero quiero ver como quedó —respondió caminando hasta colocarse tras de mí.
Se me detuvo el corazón, su desnuda piel rozaba contra mi hombro y enviaba electricidad por todo mi cuerpo. Su cálido aliento acariciaba mi cuello y su parte sensible se hallaba a centímetros de mi mano. El ya tan familiar calor que sufría cuando él estaba tan cerca de mí se hizo presente.
— ¿Te gusta? —susurré. Su rostro se encontraba a centímetros del mío.
—Me encanta —respondió con los ojos brillantes—. Ahora debo pagarte por adelantado —Y antes de que me diera cuenta, me besó.
Por un instante no supe como reaccionar. Sus gruesos labios impactaron contra los míos y su lengua intentó encontrar la mía. Pero yo estaba en shock, presionaba con fuerza los labios sin dejarlo entrar.
—Relájate —susurró contra mi boca—, disfrutalo.
Y eso fue todo lo que necesité, abrí mi boca y dejé entrar el dulce sabor de su aliento, la calidez de su lengua, el delicioso rozar de sus dientes. Mis manos se aferraron con fuerza a su fuerte espalda y las de él buscaron mi trasero presionándome contra su fiero cuerpo.
Su dureza rozaba contra la mía y la electricidad se había convertido en fuego.
—Will —llamó de repente una voz, asustado me separé de Gabriel.
—Ya salgo, Carla —dije con la voz entrecortada.
—Pensaba que vivías solo —me dijo Gabriel vistiéndose, su dureza había desaparecido, la mía no tanto.
—Es mi ex, se quedará unos días —él me miró con el ceño fruncido y yo agregué —Larga historia, te cuento otro día.
Una vez vestido, salimos del estudio.
—William, tardaste mucho en el estudio —me reclamó Carla—. ¿Volviste a distraerte pintando?
Me le quedé mirando fijamente. Vestía una de mis camisetas viejas y unos bóxer negros que le cubrían lo justo. Se le veía molesta con las manos en la cintura, me recordó a cuando vivíamos en Río y me regañaba por pasarme todo el día pintando. Esas peleas fueron el primer detonante de nuestra relación.
—Lo siento, mi amigo vino para que lo pintara —respondí enrojeciéndome.
— ¡Pero si es el modelo! —Exclamó fijándose en Gabriel— William tiene como diez cuadros tuyos. ¿No te cansas de que te pinten tanto?
—Con qué diez, ¿he? —Preguntó divertido—, no sabía que eran tantas. Igual me gusta que me pinten.
—En fin —interrumpí muerto de vergüenza—, Gabriel, nos vemos otro día para terminar el cuadro.
—Vale, muero por repetir lo de hoy —y dirigiéndome un rápido giño, se marchó.
—Ese chico no me agrada —sentenció Carla—. Siento malas vibras.
Yo estoy en las nubes —quise decirle, el beso me había dejado flotando.
(…)
—Vale William, necesito que me cuentes todo desde el principio —me pidió Vero mientras cenábamos en su casa.
Era ya de noche y había ido a visitar a Verónica, desde que me había ido de su casa en la mañana no había parado de escribirme preguntándome como estaba. Había aprovechado que Carla dormía —había leído que en el embarazo se duerme mucho —y salí de casa un rato. Necesitaba tranquilidad y desahogarme con alguien
—Bueno, la versión corta es que Carla, mi ex, no se marcha, se va a quedar conmigo unos días mientras vemos que sucede. Está embarazada y no la puedo dejar sola.
—Te entiendo, pero debes tener cuidado, no quiero que salgas dañado.
—No te preocupes, estoy bien. Ahora hay algo más que llena mi mente.
—Cuéntamelo —pidió con impaciencia.
—Gabriel me besó.
—¡¿Qué?! —gritó con entusiasmo.
—Sí, tres veces. La última vez él estaba desnudo.
— ¿Qué? —volvió a repetir.
Sonriendo, le conté a Vero todo lo que sucedió, primero en la montaña y luego en el estudio. No podía evitar sonreír como tonto cada vez que lo recordaba.
—¿Entonces? —Me preguntó impaciente— ¿Qué significa todo eso?
—No lo sé. Gabriel me confunde mucho.
—A ti lo que te pasa es que estás muerto por el vecino. Admítelo.
Ni en un millón de años admitiría eso. Todavía no sabía lo que sentía hacia él ni mucho menos su sentimiento hacia mí. Además, ahora estaba Carla, que no sabía qué hacer con ella.
Y hablando de Carla…
—Vero, te tengo que dejar —dije de repente.
—¿Por qué? La estábamos pasando muy bien chismeando.
—Es que Carla está sola en la casa y me preocupa con las náuseas.
—Oh, William. Eras may mono. Solo prométeme que sabes lo que haces, que no saldrás dañado.
—No sé lo que hago Vero —me lamenté—. Solo sé que intento salir ileso de todo esto.
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