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Capítulo 4:Amor y Odio

Según íbamos subiendo la montaña no podía quitarme de la cabeza el beso de Gabriel. ¿Por qué había actuado como si no hubiera sucedido? Eso me molestaba, ¡siempre hacía lo mismo! Es como si todo fuese un juego para él.

—Hemos llegado —me informó sacándome de mis pensamientos.

Enfadado, miré hacia donde señalaba y quedé sin aire. Todo el enfado había desaparecido de repente.

Nos encontrábamos en lo más alto de la montaña en un lugar despejado de árboles. Sobre nosotros el cielo de un azul intenso se encontraba salpicado de grandes nubes blancas que ocultaban el sol.

Pero la verdadera vista se encontraba a nuestros pies. Montones y montones de arboles de distintos colores se alzaban hasta donde deban la vista. Ocre, amarillo, rojo fuego y verde se unían en un solo y perfecto paisaje. La fresca brisa mecía con pereza las hojas y a lo lejos el brillo del lago le daba al bosque un halo casi celestial.

—Esto es… hermoso —dije mientras inconscientemente me quitaba la mochila y sacaba mis pinceles y un lienzo.

—Sabía que te gustaría —susurró a mi lado. La piel se me erizaba con sus susurros.

Lentamente comencé a deslizar el pincel sobre la blancura del lienzo. Poco a poco fui dibujando cada línea, cada textura, cada iluminación. Los cálidos y fríos colores le comenzaron a dar vida al cuadro y con ello a mi corazón.

Ya no podía recordar la última que me había internado tanto en un cuadro. Absolutamente todo desapareció de mi mente. Gabriel, el beso, las noches, el sexo… todo se esfumó y se convirtió en color y trazos.

Cuando al fin terminé, el sol se encontraba cerca del horizonte y el paisaje había cambiado su belleza, la oscuridad comenzaba a cubrir los bellos rasgos.

— ¡Hasta que reaccionas!  —exclamó Gabriel tendiéndome un plato con algunos cuadrados de queso y una copa de vino.

—Lo siento, me perdí en la pintura.

—Si, me di cuenta. Te hablé algunas veces pero ni caso me hiciste. Aunque valió la pena la espera. El cuadro es maravilloso.

—Gracias —dije enrojeciéndome. Los halagos siempre me habían dado vergüenza—. Y gracias también por traerme aquí. Valió la pena.

Él me miró por unos segundos a los ojos y luego, apartando la vista, repuso.

—No es nada. Disfruté mucho viéndote pintar. Te concentras tanto que es muy mono. ¿Alguna vez has pintado desnudos?

—Si, en Río de Janeiro los pintaba mucho.

— ¿Es de Brasil de dónde vienes?

—Si, viví allí algunos años con mi ex.

— ¿Y qué pasó? ¿Por qué escapaste a Sunapee?

—Yo no escapé a ningún lado. Simplemente las cosas no funcionaron.

—Todos los que llegan a Sunapee intentan escapar de algo —dijo pensativo mientras jugaba con una hoja seca del suelo.

—Pensaba que era por la tranquilidad. Eso dijo Jason —le recordé bebiendo mi vino. Era una mala cosecha, sabía a tierra.

—Jason es el primero que huye de su pasado, todos lo hacen.

— ¿Y tú de que huyes? —pregunté mirando su firme mandíbula. Él miraba a lo lejos, como si estuviera en otro lugar.

—También huyo de mi pasado. Creo que todos lo hacemos.

—Cierto —murmuré terminando de un trago el vino.

Gabriel se me quedó mirando nuevamente, sus ojos tenían una mirada indescifrable, como si me estuviese analizando. Luego, poniéndose en pie, me dijo.

—Será mejor que nos marchemos. La noche ya casi llega.

El descenso de la montaña transcurrió en silencio. Mi mente aún seguía en la última conversación. ¿Estaba huyendo yo de mi pasado? ¿Por qué huía Gabriel del de él?

Al llegar al auto me dolía la cabeza de tanto pensar.

—William —me llamó cuando entré al auto.

—¿Si? —pregunté agradecido de la conversación. Eso me distraería.

— ¿Me pintarías desnudo?

— ¡¿Qué?! —pregunté alarmado.

—Si Jack, quiero que me pintes como a tus mujeres francesas —recitó volteando los ojos.

No supe si reírme por la referencia a Titánic o hiperventilar por el hecho de que quería que lo pintara

—Venga Will. Me hace ilusión y no es que sea la primera vez que me vayas a ver desnudo.

Y nuevamente con el mismo tema que me subía los colores.

—Verás, yo… —dije, tenía que acabar con este tema—, lamento mucho haberte visto por la ventana. No era mi intención.

Mentiroso, sí que le querías ver —se quejó mi voz interior. No le hice caso.

Las manos me sudaban de los nervios. Al fin estábamos hablando directamente del asunto “voyerista” como diría mi conciencia.

—No te preocupes, no me importa que me vean desnudo. Es por eso que quiero que me pintes, es uno de mis sueños eróticos.

No pude evitar reírme, el hablar del tema y ver que no pasaba nada me había liberado el pecho. Me sentía más tranquilo.

—Vale, te pintaré —acepté divertido.

—¡Genial! —exclamó alumbrándosele el rostro.

Sin darme cuenta ya habíamos llegado y tocaba bajarnos.

—Tengo una duda —dije volviendo a ponerme nervioso. Si ya íbamos a hablar de temas incomodos mejor decirlo todo— ¿Por qué me besaste y luego fingiste no hacerlo?

—Fingí no hacerlo porque no sabía como reaccionarías, fue algo infantil —admitió con vergüenza— y te besé porque me apetecía.

Y antes de que pudiera decir algo, me dio un rápido beso en los labios y se marchó.

—Nos vemos mañana mientras me pintas —oí que gritaba.

Sonriendo y tocándome los labios como si fuera una quinceañera a la que le daban su primer beso, entré a mi casa. Gran sorpresa me llevé al ver quien me esperaba sentada en la puerta.

—Carla —dije asustado.

Mi ex había vuelto

(…)

Carla se veía tan hermosa como siempre. Alta, delgada, rubia con la piel bronceada del sol de Río. Sus fríos ojos ambarinos analizaban todo a su alrededor como si le diera asco el lugar y sus labios se alzaban en una mueca muy mona.

En Brasil todos se preguntaban por qué éramos novios, nuestras personalidades eran totalmente opuestas. Ella era de sentimientos más duros y yo más cálido. Pero es que no podía explicarlo, simplemente amaba a Carla.

Pero ahora que la veía frente a mí me causaba un terremoto de sentimientos. Odio, anhelo, amor e ira.

—Hola William —me saludó con su aterciopelada voz. Una mala sensación se apoderó de mi cuerpo.

—Hola Carla —respondí. La dureza de mi voz me tomó por sorpresa— ¿Qué haces aquí?

—Vine a verte. Desapareciste tan rápido que no me pude despedir.

— ¿Y cómo me encontraste?

—Nuestros teléfonos siguen vinculados.

Mierda. Cuando nos mudamos a Río hubo una ocasión en la que me perdí. Aun no conocía las calles ni la lengua por lo que terminé en la comisaría pidiendo ayuda. Desde entonces Carla y yo habíamos vinculado nuestros GPS para saber dónde estaba el otro.

Siempre te encontraré —recuerdo que me dijo en aquella ocasión—. Como nuestras almas, nuestros teléfonos están vinculados.

Ahora esa maldita vinculación jugaba en mi contra, tenía que quitarla.

—¿Y a qué has venido? No creo que sea para saludar.

— ¿No me invitarás a pasar? Te recordaba más educado.

Y yo te recordaba menos zorra —dije para mis adentros mientras abría la puerta y la dejaba entrar.

—Prepararé café —le informé dirigiéndome a la cocina.

—Deja, lo hago yo. Tu café sabe a agua de alcantarilla —replicó riendo. El sonido de su risa era melódico.

Mientras Carla se desenvolvía en la cocina como si hubiera estado en ella toda la vida, yo no podía quitarle los ojos de encima.

A simple vista no se le veía mucho cambio, pero había pequeños detalles que solo quien la conocía de verdad lo notaría. Había ganado algo de peso y sus curvas se veían más pronunciadas. Su piel era más bronceada y algunos lunares nuevos habían aparecido en su cuello. Su aroma también era distinto, ya no olía a canela como antes, ahora era una mescla química indescifrable. Se notaba que ahora usaba lociones caras y no las naturales que tanto me gustaban.

—Tu casa es muy linda —resaltó tendiéndome una taza de café con leche. Aún se acordaba de cómo bebía el café—, no sabía que te gustaban tan grandes.

—Era la única disponible y la tomé —gruñí.

—En Río nunca me quisiste comprar una así. Estábamos muy apretados en aquella casucha.

—Esa casucha te gustaba y era lo único que me podía permitir en aquel entonces —repliqué molesto.

—Igual era muy pequeña.

— ¿Me vas a acabar de decir por qué estás aquí? Tengo cosas que hacer —mentí.

—Se te ve molesto, ¿te encuentras bien?

—No Carla, no me encuentro bien. Vine a Sunapee para comenzar de cero y olvidarme de que la persona a la que amaba me fue infiel. Pero de repente estás aquí como si nada hubiera pasado y no me acabas de responder. Así que dime, ¿por qué estás aquí?

—César me dejó —confesó apartando la mirada.

— ¿Y? Eso ya no me concierne.

—No seas tan duro conmigo —se quejó volteando los ojos—. Has cambiado mucho.

—Todo es gracias a ti, así que gracias. Ahora, acaba de decir lo que quieres.

— ¿Por qué crees que quiero algo?

—Porque siempre quieres algo —dije volteando esta vez yo los ojos. Nos parecíamos tanto.

—Bueno, no dilatemos más la situación. El caso es que no tengo donde vivir.

— ¿Y la casa de Río?

Cuando me marché le  había dejado todos los papeles a su nombre. La casa, el auto y una pequeña cuenta para algunos gastos. Todo lo que poseía se lo di y para poder comenzar de cero tuve que vender varias de mis pinturas, eso me ayudó con todos los gastos de Sunapee.

—César me convenció para venderla y cuando se acabó todo el dinero se marchó. Apenas tuve para llegar aquí. El muy cabrón me engañó.

—Lamento mucho que te hayan engañado, aunque no puedo evitar alegrarme. Ladrón que le roba a ladrón tiene cien años de perdón. Pero sigo sin entender porque viniste.

Ya estaba cansado de preguntar lo mismo. Necesitaba respuestas.

—Vine porque necesito tu ayuda. No tengo nada, ni dinero, ni donde quedarme, nada.

—Esto tiene que ser un chiste —dije más para mí que para ella—. Vienes después de tantos meses, después de haberme roto el corazón y jugar conmigo a pedirme ayuda porque el hombre con el que me pusiste los cuernos se marchó. No puedes hablar en serio, Carla.

—Estoy desesperada —confesó con voz acuosa —Si no me ayudas tendré que dormir en la calle.

No sabía que hacer, quería decirle que ese ya no era mi problema y que durmiese en un parque si quería. Pero la verdad era que verla de esa manera me rompía el corazón. Había amado a Carla como a nadie y no podía dejarla a su suerte. Sin embargo, tampoco podía estar bajo el mismo techo que ella, era demasiado doloroso. ¿Entonces que hacer? La cabeza me daba vueltas de tanto pensar.

—Vale —acepté con un suspiro. Ya había tomado mi decisión—, te puedes quedar pero solo esta noche. Ya mañana pensaremos que hacer.

—Gracias Will. Te juro que no sentirás que estoy aquí.

—Oh no, Carla. Yo no estaré aquí.

—¿Qué? —preguntó con incredulidad.

—No pienso dormir aquí. Me voy a casa de una amiga.

—Eso es ridículo William. Esta casa es muy grande, no tienes que irte.

—Es lo mejor para mi —dije saliendo por la puerta.

—¿Si? —me respondió una voz al otro lado del teléfono.

—Vero, necesito quedarme en tu casa. ¿Puedo?

—Te recojo en cinco minutos —dijo sin dudar.

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