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Capítulo 24: El abuelo

El señor Tron era un hombre delgado y canoso. Su cabello estaba perfectamente peinado y su barba raza bien recortada. Sus ojos de un azul eléctrico eran suaves, nada de la mirada fría de su hijo. Había bondad en ellos. Vestía un traje gris ajustado con corbata roja. Un fino bastón de madera y obsidiana colgaba del brazo izquierdo mientras el derecho esperaba a darme la mano.

—William Astor —saludé al fin— Es un placer.

—El pacer es todo mío —dijo emocionado —Confieso que soy un gran admirador de su obras, señor Astor. Sus paisajes son simplemente impresionantes.

—Llámeme Will, por favor —pedí enrojeciéndome. El abuelo de mi novio alababa mi arte, me dio mucha vergüenza—. Gracias por su opinión, significa mucho viniendo de usted.

—Si ninguno de los dos me van a hacer caso, mejor me voy —protestó Gabriel a mi lado. Seguía tenso pero era una tensión distinta.

—Siempre fuiste igual de egocentrista —le regañó Maximiliano. Su voz había adquirido dureza—. De niño si no le hacían caso formaba unos berrinches monumentales. Si ya lo digo yo, mano de hierro es lo que necesitaba.

Mierda, más disputas familiares. ¿Es que nadie en esta familia se llevaba bien?

—Y tú siempre fuiste un viejo desquiciado que se encerró en su propio mundo de fantasía por no saber cómo enfrentarse a la realidad —respondió sosteniéndole la mirada —Si ya lo digo yo, un psiquiatra es lo que necesitaba.

La atmosfera estaba cargada, solo pedía que no formaran un escándalo en la comisaría, estaba cansado de tantos pelitos.

Entonces, los dos irrumpieron en risas.

—¡Ven acá mi nieto! —exclamó Maximiliano envolviendo a mi novio en un abrazo.

—Te he extrañado mucho, abuelo —le respondió apretándolo con fuerza.

Estaba muy, pero que muy confundido. La atmosfera que había sentido desapareció por completo. Necesitaba que alguien me explicara que sucedía.

—No entiendo —dije mirándolos a los dos— ¡Pensaba que ustedes no se llevaban!

—Yo te explico —sonrió mi novio. ¡Que distinto se le veía! Al fin se comportaba como realmente era, el odio había desaparecido de sus ojos—. Mi abuelo es el único que aún me habla de mi familia. Lo que acabas de ver son las palabras que mi padre nos decía a los dos. Ahora es un juego para nosotros.

—Dijiste que iba a ser un infierno —le acusé.

—Solo trataba de asustate —admitió riendo— Aunque te aviso que mi abuelo es un remolino de excentricidad que termina por absorber a todos.

—Eres un poco exagerado —se quejó—, no es mi culpa que me guste lo que a nadie más.

—Como sea —si rio— ¿Cómo me encontraste?

—Siempre trato de tener un ojo sobre ti —dijo—. Te recuerdo que aun utilizas mis tarjetas, así supe que estabas en Brasil. Luego Gabriela, la recepcionista del hotel, me llamó y me dijo que la policía te había llevado. Le había pedido que me mantuviera informado si aparecías. Pero confieso que nunca pensé que te tendría que sacar de la cárcel. ¿Qué sucedió?

—Solo una pelea con un tipo que se quería pasar de listo —contestó evasivo.

—Bueno, fue una suerte que yo también estuviera en Río, sino aún estarías tras las rejas.

— ¿Qué hacías aquí? Brasil no es de tus países favoritos —meditó mi novio.

—Vine a lo mismo que tú, a hablar con Emiliano. Ese hombre no acaba de entrar en razón.

—Ni lo menciones —gruñó—. A mí me amenazó.

—A mí igual, pero no pensemos en eso. Mejor salgamos de este lugar que huele a alcantarillas y vayamos a un café.

Cuando salimos de la prisión, una lujosa limusina blanca esperaba. El alto chofer de traje y gafas oscuras nos abrió la puerta y de a uno entramos.

El interior era fabuloso. Asientos de cuero, vasos grabados y un mueble con montones de botellas de toda clase de bebidas.

Una vez más me di cuenta de lo rica que era su familia. Costaba creer que Gabriel viviera en un pueblecito perdido en la nada, que trabajara de tendero en una tienda de instrumentos de pintura y que no se quejara de ello.

—Bueno, Will, retomando nuestra conversación antes de que mi nieto nos interrumpiera. Estoy encantado de que Gabriel tenga como amigo a un pintor tan maravilloso como tú, a mi forma de ver tienes un gran futuro por delante.

No supe que decir, siempre me avergonzaba que reconocieran mi arte.

—Llevas razón en algo —dijo Gabriel salvándome de hablar—, William es un gran artista. En pocos años sus obras alcanzarán gran valor. Sin embargo, te equivocas en algo, él no es mi amigo, es mi novio.

La noticia impactó como una bomba, al menos para mí. Era la segunda vez que me presentaba como su pareja ante un miembro de su familia. Me hacía feliz que quisiera hacerlo en vez de ocultarme, pero viendo como había ido la primera vez, me aterraba saber que pensaba Maximiliano.

— ¡Maravillosa noticia! —Exclamó— Yo se los notaba pero no quise ser imprudente. William, bienvenido a la familia Tron.

Pude volver a respirar, las cosas habían salido bien.

Después de ese momento de alivio, la limusina nos llevó a un pintoresco café ubicado en la calle central. El lugar estaba vacío y eso era ideal para poder mantener una conversación. Luego de hacer nuestros pedido, al fin Gabriel habló.

— ¿Y cómo está nuestra ilustre familia? —detrás del sarcasmo había dolor.

—Es un desastre —confesó—. El arresto de tu padre causó un hueco en la economía familiar .A pesar de que tu madre posee otros negocios no le ha ido muy bien en los últimos años. Yo le he ofrecido mi ayuda pero no la acepta por haberme puerto de tu parte en el juicio. Tu tío por otra parte está en rehabilitación, la perdida de su fortuna le tiró a las drogas. Emiliano era la base del poder económico de la familia Tron.

—Lo siento, abuelo —se disculpó hundiendo los hombros—, quizás si hice mal en denunciarlo. He jodido la vida de todos.

—Nada de eso, muchacho. Ellos fueron quienes decidieron cometer ilegalidades. No te puedes culpar por las decisiones de otros.

— ¿Tú también te vistes afectado?, él es tu hijo.

—Emiliano y yo hace mucho que tenemos problemas. Él nunca se conformó con lo que yo le podía ofrecer. Mi fortuna no le era suficiente. Al final su avaricia terminó por hundirlo. Ahora está en el agujero que él solo cavó.

Pude ver como Gabriel exhaló el aire que llevaba contenido desde hacía años. Era evidente que la decisión que tomó tanto tiempo atrás lo seguía mortificando.

Maximiliano se marchó poco después, tenía que atender algunos negocios y lamentablemente no pude llegar a ver ese remolino de excentricidad que decían que era. Nosotros volvimos al hotel, al día siguiente regresábamos a casa.

(...)

Volver a Sunapee fue un poco surrealista. Habíamos vivido en tres días tantas emociones que regresar a la tranquilidad del paraíso otoñal se sentía raro.

—Gracias por estar ahí para mí en todo este lío —dijo cuando parqueó frente a mi casa.

—Siempre, bebé —le contesté dándole un rápido beso para luego salir del coche.

Mi casa estaba totalmente iluminada cuando caminé hasta la puerta. La noche ya había caído y el frío me estremeció. Era un gran cambio del clima desde Brasil a Sunapee.

Con cautela abrí lentamente la puerta, me esperaba la casa hecha un desastre llena de gritos y peleas. Incluso me preparé para ver el cadáver de mi madre tirado en el suelo. Dejar solas a esas víboras no había sido buena idea.

Pero para lo que no estaba preparada era para encontrarme a Carla y a mamá sonriendo en el salón.

La escena parecía sacada de una película antigua. Un árbol de navidad en una esquina, montones de adornos y luces navideñas regadas por el suelo y mucho papel de regalo.

—Creo que me equivoqué de casa —dije observándolas.

—¡William! —Gritó Carla corriendo a abrazarme —Bienvenido a casa.

—¿Qué está pasando aquí? —le pregunté al oído.

—Yo también estoy asombrada. Desde que sintió la pansa moverse a cambiado mucho. Ella fue quien pensó en armar el árbol. Ya casi es navidad y nosotros no teníamos uno.

— ¿Y de dónde salió?

—Vivian lo compró en la cuidad. Fue muy divertido.

En shock pero feliz, me puse a ayudarla.

Ahora metamos un poco de marcha a esta historia. Se está volviendo aburrida.

El tiempo en casa pasó en menos de un suspiro. Nada muy interesante pasó en las siguientes semanas. Tuvimos dos consultas con el doctor en las que nos aseguró que todo estaba bien. Gabriel se quedó todas las noches en casa y Carla durmió con nosotros.

Me di cuenta de algo, cuando dormíamos juntos es cuando más descansaba. También había una extraña tensión sexual entre nosotros que todos intentábamos ignorar pero estaba allí. Principalmente en las mañana cuando mi cuarto parecía una playa nudista de tres personas cambiándose de ropa. Admito que más de una vez me le quedé mirando fijamente a Carla. Pese a su enorme barriga seguía siendo muy sexy. Ella también se nos quedaba viendo y el más evidente era Gabriel, la dureza de su entrepierna lo delataba.

Con respecto a Brasil, Gabriel y yo decidimos no contarle nada a Carla, ella no necesitaba estresarse en estos momentos.

En fin, que entre una cosa y otra, llegó la navidad.

Mamá se había esforzado mucho para ese día. Se pasó todo el día en la cocina preparando deliciosos platillos para todos los invitados de esa noche —Qué eran un montón—, Carla se había vuelto loca y pensaba tirar la casa por la ventana.

—Estoy embarazada —dijo cuando le pregunté si no se había pasado un poco —este será mi última navidad antes de ser madre. Ya luego no tendré tiempo de organizar nada.

No discutí, yo era más que feliz.

Para el momento de la cena, diez personas ocupaban la mesa.

Era un panorama de lo más gracioso. Verónica y Jason se sentaban uno al lado del otro. A estos dos llevábamos días sin verlos. Según me contó mi amiga, apenas salían de la habitación. ¡Los conejos se quedaban cortos a su lado!

A la derecha de Vero se sentaba su hija Valentina. La niña se veía tan hermosa como siempre.

A su lado, Abel y Ruby sonreían como tontos.

Bien, sé que les extrañará que ellos estuvieran invitados, pero Valentina había insistido y no podíamos negarle a la pobre su primera navidad junto a sus padres.

Los siguientes en la fila eran mis padres. Papá había venido por navidad y mamá se veía radiante a su lado. Que lindo era ver un noviazgo de tantos años y que todavía se viese el amor.

Seguido de papá estaba Carla. Se veía hermosa en su vestido verde esmeralda. La barriga ya le impedía pegarse a la mesa y había comenzado a sentir dolor en las piernas. La sonrisa no se le borraba e inconscientemente se pasaba la mano por la pansa.

Seguido de ella estaba yo, los miraba a todos con orgullo. Carla de mi lado izquierdo y Gabriel del derecho.

Mi novio se veía como un modelo de revista. Vestía un ajustado traje de color negro con corbata azul. Su cabello estaba perfectamente peinado hacia atrás y sus ojos brillaban al verme.

La cena trascurrió con normalidad. Todos rieron, comieron y bebieron. ¡Incluso mamá re rio de los chistes de Gabriel!

Tiempo después los regalos fueron dados. De más está decir que Valentina fue quien más obtuvo. Princesas, juguetes, accesorios e incluso una casa de muñecas de gran tamaño.

Ya cuando el reloj marcó las doce y todos se marcharon a dormir. Gabriel nos jaló de la mano a Carla y a mí hasta la habitación.

—Queda un regalo más por dar —dijo mientras se desabrochaba la camisa.

—Gabriel —dije sabiendo por donde iba—, sabes que no es buena idea.

—Si lo es —rebatió—. Ya me cansé de fingir que no hay tensión sexual entre nosotros. Liberen sus mentes y dejen fluir sus cuerpos. Estoy seguro que no nos arrepentiremos.

Miré con curiosidad a Carla, sus ojos miraban de él a mí sin parar. Había hambre en ellos, la forma en la que se mordía el labio e inspeccionaba los bíceps de Gabriel lo decía todo.

Me dejé llevar, mi cuerpo lo pedía, mi mente lo reclamaba, mi alma lo anhelaba. Estaríamos juntos y ya no volvería a ser raro.

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