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Capítulo 23: Los hechos

No sabía qué hacer.

Gabriel me jalaba a la salida de la prisión y su agarre me estaba haciendo daño. La furia se adhería a su cuerpo como un halo de odio y sus largos pasos me hacían correr.

Tampoco sabía que decir.

¿Qué se dice en una situación como esta?

Su padre era un hijo de puta despiadado que le importaba un comino su hijo. Se merecía estar en la cárcel.

Pero claro, eso no podía decírselo.

Decidí callar y seguirle, creo que era la mejor decisión.

Atravesamos como un rayo los largos pasillos y salimos al parquin. Entonces fue cuando no pude aguantar más, la mano se me comenzaba a entumecer.

—Gabriel, me haces daño —susurré, él no me escuchó—. Gabriel, me haces daño —repetí un poco más alto, tampoco me escuchó—. ¡Gabriel, me haces daño! —grité, la mano me palpitaba ya.

—Lo siento —dijo saliendo de su transe y tomando el brazo para mirarlo lo examinó. Sus cinco dedos estaban marcados en mi piel—. Lo siento mucho, Will.

—No te preocupes —dije—, solo recuerda que si quieres hablar aquí estoy.

—Lo sé —respondió— es que hablar de ese tipo… ¡Ah! Es que lo recuerdo y… ¡Mira que atreverse a amenazarme! Lo odio, lo odio mucho.

—Ya todo pasó —le dije abrazándolo—. No te puedes martirizar por algo que no puedes arreglar. Lamentablemente tu padre no quiere que se arregle Ahora volvamos al hotel, relajémonos un poco y aprovechemos el tiempo que nos queda a solas.

—Vale —respondió aunque la tensión de sus hombros no había desaparecido.

El viaje de regreso al hotel fue igual de silencioso que el de ida. No me gustaba verlo así, necesitaba hacer algo para distraerlo e intentar que olvidara lo ocurrido.

—Cámbiate de ropa —ordené—, iremos a la piscina.

—Vale —volvió a responder, parecía un robot programado para dar una sola respuesta.

La piscina del hotel se encontraba en la planta más alta. Era pequeña, al menos diez metros cuadrado y dos filas de tumbonas acorchadas la rodeaban. La hermosa vista de la playa se dibujaba en el horizonte y el cálido aire de la tarde hacía que sudara.

Y hablando de sudor…

Casi muero cuando Gabriel apareció del baño. Su torso desnudo mostraba pequeñas gotas de sudor y su piel parecía brillar bajo la luz del sol. Sus piernas afeitadas mostraban una definición exquisita, los músculos marcados de las extremidades siempre habían sido mi debilidad. Sus ojos se veían ocultos detrás de gafas negras y su cabello se removía por el viento.

Mierda, este hombre siempre hacía que me humedeciera…

—¿Feliz? —me preguntó dando una vuelta, su humor comenzaba a cambiar.

—Ni te imaginas —jadeé.

El agua estaba maravillosa. Después de pasar tanto tiempo al sol, era refrescante poder sumergirse y hacer algunos largos. Con cada tontería que hacía en la piscina Gabriel sonreía un poco más. Le lancé agua, lo intenté cargar en los hombros —no pude — y le besé sin parar. Increíblemente nadie más había subido y éramos los únicos. Fue lindo, para el final del día parecía que mi novio había olvidado a su padre.

—Necesito ir a al baño —informé saliendo del agua.

—No demores —me pidió haciendo morritos. Se veía tan sexy cuando se comportaba de esa manera.

El baño, al igual que la piscina estaba vacío. Las baldosas blancas parecían tener brillo propio bajo la potente luz y un enorme espejo abarcaba toda la pared de la derecha.

Ya me estaba lavando las manos cuando una voz hizo eco por todas las paredes. Me estremecí.

—Hola William —me saludó César.

—¿Qué quieres? —escupí.

—Solo saludar a un amigo —maldita sonrisa que siempre lucía —la bienvenida que me distes no fue muy buena. Ese tipo prepotente fue muy borde, no sabía que ahora tenías guardaespaldas.

—No es mi Guardaespaldas, es mi novio —no sé por qué le estaba dando explicaciones a este tipo.

—Ah, así que ahora te van los chicos. Y con dinero al parecer. Nos parecemos más de lo qué crees, amigo.

—En nada —dije con superioridad —tú eres un oportunista sin vergüenza que se aprovecha de su físico para seducir a mujeres y quitarles todo lo que tienen.

—Veo que has hablado con Carla —La sonrisa se le amplió—, ella me dio todo lo que tenía porque quiso, yo no la obligué.

—Serás cabrón.

—Además —continuó sin hacerme caso—, no es mi culpa que Dios me haya dado un cuerpo tan caliente. Solo uso mis dotes.

—Eres un poco creído —me burlé—, tampoco estás para lanzar cohetes.

— ¿Seguro? —Preguntó quitándose la camisa —Ahora que te gustan los chicos, ¿no te hago chorrearte?

Joder, por mucho que lo odiase, debía admitir lo bueno que estaba. En su abdomen bien se podía lavar ropa. Sus brazos eran del tamaño de mis muslos y su piel quemada era perfecta.

Maldita genética que beneficiaba a quien no debía.

—Lindo, pero no me pones —dije virando los ojos—, los cabrones hijos de puta y egoístas no son mi tipo.

—Yo soy el tipo de todos —susurró caminando hacia mí. Yo di un paso atrás pero la pared me impedía moverme—. Sería gracioso que me follara a tu ex y ahora follara contigo.

—Te quedarás con las ganas —dije nervioso, su imponente cuerpo se cernía sobre mí y su mano en la pared me impedía moverme. Su aliento rozaba mi piel—. Además, te recuerdo que mi novio está cerca.

—Eso me da mucho más morbo —confesó pegándose a mí—. Cuando me follaba a Carla y tú nos vistes, tuve el mejor orgasmo de mi vida.

Quedé en shock. No por lo que me había dicho, eso era más bien asqueroso, sino por lo que sentí. Su cuerpo se había pegado a mi muslo y su entrepierna estaba dura. Este chico se estaba poniendo cachondo.

—Aléjate de mí —le advertí, debía defenderme— si no lo haces me veré en la obligación de partirte la boca de nuevo.

—Aquello fue un golpe de suerte, no me lo esperaba —admitió—. Ahora no lo podrías repetir. Soy más fuerte que tú. Además, sabes que te gusta tenerme tan cerca, sentir mi aliento, mis labios…

Entonces me besó.

Me estremecí, sus labios eran pegajoso y gruesos. Su lengua rompió la barrera que formaban mis dientes y buscó con desesperación la mía. Sus manos se aferraban a mi trasero y su dureza parecí a punto de estallar.

Por un momento tuve miedo, pero no porque me estuviera besando, sino miedo a que me gustara. Últimamente el sexo nublaba mi vista.

Me dio asco

Todo de él era desagradable, su aroma a bronceador líquido, el sabor de su boca, la textura de los labios. Todas esas cosas me dieron nauseas.

Su lengua seguía penetrando en mi garganta y me estaba asfixiando. Entonces pude zafarme de su agarre y de un fuerte empujón lo aparté.

— ¡Aléjate! —Grité conteniendo una arcada — ¡Eres asqueroso!

—Venga —siseó en algo que estoy seguro que él consideraba sexy, yo no—, sé que te gusta.

—Si te vuelves a acercar, estás muerto —le amenacé pese a que yo también sabía que no podría con él.

—Sabes que no puedes…

—Pero yo sí —dijo Gabriel apareciendo detrás de César y pegándole un puñetazo en la nariz.

Lo admito, chillé cuando la sangre salpicó mi pecho.

—Hijo de puta —chilló agarrándose la nariz —Ya me cabreaste.

César arremetió contra mi novio listo para pegarle pero Gabriel era más rápido y con una fuerte patada lo dejó sin aire.

Estaba aterrado por la violencia, nuca había visto una pelea de cerca. Aunque no lo pareciera por mis hechos anteriores —César y Abel si se merecían esos golpes —, estaba muy en contra de la violencia.

Por otro lado, lo que más me aterraba era Gabriel. La furia se había apoderado de él, la fiereza que había visto cuando hablaba con su padre había vuelto y esta vez le daba rienda suelta. Cada vez que Cesar se ponía en pie él le daba un nuevo golpe que lo tumbaba.

Creo que en toda la pelea Gabriel solo recibió tres golpes.

Yo no podía hablar, estaba como catatónico.

Entonces, como todo en mi vida, se complicó.

(…)

Terminamos en la policía.

Resulta ser que al final uno de los clientes decidió ir al baño y vio lo que sucedía. Sin que nadie se diera cuenta llamó a la policía y terminamos arrestados.

Ahora nos encontrábamos en una pequeña celda de paredes agrietadas y barrotes oxidados. Dos hombres más compartían la estancia con nosotros y se veían extrañamente aterradores.

El primero era alto y grueso, su barba negra sobresaltaba sobre la blancura de su piel y sus múltiples tatuajes mostraban calaveras y serpientes. Era un poco cliché pero igual muy aterrador.

El segundo daba un poco menos de miedo —solo un poco —. Era alto y delgado. Su cabello negro se hallaba despeinado en todas las direcciones y tenía los dientes de oro. Cuando me vio mirándolo fijamente me gruñó y no demoré en girar la cabeza al suelo.

César por su parte se encontraba en la enfermería, Gabriel le había dado una paliza que terminó por dejarlo inconsciente. Antes de que se lo llevaran su rostro era casi irreconocible. Aunque no me gustaba tal muestra de violencia, tuve que reírme. Estaba seguro que no volvería a alardear de su físico.

Yo por otro lado, no sabía por qué estaba en ese lugar. En realidad no hice nada. Quizás le di un golpe a un policía cuando se acercó a mí. ¡Pero fue puro instinto! No fue intencionado.

Pero igual no me importó, al menos estaba con Gabriel. No quería dejarlo solo.

—Lo siento —me dijo sacándome de mis pensamientos—, perdí totalmente el control. Ya estaba molesto por lo de mi padre y cuando vi a ese tipo besándote yo… Simplemente quería matarlo.

—No tienes por qué darme explicaciones —dije tomándole de la mano—. Estoy agradecido que llegaras, si no lo hubieras hecho no sé qué pasaría…

—Sin embargo, por mi culpa ahora estás en la cárcel.

—Bebé, te lo dije antes de venir a este lugar. Por ti voy al infierno.

—Este lugar se le parece bastante —se burló con una amplia sonrisa. Allí estaba, la sonrisa del hombre que yo amaba.

—Te amo —le susurré besándole.

—También te amo —respondió. Los otros dos nos miraban con mala cara y no sabía por qué.

—Gabriel Tron y William Astor —llamó un obeso guardia desde la reja —su abogado está aquí. Podrán salir.

Ni siquiera sabía que habíamos llamado a un abogado. Aunque no iba a cuestionarlo, si eso significaba salir me daba igual quien lo llamase.

—Mierda —gruñó él tomándome de la mano con fuerza.

— ¿Qué pasa? —pregunté confundido.

—Sé quien llamó al abogado —se quejó haciendo una mueca — ¿Aún estás dispuesto a ir al infierno por mí?

—Por supuesto —estaba muy confundido — ¿Qué pasa? ¿Quien llamó al abogado?

—Lo llamé yo —dijo un delgado señor de traje y corbata tendiéndome la mano— Maximiliano Tron, soy el abuelo de Gabriel.

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