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Capítulo 20: El día después de la noche

Vale, no sé cómo contar la siguiente parte. El embrollo sentimental que había ocurrido se me escapaba de las mano. ¡No lo entendía ni yo!

Comencemos por el sexo, esa parte sí qué la tenía clara.

Estar con Carla y Gabriel fue una experiencia única e inigualable. Quizás en un futuro podría estar con otra chica y otro chico, incluso podríamos volver a estar nosotros tres. Pero como esa primera vez no habrá ninguna más.

Apartando la parte física —que fue maravillosa —el estar con dos personas que significaban tanto para mí y que representaban todo lo que amaba fue… no se puede expresar en palabras.

Ya dirigiéndonos a lo puramente sexual. Ostras, como fue…

Mis manos acariciaron cada curva de sus cuerpos. Sus senos, sus pectorales, su humedad y su dureza. ¡Era como el amigo secreto! metías la mano y no sabías que podías sacar.

Ellos no se quedaron atrás. Gabriel saboreó con su lengua cada centímetro de su piel y de la mía. La humedad de Carla iba cada vez más en aumento y el la disfrutó como el exquisito manjar que era.

Ella por su parte tocó, saboreó, besó y miró todo de nosotros. Los jadeos, gemidos, chillidos e incluso gritos llenaron todo el salón —lugar al que nos habíamos ido al salir del lago —. No nos importó que hubieran más personas en la casa, de hecho, nos habíamos olvidado de ellos. En ese momento solo estábamos nosotros tres, nuestros cuerpos desnudos, nuestra pasión desenfrenada, nuestros deseos…

Fue una noche larga, eterna diría yo. Una, dos, tres… perdí la cuanta de cuantas veces tuvimos sexo. Solo sé que para el momento en que ya no pudimos más, quedamos dormidos en un conjunto abrazo.

Cuando volví a abrir los ojos me encontraba en la cama. A mi lado Gabriel roncaba profundamente y no había rastro de Carla.

La cabeza amenazaba con explotarme y la garganta me ardía en resequedad. Seguía completamente desnudo y varias marcas de uñas surcaban mi cuerpo.

Con pesar, me puse unos bóxer y bajé a por agua. Si no bebía algo frío mi garganta terminaría por hacerse polvo.

—Hola —me saludó Carla desde una de las sillas de la cocina. Se le veía igual de cansada que yo y evadía mi mirada.

—Hola —respondí sirviéndome agua. Yo también evadía su mirada.

El frío líquido corrió por mi garganta y alivió la quemazón. Luego me senté en una de las sillas y me quedé mirando la mesa.

Ninguno de los dos hablaba. De una noche de sexo salvaje y sentimientos desenfrenados habíamos pasado a incómodos silencios. Era hasta gracioso.

—Carla —comencé llenándome de valor. Tarde o temprano tendríamos que hablar —lo de anoche…

—¡Chicos! —interrumpió Vero. ¿Por qué siempre tenían que interrumpir? —Buenos días.

—Hola —dijimos los dos a coro sin mucho ánimo.

—Que caras —se quejó sonriendo.

Ahora que me fijaba bien, Verónica se veía radiante. Su sonrisa iluminaba la cocina y parecía tener a su alrededor un halo de vitalidad que deslumbraba.

—Solo estamos cansados —se excusó Carla.

—Me imagino —respondió —por los sonidos anoche no durmieron mucho.

Casi me desmayo de la vergüenza, tanto mi rostro como el de Carla se volvieron rojo como el tomate. Ya sabía yo que nos escucharía.

—Buenos días —gruñó Gabriel entrando en la cocina —Hola bebé —me saludó dándome un rápido beso.

—A ustedes se les a pegado lo exhibicionista de Carla —se burló Vero. Tanto Gabriel como yo estábamos en ropa interior.

—Todo se contagia —respondió caminando hasta Carla —Hola pequeña —le saludó y antes de que cualquiera tuviera tiempo de reaccionar, le dio un beso.

Fue uno rápido, pero todos nos quedamos pasmado, ninguno hablaba y solo lo mirábamos. Verónica fue la primera en reaccionar.

— ¿De qué diablo me perdí?

—Pensé que lo sabías —repuso Gabriel imperturbable. El no se molestaba por nada —dijiste que oíste los gritos y eso.

—¡Pensé que eran William y tú! —Se quejó — ¿Tú sabías de esto? —me preguntó.

—Él también estaba —respondió Gabriel bebiendo agua, la sonrisa no se le borraba. Yo apenas y podía mirar, un nudo se me había formado en el estómago.

—Madre mía —contestó sentándose en una de las sillas —no entiendo nada.

—Solo fue un error —se lamentó Carla con la cabeza baja.

—¡No! —Dije, de repente la voz me había regresado —no digas eso, no fue un error.

Odiaba cuando Carla se sentía como un error. No era justo, lo habíamos hecho porque queríamos, porque nos atraíamos, no por un error.

—William tiene razón —aceptó Gabriel —lo de anoche fue… perfecto.

—Dios, ustedes no están bien.

—Si lo estamos —dijo Gabriel volviendo a besar a Carla y luego a mí.

—Creo que debemos hablar —dije. Debía recobrarme y pensar en frío.

—Los dejaré solos. Estaré en la habitación con Jason.

—No entiendo que debemos hablar —protestó Gabriel cuando Vero se marchó —Tuvimos sexo, la pasamos bien. ¿Qué pasa con eso?

—Hay mucho de que halar —rebatí. Mi mente ya se recuperaba del shock inicial y comenzaba a analizarlo todo —Estoy más que de acuerdo con que anoche la pasamos bien, fue maravilloso. Pero debemos tener en cuenta todo los factores. Carla es una mujer embarazada, yo voy a ser el padre de esas criaturas y vivimos bajo el mismo techo. No quiero que las cosas se pongan incómodas entre nosotros si el día de mañana llegase a pasar algo malo por tener relaciones sexuales entre los tres. Los bebés estarán para siempre en nuestras vidas y un problema entre nosotros no nos puede separar.

—William tiene razón —aceptó Carla mirándome por primera vez a los ojos. Había determinación en su mirada —Disfruté mucho lo de anoche, pero hay cosas que merecen mi prioridad. Debo pensar en el bien de mis hijos.

Gabriel se veía molesto, nos miraba a los dos como si quisiera protestar. Sin embargo, tras unos segundos exhaló y al fin dijo.

—Vale, entiendo vuestro punto. Pero deben aceptar que juntos somos imparables.

—Lo somos —dije riéndome. Estaba tan aliviado que todo se solucionase tan fácil.

—Creo que tengo que bañarme —agregó Carla poniéndose en pie —anoche sudamos mucho.

—Si que lo hicimos — susurró Gabriel sonriente.

Después de esa charla que salió increíblemente bien, el fin de semana se fue en un parpadear. El tiempo en la cabaña fue increíble, reímos, bromeamos y no paramos de divertirnos.

La noche de pasión entre Carla, Gabriel y yo lejos de separarnos nos unió más. De manera inconsciente nos comenzamos a comportar como un equipo. Siempre estando pendientes los uno de los otros.

Llegada la última noche, Gabriel y Jason habían salido a dar un paseo y al fin nos podíamos quedar a solas con Verónica.

—Cuéntanos todo lo que pasó contigo y el papacito de Jason —pidió Carla.

— ¿Por qué creen que pasó algo? —preguntó fingiendo indignidad. Sin embargo, una tonta sonrisa la delató —Vale, si pasó algo, mucho de hecho.

—Eso lo sabemos —dije —tu brillo mañanero lo confirma. Lo que queremos saber es como. No me habías dicho que te gustaba.

—Es que no estaba segura —admitió —después de la barbacoa estuvimos escribiéndonos pero nada más. Es muy atento y con el problema con Abel estuvo siempre pendiente. Él me convenció para que viniera este fin de semana pero no me dijo que también vendría.

—Quería darte una sorpresa —le chinchó Carla.

—Pues me la dio. En la habitación estuvimos hablando y una cosa llevó a la otra y cuando me vine a dar cuenta, estábamos desnudo.

—Conozco el sentimiento —me reí recordando la noche anterior —A Carla y a mi nos pasó lo mismo.

—Cierto. Estaba tirándole agua a Gabriel y de pronto tenía su lengua en mi garganta.

—La lengua y algo más —dijo Gabriel apareciendo con Jason. Todos irrumpimos en risas.

Esa noche dormimos temprano. El agotamiento nos estaba pasando factura y debíamos descansar.

A la mañana siguiente recogimos nuestras cosas y nos despedimos de la cabaña. Era tiempo de volver a casa.

—Debemos venir nuevamente —dije cuando nos metíamos en el auto.

—Concuerdo —admitió Gabriel —Quizás Carla y tú vuelvan a caer en mis redes de seducción.

—Sigue soñando, Cariño —le molestó Carla —. Te quedarás con las ganas de volver a saborear la dulzura de mi cuerpo.

—Nunca digas, de esta copa no beberé —le contestó él —la vida da muchas vueltas y podrías caer.

—Eso me gustaría verlo —me reí.

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