Capítulo 19: ¡Que noche!
El fin de semana llegó más rápido de lo que podía pensar.
La alegría por el sexo de los niños duró toda la semana y había inundado la casa. Mi madre había dejado de meterse con Carla e incluso le había tejido un suéter para navidad.
Sin embargo, cuando les dijimos que íbamos a estar todo el fin de semana fuera, la buena vibra y el trato cordial se fueron por el escusado.
—No pueden pasar dos días fuera de casa —sentenció—. Carla debe descansar, es bueno para el embarazo.
—Mamá —comencé respirando profundo—. Carla solo tiene tres meses, todavía puede llevar su rutina común. Es hasta después de los seis meses que debe quedarse más en casa.
—Y un cuerno que puede, los doctores de ahora con su medicina rara dejan hacer de todo. Cuando yo estaba embarazado estuve nueve meses en cama y mira lo bien que saliste.
—Si a las fiestas en la playa le llamas cama, entonces sí, estuvo nueve meses encamada —susurró papá.
—¡John! —le regañó ella dándole en el codo con la cuchara de madera.
—Deja que los niños salgan, mujer —dijo—, son jóvenes y cuando los bebés nazcan ya no tendrán tiempo de nada.
—¡Esto es el colmo! —exclamó a los cielo. Eso significaba un drama— Toda mi familia se pone en mi contra. Claro, no le hagan caso a la única persona que ha parido. ¡Mejor sigan el concejo de alguien que se desmayó en el parto al ver a su hijo salir!
—Papá se desmayó porque le distes con la bandeja de los suplementos —le recordé.
La historia de mi nacimiento había sido contada en la familia una y otra vez. Cuando mamá rompió fuente y corrieron al hospital, papá no quería entrar al salón de parto pero ella lo obligó. Cuando llegó el momento de pujar yo no salía y mamá, en su arrebato de dolor y estrés, tomó la bandeja de los suplementos y le dio con ella a papá en la cabeza. Fue tan duro el golpe que cayó desmayado.
Las mujeres hacen muchas locuras cuando están de parto.
—Como sea —se quejó mamá—. Sigo sin estar de acuerdo.
—Piénsalo, mujer —dijo papá abrazándola por la espalda—. Tenderemos la casa entera solo para nosotros dos, podremos hacer lo que quieras. Hace mucho que no jugamos…
—¡Papá! —Grité—, demasiada información.
—Creo que tienes razón —dijo mamá envolviendo las manos en el cuello de él—. Los niños tienen que divertirse. Y nosotros también.
—Ya entiendo a quien saliste tan caliente —susurró Carla—. Con razón Gabriel y tú no paran.
Con la aprobación de mamá y todo listo para nuestra partida, corrimos a donde Gabriel quien nos esperaba en el auto.
—¿Como se lo tomó? —preguntó abriéndome la puerta del asiento del frente.
—No quiero hablar de eso —contesté estremeciéndome.
—¿Tan mal estuvo? —preguntó Vero desde el asiento de atrás.
—Salió bastante bien —se burló Carla—, el papá de Will sobornó a Vivian con sexo.
—Tiene que ser una broma —se rio mi novio.
—Pues no, tú y Will no son los únicos salidos de por aquí.
—Cambiemos de tema, por favor —pedí cruzándome de brazos.
Riéndose todavía de mí, nos pusimos en marcha.
El tramo hasta la cabaña no fue demasiado lago. Gabriel bordeó todo el lago por estrechos caminos de tierra y gravilla. Me dio tiempo de contemplar el lago, aunque ya llevaba un tiempo viviendo frente a él no me había detenido a contemplarlo. Era enorme, cristalino, como si de un espejo se tratase. Un pequeño faro blanco se alzaba cerca de la orilla y algunos chicos montaban sus tablas de surf cerca de él.
Me estremecí, el agua debía estar helada, diciembre ya había llegado y traía con él un clima mucho más frío.
Sin embargo, ver el lago me inspiró y deseé tener papel y lápiz para pintar. Tal vez cuando volviera podría hacerlo.
—Hemos llegado —nos informó Gabriel deteniendo el auto.
— ¿Esa es la pequeña cabaña? —Preguntó Carla asombrada— Ustedes los niños fresas tienen un concepto muy raro de la palabra “pequeño”.
Debía darle la razón a Carla. La cabaña era enorme, al menos del tamaño de mi casa.
—Nunca dije que fuera pequeña —se justificó—, solo dije que era rústica.
Aún asombrados, entramos para ver el interior.
Era hermoso.
Si bien era cierto que era rústico, eso formaba parte de la belleza. Me recordó a las cabañas de los cazadores que salían en las pelis, solo que más grande y equipada. Constaba de tres habitaciones medianas, un baño pequeño una cocina y un amplio salón.
Las paredes de madera sin pulir estaban adornadas por enormes cuadros de maravillosos paisajes veraniegos. El suelo estaba cubierto por una suave alfombra persa y los muebles mantenían el clásico estilo country de la zona.
Una enorme chimenea calentaba el salón y sobre ella…
—Tiene que ser una broma —me quejé mirando el cuadro del cuerpo desnudo de Gabriel que descansaba en ese lugar.
—Se llama “Perfección” —me dijo mi novio siguiendo mi mirada—, se lo compré a un prepotente pintor en una exposición en Manchester. Me costó mucho dinero.
—Muy gracioso —me quejé—, aunque el nombre le pega mucho. Es en lo que pensaba cuando lo pinté.
—Pues ahora toda esta perfección es tuya —me dijo tomándome las manos y metiéndolas por debajo de su camisa. Su piel estaba caliente, casi quemaba.
—Toda mía —jadeé.
—Búsquense un cuarto —se quejó Carla mientras Vero se reía.
Fui a contestarle pero en ese momento un toque en la puerta me cortó.
—Debe ser Jason, olvidé decirles que lo invité —dijo Gabriel.
— ¿Lo invitaste? —Chilló Vero— Dios, ¿qué tal me veo?
— ¿Te gusta? —Pregunté confundido— No me habías dicho.
— ¿Qué? ¡No! solo decía.
—Ésta está muy rara —susurró Carla a mi lado al tiempo que Gabriel abría la puerta.
—Hola chicos —saludó Jason con su amplia sonrisa de modelo.
—Hola —se apresuró a decir Vero. Aquí había tema.
(…)
El resto del día en la cabaña fue como sacado de una película familiar. Nos reímos, caminamos por el bosque y Carla nos preparó la comida.
No estaba muy buena, el no poder desnudarse arruinó sus dotes culinarias
Llegada la noche, comenzó la verdadera fiesta.
—Juguemos a verdad o atrevimiento —propuso la siempre creativa, Carla.
—Vale —dije terminándome mi quinta copa de Vino. Para esas alturas hubiera aceptado lo que me dijeran.
Gabriel, Verónica y Jason aceptaron detrás de mí y juntos formamos un círculo. Parecíamos chicos de la prepa, todos emocionados por ver que sucedía.
La botella —que yo había ayudado a vaciar de un trago— comenzó a girar y se detuvo en…
— ¡Gabriel! —Exclamé — ¿verdad o atrevimiento?
—Verdad —dijo encogiéndose de hombros.
—Eres muy aburrido —me quejé.
—Apenas comenzamos, bebé —me respondió besándome.
—Bueno —dije embobado—. De este grupo, ¿a quien te tirarías? A parte de mí, claro.
—A Carla —respondió sin dudar.
—Uyy —dije al tiempo que Carla se enrojecía.
—Sigamos —dijo ella dándole a la botella, su cara parecía que iba a explotar.
— ¡Vero! —Gritó Carla con emoción— ¿Verdad o atrevimiento?
—Atrevimiento —respondió sin apartar la mirada de Jason.
—Tienes que… —dijo sonriendo. La maldad dibujada en su rostro —besar a Jason.
Pensé que Vero se iba a negar, o por lo menos sonrojase. Pero no, sin darle mucho tiempo a pensar tomó el rostro de Jason entre sus manos y lo besó.
Fue un beso salvaje, sus labios se devoraron con ansias, como si fuera el bocado más delicioso del mundo. Vero enterró sus manos en su cabello mientras las de él se aferraban a su cadera.
Estoy seguro de que si no hubiéramos estado presente, terminarían acostándose.
El resto del juego transcurrió de la misma manera. Vero y Jason se besaron varias veces, incluso cuando no les tocaba hacerlo. Carla confesó que su mejor sexo se lo había dado César —esto me hirió un poco el orgullo pero luego Gabriel dijo que yo era su mejor sexo y me alegré —. A mi me tocó besar a Carla en la parte más erótica que se me ocurriera y le besé la clavícula. A Gabriel le pidieron que se quitara la camisa y a Jason los pantalones.
Pasado unas horas, estábamos algo cansados y bastante borrachos. Menos Carla, claro, ella no podía beber.
—Carla —le dijo Gabriel — ¿atrevimiento o atrevimiento? No hay muchas opciones.
—Atrevimiento —le respondió con una sonrisa.
—Te reto a que te metas en el lago, desnuda.
— ¿Qué? —Preguntó— ¡El agua debe estar helada!
—No tanto —admitió—, es bastante cálida aunque no lo parezca.
—No estoy segura…
—Yo te acompaño —dije poniéndome en pie y quitándome la camisa—, nos meteremos juntos.
—Si tú vas yo voy —dijo Gabriel quitándose los pantalones.
Semidesnudo, los tres miramos a Verónica y a Jason.
—Ustedes están locos —se quejó ella—, a mi no me miren. No lo haré.
—Yo ya voy a dormir —se excusó Jason—. Vero, ¿vienes?
Sé que sonó como una proposición para algo más. Pero el caso es que, como la casa solo tenía tres cuarto, ellos debían compartir. Aunque no dudaba que ocurriera algo, la forma en que ella lo miraba lo decía todo. Otro día le preguntaría que pasó.
— ¡Wow! —Exclamó Carla cuando nuestros amigos se habían marchado y nosotros terminábamos de desnudarnos— Ya veo por qué William quiere siempre más de ti. Lo que tienes es un arma de destrucción masiva.
Tuve que reírme, ver la longitud de Gabriel la primera vez era impactante.
—Y yo veo por qué William estuvo contigo —dijo mirándola de arriba a abajo—, incluso embarazada eres todo un deleite a la vista.
—Eso, haláguense ustedes y olvídense de mi—, me quejé cruzándome de brazos.
—Bebé, tú eres la perfección personificada —me dijo mi novio besándome.
Complacido, nos tomamos de la mano y salimos al exterior. El frío aire erizó mi piel e hizo estremecerme.
—Sin pensarlo —nos advirtió Gabriel—, solo corran y tírense al agua.
Quizás fue el alcohol, quizás fue nuestros deseos alocados de comportarnos como adolescentes o tan solo fue el momento. Pero sin pensarlo le hicimos caso, corrimos y nos sumergimos en el agua.
Estaba helada.
— ¡La madre que me parió! —Grité— Me voy a congelar.
—Claro —dijo Gabriel riendo—, estamos en diciembre, ¿qué esperabas?
—Yo te mato —gritó Carla tirándole agua.
—Tranquila, pequeña —dijo mi novio aguantándola por la espalda para que se detuviera.
—Recuerda que estamos desnudos —le advirtió—, tu amiguito se me está pegando al pie. Y te informo que está creciendo…
—A ver —dije nadando hacia ello y enganchándome a la espalda de él—. Pues sí, contrólate bebé. Ya Carla está embarazada,
—Lo siento —dijo sin arrepentimiento. Luego me tomó y colocándome de frente me besó.
—Me parece que sobro —informó Carla alejándose.
—No te vayas —pedí nadando hacia ella—, tú nunca sobras.
—Sí, esta vez…
No estoy seguro que sucedió después, realmente había tomado más de lo que pensaba porque cuando me vine a dar cuenta, Gabriel besaba a Carla.
—Pero… —dije desorientado.
—Shhh —ordenó Gabriel—, déjate llevar.
—Chicos… —comenzó Carla y esta vez fui yo quien la besó.
Llegados este momento, no solo el amiguito de Gabriel había crecido, yo estaba incluso más duro que él.
— ¿Esto va a ocurrir? —preguntó ella mientras mis labios recorrían su cuello. Gabriel estaba detrás de mí y acariciaba suavemente mi pecho, su otra mano acariciaba la parte sensible de ella.
—Si, va a ocurrir —le respondí perdiéndome en su piel.
Quizás más tarde me arrepentiría, pero en ese momento lo iba a disfrutar por completo…
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