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Capítulo 18: Las noticias de la semana

La siguiente semana transcurrió con normalidad. O todo lo normal que puede ser con mis padres en casa.

La actitud pasivo agresiva de mi madre había mejorado mucho y comentarios como “esperemos que Carla no se inscriba en clases de capoeira, sería malo para los bebés y William, claro”, se escuchaban cada par de horas.

Sin embargo, decidí ignorarla, no tenía deseos de volver a discutir.

Algo que me dejó asombrado fue la barriga de Carla. En tan solo una semana había duplicado su tamaño y ya se notaba claramente que estaba embarazada. Esto trajo, como siempre, problemas.

—Me siento como una ballena —se quejó una tarde—. ¡Nada me entra!

—Bueno, comes como una —se burló Gabriel a mi lado.

—Sigue tentando tu suerte y un día amanecerás con un cuchillo en la yugular —le respondió tirándole un cojín.

La relación de Carla y Gabriel era otra de las novedades de la semana que me tenían un poco pasmado. Desde el minuto uno le conté a Carla lo que sucedía, ya no quería ocultarle nada más. Ella por su parte lo aceptó sin rechistar.

—Se han demorado mucho —me dijo cuando le conté mi emergente relación—. La tensión entre ustedes me estaba volviendo loca.

Desde entonces se comenzaron a llevar como hermanos. Había leído que el embarazo podía causar cambios de humor y personalidad pero no creí que podía llegar a ese extremo.

—Lo que tienes que hacer es acabar de comprarte ropa de embarazada —le dijo él riéndose.

—Ni muerta usaré esa ropa —se quejó —. Antes prefiero ir desnuda.

—Estoy seguro que mamá estará muy feliz con eso —me burlé con sarcasmo.

—¿Cuando se irán tus padres? —me preguntó él con el ceño fruncido

—No lo sé, pensaba que solo se quedarían unos días pero parece que no. Tampoco quiero preguntarles porque sé que se enojarán, creerán que los quiero echar.

—Pues si se quedan mucho más tiempo me voy a volver loca —se quejó Carla contra la almohada —Vivian no para de mandarme a descansar, ¡necesito salir y caminar un poco!

—Podríamos ir al pueblo —propuse apiadándome de la pobre, mis padres no hacían más que sofocarla y ella solo asentía sin decir palabra. Esa era otra muestra de su cambio de carácter—. Podríamos comprar ropa para ti y utensilios para mí. Ya debo comenzar a pintar.

Ese era otro detalle, llevaba toda la semana sin tocar un pincel. Entre el sexo con Gabriel —cosa que era casi a cualquier hora—, mi madre exigiéndome que limpiara y mi padre pidiéndome que lo ayudara a revisar el coche de Gabriel (lo habíamos revisado ya cuatro veces y seguía sin tener ningún problema) no tenía tiempo para mi arte.

—Eso sería genial —aceptó Carla—. Y podríamos visitar a Verónica, hace días que no la veo.

Ese era el último asunto de la semana, no veíamos a nuestra amiga desde la noche en que Abel se llevó a la niña.

La llamamos algunas veces, pero apenas podía hablar. En el trabajo le habían asignado varias propiedades a vender con las cuales ganaría una comisión muy alta. También estaba Abel, después que Valentina lo conociera fue imposible mantenerlos lejos. Él iba todas las tardes a visitarla y Varo siempre estaba presente para vigilarlo. Entre una cosa y la otra ya no nos veíamos.

—De acuerdo, si John ya terminó de revisar mi coche nos podemos ir.

—Suerte con eso, bebé —le dije riendo.

Cierto, casi lo olvidaba. Gabriel y yo nos habíamos comenzado a llamar con motes cursis. Nos habíamos vuelto una pareja del tipo dulce que provocaba diabetes a cuantos nos miraban, qué en este caso, solo era Carla.

—Me encanta cuando me llamas así —dijo acercándose a mi y besándome —. Es tan sexy.

—No tanto como tú —le dije envolviendo los brazos a en su cuello.

—Paren por favor —pidió Carla virando los ojos—. ¿No creen que las náuseas por el embarazo, la abstinencia sexual y Vivian son suficiente castigo? ¿También me tienen que torturar con vuestro romance que me da arcadas?

—Tu lo que tienes celos porque no te comes un rosco hace siglos —se burló mi novio.

Novio… Qué palabra más linda, ¿verdad?

—Me comí a tu novio —se rio a carcajada.

—Touché —respondió con otra carcajada.

—Ustedes dos parecen una pareja —me burlé yo.

—Somos un trío, bebé —agregó Carla muerta de risa.

Después de media hora de bromas y risas, al fin salimos de la casa rumbo al pueblo. Gracias a Dios mi papá había terminado el coche y pudimos huir sin que mi madre nos viera.

—Ya deberías comprar ropa de invierno —le aconsejé a Carla cuando entramos a la primera tienda de ropa materna.

—Uff, gorda y cubierta de abrigos. Ahora sí que no me como el rosco.

—En la acera del frente hay una sex shop, siempre podrías encontrar un amiguito allí —le molestó Gabriel.

—Hoy mueres, amigo —se quejó.

Demoramos varias horas en poder comprar la ropa. Si antes Carla era insoportable para comprar, ahora lo era el doble. Ahora todo le quedaba o demasiado ajustado, o demasiado suelto.

Cuando al fin pudimos salir de la tienda y compramos en la tienda de Gabriel mis implementos, nos dirigíamos a donde Vero.

Lo primero que vimos al llegar fue un flameante Lamborghini rojo parqueado en frente. Si bien era cierto que no me gustaban los autos, pasar tanto tiempo con mi padre me había enseñado a apreciarlos.

Las suaves líneas del metal eran exquisitas, como si del cuerpo de una mujer se tratase. La pintura impecable brillaba bajo el nublado cielo y la tapicería negra era una hermosura.            

—Madre del amor hermoso —jadeó mi novio con la boca abierta—. ¿De quién es esta obra de arte?

—Solo me puedo imaginar dos cosas —meditó Carla sin quitarle los ojos de encima, ella si era fanática de los autos—. O a Verónica le está hiendo muy bien en la inmobiliaria, o robó un banco.

—Es de Abel —gruñó Verónica apareciendo por la puerta—. Todos mis vecinos han tocado a la puerta para saber.

—¿Él fue quien asaltó el banco? —pregunté riendo.

—Ojalá, así lo denunciaría y desaparecería para siempre. Ese auto se lo regaló su padre. Tienen varios de ellos.

— ¿Varios? —chilló Carla.

—Si, su familia es dueña de varios hoteles en Las Vegas.

—Joder, creo que me he enamorado —dijo Gabriel.

—Creí que ya lo estaba —reclamé con fingida ofensa.

—Te quiero, pero ese auto es mi segundo amor.

—Pensaba que yo era tu segundo amor —agregó Carla fingiendo molestia. Le encantaba el drama como a mí.

—Vale, tu eres el segundo y Vero el tercero. El auto es el cuarto.

No pude evitar reírme, era muy mono.

—Bueno, ¿me vinieron a ver a mi o al auto?

—Al auto —respondimos a coro.

—Muy graciosos. Pues llévenselo y ya de paso a Abel.

—¿Tan mal van las cosas? —pregunté poniéndome serio.

—Va demasiado bien, eso es lo que me asusta —respondió con pesar–. Valentina está molesta conmigo porque no la quiero dejar ir a pasar el fin de semana con su padre.

—Vero —comenzó Gabriel—, quizás me equivoque, pero pienso que deberías dejarla ir.

—Lo sé, pero igual no quiero. Estaría como loca ese fin de semana pensando en si le pudiera pasar algo.

— ¡Tengo una idea! —Saltó Carla, ella siempre con sus ideas— Podríamos pasar el fin de semana juntos, fuera del pueblo. Creo que todos lo necesitamos, tú para despejar de Abel, yo para liberarme de Vivian y Gabriel y Will para poder estar juntos. Aunque si siguen más juntos se volverán uno. Pero el caso es que todos ganamos.

—Sería buena idea —medité—. Si encontráramos a donde ir…

—Tengo una cabaña al otro extremo del lago. Es algo rústica pero es a donde voy cuando quiero estar solo. Se respira mucha paz allí —nos dijo Gabriel con emoción.

—No estoy segura —admitió Vero.

—Tú piénsalo, si decides que es buena idea nos dices y lo hacemos —sentenció Carla.

—Vale —aceptó —eso haré.

(…)

Estaba nervioso.

Después de ver a Vero y regresar a casa, mi madre nos recordó —a base de gritos— que esa tarde teníamos consulta con el doctor.

Gabriel debía trabajar por lo que no nos podía llevar así que tomamos un taxi y corrimos al hospital.

Ahora nos encontrábamos en la misma pequeña consulta de la otra vez con el sillón de tortura en el medio. Carla ya tenía la bata puesta y esperábamos a que el doctor entrara.

—Bueno —dijo el Dr. Clear haciendo su aparición—, veamos como van esos bebés hoy.

—Por favor, doctor, dígame que hoy no utilizará el consolador —imploré apretando las manos. Juro que si debía ver eso nuevamente me iba a desmayar.

— ¿Consolador? —preguntó confundido.

—Se refiere al trasvaginal —aclaró Carla virando los ojos.

—¡Ah! —Exclamó con una sonora carcajada—, pues no se preocupe señor Astor, hoy solo será un ultrasonido de rutina.

Solté de golpe el aire que llevaba rato reteniendo.

—Gracias a Dios —me alegré.

—Pues comencemos —dijo echándole el líquido viscoso en la barriga de Carla y examinando con la máquina.

Nuevamente sentí los fuertes latidos como el trotar de un caballo. Ahora se escuchaban más claros y enérgicos, eso me hizo sonreír. Era increíble como una vida —o en este caso dos— se podían crear en tan poco tiempo.

—Vaya sorpresa —dijo el doctor —ya sabemos el sexo de las criaturas. ¿Desean saberlo?

—Si —respondimos a coro. Ya antes lo habíamos hablado y decidimos saberlo lo antes posible.

—Pues me alegra decirles que serán padres de una niña y un niño.

Casi exploto de felicidad, ¡ese había sido mi sueño toda la vida! Mi hija y mi hijo… ¡Dios! que bien se sentía decirlo.

Las lágrimas llenaron mis ojos y al mirar a Carla ella también lloraba.

Después de la consulta corrimos a casa para dar la maravillosa noticia. Pero antes de contarles a mis padres había alguien que debía saberlo primero.

—Amor —dije por teléfono— ¡Tendré una niña y un niño!

—¿En serio? —Preguntó entusiasmado— ¡Felicidades, bebé!

Después de Gabriel llamamos a Verónica, su alegría fue comparada a la nuestra.

—¡Esto hay que celebrarlo! —Chilló entusiasmada—. Lo haremos el fin de semana en la cabaña.

— ¿En serio? —pregunté incrédulo.

—Sí, debemos ir.

Por último llegó el momento de contarles a mis padres.

— ¿Como les fue? —Preguntó mamá con la fregona en mano— ¿Están bien las criaturitas?

—Si, lo están. Pero hay algo más. Ya sabemos el sexo.

—¿Y? —preguntó mamá soltando la fregona.

—Tendrás un nieto y una nieta —dijo Carla volviendo a llorar.

Lo que sucedió después creo que nadie se lo esperó. Mamá corrió hacia Carla y la abrazó.

—Dios bendiga a esos niños —dijo besándole la panza—. Felicidades chicos.

No pude ser más feliz.

Lástima que no sabía lo que vendría mucho después.

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