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Capítulo 13: La exposición

Al fin había llegado el día de la exposición y mi mente estaba en todas partes menos en ello.

De más está decir que pensaba en Gabriel, sus palabras se habían cauterizado en mi cabeza y me asfixiaban. Varias veces había pensado en ir a su casa y disculparme, pedirle perdón por lo que había dicho. Pero mi orgullo era demasiado grande, si quieres a alguien no te coges a otro por despecho. ¡Que le dieran a él!

— ¡William! —me llamó Carla desde la planta alta. Ella y Verónica llevaban horas encerradas para arreglarse—. Ya vamos a bajar. Prepárate.

— ¡Vale! —grité de vuelta. Llevaban días rompiéndome la paciencia con los dichosos vestidos.

Admito que cuando bajaron las escaleras, entendí el motivo de su entusiasmo. Las chicas parecían princesas sacadas de un cuento de hadas.

La primera en bajar fue Verónica. Su vestido era largo y de color champagne bordado desde la parte del frente con escote de un solo hombro que se desprendía por el lado derecho y llegaba hasta la espalda. Piedras plateadas y rosas salpicaban la parte trasera hasta llegar a una apertura en la parte izquierda que dejaba ver sus piernas.

Un sencillo collar de oro con forma de estrella adornaba su cuello y el maquillaje era simple, como si fuera al natural.

Su dorado cabello se recogía en un elaborado moño y algunos mechones se desprendían y perfilaban su hermoso rostro.

—Estás… —no sabía que decir, toda palabra quedaba corta—. Pareces una diosa —jadeé al fin.

—Gracias —me respondió enrojeciéndose—, pero deja que veas a Carla. Quedarás pasmado.

Verónica llevaba razón, cuando Carla apareció, quedé sin respiración.

Su vestido era de color azul marino con la parte superior de encajes de mariposas que cubrían todo el brazo. El escote con forma de corazón estaba adornado con pequeñas perlas y la larga falda de un material parecido a la gasa le llegaba hasta los pies, los cuales calzaban altos tacones de correas.

Sus hermosos labios estaban pintados del mismo color del vestido y resaltaban sobre su lisa piel bronceada. El sedoso cabello se recogía en una larga trenza de la que se desprendían mechones adornados con cuencas.

Un delicado collar con forma de corazón colgaba de su cuello.

— ¿Ese es…? —pregunté mirando el brillante collar.

—Sí, lo es —me respondió sonriendo.

Los recuerdos inundaron mi mente. Me vi en una lujosa joyería de Brasil contemplando un curioso collar de piedras azules con forma de corazón. Imaginaba como le quedaría a ella en su cuello pero era demasiado caro como para permitírmelo. Trabajé día y noche y ahorré hasta el último centavo para poder comprarlo. Se lo regalé una tarde mientras veíamos el sol ponerse, la sonrisa que me regaló ella a mí valió mucho más que el collar.

—Se ven hermosas —dije volviendo al presente—. Ahora me siento inadecuado.

Cuando me había vestido horas antes tuve que admitir que Carla había acertado con el traje. La camisa blanca de hilo se ajustaba a mis delgados músculos y la chaqueta y el pantalón negro eran igual de entallados. La corbata fina y gris me gustaba y había recogido mi cabello en una pequeña cola de caballo. Cuando me miré en el espejo estaba encantado aunque no me gustaba ese tipo de ropa.

Pero ahora que estaba al lado de esas maravillosas diosas, me sentía como un mendigo.

—Para nada, estás muy guapo —me dijo Carla ajustándome el nudo de la corbata, siempre le gustaba dar los últimos retoques a mi look.

—Será mejor que nos marchemos. No querrás llegar tarde a tu propia exhibición —nos informó Verónica.

El viaje hasta el museo me ayudó mucho a calmarme, la charla con las chicas era ligera y divertida lo que me sirvió para olvidarme de los nervios y de Gabriel.

Cuando al fin llegamos, estaba impresionado.

— ¿Tú hiciste todo esto? —le pregunté a Carla mientras observaba el panorama.

La entrada del museo se encontraba iluminada por amplias guirnaldas de luces blancas. Montones de carteles publicitarios se esparcían por cada superficie mostrando imágenes de mis obras. Pero lo que más me llamó la atención fue lo que se hallaba en la entrada, justo al lado de la puerta, había una enorme foto mía.

Rápidamente reconocí la foto, era la misma que la agencia de arte a la que pertenecía en mis inicios utilizó en mi primera exposición, la exposición en la que conocí a Carla.

—Tuve algo de ayuda —respondió enrojeciéndose.

—No seas modesta —le regañó Vero—. Todo lo hiciste tú sola. Fue increíble verla trabajar.

—Gracias —le dije abrazándola, olía a violetas—, gracias por todo, por cada detalle.

—Todavía no has visto el interior, ese si es impresionante —se jactó riendo.

Tenía toda la razón, el interior era más que impresionante.

Enormes focos de luz colgaban del techo e iluminaban el gran salón. Los camareros vestidos de negro se paseaban de un lado a otro llevándole bebidas y aperitivos a un enorme grupo de personas que miraban con curiosidad las decenas de obras que se colgaban en las paredes.

En una esquina el cuarteto de violines tocaba suavemente una melodía relajante y a su lado una mesa con folletos sobre mis pinturas era atendida por una dulce chica.

— ¿Cómo lograste que vinieran tantas personas? —pregunté atónito, en el lugar había por lo menos cien personas.

—Promocioné el evento en las redes —me respondió pensativa—. Aunque mucha de las personas que están aquí son amigos de Gabriel, están muy emocionados por conocerte.

Una punzada de culpabilidad atacó mi corazón, con lo duro que había sido con él y todavía me ayudaba.

—Bueno, acabemos con esto —dije caminando hacia la multitud.

Las siguientes horas fueron un dolor de cabeza. Me presenté ante cada invitado, expliqué mis obras por individual y reí —o fingí hacerlo —con muchos de ellos.

Ya comenzaba a recordar por qué odiaba las exposiciones, tener que hacerle la pelota a prepotentes clientes que creían conocer de arte era insoportable.

Lo haces por los bebés —me dije para mis adentros —necesitas el dinero.

—Gabriel me ha hablado mucho de ti —me dijo Frederick, uno de los tantos amigos del susodicho que habían acudido.

—Espero que todo haya sido bueno —le respondió Carla a mi lado, en toda la noche no había soltado mi brazo. Era como antes, se comportaba como mi novia.

— ¡Desde luego! Nos dijo que tú arte era muy bueno y no se equivocaba. Aunque ya sabía un poco de ti por tu tiempo en Brasil — ¡toma nuevamente punzada de culpabilidad!

—Muchas gracias —respondí educadamente—. Ahora si me disculpan, debo seguir presentándome. Ha sido un placer conocerlos.

Estaba harto de tantas personas, moría porque todo acabase ya.

—Falta poco —me informó Carla—, sé que estás cansado pero ya casi lo logramos. Las obras se están vendiendo muy bien.

—Necesito ir a refrescarme —pedí—, nos vemos luego.

Ya iba llegando al baño cuando algo llamó mi atención.

Cabello negro, ojos profundos y oscuros, sonrisa torcida y un musculoso cuerpo encerrado en un traje gris.

Gabriel se acercaba lentamente a mí y no venía solo, el chico de la otra vez lo acompañaba.

—Hola vecino —me saludó con despreocupación, como si nuestra discusión no hubiera ocurrido.

—Hola —dije clavando la vista en el chico. Odiaba lo apuesto que era—, pensé qué no vendrías.

Tuve que reunir todas mis fuerzas para decir esas palabras sonriendo. ¡Como se atrevía a venir a mi exposición con ese tipo! Las punzadas de culpabilidad que había sentido se habían ido a la verga, ahora estaba nuevamente molesto.

—Ni loco me perdería tu evento. Es muy comentado en el pueblo —respondió giñándome el ojo—. Por cierto, no os he presentado, William, él es Alistaír, mi acompañante.

—Un placer —dije presionando los dientes con fuerza.

—Un gusto —me respondió con una dulce voz parecida a la de un adolecente—, me gusta mucho tu arte, es muy realista y detallista.

—Muy cierto —meditó Gabriel—. Mira esa obra, por ejemplo. Es tan real que me suena conocido.

Miré a que pintura se refería y me quedé helado.

El cuadro al que se refería era una imagen de su cuerpo de cuando lo veía tener relaciones por la ventana. No tenía ni idea de por qué ese estaba allí, ¡yo no lo había enviado!

—Oh, gracias pero en verdad ese no es muy bueno —dije forzando una sonrisa—, en realidad es una equivocación que esté aquí. Creí que lo había enviado a la basura.

—A mi me gusta —dijo Alistaír— ¿Cómo se llama?

—Traición —dije sonriendo—. La traición del mentiroso.

—No le pega —reflexionó Gabriel—. El modelo parece un dios griego. “Perfección” sería más adecuado.

—Suerte que el que conoce de arte soy yo —me jacté—, no podrías entender el sentimiento reflejado si no lo has vivido.

—Lo he vivido —respondió ampliando la sonrisa. Alistaír nos miraba confundido—. Una vez tuve un novio que me engañó con su ex, segundos después de follar conmigo.

—La palabra novio es una exageración —dije enrojeciéndome—, solo era sexo.

— ¿De qué hablan? —Preguntó el cada vez más confundido, Alistaír—. Hay algo que me estoy perdiendo.

—No es nada —me apresuré a decir, Gabriel había logrado desestabilizarme—. Si me disculpan debo continuar. Fue un placer hablar con vosotros.

Y antes de que pudieran decir algo más, me fui corriendo al baño.

Estaba tan enojado con ese estúpido engreído. ¡Mira que molestarse él cuando era yo el que tenía motivos para hacerlo! Él era quien se había tirado al chico, él era el que me lo había restregado por la cara y él era el que lo había traído para amargarme un día que era importante para mí.

Las lágrimas de rabia comenzaron a correr por mis ojos, me sentía tan impotente de no poder gritarle y decirle lo mal parido que era.

— ¿William? —Me llamó Carla— ¿Estás ahí dentro?

—Si, ya salgo —respondí secándome las lágrimas.

—Voy a entrar —respondió empujando la puerta—. Sabía que ibas a estar aquí. Los aseos siempre han sido tu refugio.

—Lo siento, solo necesitaba refrescarme después de tantas presentaciones —me excusé echándome un poco de agua en el rostro. No quería que Carla me viera llorando.

—A mi no me tienes que mentir —susurró a mi lado—. Te vi hablando con Gabriel. Se te veía molesto.

Claro, como había podido pensar que la podía engañar, ella me conocía mejor que nadie.

—Es un estúpido —dije—, un prepotente imbécil que se cree que puede hacer lo que quiere.

—Te gusta ¿verdad? —Preguntó— Lo vuestro era más que sexo.

— ¡No! —me apresuré a decir.

—Te dije que a mi no me puedes mentir —me regañó abrazándome—, si no te gustara no estarías tan enojado. Verónica me contó todo y era obvio. Lo vi en tu mirada cuando los pillé, estabas enamorado.

Iba a matar a Verónica, primero la encerrona con Gabriel y ahora esto.

—Eso ya no importa —me lamenté—. Yo a él no le gusta.

—Lo siento mucho —dijo apretando el abrazo—. El que sale perdiendo es él, eres un hombre maravilloso y cualquiera tendría suerte de tenerte. Aunque yo no lo puedo juzgar, yo cometí el mismo estúpido error.

—Carla —dije tomando su rostro en mis manos. La manera de la que hablaba de mí era tan especial—, ya eso está en el pasado, no importa si lo cometiste.

—Lo sé, pero igual me… —no dejé que terminara. Siguiendo mis impulsos, la besé.

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