Capítulo 12: No sé lo que sucedió
Estaba nervioso, la perspectiva de tener que hablar con Gabriel después de lo que había hecho con Carla me aterraba. Lo peor de todo era que después de hablar con él, tenía que hablar con ella.
Si señores, era una mierda.
El camino de regreso transcurrió más rápido de lo que quería. Vero me dejó en la puerta de la casa y deseándome suerte se marchó.
Lentamente arrastré los pies hasta la puerta de él, un grueso nudo se iba formando en mi garganta con cada paso y las manos no paraban de sudarme. Las reacciones de mi cuerpo eran un poco exageradas pero me aterraba pensar que lo podía perder.
Cuando al fin llegué a su puerta, esta se abrió antes de que la tocara.
—Hola, vecino —me saludó con su hermosa sonrisa.
—Hola —respondí apenado.
—Gabriel, debo irme —dijo una tercera voz que no conocía.
—Claro, nos vemos otro día —respondió dejando pasar al desconocido.
Me quedé helado con lo que sucedió después. Gabriel besó al chico en los labios antes de marcharse.
Lo peor de todo era que sí que conocía a ese chico, al menos lo había visto. Era el mismo que había visto a través de mi ventana la segunda noche desde mi llegada. El chico que gemía mientras Gabriel se lo tiraba.
— ¿Qué necesitas? —me preguntó cuándo estábamos solos.
La rabia se apoderó de mi cuerpo, desde la noche anterior llevaba rompiéndome la cabeza para explicarle lo que yo había hecho y él estaba haciendo lo mismo.
Qué estúpido había sido al creer que yo era el único con el qué se acotaba. ¡Si antes de mí se acostaba con alguien distinto todos los días!
Pero claro, el tonto había sido yo que estaba desarrollando sentimientos, él lo había dicho, era solo sexo y yo lo había aceptado. Nunca dijo que seríamos exclusivos.
—William —me llamó sacándome de mis pensamientos— ¿Estás en este mundo?
Debía controlarme, respirar profundo y calmarme, no podía permitir que me viera afectado.
— ¿Que rayos fue eso? —Al diablo con lo de controlarme. Pasar tanto tiempo con Carla me había vuelto explosivo.
— ¿A qué te refieres? —preguntó confundido.
—A ese tipo, ¿Te estás acostando con él mientras follas conmigo?
—Solo fue hoy —confesó—. Aunque no entiendo la molestia, no estamos en una relación.
— ¡Lo sé! Simplemente no quiero contagiarme de algo porque tú te tiras a otras personas ya que yo no te soy suficiente. ¡Te recuerdo que lo hemos hecho sin condón!
—Me da la impresión que estás celoso —se burló.
—Claro que no. Solo me cuido, me da igual a cuantos te tires.
—Contigo es el único que lo hago sin condón —me explicó.
—Eso le dirás a todos.
—Cree lo que quieras, además, tú si me eres suficiente, simplemente surgió.
—Y tú no te podías negar —le reproché.
—Deberías calmarte, te veo alterado.
—En lo más mínimo —rebatí, odiaba que me mandaran a calmarme cuando estaba molesto—. Solo venía a decirte que la exposición es el sábado, puedes venir si quieres —y antes que dijera nada más, me marché.
Estaba molesto, ¡muy molesto! Ese estúpido lujurioso que no se aguantaba. ¡Ja! pero mi cuerpo no lo volvía a tocar, eso era seguro.
Estás siendo irracional —dijo la voz interior—, tú también te acostaste con otra persona. ¿Qué derecho tienes a reprocharle nada?
—Cállate —le ordené—, tengo el derecho que me dé la gana.
Eres demasiado dramático —se quejó.
—Y tú molesta —rebatí entrando en casa.
—Hola —me saludó Carla desde el sofá del salón, evitaba mi mirada.
Joder, con tanto drama me había olvidado de ella.
—Hola —le respondí caminando hasta sentarme a su lado. Mientras antes termináramos con esto mejor sería para los dos—. Carla, lo de anoche…
—Ya —se lamentó—, sé que vas a decir que fue un error y que no se puede repetir.
Menos mal que yo no era el único dramático.
—Claro que no diré eso —me apresuré a decir—. Estar contigo nunca será un error para mí, todo lo contrario, es lo mejor del mundo. Pero llevas razón en algo, no se puede repetir.
— ¿Por qué? —Se quejó— Sabes que funcionamos bien juntos. Somos el equipo perfecto. Si me dieras una oportunidad…
—Es que no estoy listo —le interrumpí tomándola de la mano—. Han pasado muchas cosas que debo solucionar, no estoy preparado para una relación.
— ¿Y lo estrás algún día? ¿Podríamos recobrar lo que teníamos?
—No lo sé —fue todo lo que le pude asegurar.
(…)
Los siguientes días pasaron como un borrón. Carla, Vero y yo nos adentramos de lleno en la planeación de la exposición. Carla había tenido razón en algo, juntos éramos el equipo perfecto.
Mientras yo invertía todo mi tiempo en pintar para completar la exposición, ella se volcó completamente en la publicidad, las invitaciones, la coordinación con el museo y la empresa de catering que se ocuparía del servicio. Escogió el vino que se bebería y contrató a un cuarteto de violinistas para que tocaran en vivo.
Ella siempre fue buena para organizar eventos, en Río era quien se hacía cargo de todo, yo simplemente pintaba.
En todos esos días no vi a Gabriel, seguía molesto con él y no me apetecía verlo. Vero me dijo que me fue a ver algunas veces pero yo estaba encerrado en mi estudio y no salí, que viera a su ligue si quería, a mí no.
Para el jueves en la mañana, las chicas y yo debíamos ir a ver el salón donde se llevaría a cabo la exposición.
—Es… increíble —dije sin palabra.
Ya nos encontrábamos en el museo y el señor Joyce había tenido la amabilidad de mostranos en persona el lugar.
La sala era enorme, al menos treinta metros cuadrado de paredes azul marino y de suelo de reluciente madrea clara. El techo de cristal se hallaba fuertemente iluminado y brindaba una vista exquisita del cielo.
—Me alegro que le guste —me dijo el señor Joyce—. Por lo general esta sala está destinada para piezas de otros museos pero pensé que a usted le gustaría.
—Me encanta —dije impresionado. Ya me podía imaginar cómo lucirían mis cuadros colgados. Estaba emocionado.
Luego de la visita al museo decidimos ir a una tienda a por la ropa para ese día.
—Debes utilizar un traje —sentenció Carla—, es lo más apropiado.
— ¿Alguna vez has visto a un artista utilizar un traje? —me quejé, odiaba vestirme tan formal.
—En eso lleva razón —meditó Vero, se le veía divertida—. Aunque no es que tú parezcas un artista, te falta ese toque descuidado y profundo.
—Eres muy cliché —me burlé—, no todos los artistas son así. Hollywood les ha hecho mucho daño a las personas.
—El caso es que vestirás traje —volvió a sentenciar Carla.
Media hora después salimos de la tienda con nuestra ropa. Traje para mí y vestidos para ellas, cuando intenté ver lo que habían comprado, no me dejaron acercarme.
—Es una sorpresa —me advirtió Carla—, lo verás ese día.
Todo era diversión, pero según se fue acercando el gran momento, los nervios se comenzaron a apoderar de mí. No me gustaba lo que pintaba y todo me molestaba.
—Tienes que tomarte un descanso —me aconsejó Vero el viernes en la tarde—, ya tienes suficientes obras y estresarte no será bueno. Descansa un poco. Vamos al pueblo y damos un paseo.
—Está bien —cedí echándole un vistazo al horroroso cuadro de un cisne que parecía abstracto—, si sigo aquí le voy a prender fuego al estudio.
Para mi asombro, Carla no quiso ir con nosotros, nos dijo que tenía mucho que hacer y desapareció en su cuarto. La pobre se le veía casi tan estresada como yo, había logrado maravillas en muy poco tiempo.
Lo cierto es que llegar al pueblo me sentó bien, me ayudó a despejar. El otoño ya casi llegaba a su final y los primeros indicios del invierno se hacían presente. La fría brisa despeinaba a los transeúntes y los árboles apenas tenían hojas.
—Espérame en ese bar mientras parqueo el coche —me pidió.
El bar al que se refería era muy lindo, tenía las padres blancas y negras con poca iluminación. Las mesas se encontraban en cubículos apartes y que parecían insonorizados. Definitivamente el bar estaba diseñado para ser discreto y brindar privacidad. Me recordó al de las pelis en donde millonarios llevaban a sus queridas o donde prostitutas atendían a sus clientes. No pude evitar reírme.
—Hola, William —me saludó una inconfundible voz.
—Gabriel —chillé.
—Hasta que te puedo ver. Llevas toda la semana evitándome —me acusó sentándose frente a mí.
— ¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Podría decir que fue una coincidencia, pero la verdad es que Verónica me llamó para que viniera.
Maldita traidora, iba a tener que hablar con ella.
— ¿Y qué quieres? Si te estoy evitando es por algo, ¿no?
—Quiero que hablemos. No me gusta que estés molesto conmigo por una tontería.
—Acostarse con alguien más no es una tontería.
—Eres muy mono cuando te pones celoso.
—No estoy celoso, ya te lo dije, no me quiero contagiar de nada raro.
—Esa es una excusa muy mala. Admite que estás celoso.
Y de nuevo, explotar me resultó muy fácil. Era increíble lo volátil que me había vuelto.
—Pues sí, estaba celoso. ¿Feliz? Soy tan estúpido que comencé a sentir algo por alguien que solo quería cogerme.
—No era solo por cogerte. Tú me gustas —dijo de repente serio.
—Claro y por eso te tiraste a otro. Un gesto muy de cariño, ¿he?
—Es un poco hipócrita que seas precisamente tú quien diga eso, ¿no? —reclamó, de repente se le veía molesto.
—No sé a qué te refieres —le reproché enojado.
—Pues que a la primera oportunidad que tuviste te follaste a tu ex novia. ¿Te la follas y luego me reclamas?
La sangre abandonó mi rostro, nunca pensé que fuera a enterarse de eso.
— ¿Cómo sabes que eso pasó? —Pregunté anonadado.
—Tú no eres el único que ve follar a las personas por la ventana. Cuando me fui de tu casa estaba preocupado, te vi nervioso porque Carla nos había visto. Subí al cuarto por si podía ver algo y vaya que vi. Estabas en la gloria, te la cogiste minutos después de estar revolcándote conmigo.
—Yo… no quería que vieras eso —dije divagante, me había dejado en shock.
—Claro, porque si no lo veía no me ibas a contar y entonces podías seguir con los dos, ¿no? ¿Y tienes el descaro de enfadarte conmigo por tirarme a alguien por despecho?
—Lo mío con Carla fue un impulso, ¡lo tuyo fue meditado! —le grité recobrando el enojo. Suerte que los cubículos eran privados sino todos nos estarían mirando.
—Claro, porque si lo hago yo está mal pero si lo haces tú todo está genial ¿no? ¿Sabes? Vine aquí tragándome mi orgullo para arreglar las cosas contigo porque me gustas, pero veo que no vale la pena. Que te den, William.
Tras esas palabras, Gabriel se marchó. Me quedé anonadado. No sabía que me había golpeado más. El que me dejara y se fuera enojado o el hecho de que había dicho que yo le gustaba.
Con mi enojo no me había dado cuenta de todo lo que había dicho y ahora todas esas palabras acribillaban mi mente.
Me gustas, me lo tiré por despecho —una y otra vez se repetían en mi cabeza.
—Mierda —dije en voz alta—, la acabo de cagar.
Eso es quedarse corto —dijo mi conciencia.
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