032.
✨️KATE✨️
Camino de un lado a otro, intentando disimular mis nervios, pero la ansiedad me carcome por dentro. Hoy es la primera sesión de Gael con la nueva psicóloga, y no puedo evitar preocuparme por cómo estará yendo para él.
Apenas he ido una vez al psicólogo, y la experiencia no fue precisamente agradable. No me sentí cómoda, así que no he vuelto desde entonces. Gael, por otro lado, ha tenido psicólogos en casi todas las etapas de su vida. Me ha contado que algunos fueron buenos, otros no tanto. Ahora, con esta nueva profesional, espero de corazón que sea de ayuda para él.
Reviso la hora en mi reloj de muñeca y veo que faltan menos de cinco minutos para que termine la sesión de Gael. Después de lo que me confesó el lunes, comprendí por qué busca constantemente meterse en problemas para ser castigado. No quiere pasar mucho tiempo en casa, y eso lo lleva a esas situaciones.
Una sonrisa se forma en mi rostro al recordar la foto que mi mamá me envió de esa misma noche. Gael y yo quedamos dormidos en la hamaca, y aunque me da un poco de vergüenza pensar que él me llevó en brazos hasta mi cuarto, agradezco que no me haya despertado porque pude disfrutar de una noche de sueño profundo.
Enciendo mi celular y lo primero que veo es la foto que le pedí a mi mamá. No puedo evitar sonreír al verla. Nos vemos tan lindos juntos que me hace pensar que tomé la decisión correcta al aceptar ser su novia.
Aunque los miedos e inseguridades persisten, y siempre está la preocupación de arruinarlo todo, mi mamá me aconsejó que lo mejor es no vivir con la duda. Si hay que romper corazones, que sea por haberlo intentado, y no por quedarnos con la incertidumbre. Además, ver lo bien que se lleva Gael con mi familia me llena de alegría. Desde el primer momento, mi mamá sintió una conexión especial con él, y eso me reconforta.
—¿Por qué yo no tengo esa foto?
Me sobresalto en cuanto escucho la voz de Gael y como apoya su mentón sobre mi cabeza, mirando así también la foto que tengo como bloqueo de pantalla.
—Porque tú no se la pediste a mi super mom —aseguro, girando sobre mis talones para quedar cara a cara con él.
—¿Tu mamá nos tomó esa foto? —cuestiona confundido, frunciendo ligeramente el ceño mientras que yo asiento con la cabeza. Pareciera estar pensando o recordando algo—. Así que eso fue el ruido que escuché —dice más para él, que para mí—. No es justo, yo también la quiero tener como fondo de bloqueo —asegura, mirándome a los ojos, a la vez que hace un pequeño mohín con su labio inferior—, el que tengo ya esta viejito —comenta, enseñándome su celular.
Lo miro entre divertida y molesta, al ver que mantiene la foto que me tomó después de esa clase de química en donde todo salió mal.
—Ja, ja, ja —digo, haciéndolo sonreír divertido—. Ahora por chistosito, no te voy a pasar nada. Si la quieres, te toca pedírselo tu mismo a mi super mom. —Eleva un hombro, restándole importancia al asunto.
—Como si no pudiera hacerlo —menciona, mirándome de forma retadora, haciéndome sonreír divertida—. Entre tú y yo, sabemos quién es su favorito, y déjame decirte que lastimosamente no eres tú —bromea, enseñándome su lengua.
—Anyway boy, ya no más vueltas —pido, rodeando su cintura con sus brazos, y me mira con intriga—. ¿Cómo te fue? —cuestiono nerviosa, moviendo mi cabeza con dirección a la oficina de la psicóloga, sin apartar mis ojos de los suyos.
—Bien —responde con honestidad, abrazándome también por la cintura—. Es buena —asegura, otorgándome una sonrisa tranquilizadora.
Antes de que alguno de los dos podamos decir algo, pasan tres chicas de segundo y escuchamos como sueltan un pequeño chillido lleno de emoción para luego murmurar "son tan lindos juntos", lo cual ocasiona que ambos sonriamos y yo oculte mi sonrojado rostro sobre su pecho.
—¡Gracias! —exclama Gael, en dirección a las chicas que, supongo, están bastante lejos ya de nosotros—. ¡Pero en realidad la linda aquí es Kate! —Golpeo su pecho con la palma de mi mano, sintiéndome avergonzada, mientras que él ríe por lo bajo.
Se inclina hacia mí y me da un pequeño beso en los labios, antes de sonreír feliz y alejarse de mí corriendo. Me contagio de su felicidad y corro atrás de él, empezando así un pequeño juego entre nosotros.
Me abraza por lo hombros y seguimos nuestro camino hasta mi siguiente clase en silencio, disfrutando de la compañía del otro, hasta que recuerdo algo que he querido decirle desde el lunes, pero no me animaba.
—Am... boy —lo llamo, y él emite un sonido de su garganta, avisándome que está prestándome atención—. Puedo... ¿Puedo salir hoy a la tarde, después del entrenamiento, a tomar un helado con Vico? —pregunto, mordiendo mi labio inferior, temerosa por su respuesta.
Gael detiene su caminar y, con él, me detengo yo, para luego mirarnos fijamente a los ojos. Mientras que él me mira confundido, yo lo miro nerviosa.
—¿Por qué me pides permiso? —pregunta confundido, frunciendo ligeramente el ceño y mirándome fijo.
—Porque sé que Vico no te agrada —digo, a lo que él asiente con la cabeza, dándome la razón—, y además de eso, te genera inseguridades, y no quisiera hacer algo que te disgustara u ocasionara una discusión entre ambos, you know? —pregunto, pero no termino de decir aquello, que caigo en cuenta de algo y añado—: Aunque también entendería si ya no quieres que sea su amiga —comento, algo apenada de repente.
—¿Ya no quieres ser amiga de Vico? —inquiere, frunciendo aun más el ceño, sin comprender lo que digo.
—No, sí quiero —respondo algo dudosa, por temor a que se enfade—, pero si tú no quieres que lo sea, entonces...
—Alto, alto, alto —pide, alzando sus manos en señal de "stop"—. Aquí hay que aclarar varios puntos —asegura, logrando confundirme ahora a mi—. Primero —Alza su dedo índice—, no debes pedirme permiso, porque solo soy tu novio, nada más.
—Pero te podría molestar si...
—No debes pedirme permiso, más sin embargo sí debes avisarme —me interrumpe, aclarando mis dudas—. Así como yo debo avisarte. Nada en plan "orden", sino más bien algo casual, como "amor, hoy salgo con Liam", por ejemplo —dice, y siento lindo al escucharlo referirse así a mi por primera vez desde que salimos.
—De acuerdo —acepto, asintiendo con la cabeza de manera lenta.
—Segundo, tus amigos son tus amigos, mis amigos son mis amigos —dice, logrando confundirme de nuevo—. No tenemos derecho a pedirnos que dejemos de ser amigos de X, al menos que ese X roce los límites de la amistad, dándonos razones para sentirnos inseguros.
—Pero Vico te hace sentir inseguro...
—Pero eso es por razones mías, él no hizo nada realmente contigo como para no creer en su amistad, además, confío en ti —asegura, sonriendo de lado y mirándome con sinceridad—. Sé que si él, o cualquier persona en realidad, quiere cruzar la línea de la amistad contigo, lo pondrás en su lugar, porque sabrás darme el mío. Así como yo te daré el tuyo. —Sonrío, mientras que él acaricia mi mejilla con cariño—. Eres mi novia, sí, pero eso no significa que deje de confiar en tu juicio y en tu capacidad para manejar las relaciones —continúa, y sus palabras me reconfortan—. Además, no quiero que sientas que debes dejar de ser amiga de alguien por mí. Tus amistades son importantes para ti, por ende, lo son para mí también.
Lo miro con gratitud, sintiendo cómo la presión en mi pecho disminuye. Gael me abraza suavemente y, en ese gesto, encuentro el apoyo que necesitaba. A veces, las preocupaciones pueden distorsionar nuestra percepción, y estoy agradecida de tener a alguien como Gael que me recuerde la importancia de la confianza y la comunicación en una relación.
No estoy acostumbrada a este tipo de relaciones, pero me alegra que él esté dispuesto a enseñarme como hacerlo bien.
—Entonces, ¿puedo tomar eso como un sí para salir con Vico esta tarde? —pregunto con una sonrisa, buscando su aprobación. La necesito de todas formas.
—Por supuesto —responde, soltando un suspiro y acomodando mi flequillo—. Diviértete con Vico, y cuéntame todo después, ¿de acuerdo? —pide, devolviéndome la sonrisa.
—Lo haré, te lo prometo —aseguro, rodeando su cintura con mis brazos, para luego apoyar mi cabeza en su pecho, escuchando su corazón—. Gracias, boy. Eres increíble —le digo sinceramente, y no porque me haya dejado ir a mi salida con Vico, sino porque no me prohibió ser su amiga, y eso solo hace que sienta cómo se intensifica el cariño que tengo por él.
---***---
Rocío delicadamente unas gotas de mi perfume favorito en el aire, dejando que la fragancia bañe sutilmente mi ropa y cabello. Acomodo los lentes de sol cuadrados en la parte superior de mi cabeza y, antes de abandonar mi habitación, aplico un toque de bálsamo labial para asegurarme de que mis labios estén perfectamente hidratados.
Una vez que llego a la planta baja, agarro mi bolso, para guardar los auriculares inalámbricos, el celular, la billetera, llaves, perfume, bálsamo labial y demás cosas que son indispensables.
—¿Sales con Gael? —cuestiona mi mamá, apareciendo a mi lado para así también agarrar su bolso.
—No, con Vico —respondo amable, terminando de acomodar mi cabello frente al espejo que tenemos al lado de la puerta.
—No me suena el nombre de ese muchachito —dice, frunciendo el ceño, tratando de recordar cuándo lo nombré aquí en casa.
—Es de la familia Sorevall —cuento, girando a ver como su expresión se relaja y asiente con la cabeza.
—Buena familia —menciona de manera pensativa, para luego mirarme fijo a los ojos—. ¿Gael sabe que te vas a ver con ese niño? —cuestiona, preocupada por mi relación. Sonrío y asiento con la cabeza para tranquilizarla.
—Me dijo que cuando vuelva le cuente todo —contesto, a lo que ella mueve su cabeza con alivio.
—¿Contar qué a quién? —pregunta Melchu, apareciendo por las escaleras.
—De mi salida a Gael —cuento, viendo como descuelga su mochila de los ganchos donde colgamos los bolsos.
—¿A dónde vas? —inquiere nuestra madre, mirándola con intriga.
—Debo hacer un reportaje, ¿y ustedes a dónde van? —cuestiona, arreglándose de manera veloz frente al espejo.
—Salgo con mi amigo Vico —informo, y la veo fruncir el ceño, pero de todas formas asiente con la cabeza.
Al parecer no les hablé de Vico a ninguna de las dos, como para que no lo recuerden como me gustaría.
—A trabajar —contesta mamá, sin apartar su mirada de ella—. Así que volveré tarde, porque tengo que ver unos papeles también.
—Yo también volveré tarde —anuncia Melchu, dejando en paz su cabello antes de generarse frizz, para girar a vernos. Más bien, a verme—. Es que los chicos después quieren ir a beber algo.
—Puedes ir a la oficina después de tu salida —dice mamá, mirándome apenada porque sé cuánto odia que esté sola hasta tarde.
—Don't worry, mom, puedo ir a dormir a casa de alguna de las chicas luego —aseguro, sonriendo para que se quede tranquila.
—De acuerdo —acepta, asintiendo con la cabeza—. Aun así, mantenme al tanto ante el más mínimo cambio, ¿si?
—Bueno, me tengo que ir —habla Melchu, dándonos un beso en la frente a cada una—. Y si no, sabes que puedes venir con nosotros, ¿de acuerdo? —dice, agarrando mi rostro por las mejillas, provocando que me queje y que ella sonría divertida—. Nos vemos.
Sin pronunciar palabra, Melanie sale de casa, y puedo escuchar el sonido de la puerta de su auto cerrándose. Mi mamá, después de despedirse con un beso en mi cabeza, sigue el mismo camino hacia el garaje para salir con su propio vehículo.
Dejo escapar un suspiro y, desde la puerta principal, observo cómo se alejan antes de tomar las llaves de mi coche y seguir el mismo camino, asegurándome de cerrar todas las puertas con llave.
En menos de media hora, estoy estacionando frente a la cafetería donde quedé con Vico. Ajusto mi top gris antes de bajar del auto, y mientras me dirijo hacia la entrada del local, aseguro las puertas con la llave inteligente.
Abro la puerta y busco con la mirada hasta que localizo a Vico, quien agita la mano para captar mi atención. En cuanto se da cuenta de que lo he visto, baja la mano y me regala una sonrisa amable. Le devuelvo el gesto y, sin dudarlo, me encamino hacia él.
Vico se levanta cuando me acerco, y nos saludamos con un abrazo rápido, para luego tomar asiento en la mesa que escogió.
—Hola, preciosa. ¿Cómo estás? —pregunta con su característica sonrisa.
—Hi honey, bien, todo tranquilo, ¿y tú? —respondo, devolviendo la sonrisa.
—Lo de siempre, ¿sabes? Trabajando, estudiando y tratando de mantenerme cuerdo. —Hace una pausa en la cual suelto una pequeña risa y luego añade—: Pero lo más importante, ¿cómo va todo con Gael? ¿Le dijiste que nos veríamos? ¿Qué tal lo tomó? Espero que no se haya enojado.
—Todo está perfecto, gracias —contesto con sinceridad, sonriendo sin poder evitarlo—. Sí, se lo dije esta mañana y lo tomó bastante bien, why ask?
—Porque sé que no soy su persona favorita —menciona, riendo por lo bajo y frunzo ligeramente la nariz, sin poder negarlo.
—No quiero sonar maleducada ni nada parecido, but... ¿Me invitaste a salir porque me extrañabas o porque hay noticias que necesitas contarme? —pregunto, levantando una mano para llamar a algún mesero y así pedir algo para beber, porque el calor de hoy está fuertísimo.
—Porque te extrañaba, obvio —asegura, agarrando mi mano por encima de la mesa, haciendo que lo mire de reojo algo extrañada.
No puedo decirle algo al respecto, que justo llega un mesero y le pido un batido de arándanos, mientras siento como Vico acaricia el dorso de mi mano, logrando ponerme algo incómoda.
Aparto mi mano de manera disimulada de la suya, mientras sonrío de manera amable. Estoy segura que si Gael viera esto no le gustaría para nada, así que mejor evitar malos entendidos que podrían molestarlo.
—A mi no me mientas, Vico —pido, viéndolo directo a los ojos y con una ceja alzada—. Tu mensaje sonaba a urgente, como si tuvieras un chisme por contar o algo parecido.
—De verdad es porque te extrañaba —asegura, sonriendo para que así le crea, pero no funciona, sus ojos demuestran emoción pura.
—Vico, no seas un little liar, please —pido, cruzándome de brazos, haciéndole entender que no estoy creyendo nada de lo que dice.
—Está bien, está bien, tú ganas —dice, alzando las manos en son de paz, para luego dirigir su atención hacia la puerta con una sonrisa cómplice—. Ahí viene el chisme que tengo —menciona, levantando la mano para ser visto.
Estoy a punto de girar sobre mi asiento para ver de quién se trata, pero no tengo tiempo antes de que la persona abrace a Vico y se den un pequeño beso en los labios. Siento cómo la respiración se me escapa de los pulmones, mi boca se reseca y olvido hasta cómo parpadear.
—Piggy, él es mi novio, Francis —presenta Vico, y el castaño frente a mí extiende su mano en mi dirección con una sonrisa amable, aunque parece igual de sorprendido que yo—. Amor, ella es mi buena amiga, Kate.
Acepto su apretón de manos, aunque trago en seco lo mejor que puedo, porque mi garganta se reseca al ver lo mucho que este chico se parece a Melanie, aunque claro, él tiene el cabello castaño y ojos color pardo, mientras que el cabello de Melchu es más un rubio rojizo y tiene ojos marrones, pero de ahí en más, son muy parecidos. ¿Qué está pasando?
—Por casualidad, eres... Am, ¿eres Katherine Grill? —cuestiona el castaño, sin dejar de verme, mientras que Vico toma asiento nuevamente en su lugar y da pequeños golpecitos a la silla que se encuentra a su lado.
Estoy paralizada, no sé qué responderle por temor a su reacción. Tengo miedo que lo que estoy pensando, se haga realidad. Aun así, inhalo hondo, armándome de valor, para luego asentir con la cabeza de manera lenta.
—Sí.
—Oh my God —murmura realmente sorprendido, antes de abalanzarse hacia mí y estrujarme entre sus brazos, haciendo que mi corazón se detenga por algunos segundos al igual que mi respiración—. Perdona, perdona —dice, alejándose de mí, aunque no del todo, porque me agarra por los hombros—, no quiero invadir tu espacio personal, pero yo soy... Uy, am, how do I tell you? —cuestiona más para sí mismo, pero sin soltar su agarre—. ¿Soy tu hermano? ¿Suena muy rudo decirlo así? —pregunta, girando a ver a Vico, quien está sorprendido, sin poder creer lo que está presenciando al igual que yo—. Pero por parte de papá, you know —asegura, para luego volver a abrazarme con emoción, mientras que yo no puedo reaccionar—. Perdón, pero es que de verdad estoy tan feliz de al fin poder conocerte.
—Amor, amor —habla Vico, pero el chico sigue abrazándome con fuerza, mientras que yo siento que no puedo ni respirar—. Francis —dice un poco alto, tirando del brazo del castaño, haciendo que se gire a verlo—. La estás asfixiando, detente —pide algo apenado, para luego mirarme de reojo.
Francis gira a verme y sonríe apenado, pidiéndome disculpas de nuevo, antes de sentarse al lado de Vico, por otro lado, yo no puedo ni moverme o reaccionar.
—Perdona, de verdad, es que me emociona al fin poder conocerte, después de todas las historias que nos contó papá sobre ti y Melanie, que... Se siente tan bonito e irreal tenerte frente a mí, you know? —inquiere, sin poder dejar de sonreír.
Reacciona, Katherine. No te humilles así.
—¿Nos? —Es todo lo que puedo decir, luego de procesar sus palabras.
—Oh, si, olvidé que nosotros las conocemos a ustedes, pero ustedes a nosotros no —contesta, soltando una pequeña risa—. Tengo, I mean, tenemos un hermano menor, se llama Dylan, tiene doce y es igual a ti y a papá, con su cabellera rojiza y las pecas, solo que claro, Dylan sacó los ojos pardo de papá y tú de Helen, right?
Sabía que tenía un hermano de mi misma edad, pero no que tenía uno menor, aunque debí suponerlo. Aun así, la noticia no deja de sorprenderme.
—¿Conoces a mi madre? —inquiero, sorprendida de ese detalle.
—No sé cómo sentirme, ¿saben? —habla Vico, haciendo que giremos a verlos—. Quise presentarlos porque, bueno, son personas importantes para mí y quería que se lleven bien, además de conocerse, pero saber que son medios hermanos es... Wow —dice, soltando un suspiro, mientras que nosotros dos asentimos con la cabeza. Francis lo hace de manera entusiasta, pero yo no—. Me siento importante por reunir por primera vez a los hermanitos Baker Grill.
—No, no, no —decimos a unísono, tratando de corregirlo de su gravísimo error.
Me callo en cuanto caigo en cuenta que sonamos bastante parecidos, haciendo que Vico sonría asombrado.
—Solo Grill —asegura Francis, corrigiendo de manera amable a Vico—, Baker es su madre —menciona, y frunzo el ceño al notar el tono de voz despectivo que usó.
—No me respondiste —digo, retomando la conversación y sintiéndome más orientada de repente, viendo fijamente al castaño frente a mí—. ¿Conoces a mi mamá?
—Personalmente no, gracias a Dios —responde, logrando que frunza aun más el ceño, y no se me pasa por alto como Vico golpea la pierna de su novio en un regaño—. No lo tomes a mal, Katy, ¿te puedo decir Katy? —pregunta y, muy a mi pesar, asiento con la cabeza, aunque la realidad es que no quisiera que me llamase así—. Pero tu mamá no es de mis personas favoritas, you know? No luego de que por su culpa nosotros no hayamos podido conocerlas antes.
—What?
Lo miro sin comprender las boberías que sale por su boca, y puedo sentir mi cabeza comenzar a pensar a gran velocidad, sacando posibles ideas de lo que podría estar pasando, pero nada viene a mí con claridad.
—Si esto debía ser un secreto, perdona por no serlo, pero papá nos contó todo —menciona, haciendo una mueca que no demuestra más que pena.
Siente pena por mí. Por mí, cuando su papá es Orlando Grill. Siento nauseas ahora mismo.
—¿Todo? —cuestiono, aun sin comprender del todo—. ¿A qué te refieres exactamente?
—Ya sabes, como él quiso mantenerse en contacto con ustedes dos, pero... —Suspira, inflando sus mejillas y alzando sus cejas—. Tu mamá no le permitía verlas, además de que tampoco lo dejaba hablarlas o algo parecido, y todo porque no aceptó el divorcio —dice, negando con la cabeza como si de solo recordar eso lo molestara—. Pero es que no entiendo, ya estaban separados, su relación iba mal, ¿por qué seguir juntos? Está bien, entiendo que se pudo molestar porque no estaban separados legalmente y en ese tiempo papá conoció a mi mamá, pero el divorcio vendría con el tiempo, you know? De hecho, mi mamá es la que tendría que estar molesta porque básicamente la engañó con tu mamá, y ahí fue cuando... Bueno, no quiero seguir, sería grosero.
Apoyo mi codo sobre la mesa, al mismo tiempo que tapo parte de mi boca con la mano, sin apartar la vista de sus ojos, sin poder creer lo que estoy escuchando. Ese hombre dejó a mi mamá como la mala del cuento, y encima, de un cuento que ni siquiera sucedió así.
—¿Cuándo? —cuestiono, sin salir de mi postura—. Por favor, sigue.
—Ya sabes como sigue —dice, sintiéndose apenado por haber dicho todo lo anterior.
—No, no lo sé —confieso, tratando de mantenerme cuerda por estos minutos—. Por favor, cuéntame.
—Tu mamá, Helen, llamó a papá una noche, diciéndole que estaba super mal y un montón de cosas más para manipularlo —relata de manera lenta, tratando de decidir si continuar con el relato o no, pero dándose cuenta que acaba de meterse en un pozo—. Y los dos se emborracharon, ¿no? Y, bueno, una cosa llevó a la otra y así es como llegaste tú. De hecho, casi no nazco yo por eso. —Ríe por lo bajo, tratando de aligerar el ambiente, pero no lo consigue—. Perdón —dice, apretando sus labios—. Pero mamá cuando se enteró que Helen estaba esperando otro hijo, en este caso hija, de papá, tuvo riesgos en su embarazo y, casi que me pierde.
—¿Eres mayor que yo? —cuestiono, sintiendo de repente una gran opresión en mi pecho.
Siempre creí que era menor. Más o menos de la misma edad, un año quizá de diferencia. No que el bastardo de Orlando había engañado a mi mamá desde antes de que yo naciera.
—Por cinco meses, sí —responde, asintiendo con la cabeza de manera lenta y lo único que puedo hacer es tragar en seco.
—Continúa —ordeno, tratando de sonar amable y cuerda, antes de que mi ojo comience a titilar del enojo retenido.
—Y nada, luego Helen se enteró de que papá ya no la quería, le pidió disculpas, a mamá también, claramente, y Helen dijo que no volvería a verlas, que tú tampoco sabrías sobre su existencia. —Suspira con tristeza, a la vez que hace una pequeña mueca—. Pero te juro que papá habla siempre de ustedes dos con orgullo, haciéndonos sentir orgullosos de ser sus hermanos, you know? En sus cumpleaños se pone triste —Trago saliva, intento con todas mis fuerzas que no se vean las ganas de llorar que tengo ahora mismo—, porque quisiera hacerles video llamadas o enviarles un regalo, pero... Well, you know. Papá no quiere ser demandado o algo por el estilo, so... Realmente espero que lo entiendas, porque él es bueno, de verdad que es un gran padre, y quizá ahora que ya ustedes dos son grandes y pueden decidir por ustedes mismas... I don't know, podríamos pasar más tiempo juntos. Por mi mamá no te preocupes, sé que también estaría encantanda de conocerlas.
Lo escucho en silencio, procesando cada palabra como si fueran dagas perforando mi pecho. Mi mamá, la mujer que me ha criado y protegido durante toda mi vida, es presentada como la villana en esta historia, mientras mi padre biológico y su nueva familia resultan ser las víctimas de sus acciones. No puedo creer lo retorcida que es esta situación.
—Francis, necesito un momento a solas con Kate —dice Vico, notando mi creciente incomodidad.
Francis asiente con la cabeza y se levanta, me lanza una mirada comprensiva y sale de la cafetería. Quedo a solas con Vico, quien ahora se ha convertido en la pieza clave para entender mi pasado.
—Kate, siento que hayas tenido que enterarte de esta manera. Francis no debería haber dicho todo esto de golpe —se disculpa Vico, mirándome con preocupación.
—No te preocupes, Vico. Estoy bien —respondo, forzando una sonrisa que ni yo misma creo.
—Si necesitas hablar o tomar un tiempo, estaré aquí para ti. Y, por favor, no te sientas mal si quieres confrontar a tu mamá. —Lo miro con algo de dolor, porque él ahora también cree que mi mamá es la mala—. Esta situación es difícil de asimilar —añade, sinceridad reflejada en sus ojos.
Pienso rápido en qué hacer. Tengo la urgente necesidad de defender a mi mamá, de contar la verdadera versión, pero el haber visto el brillo en sus ojos al momento de hablar y expresarse de su papá me hace replanteármelo. Después de todo, ¿a mi mamá le afecta ser la villana en la historia mal contada por alguien? No, no lo creo. Además, ¿quién soy yo para arruinar una familia de tal manera? No solo pienso en eso, también estoy indecisa sobre si irme o no. No quiero quedarme, no quiero. Pero tampoco quiero irme y demostrar que me afectó todo esto.
Mientras mis pensamientos se debaten en mi mente, siento cómo el ambiente de la cafetería se vuelve más opresivo. Opto por salir, necesito ese aire fresco que me ayude a despejar la confusión y la rabia que se acumulan en mi interior.
El sol acaricia mi piel, y mientras camino, siento cómo la brisa me envuelve, como si tratara de llevarse consigo la confusión y el malestar que se han apoderado de mí. Mi teléfono vibra, y al revisarlo, encuentro el mensaje de Gael, quien siempre parece saber cuándo estoy mal.
Boy♡:
¿Qué tal todo?
#NoPreguntoPorCelosoOk? Pregunto porque #PrimeroFuimosAmigosPorEndePrimeroSomosAmigos.
Sonrío y aprecio su preocupación, incluso creo que tiene un radar para saber cada vez que estoy mal, pero no sé si quiero compartir esto con él ahora mismo. La verdad es demasiado dolorosa y complicada.
A pesar de todo, la calidez de sus palabras logra calmar mis nervios, al menos un poco, y las manos ya no me tiemblan como antes.
Quiero quedarme, no solo por Vico, quien es un buen amigo y no merece el peso de la verdad mal contada, y por mi yo de doce años que, cuando vio el Facebook de su papá y como presumía a su hijo como si fuera el único, anhelaba con conocerlo para saber qué tenía él de especial que yo no poseía como para hacer que su padre quisiera quedarse. No puedo abandonar a esa niña sin obtener respuestas.
Respiro hondo, sintiendo la firmeza de los tacones de mis sandalias contra el suelo. Decido enfrentar la situación y regreso a la cafetería. Al entrar, noto que Vico y Francis están en medio de una discusión. La tensión en el ambiente es palpable, pero estoy decidida a estar allí para Vico, incluso si eso significa enfrentar verdades incómodas y desafiar los límites de lo conocido.
—Kate —murmuran los dos a unísono, sorprendidos de que haya vuelto. Hasta yo lo estoy, a decir verdad.
—Katy, perdóname por todo lo que dije, por lo que pasó, no debí... —Francis niega con la cabeza, visiblemente arrepentido—. Perdón, fui un desubicado. ¿Podemos empezar de nuevo? —pide, mirándome con ojitos de cachorro que buscan redención.
Observo sus ojos durante unos segundos, inhalo profundamente y asiento con la cabeza, ofreciéndole una segunda oportunidad. Una sonrisa de agradecimiento se dibuja en su rostro, feliz de que haya aceptado su disculpa.
Retomo mi asiento, notando el agradecimiento en los ojos de Vico. Le guiño un ojo, asegurándole que todo está bien y que estamos listos para empezar de nuevo. La tensión en el aire se disipa ligeramente, pero no tarda en irse del todo en cuanto Francis cuenta un chiste que logra hacernos reír a Vico y a mí.
---***---
Me encantaría decir que la incomodidad en mí se desvaneció y pude disfrutar de toda la tarde sin torturas mentales o sentimientos feos, pero no es así. Cada risa de Francis es un eco de algo que creía olvidado, un recordatorio constante de lo mucho que se parecen, de las similitudes que compartimos. Duele verlo, duele reconocer en él gestos que pensé haber enterrado en el pasado. Me destroza el hecho de darme cuenta de que ese hombre es, en su esencia, un completo desconocido para mí, a pesar de que podría identificar su risa entre mil.
Aunque ruego porque no se hayan percatado de esos pequeños detalles, mantengo mi actuación perfecta, como siempre lo hice ante los demás. Porque soy Kate Baker, y siempre estoy bien ante el ojo público. La fachada de fortaleza y control es mi escudo, y lo sostengo con firmeza, incluso cuando el dolor y la confusión acechan en la penumbra de mi interior.
—Listo, ya pagué la cuenta —anuncia Vico, apareciendo frente a nosotros. Le sonreímos agradecidos, a pesar de nuestras insistencias en que no era necesario que nos pagara—. ¿Vamos? —pregunta, moviendo la cabeza en dirección a la puerta.
Agarro mi bolso y me levanto de mi asiento, ajustando mi falda larga de jean color blanco. La prenda tiene botones en la parte delantera, y como solo abroché los primeros cuatro, no estaría deseando que se vea nada. Los sigo desde atrás, pero nos detenemos frente a la puerta cuando alguien la cruza, convirtiendo mi día en algo "increíble" de la forma más sarcástica posible.
—De nuevo, perdón por esta treta —habla Francis, haciendo que lo mire de reojo, pero casi que de inmediato vuelve mi vista hacia él, como si fuera un imán para mí—. Pero sentí que si no era ahora, capaz... nunca, you know? —dice con entusiasmo, como si hubiera hecho algo magnífico por mí, o por él.
Sin esperármelo, Orlando rodea mi cuerpo en un abrazo, como si de verdad estuviera emocionado por volver a verme. Siento asco y nauseas.
—Que grande y hermosa estás, hija —comenta, estrechándome aun más entre su cuerpo, mientras que yo no puedo reaccionar. No quiero.
En ese momento, la repulsión me invade. La cercanía con este hombre que me abandonó cuando era una niña despierta en mí un dolor profundo, un rencor que había intentado enterrar. No puedo evitar sentir odio por él, por su falta de responsabilidad, por el vacío que dejó en mi vida. Me siento traicionada, y la rabia se mezcla con la tristeza que había intentado enterrar.
Sus palabras huecas resuenan en mis oídos, y las lágrimas amenazan con escapar, pero parpadeo varias veces para ahuyentarlas, no pienso llorar delante de él. Me pregunto cómo puede tener la audacia de llamarme "hija" después de tanto tiempo, como si ese título pudiera reparar todo el daño que hizo. Como si tuviera el puto derecho de decirme así.
Me trago mis emociones, intentando mantener mi compostura. No quiero mostrarle a este hombre cuánto me afecta. No merece ver mi dolor. Sin embargo, cada segundo en este abrazo falso es un insulto a mi integridad. Mis puños se aprietan, y todo en mí grita por liberar la tormenta de emociones contenidas. Pero, por ahora, me quedo quieta, esperando a que este abrazo termine y pueda recuperar mi espacio y mi paz.
Gracias a Dios, se aleja de mí, aunque no como quisiera, ya que hace lo mismo que su hijo al verme: me agarra por los hombros y me mira directo a los ojos, mientras sonríe con un montón de emociones mezclándose en su rostro. No sabe qué sentir primero, si vergüenza, arrepentimiento, felicidad o nostalgia. Yo, por el contrario, solo siento odio y repulsión ante su presencia.
—So... Creo que lo mejor será dejarlos solos —habla Francis, empujando a Vico hacia la salida del local, mientras me enseña su sonrisa y el dedo pulgar.
—Ya se fue, puedes dejar el show —digo con una frialdad que no creía tener, sin apartar mis ojos de los suyos—. Para mí no eres tan buen actor como para ser así de creíble.
Aun en medio de la multitud en la cafetería, la conexión entre nosotros es una corriente de incomodidad palpable. Sus manos, que siento como garras heladas sobre mi piel, se desprenden de mis hombros, pero la sensación persiste. La tristeza en sus ojos no me conmueve, solo intensifica la amargura que siento ante su presencia.
—No es show —murmura en voz baja, dejando que el arrepentimiento se apodere de él—. de verdad me pone muy feliz poder verte de nuevo, mariposita.
Siento la rabia burbujeando en mi interior ante su intento de suavizar la situación. ¿Felicidad? ¿Qué derecho tiene a sentir felicidad al verme después de tanto tiempo? Mis labios se tensan en una línea firme, y me obligo a no desmoronarme ante él.
Cierro los ojos por un instante, tratando de contener las emociones que amenazan con desbordarse. Su voz, aunque familiar, también es un recordatorio de todo lo que se perdió de mi vida. No debería doler, pero lo hace.
La distancia entre nosotros parece una barrera frágil y tensa. Mis hombros desnudos parecen llevar el peso de una carga invisible, una carga que él depositó en mí años atrás y que ahora intenta aliviar con palabras vacías.
—No me digas así —pido, tragando en seco al recordar que él solía llamarme así luego de haber visto una mariposa completamente naranja—. No creo en tus emociones, Orlando. ¿Felicidad? Después de lo que hiciste, no mereces sentir nada positivo. Y ahora, si no te importa, me gustaría continuar con mi día sin tu presencia —digo, intentando rodear su cuerpo para salir lo más rápido posible de este lugar, pero me lo impide, parándose nuevamente frente a mí.
—Por favor, hablemos —suplica, rogando porque acepte.
—¿Hablar? De acuerdo —cedo, asintiendo con la cabeza a la vez que me cruzo de brazos—. Dime, ¿quieres hablar de como tu familia cree que eres un padre ejemplar, solo que es la cruel ex mujer la que no te deja ver a tus otras hijas? o no, ya sé, mejor hablemos de cómo ellos creen, de verdad, que no te conozco porque cuando nací es que mamá te impidió verme, en vez de que te fuiste la noche antes de mi cumpleaños número seis para luego no volver a verte ni en una maldita foto.
—Disculpen —interviene un mesero, mostrando evidente incomodidad—. Si van a hablar, necesito que tomen asiento o se vayan; no podemos permitir espectáculos en este lugar.
—Lo siento, ahora nos sentamos y nos calmamos —responde Orlando, dirigiendo una mirada apenada al mesero que solo cumple con su trabajo.
Toma mi mano y tira de mí hacia la mesa donde estábamos antes con Vico y Francis. Me suelto de su agarre como si la simple proximidad me quemara, y ocupo mi asiento con renuencia mientras él se sienta frente a mí.
El silencio pesa entre nosotros, como una capa densa que envuelve la mesa. Nuestros ojos se encuentran, pero ninguna palabra se atreve a romper la barrera que se interpone entre padre e hija. Hay tanto por decir, tantos años de ausencia y desilusiones, pero estamos paralizados por la incertidumbre de por dónde empezar.
La mirada de Orlando intenta encontrar una conexión perdida en mis ojos, pero yo solo veo la sombra de un hombre que alguna vez fue importante para mí. Cada segundo de silencio es un recordatorio de lo lejos que hemos llegado, de lo que se ha perdido en el camino y de las grietas irreparables que ha dejado en nuestra relación.
Las palabras que buscamos se resisten a salir, y el ruido ambiental de la cafetería se convierte en el único acompañante de nuestra incomodidad. En ese momento, la carga emocional en el aire es tan densa que ni siquiera el mesero parece querer interrumpir con más insistencias. Estamos atrapados en el limbo de los recuerdos y las palabras no dichas, y no sabemos cuánto tiempo más durará este encuentro incómodo.
Mis manos juegan nerviosas con la servilleta mientras intento evitar el contacto visual con él. El murmullo de la cafetería parece ensordecedor en contraste con el silencio incómodo entre nosotros.
—¿Recuerdas cuando solíamos ir al parque y jugábamos con aquellos cometas que tú misma hacías? —intenta iniciar la conversación, buscando un punto de conexión que ya no existe.
Levanto la vista, encontrándome con sus ojos que reflejan nostalgia. Asiento con la cabeza, aunque sé que esa chispa de complicidad que solíamos compartir se perdió en algún punto del pasado.
—Sí, solía ser divertido —respondo, evitando profundizar en mis emociones.
—Extraño esos días. Extraño ser parte de tu vida, Katherine —confiesa, y siento la incomodidad aumentar en mi pecho.
—No puedes extrañar algo que elegiste abandonar —replico con frialdad, sin querer darle el consuelo que busca.
El silencio regresa, más denso que antes. Cada palabra no dicha entre nosotros pesa como un recordatorio de todas las ocasiones en las que su ausencia dejó un vacío.
—Todavía eres mi niña, Katherine. Puedo haber cometido errores, pero siempre te he amado a ti y a tu hermana —insiste, y sus palabras resuenan con la familiaridad de una melodía que ha perdido su encanto.
La conexión que solíamos tener está enterrada bajo capas de desilusión y desconfianza. La realidad es que, aunque él esté frente a mí, sigo sintiéndome como una extraña en su mundo.
—Amado, en pasado —murmuro, tratando de no sonar tan dolida como en realidad lo estoy—. ¿Qué tan débil y frágil debe ser tu amor, como para haber abandonado a dos niñas que necesitaban a su papá?
—Estaba asustado, Katherine —repite, sus ojos buscando los míos con desesperación—. Estaba siendo un mal esposo, y... No lo sé, temía en nunca ser suficiente para ustedes, que me odiaran por ser un mal padre.
Mi mirada se desvía hacia la ventana, tratando de contener las lágrimas que amenazan con traicionar mi fachada de control. Su explicación suena como una melodía conocida pero que nunca me gustó. Años de su ausencia me han enseñado a vivir sin su aprobación, pero el anhelo de comprensión y validación sigue ahí.
—Hubiera preferido que siquiera lo hayas intentado un poco más —confieso, bajando la vista hacia mis manos, que no hacen más que apretar las servilletas de tela con fuerza—. No sé si te hubiera odiado o no por ser mal padre, pero seguro no te detestaría por ni siquiera haberlo sido —digo, levantando la vista de nuevo hacia sus ojos—. De verdad, me habría gustado que así como quisiste ser un buen padre para ellos, lo hayas querido ser para Melanie y para mí —murmuro con voz firme pero cargada de la pesadez de la desilusión.
Las palabras flotan en el aire como una verdad incómoda que ninguno de nosotros quiere reconocer por completo. Mi padre asiente, reconociendo con gestos que las acciones del pasado no se pueden deshacer. El silencio entre nosotros es el eco de lo que pudo haber sido y nunca fue.
—Pero, ¿cómo pude haber sabido eso en ese momento? —pregunta mi padre, buscando desesperadamente alguna respuesta que le alivie la carga de culpa.
Lo miro a los ojos, la frustración y la tristeza deslizándose en mi mirada. Es difícil encontrar las palabras correctas cuando el dolor se convierte en un lenguaje propio.
—No se trata de lo que supiste en ese momento, Orlando. Se trata de lo que decidiste hacer después. Tuviste años para intentar enmendarlo, pero elegiste quedarte en la distancia, en lugar de enfrentar las consecuencias de tus acciones —respondo, las palabras saliendo con más fuerza de la que esperaba—. Y no solo eso, también decidiste contar una versión falsa, en donde mi mamá es la malvada del cuento. Mi mamá, Orlando, la mujer que tuvo las agallas que a ti te faltaron. ¿Crees que ella no estaba asustada de ser madre? Y aun así, fue capaz de criar a dos niñas sola, luchando contra su propio temor y dolor, porque sabía que la necesitábamos, porque se supone que eso es lo que hace un padre.
El aire en la habitación se tensa mientras nuestras miradas chocan, dos perspectivas diferentes de una historia que aún nos duele.
—¿Qué puedo hacer ahora, Katherine? —pregunta, sus ojos suplicando alguna guía, alguna respuesta que lo redima.
—¿Por qué me lo preguntas a mí? —cuestiono, mirándolo de forma dolida—. No soy yo quien deba decirte cómo enmendar tus errores.
Mis palabras salen como un torrente de emociones contenidas, liberando la frustración que he acumulado durante años. Su mirada se sumerge en la mía, un reflejo de dolor que no puede ocultar. Pero ya no estoy dispuesta a darle el poder de manipular mis sentimientos.
Me pregunto si puede ver el dolor en mis ojos, el resentimiento y la cicatriz de años de sentirme abandonada. No sé qué puede hacer ahora, y tampoco estoy segura de querer saberlo. Sin embargo, tengo una verdad inquebrantable.
—Solo quiero saber que puedo tener tu perdón, Katherine.
Cierro los ojos por un momento, intentando contener la tormenta de emociones que amenaza con desbordarse. La presencia de mi padre frente a mí despierta recuerdos enterrados, emociones enterradas, y me enfrento a la dolorosa realidad de lo que podría haber sido y lo que realmente fue.
La herida que dejó su ausencia nunca sanó por completo, y ahora, al confrontar el pasado, siento la frescura de la cicatriz. Es una mezcla abrumadora de resentimiento, tristeza y la necesidad incesante de respuestas que nunca llegaron.
Mientras habla, escucho sus palabras como un eco lejano. Palabras que intentan justificar, explicar, pero ninguna de ellas alcanza la raíz de mi dolor. A pesar de sus intentos, las cicatrices siguen ahí, recordándome que, aunque intentemos reconstruir, nunca será lo mismo.
La rabia brota en mí, una rabia que ha estado oculta bajo capas de resignación y autoafirmación. ¿Cómo pudo abandonarnos de esa manera? ¿Cómo pudo elegir un camino que nos dejó a mi madre, a mi hermana y a mí solas, lidiando con las consecuencias de sus decisiones?
Mis manos tiemblan, pero las aprieto con fuerza en mi regazo, luchando contra las lágrimas que amenazan con escapar. No quiero mostrar vulnerabilidad frente a él, pero la carga emocional es abrumadora.
—Puedo entender el miedo y todo eso que dijiste, pero no entiendo la elección. Porque tus elecciones nos afectaron profundamente a todos. —Mi voz tiembla ligeramente, pero mantengo la firmeza—. No puedo simplemente dejar de lado décadas de ausencia y expectativas rotas con un simple "perdón" —aseguro, manteniendo la vista fija en él. Trago saliva, intentando despejar la opresión en mi garganta—. Y espero que sea tú turno de entender que no creo poder perdonarte alguna vez en mi vida, porque hacerlo solo me dañaría más de lo que ya lo estoy.
La sala parece más pequeña de repente, como si el peso de nuestras palabras hubiera reducido el espacio entre nosotros. Aunque estoy decidida a mantenerme firme, siento el nudo en mi garganta y la humedad en mis ojos. La confrontación con el pasado no es fácil, y estoy atrapada en un torbellino de emociones que luchan por salir.
El dolor en sus ojos es palpable como las lágrimas retenidas en esos orbes verdes, pero sé que esto es algo que debo hacer por mí misma. Aunque mi corazón se sienta más pesado con cada palabra, también siento una extraña liberación al expresar mi verdad.
—Lo entiendo —responde con la voz algo quebrada, asintiendo con la cabea de manera lenta—. Pero, por favor, ahora que conociste a uno de tus hermanos, permíteles estar en tu vida. Ellos te quieren a ti y a Melanie, lo sé, y quieren...
—Sé que ellos dos no tienen la culpa de nada, así como nosotras tampoco —lo interrumpo, decidiéndome a decir las últimas palabras—. Pero no quiero tener relación alguna con ellos, no puedo —confieso, y debo inhalar hondo al darme cuenta que no soporto más—. Estar con ellos significa romper la idealización que tienen sobre ti, padre ejemplar, porque no puedo estar rodeada de gente que cree que mi mamá es la mala de la historia, pero tampoco puedo ser la persona que destruya una familia. Así que no me pidas que me relacione con tus hijos, porque no puedo.
La habitación parece tensarse aún más con mis palabras, como si cada una resonara con el peso de una verdad incómoda. Mi respiración se acelera, y una mezcla de liberación y temor se entrelaza en mi pecho. Enfrentar a mi padre, expresar mis sentimientos, es como desatar un vendaval de emociones que han permanecido guardadas durante demasiado tiempo.
El silencio se cierne sobre nosotros, y su mirada se encuentra con la mía, capturando la complejidad de este momento. En sus ojos, veo la comprensión, el arrepentimiento y el deseo de reparar algo que parece irremediablemente roto.
—Lo entiendo —susurra finalmente, pero su voz lleva consigo el peso de la tristeza—. No puedo cambiar el pasado, Katherine, pero estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para... para estar presente ahora.
Mis lágrimas amenazan con desbordarse, pero las contengo con determinación. Su promesa suena tan vacía que no sé qué es lo peor de todo esto.
Cierro los ojos por un momento, intentando recuperar mi compostura. La complejidad de esta conversación deja una huella en cada palabra, cada gesto compartido en esta pequeña habitación. Aunque mi corazón anhela respuestas más simples, sé que la realidad es mucho más matizada. Que las respuestas que quiero, no me las dará, y la realidad es lo que estoy viendo y escuchando.
—Que tengas una buena vida con tu familia, Orlando —digo con sinceridad, sin poder evitar el temblor en mi voz.
Me levanto de mi asiento y, sin esperar una respuesta de su parte, salgo de la cafetería casi que corriendo. Sin despedirme de Francis o Vico, me subo a mi auto y me alejo de ellos a gran velocidad, sintiendo como me cuesta respirar.
El sonido del motor retumba en mis oídos mientras acelero, tratando de poner distancia entre mí y esa cafetería cargada de revelaciones dolorosas. El viento azota mi rostro, una ráfaga fría que choca contra mis mejillas.
Cierro los ojos por un instante, tratando de ahogar el nudo en mi garganta que amenaza con convertirse en sollozos. Mi corazón late desbocado, un eco rítmico de la furia y la confusión que se arremolinan en mi interior.
El cuero del volante parece morder mis dedos, pero ni siquiera me doy cuenta del dolor físico. Mi atención está enfocada en la carretera que se extiende ante mí, una vía de escape que se despliega como un lienzo en blanco. Los músculos de mis brazos están tensos, una respuesta física al torbellino de emociones que me consume.
Inhalo profundamente, pero la respiración parece no llegar a mis pulmones. Cada bocanada es un recordatorio tangible de la opresión que siento en el pecho. La velocidad se convierte en mi aliada, como si pudiera dejar atrás todo lo que duele si simplemente avanzo lo suficientemente rápido.
La carretera se convierte en un borrón, y el paisaje se desdibuja mientras mi mente lucha por procesar la avalancha de pensamientos. Las lágrimas, antes reprimidas, amenazan con caer, pero me niego a permitirme esa liberación. Prefiero la furia al dolor, la velocidad al estancamiento emocional.
La carretera se convierte en un borrón, y el paisaje se desdibuja mientras mi mente lucha por procesar la avalancha de pensamientos. Las lágrimas, antes reprimidas, amenazan con caer, pero me niego a permitirme esa liberación. Prefiero la furia al dolor, la velocidad al estancamiento emocional.
A medida que el viento sigue golpeando mi rostro, me doy cuenta de que cada ráfaga parece llevarse consigo un poco del peso que siento. La velocidad, la adrenalina, se convierten en una válvula de escape momentánea para el torbellino de sentimientos que me consume.
Llego a un semáforo y el freno es una liberación momentánea. El silencio en el auto es ensordecedor. Mis manos tiemblan, y el nudo en mi garganta amenaza con deshacerse. Tomo una respiración profunda, sintiendo el pulso en mis sienes.
La luz del semáforo cambia a verde, y mi pie vuelve a presionar el acelerador, esta vez con menos furia, más como un piloto automático. La carretera se extiende nuevamente ante mí, pero esta vez mi visión está nublada por las lágrimas que amenazan con caer.
Mis pensamientos vuelan en todas direcciones, y apenas noto que la intersección se aproxima demasiado rápido. El sonido de las bocinas a lo lejos se filtra en mi conciencia, pero estoy demasiado envuelta en mi propio torbellino emocional como para reaccionar de inmediato.
El instante previo al impacto se estira como si el tiempo se hubiera detenido. La realidad vuelve de golpe cuando veo el parpadeo frenético de las luces del otro automóvil, y mi pie se estrella contra el pedal del freno con una urgencia desesperada, y mis manos aferradas al volante.
El chirrido de los neumáticos y el estruendo del frenazo llenan el espacio, acompañados por la bocina ensordecedora del otro conductor. La violencia del movimiento hacia adelante se convierte en una fuerza contraria, lanzándome hacia adelante en mi asiento. El cinturón de seguridad corta el aire con un chasquido, deteniendo mi avance bruscamente.
El miedo surge con una intensidad que eclipsa todo lo demás. Siento la palpitación de mi corazón en cada fibra de mi ser. Mis manos aferran con fuerza el volante, pero ya no es por enojo; es una reacción instintiva al peligro inminente.
El otro automóvil pasa rozando el lateral del mío, una danza peligrosa que se resuelve sin colisión, y sé que me gritó un insulto, pero mis oídos tapados me impidieron escucharlo con claridad. La realidad de lo que estuvo a punto de suceder se apodera de mí, y la rabia inicial se desvanece ante una oleada de fragilidad.
Las lágrimas que amenazaban con caer ahora fluyen sin restricciones. Mi pecho se agita con sollozos, y me dejo llevar por la marea de emociones que había estado conteniendo. La realidad de la casi tragedia me golpea con la misma fuerza que el frenazo repentino.
El auto detenido en la banquina, el motor aún ronroneando como un testigo mudo de lo que evitamos, se convierte en un refugio temporal. Mis manos tiemblan sobre el volante, y el dolor contenido se libera en cada lágrima que cae.
Es un recordatorio palpable de la fragilidad de la vida, de la fugacidad de las decisiones y de cómo un instante puede cambiarlo todo. En la quietud del auto, permito que la vulnerabilidad se apodere de mí, sintiendo la magnitud del dolor y la confusión que esta jornada ha traído consigo.
Un grito sale de lo más profundo de mi garganta, mientras comienzo a golpear con furia el volante delante de mí y siento las lágrimas escurrirse por mi rostro hasta llegar a mi cuello o caer desde mi barbilla a mi ropa.
El crepúsculo pinta el cielo con tonos oscuros, y las estrellas asoman tímidamente, testigos silenciosos de mi desesperación. El viento, antes ignorado, acaricia mi piel empapada y juega con mechones sueltos de mi cabello. Los pasos de las personas, ajenos a mi agitación interna, resuenan a mi alrededor, creando una sinfonía inconexa con mis sollozos.
Mis brazos se cierran con fuerza alrededor de mi cuerpo, como si pudiera contener la fragmentación de mi ser. Pero la realidad se desliza por entre mis dedos, escapando como el viento que lleva consigo mis lágrimas. La noche avanza, y yo me encuentro atrapada en mi propia oscuridad.
Cada sollozo parece arrancar un pedazo de mi alma, dejándome vulnerable y desgarrada. Aunque el mundo sigue su curso indiferente, mi universo ha colapsado en una tormenta de emociones incontrolables.
El eco de mis lamentos se desvanece en la brisa nocturna, mientras sigo abrazándome a la única compañía que me queda: mi propio dolor.
La lluvia, como una respuesta del universo a mi tormenta interna, comienza a caer con suavidad. Las primeras gotas tocan mi piel, mezclándose con mis lágrimas, creando una sinfonía de sollozos ahogados por la lluvia que danza alrededor de mi vehículo.
Aprieto el botón para que el techo se suba, pero tarda más de la cuenta, haciendo que ahora la lluvia acompañe mi dolor, me abrace y acaricie. Cierro los ojos y siento el agua empapando mi cabello, mi ropa, limpiando en parte la angustia que me consume. El sonido monótono de las gotas golpeando el techo del auto se une a mi melancolía, como si la naturaleza misma compartiera mi dolor.
A través del parabrisas, veo las luces de la ciudad reflejarse en el pavimento mojado. La lluvia, con su abrazo frío, parece llevarse consigo parte de la carga emocional que me agobia. Sigo abrazándome, pero ahora también permito que la lluvia me envuelva, como si pudiera lavar mi alma de la tristeza que la ha invadido.
El rugido distante de un trueno resuena en el aire, mezclándose con los latidos acelerados de mi corazón. Estoy sola, vulnerada ante la naturaleza y mis propias emociones desbordadas. La lluvia, testigo silencioso, acompaña mi catarsis personal en la oscuridad de la noche.
Permito que la lluvia siga su curso mientras me sumerjo en mis propios pensamientos. Después de desahogar mi corazón, observo el rímel corrido haciéndome ver como un mapache, junto al rastro de lágrimas marcadas en mi rostro en el espejo retrovisor. Mis ojos reflejan una mezcla de dolor y alivio, como si hubiera dejado atrás una parte de mi carga emocional.
Luego de, no lo sé, poco más de una hora llorando, ya no tengo más lágrimas para soltar, y lo primero que pienso es en mandarle mensaje a Gael. En cuanto abro su chat, recuerdo que él está pasando pro sus propios problemas y no quisiera ser una carga, así que lo descarto de mi lista mental.
Llamo a Riley, Cinthia y Devra, en ese orden, porque todas están ocupadas y, aunque sé que si les digo algo como "vi a Orlando", no dudarían en correr hacia mi encuentro, pero no quiero ser una molestia. Lo que menos quiero ahora es sentirme así.
Miro la pantalla de mi celular con el nombre de Melanie, dispuesta a preguntarle si sigue con sus amigos, pero al verme en el espejo retrovisor sé que ni ella, ni mamá, son una buena idea ahora mismo. Prefiero contarles todo mañana, cuando esté más tranquila.
Seco el rastro de lágrimas de mis mejillas con las manos, para luego pisar nuevamente el acelerador y comenzar a manejar con prudencia, dirigiéndome a mi casa. Capaz se canceló la reunión de Melanie, o no, pero de todas formas ahí estaré más segura que en medio de la calle.
El sonido constante de la lluvia golpeando el techo del auto crea una banda sonora melancólica para mis pensamientos. La conducción se vuelve una experiencia catártica mientras las luces de la ciudad se desdibujan entre la cortina de agua.
Llego a casa con una sensación de alivio, como si las paredes conocidas fueran un escudo contra la tormenta emocional que dejé atrás. Guardo el auto en la cochera y, tras cerrar la puerta, me encuentro con el silencio que reina en la casa. Llamo a mi mamá y a Melanie, esperando que sus voces me den consuelo, pero solo me recibe el eco de mi propia llamada.
Ingreso a la casa, sintiendo la familiaridad de cada rincón. Sin embargo, la ausencia de voces familiares se vuelve más evidente. Opto por sentarme en el escalón de la escalera, preguntándome cuánto tiempo más tendré que esperar para compartir mi pesar con ellas.
Antes de que pueda decidir si esperarlas o no, llega un mensaje de Melanie.
Melchu de mi corazón:
Kate, me quedo a dormir en lo de una amiga *guiño, guiño*, porque por la lluvia y mi cierta cantidad de alcohol en el cuerpo me impiden volver a casa en auto. De todas formas, dile a mamá que estaré con Elena, aunque no sea del todo cierto jijiji
Mi corazón se hunde un poco más. Después de todo, es difícil lidiar con las emociones cuando la gente que más necesitas no está disponible. Pienso en decirle lo mucho que la necesito, pero no me gustaría arruinarle la noche con este mal trago que bebí yo a la tarde, dejándome una sensación nauseabunda. No la merece.
Intento llamar a mi mamá nuevamente, pero los mensajes siguen sin respuesta. La frustración crece mientras imagino que su ocupación la mantendrá fuera hasta altas horas de la madrugada. Me siento atrapada en mi propia espera, con el silencio como único compañero.
La sensación de estar sola en casa me abruma de repente, como si las paredes que antes me brindaban refugio ahora fueran una prisión. La claustrofobia me envuelve, y siento que necesito salir antes de ahogarme en mis propios pensamientos. Me levanto del escalón con una urgencia impulsiva y salgo de casa sin mirar atrás.
La lluvia cae sobre mí, pero no me importa. Camino sin rumbo fijo, dejando que las gotas frías se mezclen con las lágrimas que aún resbalan por mis mejillas, después de creer que ya no tendría más para llorar. Cada paso parece alejarme un poco más del peso emocional que dejé en la cafetería.
No tengo un destino específico en mente, pero de alguna manera, mis pies me guían instintivamente. Cuando levanto la mirada, me doy cuenta de que he llegado a la casa de Gael sin siquiera pensarlo. La sorpresa se mezcla con la gratitud al darme cuenta de que, de alguna manera, mi instinto me condujo a un lugar donde puedo encontrar consuelo y comprensión.
Debato conmigo misma sobre qué hacer mientras sigo parada bajo la lluvia, observando su casa. ¿Debo tocar el timbre? ¿Será mejor que me vaya? Justo cuando decido que tal vez es lo más sensato retirarme, la puerta principal se abre y por ella asoma Gael, sosteniendo una bolsa de basura.
—¡Que sí, mamá, pondré bien la bolsa para que no se rompa nada! —grita hacia el interior antes de girarse y notar mi presencia, sorprendido por encontrarme aquí—. ¿Kate? —pregunta, como si no estuviera seguro de ver bien por la lluvia.
—Hi —digo lo mejor posible, moviendo mi mano a modo de saludo, pero la voz me sale quebradiza junto a un sollozo que no puedo evitar.
Sin perder tiempo, Gael deja caer la bolsa y corre hacia mí, rodeando mi cuerpo con un abrazo reconfortante, sin importarle mojarse en el proceso.
Pensé, de cierta manera, que podría afrontar esto sola, pero al inhalar su fragancia, siento cómo las barreras que mantenían mis emociones a raya se desmoronan. Me aferró con fuerza a su camiseta, que se empapa poco a poco, mientras el peso de todo lo ocurrido se hace más llevadero en ese abrazo que parece entender sin necesidad de palabras.
—Vamos adentro antes de que te enfermes —dice, caminando conmigo hacia el porche de su casa—. Espérame aquí, ya vuelvo —comenta, para luego separarse de mí y agarrar la bolsa de basura que soltó. Luego de tirarla en el basurero, vuelve hasta donde estoy y rodea mis hombros, tratando de no tocarme con sus manos.
Apenas cruzamos las puertas de su casa, vemos a su mamá aparecer frente a nosotros mientras se coloca un pendiente. Queda de pie al verme, para luego mirar a su hijo con preocupación. La entiendo, aun sigo llorando.
—Kate, querida —dice, acercándose a mí para abrazarme con fuerza en lo que Gael dice que se irá a lavar las manos—. ¿Te pasó algo? ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? ¿Qué te lleve al hospital? —pregunta de manera apresurada, alejándose de mí para acomodar mi cabello con cariño.
Veo a Gael aparecer por el pasillo, atrás de su mamá, y vuelvo a ver a Mariel a los ojos mientras siento mi labio inferior temblar.
—Perdón, no quiero molestar —hablo como puedo con la voz temblorosa—, de hecho, mi intensión no era venir aquí, pero no hay nadie en casa y... —Sollozo, y Gael vuelve a abrazarme con fuerza—. No quiero estar sola ahora —confieso, a lo que él asiente con la cabeza, sin apartarse de mí ni un centímetro.
—Bien, debo ir a trabajar —anuncia Mariel, viendo la hora en su reloj de muñeca—. Estás en tu casa, querida, para lo que necesites, ¿bien? Si quieres quedarte hasta tarde o a dormir, no hay problema por mí —asegura, acaricia mi mejilla con cariño maternal, aun cuando su hijo no se ha apartado del todo de mí—. Gael, ve a cambiarte de camiseta antes de que te enfermes, y guía a Kate al baño para que se dé una ducha y no se enferme. Puedes sacar algo de mi armario para prestarle —ordena, a lo que el chico de casi dos metros que me está abrazando como si no quisiera volver a dejarme sola en mi vida asiente con la cabeza, dándole a entender que escuchó todo lo que le dijo—. Nos vemos, hijos. Ahí dejé algo de dinero para que pidan algo para comer.
Mariel nos besa en la frente con ternura, como una muestra de afecto y cuidado. Su gesto es reconfortante, y siento cómo su amor de madre se filtra en ese simple acto. Al marcharse, deja una sensación cálida en el ambiente, como si la casa estuviera impregnada con la esencia de su bondad.
Nos quedamos solos en la entrada, la lluvia aún cayendo afuera como un recordatorio de la tormenta emocional que acabo de vivir. Nuestros ojos se encuentran por un instante, compartiendo silenciosamente la comprensión de que algo profundo está ocurriendo.
Gael rodea mis hombros con una toalla que no noté que tenía, creando un improvisado abrazo que me reconforta más de lo que debería. Sus ojos reflejan preocupación, una preocupación que, de alguna manera, me hace sentir cuidada. Antes de que pueda agradecerle, me besa en la frente, un gesto suave y lleno de cariño que agita emociones en lo más profundo de mi ser.
—Vamos, es mejor que tomes esa ducha antes de que contraigas un resfriado —me aconseja, separándose de mí para sostener mi rostro con sus manos—. Por favor, no vuelvas a salir sola en una tormenta como esta. Si no querías estar sola, mándame un mensaje que con gusto voy, pero no lo vuelvas a hacer. Además, tampoco quiero que sientas que eres una molestia para mí, porque nunca lo...
Lo interrumpo, decidida a expresar lo que siento en este momento. Me elevo ligeramente sobre mis pies y tomo parte de su cuello y cara entre mis manos, fundiendo nuestros labios en un beso que parece borrar las tensiones y preocupaciones que flotaban en el aire.
La sorpresa inicial en Gael se disuelve rápidamente, y pronto siento cómo se une al beso con la misma intensidad. Es un momento de conexión, una forma de comunicación sin palabras que va más allá de la explicación. Puedo sentir la calidez de su aliento, la suavidad de sus labios, y, por un instante, todo lo demás se desvanece.
No era consciente de cuánto lo necesitaba hasta este momento. Con cada beso suave y las caricias reconfortantes en mi rostro, siento cómo el peso que cargaba en mis hombros se disuelve, dejándome con una sensación abrumadora de protección.
Nos separamos con suavidad, pero la conexión que queda en el aire es palpable. Gael me mira con una mezcla de sorpresa y ternura, y yo le dedico una pequeña sonrisa, agradecida por su apoyo silencioso. Aunque las palabras no hayan sido necesarias, sé que comprende cuánto necesitaba ese gesto.
—Gracias —susurro, dejando que mis dedos acaricien su mejilla. Mi voz suena más firme ahora, más reconfortada.
Asiente con una sonrisa suave y me da un tierno beso en la frente antes de soltarme. Observo cómo se aleja hacia el baño.
Mientras él se prepara, me dirijo hacia el sofá de su sala de estar y me envuelvo en la toalla. El aroma a limpio y a Gael impregna la tela, ofreciéndome una sensación de seguridad.
Pasan unos minutos, y Gael regresa con un conjunto que parece ser un pijama y con la camiseta ya cambiada.
—Ten, esto es de mi mami —dice, tendiéndome la ropa que acepto con gusto—. El baño ya está listo para que tomes una ducha, le puse papelitos a las canillas para que sepas cual es la fría y la caliente —anuncia, haciéndome sonreír agradecida—. Te espero aquí, ¿si?
Asiento con la cabeza y le doy un pequeño beso en los labios, antes de caminar hacia el baño.
Sonrío con ternura al entrar y ver que Gael dejó todo preparado con notas guías, donde indica que puedo usar el shampoo y la crema de su mamá, al igual que el jabón hidratante. Dos cepillos para el cabello están dispuestos en el lavabo, cada uno con su respectiva nota, señalando que uno es suyo y el otro de su mamá. Incluso las indicaciones de cuál es el agua fría y la caliente están marcadas, mostrando su consideración.
Después de verificar que la temperatura del agua sea perfecta para mí, comienzo a desvestirme. Un suspiro lleno de frustración escapa de mis labios al darme cuenta de que ni siquiera las bragas se salvaron. Sabía que mi sostén estaba mojado, pero mantenía la esperanza de que mis bragas no lo estuvieran tanto. Sin embargo, no fue así. ¿Y ahora? Bueno, supongo que puedo salir después de ducharme y pedirle a Gael unos boxers, aunque me dé vergüenza.
Hago un pequeño mohín con mi labio inferior al observar una de mis faldas favoritas tan arruinada y sucia. Pareciera que hubiera rodado en el lodo. Con resignación, me despojo de la ropa mojada y me sumerjo en la ducha, dejando que el agua abrace mi cuerpo, intentando lavar no solo la suciedad física sino también la tensión emocional que me abruma.
La ducha es reconfortante, el agua tibia deslizándose por mi cuerpo mientras intento dejar atrás todo el dolor y la tensión de la tarde. Me tomo un tiempo extra bajo el agua, dejando que los pensamientos fluyan y se desvanezcan con cada gota que cae.
Después de secarme y envolverme en la toalla, observo la ropa que Gael me proporcionó. La camiseta es un poco más corta de lo que estoy acostumbrada en cuanto al talle, pero de ancho me va bastante bien. En estos momentos agradezco no tener tanto busto, porque de lo contrario, podría quedarme bastante apretada, y sin sostén, quizás ni siquiera me animaría a salir de aquí. Al deslizar los pantalones largos de pijama, noto que son más cortos de lo habitual y me van muy ajustados. Me miro al espejo y me doy cuenta de que debí tener en mente el hecho de que soy bastante más alta que Mariel.
Suspiro, sintiendo una extraña mezcla de emoción y vulnerabilidad. La ropa que me brindó, aunque un poco ajustada, representa un gesto amable y considerado. Con cuidado, peino mi cabello mojado y decido enfrentar lo que sigue.
Cuando salgo del baño, encuentro a Gael dejando galletas dulces en la pequeña mesa ratonera de madera, que se encuentra en medio del sofá y el televisor. Antes de que vuelva a caminar hacia la cocina, carraspeo para llamar su atención.
—Uhm... Boy —hablo, asomándome detrás de la pared para que pueda verme.
Veo cómo muerde su labio, tratando de contener la risa, pero aun así se le escapa una pequeña risita que lo hace cerrar los ojos con fuerza, como si se estuviera regañando mentalmente.
—Perdona —dice casi de inmediato, carraspeando para ponerse serio y volviendo a verme—. Olvidé por completo que mamá mide como Dustin y, claramente, eres más alta que ellos dos. Ven —pide, extendiendo una mano en mi dirección, y se la acepto, para luego ser guiada por el pasillo.
De su casa solo conozco la cocina, la sala y el baño, nada más. Abre una de las puertas y de inmediato veo lo que, creo yo, es su habitación.
El cuarto de Gael, aunque es pequeño en comparación a lo que estoy acostumbrada, emana calidez y personalidad. Las paredes están pintadas en un tono azul oscuro que crea un ambiente acogedor. Una colcha a cuadros descansa en su cama, que está posicionada contra la pared opuesta a la puerta. Al lado de la cama, una pequeña mesita de noche sostiene una lámpara con luz tenue, proporcionando una atmósfera relajante.
En una esquina, hay una pequeña estantería con algunos libros escolares, pero luego tiene más videojuegos que otra cosa y algunos objetos personales. Unos pocos posters decoran las paredes, mostrando sus gustos y preferencias. La ventana está cubierta con cortinas azules que complementan la paleta de colores del cuarto.
Gael me mira expectante, y no puedo evitar sonreír al ver la autenticidad y sencillez de su espacio personal. Me invita a entrar, y lo hago, sintiéndome como una intrusa en su vida privada. Señala una silla junto a su escritorio, que está cubierto de papeles y cuadernos, pero parece ser el lugar donde pasa la mayoría de su tiempo.
—Sírvete como en casa —dice, y se dirige hacia un pequeño armario, sacando una sudadera que se la había visto antes, tiene impreso "Game Over" en el centro. Me la entrega con una sonrisa amigable, y no puedo evitar sonreír ante la elección irónica de su vestimenta—. Esto debería calentarte mejor —comenta, para luego mirar mis piernas y sin poder evitarlo, vuelve a sonreír divertido—. ¿Quieres pantalones también?
—Please —digo, asintiendo con la cabeza—. Me da miedo siquiera flexionar la rodilla y romperlo.
Escucho como ríe, mientras gira para buscar algo que pueda prestarme. Saca dos pantalones deportivos, uno largo y el otro corto. Pero la opción de los largos parece más una broma considerando nuestras diferencias de estatura.
—Really? —inquiero, mirándolo con obviedad y alzando una ceja de manera cómica, haciendo que se dé cuenta y sonríe apenado, para luego tenderme los cortos.
—Te dejaré para que puedas cambiarte a gusto, si necesitas algo más solo pídelo, ¿bien? —dice, antes de caminar hacia la puerta.
—Uhm... Si necesito algo más —hablo con timidez, haciendo que se detenga justo cuando la mitad de su cuerpo ya estaba fuera. Me mira con curiosidad, incitándome a continuar—: Necesito, pues, am... —Trago saliva, sintiéndome incómoda—. Este... ¿Podrías prestarme algún boxer? —pido, sintiendo que mis mejillas arden con la evidencia de mi sonrojo.
—¿Por qué...? Oh —dice en cuanto cae en cuenta de que, ahora mismo, me encuentro sin ropa interior, puedo ver como su rostro se torna ligeramente rojo—. Si, si, am, si, claro, si —tartamudea y camina torpe hasta un cajón de su armario, para luego sacar unos de color negro y tendérmelos casi que sin verme—. Estaré en la sala —informa antes de salir con una rapidez sorprendente de su cuarto.
Me cambio y me pongo la sudadera y los boxers, sintiéndome cómoda y agradecida por la hospitalidad de Gael. Río al darme ver que los pantalones cortos de Gael me van por debajo de la rodilla. Salgo de la habitación hacia la sala, donde lo encuentro esperándome. La lluvia sigue su ritmo lánguido afuera, pero aquí dentro, la atmósfera es cálida y acogedora.
—¿Te sientes mejor? —pregunta Gael, mirándome con preocupación mientras se levanta del sofá para caminar hacia donde estoy.
—Sí, gracias a ti —respondo, sonriendo débilmente. Aprecio su presencia más de lo que las palabras pueden expresar—. Por cierto, ¿me das una bolsa para guardar mi ropa mojada?
—Mejor lávala y ponla a secar, antes de que tome mal olor por la humedad —aconseja, y asiento con la cabeza, para luego entrelazar nuestros dedos y guiarme por el pasillo de su casa hasta el baño.
Recojo mi ropa del suelo y él me indica que la coloque en un canasto para no mojarme de nuevo, y así nos dirigimos hacia otro cuarto que, al entrar, noto que se trata del lavadero.
—Aquí tienes el jabón —dice, dejando una botella morada sobre el lavarropa.
Estoy a punto de expresar mi confusión sobre cómo usar la máquina cuando Gael se dispone a irse. Instintivamente, lo detengo agarrándolo del brazo y le confieso mi falta de conocimientos en el arte de la lavandería.
—¿Me crees si te digo que no sé cómo funcionan estas cosas? —pregunto, sintiéndome repentinamente apenada e inútil mientras busco sus ojos en busca de comprensión.
Después de observarme durante unos segundos, Gael sonríe entre enternecido y divertido, lo cual, para mi sorpresa, logra arrancarme una risa incómoda. Sin juzgarme, me explica con paciencia los detalles de la lavadora y el secarropa.
—Pon tu ropa aquí —indica, abriendo la puerta del lavarropa. Sigo sus instrucciones, pero cuando meto la falda blanca, me señala que este color se lava por separado—. Lo blanco se lava por aparte, y únicamente con ropa blanca —explica.
Agradezco su paciencia y saco la falda blanca, aliviada de que mi ropa interior no sea de ese color. Gael se encarga del resto del proceso y me informa que, una vez que esté lista, pondremos la falda y todo junto en el secarropa.
—Ahora vamos, para que tomes una taza de té —dice, volviendo a entrelazar nuestros dedos, para caminar juntos hasta la sala—. Espérame aquí, ya vuelvo.
Asiento con la cabeza, mientras tomo asiento en el sofá y me cruzo de piernas a la vez que agarro una galleta con chispas de chocolate del plato. Cierro los ojos y disfruto del delicioso sabor que llena mi boca.
—¿Están tan buenas? —cuestiona Gael, haciendo acto de presencia y abro mis ojos para verlo mirarme divertido, mientras se sienta a mi lado en el sofá.
—Muy —respondo, asintiendo con la cabeza y aceptando la taza de té.
—Las hice yo, ¿qué más esperabas? —bromea, logrando arrebatarme una pequeña risa. Sin querer, toca rápidamente uno de mis pies y frunce el ceño.
Sin decir una palabra, se levanta del sofá y se encamina hacia el pasillo, desconcertándome por un momento. Regresa con un secador de pelo y un par de medias entre sus manos.
Se inca en una rodilla frente a mí, dejando las cosas sobre el sofá y, con su mentón me señala el pie, dándome a entender que quiere que lo extienda en su dirección y niego con la cabeza.
—Puedo ponerme yo sola los calcetines, boy —aseguro, no sabiendo cómo sentirme por tanta atención de su parte.
Su mirada firme me indica que no cambiará de opinión. Suspiro antes de extender una de mis piernas hacia él. Toma uno de los calcetines negros y lo coloca con cuidado, frotando suavemente mi pie para devolverle el calor, y luego repite la acción con el otro. Observo cada gesto, sintiendo el cariño impregnado en cada movimiento, generando un cálido sentimiento en mi pecho y haciendo que mi corazón amenace con desbordarse de amor.
Amor. Es una palabra intensa que parece resonar en mi mente. Inhalo profundamente al darme cuenta de que el simple "te quiero" ya no parece ser suficiente para describir lo que siento cuando se trata de él. Aun así, no creo estar lista para confesar algo así de grande, y menos un día como hoy.
—Listo —dice, una vez que se asegura que mis pies estén calentitos. Inclina levemente la cabeza para verme fijo a los ojos, y sonríe con cariño.
No puedo resistir la tentación y me lanzo hacia él, haciendo que se tambalee y rodeando su cuerpo con mis brazos y piernas. No tengo la intención de soltarlo, y él parece no tener objeciones, permitiéndome aferrarme a él como si fuera mi ancla en medio de la tormenta.
—Dios, eres lo más bonito que me ha pasado en mucho tiempo —confieso, mis palabras saliendo sin filtros, revelando la verdad de mis sentimientos en ese momento.
Siento como deposita un tierno beso en mi hombro, y en respuesta, aprieto aún más el abrazo. En este momento, no hay miedo ni dolor, solo la calidez de su presencia y la seguridad de este abrazo compartido.
Suelta una risita suave, como si estuviera compartiendo un secreto cómplice.
—Bueno, no sé si soy lo más bonito, pero estoy feliz de ser parte de lo que te hace bien —responde, su voz llevando consigo un matiz sutil de afecto—. Y aunque no sé tanto como quisiera, quiero creer que sí sé cuando pienso que eres el amor de mi vida.
Su confesión hace que mi corazón se detenga por unos segundos, antes de comenzar a latir a gran velocidad como si cada palabra suya resonara en él. Siento cómo mis mejillas se calientan ante su confesión.
—¿El amor de tu vida? —pregunto, mi voz apenas un susurro, como si temiera romper el hechizo de este momento, ni siquiera me animo a alejarme de él para verlo a los ojos.
Sus ojos se encuentran con los míos, y en ese momento, el tiempo parece detenerse. Las palabras flotan en el aire, resonando en mi pecho como una suave melodía. Su confesión se cuela en los rincones más profundos de mi ser, y la delicadeza de sus palabras acaricia mi corazón.
—Así es —afirma en voz baja lo que acaba de decir, acomodando los mechones que sobresalen de manera rebelde de la toalla que envuelve mi cabello.
Nuestros ojos dicen más de lo que las palabras podrían transmitir. Sin decir nada, él acerca su rostro al mío con una suavidad cautivadora. Un beso tierno y dulce se posa en mis labios, como una caricia llena de complicidad y ternura.
Siento cómo mi corazón late desenfrenado, como si quisiera salirse de mi pecho para unirse al ritmo acelerado del suyo. El aroma de Gael me envuelve, una mezcla única de su fragancia y la lluvia que aún persiste en el aire.
Nos sumergimos en el beso, dejando que la conexión entre nosotros se fortalezca con cada segundo que pasa. En ese pequeño rincón de su casa, bajo la lluvia persistente, encontramos un refugio.
Se aleja de mí despacio y abro mis ojos con lentitud, encontrándome con sus hermosos ojos viéndome de tal forma que no necesita expresar con palabras lo que siente. Sonríe con cariño y correspondo al gesto.
—Quédate ahí, te voy a secar el cabello —dice, levantándose de la alfombra y agarrando el secador del sofá.
Se acomoda detrás de mí en el sofá, con las piernas cruzadas, y comienza la tarea con un tacto suave y delicado. Cada movimiento del secador parece estar impregnado de cuidado, como si temiera causarme algún daño en el proceso. La sensación de su aliento mezclándose con el calor del secador se convierte en una experiencia íntima y, paradójicamente, relajante.
El zumbido constante del secador se fusiona con el sonido de la lluvia que persiste en el exterior, creando una especie de sinfonía que acompaña este momento íntimo. Puedo sentir cómo cada hebra de mi cabello se va secando bajo sus manos, y la atención que le dedica me hace apreciar aún más este gesto tan sencillo pero significativo.
—No quiero presionarte a que me cuentes —dice, sin dejar de pasar sus dedos por mi cabello al mismo tiempo que pasa el secador—, porque te conozco lo suficiente como para saber que, si quisieras contarme, ya lo hubieras hecho —comenta, y sonrío de lado al darme cuenta de que, por más miedo que me dé, tiene razón—, pero sólo quiero que me digas si, el hecho de que llegaras así hasta aquí, tiene algo que ver con Vico. Si te hizo algo.
Como si lo hubiera invocado, mi celular zumba en el sofá. Me lo tiende y, sé que desde donde está, puede leer perfectamente quién me envió un mensaje. Este sería el cuarto.
VicoWolfie:
No me has enviado mensaje avisándome si llegaste sana y salva a tu casa. 19:30 p.m.
¿Llegaste bien? 19:45 p.m.
¿Estás bien? ¿Hola? 20:20 p.m.
Katherine, mínimo ten la decencia de responderme un "good" para saber que no te pasó nada, luego de que te fueras manejando como si en una maldita película de los Rápidos y Furiosos estuvieras. Estoy preocupado, apiádate de mí, te lo pido. 21:03 p.m.
Suelto un suspiro, pensando en qué responderle. Quiero decirle que estoy bien, pero no quiero hablar de lo ocurrido.
Antes de que pueda pensar a profundidad qué responder, Gael apaga el secador de cabello para luego arrebatarme el celular de entre las manos.
—Hola Vico, soy Gael, Kate está bien, está conmigo —dice, mirándome a los ojos con más preocupación que antes—. Perdona si no te respondió antes, es que se quedó dormida y no quiero despertarla, se ve que está bien cansada, de todas formas, gracias por preocuparte y de nuevo, perdón por no responder antes, no me parecía prudente agarrar su celular. Que tengas una linda noche, amigo. —Me devuelve el celular luego de enviar aquel audio, sin apartar sus ojos de los míos.
—Gracias —digo apenada, dejando el celular sobre la mesa de madera.
—¿A qué se refería con ese último mensaje? —cuestiona y, aun cuando ya no lo estoy viendo, puedo sentir su mirada clavada en mí—. ¿Manejar como Rápidos y furiosos?
—Sinceramente no quería contarte nada, pero no porque se trate de confianza, sino porque no sé qué es lo que quiero oír, o si quiero escuchar algo siquiera, ya que al ser un tema tan delicado para mí, pues... —Suspiro, jugando con las mangas de la sudadera, debido a lo largas que me van—. Anyway, solo escúchame, ¿si?
Asiente con la cabeza y estira su mano en mi dirección, invitándome a sentarme a su lado. Acepto su ayuda y me levanto del suelo, para terminar sentada a su lado, abrazando mis piernas y apoyando mi brazo en el respaldar del sofá, mientras que él se acomoda de lado, para poder verme mejor.
—Me vi hoy con Vico porque quería presentarme a su boyfriend —cuento, y lo miro de reojo para ver su reacción, pero no hay ninguna, está prestándome su completa atención—. So, y esa persona era, pues..., am... —Suspiro, notando lo difícil que es esto para mí—. Mi hermano, bueno, medio hermano. Francis se llama.
—¿Es el que me contaste que lo viste en una foto a los doce? —cuestiona, tratando de ubicarse en tiempo y espacio, y asiento con la cabeza.
—Pero no lo he vuelto a ver, como así tampoco sabía cómo se llama —admito, y me mira con comprensión, para luego entrelazar nuestros dedos por encima del respaldar del sofá.
Empiezo a contarle todo lo que viví hoy sin omitir ninguna parte, desde la versión que tiene Francis sobre mi mamá, hasta el encuentro con Orlando. Gael me escucha con atención y sin interrumpirme en ningún momento, dejándome expresarme como quiera, sea enojada, triste, llorando o riendo, solo me deja ser sin juzgar.
Gael se convierte en mi confidente silencioso, escuchando cada palabra con paciencia y empatía. Mientras relato las complejidades de mi día, puedo sentir cómo sus ojos oscuros no pierden detalle, absorbiendo mi narrativa con atención.
—Me pidió perdón, así como si años de abandono se pudieran perdonar con tanta facilidad —cuento, soltando una pequeña risa burlona por lo bajo, que más parece un bufido, pero sé que todo esto es para intentar no llorar de nuevo—. Capaz suena como mala persona, pero yo no puedo perdonarlo, boy, no quiero.
—¿Puedo preguntar el por qué no quieres? —cuestiona, sin soltar su agarre en mi mano, trazando círculos sobre el dorso de mi mano.
—No puedo perdonar a alguien que con tal de salvarse, dejó mal a mi mamá, cuando ella no hizo nada —respondo, negando con la cabeza, sintiéndome frustrada, enfadada y triste a la vez—. No puedo perdonar a alguien que me abandonó sin importarle que al amanecer era mi cumpleaños. Que jamás llamó o envió un mensaje, aun cuando le contaba a sus hijos lo triste que estaba por no poder tener contacto conmigo o Melchu. —Siento mi barbilla temblar, pero ya no sé si es por enojo o dolor—. Perdonarlo sería hacerme daño a mí misma.
Gael asiente con comprensión, su mirada fija en la mía mientras proceso mis emociones.
—Entiendo eso, fresita. Pero, ¿te has perdonado a ti misma?
Su pregunta se siente como una daga en mi pecho, una que fue clavada por mí misma y no planea sacarla, no hasta que piense bien en la respuesta. Mis ojos se llenan de lágrimas inmediatamente y mi barbilla vuelve a temblar. Abro la boca para responder, pero un sollozo es lo que sale de ella.
Tapo mi rostro de inmediato con las manos, en cuanto las lágrimas comienzan a salir, y Gael sin dudarlo se acerca a mí para abrazarme con fuerza. Escucho como susurra varios "perdón" en mi oído, mientras reparte varios besos en mi cabeza, sintiéndose culpable por "hacerme llorar", pero no es su culpa.
—No te disculpes —digo, alejando las manos de mi rostro, pero aun así apoyo mi mejilla sobre su pecho y acaricio su nuca con una de mis manos—. Soy yo quien se culpa por no haber sido suficiente para que se quedara, por no haber sido una hija que pudiera hacerlo cambiar de decisión.
—Bonita, escúchame —pide, alejándome de él para agarrar mi rostro entre sus manos y así mirarme fijo a los ojos—. No eres responsable de las decisiones de otras personas. No tienes que cargar con esa carga. Todos cometemos errores, y a veces, las circunstancias nos superan. Pero eso no te hace menos digna de amor o menos valiosa. Tú eres suficiente, y mereces ser amada por quien eres. —Sus palabras resuenan en lo más profundo de mi ser, desafiando las autocríticas que he llevado durante tanto tiempo—. Perdonarse a uno mismo puede ser tan complicado como perdonar a los demás, pero la diferencia está en que uno no siempre debe perdonar a quienes nos lastiman, pero sí deberíamos poder perdonarnos a nosotros mismos.
Gael me mira con esos ojos con heterocromía llenos de comprensión y empatía. Me siento vulnerable, pero al mismo tiempo protegida por su presencia. Sus palabras me hacen reflexionar, y mientras asimilo su mensaje, siento que algo en mí se libera.
—No puedes cambiar lo que pasó, fresita. Pero sí puedes decidir cómo enfrentarlo y cómo te afecta. Perdonarte a ti misma no significa justificar las acciones de los demás, pero sí liberarte de esa carga que no te pertenece. —Acaricia suavemente mi mejilla con el pulgar—. No estás sola, y mereces compasión y amor, especialmente de ti misma.
Asiento con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta. Me abrazo a él, buscando consuelo en sus brazos. Gael sostiene mi abrazo con ternura, y mientras estamos ahí, siento un alivio, como si una pesada cadena se hubiera roto.
—Gracias —es todo lo que logro decir, apoyando mi mejilla en su hombro.
—Somos un equipo, ¿lo recuerdas? —dice, para luego darme un fugaz beso en el cuello antes de alejarse de mí y secar mis lágrimas con sus dedos pulgares—. Bien, ¿quieres ver alguna película?
Antes de que pueda responder, mi celular vuelve a zumbar sobre la mesa de madera y me estiro para cogerlo entre mis manos. Retomo mi lugar entre los brazos de Gael, sin preocuparme porque vea o no mi celular, y noto que es un mensaje de Melanie, preguntándome si estoy bien, con quien estoy, si estoy en casa con mamá o sola. Paree quela borrachera se le ha pasado, al igual que el acostón. Le respondo cada pregunta que hace para que esté tranquila, y guardo el celular en el bolsillo delantero de la sudadera.
—¿Quieres quedarte a dormir aquí? —sugiere, con la mirada llena de comprensión, mientras enreda un mechón de mi cabello en su dedo índice.
—Me encantaría, pero creo que debería preguntarle a mi super mom primero. ¿Te importa esperar un momento? —le pregunto, agradeciendo internamente su oferta.
—Claro, toma tu tiempo. Estaré aquí. —Sonríe con amabilidad.
Me levanto y voy a un rincón más tranquilo para llamar a mi mamá y explicarle la situación muy por encima, tratando de no mencionar a Orlando ni nada relacionado. Mientras hablo por teléfono, siento la mirada de Gael fija en mí, como si estuviera ansioso por saber si podrá quedarme. Después de unos minutos, regreso con una sonrisa.
—Done! Mi super mom dijo que está bien, siempre y cuando vuelva a casa mañana temprano —le informo, y Gael responde con una sonrisa.
—De acuerdo, ahora déjame a mí avisarle a mi mamá de que sí te quedarás —dice, sacando su celular del bolsillo delantero de su jogging.
—Por cierto, ¿y Dustin? —inquiero, recordando a ese pequeño ser malvado.
—Tenía una fiesta con Angie, y de ahí se quedará con ella —contesta, sin dejar de teclear en su celular, mientras que yo asiento con la cabeza—. Listo —dice, guardando nuevamente su celular—. Bien, ¿qué quieres hacer primero?
—¿Podemos hacer una maratón de mis películas favoritas? —pido, sonriendo de manera linda para intentar convencerlo.
—Por supuesto, bonita.
---***---
—Debiste decirme que les tienes miedo a las películas de terror —digo, observándolo lavarse la cara antes de enjuagarme la boca con un enjuague bucal, ya que no tengo mi cepillo aquí.
—No les tengo miedo —miente, para luego escupir la pasta dental en el lavabo y mirarme ofendido.
—Por favor, boy, están temblando tus rodillas —menciono, señalándolas y él baja a verlas, logrando arrebatarme una risa.
—Pero porque estoy cansado, no por miedo —dice, y vuelvo a reír, mientras que él se seca la boca con una toalla.
—Okay, entonces no pasa nada si... —Antes de terminar la frase, apago la luz de baño y salgo corriendo hacia su cuarto.
—¡Kate!
Escucho su grito desde el baño, y al llegar a su cuarto suelto una carcajada. Me sorprendo en cuanto me agarra de la cintura y me alza del suelo, para luego tirarme hacia la cama con cuidado.
—Eso fue maldad pura —asegura, mirándome a los ojos con cierto brillo que no me gusta—. Y maldad se paga con maldad.
Sin darme tiempo a disculparme, comienza a hacerme cosquillas, provocando que empiece a reír a carcajadas y a moverme intentando que se detenga. Mi risa se convierte en un segundo plano cuando suena un gran trueno, resonando por todos lados, logrando que un gran grito salga de lo más profundo de mi garganta. Oculto mi rostro en el pecho de Gael, que por instinto rodea mi cuerpo en un abrazo protector.
Detiene sus cosquillas, apoyándose en su antebrazo para verme a los ojos, alzando una ceja y sonriendo divertido, mientras que yo intento calmar a mi acelerado corazón que casi sufre de un paro debido al miedo.
—¿Y luego yo soy el miedoso? —cuestiona, mirándome retador.
—No es lo mismo —digo, negando con la cabeza—. A mí me da miedo algo real.
—¿Dices que los asesinos seriales no son algo real? —inquiere, alzando una ceja y giro los ojos.
—Obvio si lo son, pero no va a venir uno con la máscara de Ghostface a querer asesinarte —aseguro con obviedad, pero él frunce la nariz.
—Uno nunca sabe, quizá podría haber uno ahora mismo adentro de la casa —opina, sin apartar sus ojos de los míos.
Suena otro trueno que logra asustarnos a los dos, haciendo que nos acerquemos más y, cuando nos damos cuenta, nuestras respiraciones ya se están mezclando tanto cómo nuestras narices rozándose.
De repente hay una gran tensión entre nosotros, pero no sabría qué nombre ponerle a esto. Trago saliva, haciendo que baje la vista hasta mis labios y se quede ahí un rato, antes de volver a verme a los ojos.
—¿Sabes? —digo, pasando mi dedo índice por su pecho, logrando erizar su piel. Lo sé porque su antebrazo está a un lado de mi cabeza. Un sonido proviene de su garganta, avisándome que está prestándome atención—. No apagamos la luz de la sala —le recuerdo, haciendo que cierre los ojos y maldiga en voz baja.
—Recórcholis.
Aprieto mis labios para evitar reírme, pero siempre me da gracia cada que lo escucho maldecir o decir algo lo más cercano a una grosería posible.
—¿Piedra, papel o tijera para ver quien va? —propone, y elevo una ceja, mirándolo incrédula—. ¿Qué? Tú no le tienes miedo a Ghostface, ¿no?
—De acuerdo, juguemos —cedo, enderezándome para luego cruzarme de piernas al igual que él, y así quedar cara a cara.
Vamos uno a uno, la tercera partida es la decisiva. Gael elige tijera, derrotando mi papel. Sus ojos chispean triunfantes.
—Deberías haberme dejado ganar, ¿no crees? —digo, cruzándome de brazos, y él niega con la cabeza mientras sonríe divertido.
—Jamás, el trato es el trato —responde, sintiéndose más victorioso que nunca.
Gruño con frustración mientras Gael se ríe victorioso. Respiro hondo antes de levantarme de la cama.
—Bien, voy a apagar la luz, pero si algo me toca el hombro, te juro que grito y te echaré la culpa toda la vida —amenazo con fingido tono de valentía.
Gael ríe y asiente, y me dirijo hacia el pasillo, donde la penumbra se cierne con una amenaza silenciosa. Cada sombra parece cobrar vida propia. El suelo cruje bajo mis pies, haciendo que mi corazón lata más rápido de lo normal. Puedo sentir a Gael siguiéndome de cerca, sus pasos cuidadosos resonando en la quietud de la casa.
Llego al interruptor y dudo un instante antes de apagar la luz. La oscuridad se traga la sala, envolviéndome en un manto desconocido. Un escalofrío recorre mi espalda, y en un acto reflejo, corro hacia el pasillo. Puedo escuchar la risa de Gael detrás de mí.
—¡Gael, apresúrate! —exclamo, intentando no mostrar mi repentino miedo.
Llegamos al pasillo, donde la luz parpadea tenuemente. Gael está esperando, con una sonrisa juguetona. Corremos hacia su habitación, nuestras risas resonando en la casa. Al llegar, nos escondemos bajo las sábanas, sintiendo el latir agitado de nuestros corazones sincronizarse en un juego de emociones infantiles y risueñas.
—Sí, lo he decidido —habla, mientras apoyo mi cabeza sobre su pecho, él rodea mi cintura y entrelazamos nuestras piernas—. Si algún día un asesino serial nos busca, te escogeré como pareja, porque corres rapidísimo —dice, riendo y contagiándome la risa a mí también.
—Y tú muy lento como para querer hacer grupo contigo —bromeo, y aunque su cuarto esté ahora oscuro, puedo sentir su mirada ofendida en mí, haciéndome reír por lo bajo.
Nos quedamos allí, escondidos bajo las sábanas, disfrutando del instante de tranquilidad después de la emoción del juego. La risa se desvanece, pero la conexión entre nosotros se intensifica en la penumbra de la habitación.
Cierro los ojos, sintiendo el latir tranquilo de mi corazón y el suave roce de la mano de Gael acariciando mi espalda. A pesar de lo mal que fue la mitad del día, de los secretos desenterrados y los miedos enfrentados, no puedo evitar pensar que volvería a pasar por todo ello si al final del día termino así. Abrazada al chico que amo, lista para dormir y escuchar su corazón bombear tranquilidad en la penumbra de su habitación. Es en estos momentos que encuentro la paz que necesito, y agradezco por tener a alguien como él a mi lado.
———🍓🍓🍓———
¡Hola, hola! ¿Cómo están?
Sí, sí, sé que para nadie era una sorpresa lo de Vico, porque vi varios comentarios donde decian que era gay y yo asi de "pero no lo exhiban todaviiiaaa" ajshdajshda
Qué onda el papá de Kate?
Francis? Qué les pareció? Creen que Kate debería tener trato con él y Dylan?
Qué creen acerca del perdón? Creen que es bueno perdonar siempre?
Opiniones del cap en general?
KATE ADMITIENDO PARA SI MISMA QUE AMA A GAEL, CUANDO GAEL EL CAP ANTERIOR TAMBIÉN LO ADMITIO Y, ENCIMA, INDIRECTAMENTE LE DIJO QUE LA AMA? BASTA, VIVA EL ROMANCE, VIVA EL AMOR.
Los amo, bomboncitos de arándanos.
XOXO, C.A
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