▪ Capítulo 39 ▪ Acepta o muere
Lía.
Siento el roce del arma que ella tiene en sus manos, mi corazón late veloz debido al miedo y mis manos están sudando. Y mi cerebro lo único que hace es enviar una descarga eléctrica a todo mi cuerpo, provocando que me sacuda sin previo aviso.
Estoy más que aterrada ahora mismo. No confío en Ámbar, tengo miedo de morir.
Si muero, no me habré despedido de Beatriz o de Ben, aquellas luces que entraron para iluminar la oscuridad que me rodeaba. Joder, duele como la mierda tener en cuenta esa posibilidad.
Pero si muero, existe la posibilidad de que ellos vivan.
-¿Aceptás entrar al noveno juego? -su voz se oye más que gélida, su mano no tiembla al presionar el arma contra mi cabeza, bastante cerca de mi sien.
Trago saliva y suspiro.
-Acepto -respondo sin titubear. No debo tener miedo, no soy de esas personas que lo sienten.
Sentir no es malo, Lía.
Escucho su risa y aparta el arma de mi cabeza, me permito soltar un suspiro entre aliviado y a la vez nervioso. Camina hacia mi lado izquierdo, sin decir palabra alguna.
-Es hora de hablar de la razón y la verdad -se burla antes de alejarse de mí.
No me atrevo a mirarla, pero sé que se aleja porque sus pasos se escuchan cada vez más lejanos.
No puedo creer que alguien le contó mis secretos más oscuros, jamás debí confiar, pero a veces tengo esos arranques de confianza y esto es lo que ocurre cuando eso pasa.
Una mierda. Una reverenda mierda.
—Decime, ¿Por cuál querés empezar?¿Cuál te duele menos?¿O los dos te duelen por igual, querida? —pregunta en un tono lleno de diversión.
No respondo.
Sólo puedo pensar en lo que hice, en todos esos secretos que no pensé que ella sabría. Mierda.
En el momento en el que levanto la mirada, me encuentro con sus gélidos ojos marrones que me escanean sin disimulo. Veo la ira, el resentimiento y la malicia, a través de ellos.
Debí suponer que ella sería Weit. El más inocente suele ser el culpable en este tipo de situaciones.
—Vos enviaste a Marie conmigo, ¿O me estoy equivocando? —empieza sin apartar su mirada—. Quisiste destruirme como lo hicieron con vos. No eras así, pero el mundo de mierda te convirtió en esto...
—Nos convirtió en esto —completo con la voz algo temblorosa—. No te voy a mentir, ya sabés la historia.
—Un supuesto reto, quisiste encajar con el resto —suspira cargada de pesadez—. González fue tu elegida, porque claro, alguien tenía que hacer mierda a la "nerd". A la manipulable.
No voy a disculparme con ella, porque sé que de nada serviría ahora mismo. El daño que pudo haberle provocado Marie es irreparable, las personas no somos las misma después del maltrato, la discriminación o cualquier otro tipo de violencia.
Me siento tan estúpida por haber hecho tantas cosas horrendas sólo para encajar con unos pelotudos de un curso que no volveré a ver cuando vaya a la universidad.
—Ya dijiste la razón, ¿Podés terminar con esto? —demando molesta por su silencio repentino.
Oigo como traga saliva y aparta sus brillosos de mí. Camina unos pasos hasta alejarse varios metros, quedando cerca de las escaleras.
—Sos igual que yo, la diferencia es que no lo aceptás o creés que dejaste de ser de esta manera —escupe, dándome la espalda—. Sos peor que yo.
Me acerco hasta ella y apoyo mis manos en sus hombros. El contacto la asusta un poco por la forma repentina en que llegué hasta ella sin hacer el más mínimo ruido.
—¿Tiene algo de malo? Al menos no mato personas, Ámbar —opino fría.
Desvío mi mirada de su cabello al resto de los presentes en la habitación. Todos me observan asombrados por mi comentario, ¿Les sorprende que haya aceptado lo que soy?
Puede que sea una hija de puta que no merece un final feliz, puede que sea una mierda de persona. Lo acepto, no soy sana para nadie, ni siquiera como amiga lo soy.
Beatriz es la amistad más sana que tuve y Benjamín el amor más puro que sentí. Después de ellos no hay nada más.
-¿No? -habla de una vez. Se gira a verme, una de sus manos se dirigen a mis mechones de pelo-. ¿Estás segura de eso?¿Y lo de Lili que fue?
-Ámbar...
-Te pregunté algo, Lía -sisea, irritada-. ¿Qué fue lo de Lili?¿Nada?
-Yo no la maté...
-¿Ah, no? -se burla, sus dedos se enredan con suavidad en las hebras de mi cabello-. ¿Ser cómplice no es ser igual de culpable que los asesinos?¿Vos que opinás?
Me mantengo callada. No sé que decir y su respiración en completa calma logra que esté nerviosa.
-Yo no la maté. Ni siquiera sabía que ellos querían hacer eso, te lo juro -murmuro en un hilo de voz.
Sostiene mi mentón con sus dedos para que la mire directo a los ojos, sus iris brillosas me hablan de todo lo que no dice con palabras. Jamás creí decir esto, pero la verdad es que duele.
-¿Quién conducía el auto? Lara, ¿No es así? Y Carolina también -menciona, adusta-. ¿Quién le dio a Lili de beber? Todos. Y todos presenciaron lo que ocurrió, son igual de asesinos que la que manejaba el vehículo.
Intento sostenerle la mirada, pero no logro hacerlo. El hecho de que haya nombrado el asesinato de Lili fue un golpe bajo para mí, no creí que fuese a tener que revivir todo de nuevo. En realidad, no pensé que ella idearía el juego.
-Si te traje hasta acá, fue porque de alguna manera te aprecio -susurra en mi oído-. ¿O por qué pensás que aún estás viva?
No respondo, mi mente se concentra en rememorar lo sucedido hace años. El clima cálido de ese día, las risas del grupo, la mirada perdida de Lili, no recuerdo si nuestra querida Weit llegó a estar presente, pero...
Sólo puedo ver el cuerpo de Lili tendido en el suelo, cubierta de sangre y sin vida. Me impactó demasiado verla de ese modo.
—La verdad es esa, ¿no? El resultado de todo lo demás, lo que ocultás, lo que ahora aceptás. Sos peor que yo y vos lo sabés —me trae a la realidad otra vez—. Entonces, te lo voy a preguntar de nuevo, ¿Aceptás estar en el noveno juego?
Exhalo de manera profunda y le sostengo la mirada sin miedo. Creo que mi silencio lo dice todo.
—Mirá que si aceptás ser mi cómplice los voy a dejar vivos a ellos. Bea y Ben son tu debilidad —afirma honesta. Una de sus manos se dirige a mi cabello para acomodarlo.
Me quedo paralizada, la mención de las personas que quiero siempre logra dejarme sin saber que hacer o decir. Ellos merecen vivir más que yo, no puedo arrebatarles esa oportunidad de disfrutar la vida.
Son de esas personas que valen la pena, de esas que se vuelven luces en la oscuridad. Merecen lo mejor.
—Acepto. No te lo voy a repetir otra vez —mascullo, siento una ligera molestia por esto.
La veo sonreír satisfecha y orgullosa, extiende su mano para que Álex le entregue el arma con la que me apuntó antes. Trago saliva, un poco asustada por lo que puede llegar a hacer conmigo o con alguien más.
—El amor te hizo débil —susurra seria antes de disparar en dirección a Ariana-. Nunca tenés que permitir que eso pase.
Observo como su cuerpo cae sin vida al suelo. Un charco de sangre comienza a formarse alrededor de la zona de su torso, lo más probable es que la bala haya entrado a su corazón.
Mis ojos se cristalizan al verla inerte, muerta, sin vida, como gusten decirle.
—El amor no me hizo débil, me hizo humana. Algo que vos nunca vas a ser —susurro furiosa-. Dejaste de serlo hace mucho tiempo.
Intento moverme con rapidez para arrebatarle el arma de las manos, pero es más veloz que yo, por lo que me sostiene contra su cuerpo mientras apunta hacia mi cuello.
—A Ari le fue así por ser una pelotuda. ¿Querés terminar así? Me parece que no —canturrea con una sonrisa burlona.
—Terminá con esto de una vez. Eliminame si querés, pero ya acabá este estúpido juego —le suplico.
Ya no quiero que alguien salga herido, ¿Entienden? No volveré a fingir ser la chica fuerte, no lo soy, no soy asesina. No seré cómplice de este juego de mierda que es una venganza por rencores del pasado.
—Querida, esto no es contra vos, es contra todos. Al final sólo tienen que quedar dos —me recuerda, indiferente-. Dejá de hacerte la boluda, linda.
Suspiro y pateo su pierna con fuerza, en un vano intento por apartarla. No sirvió de mucho, pero al menos pide zafarme de su agarre.
Escucho como chasquea la lengua, también veo como le hace una seña a los chicos para que se lleven el cuerpo de Ariana. Finalmente, somos Mateo, Ámbar y yo en la habitación.
—Podés quedar viva, pero tendrías que elegir entre Bea o Ben —ofrece Mateo, dando unos pasos hacia nosotras—. No sé que preferís. ¿La persona que te ayudó todo esté tiempo o la persona de la que te enamoraste? Una decisión compleja.
—Si elegís eso, tenés que fingir que yo te lastimé y que no descubriste quien soy. Dudo que puedas actuar tan bien como yo —se mofa Ámbar, jugueteando con la pistola entre sus manos.
Me siento en un callejón sin salida, tengo la opción de quedar viva y elegir a una de las personas que amo. O puedo morir y que ambas personas queden vivas.
Suspiro y cierro los ojos. Puede que algo mejor vaya a pasar.
—De todas formas, no hay pruebas que me apunten a mí como la mente maestra. Todo incrimina a mis cómplices —sonríe divertida—. Buen intento, Lía. Veremos si confieso lo que hice.
El sonido de la puerta ser abierta de manera brusca, me trae de vuelta a la realidad. Abro mis ojos para reconocer al causante de dicho sonido estruendoso.
No me sorprendo al ver policías armados y reconocer entre ellos a la oficial que nos hizo el interrogatorio hace varios días atrás.
—Meiz, aléjese de la joven —ordena uno de los oficiales, serio.
Ámbar obedece, sin dejar de dedicarme una mirada asesina en todo momento. Al parecer se cumplió una hora desde que estoy acá, me extraña que la policía haya sido tan efectiva en este caso, no suele serlo.
—Amber Meiz y Mateo Schud, quedan detenidos por ser sospechosos de ser el asesino en serie. Tienen derecho a guardar silencio —informa uno de los hombres, esposando a Mateo.
Me mantengo estática mientras percibo como se los llevan afuera de la casa, la oficial se acerca a mí con unas esposas en las manos.
—Sé que vos no hiciste nada, pero es por protocolo, ¿Ok? —menciona tranquila, quizá para generarme confianza.
Extiendo mis brazos sin replicar nada, el frío metal de las esposas me estremece una vez roza mis muñecas. Soy consciente de lo que hice, de las mentiras que dije, no soy inocente.
Me conducen hasta la puerta, camino a pasos lentos y recelosos. Una vez fuera, puedo apreciar el cielo nocturno, las camionetas de la policía con sus luces azules encendidas, los que quedaron vivos de mis compañeros observándome caminar esposada.
Ben se acerca a mí, la preocupación es notable en su mirada. Le susurra algo a los policías antes de abrazarme sin previo aviso.
Su calidez me envuelve de manera reconfortante. Logra que me sienta bien con tan sólo una de sus sonrisas bonitas o con su voz preciosa.
—¿Estás bien? —inquiere angustiado y yo asiento. No dice nada más y me apega más hacia él.
—Te amo, Benjamín —musito, siento un nudo en la garganta.
Él sonríe de forma ligera ante la mención de su nombre completo. Sé que no le agrada para nada, pero parece ser que le está empezando a gustar que yo lo diga.
La oficial de policía me da unos toquecitos en el hombro, suspiro y nos alejamos para continuar andando en dirección a la patrulla.
Ahora mismo tengo una duda en mi mente: ¿Ámbar recibirá una condena o irá a la correccional?¿Puede que se libre de todo esto al haber revelado que no hay pruebas que la incriminen?
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