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Capítulo 8: Rebanada de tarta

La escogí a usted porque me di cuenta de que valía la pena, valía los riesgos... valía la vida.”
Pablo Neruda.

El nombre de Elías apareció en la pantalla del teléfono de Aidán. El chico se encontraba desayunando, pero dejó a un lado las tostadas para atender la llamada.

—Buenos días.

—Buenas Aidán. ¿Tienes algo que hacer hoy en la tarde?

—No.

—Perfecto. Hoy empiezan las consultas de Alice. Quiero que nos lleves.

—Está bien. ¿A qué hora?

—A las dos.

—Ahí estaré sin falta.

—Adiós.

El chico colgó la llamada y sonrió porque volvería a ver a Alice.

—¿Y esa sonrisa?—le preguntó su tía, que desayunaba con él y Percival.

—Acompañaré a Alice a su primera consulta en la tarde—respondió.

—Me alegro mucho de que hayas encontrado la manera de estar a su lado en esta situación. Eres un chico excelente Aidán—expresó sonriente la adulta.

—¡Ey! ¿Qué hay de mí?—protestó Percival.

—Tú debes ir al trabajo de tu padre a llevarle unos papeles importantes que se le quedaron.

—¡Uff!—bufó.

—Yo puedo acompañarte—anunció Aidán.

—Nunca me había alegrado tanto de que estuvieras aquí, como en este momento. Ya no tengo que andar solo todo el tiempo.

—Aidán, tu madre llamó hace unas horas. Me dijo que en cuanto te levantaras te diera el recado.

—¿No dijo que quería?

—No. Solo que la llamaras de vuelta.

—Está bien.

Aidán al haber terminado con su desayuno se puso de pie y luego de fregar subió a la habitación de Percival. Cuando estuvo solo, marcó el número telefónico de su madre, la que inmediatamente contestó.

—Madre. ¿Qué sucedió?—preguntó preocupado.

—¿A qué te refieres?—le preguntó su madre temiendo por la respuesta.

—Mi tía me dijo que llamaste en la mañana y dejaste el recado de que cuando me despertara te devolviera la llamada. ¿Sucedió algo?

—¡Ah! No. Solo quería saber de ti. ¿Cómo estás?

—Estoy bien mamá. ¿Cómo están ustedes?

—Yo estoy bien. Tu padre... también.

Aidán frunció el ceño. La preocupación le estaba invadiendo la mente por completo. La voz de su madre temblaba al hablar.

—Madre. Puedes contarme cualquier cosa. ¿Lo sabes verdad?

—Sí. Adiós.

—Está bien. Adiós.

—¿Qué era?—le preguntó Percival con curiosidad a su primo.

Había estado bajo el umbral de la puerta escuchando a su primo hablar.

—Solo quería saber como estaba. Eso fue lo que me dijo, pero no le creí. Hablaba en sollozos.

Percival no supo que decir. Se limitó a sentarse al lado de su primo y apretar su hombro izquierdo para demostrarle que estaba a su lado. Siempre lo estaría.

***

Percival se pasó el transcurso del viaje mirando furtivamente hacia el espejo de la puerta para vacilar sus bíceps.

Aidán que lo observaba, sonrió negando lentamente con la cabeza. Su primo cada vez que pasaba frente a un espejo observaba su musculoso cuerpo detenidamente diciéndose a sí mismo cumplidos. Desde que ejercitaba su físico se había vuelto autosuficiente. 

—Llegamos—anunció. 

Aidán abrió la puerta del copiloto y salió del auto observando la edificación que tenía frente a sus ojos.

Era un restaurante de tres plantas, con cristales que iban desde el piso hasta el techo, por eso era posible ver desde donde él se encontraba, algunas mesas de madera con manteles blancos.

—Sé que es un lugar precioso, pero si lo sigues mirando posiblemente se derrumbe—confesó Percival

—Que ocurrencias las tuyas—expresó Aidán riendo por lo bajo.

Ambos chicos empezaron a subir las elegantes escaleras para entrar finalmente al restaurante.

Adentro el ambiente era agradable y elegante, por unos altavoces que Aidán no lograba ver, se escuchaba una música en inglés a un volumen moderado.

Definitivamente ese era un lugar al que llevaría a Alice para una cita, aunque como estaba la situación era más probable que salieran como amigos.

Luego de un corto recorrido por el lugar, Aidán encontró a su tío leyendo un documento en una oficina climatizada que se encontraba en el segundo piso, al final del pasillo que quedaba al lado de la cocina. Al parecer esa era la zona de las oficinas porque el pasillo estaba lleno de puertas a ambos lados.

Percival le entregó a su padre lo que su madre había enviado y Aidán se entretuvo admirando los cuadros y reconocimientos que habían colgados en las paredes.

Entrecerró los ojos para analizar una fotografía donde estaba Patrick, su tío, junto a Elías, el padre de Alice. Ambos sostenían un gran trofeo.

La curiosidad creció en su interior.

—¿Elías trabaja aquí?—le preguntó a su tío.

—Es el dueño de todo eso—respondió Patrick. 

¿El padre de Alice era el dueño del restaurante más visitado de la ciudad?

Ese hombre sí que había dado a conocer al mundo su mayor talento.

Aidán no pudo evitar sorprenderse por la información obtenida.

Tal vez si él se esforzaba en mostrar su música alcanzaría grandes resultados también.

Percival terminó la conversación con su padre y cuando salieron de la oficina vieron a Elías avanzando hacia ellos.

—¡Aidán, Percival! ¿Qué tal?—los saludó. 

—Todo bien. ¿Cómo sigue Alice? ¿Qué tal su recuperación?—le preguntó Percival.

—Tiene problemas para tragar la comida, al hacerlo empieza a toser por lo que la estamos alimentando a base de sopas. Ellie es la que la baña porque le empiezan a doler los brazos cuando los utiliza por mucho tiempo. Pero todo lo demás va bien.

Aidán pensó que su pobre Alice estaba pasando por tantas dificultades. Pero era muy afortunada por tener una familia que se ocupaba de ella.

—Esperamos que pronto se recupere—expresó Percival.

Los chicos se despidieron de Elías y al salir del restaurante subieron al auto para volver a casa.

Aidán solo deseaba en su interior que el reloj marcara las dos de la tarde. Ansiaba ver a su Alice.

***

Aidán subió las escaleras del porche de la casa de Alice, al llegar a la puerta, tocó al timbre y luego de unos pocos minutos le abrió Amelia.

—¡Aidán! ¡Qué gusto tenerte aqui!—exclamó la mujer.

Aidán sonrió alegre, los padres de Alice le tenían mucho afecto y eso lo ponía muy feliz.

—Entra—lo invitó.

El chico entró a la casa y tomó asiento en el sillón de la sala de estar, donde le indicó Amelia.

—Te invito a probar la deliciosa tarta de chocolate que preparó Alice.

—¿Alice?

—Sí. Cuando eran pequeños, uno de los días que te fue a ver preparé en un pozuelo una rebanada para ti de la primera tarta de chocolate que hizo. ¿No lo recuerdas?

—No.

—¡Esa Alice es muy golosa! Seguro no aguantó la tentación y se la comió por el camino.

La madre de Alice soltó una carcajada y el chico la siguió.

—Ahora regreso—indicó ella.

Aidán mientras esperaba a Amelia, se entretuvo mirando las fotografías que habían en la mesa ratona. La primera vez que estuvo en esa casa luego de diez años, no tuvo la oportunidad de observar los pequeños detalles, estaba concentrado completamente en Alice.

En un cuadro se veían Alice y Ellie sosteniendo sus diplomas de gradudas del instituto, amplias sonrisas adornaban sus rostros y vestían togas azules.

En otra estaban los cuatro integrantes de esa familia vestidos de gala en un elegante restaurante. Era el de Elías, lo reconoció al instante.

El tercer cuadro mostraba a los abuelos paternos de Alice, sonriendo y abrazando a sus dos nietas. Aidán sintió un golpe de dolor, según tenía entendido hacía pocos meses el abuelo de las gemelas había fallecido.

—Hola—susurró una voz, que era música para los oídos de Aidán.

Sin pensarlo dos veces, y con una sonrisa en el rostro se giró en su dirección.  Alice tenía el pelo recogido en una coleta alta, un vestido blanco estampado en flores cubría su cuerpo y calzaba unos converses negros.

—Estás preciosa—expresó él.

Alice sintió un ardor en sus mejillas. Las tenía rojas por el elogio del chico que amaba y Aidán se dió cuenta. Por lo que sonrío nuevamente. Amaba ver el efecto que causaba en ella.

—Aquí estoy—informó Amelia llegando a la sala de estar.

En sus manos sostenía un platillo, sobre el cual había una rebanada de tarta.

—¡Se ve delicioso!—exclamó Aidán.

—Madre—reclamó Alice.

—¿Quieres que Aidán se pase la vida sin probar lo delicioso que cocinas?

Alice no respondió, llevó su vista al suelo avergonzada mientras, Aidán llevaba a su boca el primer pedazo.

—¡Está deliciosa! Cocinar se te da de maravilla—expresó Aidán luego de tragar.

Podría pasar toda su vida comiendo torta de chocolate hecha por Alice.

La puerta principal de la casa se abrió y por ella entró Elías.

—¡Que puntuales! ¡Así me gusta!—exclamó al ver a Alice y Aidán listos—Me ducho y nos vamos—avisó y se encaminó al pasillo que dirigía a la habitación que compartía con su esposa.

Aidán al terminar con la rebanada de torta le entregó el platillo a Amelia, la cual se dirigió a la cocina para seguir con sus labores.

—¿Quieres entrar mientras esperamos a mi padre?—le preguntó Alice señalando la puerta de su habitación.

—Esta bien—accedió Aidán.

Alice entró primero a la habitación y seguido de ella, lo hizo Aidán. Él se dirigió a la ventana de cristal. Alice lo siguió. El viento golpeaba el rostro de ambos, ellos miraban el paisaje de las fábricas de níquel que adornaban la vista.

—Aún no había tenido oportunidad de volverlas a ver—expresó Aidán.

—Anoche estuve hasta tarde observando el humo que sale de sus chimeneas. Es relajante.

—No debes estar tanto tiempo de pie,  Alice. Tus piernas pueden fallar.

La chica volteó los ojos cansada de que todos le juzgaran sus actos.

—No debí decírtelo.

—¿No podías dormir?—le preguntó Aidán preocupado.

—No. Por eso me pasé toda la mañana durmiendo.

—Que bueno que al menos recuperaste las horas de sueño perdidas.

—Sí.

—¿Cómo te sientes hoy para tu primera consulta?

—Estoy animada. Luego iremos al supermercado a comprar un juego de ajedrez y un diario para empezar con las actividades que el médico me recomendó.

—¡Qué bien!

—Quisiera que, si no tienes algo más que hacer, mañana vengas a jugar conmigo y pasar un rato juntos.

—Me encantaría—aceptó Aidán sonriente.

Aidán confirmó que Alice quería pasar tiempo con él y eso lo hacía sentirse el hombre más afortunado del mundo por ser correspondido.

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