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Capítulo 4: Cinco años perdidos

"Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas"
Pablo Neruda.

Alice trató de hacer su mayor esfuerzo por abrir los ojos. Sentía los párpados muy pesados, pero necesitaba urgentemente confirmar que la persona que se encontraba tocando esa preciosa melodía que revivía muchos recuerdos de su infancia, era Aidán.

Lo primero que enfocó su mirada fue la lámpara que llenaba de luz la habitación. Poco a poco empezó a girar su rostro hacia la derecha y ahí lo vió, sentado en el sillón con una preciosa guitarra clásica entre sus brazos. Él levantó la vista del instrumento y cuando sus miradas chocaron se sintió como una descarga eléctrica que rodeaba a un rayo en su trayecto a la tierra y que cuando llegaba a su destino causaba daños catastróficos. Con la diferencia de que Aidán no traía sufrimiento a su vida, sino felicidad.

Él no destruía su vida, la reconstruía con cada sonrisa, cada palabra y cada mirada que le dedicaba.

—Buenas noches—la saludó.

Su melódica voz causó que en el interior del estómago de Alice empezaran a revolotear mariposas ansiosas por salir en forma de un abrazo.

Ansiaba mucho tenerlo entre sus brazos. El día anterior fue la primera vez que lo vió luego de cinco años y apenas hablaron porque él se marchó muy rápido.

—Acércate—le pidió ella sonriendo.

Lo que más quería en ese momento era sentir su esencia cerca de la suya. 

Él obedeció, se puso de pie y dejó descansar la guitarra en el sillón para acercarse a ella.

—Volviste—susurró emocionada.

—Siempre volveré por ti—expresó él

Por el ardor que Alice sentía en sus mejillas, era consciente de que se había ruborizado por las palabras de Aidán. Se quedó unos segundos perdida en el brillo que irradiaban sus ojos. Extrañaba mucho la conexión que existía entre sus miradas, desde la primera vez que se vieron una noche de Navidad.

—¿Qué sucedió ayer? ¿Por qué apenas mencionaste una palabra y te marchaste llorando?—le preguntó alzando una de sus manos para posarla en sus mejillas.

Él cerró sus ojos para disfrutar del toque y una salada lágrima escapó de los ojos de la chica al recordar que él adoraba ese gesto de pequeño.

Aidán tomó asiento en el borde de la camilla y volvió a mirarla con esa intensidad que lo caracterizaba cada vez que se encontraba con su compañía. Las yemas de sus dedos seguían trazando círculos pequeños en sus pómulos.

—Fueron muchos los sentimientos que me abordaron ayer, volví a tu vida después de bastante tiempo. Tenía muchas emociones juntas en mi interior. Fue solo eso—le aseguró sin dejar de sonreír.

—Gracias por volver. Te necesitaba a mi lado.

Un reflejo de tristeza surcó el rostro de Aidán, pero se fue, igual que una estrella fugaz cuando pasaba por el cielo.

—Ayer ví que no trajiste la guitarra. Me preocupé cuando la idea de que ya no tocaras, cruzó mi mente.

—Es imposible que algún día deje de tocar—expresó llevando su vista al instrumento que descansaba en el sillón.

Un sentimiento de orgullo creció en su interior al saber que él no había dejado morir su mayor talento.

La mirada de Alice hizo el mismo recorrido que la de Aidán, pero subió un poco más. Vió a su padre y hermana mirándolos con espléndidas sonrisas en sus rostros. Les devolvió el gesto cuando Ellie formó un corazón con sus manos.

—Soy muy afortunada por tenerlos a todos ustedes en mi vida—expresó volviendo a mirar al chico con rizos más lindo que había conocido.

—Nosotros lo somos por tenerte a ti—expresó.

—Quiero que cantemos nuestra canción—expuso irradiando la emoción que florecía en su interior por revivir ese recuerdo.

—¿Ahora?

—Sí, ahora mismo—respondió.

Su mirada se fue apagando cuando vió que Aidán negaba repetidas veces con la cabeza mientras su semblante se mantenía neutro.

¿No quería revivir el recuerdo de ellos cantando sus canciones, cuando eran niños?

—¿Por qué no?—le preguntó haciendo pucheros.

Aidán observó suavemente aquel semblante de Alice que tanto le encantaba, y tuvo que luchar fuerte en su interior por no complacerla.

—El médico me dió claras instrucciones. No puedes hablar mucho, no debes forzar tus cuerdas vocales.

—Entonces, no volveré a hablar en lo que queda de noche—dijo molesta dirigiendo su vista al otro extremo de la habitación.

—Siempre las miradas nos han bastado, con nosotros funcionan más que las palabras—le recordó él.

Un sentimiento que Alice reconocía como el de nostalgia empezó a golpear su pecho, lo que causó que devolviera su vista a los ojos de Aidán.

Lo amaba tanto. Él sabía exactamente qué decir en cada momento.

—¿Te das cuenta?

—¿De qué debo darme cuenta?—le preguntó  ella.

—He entendido lo que me has querido decir con esa mirada que acabas de dedicarme—expresó con un tono de voz cantarín.

—¿Qué ha significado?—le preguntó con curiosidad por saber lo que había interpretado.

—Que me amas.

—Has acertado—admitió Alice.

De un instante a otro el ambiente agradable que los rodeaba cambió a uno tenso. Aidán cortó la conexión que estaban teniendo sus miradas y se puso de pie al mismo tiempo que su semblante se volvía gélido.

—¿Qué sucede?

—No debo ser egoísta. Supongo que también quieres pasar tiempo con tu familia—expuso señalando a la puerta—. Voy a estar afuera—avisó sin despegar su mirada del piso.

—Pero, Aidán...—lo llamó, pero se dió cuenta de que no había nada más que pudiera hacer para que no se marchara.

Estaba actuando igual a como lo hizo el día anterior.

Aidán recogió su guitarra del sillón y abrió la puerta para salir de la habitación.

¿Por qué actuaba de esa manera, tan distante a ratos? Alice no recordaba que fuera así.

Algo debía estar sucediendo con él.

Le mataba no poder hacer nada al respecto. Si tan solo pudiera ser capaz de pararse de esa camilla por sí sola e  ir tras él a dónde fuera para quedarse a su lado hasta que fuera capaz de contarle qué era lo que le sucedía, eso que estaba causando que no aguantara pasar mucho tiempo a su lado.

—Buenas noches pequeña—expresó una voz masculina que Alice adoraba escuchar cuando la niebla de las preocupaciones invadía su mente.

—Hola—le respondió fijando su mirada en su hermana y su padre.

No lograba adaptarse a qué ambos se vieran tan mayores, antes de que los viera el día anterior por primera vez, recordaba que su padre lucía mucho más joven y Ellie no llevaba las puntas del cabello teñidas de rubio.

Estaba ansiosa por observar su reflejo en un espejo, tenía la duda de si se vería mayor igual que Ellie, aunque sabía que no tenía las puntas del cabello teñidas porque al tenerlo largo hasta su cintura, podía verlo.

—¿Cómo te sientes?—le preguntó Ellie.

—Soy capaz de hablar fluido. El médico temía que no pudiera articular algunas palabras.

—Entonces, ¿te sientes bien?—preguntó su  padre sonriendo.

Esa sonrisa, tan llena de magia era capaz de calmar el alma de la chica que estaba en la camilla.

Alice asintió repetidas veces con la cabeza a modo de respuesta. Pero en realidad no estaba completamente bien, las acciones de Aidán la tenían preocupada y también los cambios que presenciaba a su alrededor.

—¿Y mi madre?—preguntó porque la extrañaba.

—Está en casa cuidando de nuestra abuela.

—¿Está en casa de mis abuelos?

—No, tu abuela está en la nuestra—respondió su padre.

A Ellie se le entristeció la mirada y la dirigió al suelo para que su hermana no se diera cuenta, pero fue en vano. Entre ellas no eran capaces de esconderse cosas como esas.

—¿Dejaron a mi abuelo solo en la casa o también está en la nuestra?—preguntó Alice con curiosidad porque hasta el momento solo se habían referido a su abuela.

Elías y Ellie intercambiaron miradas cargadas de una tristeza a la que Alice no le vió motivo y presenció el momento en el que su padre volvió a mirarla y se le escapó una lágrima de los ojos.

—¿Por qué lloras?—preguntó demasiado preocupada por la situación.

Primero fue Aidán y luego ellos. No podía ser una simple casualidad. Algo más estaba sucediendo a su alrededor, algo de lo que estaba ausente. 

—Mi pequeña, tu abuelo hace unos meses marchó a un lugar mejor. Ahora te cuida desde el cielo—respondió su padre entre sollozos.

—¿Eso...quiere decir que ha...muerto?—preguntó negándose a creer la conclusión que su mente sacó. 

Al ver cómo Ellie asintió con la cabeza se le destrozó el corazón a Alice dentro del pecho. No era capaz de respirar, sentía que necesitaba oxígeno.

—¿Y por qué no lo recuerdo?—se cuestionó a sí misma, sin entender como pudo olvidarse de un suceso tan importante para ella.

—Pequeña—la llamó su padre colocándose a su lado y tomándola por la barbilla para que lo observara—. Has perdido los últimos cinco años de tu memoria—le informó. 

Alice no sintió el palpitar de su corazón en ese momento.

Sus oídos empezaron a escuchar un sonido molesto y la vista que tenía de su alrededor se opacó frente a sus ojos antes de que se le cerraran solos.

***

Un intenso olor a alcohol invadió sus fosas nasales obligándola a despertar del desmayo en el que sucumbió su cuerpo. Al abrir los ojos se encontró con la figura del médico que la atendía, su rostro era adornado por una triste sonrisa.

—Quiero estar sola—le pidió Alice en un susurro.

Él revisó la información que daban las máquinas a las que la chica estaba conectada y tras asegurarse de que todo marchara bien salió de la habitación respetando la decisión de la paciente.

Alice necesitaba la soledad para pensar con claridad. La noticia de que no recordaba lo sucedido en su vida en los últimos años era demasiado para procesar.

Al pensarlo todo tenía sentido.

Las personas que recordaba más jóvenes, lucían muy mayores. No recordaba la muerte de su abuelo. Aidán lloraba cuando estaba con ella. Alice entendía que no debía ser fácil para él que ella hubiera olvidado lo que habían vivido juntos en los últimos años. Debían haber creado momentos muy lindos, que ella  no era capaz de recordar.

El peso de sus párpados aumentaba con cada minuto que permanecía despierta y el sueño iba venciendo su organismo.

***

—Buenos días Alice—una voz masculina, que ya se había vuelto familiar para Alice, la obligó a despertar.

Al abrir los ojos enfocó rápidamente al ángel vestido con bata blanca que fue enviado para salvarle la vida.

Le regaló una sonrisa a modo de saludo y él le devolvió el gesto.

—¿Cómo te sientes esta mañana?—le  preguntó el médico, igual que los tres días anteriores.

—Hoy no sé responder a esa pregunta—le fue sincera.

—¿Por qué lo dices?

—Ya sé que perdí los últimos cinco años de mi memoria—le informó aunque, ya él lo sabía.

—Le pedí a tu padre que te contara. Creí que sería mejor que te lo informara un familiar—confesó—. Dime, ¿qué crees al respecto de lo que te dijo?

—Estoy confundida. No sé cómo actuar ahora con las personas que me rodean. De seguro no recuerdo a muchas de las amistades que conocí en ese tiempo.

—Eso es cierto, pero déjate llevar por lo que sientes cuando veas a cada una de esas personas que te rodean. Este tipo de amnesia que tienes podría durar solo una semana, aunque también puede llegar a meses esa duración. 

—Me había animado con la idea de que solo dura una semana.

—No debes perder la paciencia.

—Es difícil no hacerlo.

—Entiendo. Si te dura más de una semana no quiero que te desanimes porque si nos rendimos hoy, ¿de qué sirvió el esfuerzo de ayer?

Alice se quedó por unos segundos analizando el profundo sentido de sus palabras.

—¿Cómo reaccionarías si te dijera que te tengo una buena noticia?—preguntó el médico.

La emoción creció dentro de Alice. Una buena noticia era lo que más necesitaba en ese momento.

—¿Qué buena noticia?

—Antes te expliqué que los síntomas del accidente cerebrovascular que estabas sufriendo solo duraban tres días, así que solo quedan en tu cuerpo las secuelas, que las iremos tratando poco a poco. Como tu casa es un lugar seguro para tu recuperación, estás de alta.

—¿En serio?—preguntó desbordada de felicidad sin poder creer lo que él decía.

—Sí.

—Muchísimas gracias.

Floreció en el interior de Alice la emoción al pensar que volvería a ver el jardín de tulipanes que tanto le gustaba. 

Desde el fondo de su alma deseaba que en ese tiempo que no recordaba no se hubieran mudado de sitio.

La sombra de alguien asomado al ventanal de cristal que daba al pasillo captó la atención de Alice y cuando giró el rostro en esa dirección vió a un chico alto y de pelo castaño observándola del otro lado.

—Recuerda Alice, escucha tus sentimientos—expresó el médico antes de salir por la puerta y dejar entrar al chico a la habitación.

Marcio avanzó lentamente hasta quedar al lado de Alice. Cuando ella llevó su mirada a la de él, nació en su interior un sentimiento de cariño y protección, cómo si fuera alguien que solo la tenía en el mundo.

—No quisiera equivocarme—empezó a hablar Alice—. Pero debes ser una amistad muy especial para mí—expresó.

La joven se quedó esperando una buena reacción de su parte, pero ocurrió todo lo contrario. La ilusión que antes irradiaba su mirada fue sustituida por pura rabia. Pero más confundida se sintió Alice cuando él giró sobre sus pies y salió de la habitación dando largas y fuertes zancadas.

Era obvio que se marchaba muy molesto. ¿Qué le había dicho mal?

Alice se quedó un buen tiempo mirando el techo dándole vueltas a lo sucedido con ese chico de pelo castaño hasta que sintió los toques que daban a la puerta. Luego vió a sus padres, con espléndidas sonrisas adornando sus rostros, entrando a la habitación.

—Hoy vuelves con nosotros pequeña—expresó su madre.

Sus progenitores se acercaron a la camilla donde su hija se encontraba acostada y se inclinaron para envolverla en un cálido abrazo causando que ella se olvidara de la mala sensación que abordó su cuerpo unos minutos atrás.

El médico también entró a la habitación y junto a Elías, ayudó a la paciente a ponerse de pie.

Cuando los pies de Alice tocaron el suelo no pudo evitar sonreír por la felicidad que la embriagaba, según el médico solo llevaba tres días sin caminar, pero ella sentía como si llevara años sin hacerlo.

—¿Qué te parece la idea de intentar caminar?—le sugirió el médico.

Alice asintió con la cabeza emocionada y se apresuro a poner su pie derecho delante del izquierdo. Levantó el pie izquierdo apoyando todo su peso en el derecho. Tuvo que apresurarse a colocar el izquierdo en el suelo porque le dió un ligero dolor en la rodilla de la pierna que estaba cargando con todo su peso.

—¿Qué has sentido?

—Me dolió la rodilla de la pierna derecha cuando apoyé todo mi peso en ella.

—Es normal Alice, durante un tiempo estarás presentando dolores en algunas articulaciones. Es por eso que necesitarás asistencia en todo momento, desde cuándo te estés duchando hasta cuando estés en tu habitación por si de momento te dan deseos de ir al baño o a la cocina en busca de comida.

—¿Y será así por el resto de mi vida?—preguntó preocupada.

—Será solo por unos meses. Es por eso que hace un rato te dije que cada cierto tiempo nos veremos, será para mejorar el movimiento de esas articulaciones. Aquí te traje una lista con las actividades que tú sola puedes ir haciendo para ejercitarte, tanto la mente como el cuerpo—dijo Carter y le entregó un papel doblado a la mitad—. Para que la recuperación sea rápida necesito tu colaboración. Confío en que eres una chica disciplinada.

—Los haré sentir orgullosos a todos. Lo prometo—expresó recorriendo con su vista a las personas que se encontraban con ella en la habitación.

A pasos cortos y lentos Alice atravesó la puerta de entrada del hospital y la luz cálida del Sol golpeó su cuerpo permitiendo que se diera cuenta de cuánto la extrañaba. Y pensar que antes prefería quedarse en su habitación climatizada, que salir y sudar por causa del Sol.

Cuando llegó junto a sus padres al auto dejó de mirar sus pies. Al levantar la vista se encontró con la figura de Aidán frente a ella. No perdió tiempo y se acercó a abrazarlo.

—Adivina quién será tu chófer a partir de hoy—le preguntó cerca de su oído.

—Mmm—Alice fingió que se lo pensaba—¿El chico más lindo que he conocido?

—Era muy obvia la respuesta—admitió riendo.

Alice disfrutaba por unos minutos más, el reconfortante contacto de su cuerpo con el de Aidán, hasta que recordó todas las preguntas que guardó en su mente respecto a él cuando supo que había olvidado los últimos cinco años de su vida.

—Aidán. ¿Realmente cuándo regresaste?—le preguntó.

El semblante de Aidán se volvió confuso. Observó a los padres de Alice pidiendo una explicación con la mirada. Cuando regresó su vista a los ojos de Alice le respondió.

—Hace exactamente tres días. Llegué al pueblo dos horas después de que te hospitalizaron.

El corazón de Alice empezó a latir desenfrenado por la impresión.

—Volviste diez años después de que te marchaste—pronunció sorprendida—. ¿Y yo te estaba esperando?—le preguntó.

La mirada de Aidán se entristeció. Quisiera que hubiera sido así. Alice al darse cuenta giró sobre sus pies para quedar frente a sus padres.

—Yo seguía esperando su regreso. ¿Verdad?—les preguntó en un susurro.

Amelia y Elías intercambiaron miradas de tristeza. A Alice se le fue el alma a los pies cuando sus padres empezaron a negar con la cabeza.

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