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Capítulo 2: Despertar en la realidad


"Conocer el amor de los que amamos es el fuego que alimenta la vida"
Pablo Neruda.

Aidán veía a la chica con la que había estado soñando cada noche de los últimos diez años y sentía como algo quebraba su interior.  Nunca podría haber pasado por su mente que la próxima vez que la vería sería en ese estado.

¿Que sucedió con la pequeña luz de sus ojos?

A través del cristal del gran ventanal que lo separaba de ella, admiraba su cabello castaño suelto sobre sus hombros, las largas pestañas que adornaban sus ojos. Las mejillas que antes estaban ruborizadas en su presencia, en ese momento un color blanco pálido se había apoderado de ellas.  Una lágrima descendió por sus mejillas cuando su mirada se posó en los labios sin vida de Alice.

¿Dónde se encontraba la Alice de la que él estaba perdidamente enamorado? ¿A dónde fue la energía vibrante que siempre la acompañaba?

—Siento que sea así —expresó Ellie acompañando sus palabras con un doloroso sollozo.

Las siguientes horas de la madrugada, Aidán las pasó observando a su amor de infancia dormir mientras sus mejillas eran mojadas por las constantes lágrimas que expulsaban sus párpados.

***

—Buenos días —llegó a sus oídos una voz femenina.

Aidán abrió lentamente los ojos mientras estiraba su cuerpo. Lo necesitaba después de pasar la noche en una incómoda silla metálica.

No recordaba con claridad dónde estaba, hasta que el olor a alcohol característico de los hospitales llegó a sus fosas nasales,  causando que recordara de golpe todo lo ocurrido la noche anterior.

Al eliminar el estado somnoliento de su cuerpo, enfocó a una mujer adulta con un semblante dividido entre la alegría y la sorpresa.

—¿Amelia?—preguntó Aidán feliz de volver a verla.

Era la madre de Alice.

—¡Cómo has crecido!—expresó ella sonriendo. 

La última vez que se vieron él era un niño de once años.

—Siento mucho lo sucedido con Alice—pronunció el chico poniéndose de pie.

—Todos estamos muy tristes por su estado. Estoy segura de que no ha sido fácil para ti llegar y después de tanto tiempo reencontrarte con ella en esa situación —admitió con pura tristeza reflejada en sus ojos.

Tan iguales a los de su hija, pensó Aidán.

—Es triste—confesó Aidán.

La adulta mujer le dedicó una mirada de compasión. 

Aidán pensó que aún no había tenido oportunidad de admirar el iris brilloso de Alice porque cuando llegó, ella ya dormía. El joven ansiaba mucho perderse en su mirada, cómo lo hacía en su infancia.

—¿Y Elli...?—preguntó Aidán al observar que sólo él y Amelia estaban ahí.

—Buenos días—interrumpió la gemela llegando con Percival.

¿Qué hacía Percival allí?

—Estábamos en la cafetería comprando chocolate caliente para desayunar. Te compré uno a ti—informó Percival y le tendió el desayuno a su primo.

—Gracias, pero no tengo apetito—admitió Aidán.

—Aidán, debes tener hambre. Luego del viaje de cuatro horas hasta aquí no has comido nada—insistió el rubio.

—En serio. No tengo hambre.

Aidán se acercó junto a Amelia al ventanal de cristal, a través del cuál se podía observar la habitación donde se encontraba Alice. Estaba despierta y un médico junto a una enfermera la acompañaban.

De un instante al otro, cómo si las miradas de Aidán y Amelia hubieran llamado a la suya, Alice giró su cabeza hacia la ventana. Aidán presenció el momento en el que un brillo que conocía se apoderó de los ojos de la chica y sus labios cobraban vida al sonreír.

¡Había esperado tanto por ese momento!

—¡Amelia!—el grito provino de una voz masculina.

—No puede ser—expresó Percival en un susurro que Aidán logró escuchar.

Aidán sintió la presencia de una nueva persona a su lado, pero no desvió la vista de la chica que lo miraba con amor. Un amor que no había muerto con el pasar de los años. Se decían tantas cosas solo con mirarse, que las palabras no eran necesarias.

—¿Este quién es?—preguntó la voz masculina. 

El médico captó nuevamente la atención de Alice, por lo que Aidán pudo desviar su mirada de Alice para fijarla en el chico de pelo castaño y ojos oscuros que se encontraba al lado de Amelia.

¿Por qué había preguntado por su identidad con ese tono de voz tan arisco?

—Él es Aidán, un amigo muy especial de Alice desde su infancia. Aidán, él es Marcio, el novio de mi hija—les presentó Amelia.

—Mucho gusto. ¿Eres el novio de Ellie?—preguntó el ingenuo Aidán.

A su espalda escuchó el carraspeo que hizo su primo. Aidán giró su cabeza en su dirección y Percival lo observaba detenidamente con una ceja enarcada. Aidán estaba pasando por una  confusión absoluta.

¿Qué sucedía?

—No. Soy el novio de Alice—respondió Marcio. 

Aidán sintió que le derramaron un balde de agua fría encima para que despertara del sueño que estaba teniendo.

¿Había dicho que era el novio de Alice?

¿Ella siguió adelante con otra persona?

¿No pensaba en él cada día, como él en ella?

Dolía tanto darse cuenta de que era imposible que cuando regresara las cosas iban a estar igual que cuando se marchó. Era un idiota por pensar que la iba a encontrar en el jardín de tulipanes de su casa con los brazos abiertos para recibirlo.

—¿Aidán?—preguntó Amelia con preocupación.

El chico a duras penas logró dejar los pensamientos de su pobre corazón a un lado para atenderla.

—¿Sí?

—Alice quiere verte—le informó.

La mirada de Aidán se paseó entre los ojos ilusos de Amelia, los rabiosos de Marcio y los expectantes del médico.

¿En qué momento salió de la habitación?

—La paciente logró sonreír cuando te vió. Normalmente una persona que sufre de un accidente cerebrovascular no es capaz de sonreír. Evalúo que será bueno para su recuperación que pases tiempo con ella—confesó el médico.

Para ella pasar tiempo con Aidán sería bueno, para que mejorara su estado. Pero para él, eso contribuiría a la destrucción de su corazón al estar a su lado con los pensamientos divagando en que ella tenía una vida de la que él no formaba parte.

—¿Entrarás a la habitación o qué?—se impacientó Marcio.

—Sí—susurró Aidán sin fuerzas.

Él, lo que más deseaba en ese momento era irse de allí, estar solo y tocar guitarra hasta  olvidar lo sucedido.

Aunque presentía que eso no pasaría. No iba a ser capaz de olvidar que Alice lo reemplazó con alguien más.

Aidán empezó a caminar hacia la puerta de la habitación lentamente mientras inhalaba y exhalaba varias veces para calmar su interior. Alice no podía darse cuenta de que él no se encontraba bien, lo último que quería era preocuparla. 

Antes de que el médico cerrara la puerta para que tuvieran privacidad, Aidán escuchó la frase que provino de la boca de Marcio y la respuesta que Amelia le dió.

—¿Por qué a la primera persona que pide ver es a él?

—Lo ha extrañado mucho todo este tiempo.

Si lo hubiera extrañado realmente, hubiera esperado su regreso.

Dentro de la habitación Aidán respiraba un aire tenso. Dió pasos cortos y lentos hasta quedar al lado de Alice. La intensidad de la mirada de la chica traspasaba la suya y cuando volvió a sonreír, Aidán le devolvió el gesto acompañado de una salada lágrima que se escapó de sus ojos.

No fue capaz de retenerla en sus párpados.

—¿Por qu...é lloras?—preguntó Alice con dificultad.

Aidán no era capaz de responderle, no podía cuestionarle que no lo hubiera esperado. Ni que se hubiera enamorado de otra persona, mientras ella era la única protagonista de cada uno de sus pensamientos.

Sería egoísta de su parte.

—¿Dónde dejaste tu guitarra?—preguntó Alice pronunciando cada sílaba lentamente para no arrastrar las palabras.

¡Se acordaba!

De la garganta del chico escapó una risa irónica y empezó a negarse repetidas veces con la cabeza.

¿Por qué Alice actuaba de esa manera? ¿Por qué no había olvidado nada relacionado con él? Le dolía más saber que se acordaba de cada pequeño detalle de su vida y aún así fue capaz de enamorarse de otra persona.

Con cada segundo que la mirada del chico se mantenía fija en la suya, se agrietaba más su corazón.

No se creía capaz de aguantar un minuto más en esa habitación. Sus pulmones necesitaban aire y sentía que allí no había oxígeno.

—Tengo que irme —susurró.

Giró sobre sus pies y empezó a caminar hasta salir de la habitación. No detuvo sus pasos para hablar con Ellie, ni Percival que lo llamaban varias veces. Siguió caminando hasta la salida del hospital con los ojos desbordados de lágrimas.

Gracias al cielo el hospital no quedaba muy lejos de la casa de sus tíos, por lo que fue caminando. Al llegar subió las escaleras hasta la habitación de Percival, donde dormiría por el tiempo que se quedara allí. Al adentrarse en ella lo primero que sus ojos vieron fue el estuche dónde guardaba su guitarra.

Ailice siempre lo acompañaba en los momentos difíciles. 

Sacó el instrumento del estuche y empezó a acariciar las cuerdas con las yemas de sus dedos, mientras la habitación se llenaba de una agradable melodía acompañada de sus varoniles sollozos. 

~

Los relucientes rayos del sol iluminaban el rostro del pequeño y el de la chica que lo acompañaba. Respiraba el agradable aroma de las flores que tenía en frente mientras admiraba a la pequeña de pelo castaño y ojos oscuros como el café que lo tenía perdidamente enamorado.

—¿Has compuesto una nueva canción?—preguntó ella con ilusión.

—No—le respondió.

—¿Ya no te inspiro?—le cuestionó la pequeña haciendo pucheros.

Se veía tan linda con esa expresión en su rostro.

—Nunca vuelvas a cuestionar eso. Tú siempre serás mi mayor inspiración—respondió Aidán causando que una amplia sonrisa adornara los labios de su amor.

—Entonces, ya que no compusiste nada nuevo. Cantemos "La chica de la pulsera de perlas amarillas"—le propuso.

Esa fue la primera canción que él compuso luego de conocerla y desde el momento en que se la cantó por primera vez, se volvió su favorita.

—Está bien—accedió.

Empezó a tocar los acordes de la canción con la guitarra y la unión de sus voces eliminó el silencio del ambiente.

~

***

—¿No piensas bajar a cenar?—preguntó Percival entrando a la habitación.

Aidán llevó su mirada hasta la oscuridad que se esparcía al otro lado de la ventana.

—¿En qué momento cayó la noche?—pensó en voz alta.

—Aidán, te hice una pregunta.

—No tengo hambre Percival.

Su primo rodó los ojos cansado por la actitud de Aidán, ya en él no quedaba la felicidad que tenía la noche anterior cuando lo fue a buscar al aeropuerto.

—Igual vas a tener que bajar—demandó Percival y Aidán lo observó con una ceja enarcada—. Ellie ha venido a hablar contigo.

Pensó que debía ser algo importante. Se trataba de Alice seguramente. ¿Por qué otro motivo querría hablar con él?

Al instante dejó a un lado la guitarra y al levantarse de la cama acomodó el cabello desordenado que caía sobre su frente para acudir al encuentro de la chica. Cuando salió de la habitación se dió cuenta de que Percival no tenía intenciones de seguirlo.

—¿No me acompañarás?

—Prefiero quedarme aquí—respondió su primo y se quedó de pie frente a la ventana admirando las estrellas que adornaban el cielo.

¿Le gustaba la astronomía?

Tenía que conocer nuevamente a su primo. Fue mucho el tiempo que estuvo sin saber nada de él.

Aidán bajó las escaleras a la planta baja y cuando Ellie apareció en su campo de visión le dedicó una sonrisa, que no llegó a sus ojos, a modo de saludo.

—Buenas noches Aidán—lo saludó—. Necesito hablar contigo sobre algo importante—informó.

El chico educadamente la invitó a sentarse en el sillón y tomó asiento a su lado.

—Me disculpo por lo incómodo que debió haber sido el encuentro con Marcio en el hospital...—expresó.

—No te preocupes por eso—intervino el chico.

—Está bien. El médico hizo estudios con Alice en la tarde y le diagnosticó problemas de memoria. El estrés de no poder moverse, ni hablar sin enredarse causó que desarrollara una amnesia disociativa, por lo que ha perdido parte de la información de su vida, ha olvidado a Marcio y otras personas; pero a ti te sigue recordando. Creo que el médico ya te había dicho que serías fundamental en su recuperación y vengo a pedirte que por favor la ayudes.

Debía elegir entre la salud de su corazón y la de la única chica que había amado en su vida

¿Cuál sería la elección correcta? Se preguntó Aidán.

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